En este momento, nos cuesta hacernos una idea de las profundas consecuencias que habrá tenido en las religiones, las filosofías y las ciencias de la Antigüedad el estudio de los planetas, los luminares y las constelaciones. No en vano los Reyes Magos de Persia eran llamados «observadores de las estrellas» y se honraba a los egipcios con una denominación especial por su habilidad para calcular el poder y el movimiento de los cuerpos celestes y sus consecuencias sobre los destinos de las naciones y los individuos. En todas las partes del mundo se han descubierto ruinas de observatorios astronómicos primitivos, si bien en muchos casos los arqueólogos actuales ignoran la verdadera finalidad para la cual se construyeron.
Aunque los astrónomos
antiguos no conocían el telescopio,
hacían cálculos extraordinarios con
instrumentos tallados en bloques de
granito o hechos a base de machacar
láminas de bronce y cobre. En India se
siguen usando este tipo de instrumentos,
que gozan de un alto grado de precisión.
En Jaipur, en la región de Rajputana
(India), sigue funcionando un
observatorio que consiste,
esencialmente, en inmensos relojes de
sol de piedra. El famoso observatorio
chino que hay en la muralla de Pekín
contiene inmensos instrumentos de
bronce e incluye un telescopio en forma
de un tubo hueco, sin lentes.
Para los paganos, las estrellas eran
objetos vivos que influían en el destino
de las personas, las naciones y las razas.
Que los primeros patriarcas judíos
creían que los cuerpos celestes
participaban en los asuntos de los
hombres resulta evidente para cualquier
estudioso de la literatura bíblica, como,
por ejemplo, el Libro de los Jueces:
«Desde los cielos lucharon las estrellas
desde sus órbitas lucharon contra
Sísara».
Los caldeos, los fenicios, los
egipcios, los persas, los hindúes y los
chinos tenían zodiacos bastante
parecidos, en términos generales, y
distintos expertos han atribuido a cada
una de estas naciones el mérito de ser la
cuna de la astrología y la astronomía.
Los indios de América Central y del
Norte también conocían el Zodiaco,
aunque los modelos y la cantidad de los
signos diferían en muchos detalles de
los de Oriente.
La palabra «zodiaco» deriva del
griego ζωδιακός que significa «círculo
de animales» o, según creen algunos,
«animalillos». Es el nombre que daban
los antiguos astrónomos paganos a un
conjunto de estrellas fijas, de unos
dieciséis grados de ancho, que
aparentemente rodeaban la tierra. Robert
Hewitt Brown, del grado 32, afirma que
la palabra griega zodiakós procede de
zo-on, que significa «animal», y añade
que «esta palabra se compone
directamente de los primitivos radicales
egipcios zo, “vida”, y on, “ser”».
Los griegos y, posteriormente, otros
pueblos en los que tuvo influencia su
cultura, dividían la zona del Zodiaco en
doce sectores, cada uno de dieciséis
grados de ancho y treinta grados de
largo. Estas divisiones se llamaban «las
casas del Zodiaco» y, durante su
recorrido anual, el sol iba pasando, por
turnos, por cada una de ellas. Se
buscaron formas de criaturas
imaginarias en los grupos de estrellas
limitados por aquellos rectángulos y,
como la mayoría de ellos tenían forma
de animales —al menos en parte—,
posteriormente se conocieron como las
constelaciones, o los signos, del
Zodiaco.
Según una teoría popular con
respecto al origen de las criaturas
zodiacales, fueron producto de la
imaginación de los pastores, que,
mientras vigilaban sus rebaños por la
noche, entretenían la mente buscando
formas de animales y de aves en los
cielos.
Esta teoría es insostenible, a
menos que se entienda por «pastores» a
los sacerdotes-pastores de la
Antigüedad. Es poco probable que los
signos del Zodiaco deriven de los
grupos de estrellas que representan en la
actualidad. Es mucho más probable que
las criaturas asignadas a las doce casas
simbolicen la calidad y la intensidad del
poder del sol mientras ocupa las
distintas partes del cinturón zodiacal.
Sobre este tema, Richard Payne
Knight escribe lo siguiente: «El
significado emblemático que se atribuía
a ciertos animales no era más que la
generalización de alguna característica
determinada y, por consiguiente, algo
que la mente puede inventar o descubrir
con facilidad; en cambio, las
colecciones de estrellas que llevan el
nombre de determinados animales no se
parecen en absoluto a ellos y, por lo
tanto, no se trata más que de meros
signos convencionales adoptados para
diferenciar ciertas porciones del cielo
que, probablemente, estaban
consagradas a los atributos
personificados que representaba cada
uno de ellos».
Algunos expertos opinan que al
principio el Zodiaco estaba dividido en
diez casas, o mansiones solares, en lugar
de doce.
