Se suele
recordar dos cosas acerca de Orfeo: que fue un músico y que descendió al
Submundo en busca de su esposa Eurídice. Su historia es el mito arquetípico del
poder de la música. Con la lira, obsequio de Apolo, Orfeo podía conmover todo
en la creación, desde piedras, árboles y bestias hasta seres humanos, demónicos
y divinos. Armado tan sólo con sus cantos, subyugó a los guardianes del Hades y
persuadió a Plutón y Perséfone de que le permitieran llevar de retorno a
Eurídice.
Orfeo fue un
príncipe de Tracia, la tierra al norte de Grecia. Su madre fué Calíope, la Musa
de la poesía épica. Algunos dicen que su padre fue Apolo, y ciertamente Orfeo
está bajo la tutela de este dios. A Apolo se le relacionaba también con el
norte, ya sea porque venía de "Hiperbórea" o porque visitó esa lejana
tierra después de su nacimiento en la isla de Delos. ¿Dónde estaba esta
Hiperbórea? Como se decía que tenía un templo circular dedicado al sol, algunos
la han identificado con Bretaña y a este Templo con Stonehenge, un monumento
más antiguo que cualquiera de Grecia.
Stonehenge y el
pueblo que lo construyó eran Apolíneos en el sentido de que estaban dedicados
al sol, a la astronomía, las matemáticas y la música. Las inspiradas investigaciones
de John Michell y Jean Richer han descubierto una red de lugares Apolíneos alineados
geométricamente, a lo largo de todo el camino desde Bretaña hasta el Mar Egeo.
Además, Michell le ha seguido la pista al mito de los "coros
perpetuos" mantenidos en santuarios antiguos con el propósito de lo que él
llama "encantar el paisaje". Emerge el panorama de una elevada y
ordenada civilización europea en el tercer milenio a. C., de la cual los arqueólogos
no conocen casi nada.
Ese
encantamiento del paisaje es exactamente lo que se dice Orfeo hacía con su
música, lanzando un benigno hechizo sobre la naturaleza y trayendo la paz a los
hombres. Como parte de su misión, reformó el culto de Dionisio (Baco) y trató
de persuadir a sus seguidores de que abandonaran sus sacrificios sangrientos.
En lugar de las orgías dionisíacas, Orfeo fundó los primeros Misterios de
Grecia. El propósito de estos, hasta donde podemos decir, fue transmitir algún
tipo de conocimiento directo que ayudase a enfrentar la perspectiva de la
muerte.
El viaje de
Orfeo al Submundo en busca de Eurídice ha de ser entendido dentro del contexto
de los Misterios. En las primeras versiones de este mito, Orfeo tuvo éxito restituyendo
a Eurídice a la vida. Sólo más tarde el episodio fue adornado por los poetas
para que terminara trágicamente pues, en el último momento, Orfeo desobedeció
la prohibición de mirar a su esposa antes de haber alcanzado la superficie de
la tierra y la perdió de nuevo para siempre. Orfeo, fue originalmente un
psicopompos con el poder de rescatar almas de la gris condición, semejante al
sueño, que en tiempos arcaicos se creía era el inevitable destino de los
muertos. El encuentro de Ulises con los espectros de su madre y de los héroes
griegos (Odisea, libro XI) es un ejemplo primario de esto. Los iniciados en los
Misterios recibían la seguridad de que ése no sería su destino y de que, como
Eurídice, serían salvados del desconsolador reino de Plutón. Esta fue la
primera vez que se instruyó en suelo griego acerca de la inmortalidad del alma,
iniciándose una tradición que Pitágoras, Sócrates y Platón acrecentarían cada
uno a su manera.
La mayoría de lo
que conocemos del Orfismo deriva de mucho después de estos filósofos. Bajo el
Imperio Romano, alrededor de la época del Cristianismo temprano, hubo un fuerte
resurgimiento del Orfismo como religión de Misterios. Los Himnos Orficos, una
serie de encantamientos mágicos dirigidos a varios dioses y démones, datan de
este renacimiento. Lejos de descartar la adoración a Dionisio, el Orfismo hizo
de él el verdadero centro de su doctrina. Uno de los mitos de Dionisio relata
que siendo un niño, fue capturado por los Titanes (los rivales de los Dioses)
quienes lo desmembraron y se lo comieron. Afortunadamente, Zeus fue capaz de
salvar el corazón de su hijo. Se lo tragó él mismo y, a su debido tiempo, dió a
Dionisio un segundo nacimiento. Los Titanes fueron vencidos y de sus restos
surgieron seres humanos. Consecuentemente, cada ser humano contiene un pequeño
fragmento de Dionisio.
