Los más famosos de los antiguos Misterios religiosos fueron los eleusinos, cuyos ritos se celebraban cada cinco años en la ciudad de Eleusis para honrar a Ceres (Deméter, Rea o Isis) y a su hija, Perséfone. Los iniciados de la escuela eleusina eran famosos en toda Grecia por la belleza de sus conceptos filosóficos y la elevada moralidad que demostraban en su vida cotidiana. Debido a su excelencia, estos Misterios se expandieron a Roma y a Gran Bretaña y posteriormente se hicieron iniciaciones en estos dos países.
Por lo general se
cree que los Misterios eleusinos, que
reciben este nombre por la comunidad
del Ática en la que se celebraron por
primera vez aquellos dramas sagrados,
fueron fundados por Eumolpo alrededor
de mil cuatrocientos años antes del
nacimiento de Cristo y, a través de la
filosofía platónica, sus principios se han
conservado hasta la actualidad.
Los ritos de Eleusis, con sus
interpretaciones místicas de los secretos
más valiosos de la naturaleza,
eclipsaron a las civilizaciones de su
época y poco a poco fueron absorbiendo
muchas escuelas más pequeñas e
incorporaron a su propio sistema toda la
información valiosa que tuvieran
aquellas instituciones menores.
Heckethorn encuentra en los Misterios
de Ceres y de Baco una metamorfosis de
los ritos de Isis y Osiris y existen
motivos de sobra para pensar que todas
las escuelas consideradas secretas del
mundo antiguo eran ramas de un mismo
árbol filosófico que, con su raíz en el
cielo y sus ramas en la tierra, es —como
el espíritu humano— una causa invisible
pero omnipresente de los medios
objetivados que la expresan. Los
Misterios eran los canales a través de
los cuales se difundía aquella luz
filosófica única y sus iniciados
resplandecientes de comprensión
intelectual y espiritual, eran el fruto
perfecto del árbol divino, que daba fe
ante el mundo material de la fuente
recóndita de la luz y la verdad.
Los ritos de Eleusis se dividían en
los llamados Misterios mayores y los
menores.
Según James Gardner, los
Misterios menores se celebraban en
primavera (probablemente en la época
del equinoccio vernal) en la ciudad de
Agrae y los mayores, en otoño (la época
del equinoccio otoñal) en Eleusis o en
Atenas. Se supone que los primeros se
cumplían todos los años y los segundos,
cada cinco años. Los rituales de los
eleusinos eran muy complicados y para
comprenderlos había que tener un
conocimiento profundo de la mitología
griega, que ellos interpretaban bajo su
luz esotérica con ayuda de sus claves
secretas.
Los Misterios menores estaban
dedicados a Perséfone.
En Eleusinian and Bacchic Mysteries, Thomas Taylor resume su finalidad con estas palabras:
«Los Misterios menores habían sido
ideados por los teólogos antiguos, sus
fundadores, para representar de forma
oculta la condición del alma impura
dotada de un cuerpo terrenal y envuelta
en una naturaleza material y física».
La leyenda que se utiliza en los ritos
menores es la del rapto de la diosa
Perséfone, hija de Ceres, por Plutón, el
señor de los infiernos, o el Hades.
Mientras Perséfone está cogiendo flores
en un prado hermoso, de pronto se abre
la tierra y el sombrío señor de la muerte,
en un carruaje magnífico, sale de las
lúgubres profundidades, la coge en sus
brazos y se lleva a la diosa, que grita y
forcejea, a su palacio subterráneo,
donde la obliga a convertirse en su
reina.
Es poco probable que muchos de los
iniciados comprendieran el significado
místico de esta alegoría, porque parece
que muchos pensaban que se refería
exclusivamente a la sucesión de las
estaciones. Cuesta obtener información
satisfactoria acerca de los Misterios,
porque los candidatos estaban obligados
por juramentos inviolables a no revelar
jamás a los profanos los secretos más
recónditos. Al comienzo de la
ceremonia de iniciación, el candidato se
ponía de pie sobre la piel de los
animales que habían sido sacrificados a
tal fin y juraba que la muerte sellaría sus
labios antes de que divulgaran las
verdades sagradas que estaban a punto
de comunicarle. No obstante, algunos de
sus secretos se han conservado por
canales indirectos. Las enseñanzas que
se transmitían a los neófitos eran,
esencialmente, las siguientes:
El alma humana —a menudo llamada
«psique» y en los Misterios eleusinos
simbolizada por Perséfone— es,
esencialmente, algo espiritual. En
realidad, habita en los mundos
superiores, donde, al no estar limitada
por la forma material ni por los
conceptos materiales, se dice que está
verdaderamente viva y se puede
expresar. Según esta doctrina, la
naturaleza humana o física del hombre
es una tumba, un atolladero, algo falso y
efímero, la causa de todos los pesares y
sufrimientos. Platón describe el cuerpo
como el sepulcro del alma, con lo cual
no se refiere solo a la forma humana,
sino también a la naturaleza humana.
