martes, 30 de abril de 2019

LAS ENSEÑANZAS SECRETAS DE TODOS LOS TIEMPOS - EL SOL UNA DIVINIDAD UNIVERSAL




La adoración del sol era una de las formas de manifestación religiosa más primitivas y naturales 
Las complejas teologías modernas no son más que complicaciones y ampliaciones de aquella sencilla creencia original. La mente primitiva reconocía el poder benefactor de la esfera solar y la adoraba como representante de la Divinidad Suprema. Con respecto al origen del culto al sol, Albert Pike hace la siguiente breve exposición en su Moral y dogma del rito escocés antiguo y aceptado: «Para ellos [los pueblos aborígenes], [el sol] era el fuego innato de los cuerpos, el fuego de la naturaleza; autor de la vida, el calor y la ignición, era para ellos la causa eficiente de toda generación, porque, sin él, no había movimiento, existencia ni forma. Para ellos era inmenso, indivisible, imperecedero y omnipresente. Todos los hombres sentían la necesidad de la luz y de su energía creativa y a nada temían más que a su ausencia. Por sus influencias benéficas, lo identificaban con el principio del Bien, de modo que el Brahma de los hindúes, el Mitra de los persas, el Atón, Amón, Ptah y Osiris de los egipcios, el Bel caldeo, el Adonai fenicio, el Adonis y el Apolo de los griegos llegaron a ser personificaciones del Sol, el principio regenerador, la imagen de la fecundidad que perpetúa y rejuvenece la existencia del mundo».
Este símbolo, que aparece sobre los pilonos o las puertas de muchos palacios y templos egipcios, es el emblema de las tres personas de la trinidad egipcia. Las alas, las serpientes y la esfera solar son las insignias de Amón, Ra y Osiris. En todas las naciones de la Antigüedad se dedicaban altares, montículos y templos al culto a la esfera del día. Todavía se conservan ruinas de aquellos lugares sagrados, entre las que destacan las pirámides de Yucatán y las de Egipto, los montículos de la serpiente de los indios americanos, los zigurat de Babilonia y Caldea, las torres redondas de Irlanda y los inmensos círculos de piedras en bruto de Gran Bretaña y Normandía. 

La Torre de Babel, que, según las Escrituras, se construyó para que el hombre pudiera llegar hasta Dios, fue, probablemente, un observatorio astronómico. Muchos de los primeros sacerdotes y profetas, tanto paganos como cristianos, eran versados en astronomía y astrología y sus escritos se entienden mejor cuando se leen a la luz de estas ciencias antiguas. Al aumentar el conocimiento del hombre sobre la constitución y la periodicidad de los cuerpos celestes, se introdujeron en sus sistemas religiosos los principios y la terminología astronómicos. Se adjudicaron tronos planetarios a los dioses tutelares y los cuerpos celestes recibieron los nombres de las divinidades que se les asignaban. Las estrellas fijas se dividieron en constelaciones, a través de las cuales deambulaban el sol y sus planetas; estos, con los satélites que los acompañaban. 


  La trinidad solar 

Al sol, como supremo cuerpo celeste visible para los astrónomos de la Antigüedad, se le asignó la máxima divinidad, con lo cual se convirtió en símbolo de la autoridad suprema del propio creador. 
De la profunda consideración filosófica de los poderes y los principios del sol procede el concepto de la Trinidad, tal como la comprendemos en el mundo actual. El principio de una divinidad trina no es exclusivo de la teología cristiana ni de la mosaica, sino que constituye una parte notoria del dogma de las principales religiones, tanto antiguas como modernas. 

Los persas, los hindúes, los babilonios y los egipcios tenían sus propias trinidades, que, en todos los casos, representaban las tres formas de la inteligencia suprema. En la masonería moderna, la divinidad se simboliza mediante un triángulo equilátero, cuyos tres lados representan las manifestaciones primarias del Uno Eterno, que es Él mismo representado como una llama diminuta, que los hebreos llaman yod ( י). Jakob Böhme, el místico teutón, llama a la trinidad «los tres testigos» mediante los cuales el universo visible y tangible puede conocer lo invisible. El origen de la trinidad resulta evidente para quien observe las manifestaciones cotidianas del sol, cuya esfera, que es el símbolo de la Luz, presenta tres fases diferenciadas: la salida, el mediodía y la puesta. Por consiguiente, los filósofos dividían la vida de todas las cosas en tres partes distintas: el crecimiento, la madurez y la decadencia. Entre el crepúsculo matutino y el vespertino está el esplendor resplandeciente del mediodía. 

Dios Padre, el creador del mundo, se simboliza en el amanecer. Su color es azul, porque el sol que sale por la mañana está velado por una niebla azul. Dios Hijo, el iluminador enviado para dar testimonio de su Padre ante todos los mundos es el globo celeste a mediodía, radiante y magnífico, el león de Judá con su melena, el salvador del mundo de dorada cabellera. El amarillo es Su color y Su poder no tiene fin. Dios Espíritu Santo es la fase del ocaso, cuando la esfera del día, envuelta en un rojo encendido, descansa por un instante sobre la línea del horizonte, antes de desvanecerse en la oscuridad de la noche para vagar por los mundos inferiores y después volver a salir, triunfal, del abrazo de la oscuridad. Para los egipcios, el sol era el símbolo de la inmortalidad, porque, si bien moría todas las noches, volvía a levantarse otra vez al día siguiente. 