En la época primitiva, había
dos métodos distintos —uno solar y el
otro lunar— para calcular los meses, los
años y las estaciones. El año solar
estaba compuesto por diez meses de
treinta y seis días cada uno y cinco días
más, consagrados a los dioses. El año
lunar estaba compuesto por trece meses
de veintiocho días cada uno y sobraba
un día. El zodiaco solar de aquella
época estaba compuesto por diez casas
de treinta y seis grados cada una.
Los seis primeros signos del
Zodiaco de doce se consideraban
benéficos, porque el sol los ocupaba
mientras atravesaba el hemisferio norte,
y representaban los seis mil años
durante los cuales, según los persas,
Ahura-Mazda gobernó su universo en
paz y armonía. Los seis siguientes se
consideraban malignos, porque mientras
el sol recorría el hemisferio sur era
invierno para los griegos, los egipcios y
los persas.
Por consiguiente, aquellos
seis meses simbolizaban los seis mil
años de pobreza y sufrimiento
provocados por el dios del mal de los
persas, Ahrimán, que pretendía derrocar
el poder de Ahura-Mazda.
Quienes defienden la opinión de que
antes de que lo revisaran los griegos el
Zodiaco solo contenía diez signos
alegan pruebas que demuestran que
Libra (la balanza) se insertó en el
Zodiaco dividiendo en dos la
constelación de Virgo-Escorpio (que en
aquella época era un solo signo) y de
este modo se estableció «la balanza» en
el punto de equilibrio entre los signos
ascendentes del norte y los descendentes
del sur.[41] Sobre esta cuestión, Isaac
Myer sostiene lo siguiente: «Pensamos
que al principio las constelaciones
zodiacales eran diez y representaban un
hombre o una divinidad andrógina
inmensa; posteriormente, esto se
modificó: se separaron Escorpio y Virgo
y fueron once; después, de Escorpio
salió Libra, la balanza, con lo cual ahora
son doce».
LOS EQUINOCCIOS Y LOS
SOLSTICIOSEl plano del Zodiaco corta el ecuador celeste en un ángulo aproximado de 23° 28’.
Los dos puntos de intersección (A y B) se denominan «equinoccios».
Todos los años, el sol da una vuelta
entera al Zodiaco y regresa al punto de
partida —el equinoccio vernal— y
ningún año alcanza —por muy poco— a
completar el círculo de los cielos en el
plazo que le corresponde, de modo que
cruza el ecuador un poco por detrás del
punto del signo del Zodiaco por el que
lo había cruzado el año anterior. Todos
los signos del Zodiaco constan de treinta
grados y, como el sol pierde alrededor
de un grado cada setenta y dos años, d
cabo de aproximadamente 2160 años
experimenta un retroceso de toda una
constelación (o signo) y, en alrededor de
25 920 años, de todo el Zodiaco. (Los
expertos no se ponen de acuerdo con
respecto a estas cifras). Tal retroceso se
denomina «precesión de los
equinoccios». Esto significa que, en el
transcurso de unos 25 920 años, que
constituyen un Gran Año Solar o
Platónico, cada una de las doce
constelaciones ocupa un puesto en el
equinoccio vernal durante casi 2160
años y después deja paso al signo
precedente. Entre los antiguos, el sol
casi siempre se simbolizaba mediante la
figura y la naturaleza de la constelación
por la que pasaba en el equinoccio
vernal. Durante prácticamente los
últimos dos mil años, el sol ha
atravesado el ecuador en el equinoccio
vernal en la constelación de Piscis (los
dos peces).
Durante los 2160 años
previos, lo había cruzado por la
constelación de Aries (el carnero) y,
antes de eso, el equinoccio vernal estaba
en el signo de Tauro (el toro).
Es
probable que se asignaran a esta
constelación la forma del toro y sus
tendencias porque los antiguos lo usaban
para arar los campos y la estación
dedicada a arar y hacer surcos coincidía
con la época en la que el sol llegaba al
segmento del cielo llamado Tauro.
Albert Pike describe con estas
palabras la veneración que sentían los
persas por este signo y el método de
simbolismo astrológico que estaba de
moda entre ellos: «En lo alto de la
cueva de iniciación de Zaratustra
estaban representados el Sol y los
Planetas con oro y piedras preciosas, así
como también el Zodiaco.
El Sol
aparecía por detrás de Tauro».
En la
constelación del Toro también se
hallaban las «siete hermanas» —las
sagradas Pléyades—, famosas para la
masonería como las siete estrellas que
aparecen en el extremo superior de la
escalera sagrada.
En el antiguo Egipto, precisamente
durante este período —cuando el
equinoccio vernal estaba en el signo de
Tauro—, el buey Apis se consagraba al
Dios Sol, al que se adoraba por medio
del animal equivalente al signo celestial
que había impregnado con su presencia
en el momento de entrar en el hemisferio
norte. Este es el significado del antiguo
dicho según el cual el toro celestial
«rompía el huevo del año con los
cuernos».