La melancolía y el abatimiento de
los Misterios menores representaban el
sufrimiento del alma espiritual, que no
puede expresarse porque ha aceptado
las limitaciones y las ilusiones del
entorno humano. El quid del argumento
eleusino era que el hombre no era ni
mejor ni más sabio después de muerto
que durante su vida. Si no supera la
ignorancia durante su estancia aquí, al
morir ingresa en la eternidad para
deambular para siempre, cometiendo los
mismos errores que aquí. Si no deja
atrás el deseo de bienes materiales aquí,
lo llevará consigo al mundo invisible,
donde, como nunca puede satisfacer ese
deseo, permanecerá en una agonía
interminable.
El Infierno de Dante
describe simbólicamente los
sufrimientos de aquellos que jamás han
desprendido su naturaleza espiritual de
las ansias, los hábitos, los puntos de
vista y las limitaciones de su
personalidad plutónica. Los que no
habían hecho ningún esfuerzo por
superarse (aquellos cuyas almas han
dormido) durante su vida física, al morir
entraban en el Hades, donde, tumbados
en hileras, dormían durante toda la
eternidad como habían dormido durante
su vida.
Para los filósofos eleusinos, el
nacimiento en el mundo físico era la
muerte en el sentido más amplio de la
palabra y el único nacimiento verdadero
era el del alma espiritual del hombre al
salir del vientre de su propia naturaleza
carnal. «El alma que duerme está
muerta», dice Longfellow y así
establece la tónica de los Misterios
eleusinos. Del mismo modo en que
Narciso, mientras se contemplaba a sí
mismo en el agua —los antiguos usaban
este elemento móvil como símbolo del
universo transitorio, ilusorio y material
—, perdió la vida al tratar de abrazar su
reflejo, el hombre que se mira en el
espejo de la naturaleza y acepta como su
ser verdadero el barro sin sentido que
ve reflejado pierde la oportunidad que
le brinda su vida física de desarrollar su
ser inmortal e invisible.
Un iniciado antiguo dijo en una
ocasión que los vivos están gobernados
por los muertos.
Solo los que están
familiarizados con el concepto eleusino
de la vida pueden entender esta
afirmación. Significa que la mayoría de
las personas no se rigen por su espíritu
vivo, sino por su personalidad animal
sin sentido y, por lo tanto, muerta. Estos
Misterios enseñaban la transmigración y
la reencarnación, aunque de una forma
algo insólita. Se creía que a medianoche
los mundos invisibles estaban más cerca
de la esfera terrestre y que las almas que
adquirían existencia material se
deslizaban en ella a medianoche. Por tal
motivo, muchas de las ceremonias
eleusinas se celebraban a esa hora.
Algunos de los espíritus dormidos que
no habían logrado despertar su
naturaleza superior durante su vida
terrenal y que entonces flotaban por ahí
en los mundos invisibles, rodeados por
una oscuridad que ellos mismos habían
creado, de vez en cuando se introducían
a esa hora y adoptaban la forma de
diversas criaturas.
Los místicos de Eleusis también
hacían hincapié en lo malo del suicidio
y explicaban que en torno a este delito
había un misterio profundo del cual no
podían hablar, aunque advertían a sus
discípulos que un gran pesar embargaba
a todos los que se quitaban la vida. Esto,
en esencia, constituye la doctrina
esotérica que se transmitía a los
iniciados en los Misterios menores.
Como este grado se refería sobre todo a
las miserias de aquellos que no
conseguían aprovechar al máximo sus
oportunidades filosóficas, las cámaras
de iniciación eran subterráneas y los
horrores del Hades se representaban de
forma vívida en un complejo drama
ritualista. Cuando lograba atravesar los
tortuosos corredores, con sus pruebas y
sus peligros, el candidato recibía el
título honorario de mystes, que quería
decir «alguien que ve a través de un
velo o tiene una visión confusa».
También significaba que el candidato
había llegado hasta el velo, que
desaparecería en el grado superior. Es
probable que la palabra moderna
«místico», en el sentido de alguien que
busca la verdad siguiendo los dictados
de su corazón y el camino de la fe,
derive de aquella palabra antigua,
porque la fe es creer en la realidad de
las cosas que no se ven o están veladas.