El sol no solo tiene esta actividad diurna, sino que, además tiene su peregrinación anual, durante la cual pasa sucesivamente por las doce casas celestes del firmamento y en cada una permanece treinta días. A esto hay que añadir que tiene una tercera trayectoria, la llamada «precesión de los equinoccios», por la cual retrocede en el Zodiaco, pasando por los doce signos a razón de un grado cada setenta y dos años. Con respecto al paso anual del sol por las doce casas celestes, Robert Hewitt Brown, del grado 32, sostiene lo siguiente: «Mientras iba siguiendo su camino entre aquellas criaturas vivas del Zodiaco, se decía —en lenguaje alegórico— que el Sol asumía la naturaleza del signo en el que entraba o, de lo contrario, que lo derrotaba. 

Por consiguiente, el sol se convertía en toro en Tauro y era adorado como tal por los egipcios, con el nombre de Apis, y por los asirios con el de Bel, Baal o Bul. En Leo, el sol se transformaba en asesino de leones, Hércules, y en arquero en Sagitario: en Piscis, era pez: Dagon o Vishnu, el dios-pez de los filisteos y los hindúes». Mediante un análisis exhaustivo de los sistemas religiosos del paganismo se descubren muchas pruebas de que sus sacerdotes servían a la energía solar y que su Divinidad Suprema era, en todos los casos, aquella Luz Divina personificada. 

Después de investigar durante treinta años sobre el origen de las creencias religiosas, Godfrey Higgins opina lo siguiente: «Todos los dioses de la Antigüedad se descomponían a sí mismos en el fuego solar, a veces como el mismo dios y otras veces como emblema, o shejiná, de aquel principio superior, conocido con el nombre de Ser o Dios creativo». En muchas de sus ceremonias, los sacerdotes egipcios se vestían con pieles de león, que eran símbolos de la esfera solar, porque el sol es ensalzado, se le dignifica y ocupa un lugar privilegiado en la constelación de Leo, que él rige y que en otro tiempo fue la piedra angular del arco celeste. 

Una vez más, Hércules es la divinidad solar, porque este poderoso cazador, al cumplir sus doce trabajos —lo mismo que el sol cuando atraviesa las doce casas del Zodiaco—, cumple durante su peregrinación doce trabajos esenciales y benéficos para la raza humana y para la naturaleza en general. Hércules, como los sacerdotes egipcios, llevaba como faja la piel de un león. Sansón, el héroe hebreo, es también —como su nombre implica— una divinidad solar. Su combate con el león nubio, sus batallas contra los filisteos, que representan los poderes de la oscuridad, y su memorable hazaña de arrancar las puertas de Gaza hacen referencia a aspectos de la actividad solar. Muchos de los pueblos antiguos tenían más de una divinidad solar; de hecho, se suponía que todos los dioses eran partícipes, al menos en parte, del fulgor del sol. 

Los ornamentos dorados que utiliza la clase sacerdotal de las distintas religiones del mundo son, una vez más, una referencia sutil a la energía solar, como lo son también las coronas de los reyes. En tiempos antiguos, las coronas tenían una cantidad de puntas que se extendían hacia fuera como los rayos del sol, pero el convencionalismo moderno ha suprimido en muchos casos las puntas o, de lo contrario, las ha doblado hacia dentro, las ha reunido y ha colocado una esfera o una cruz en el punto en el que se encuentran. Muchos de los antiguos profetas, filósofos y dignatarios llevaban un cetro, en cuya parte superior había una representación del globo solar, del que emanaban rayos. Todos los reinos de la tierra no eran más que copias de los reinos del cielo y lo que mejor simbolizaba los reinos del cielo era el reino solar, en el cual el sol era el señor supremo; los planetas, sus consejeros, y toda la naturaleza, los súbditos de su imperio. 

Muchas divinidades se han asociado con el sol. Los griegos creían que Apolo, Baco, Dioniso, Sabazios, Hércules, Jasón, Ulises, Zeus, Urano y Vulcano compartían los atributos visibles o invisibles del sol. Para los noruegos, Balder el Hermoso era una divinidad solar y Odín se relaciona a menudo con la esfera celeste, sobre todo por su único ojo. Entre los egipcios, Osiris, Ra, Anubis, Hermes y hasta el misterioso Amón tenían puntos de semejanza con el disco solar. Isis era la madre del sol y hasta Tifón, el Destructor, se suponía que era una forma de energía solar. 

El mito del sol egipcio se centró finalmente en tomo a la persona de una divinidad misteriosa llamada Serapis. Las dos divinidades de América Central, Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, si bien a menudo se asocian con los vientos, eran también, sin duda, divinidades solares. En la masonería, el sol tiene muchos símbolos. Una manifestación de la energía solar es Salomón {en inglés, Solomon}, cuyo nombre, Sol-Om-On, es el nombre de la Luz Suprema en tres idiomas distintos. Juram Abí, el CJuram (Juram) de los caldeos, también es una divinidad solar y en el capítulo titulado «La leyenda de Juram» el lector encontrará la historia de cómo lo atacaron y lo asesinaron los rufianes, con su interpretación solar. 

