Toda la historia del gnosticismo
cristiano y el pagano está envuelta en el
mayor misterio y oscuridad, porque, si
bien los gnósticos eran, sin duda,
escritores prolíficos, de su literatura ha
sobrevivido muy poco. Se granjearon la
animosidad de la Iglesia cristiana
primitiva y, cuando esta institución
alcanzó una posición de poder mundial,
destruyó todos los registros del cultus
gnóstico que encontró.
La palabra
«gnóstico» procede del griego gnosis,
que significa «conocimiento».
Los
miembros de la orden decían que
estaban familiarizados con las doctrinas
secretas del cristianismo primitivo.
Interpretaban los Misterios cristianos
según el simbolismo pagano. Ocultaban
al profano su información secreta y sus
principios filosóficos y solo se los
enseñaban a un grupo reducido de
personas iniciadas especialmente.
Se supone a menudo que Simón el
Mago, el famoso mago del Nuevo
Testamento, fue el fundador del
gnosticismo. De ser así, la escuela se
formó en el siglo I después de Cristo y
es, probablemente, la primera de las
numerosas ramas que han nacido del
tronco principal del cristianismo. Para
los entusiastas de la Iglesia cristiana
primitiva, todo aquello con lo que no
estaban de acuerdo había sido inspirado
por el demonio. Que Simón el Mago
tenía poderes misteriosos y
sobrenaturales no lo niegan ni sus
enemigos, aunque, según ellos, aquellos
poderes se los habían prestado los
espíritus infernales y las furias, que —
afirmaban— eran sus compañeros
inseparables.
Sin duda, la leyenda más
interesante acerca de Simón es la que
narra sus enfrentamientos teosóficos con
el apóstol san Pedro mientras los dos
promulgaban sus doctrinas diferentes en
Roma.
Según la historia que narran los
Padres de la Iglesia, Simón tenía que
demostrar su superioridad espiritual
ascendiendo al cielo en un carro de
fuego. Unos poderes invisibles lo
levantaron y lo elevaron a una altura
considerable. Cuando san Pedro lo vio,
gritó en voz alta y ordenó a los
demonios (los espíritus del aire) que
soltaran al mago.
Los espíritus malignos,
al recibir la orden del gran santo, se
vieron obligados a obedecer y Simón
cayó desde muy alto y se mató: aquello
fue una prueba contundente de la
superioridad de los poderes cristianos.
No cabe duda de que la historia es un
invento, al no ser más que una de las
numerosas versiones —casi todas
dispares— acerca de su muerte. Se
siguen acumulando pruebas que
demuestran que san Pedro no estuvo
jamás en Roma, con lo cual se van
disipando rápidamente sus últimos
vestigios posibles de autenticidad.
LA MUERTE DE SIMÓN
EL MAGO
Nuremberg Chronicle
Aquí vemos a Simón el Mago,
que, después de invocar a los
espíritus del aire, es alzado por
los demonios. San Pedro exige a
los genios del mal que suelten al
mago; estos se ven obligados a
obedecer y Simón el Mago
muere como consecuencia de la
caída.
De que Simón fue un filósofo no cabe la
menor duda, porque, siempre que se
conservan sus palabras exactas, sus
pensamientos sintéticos y
trascendentales están expresados de
maravilla. Los principios del
gnosticismo se describen bien en esta
declaración literal suya, que
supuestamente ha preservado Hipólito:
«A vosotros, por consiguiente, digo lo
que digo y escribo lo que escribo. Y lo
que escribo es lo siguiente. De los eones
[períodos, planos o ciclos de vida
creativa y creada en sustancia y espacio,
criaturas celestiales] universales hay
dos brotes, sin principio ni fin, que salen
de una sola raíz, que es el poder
invisible, el silencio inaprensible
[bythós]. De estos brotes, uno se
manifiesta desde arriba: es el Gran
Poder, la Mente Universal que todo lo
ordena, masculino, y el otro [se
manifiesta] desde abajo: es el Gran
Pensamiento, femenino, que todo lo
produce.
Por consiguiente, ambos, al
emparejarse, se unen y manifiestan la
Distancia Media, el aire
incomprensible, sin principio ni fin, en
la cual está el Padre que sostiene todas
las cosas y alimenta aquellas cosas que
tienen principio y fin». Con esto
hemos de entender que la manifestación
es el resultado de un principio positivo
y uno negativo, que actúan el uno sobre
el otro, y que se produce en el plano
medio o punto de equilibrio, llamado
pléroma.