Es fácil reconocer
en este mito la doctrina, familiar ahora aunque de ninguna manera común en esa
época, de que cada persona no es sólo un compuesto de cuerpo y alma, sino que
también posee una chispa de absoluta divinidad. Las religiones que mantienen
esta doctrina apuntan a buscar, revivir y eventualmente actualizar esa chispa,
ya sea en vida o después de la muerte. Efectivizar esto –"hacerlo
realidad"– es volverse uno mismo un dios, por lo tanto inmortal. Esta es
la última promesa de los Misterios. Para los no iniciados, sólo hay la
perspectiva del Hades, un lugar no de tormento excepto para los muy malvados,
pero no de placer, tampoco, aún para los mejores de los hombres. Eventualmente
el alma ahí se debilita y muere, liberando a la chispa divina para reencarnar
en otro cuerpo y alma.
El iniciado
supuestamente está libre de esta rueda de nacimiento y muerte, y capacitado
para proseguir a un destino más glorioso entre los dioses. Los iniciados
Orficos no eran enterrados con ollas de alimentos y enseres, como recordatorios,
sino quemados y enterrados con hojas de oro, inscritas en griego. Estas
llevaban oraciones e instrucciones de lo que se debía decir y hacer al
despertar después de la muerte. Se debía evitar a toda costa beber del Lago de
Leteo (el olvido), y en lugar de ello doblar a la derecha, hacia el Lago de
Mnemosina (la memoria), y dirigirse a sus guardianes con estas hermosas palabras:
"Soy el
hijo de la Tierra y del estrellado Cielo. Esto también vosotros lo sabéis. Me hallo
desecado por la sed y estoy pereciendo. Venid, dadme inmediatamente la fresca
agua que mana del Lago de la Memoria".
O, al
encontrarse con los que gobiernan el Hades, había que decir: "¡Vengo puro
de entre los puros, Reina del Submundo, Eucles, Euboleus, y todos los otros
dioses! Pues yo también reclamo ser de vuestra raza."
En época romana,
la figura del mismo Orfeo se había vuelto trágica. No sólo perdió a Eurídice
por segunda vez, sino que él mismo sufrió una muerte cruel. Se dice que regresó
a su Tracia nativa para intentar reformar a sus habitantes, pero cayó en
desgracia a causa de las Ménades, mujeres seguidoras de los ritos no
regenerados de Dionisio. Gritando para silenciar sus mágicos cantos, lo
descuartizaron miembro por miembro. Pero su cabeza flotó hacia el mar y se
guareció en una roca de las isla de Lesbos, donde continuó cantando. Él mismo
fue absorbido por su padre Apolo, y su lira fue exaltada a las estrellas como
la constelación de Lira.
Con esta versión
de su mito, Orfeo ocupó su lugar entre los otros salvadores sufrientes cuyos
cultos eran populares en la Roma cosmopolita: Dionisio, Atis, Adonis, Hércules,
Osiris y Jesús de Nazareth. Estos seres divinos ofrecían una relación personal
con sus devotos que mucha gente encontró más satisfactoria que los distantes
dioses olímpicos. Lo que estaba implicado es que así como ellos mismos habían
sufrido, muerto y regresado a su cielo nativo, así harían sus seguidores.
Algunos de los
primeros cristianos consideraron a Orfeo como una especie de santo pagano,
hasta confundir su imagen con la de Jesús. Los dos salvadores eran semidioses
de ascendencia real que buscaron remodelar una religión existente en bien de la
humanidad. Ambos descendieron al Hades para rescatar a seres queridos de la
muerte eterna. Sus religiones enseñaban la inmortalidad potencial del alma,
dependiendo de las acciones de cada uno en la vida. Ambos sufrieron muertes
trágicas como sacrificio en aras de la religión que intentaban reformar: Orfeo,
como la víctima desmembrada de la orgía dionisíaca; Jesús, en la imagen del
Cordero degollado para la cena Pascual. Sus relaciones con la religión de
origen fueron extremamente ambiguas. Jesús, aunque reconocía al dios judío
Yahvéh como su padre celestial, fue considerado por los teólogos conservadores
como que había muerto para apaciguar la ira de Yahvéh contra la humanidad.