El doctor en Teología George Oliver, en su Dictionary of Symbolical Masonry, ofrece un ejemplo sorprendente de la importancia del sol en los símbolos y los rituales de la masonería: «El sol sale por el Este y el Este es el lugar del Maestro Venerable. Como el sol es la fuente de toda luz y calor, el Maestro Venerable tiene que dar vida y calor a sus hermanos para que trabajen. Para los antiguos egipcios, el sol era el símbolo de la divina providencia». Los hierofantes de los Misterios se adornaban con muchos símbolos que representaban el poder solar. Los soles bordados en oro que aparecen en la parte posterior de las vestiduras del clero católico significan que el sacerdote también es un emisario y un representante del Sol Invictus. 


El Cristianismo y el Sol 

Por motivos que para ellos resultaban, sin duda, suficientes, a los cronistas de la vida y los actos de Jesús les pareció conveniente convertirlo en una divinidad solar. El Jesús histórico fue olvidado y casi todos los episodios destacados que se registran en los cuatro Evangelios están relacionados con los movimientos, las fases o las funciones de los cuerpos celestes. Entre otras alegorías que el cristianismo tomó prestadas de la Antigüedad pagana figura la historia del hermoso dios del sol de ojos azules, cuyo cabello dorado le cae sobre los hombros, vestido de la cabeza a los pies de blanco inmaculado y con el cordero de Dios en los brazos como símbolo del equinoccio vernal. Este joven bien parecido es una mezcla de Apolo, Osiris, Orfeo, Mitra y Baco, porque tiene determinadas características en común con cada una de estas divinidades paganas. 

Los filósofos de Grecia y Egipto dividían la vida del sol durante el año en cuatro partes, con lo cual representaban al Hombre Solar con cuatro figuras diferentes. Cuando nacía en el solsticio de invierno, la divinidad solar se representaba como un niño dependiente que, de alguna manera misteriosa, había logrado escapar de los poderes de la oscuridad que pretendían destruirlo mientras aún estaba en la cuna del invierno. El sol, débil durante esta estación del año, no tenía rayos (ni rizos) dorados, pero la supervivencia de la luz durante la oscuridad del invierno se simbolizaba mediante un pelo diminuto que, en solitario, adornaba la cabeza del niño celestial. (Como el nacimiento del sol tenía lugar en Capricornio, a menudo se lo representaba amamantado por una cabra). 

En el equinoccio vernal, el sol se había convertido en un hermoso joven. Su cabello dorado le colgaba en rizos sobre los hombros y su luz, como decía Schiller, se extendía por todo el infinito. En el solsticio de verano, el sol se convertía en un hombre fuerte y con mucha barba, que, en la flor de la madurez, simbolizaba el hecho de que la naturaleza, en aquella época del año, se encuentra en su momento más fuerte y más fecundo. En el equinoccio de otoño, se representaba el sol como un anciano que avanzaba arrastrando los pies, con la espalda encorvada y los rizos encanecidos, hacia el olvido de la oscuridad invernal. De tal modo se asignaban al sol doce meses de vida. Durante este período, daba vueltas a los doce signos del Zodiaco en una magnífica marcha triunfal. Al llegar el otoño, ingresaba, como Sansón, en la casa de Dalila (Virgo), donde le cortaban los rayos y perdía la fuerza. En la masonería, los crueles meses de invierno se representan mediante tres asesinos que pretenden destruir al Dios de la Luz y la Verdad. 

La llegada del sol era saludada con alegría; el momento de su partida se consideraba un período reservado a la tristeza y la desdicha. Esta esfera del día, gloriosa y resplandeciente, la verdadera luz «que ilumina a todos los hombres del mundo», el supremo benefactor que levantaba todas las cosas de entre los muertos, que daba de comer a las multitudes hambrientas, que apaciguaba la tempestad y que, después de morir, resucitaba y devolvía a todas las cosas a la vida…, este Espíritu Supremo del humanitarismo y la filantropía es conocido para el cristianismo como Cristo, el Redentor de los mundos, el Hijo único del Padre, el Verbo hecho carne y la Esperanza de la Gloria. 


  El cumpleaños del Sol

Los paganos establecieron el 25 de diciembre como el día del cumpleaños del Hombre Solar. 
Lo celebraban, daban banquetes, se reunían en procesiones y hacían ofrendas en los templos. 
Se había acabado la oscuridad del invierno y el glorioso hijo de la luz regresaba al hemisferio norte. 
Con un último esfuerzo, el viejo Dios del Sol había derribado la casa de los filisteos (los espíritus de la oscuridad) y había despejado el camino para el nuevo sol que nacía aquel día de las profundidades de la tierra, en medio de las bestias simbólicas del mundo inferior. En relación con aquella época de festejos, un anónimo doctor del Balliol College de Oxford, en su tratado erudito On Mankind, Their Origin and Destiny, dice lo siguiente: «Los romanos también tenían su fiesta solar y sus juegos en el circo en honor del nacimiento del dios del día.