En The Mythological Astronomy of
the Ancients Demonstrated, Sampson
Arnold Mackey destaca dos puntos muy
interesantes con respecto al toro en el
simbolismo egipcio. Mackey opina que
el movimiento de la tierra que
conocemos como la alternancia de los
polos ha provocado un gran cambio en
la posición relativa del ecuador y la
banda zodiacal. Cree que en un
principio la banda del Zodiaco formaba
un ángulo recto con el ecuador y que el
signo de Cáncer quedaba frente al Polo
Norte y el signo de Capricornio frente al
Polo Sur.
Es posible que el símbolo
órfico de la serpiente enroscada en el
huevo intente demostrar el movimiento
del sol con respecto a la tierra en estas
condiciones Para corroborar su teoría,
Mackey menciona, entre otras cosas, el
laberinto de Creta, el nombre de
Abraxas y la fórmula mágica
«abracadabra». Con respecto a
«abracadabra», afirma lo siguiente:
«Sin embargo, la lenta y
progresiva desaparición del
Toro se conmemora felizmente
en la serie de letras que
desaparecen y que expresan
categóricamente el gran hecho
astronómico. Porque
Abracadabra es el Toro, el único
Toro. La antigua frase
descompuesta en las partes que
la componen sería:
Ab’r-achad-ab’ra, es decir Ab’r,
el Toro; achad, el único, etc.
Achad es uno de los nombres del
Sol, que se le otorga porque
brilla solo —es la única estrella
que brilla cuando lo vemos—, y
el ab’ra que queda hace que el
todo signifique: el Toro, el único
Toro; mientras que la repetición
del nombre con una letra menos,
hasta que todo desaparece, es el
método más sencillo y, sin
embargo, el más satisfactorio
que se podría haber imaginado
para preservar la memoria del
hecho; y el nombre de Sorápis, o
Serapis, que se da al Toro en la
ceremonia mencionada despeja
toda duda. […]
Esta palabra,
“abracadabra”, desaparece en
once etapas decrecientes, como
en la figura. Y lo más
sorprendente es que un cuerpo
con tres cabezas queda plegado
por una serpiente con once
vueltas y puesta por Sorapis: y
las once vueltas de la serpiente
forman un triángulo similar al
que forman las once líneas
decrecientes del
“abracadabra”».
En casi todas las religiones del
mundo hay indicios de influencia
astrológica. El viejo Testamento de los
judíos, en cuyos escritos se nota la
sombra de la cultura egipcia, está lleno
de alegorías astrológicas y
astronómicas. Casi toda la mitología de
Grecia y de Roma se puede rastrear en
grupos de estrellas. Algunos escritores
opinan que las veintidós letras
originales del alfabeto hebreo derivaban
de grupos de estrellas y que en el muro
del cielo se podían leer palabras
escritas con estrellas, con las estrellas
fijas como consonantes y los planetas o
luminares como vocales. Como las
combinaciones eran infinitas,
representaban palabras que, cuando se
interpretaban adecuadamente, permitían
conocer el futuro.
A medida que la banda zodiacal va
trazando el recorrido del sol a través de
las constelaciones, produce los
fenómenos de las estaciones. Los
sistemas antiguos para medir el año se
basaban en los equinoccios y los
solsticios. El año comenzaba siempre
con el equinoccio vernal, celebrado con
júbilo el 21 de marzo para marcar el
momento en el cual el sol atravesaba el
ecuador hacia el Norte, siguiendo el
arco zodiacal. El solsticio de verano se
celebraba cuando el sol alcanzaba su
posición más septentrional y el día
señalado era el 21 de junio. A partir de
entonces el sol comenzaba a descender
hacia el ecuador y lo volvía a cruzar
cuando se dirigía hacia el sur en el
equinoccio otoñal, el 21 de septiembre.
El sol alcanzaba su punto más
meridional en el solsticio de invierno, el
21 de diciembre.
Cuatro de los signos del Zodiaco
siempre han estado dedicados a los
equinoccios y los solsticios y, si bien
los signos ya no corresponden con las
antiguas constelaciones a las que
estaban asignados y de las cuales
obtuvieron el nombre, los astrónomos
modernos se basan en ellos para hacer
sus cálculos.
Por consiguiente, se dice
que el equinoccio vernal se produce en
la constelación de Aries (el carnero).
Resulta adecuado que, de todos los
animales, el carnero ocupe el lugar a la
cabeza del rebaño celestial que forma la
banda zodiacal.