Este pléroma es una sustancia
especial que se produce como
consecuencia de la combinación de
eones espirituales y materiales. Del
pléroma se diferenciaba el Demiurgo, el
mortal inmortal, ante el cual somos
responsables por nuestra existencia
física y los sufrimientos que debemos
padecer en relación con ella. Según el
sistema gnóstico, del Uno Eterno
emanaban tres parejas de opuestos,
llamadas syzygías, que, sumadas a él,
formaban un total de siete.
Los seis (las
tres parejas de) eones (principios
divinos vivos) fueron descritos por
Simón en los Philosophumena de la
siguiente manera:«Los dos primeros
eran la mente (nous) y el pensamiento
(epinoia); después venían la voz
(phone) y su opuesto, el nombre
(onoma) y, por último, la razón
(logismos) y la reflexión (enthumesis).
De estos seis elementos primigenios,
unidos con la “llama eterna”, salieron
los eones (ángeles) que formaron los
mundos inferiores siguiendo las
indicaciones del Demiurgo».[8] Ahora
vamos a referirnos a la manera en que
este gnosticismo primitivo de Simón el
Mago y Menandro, su discípulo, fue
ampliado y a menudo distorsionado por
los adeptos posteriores al culto.
La escuela del gnosticismo se
dividió en dos partes fundamentales,
llamadas habitualmente el «culto sirio»
y el «culto alejandrino». Estas escuelas
coincidían en lo fundamental, pero la
segunda se inclinaba más hacia el
panteísmo, mientras que la primera era
dualista. Mientras que el culto sirio era
en gran medida simoniano, la escuela
alejandrina brotó de las deducciones
filosóficas de un cristiano egipcio muy
inteligente, llamado Basílides, que —
según decía— había recibido
instrucciones del apóstol san Mateo.
Al
igual que Simón el Mago, era
emanacionista con inclinaciones
neoplatónicas. De hecho, todo el
Misterio gnóstico se basa en la hipótesis
de las emanaciones como relación
lógica entre dos opuestos
irreconciliables: el espíritu absoluto y la
sustancia absoluta, que, según los
gnósticos, coexistían en la eternidad.
Algunos afirman que Basílides fue el
verdadero fundador del gnosticismo,
aunque existen muchas pruebas de que
Simón el Mago estableció sus principios
fundamentales en el siglo anterior.
El alejandrino Basílides inculcó en
sus seguidores el hermetismo egipcio, el
ocultismo oriental, la astrología caldea y
la filosofía persa y con sus doctrinas
trató de unir las escuelas del
cristianismo primitivo con los antiguos
Misterios paganos. A él se atribuye la
formulación de una concepción peculiar
de la divinidad que lleva el nombre de
Abraxas.
Hablando del significado
original de esta palabra, Godfrey
Higgins, en The Celtic Druids, ha
demostrado que, si se suman los poderes
numerológicos de las letras que forman
la palabra «abraxas», el resultado es
365. El mismo autor destaca también
que, aplicando un procedimiento similar
al nombre de Mitra, se obtiene el mismo
valor numérico. Basílides enseñaba que
los poderes del universo se dividían en
365 eones o ciclos espirituales y que la
suma de todos ellos era el Padre
Supremo, al cual daba la apelación
cabalística de Abraxas, como simbólica,
numéricamente, de Sus poderes,
atributos y emanaciones divinos.
Abraxas se suele representar como una
criatura compuesta, con cuerpo humano
y cabeza de gallo, y cada una de sus
piernas acaba en una serpiente. C. W.
King, en The Gnostics and Their
Remains, ofrece la siguiente descripción
breve de la filosofía gnóstica de
Basílides, tomándola de los escritos de
san Ireneo, uno de los primeros obispos
y mártires cristianos:«Afirmaba que
Dios, el Padre eterno, no creado, había
hecho primero la nous, la mente;
después el logos, la palabra: después la
phrónesis, la inteligencia, y de la
phrónesis salieron sophia, la sabiduría,
y dynamis, la fuerza».
En su descripción de Abraxas, C. W.
King afirma: «Según Bellermann, la
imagen compuesta inscrita con el
nombre real de Abraxas es un pantheos
gnóstico que representa al Ser Supremo,
con las cinco emanaciones marcadas con
los símbolos correspondientes.