Tenía lugar el octavo día antes de las calendas de enero, es decir, el 25 de diciembre. Servio, en su comentario al verso 720 del séptimo libro de la Eneida, en el que Virgilio habla del nuevo sol, dice que, para ser exactos, el sol es nuevo el octavo día de las calendas de enero, es decir, el 25 de diciembre. En tiempos de León I (Leo, Serm. XXI, De Nativ. Dom. pág. 148), algunos de los Padres de la Iglesia decían que “lo que volvía venerable la fiesta (de Navidad) no era tanto el nacimiento de Jesucristo como el regreso y —ellos lo expresaban así— el nuevo nacimiento del sol”. Era el mismo día en que se celebraba en Roma el nacimiento del Sol Invencible (Natalis solis invicti), como se puede ver en los calendarios romanos publicados durante el reinado de Constantino y el de Juliano (Himno al sol, pág. 155).

El epíteto “Invictus” es el mismo que los persas daban al mismo dios, al que adoraban con el nombre de Mitra y al que hacían nacer en una gruta (Justin. Dial. cum Tryph, pág. 305), así como los cristianos lo representan naciendo en un establo, con el nombre de Cristo». Con respecto a la fiesta católica de la Asunción y su analogía astronómica, el mismo autor añade lo siguiente: «Al cabo de ocho meses, cuando la divinidad solar, después de crecer, atraviesa el octavo signo, absorbe a la Virgen celestial en su trayectoria ardiente y ella desaparece en medio de los rayos luminosos y la gloria de su hijo.

Este fenómeno, que se produce todos los años alrededor de mediados de agosto, dio origen a una fiesta que sigue existiendo y en la cual se supone que la madre de Cristo deja de lado su vida terrenal, se asocia con la gloria de su hijo y es llevada a su lado, en los cielos. El calendario romano de Columella (CoL 1. II, cap. II, pág. 429) señala la muerte o la desaparición de Virgo en aquel período. El sol —dice— entra en Virgo el decimotercer día antes de las calendas de septiembre, que es cuando los católicos colocan la fiesta de la Asunción o el reencuentro de la Virgen con su hijo. Esta fiesta antes se llamaba “el Tránsito de María” (Beausobre, tomo I, pág. 350) y en la Biblioteca de los Padres (Bibl. Patr. vol. II, parte II, pág. 212) encontramos un relato del Tránsito de la Santísima Virgen. Los antiguos griegos y romanos fijan en ese día la asunción de Astrea, que es la misma virgen». La madre virgen que da a luz a la divinidad solar y que el cristianismo ha preservado tan fielmente nos recuerda la inscripción relativa a su prototipo egipcio, Isis, que aparecía en el Templo de Sais: «El fruto que he engendrado es el Sol».

Aunque los paganos primitivos asociaban a la Virgen con la luna, no cabe duda de que también comprendían su posición como constelación en los cielos, porque casi todos los pueblos de la Antigüedad la reconocen como la madre del sol y se daban cuenta de que, aunque no se podía atribuir aquel puesto a la luna, el signo de Virgo podía dar y de hecho daba a luz al sol de su costado el vigesimoquinto día de diciembre. San Alberto Magno afirma lo siguiente: «Sabemos que el signo de la Virgen celestial salía por encima del horizonte en el momento en que fijamos el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo». Algunos astrónomos árabes y persas daban a las tres estrellas que formaban el cinturón de la espada de Orión el nombre de «los tres Reyes Magos» que acudieron a rendir homenaje a la joven divinidad solar. El autor de On Mankind, Their Origin and Destiny aporta, además, la siguiente información: «En Cáncer, que había subido al meridiano a medianoche, están la constelación del Pesebre y la del Asno.

Los antiguos la llamaban Praesepe Jovis. Al norte se ven las estrellas de la Osa, que los árabes llamaban Marta y María, y también el féretro de Lázaro». De este modo, el esoterismo del paganismo se encarnaba en el cristianismo, aunque se han perdido sus claves. La Iglesia cristiana sigue ciegamente las costumbres antiguas y, cuando se le pide una razón, brinda explicaciones superficiales e insatisfactorias, olvidando o pasando por alto el hecho indiscutido de que cada religión se basa en las doctrinas secretas de su predecesora.

  Los tres soles


Para los sabios antiguos la esfera solar, como la naturaleza humana, se dividía en tres cuerpos distintos. Según los místicos en cada sistema solar hay tres soles, que son análogos a los tres centros de la vida que aparecen en la constitución de cada individuo. Los llaman «las tres luces»: el sol espiritual, el sol intelectual o sol del alma y el sol material (que actualmente se simboliza en la masonería mediante tres velas). El sol espiritual manifiesta el poder de Dios Padre; el sol intelectual o del alma irradia la vida de Dios Hijo, y el sol material es el vehículo por el cual se manifiesta el Dios Espíritu Santo. Los místicos dividían la naturaleza del hombre en tres partes distintas: espíritu, alma y cuerpo. Su cuerpo físico se manifestaba y se vitalizaba gracias al sol material; su naturaleza espiritual era iluminada por el sol espiritual, y su naturaleza intelectual era redimida por la verdadera luz de la gracia: el sol del alma. La alineación de estos tres globos en el cielo era una de las explicaciones que se ofrecían para el hecho peculiar de que las órbitas de los planetas no fueran circulares sino elípticas.