Los paganos ya
reverenciaban esta constelación siglos
antes de la era cristiana. Godfrey
Higgins afirma lo siguiente: «A esta
constelación la llamaban “el Cordero de
Dios” y también el “Salvador” y decían
que salvaría a la humanidad de sus
pecados. Siempre le hacían el honor de
dirigirse a él con el apelativo de
Dominus o “Señor”. Lo llamaban “el
Cordero de Dios que quita los pecados
del mundo” y los devotos, cuando se
dirigían a él en su letanía, repetían
constantemente las palabras: “Cordero
de Dios que quitas los pecados del
mundo ten piedad de nosotros y danos tu
paz”». Por consiguiente, “Cordero de
Dios” es un título que se da al sol, que,
según dicen, renace todos los años en el
hemisferio norte bajo el signo del
carnero, aunque, debido a la
discrepancia actual entre los signos del
Zodiaco y los grupos de estrellas, en
realidad sale en el signo de Piscis.
Se considera que el solsticio de
verano ocurre en Cáncer (el cangrejo);
los egipcios lo llamaban «el
escarabajo», un insecto de la familia
Lamellicornes, situada a la cabeza del
reino de los insectos, y lo consideraban
sagrado, como símbolo de la vida
eterna. Resulta evidente que la
constelación del cangrejo está
representada por esta criatura peculiar,
porque el sol, después de pasar por su
casa, empieza a caminar hacia atrás o a
descender por el arco zodiacal. Cáncer
es el símbolo de la generación, porque
es la casa de la Luna, la gran madre de
todas las cosas y patrona de las fuerzas
vitales de la Naturaleza. A Diana, la
diosa de la luna de los griegos la llaman
«la madre del mundo». Con respecto al
culto del principio femenino o maternal,
Richard Payne Knight escribe lo
siguiente: «Como atraía o levantaba las
aguas del océano, naturalmente parecía
que era la soberana de la humedad y,
como aparentemente ejercía tanta
influencia en la constitución de las
mujeres, asimismo parecía ser la
patrona y la reguladora de la nutrición y
la generación pasiva, porque se dice que
recibió a sus ninfas, o personificaciones
subordinadas, del océano; a menudo se
representa con el símbolo del cangrejo
marino, un animal que tiene la propiedad
de separar espontáneamente de su
propio cuerpo cualquier extremidad que
se haya hecho daño o mutilado y
reproducir otra en su lugar».
Este
signo de agua, al ser simbólico del
principio maternal de la Naturaleza y
reconocido por los paganos como el
origen de toda la vida, siempre se
consideraba la morada natural de la
luna.
El equinoccio otoñal se produce,
aparentemente, en la constelación de
Libra (la balanza).
Cuando la balanza se
inclinaba, el globo solar comenzaba su
peregrinación hacia la morada del
invierno. La constelación de la balanza
estaba situada en el Zodiaco como
símbolo de la capacidad de elegir, que
permite al hombre comparar un
problema con otro. Hace millones de
años, cuando la raza humana estaba en
ciernes, el hombre era como los ángeles:
no conocía el bien ni el mal.
Cayó en el
estado de conocer el bien y el mal
cuando los dioses le dieron la semilla
de la naturaleza mental. A partir de sus
reacciones mentales frente a sus
entornos, destila el producto de la
experiencia, que a continuación le ayuda
a recuperar su posición perdida, además
de una inteligencia individualizada.
Decía Paracelso: «El cuerpo procede de
los elementos; el alma, de las estrellas,
y el espíritu, de Dios. Todo lo que el
intelecto puede concebir procede de las
estrellas [los espíritus de las estrellas,
más que las constelaciones materiales]».
La constelación de Capricornio, en
la cual, teóricamente, se produce el
solsticio de invierno, era llamada «la
casa de la muerte», porque en invierno
toda la vida en el hemisferio norte pasa
por su peor momento. Capricornio es
una criatura compuesta: tiene la cabeza y
la parte superior del cuerpo de cabra y
la cola de pescado. En esta
constelación, el sol está más débil en el
hemisferio norte y, después de pasar por
ella, de inmediato empieza a crecer. Por
eso decían los griegos que Júpiter (un
nombre de la divinidad solar) era
amamantado por una cabra. John Cole,
en A Treatise on the Circular Zodiac of
Tentyra, in Egypt, brinda una nueva
perspectiva del simbolismo zodiacal:
«El símbolo de la cabra saliendo del
cuerpo de un pez [Capricornio]
representa, por consiguiente y con la
máxima propiedad, los edificios
descomunales de Babilonia, que surgen
de su situación baja y pantanosa; los dos
cuernos de la cabra son emblemas de las
dos ciudades: Nínive y Babilonia; la
primera construida a orillas del Tigris y
la segunda, a orillas del Éufrates,
aunque las dos estaban sometidas al
mismo soberano».
El período de 2160 años necesario
para la regresión del sol a través de una
de las constelaciones del Zodiaco se
suele denominar «era».