Los Misterios mayores (a los cuales
el candidato solo era admitido cuando
había superado las pruebas de los
menores e, incluso en ese caso, no
siempre) estaban consagrados a Ceres,
la madre de Perséfone, a la que
representan deambulando por el mundo
en busca de su hija raptada. Ceres
portaba dos antorchas: la intuición y la
razón, para ayudarla en la búsqueda de
su hija perdida (el alma). Finalmente,
localizaba a Perséfone no muy lejos de
Eleusis y, en señal de gratitud, enseñaba
a su pueblo a cultivar el grano, que era
sagrado para ella, y también fundaba los
Misterios. Ceres comparecía ante
Plutón, el dios de las almas de los
muertos, y le suplicaba que permitiera a
Perséfone regresar a su casa.
Al
principio, el dios se negaba, porque
Perséfone había comido un trozo de
granada, el fruto de la mortalidad.
Finalmente, sin embargo, cedía y
accedía a dejar que Perséfone viviera en
el mundo superior la mitad del año, si
pasaba con él la otra mitad en la
oscuridad del Hades.
Para los griegos, Perséfone era una
manifestación de la energía solar, que en
los meses de invierno vivía bajo tierra
con Plutón, pero en verano regresaba
otra vez con la diosa de la
productividad. Según la leyenda, las
flores adoraban a Perséfone y todos los
años, cuando ella se marchaba hacia los
reinos oscuros de Plutón, las plantas y
los arbustos morían de tristeza. Mientras
los profanos y los no iniciados tenían
sus propias opiniones sobre estos temas,
los sacerdotes —ellos eran los únicos
que reconocían lo sublime de aquellas
grandes parábolas filosóficas y
religiosas— mantuvieron ocultas en
lugar seguro las verdades de las
alegorías griegas.
Thomas Taylor tipifica las doctrinas
de los Misterios mayores con las
siguientes palabras:
«Los (Misterios)
mayores dan a entender vagamente,
mediante visiones místicas y
espléndidas, la dicha del alma tanto aquí
como después cuando se purifica del
envilecimiento de la naturaleza material
y se eleva constantemente a las
realidades de la visión intelectual
(espiritual)».
Mientras que los Misterios menores
trataban de la época prenatal del
hombre, cuando la conciencia, en sus
nueve días (embriológicamente, meses),
descendía al reino de la ilusión y asumía
el velo de la irrealidad, los Misterios
mayores trataban de los principios de la
regeneración espiritual y revelaban a los
iniciados no solo el método más
sencillo, sino también el más directo y
completo de liberar sus naturalezas
superiores de la esclavitud de la
ignorancia material. Como Prometeo
encadenado a la cima del monte
Cáucaso, la naturaleza superior del
hombre está encadenada a su
personalidad inadecuada.
Los nueve
días de iniciación también simbolizaban
las nueve esferas que atraviesa el alma
en su descenso, durante el proceso de
adoptar una forma terrestre. No se
conocen los ejercicios secretos para el
desarrollo espiritual que se daban a los
discípulos de los grados superiores,
aunque existen motivos para pensar que
eran similares a los Misterios
brahmánicos, porque se sabe que las
ceremonias eleusinas finalizaban con las
palabras sánscritas konx om par.
CERES, LA PATRONA DE
LOS MISTERIOS
Pintura mural de Pompeya
Ceres, o Deméter, era la hija de
Crono y Rea y con Zeus tuvo a
Perséfone. Algunos la
consideran la diosa de la tierra,
pero en realidad es la divinidad
que protege la agricultura en
general y el grano en particular.
La amapola es sagrada para ella
y a menudo aparece llevando
una guirnalda de estas flores o
adornándose con ella.
En los
Misterios se representa a Ceres sentada en un carro tirado por
serpientes aladas.
La parte de la alegoría que se refiere a
los dos períodos de seis meses, durante
uno de los cuales Perséfone debe
permanecer con Plutón, mientras que,
durante el otro, puede volver a visitar el
mundo superior, reflexión profunda. Es
probable que los eleusinos supieran que
el alma se marcha del cuerpo durante el
sueño o que, por lo menos, adquiría la
capacidad de marcharse gracias al
entrenamiento especial que, sin duda,
estaban en condiciones de brindarle. Por
consiguiente, Perséfone permanecería
como soberana del reino de Plutón
durante las rituales durante los períodos
de sueño. Se enseñaba al iniciado a
interceder ante Plutón para que
permitiera que Perséfone (el alma del
iniciado) ascendiera desde la oscuridad
de su naturaleza material hacia la luz del
conocimiento. Cuando así se desprendía
de las ataduras del barro y de los
conceptos cristalizados, el iniciado se
liberaba no solo durante el período de
su vida, sino para toda la eternidad,
porque, a partir de entonces nunca más
era despojado de aquellas cualidades
del alma que después de la muerte eran
sus medios de manifestación y expresión
en el llamado mundo celestial.