A partir
del cuerpo humano, la forma que se
atribuye habitualmente a la divinidad,
surgen los dos soportes: la nous y el
logos, representados por medio de las
serpientes —como símbolo de los
sentidos internos— y el entendimiento;
por eso, para los griegos, la serpiente
era un atributo de Pallas. Su cabeza de
gallo representa la phrónesis, porque
aquel ave es el emblema de la previsión
y la vigilancia. Sus dos brazos sostienen
los símbolos de sophia y dynamis: el
escudo de la sabiduría y el látigo del
poder».
Los gnósticos estaban divididos en
sus opiniones con respecto al Demiurgo,
o creador de los mundos inferiores.
Él
estableció el universo terrestre con
ayuda de seis hijos varones, o
emanaciones (posiblemente, los ángeles
planetarios), que él formó fuera y a la
vez dentro de Sí mismo.
Como ya hemos
dicho, el Demiurgo se diferenciaba
como la creación inferior de la sustancia
llamada pléroma. Un grupo de gnósticos
creía que el Demiurgo era la causa de
todas las desgracias y que era una
criatura malvada, que, al construir aquel
mundo inferior, había alejado las almas
de los hombres de la verdad,
envolviéndolas en un medio mortal. Para
la otra escuela, el Demiurgo tenía
inspiración divina y se limitaba a
cumplir las órdenes del Señor invisible.
Algunos gnósticos opinaban que el
Demiurgo era el Dios judío: Jehová.
Este concepto, con un nombre
ligeramente diferente, influyó,
aparentemente, en el rosacrucismo
medieval, que consideraba a Jehová el
Señor del universo material, en lugar de
la Divinidad Suprema. Abundan en la
mitología las historias de dioses que
compartían una naturaleza celestial y una
terrestre. El Odín escandinavo es un
buen ejemplo de una divinidad mortal,
sometida a las leyes de la naturaleza,
aunque, al mismo tiempo y al menos en
cierto sentido, también era una
Divinidad Suprema.
El punto de vista gnóstico con
respecto al Cristo es digno de
consideración. Esta orden sostenía que
era la única escuela que tenía imágenes
verdaderas del Sirio Divino. Aunque se
trataba, con toda probabilidad, de
concepciones idealistas del Salvador
basadas en las esculturas y pinturas
existentes de las divinidades solares
paganas, el cristianismo no tenía nada
más. Para los gnósticos, el Cristo era la
personificación de la nous, la mente
divina, y emanaba de los eones
espirituales superiores. Descendió al
cuerpo de Jesús en el bautismo y lo
abandonó antes de la crucifixión.
Los
gnósticos declaraban que el Cristo no
había sido crucificado, porque su nous
divina no podía morir, sino que Simón,
el cirenaico, ofreció su vida por él, y
que la nous, gracias a su poder, hizo que
Simón se pareciera a Jesús. Con
respecto al sacrificio cósmico del
Cristo, Ireneo afirma lo siguiente:
«Cuando el Padre no creado
ni nombrado vio la corrupción
de la humanidad, envió al mundo
a su primogénito, Nous en forma
de Cristo, para redimir a todos
los que crean en Él, con el poder
de los creadores del mundo (el
Demiurgo y sus seis hijos
varones, los genios planetarios).
Él apareció entre los hombres
como Jesús hecho hombre e hizo
milagros»[9]
Los gnósticos dividían la humanidad
en tres partes: aquellos que, como
salvajes, adoraban solo a la naturaleza
visible; aquellos que, como los judíos,
adoraban al Demiurgo, y, por último,
ellos mismos u otros de un culto similar,
incluidas determinadas escuelas de
cristianos, que adoraban al Nous
(Cristo) y la auténtica luz espiritual de
los eones superiores.
Tras la muerte de Basílides,
Valentino se convirtió en la principal
inspiración del movimiento gnóstico.
Complicó aún más el sistema de la
filosofía gnóstica, añadiéndole infinidad
de detalles. Incrementó la cantidad de
emanaciones del Gran Uno (el Abismo)
a quince parejas y también hizo mucho
hincapié en la Virgen Sofía, o la
sabiduría. En los Libros del Salvador,
parte de los cuales se conocen
habitualmente como el Pistis Sophia, se
puede encontrar bastante material
relacionado con la extraña doctrina de
los eones y sus peculiares habitantes
James Freeman Clarke, refiriéndose a
las doctrinas de los gnósticos, dice lo
siguiente:«Estas doctrinas, por extrañas
que nos parezcan, tuvieron amplia
influencia en la Iglesia cristiana».