Según este
sistema, la era recibía el nombre del
signo que atravesaba el sol, año tras
año, al cruzar el ecuador en el
equinoccio vernal. Así, podemos hablar
de la era de Tauro, la era de Aries, la
era de Piscis y la era de Acuario.
Durante estos períodos, o eras, el culto
religioso adopta la forma del signo
celeste correspondiente, el que se dice
que el sol adopta como personalidad,
del mismo modo en que un espíritu
asume un cuerpo. Estos doce signos son
las joyas de su peto y su luz reluce
desde ellas, una después de otra.
Después de analizar este sistema, se
comprende enseguida por qué se
adoptaron determinados símbolos
religiosos durante diferentes etapas de
la historia del mundo, porque, durante
los 2160 años en los que el sol estuvo
en la constelación de Tauro, dicen que la
divinidad solar asumió el cuerpo de
Apis y el toro se convirtió en sagrado
para Osiris.
Durante la era de Aries,
se consideraba sagrado el cordero y a
los sacerdotes los llamaban «pastores».
En los altares se sacrificaban ovejas y
cabras y se designó un chivo expiatorio
para descargar en él los pecados de
Israel.
Durante la era de Piscis, el pez fue
el símbolo de lo divino y la divinidad
solar alimentó a la multitud con dos
pececillos. En el frontispicio de Ancient
Faiths Embodied in Ancient Names de
Inman se puede ver a la diosa Isis con un
pez en la cabeza: además, el Dios
Redentor de India, Christna, en una de
sus encarnaciones salió de la boca de un
pez.
No solo se alude a menudo a Jesús
como el «pescador de hombres», sino
que, como señala John P. Lundy, «la
palabra “pez” es una abreviación de
todo su título: Jesucristo, Hijo de Dios,
Salvador y cruz; o, como dice san
Agustín: “Si unimos las iniciales de las
cinco palabras griegas, Ἰησοῦς Χριστος
Θεου Υιὸσ Σωτήρ, que significan
Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador,
obtenemos ΙΧΘΥΣ, ‘pez’, una palabra
que, desde un punto de vista místico,
representa a Cristo, que pudo vivir en el
abismo de esta mortalidad como en la
profundidad de las aguas, es decir, sin
pecado”».[45] Muchos cristianos guardan
el viernes, el día consagrado a la Virgen
(Venus), y ese día comen pescado, en
lugar de carne. El signo del pez fue uno
de los primeros símbolos del
cristianismo y, cuando se dibujaba en la
arena, informaba a un cristiano que
había cerca otra persona de la misma fe.
Llaman a Acuario «el signo del
aguador» o del hombre que lleva sobre
los hombros un cántaro con agua, como
se menciona en el Nuevo Testamento.
Algunas veces aparece como una figura
angelical, supuestamente andrógina,
vertiendo agua de un recipiente o
llevándolo sobre los hombros. Entre los
pueblos orientales, a menudo solo se usa
el recipiente con agua. Edward Upham,
en The History and Doctrine of
Budhism, describe a Acuario con estas
palabras: «Tiene forma de vasija y un
color entre azul y amarillo; este signo es
la única casa de Saturno». Cuando
Herschel descubrió el planeta Urano
(que a veces recibe el nombre de su
descubridor), la segunda mitad del signo
de Acuario se adjudicó a aquel nuevo
miembro de la familia planetaria. El
agua que sale del recipiente de Acuario,
que recibe el nombre de «las aguas de la
vida eterna», aparece muchas veces en
el simbolismo y lo mismo ocurre con
todos los signos. Por consiguiente, el
sol, en su camino, controla todas las
formas de culto que el hombre ofrece a
la divinidad suprema.
Existen dos sistemas diferenciados
de filosofía astrológica. Uno de ellos, el
ptolemaico, es geocéntrico: la tierra se
considera el centro del sistema solar y
en tomo a ella giran el sol, la luna y los
planetas. Desde un punto de vista
astronómico, el sistema geocéntrico es
incorrecto, pero, durante miles de años,
había demostrado su exactitud cuando se
aplicaba a la naturaleza material de las
cosas terrestres. De un análisis
meticuloso de los escritos de los
grandes ocultistas y del estudio de sus
diagramas se desprende que muchos de
ellos conocían otra manera de disponer
los cuerpos celestes.
El otro sistema de filosofía
astrológica se denomina «heliocéntrico»
y coloca al sol en el centro del sistema
solar, al que pertenece por naturaleza,
con los planetas y sus lunas girando a su
alrededor. Sin embargo, el gran
inconveniente del sistema heliocéntrico
es que, al ser relativamente nuevo, no ha
habido tiempo suficiente para
experimentarlo bien ni para catalogar
los efectos de sus diversos aspectos y
relaciones La astrología geocéntrica,
como su nombre indica, se limita al
aspecto terrenal de la naturaleza,
mientras que la heliocéntrica se puede
usar para analizar las facultades
intelectuales y espirituales superiores
del hombre.