En contraste con la idea del Hades
como un estado de oscuridad inferior, se
decía que los dioses vivían en lo alto de
las montañas; un buen ejemplo de esto lo
encontramos en el monte Olimpo, donde
se supone que vivían juntas las doce
divinidades griegas. Por consiguiente,
en su deambular iniciático, el neófito
entraba en cámaras cada vez más
brillantes para representar el ascenso
del espíritu desde los mundos inferiores
hacia el terreno de la felicidad absoluta.
Como punto culminante de sus andanzas,
ingresaba en una gran sala abovedada,
en cuyo centro se alzaba una estatua de
la diosa Ceres brillantemente iluminada,
donde, en presencia del hierofante y
rodeado por sacerdotes con vestiduras
espléndidas, era instruido en los
misterios secretos más elevados de
Eleusis. Al concluir la ceremonia, era
aclamado como epoptes, que significa
«alguien que ha visto con sus propios
ojos». Por este motivo, la iniciación
también se llamaba «autopsia». A
continuación, entregaban al epoptes
determinados libros sagrados,
probablemente escritos en clave, junto
con unas tablillas de piedra que
llevaban grabadas las instrucciones
secretas.
En The Obelisk in Freemasonry,
John A. Weisse describe a los
personajes que ofician los Misterios
eleusinos como un hierofante masculino
y otro femenino, que dirigían las
iniciaciones; un hombre y una mujer
portadores de antorchas; un heraldo, y
un hombre y una mujer encargados del
altar. Había también numerosos
ayudantes de menor importancia. Dice
que, según Porfirio, el hierofante
representa al demiurgo platónico o
creador del mundo; el portador de la
antorcha, al sol; el encargado del altar, a
la luna; el heraldo, a Hermes o
Mercurio, y los demás ayudantes, a las
estrellas menores.
Según se deduce de los documentos
disponibles, los rituales iban
acompañados de gran cantidad de
fenómenos extraños y aparentemente
sobrenaturales.
Muchos iniciados
sostienen que realmente han visto a los
propios dioses vivos. Si esto era
consecuencia del éxtasis religioso o de
una auténtica cooperación de los
poderes invisibles con los sacerdotes
visibles seguirá siendo un misterio. En
Las metamorfosis o El asno de oro,
Apuleyo describe con las siguientes
palabras lo que con toda probabilidad
fue su iniciación en los Misterios
eleusinos:
«Me acerqué a los confines
de la muerte y, después de pisar
el umbral de Proserpina, regresé
y me llevaron por todos los
elementos. A medianoche vi el
sol que brillaba con una luz
espléndida y me acerqué
claramente a los dioses de abajo
y los dioses de arriba y de cerca
los adoré».
En los Misterios de Eleusis se
admitían las mujeres y los niños y hubo
una época en la que realmente había
miles de iniciados. Como toda aquella
gente no estaba preparada para las
doctrinas espirituales y místicas más
elevadas, era inevitable que se
produjera una división dentro de la
misma sociedad. Las enseñanzas más
elevadas solo se transmitían a una
cantidad limitada de iniciados, que, por
su mentalidad superior, manifestaban
una comprensión global de los
conceptos filosóficos básicos.
Sócrates
se negó a ser iniciado en los Misterios
eleusinos, porque, como conocía sus
principios a pesar de no pertenecer a la
orden, se dio cuenta de que ser miembro
le sellaría los labios Que los Misterios
eleusinos se basaban en verdades
grandes y eternas lo demuestra lo mucho
que los veneraban las mentes preclaras
de la Antigüedad. Se pregunta M.
Ouvaroff: «¿Habrían hablado de ellos
con tanta admiración Píndaro, Platón.
Cicerón y Epícteto si el hierofante se
hubiese conformado con proclamar en
voz alta sus propias opiniones o las de
su orden?».
Las prendas que llevaban los
candidatos al iniciarse se conservaban
durante muchos años y se creía que
poseían propiedades casi sagradas. Así
como el alma no se puede cubrir más
que de sabiduría y virtud, los
candidatos, que aún no poseían el
verdadero conocimiento, se presentaban
ante los Misterios desnudos; primero se
les daba la piel de algún animal y
después una prenda consagrada que
simbolizaba las enseñanzas filosóficas
que recibía el iniciado.