Muchas de las teorías de los antiguos
gnósticos, en particular las relacionadas
con cuestiones científicas, han sido
corroboradas por la investigación
moderna. Del tronco principal del
gnosticismo se ramificaron varias
escuelas, como los valentinianos, los
ofitas (adoradores de serpientes) y los
adamitas.
A partir del siglo III, su poder
decayó y los gnósticos prácticamente
desaparecieron del mundo filosófico. En
la Edad Media intentaron resucitar los
principios del gnosticismo, pero, debido
a la destrucción de sus documentos, no
pudieron conseguir el material
necesario. Todavía existen muestras de
la filosofía gnóstica en el mundo
moderno, pero llevan otros nombres y su
verdadero origen ni siquiera se
sospecha. En realidad, muchos de los
conceptos gnósticos se han incorporado
a los dogmas de la Iglesia cristiana y
nuestras interpretaciones más recientes
del cristianismo a menudo siguen las
líneas del emanacionismo gnóstico.
Los misterios de User-Hep
La identidad del Serapis grecoegipcio
(al que los griegos conocían como
Serapis y los egipcios como User-Hep)
está envuelta en un velo de misterio
impenetrable. Aunque esta divinidad era
una figura conocida entre los símbolos
de los ritos secretos de iniciación
egipcios, su naturaleza arcana solo se
revelaba a aquellos que habían
cumplido los requisitos de su culto. Por
consiguiente, lo más probable era que,
salvo los sacerdotes iniciados, ni los
propios egipcios conocieran su
verdadero carácter. No se tiene
constancia de que exista ninguna versión
auténtica de los ritos de Serapis si bien
un análisis de la divinidad y los
símbolos que la acompañan revela sus
puntos más destacados.
En un oráculo
entregado al rey de Chipre, Serapis se
describe a sí mismo con estas palabras:
«Soy un dios como el que os
enseño:
Tengo el cielo estrellado por
cabeza y por tronco,
el mar;
La tierra me sirve de pies;
los oídos, de conductos de aire,
Y los rayos brillantes del sol
son mis ojos».
Se han hecho varios intentos
infructuosos de averiguar la etimología
de la palabra «Serapis».
Godfrey
Higgins destaca que soros era el nombre
que daban los egipcios a un ataúd de
piedra y Apis era la encarnación de
Osiris en el toro sagrado. Al combinarse
las dos palabras el resultado era
«Soros-Apis» o «Sor-Apis», «la tumba
del toro». Sin embargo, es poco
probable que los egipcios adoraran un
ataúd con forma de hombre.
Varios autores antiguos, incluido
Macrobio, han afirmado que Serapis era
un nombre del Sol, porque su imagen a
menudo tenía un halo de luz en torno a la
cabeza. En su Oration Upon the
Sovereign Sun, Juliano habla del dios
con estas palabras:
«Un Júpiter, un
Plutón, un Sol es Serapis».
En hebreo,
Serapis se dice Saraph, que significa
«brillar».
Por este motivo, los judíos
designaban así a una de sus jerarquías
de seres espirituales: los Serafim.
Sin embargo, la teoría más común
sobre el origen del nombre Serapis es
aquella que la considera una derivación
de la combinación Osiris-Apis. Hubo
una época en la que los egipcios creían
que los muertos eran absorbidos en la
naturaleza de Osiris, el dios de los
muertos. Aunque existe una similitud
notoria entre Osiris-Apis y Serapis, la
teoría propuesta por los egiptólogos de
que Serapis no es más que un nombre
dado a Apis, el toro sagrado de Egipto,
después de muerto, resulta insostenible,
si tenemos en cuenta la sabiduría
trascendente de los sacerdotes egipcios,
que, con toda probabilidad, usaban al
dios para simbolizar el alma del mundo
(anima mundi).
El cuerpo material de la
naturaleza se llamaba Apis y el alma que
escapaba del cuerpo al morir pero
estaba enredada con la forma durante la
vida física se denominaba Serapi.
C. W. King opina que Serapis era
una divinidad de extracción brahmánica
y que su nombre es la forma helenizada
de Seradah o Sri-pa, dos títulos que se
atribuyen a Yama, el dios hindú de la
muerte. Parece razonable, sobre todo
porque hay una leyenda según la cual
Serapis, en forma de toro, fue
transportado por Baco de India a Egipto.