Es muy importante recordar que,
cuando se decía que el sol estaba en un
signo determinado del Zodiaco, en
realidad los antiguos querían decir que
el sol ocupaba el signo opuesto y
proyectaba su largo rayo sobre la casa
en la que lo entronizaban. Por
consiguiente, cuando se dice que el sol
está en Tauro, significa
(astronómicamente) que el sol está en el
signo opuesto a Tauro, que es Escorpio.
Esto trajo como consecuencia dos
escuelas filosóficas diferentes: una
geocéntrica y exotérica y la otra
heliocéntrica y esotérica. Mientras las
multitudes ignorantes adoraban la casa
en la que se reflejaba el sol —en este
caso, la del Toro—, los sabios
reverenciaban la casa en la que vivía de
verdad, que sería la de Escorpio o la
serpiente, el símbolo del misterio
espiritual oculto.
Este signo tiene tres
símbolos diferentes. El más común es el
escorpión, al que los antiguos llamaban
«murmurador», y era el símbolo del
engaño y la perversión; el segundo
símbolo (y el menos frecuente) es la
serpiente, que los antiguos usaban a
menudo para representar la sabiduría.
Es probable que la forma más rara
de Escorpio sea el águila. La
disposición de las estrellas de la
constelación se parece tanto a un ave
volando como a un escorpión. Al ser
Escorpio el signo de la iniciación
oculta, el águila —la reina de las aves
— en vuelo representa el tipo supremo y
más espiritual de Escorpio, que le
permite trascender del insecto venenoso
de la tierra. Como Escorpio y Tauro
están en posiciones opuestas en el
Zodiaco, a menudo su simbolismo está
estrechamente interrelacionado. En
Ancient Calendars and Constellations,
la honorable E. M. Plunket dice lo
siguiente: «El escorpión (la constelación
de Escorpio en el Zodiaco, opuesta a
Tauro) se une con Mitra para atacar al
toro y siempre están presentes los genios
de los equinoccios de primavera y otoño
en actitudes gozosas y lastimeras».
Para los egipcios, los asirios y los
babilonios que conocían al sol como un
toro, el Zodiaco era una serie de surcos,
a través de los cuales el gran buey
celestial arrastraba el arado del sol. Por
eso, el pueblo ofrecía sacrificios y
conducía por las calles magníficos
bueyes, adornados con flores y rodeados
de sacerdotes, bailarinas del templo y
músicos. Los elegidos no participaban
en aquellas ceremonias idólatras, pero
las consideraban apropiadas para el tipo
de mente que constituía la masa de la
población. Aquel grupo reducido poseía
un conocimiento mucho más profundo y
así lo demostraba la serpiente de
Escorpio que llevaban en la frente: el
uraeus.
El sol se representa a menudo con
sus rayos formando una melena
enmarañada. Con respecto a la
importancia masónica de Leo, Robert
Hewitt Brown, del grado 32, ha escrito
lo siguiente: «El 21 de junio, cuando el
sol llega al solsticio de verano, la
constelación de Leo —que está 30°
adelantada con respecto al sol— parece
llevar la delantera y contribuir, con su
poderosa garra, a levantar el sol hasta lo
más alto del arco zodiacal. […] Aquella
relación visible entre la constelación de
Leo y el regreso del sol a su puesto de
poder y de gloria, en lo más alto del
arco real del cielo, era la razón
fundamental por la cual aquella
constelación era tan estimada y venerada
por los antiguos. Los astrólogos
distinguían a Leo como la única casa
del sol y enseñaban que el mundo había
sido creado cuando el sol estaba en ese
signo. “El león era adorado en Oriente y
en Occidente, por los egipcios y los
mexicanos. El principal druida de Gran
Bretaña se representaba como un
león”».
Cuando se establezca del
todo la era de Acuario, el sol estará en
Leo, como se observa en la explicación
que ya se ha dado en este capítulo
acerca de la distinción entre la
astrología geocéntrica y la heliocéntrica.
Entonces, sin duda, las religiones
secretas del mundo volverán a hablar
del paso a la iniciación mediante la
garra del león. (Lázaro resucitará).
La antigüedad del Zodiaco es objeto
de controversia. Sostener que se originó
apenas unos pocos miles de años antes
de la era cristiana es un error colosal
por parte de aquellos que han tratado de
reunir información con respecto a su
origen. Necesariamente ha de ser lo
bastante antiguo como para poder
retroceder hasta aquel período en el cual
sus signos y sus símbolos coincidían
exactamente con las posiciones de las
constelaciones, cuyas diversas criaturas
en sus funciones naturales
ejemplificaban los rasgos más
destacados de la actividad solar durante
cada uno de los doce meses. Al cabo de
muchos años de estudios profundos
sobre el tema, un autor pensó que el
concepto humano del Zodiaco tenía,
como mínimo, cinco millones de años de
antigüedad. Con toda probabilidad, esta
es una de las numerosas razones por las
cuales el mundo actual está en deuda con
la civilización de la Atlántida o la de
Lemuria.