En el transcurso
de la iniciación, el candidato atravesaba
dos puertas. La primera conducía hacia
abajo, a los mundos inferiores, y
simbolizaba su nacimiento a la
ignorancia. La segunda conducía hacia
arriba, a una habitación muy iluminada
con lámparas invisibles, en la que
estaba la estatua de Ceres y que
simbolizaba el mundo superior o la casa
de la Luz y la Verdad. Estrabón afirma
que en el gran templo de Eleusis cabían
entre veinte y treinta mil personas. Las
cuevas dedicadas por Zaratustra también
tenían estas dos puertas que
simbolizaban la vía del nacimiento y la
de la muerte.
El siguiente párrafo, tomado de
Porfirio, nos brinda una impresión
bastante adecuada del simbolismo
eleusino: «Al ser Dios un principio
luminoso que reside en medio del fuego
más etéreo, siempre permanece invisible
a los ojos de aquellos que no se elevan
por encima de la vida material: en este
sentido, la visión de cuerpos
transparentes, como el cristal, el mármol
de Paros e incluso el marfil, recuerda la
idea de la luz divina, como la visión del
oro despierta la idea de pureza, porque
el oro no se puede mancillar. Algunos
han pensado que una piedra negra
simbolizaba la invisibilidad de la
esencia divina.
Para expresar la razón
suprema, la Divinidad se representaba
con forma humana y hermosa, porque
Dios es la fuente de la belleza; con
diferentes edades y en diversas
actitudes, sentada o de pie, de un sexo u
otro, como una virgen o un joven, un
esposo o una novia, para que se
pudieran marcar todos los tonos y los
matices. Por consiguiente, todo lo
luminoso se atribuía a los dioses; la
esfera y todo lo que es esférico, al
universo, al sol y la luna y en ocasiones
a la Fortuna y la Esperanza: el círculo y
todas las figuras circulares, a la
eternidad: a los movimientos celestes, a
los círculos y las zonas de los cielos; la
sección de los círculos, a las fases de la
luna, y las pirámides y los obeliscos, al
principio ígneo y, a través de este, a los
dioses del cielo. Un cono expresa el sol;
un cilindro, la tierra; el falo y el
triángulo (símbolo de la matriz)
designan la generación».
Según Heckethorn, los Misterios
eleusinos sobrevivieron a todos los
demás y no dejaron de existir como
institución hasta casi cuatrocientos años
después de Cristo, cuando finalmente los
suprimió Teodosio (llamado «el
Grande»), que destruyó con crueldad
todo lo que no aceptaba la fe cristiana.
Con respecto a esta, que fue la más
grande de todas las instituciones
filosóficas dijo Cicerón que enseñaba a
los hombres no solo a vivir, sino
también a morir.
Los misterios órficos
Orfeo, el bardo tracio y gran iniciador
de los griegos, dejó de ser conocido
como hombre y fue alabado como
divinidad varios siglos antes de la era
cristiana. Escribe Thomas Taylor: «En
cuanto al propio Orfeo […], casi no se
encuentran vestigios de su vida entre las
inmensas ruinas del tiempo. Porque
¿quién ha podido asegurar jamás algo
con certeza acerca de su origen, su edad,
su país y su condición? De lo único de
lo que podemos estar seguros, de común
acuerdo, es de que antiguamente vivió
una persona llamada Orfeo, que fue el
fundador de la teología entre los
griegos, el que instituyó su vida y su
moral, el primero de los profetas y el
príncipe de los poetas; él mismo era hijo
de una musa y enseñó a los griegos sus
ritos y sus misterios sagrados; de su
sabiduría, como de una fuente perenne y
abundante, brotaron la musa divina de
Homero y la teología sublime de
Pitágoras y Platón». Orfeo fue el fundador del sistema
mitológico griego, que le sirvió para
promulgar sus doctrinas filosóficas. El
origen de su filosofía es incierto.
Es
posible que la obtuviera de los
brahmanes y hay leyendas que dicen que
era hindú; su nombre podría derivar de
ὀρφανῖος, que significa «oscuro».
Orfeo fue iniciado en los Misterios
egipcios, de los cuales obtuvo amplios
conocimientos de magia, astrología,
hechicería y medicina. También le
fueron confiados los Misterios cabíricos
de Samotracia, que contribuyeron, sin
duda, a sus conocimientos de medicina y
de música. La historia de amor de Orfeo
y Eurídice es uno de los episodios
trágicos de la mitología griega y,
aparentemente, constituye la
característica más destacada del rito
Órfico. Cuando intentaba huir de un
villano que pretendía seducirla,
Eurídice murió como consecuencia del
veneno que le inyectó una serpiente
venenosa que la picó en el talón.