 


LOS TRES SOLES William Lilly: An Astrological Prediction of the Occurrences in England, 1648

La siguiente descripción de este fenómeno aparece en una carta escrita por Jeremiah Shakerley en Lancashire, el 4 de marzo de 1648: «… El pasado lunes 28 de febrero, con el Sol salieron dos Parelii, uno a cada lado; a una distancia de aproximadamente diez grados; continuaron inmóviles a la misma distancia del cénit, o altura que el Sol sobre el Horizonte; y de las partes opuestas al Sol, parecían salir algunos rayos brillantes, que no eran diferentes a aquellos que el Sol envió de la parte de atrás de una nube, sino que eran más brillantes. Las partes de estos Parelii que estaban hacia el Sol, eran de colores mixtos, dominando el verde y el rojo; Había un tenue arcoiris un poco Había un tenue arcoiris un poco por encima de ellos; éste apenas se podía discernir, y era de un color brillante, con la parte cóncava hacia el Sol, y los extremos parecían tocar los Parelii. Sobre eso, en un aire diáfano y claro, apareció otro arcoiris llamativo, embellecido con diversos colores; era lo más próximo que pude discernir al cénit; parecía una curva de unión menor que el otro, estaban opuestos y a una distancia considerable entre ambos. Al anochecer y con la luna llena, desaparecieron, dejando terror y asombro en aquellos que lo vieron». (Véase William Lilly).

 Para los sacerdotes paganos, el sistema solar siempre fue un Gran Hombre y basaban su analogía en estos tres centros de actividad procedentes de los tres centros principales de la vida que hay en el cuerpo humano: el cerebro, el corazón y el aparato reproductor. La Transfiguración de Jesús describe tres tabernáculos, de los cuales el mayor está en el centro (el corazón) y los dos pequeños a ambos lados (el cerebro y el aparato reproductor). Es posible que la hipótesis filosófica de la existencia de los tres soles se base en un fenómeno natural peculiar que se ha producido muchas veces a lo largo de la historia. En el año 51 después de Cristo se vieron tres soles en el cielo al mismo tiempo y lo mismo ocurrió en el año 66. En el año 69 se vieron dos soles juntos. Según William Lilly, entre los años 1156 y 1648 se registraron veinte casos similares Los herméticos, que reconocían al sol como máximo benefactor del mundo material, creían en la existencia de un sol espiritual que se ocupaba de las necesidades de la parte invisible y divina de la Naturaleza, tanto humana como universal.

Con respecto a este tema escribió el gran Paracelso: «Hay un sol terrenal, que es la causa de todo el calor, y todos los que son capaces de ver pueden ver el sol y los que son ciegos y no pueden verlo sienten su calor. Hay un sol eterno, que es la fuente de toda la sabiduría y los que tienen los sentidos espirituales despiertos a la vida verán este sol y serán conscientes de su existencia, pero aquellos que no han alcanzado la conciencia espiritual también pueden percibir su poder mediante una facultad interna, llamada intuición». Algunos rosacruces eruditos han dado denominaciones especiales a estas tres fases del sol: llaman Vulcano al sol espiritual; al sol del alma y al intelectual los llaman Cristo y Lucifer, respectivamente, y al sol material, Jehová, como el demiurgo judío. En este caso, Lucifer representa la mente intelectual sin la iluminación de la mente espiritual; por consiguiente, es «la luz falsa». Al final, la luz falsa es vencida y redimida por la verdadera luz del alma, llamada «Segundo Logos» o «Cristo». Los procesos secretos mediante los cuales el intelecto de Lucifer se transmuta en el intelecto de Cristo constituyen uno de los grandes secretos de la alquimia y se representan mediante el proceso de convertir metales de baja ley en oro.

En el singular tratado The Secret Symbols of The Rusicrucians, Franz Hartmann define alquímicamente al sol como «El símbolo de la Sabiduría. El Centro del poder o el Corazón de las cosas. El Sol es un centro de energía y un depósito de poder. Cada ser vivo contiene en sí mismo un centro de vida, que puede crecer hasta convertirse en un Sol. En el corazón de los renovados, el poder divino, estimulado por la Luz del Logos, crece hasta convertirse en un Sol que ilumina su mente».
En una nota, el mismo autor amplía su descripción y añade lo siguiente: «El sol terrestre es la imagen o el reflejo del sol celeste invisible; aquel se encuentra en el terreno del espíritu y este, en el de la materia, pero este recibe su poder de aquel». En la mayoría de los casos, las religiones de la Antigüedad coinciden en que el sol material y visible era un reflector, más que el origen del poder.