Alrededor de diez mil años
antes de la era cristiana, hubo un
período de muchos años en los que se
suprimió el conocimiento de todo tipo,
se destruyeron tablillas, se derribaron
monumentos y todo vestigio del material
disponible acerca de las civilizaciones
anteriores se borró por completo. Tan
solo se conservan unos cuantos cuchillos
de cobre, algunas puntas de flecha y
unas tallas toscas en las paredes de las
cuevas como testigos mudos de las
civilizaciones que precedieron aquella
etapa de destrucción. Aquí y allá,
existen todavía unas cuantas estructuras
gigantescas que, como los extraños
monolitos de la isla de Pascua, dan
testimonio de las artes, las ciencias y las
razas perdidas. La raza humana es
sumamente antigua. La ciencia moderna
calcula su antigüedad en decenas de
miles de años; el ocultismo, en decenas
de millones. Según un antiguo
proverbio, «la Madre Tierra se ha
sacudido de la espalda muchas
civilizaciones» y no es ilógico pensar
que los principios de la astrología y la
astronomía surgieron millones de años
antes de la aparición del primer hombre
blanco.
PLANO JEROGLÍFICO,
HECHO POR HERMES,DEL ZODIACO ANTIGUOAthanasius Kircher: OEdipus Ægyptiacus.
El círculo interior contiene el jeroglífico de Hemfta, la divinidad triforme y pantamórfica.
En las seis franjas concéntricas que rodean el círculo central están (de dentro hacia fuera):
1) los números de las casas del Zodiaco en cifras y también en letras;
2) los nombres modernos de las casas;
3) el nombre griego y el egipcio de las divinidades egipcias correspondientes a las casas:
4) las figuras completas de estas divinidades:
5) el signo zodiacal antiguo o el moderno y a veces los dos:
6) el número de decanatos o subdivisiones de las casas.
Los ocultistas del mundo antiguo tenían
un conocimiento muy sorprendente del
principio de la evolución. Para ellos,
toda la vida atravesaba distintas etapas
de transformación. Creían que los
granos de arena estaban en proceso de
transformarse en humanos en la
conciencia, aunque no necesariamente en
la forma; que las criaturas humanas
estaban en proceso de transformarse en
planetas; que los planetas estaban en
proceso de transformarse en sistemas
solares, y que los sistemas solares
estaban en proceso de transformarse en
cadenas cósmicas, y así sucesivamente
hasta el infinito. Una de las etapas entre
el sistema solar y la cadena cósmica se
llamaba el «Zodiaco»; por consiguiente,
enseñaban que, en un momento
determinado, un sistema solar se
descompone en un Zodiaco. Las casas
del Zodiaco se convierten en los tronos
de las doce jerarquías celestiales o,
como afirman algunos de los antiguos,
los diez Órdenes divinos. Pitágoras
enseñaba que el diez, o la unidad en el
sistema decimal, era el número más
perfecto de todos y lo representaba
mediante la tetractys menor, un conjunto
de diez puntos que forman un triángulo
vertical.
Los primeros observadores de las
estrellas, después de dividir el Zodiaco
en casas, designaron las tres estrellas
más brillantes de cada constelación para
gobernar conjuntamente aquella casa. A
continuación dividieron la casa en tres
secciones de diez grados cada una, a las
que llamaron decanatos.
A su vez,
dividieron estos por la mitad, con lo
cual el Zodiaco quedó dividido en
setenta y dos divisiones de cinco grados
cada una. Sobre cada una de estas
divisiones de cinco grados, los hebreos
colocaron una inteligencia celestial, o
ángel, y de este sistema ha salido la
disposición cabalística de los setenta y
dos nombres sagrados, que
corresponden a las setenta y dos flores,
botones y almendras del candelabro de
setenta y dos brazos del Tabernáculo y a
los setenta y dos hombres que fueron
elegidos de las doce tribus para
representar a Israel.
Los dos únicos signos que no se han
mencionado aún son Géminis y
Sagitario. La constelación de Géminis se
suele representar en forma de dos niños
pequeños, que, según los antiguos,
nacieron de huevos, posiblemente
aquellos que el toro rompió con sus
cuernos. Las historias acerca de Cástor
y Pólux y Rómulo y Remo pueden ser
consecuencia de la ampliación de los
mitos de aquellos gemelos celestiales.
Los símbolos de Géminis han sufrido
numerosas modificaciones. El que
usaban los árabes era el pavo real.