Orfeo
penetró hasta lo más profundo del
infierno y tanto encantó a Plutón y a
Perséfone con la belleza de su música
que estuvieron de acuerdo en permitir a
Eurídice volver a la vida, si Orfeo la
conducía otra vez al reino de los vivos
sin darse la vuelta ni una sola vez para
ver si ella lo seguía. Sin embargo, tan
grande era su temor de que ella se
alejase de él que volvió la cabeza y
Eurídice, con un grito desconsolado, fue
arrastrada otra vez al reino de la muerte.
Orfeo deambuló un tiempo por la
tierra, desconsolado, y hay varias
versiones distintas sobre la forma en que
murió. Algunas dicen que lo mató un
rayo; otras, que, al no conseguir salvar a
su amada Eurídice, se suicidó. No
obstante, la versión que se suele aceptar
de su muerte es que lo destrozaron las
ménades de Ciconia por haberlas
desdeñado. En el libro décimo de la
República de Platón, se anuncia que, por
su triste destino a manos de mujeres, el
alma de quien había sido Orfeo, al ser
destinada a vivir otra vez en el mundo
físico, prefirió regresar en el cuerpo de
un cisne a nacer de una mujer.
La cabeza
de Orfeo, tras ser arrancada de su
cuerpo, fue arrojada al río Hebro junto
con su lira y llegó flotando hasta el mar,
donde quedó en una grieta de la roca y
dio oráculos durante muchos años.
La
lira, después de haber sido robada de su
santuario y de contribuir a la destrucción
del ladrón, fue recogida por los dioses,
que la convirtieron en una constelación.
Hace tiempo que se alaba a Orfeo
como patrono de la música. En su lira de
siete cuerdas tocaba armonías tan
perfectas que hasta los propios dioses
reconocían su poder. Cuando tocaba las
cuerdas de su instrumento, las aves y los
animales se reunían a su alrededor y,
cuando paseaba por los bosques, sus
encantadoras melodías hacían que hasta
los viejos árboles se esforzaran por
arrancar sus raíces nudosas de la tierra
para seguirlo. Orfeo es uno de los
numerosos inmortales que se
sacrificaron para que la humanidad
pudiera alcanzar la sabiduría de los
dioses.
Comunicaba a los hombres los
secretos divinos mediante el simbolismo
de su música y varios autores han
manifestado que, aunque los dioses lo
amaban, temían que derrocara su reino y,
por consiguiente y a su pesar,
provocaron su destrucción.
A medida que fue pasando el tiempo,
el Orfeo histórico llegó a confundirse
por completo con la doctrina que
representaba y acabó convirtiéndose en
el símbolo de la escuela griega de la
Sabiduría Antigua. Así, pues, Orfeo fue
declarado hijo de Apolo, la verdad
divina y perfecta, y de Calíope, la musa
de la armonía y el ritmo. En otras
palabras, Orfeo es la doctrina secreta
(Apolo) revelada a través de la música
(Calíope). Eurídice es la humanidad que
muere por la picadura de la serpiente
del falso conocimiento y queda
prisionera en el infierno de la
ignorancia. En esta alegoría, Orfeo
representa la teología, que consigue
ganársela al rey de los muertos, aunque
no logra resucitarla, porque juzga mal y
desconfía del conocimiento innato que
hay dentro del alma humana.
Las
mujeres de Ciconia que descuartizaron a
Orfeo simbolizan las diversas facciones
teológicas rivales que destruyen el
cuerpo de la Verdad. Sin embargo, no lo
consiguen mientras sus gritos
discordantes no ahogan la armonía que
Orfeo producía con su lira mágica.
La
cabeza de Orfeo representa las doctrinas
esotéricas de su culto, que siguen
viviendo y hablando aun después de que
su cuerpo (el culto) haya sido destruido.
La lira es la enseñanza secreta de Orfeo;
las siete cuerdas son las siete verdades
divinas que constituyen las claves del
conocimiento universal. Las diferentes
versiones de su muerte representan los
distintos medios utilizados para destruir
las enseñanzas secretas: la sabiduría
puede morir de muchas formas
diferentes al mismo tiempo.
La alegoría
de Orfeo encarnado en el cisne blanco
significa, simplemente, que las verdades
espirituales que promulgó continuarán y
serán enseñadas por los iniciados
iluminados de todos los siglos futuros.
El cisne es el símbolo de los iniciados
en los Misterios y también es símbolo
del poder divino que ha creado el
mundo.