A veces se lo representaba como un escudo que la divinidad solar —por ejemplo Frey, la divinidad solar escandinava— llevaba en el brazo. Aquel sol reflejaba la luz del sol espiritual invisible, que era la verdadera fuente de vida, luz y verdad. La naturaleza física del universo es receptiva: es un reino de efectos Las causas invisibles de estos efectos corresponden al mundo espiritual. Por consiguiente, el mundo espiritual es la esfera de la causalidad; el mundo material es la esfera de los efectos, mientras que el mundo intelectual o del alma es la esfera de la mediación. Por eso, a Cristo, la personificación de la naturaleza intelectual superior y el alma, lo llaman «el Mediador», que, en virtud de Su puesto y Su poder, dice: «Nadie llega hasta mi Padre, si no es a través de mí». Lo que es el sol para el sistema solar lo es el espíritu para el cuerpo del hombre, porque su naturaleza, sus órganos y sus funciones son como planetas alrededor de la vida central (o el sol) y viven de sus emanaciones.

El poder solar en el hombre está dividido en tres partes que se denominan el triple espíritu humano del hombre. Dicen que estas tres naturalezas espirituales son radiantes y trascendentes y, unidas, forman lo divino en el hombre. La triple naturaleza inferior del hombre, compuesta por su organismo físico, su naturaleza emocional y sus facultades mentales, refleja la luz de aquella divinidad triple y la manifiesta en el mundo físico. Los tres cuerpos del hombre se simbolizan mediante un triángulo vertical y su triple naturaleza espiritual, mediante un triángulo invertido. A estos dos triángulos, unidos para formar una estrella de seis puntas, los judíos los llamaban «la estrella de David», «el sello de Salomón», y en la actualidad se conocen habitualmente como «la estrella de Sión». Estos triángulos simbolizan el universo espiritual y el material unidos para constituir la criatura humana, que es partícipe tanto de la naturaleza como de la divinidad. La naturaleza animal del hombre es partícipe de la tierra; la divina, de los cielos, y la humana, del mediador.

  Los habitantes celestes del Sol


Los rosacruces y los Iluminados, al describir a los ángeles, los arcángeles y otras criaturas celestiales, declaraban que parecían pequeños soles, que eran centros de energía radiante rodeados de descargas de Fuerza Vril. De estas descargas de fuerza deriva la creencia popular de que los ángeles tienen alas. Estas alas son abanicos de luz semejantes a coronas, por medio de los cuales las criaturas celestiales se impulsan a través de las esencias sutiles de los mundos superfísicos.



                                                      SURYA, EL REGENTE DEL SOL


 «La pieza mide casi 23 centímetros de altura y representa al dios glorioso del día sujetando los atributos de Vishnu, sentado sobre una serpiente de siete cabezas; tira serpiente de siete cabezas; tira de su carro un caballo de siete cabezas, conducido por Arun, que no tiene piernas, una personificación del amanecer, o Aurora». 

 Los verdaderos místicos niegan de forma unánime la teoría de que los ángeles y los arcángeles tengan la forma humana con la que se los suele representar. Una figura humana sería absolutamente inútil en las sustancias etéreas a través de las cuales se manifiestan. Hace mucho que la ciencia debate la probabilidad de que haya habitantes en otros planetas. Las objeciones a esta idea se basan en el argumento de que, en el medio ambiente de Marte, Júpiter, Urano y Neptuno, no podrían existir criaturas con un organismo humano. Este argumento no tiene en cuenta la ley natural universal de adaptación al entorno.

Los antiguos afirmaban que la vida era originaria del sol y que, bañado con la luz de la esfera solar, todo era capaz de absorber los elementos de la vida solar y posteriormente irradiarlos en forma de flora y fauna. Un concepto filosófico consideraba padre al sol y, a los planetas, embriones conectados aún con el cuerpo solar mediante cordones umbilicales etéreos que servían como canales para transmitir vida y nutrientes a los planetas. Algunas órdenes secretas han enseñado que el sol estaba poblado por una raza de criaturas con cuerpos compuestos por un éter radiante y espiritual, con una constitución no demasiado diferente de la de la bola encendida del propio sol. 

El calor del sol no producía en ellas efectos perniciosos, porque sus organismos eran bastante refinados y estaban sensibilizados para armonizar con la tremenda velocidad de vibración del sol. Estas criaturas parecen soles en miniatura y son un poco más grandes que un plato llano, aunque algunas de las más poderosas son mucho más grandes. Su color es la luz blanca dorada del sol, del cual irradian cuatro descargas de Vril. Estas descargas suelen ser muy largas y están en movimiento constante. Se observa una palpitación peculiar por toda la estructura del globo y se comunica en forma de ondas con las descargas que salen. La más grande y más luminosa de estas esferas es el Arcángel Miguel y a todo el orden de la vida solar, que se le parece y vive sobre el sol, los cristianos modernos lo llaman «los arcángeles» o «los espíritus de la luz».