La prioridad de los Misterios hindúes
confirma aún más esta teoría.
Se sugieren otros significados de la
palabra «Serapis», como «el toro
sagrado», «el sol en Tauro», «el alma de
Osiris», «la serpiente sagrada» y «la
retirada del toro».
Esta última apelación
hace referencia a la ceremonia de
ahogar al Apis sagrado en aguas del
Nilo cada veinticinco años.
Hay bastantes pruebas de que la
famosa estatua de Serapis que había en
el Serapeum de Alejandría al principio
había sido objeto de culto con otro
nombre en Sínope y desde allí fue
llevada a Alejandría. También hay una
leyenda que cuenta que Serapis fue uno
de los primeros reyes egipcios, a quien
debían los cimientos de su poderío
filosófico y científico, y que, después de
su muerte, fue elevado a la categoría de
dios.
Según Filarco, la palabra
«Serapis» significa «el poder que
dispuso el universo en el maravilloso
orden actual».
En su Isis y Osiris, Plutarco ofrece
la siguiente versión sobre el origen de la
espléndida estatua de Serapis que se
alzaba en el Serapeum de Alejandría:
«Cuando era faraón de Egipto,
Ptolomeo Sóter tuvo un sueño extraño en
el cual veía una estatua enorme que
cobraba vida y ordenaba al faraón que
la llevase a Alejandría lo más rápido
posible. Ptolomeo Soter, que desconocía
el paradero de la estatua, quedó
totalmente desconcertado, porque no
sabía cómo averiguarlo. Mientras el
faraón relataba su sueño, se presentó un
gran viajero de nombre Sosibio y
declaró que había visto una imagen
semejante en Sínope.
El faraón envió de
inmediato a Soteles y a Dionisio para
que negociaran el traslado de la figura a
Alejandría. Transcurrieron tres años
antes de que finalmente la consiguieran y
los emisarios del faraón acabaron
robándola y, para disimular el robo,
difundieron la historia de que la estatua
había cobrado vida, había recorrido la
calle que pasaba por su templo y había
subido a bordo del barco que estaba
preparado para transportarla a
Alejandría. A su llegada a Egipto,
llevaron a la figura ante dos iniciados
egipcios: Timoteo el Eumólpida y
Manetón de Sebbenitos, que de
inmediato anunciaron que se trataba de
Serapis. Entonces los sacerdotes
declararon que era equivalente a Plutón.
Esto constituyó un golpe maestro,
porque en Serapis los griegos y los
egipcios hallaron una divinidad común,
con lo cual se pudo consumar la unidad
religiosa de las dos naciones».
SERAPIS ALEJANDRINO
Mosaize Historie der
Hebreeuwse Kerke
A menudo se muestra a Serapis
de pie sobre el lomo del
cocodrilo sagrado.
Con una regla
en la mano izquierda para medir
las inundaciones del Nilo y, en la
derecha, un curioso emblema
que consiste en un animal con
tres cabezas. La primera, la de
león, significa el presente; la
segunda, la de lobo, el pasado, y
la tercera, la de perro, el futuro.
El cuerpo con sus tres cabezas
estaba envuelto por una
serpiente enroscada. Las figuras
de Serapis a veces aparecen
acompañadas por Cerbero, el
acompañadas por Cerbero, el
perro de tres cabezas
perteneciente a Plutón, y, como
Júpiter, llevan cestas con
cereales sobre la cabeza.
Algunos autores primitivos han descrito
varias figuras de Serapis que se alzaban
en los diversos templos dedicados a él
en Egipto y Roma; casi todas mostraban
más influencia griega que egipcia. En
algunas había una gran serpiente
enroscada en torno al cuerpo del dios.
Otras lo mostraban como una mezcla de
Osiris y Apis.
Una descripción del dios que, con
toda probabilidad, resulta bastante
exacta es la que lo representa como una
figura alta y poderosa, que transmite la
doble impresión de fuerza masculina y
gracia femenina, con el rostro de alguien
profundamente sumido en sus
pensamientos y una expresión más bien
triste.
Tenía el cabello largo y peinado
de un modo algo femenino, con rizos que
le caían sobre el pecho y los hombros;
el rostro, dejando aparte la espesa
barba, también era francamente
femenino. La figura de Serapis solía
aparecer envuelta de la cabeza a los
pies en gruesos ropajes, que los
iniciados creían que servían para ocultar
el hecho de que su cuerpo era andrógino.