Los ritos báquicos y dionisíacos
El rito báquico gira en torno a la
alegoría del joven Baco (Dioniso o
Zagreo), que fue descuartizado por los
titanes. Estos gigantes consiguieron
destruir a Baco al hacer que quedara
fascinado por su propia imagen
reflejada en un espejo. Tras
desmembrarlo, los titanes primero
hirvieron los trozos en agua y después
los asaron. Palas rescató el corazón del
dios asesinado y esta precaución
permitió a Baco (Dioniso) volver a
surgir con todo su esplendor anterior.
Júpiter, el demiurgo, que vio el crimen
de los titanes, les arrojó sus rayos y los
mató y quemó sus cadáveres hasta
reducirlos a cenizas con el fuego
celestial. De las cenizas de los titanes,
que también contenían una parte de la
carne de Baca cuyo cuerpo habían
devorado en parte, fue creada la raza
humana. Por eso se decía que la vida
cotidiana de los hombres contenía una
parte de la vida báquica.
Por este motivo, los Misterios
griegos advertían contra el suicidio.
Aquel que intente destruirse alza su
mano contra la naturaleza de Baco que
lleva en su interior, ya que el cuerpo del
hombre es, indirectamente, la tumba de
este dios y, por consiguiente, hay que
conservarlo con el máximo cuidado.
PROCESIÓN DEL RITO DE
BACO
Ovidio: Metamorfosis
En la iniciación de los Misterios
Báquicos, el rol de Baco está
representado por el candidato
que, puesto por los sacerdotes
bajo la guía de los Titanes, es
asesinado y, finalmente, devuelto
nuevamente a la vida en medio
nuevamente a la vida en medio
de un gran regocijo.
Los
Misterios Báquicos se daban
cada tres años, y, al igual que los
Misterios Eleusinos, se dividían
en dos grados. Los iniciados
eran coronados con mirtos y
hiedras, plantas que eran
sagradas para Baco.
En Anacalipsis, Godfrey
Higgins finalmente establece a
Baco (Dionisio) como una de las
antiguas formas paganas del
mito del Cristos: «El lugar de
nacimiento de Baco, llamado
Sabazius o Sabaoth, fue
reclamado por varios lugares en
Grecia; pero en Monte Zelmisus,
en Tracia, su adoración parece
haber sido celebrada en gran
manera.
Nacido de una virgen el
25 de diciembre, hizo grandes
milagros por el bien de la
humanidad; particularmente uno
en el cual convirtió el agua en
en el cual convirtió el agua en
vino; condujo una procesión
triunfal sobre un asno; fue
muerto por los Titanes, y
resucitó de entre los muertos el
25 de marzo: siempre fue
llamado el Salvador.
En sus
misterios, era mostrado a la
gente como los cristianos en
Roma muestran a un infante la
mañana de Navidad».
Aunque Apolo generalmente
representa al sol, Baco también
es una forma de energía solar,
ya que su resurrección fue
realizada con la ayuda de Apolo.
La resurrección de Baco
simplemente representa la
extracción o desenmarañamiento
de las diferentes partes de la
constitución Báquica desde la
constitución titánica del mundo.
Esto está simbolizado por el
humo u hollín que sale de los
cuerpos quemados de los
cuerpos quemados de los
Titanes.
El alma está simbolizada
por el humo porque es extraída
del fuego de los Misterios. El
humo representa la ascensión
del alma, ya que la evolución es
el proceso del alma que se eleva,
como el humo, de la masa
material divinamente consumida.
En un tiempo, los Ritos Báquicos
eran de una orden superior, pero,
más tarde, fueron degradados.
Las Bacanales, u orgías de
Baco, son famosas en la
literatura.
Baco (Dioniso) representa el alma
racional del mundo inferior. Es el jefe
de los titanes, los artífices de las esferas
mundanas. Los pitagóricos lo llamaban
«la mónada titánica». De este modo,
Baco es la idea absoluta de la esfera
titánica y los titanes, o dioses de los
fragmentos, son los medios activos
gracias a los cuales la sustancia
universal se crea según el modelo de
esta idea. El estado báquico representa
la unidad del alma racional en un estado
de autoconocimiento y el estado titánico,
la diversidad del alma racional que, al
dispersarse por toda la creación, pierde
la conciencia de su propia unidad
esencial. El espejo que Baco contempla
y que constituye la causa de su caída es
el gran mar de ilusión, el mundo inferior
creado por los Titanes. Baco (el alma
racional mundana), al ver su imagen ante
él, la acepta como una semejanza suya e
infunde alma a la semejanza; es decir,
que la idea racional infunde alma a su
reflejo: el universo irracional.