  El Sol en la simbología alquímica

El oro es el metal del sol y muchos lo consideran la luz del sol cristalizada. Cuando se lo menciona en los tratados alquímicos, puede ser tanto el metal en sí como la esfera celeste, que es la fuente o el espíritu del oro. Por ser ardiente, el azufre también se asociaba con el sol.
ROSTRO SOLAR Montfaucon: Antiquities


La corona del sol está representada aquí en forma de melena de león. Un recordatorio sutil de cuando hubo un tiempo en que el solsticio de verano ocurría en el signo de Leo, el León Celeste. Como el oro era el símbolo del espíritu y los metales de baja ley representaban la naturaleza inferior del hombre, a algunos alquimistas los llamaban «mineros» y los representaban con picos y palas excavando la tierra en busca del metal precioso: aquellos rasgos de carácter más puros, enterrados en la vulgaridad de la materialidad y la ignorancia. El diamante escondido en el corazón del carbón negro ilustraba el mismo principio. Los Iluminados usaban una perla escondida en el caparazón de una ostra en el fondo del mar como símbolo de los poderes espirituales. De este modo, quien buscaba la verdad se convertía en un pescador de perlas: se sumergía en el mar de la ilusión material en busca del conocimiento, al que los iniciados llamaban «la perla inapreciable».

Cuando los alquimistas afirmaban que todos los objetos animados e inanimados del universo contenían las semillas del oro, querían decir que hasta los granos de arena poseían una naturaleza espiritual, porque el oro es el espíritu de todo. Con respecto a estas semillas de oro espiritual, tiene importancia el siguiente axioma rosacruz: «Toda semilla es inútil e impotente, a menos que se siembre en la matriz adecuada». Franz Hartmann comenta este axioma con las siguientes palabras esclarecedoras: «El alma no puede desarrollarse ni avanzar sin un cuerpo adecuado, porque es el cuerpo físico lo que le proporciona el material para su evolución».

La finalidad de la alquimia no era obtener algo de la nada, sino, más bien, fertilizar y nutrir la semilla que ya estaba presente. Sus procesos no creaban oro, en realidad, sino que hacían crecer y prosperar la omnipresente semilla del oro. Todo lo que existe tiene espíritu —la semilla de la divinidad en sí misma— y la regeneración no es el proceso de tratar de poner algo donde antes no estaba, sino que en realidad significa la revelación de la divinidad omnipresente en el hombre y que esta divinidad brille como un sol e ilumine todo y a todos los que entren en contacto con él.

  El Sol de medianoche


Apuleyo describía su propia iniciación (vide ante) con estas palabras: «A medianoche vi brillar el sol con una luz espléndida». El sol de medianoche también formaba parte del misterio de la alquimia. Simbolizaba el espíritu del hombre brillando a través de la oscuridad de sus organismos humanos. También hacía referencia al sol espiritual del sistema solar, que los místicos podían ver tan bien a medianoche como a mediodía, porque la tierra material no podía bloquear los rayos de aquella esfera divina. Según algunos, las luces misteriosas que iluminaban los templos de los Misterios egipcios durante las horas de la noche eran reflejos del sol espiritual, reunidos gracias a los poderes mágicos de los sacerdotes. Es muy posible que la extraña luz que «Yo soy el hombre» vio dieciséis kilómetros bajo la superficie de la tierra en la notable alegoría masónica titulada Etidorhpa (Afrodita al revés) fuese el misterioso sol de medianoche de los ritos antiguos. Las concepciones primitivas con respecto a la guerra entre los principios del Bien y del Mal a menudo se basaban en la alternancia del día y la noche. Durante la Edad Media, la práctica de la magia negra se restringía a las horas de la noche y aquellos que servían al espíritu del Mal eran llamados «magos negros», mientras que los que servían al espíritu del Bien eran llamados «magos blancos».

El blanco y el negro se asociaban, respectivamente, con el día y la noche y muchas veces se hace alusión al interminable conflicto entre la luz y la sombra en las mitologías de diversos pueblos. 
El demonio egipcio, Tifón, se representaba en parte como cocodrilo y en parte como cerdo, porque estos animales son gordos y primitivos, tanto de aspecto como de temperamento. Desde que el mundo es mundo, los seres vivos han temido a la oscuridad y las pocas criaturas que la usan para encubrir lo que hacen por lo general se relacionaban con el espíritu del Mal. Por consiguiente, los gatos, los murciélagos, los sapos y los búhos se asocian con la brujería. En determinadas partes de Europa siguen creyendo que por la noche los magos negros se convierten en lobos y van por ahí destruyendo cosas. De este concepto surgieron las historias de los hombres lobo. Las serpientes, porque vivían en la tierra, se asociaban con el espíritu de la oscuridad.

Como la batalla entre el Bien y el Mal gira en torno al uso de las fuerzas generadoras de la Naturaleza, las serpientes aladas representan la regeneración de la naturaleza animal del hombre o a aquellos Grandes que se han regenerado por completo. Entre los egipcios, a menudo se veían los rayos del sol acabados en manos humanas. Los masones encontrarán una relación entre aquellas manos y la conocida garra del león que levanta todas las cosas hacia la vida.