Orfeo fue asesinado por los sectarios de Dionisio, en un remedo de la muerte de
éste.
La importancia
otorgada a la vida futura alentó tanto a órficos como a cristianos a posponer
sus placeres en ésta. Ambos grupos anhelaban vivir una vida de castidad y abstinencia
(los órficos eran vegetarianos) que era bastante incongruente con la sociedad
que los rodeaba. También era causa de sorpresa que ambos practicaran la amistad
hacia los extraños, no solamente hacia gente de su misma raza y credo, como
griegos y judíos tendían a hacer. Pero esta era una conclusión natural del
principio de que cada persona era en esencia divina. Consecuentemente, el
Orfismo fue la primera religión en Europa, y tal vez en todas partes, en
predicar lo que creemos virtudes "cristianas", en prometer una vida
posterior cuya cualidad dependía de su práctica, y en instituir misterios como
un preámbulo del futuro destino del alma.
Los órficos
habían sido los primeros filósofos de Grecia y los ancestros espirituales de
las escuelas pitagórica y platónica, renombradas por su ascetismo y su creencia
en la inmortalidad del alma. Ahora, en el resurgimiento Orfico, imprimieron sus
principios a la nueva religión. A través de una codificación numérica de
palabras claves y frases en el (Nuevo) Testamento griego, la Cristiandad fué
vinculada con la tradición Pitagórica, en la cual la música y el número eran
los primeros principios del universo. Pero este conocimiento no era para
consumo general: era esotérico. El Orfismo fue la primera religión esotérica en
dos aspectos: primero, impuso el sello de los Misterios, de manera que las
enseñanzas impartidas en la iniciación no eran reveladas a extraños; segundo,
dió una interpretación más profunda, simbólica, a mitos existentes tales como
la Teogonía (genealogía de los dioses Greco–Romanos). Desde entonces, los
Misterios y el conocimiento de significados ocultos en las escrituras han sido
dos de las principales marcas del esoterismo.
El impulso
Orfico sobrevive hasta hoy, no tanto en la religión sino en las artes, de las
que Apolo es el patrón tradicional y las Musas las inspiradoras. Estas
"artes" eran originalmente disciplinas más próximas en ciertos
sentidos a lo que nosotros llamamos ciencias: incluían historia y astronomía,
además de danza, música, poesía, y drama. Sus efectos eran calculados, hasta en
el sentido literal de estar gobernadas por las matemáticas. Lo cual es obvio en
el caso de la astronomía y la música. Pero la poesía, también, se expresa
controlada por el número rítmico. La danza es movimiento rítmico y geométrico;
el drama y la historia regulan los recuerdos sueltos y los rumores sobre
eventos terrenos y divinos, y los transforman en lecciones morales y
filosóficas. Cualquiera que sea la condición de las artes hoy en día, el papel
de las Musas no era originalmente el de entretener a las personas sino el de
civilizarlas, utilizando técnicas deliberadas y altamente desarrolladas
basadas, en su mayor parte, en números. Esto nos devuelve a las elaboradas
matemáticas de Stonehenge y otros monumentos prehistóricos, y a la visión de
John Michell de una civilización conservada en estado de gracia mediante el
incansable cantar de una canción mántica, su música regida por número y
proporción.
Se dice que
Orfeo, cantando acompañado de la lira de Apolo, tenía el poder de conmover toda
clase de cuerpo y alma. Pudo forzar a separarse a las rocas que entrechocan,
para que el barco de los Argonautas pasara a salvo entre ellas; consiguió tocar
los propios corazones de los dioses. Piedras que han sido "movidas" y
colocadas en orden geométrico son la substancia tanto de Stonehenge como de los
templos griegos, monumentos que aún en su ruina imponen reverente respeto y
transmiten un sentido de sublime armonía. La música, asimismo, aunque no
consista en otra cosa que en aire vibrando de acuerdo a leyes matemáticas, ha
tenido siempre el inexplicable poder de tocar el corazón y exaltar el espíritu.