Al
infundir alma a la imagen irracional, le
implanta el deseo de llegar a ser como
su origen: la imagen racional. Por
consiguiente, los antiguos decían que el
hombre no conoce a los dioses mediante
la lógica ni la razón, sino al advertir la
presencia de los dioses en su interior.
Después de que Baco se mirara en el
espejo y siguiera su propio reflejo hacia
la materia, el alma racional del mundo
fue dividida y repartida por los titanes
por toda la esfera mundana cuya esencia
natural es, pero no pudieron
desparramar el corazón, o la fuente. Los
titanes tomaron el cuerpo desmembrado
de Baco y lo hirvieron en agua, como
símbolo de la inmersión en el universo
material, que representa la
incorporación del principio báquico a la
forma.
Después asaron los trozos para
significar el posterior ascenso de la
naturaleza espiritual al salir de su forma.
Cuando Júpiter, padre de Baco y
demiurgo del universo, vio que los
titanes estaban involucrando
irremediablemente la idea racional o
divina al esparcir sus miembros a través
de los componentes del mundo inferior,
mató a los titanes para que la idea
divina no se perdiera por completo.
Con
las cenizas de los titanes formó la
humanidad, cuya existencia tenía por
objeto preservar y, con el tiempo,
liberar la idea báquica, o el alma
racional, de la maquinación titánica,
Júpiter, como demiurgo y creador del
universo material, es la tercera persona
de la triada creadora y, por consiguiente,
el señor de la muerte, porque la muerte
solo existe en la esfera inferior del ser
que él preside.
Se produce la
desintegración para que, a continuación,
pueda haber reintegración a un nivel
superior de la forma o la inteligencia.
Los rayos de Júpiter simbolizan su
poder desintegrador y revelan la
finalidad de la muerte, que es rescatar el
alma racional del poder devorador de la
naturaleza irracional.
El hombre es una criatura
compuesta, cuya naturaleza inferior
consiste en fragmentos de los titanes y
cuya naturaleza superior es la carne
(vida) sagrada e inmortal de Baco.
Por
eso, el hombre puede tener tanto una
existencia titánica (irracional) como una
báquica (racional).
Es probable que los
titanes de Hesíodo, que eran doce,
fueran análogos al zodiaco celeste,
mientras que los titanes que asesinaron y
descuartizaron a Baco representaran los
poderes zodiacales distorsionados por
su intervención en el mundo material. De
este modo, Baco representa el sol, que
es desmembrado por los signos del
Zodiaco y a partir de cuyo cuerpo se
forma el universo.
Cuando se crearon
las formas terrenales a partir de las
diversas partes de su cuerpo, se perdió
la sensación de integridad y se impuso
la sensación de separación. El corazón
de Baco, salvado por Palas, o Minerva,
fue extraído de los cuatro elementos
simbolizados por su cuerpo
desmembrado y llevado a las capas
celestiales.
El corazón de Baco es el
centro inmortal del alma racional.
Después de que el alma racional se
hubiese distribuido por toda la creación
y la naturaleza del hombre, se
instituyeron los Misterios báquicos a fin
de desenredarla de la naturaleza titánica
irracional. Este proceso consistía en
elevar el alma para hacerla salir de su
estado de separación y entrar en el de
unidad. Se recuperaron las distintas
partes y los distintos miembros de Baco
que estaban dispersos por todo el
mundo. Una vez reunidas todas las panes
racionales, Baco resucita.
Los ritos de Dioniso eran muy
similares a los de Baco y muchos
consideran a estos dos dioses uno solo.
Se transportaban estatuas de Dioniso en
los Misterios eleusinos, sobre todo en
los grados inferiores. Baco, que
representa el alma de la esfera mundana,
podía tener una diversidad infinita de
formas y nombres Aparentemente,
Dioniso era su aspecto solar.
Los Arquitectos Dionisíacos
constituían una sociedad secreta antigua
que, en principios y doctrinas, se
asemejaba mucho a la orden masónica
moderna. Eran una organización de
constructores unidos por su
conocimiento secreto de la relación
entre las ciencias terrenales y las
divinas de la arquitectura. Se suponía
que el rey Salomón los había empleado
para construir su templo, aunque no eran
judíos ni adoraban al Dios de los judíos,
sino que eran seguidores de Baco y de
Dioniso.
Los Arquitectos Dionisíacos
erigieron muchos de los grandes
monumentos de la Antigüedad. Poseían
un lenguaje secreto y un sistema para
marcar sus piedras, y todos los años
celebraban asambleas y fiestas sagradas.
Se desconoce la naturaleza exacta de sus
doctrinas. Se cree que Juram Abí fue un
iniciado de esta sociedad.
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