Varios materiales se emplearon para
hacer las estatuas de Serapis. No cabe
duda de que algunas fueron talladas en
piedra o mármol por artesanos hábiles;
es posible que otras se fundieran en
metales, tanto preciosos como de baja
ley. Se ha hecho un Serapis colosal
combinando láminas de distintos
metales. En un laberinto consagrado a
Serapis había una estatua suya de cuatro
metros de altura que tenía fama de estar
hecha de una sola esmeralda. Los
escritores modernos, al hablar de esta
imagen, sostienen que había sido hecha
vertiendo cristal verde en un molde,
aunque, según los egipcios, soportó
todas las pruebas como si fuera una
esmeralda de verdad.
San Clemente de Alejandría
describe una figura de Serapis hecha con
los siguientes elementos: en primer
lugar, limaduras de oro, plata, plomo y
estaño; en segundo lugar, todo tipo de
piedras egipcias, incluidos zafiros,
hematitas, esmeraldas y topacios, todo
esto molido y mezclado con la sustancia
colorante que había quedado del funeral
de Osiris y Apis. El resultado era una
figura extraña y curiosa de color añil.
Algunas de las estatuas de Serapis
debían de estar hechas de sustancias
sumamente duras, porque, cuando un
soldado cristiano, en cumplimiento del
edicto de Teodosio, golpeó al Serapis
alejandrino con su hacha, esta se hizo
añicos y de ella salieron chispas.
También es bastante probable que se
adorara a Serapis en forma de serpiente,
al igual que muchas de las divinidades
superiores del panteón egipcio y el
griego.
Llamaban a Serapis Teón
Heptagrámmaton, o el dios con el
nombre de siete letras. El nombre
«Serapis» contiene siete letras, como
«Abraxas» y «Mithras». En sus himnos a
Serapis, los sacerdotes cantaban las
siete vocales. De vez en cuando se lo
representa con cuernos o una corona de
siete rayos, que, evidentemente,
representaban las siete inteligencias
divinas que se manifiestan a través de la
luz solar. La Enciclopedia Británica
destaca que la mención auténtica más
antigua de Serapis está relacionada con
la muerte de Alejandro. Era tal el
prestigio de Serapis que fue el único
dios al que consultaron en relación con
el rey moribundo.
La escuela secreta de filosofía de
los egipcios estaba dividida entre los
misterios menores y los mayores: los
primeros estaban consagrados a Isis y
los segundos, a Serapis y Osiris. Según
Wilkinson, solo los sacerdotes podían
acceder a los misterios mayores. Ni
siquiera el heredero al trono estaba
autorizado hasta que era coronado
faraón; entonces, en virtud de su realeza,
se convertía automáticamente en
sacerdote y en cabeza temporal de la
religión del Estado.
Los pocos que
tuvieron acceso a los misterios mayores
no violaron jamás sus secretos.
Buena parte de la información
relacionada con los rituales de los
grados superiores de los Misterios
egipcios se ha recogido a partir de la
inspección de las cámaras y los pasillos
en los que se hacían las iniciaciones.
Bajo el templo de Serapis que fue
destruido por Teodosio se hallaron
extraños aparatos mecánicos construidos
por los sacerdotes en las criptas y
cavernas subterráneas en las que se
celebraban los ritos de iniciación
nocturnos. Aquellos aparatos
demuestran las duras pruebas de valor
moral y físico que los candidatos tenían
que superar. Después de atravesar
aquellos caminos tortuosos, los neófitos
que sobrevivían a aquellas duras
pruebas eran conducidos a presencia de
Serapis, una figura noble e imponente,
iluminada por luces invisibles.
Los laberintos también eran una
característica notable en relación con el
rito de Serapis y E. A. Wallis Budge, en
Los dioses de los egipcios, representa a
Serapis (como el minotauro) con cuerpo
de hombre y cabeza de toro. Los
laberintos simbolizaban los enredos y
las ilusiones del mundo inferior por los
cuales vaga el alma humana en su
búsqueda de la verdad. En el laberinto
habita el hombre animal inferior con
cabeza de toro, que trata de destruir el
alma que está atrapada en el laberinto de
la ignorancia terrenal. En esta relación,
Serapis se convierte en el examinador o
adversario que pone a prueba las almas
de los que pretenden sumarse a los
inmortales. El laberinto se usaba
también, sin duda, para representar el
sistema solar, donde el hombre-toro
representaba al sol que vive en el
laberinto místico de sus planetas, lunas y
asteroides.