  Los colores solares

La teoría, sostenida durante tanto tiempo, de los tres colores primarios y los cuatro secundarios es puramente exotérica, porque desde los tiempos más remotos se sabe que los colores primarios son siete, en lugar de tres, aunque el ojo humano solo es capaz de apreciar tres de ellos. Por consiguiente, aunque se puede hacer el verde mediante la combinación del azul y el amarillo, también hay un verde auténtico o primario que no es compuesto. Para demostrarlo, hay que descomponer el espectro con un prisma. Helmholtz descubrió que los llamados colores secundarios del espectro no se podían descomponer en sus supuestos colores primarios; es decir que, si se pasaba el anaranjado del espectro por un segundo prisma, no se descomponía en rojo y amarillo, sino que seguía siendo anaranjado. 
La conciencia, la inteligencia y la fuerza se simbolizan, adecuadamente, mediante el azul, el amarillo y el rojo. Los efectos terapéuticos de los colores, asimismo, armonizan con este concepto, porque el azul es un color eléctrico, agradable y sedante; el amarillo es un color vitalizador y perfeccionador, y el rojo es un color agitador, que da calor.

También se ha demostrado que los minerales y las plantas afectan la constitución humana según su color. Por ejemplo, una flor amarilla por lo general tiene un efecto medicinal que afecta la constitución de una manera similar a la luz amarilla o a la nota musical mi. Una flor anaranjada influirá de manera similar a la luz anaranjada y, por ser uno de los llamados colores secundarios, corresponde a la nota re o bien al acorde de do y mi. Para los antiguos, el espíritu del hombre correspondía al color azul, la mente, al amarillo y el cuerpo, al rojo. Por consiguiente, el cielo es azul, la tierra es amarilla y el infierno, o inframundo, es rojo.

La condición abrasadora del infierno simplemente simboliza la naturaleza de la esfera o el plano de fuerza que lo compone. En los Misterios griegos, la esfera irracional siempre se consideraba roja, porque representaba el estado en el cual la conciencia está esclavizada por las lujurias y las pasiones de la naturaleza inferior. En India, algunos de los dioses —por lo general, atributos de Vishnu— se representan con la piel azul para representar su constitución divina y supramundana. Según la filosofía esotérica, el azul es el color verdadero y sagrado del sol, mientras que el aparente tono anaranjado amarillento de esta esfera se debe a que sus rayos se sumergen en las sustancias del mundo ilusorio. En el simbolismo original de la Iglesia cristiana, los colores tenían una importancia primordial y su uso se regía por normas preparadas con mucho cuidado. Sin embargo, desde la Edad Media, como los colores se han empleado con despreocupación, se han perdido sus significados emblemáticos más profundos.

En su aspecto primario, el blanco o el plateado significaban la vida, la pureza, la inocencia, la alegría y la luz; el rojo, el sufrimiento y la muerte de Cristo y de Sus santos y también el amor divino, la sangre y la guerra o el sufrimiento; el azul, la esfera celeste y los estados de devoción y de meditación; el amarillo o el oro, la gloria, la fertilidad y la bondad; el verde, la fecundidad, la juventud y la prosperidad; el violeta, la humildad, el afecto profundo y la tristeza; el negro, la muerte, la destrucción y la humillación. En el arte de la Iglesia primitiva, los colores de las vestiduras y los ornamentos también revelaban si un santo había sido martirizado, así como el carácter de la obra que había realizado para merecer la canonización. Además de los colores del espectro, existen gran cantidad de ondas cromáticas, algunas demasiado bajas y otras demasiado altas para ser registradas por el aparato óptico humano. Produce consternación comprobar la descomunal ignorancia humana con respecto a estas vistas del espacio abstracto. Así como en el pasado el hombre ha explorado continentes desconocidos, en el futuro, amado con implementos curiosos concebidos expresamente, explorará estos refugios apenas conocidos de la luz, el color, el sonido y la conciencia.






El zodiaco circular más antiguo que se conoce es el que se encuentra en Dendera, en Egipto, y que ahora está bajo posesión del Gobierno Francés. John Cole describe este notable zodiaco de la siguiente manera: «El diámetro del medallón en el cual las constelaciones están esculpidas, es de cuatro pies con nueve pulgadas, medida francesa. Esta rodeado por otro circulo de una circunferencia mucho mayor, la cual contiene caracteres jeroglíficos; este segundo circulo está encerrado en un cuadrado, cuyos lados miden siete pies con nueve pulgadas de largo. Los asterismos, que constituyen las constelaciones Zodiacales mezcladas con otros, están representados en un espiral. Después de una revolución, las extremidades de este espiral son Leo y Cáncer.

Sin duda, Leo esta a la cabeza. Aparenta estar pisando sobre una serpiente, con su cola sostenida por una mujer. Inmediatamente después del León, viene la Virgen sosteniendo una mazorca de maíz. Más adelante, vemos dos escalas de una balanza, sobre las cuales está la figura de Harpocrates en un medallón. Entonces, le sigue el Escorpión, y Sagitario, a quien los egipcios le dieron alas, y dos rostros. Después de Sagitario, están colocados en sucesión Capricornio, Acuario, Piscis, el Carnero, el Toro, y los Gemelos. Como ya hemos observado, esta procesión Zodiacal termina con Cáncer, el Cangrejo». (Véase John Cole: A Treatise on the Circular Zodiac of Tentyra, in Egypt).

Manly Palmer Hall

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