En una civilización bien ordenada, las dos artes de la arquitectura y la música
trabajan unidas: la primera, en proporcionar armoniosos entornos para el cuerpo
y deleitar la vista; la segunda en deleitar el oído y producir armonía en el
alma.
Este es el ideal
Orfico y Apolíneo, manifestado en todas aquellas obras de arte que llamamos
"clásicas". No son exclusivas de Grecia, en ningún sentido. En la
China antigua, por ejemplo, una música hierática, acompañada de ceremonias
religiosas, fue reconocida como el mejor medio para procurar la paz en el
Imperio y el buen gobierno de sus ciudadanos. También México cuenta con una
versión del clasicismo apolíneo en la arquitectura de los mayas, que, al igual
que los círculos de piedra europeos, estaba geométricamente planeada y
cósmicamente orientada. Occidente ha tenido fases clásicas en todas las artes
cuando el auge de un cierto estilo es alcanzado, y con él una imagen de
diversidad armónica tan tranquilizadora como el paso regular del sol a través
de las estaciones.
En la música
occidental, las siete cuerdas de la lira de Apolo resuenan como la escala
diatónica (las notas blancas del piano). Su manifestación más
"clásica" no se halla en Bach o Mozart, sino en el canto llano que
sirvió a la Iglesia Cristiana por mil quinientos años o más, antes de ser
desplazado por tipos más sofisticados de música y luego descartado totalmente.
La reciente popularidad del canto llano entre una generación que nunca asistió
a la iglesia puede ofender a los tradicionalistas porque la música y su letra
son apartadas de su contexto litúrgico. Pero el resurgimiento del canto llano
demuestra que el poder tranquilizador, curativo y elevador del canto diatónico
sin acompañamiento es sentido por el alma intuitivamente, tal como fuera en
tiempos de Orfeo. El hecho de que se empleara por un tiempo en el culto cristiano
y se le dieran palabras en latín es un asunto secundario.
¿Afecta
directamente la música y el arte la cualidad de una civilización?
Nadie puede
decir con certeza si esta premisa órfica es correcta, debido a que no ha sido
puesta en práctica en tiempos modernos. Los gobiernos totalitarios han hecho
una burla de la idea. Los nazis prohibieron la música atonal porque era
incomprensible para sus patrones culturales, y el jazz porque era negro de
origen. Los comunistas rusos prohibieron la música atonal por la misma razón, y
el rock 'n' roll porque estaba asociado con la protesta y la influencia
occidental. Estos fueron escasamente los verdaderos motivos para controlar la
música de un pueblo. Pero los gobernadores en cuestión no eran filósofos–reyes,
los únicos de los que podría esperarse llevaran los intereses espirituales de
sus súbditos en el corazón, y tuvieran el conocimiento de cómo llevarlos
adelante.
Algunos de
nuestros políticos parecen tener el modelo del filósofo–rey en mente, al emprender
un bien merecido ataque contra ciertas formas de cultura comercial y música
popular. Aun si no son estas las causas de la decadencia moral, reflejan con
exactitud el estado espiritual de muchas personas. Cuando las artes son
profanas y sin propósito, y habitan en la fealdad y el vicio, se puede estar
seguro de que el alma de la nación no goza de buena salud. Si los Orficos están
en lo correcto, este es un asunto tan serio como la malnutrición de los pobres
en nuestra civilización. El panorama es desolador para aquellas almas
alimentadas solamente con la comida rápida y los aditivos venenosos de la
cultura popular. ¿Cómo será para ellos entrar en el dominio del alma sin cantos
que cantar, sin poesía que encante a Plutón y Perséfone?
La solución
Orfica, y la Cristiana, no es forzar a las personas sino persuadirlas suavemente
hacia un mejor camino. Esto se puede ver en las acciones de sus fundadores,
cuando intentaron reformar las tradiciones Dionisíaca y Mosaica. También los
fundadores de América, que absorbieron los principios Orficos a través de la
Masonería, escogieron deliberadamente la libertad, no el rigor, como escuela
para sus ciudadanos. Con un optimismo que, en los días buenos, todavía podemos
compartir, permitían a cada persona regular su propia vida, religiosa, estética
y privada.
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