Entre muchas culturas antiguas,
los laberintos y las marañas eran
los lugares favoritos de
iniciación. Entre los nativos
americanos, hindúes, persas,
egipcios y griegos se han
encontrado restos de estas
encontrado restos de estas
místicas marañas. Algunas son
meramente caminos envueltos
alineados con piedras; otras son,
literalmente, millas de lóbregas
cavernas debajo de templos o
fueron ahuecadas de los lados
de las montañas.
Sin duda, el famoso laberinto de Creta en el cual el Minotauro con cabeza de toro andaba errante, era un lugar de iniciación dentro de los Misterios cretas.
Los Misterios gnósticos conocían el
significado arcano de Serapis y, a través
del gnosticismo, este dios quedó
asociado inextricablemente con el
cristianismo primitivo.
Es más, durante
un viaje a Egipto en el año 134, el
emperador Adriano, manifestó en una
carta a Serviano que los adoradores de
Serapis eran cristianos y que los
obispos de la iglesia también celebraban
oficios religiosos en su santuario.
Incluso anunció que el propio patriarca,
cuando estuvo en Egipto, se vio
obligado a adorar a Serapis además de a
Cristo.[11]
La insospechada importancia de
Serapis como prototipo de Cristo se
aprecia mejor después de analizar el
siguiente extracto de The Gnostics and
Their Remains de C. W. King: «No cabe
la menor duda de que la cabeza de
Serapis, cuyo rostro manifiesta una
majestuosidad grave y meditabunda,
proporcionó la idea inicial para realizar
los retratos convencionales del
Redentor.
Los prejuicios judíos de los
primeros conversos eran tan poderosos
que podemos estar seguros de que no se
hizo ningún intento de representar Su
semblante hasta varias generaciones
después de que murieran los que lo
habían contemplado en la tierra».
Serapis fue usurpando poco a poco
las posiciones que antes habían ocupado
otros dioses egipcios y griegos y se
convirtió en la divinidad suprema de las
dos religiones. Su poder continuó hasta
el siglo IV de la era cristiana. En el año
385, Teodosio, futuro exterminador de la
filosofía pagana, publicó su memorable
edicto De Idolo Serapidis Diruendo,
Cuando, en cumplimiento de esta orden,
los soldados cristianos entraron en el
Serapeum de Alejandría para destruir la
imagen de Serapis que llevaba siglos
allí, su veneración por el dios era tan
grande que no se atrevían a tocarla, por
temor a que la tierra se abriera bajo sus
pies y los tragara. Al final, venciendo su
temor, echaron por tierra la estatua,
saquearon el edificio y, por último,
como digno punto culminante de aquel
ataque, quemaron la magnífica
biblioteca situada en los majestuosos
aposentos del Serapeum.
Varios
escritores han registrado el hecho
sorprendente de que se hallaran
símbolos cristianos entre las ruinas de
los cimientos de aquel templo pagano.
Sócrates, un historiador de la iglesia del
siglo V, declaró que, después de que los
piadosos cristianos arrasaran el
Serapeum de Alejandría y dispersaran
los demonios que vivían allí disfrazados
de dioses, ¡encontraron bajo los
cimientos el monograma de Cristo!
Dos citas confirmarán aún más la
relación entre los Misterios de Serapis y
los de otros pueblos antiguos. La
primera procede de The Simbolical
Language of Ancient Art and
Mythology de Richard Payne Knight:
«Por consiguiente, Varrón [en La lengua
latina] dice que Coelum y Terra, es
decir, la mente universal y el cuerpo
productivo, eran los grandes dioses de
los Misterios de Samotracia y que
coinciden con el Serapis y la Isis de los
egipcios posteriores, el Taautos y la
Astarté de los fenicios y el Saturno y la
Ops de los romanos».
La segunda cita
está tomada de Moral y dogma del rito
escocés antiguo y aceptado de Albert
Pike: «A vos —dice Marciano Capella
en su himno al sol—, los habitantes del
Nilo os adoran como Serapis y Menfis
os venera como Osiris; en los ritos
sagrados de Persia sois Mitra; en Frigia,
Atis; Libia se inclina ante vos como
Amón y la Biblos fenicia, como Adonis;
de modo que el mundo entero os adora
con nombres diferentes».
Manly Palmer Hall
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