Dos
de las estrellas principales de la
constelación de Géminis siguen llevando
los nombres de Cástor y Pólux. Se
supone que el signo de Géminis era el
patrono del culto fálico y los dos
obeliscos o pilares que había delante de
los templos y las iglesias transmiten el
mismo simbolismo que los gemelos.
El signo de Sagitario es lo que los
antiguos griegos llamaban un centauro:
una criatura que tenía la parte inferior
del cuerpo con forma de caballo y la
mitad superior con forma humana. Por lo
general se lo muestra con un arco y una
flecha en las manos, apuntando una saeta
hacia las estrellas. Por consiguiente,
Sagitario representa dos principios
distintos: en primer lugar, la evolución
espiritual del hombre, porque la forma
humana surge del cuerpo del animal, y
en segundo lugar es el símbolo de la
aspiración y la ambición, porque, así
como el centauro apunta con su flecha a
las estrellas, toda criatura humana
apunta a un objetivo superior al que
puede alcanzar.
Albert Churchward, en The Signs
and Symbols of Primordial Man,
sintetiza la influencia del Zodiaco en el
simbolismo religioso con las siguientes
palabras: «La división [se hace] aquí en
doce partes, los doce signos del
Zodiaco, las doce tribus de Israel, las
doce puertas del cielo que se mencionan
en el Apocalipsis y las doce entradas o
portales que hay que atravesar en la
Gran Pirámide antes de llegar al grado
máximo, los doce apóstoles de las
doctrinas cristianas y los doce puntos
originales y perfectos de la masonería».
Los antiguos creían que la teoría de
que el hombre había sido hecho a
imagen y semejanza de Dios se tenía que
entender al pie de la letra. Sostenían que
el universo era un gran organismo
semejante al cuerpo humano y que cada
una de las fases y funciones del cuerpo
universal tenía una correspondencia en
el hombre. La clave de la sabiduría más
preciosa que los sacerdotes transmitían
a los nuevos iniciados era lo que ellos
llamaban «la ley de la analogía». Por
consiguiente, para los antiguos, el
estudio de las estrellas era una ciencia
sagrada, porque veían en los
movimientos de los cuerpos celestes la
actividad omnipresente del Padre
Infinito.
A menudo se ha criticado
inmerecidamente a los pitagóricos por
promulgar la llamada doctrina de la
metempsicosis, o la transmigración de
las almas, aunque este concepto, tal
como circulaba entre los no iniciados,
no era más que una pantalla para ocultar
una verdad sagrada.
Los místicos
griegos creían que la naturaleza
espiritual del hombre descendía hacia la
existencia material desde la Vía Láctea,
el semillero de las almas, a través de
una de las doce puertas de la gran banda
zodiacal. Por consiguiente, se decía que
la naturaleza espiritual se encamaba en
la forma de la criatura simbólica creada
por los magos observadores de las
estrellas para representar las diversas
constelaciones zodiacales. Si el espíritu
se encamaba a través del signo de Aries,
se decía que nacía en el cuerpo de un
carnero; si en el de Tauro, en el cuerpo
del toro celestial. De este modo, todos
los seres humanos se simbolizaban
mediante doce criaturas misteriosas a
través de cuya naturaleza se podían
encarnar en el mundo material. La teoría
de la transmigración no se aplicaba al
cuerpo material visible del hombre, sino
al espíritu inmaterial invisible que
vagaba por el camino de las estrellas y
en el curso de la evolución iba
adoptando, de forma consecutiva, la
forma de los animales zodiacales
sagrados.
En el Libro III de Mathesis, de
Julius Firmicus Maternus, aparece el
siguiente fragmento con respecto a las
posiciones de los cuerpos celestes en el
momento de establecerse el universo
inferior: «Según Esculapio, por
consiguiente, y Anublo, al cual la
divinidad Mercurio confió
especialmente los secretos de la ciencia
astrológica, la génesis del mundo sería
la siguiente: constituyeron el Sol en la
decimoquinta parte de Leo: la Luna, en
la decimoquinta parte de Cáncer;
Saturno, en la decimoquinta parte de
Capricornio; Júpiter, en la decimoquinta
parte de Sagitario; el hombre, en la
decimoquinta parte de Escorpio: Venus,
en la decimoquinta parte de Libra;
Mercurio, en la decimoquinta parte de
Virgo, y el Horóscopo, en la
decimoquinta parte de Cáncer.
Ajustándose a esta génesis, por lo tanto,
a estas condiciones de las estrellas y los
testimonios que aducen para confirmar
esta génesis, opinan que el destino de
los hombres, además, se dispone de
conformidad con la disposición anterior,
como se puede ver en el libro de
Esculapio titulado Μυριογενεσις,
para que no se encuentre nada, en las
diversas génesis de los hombres, que
esté en discordancia con la génesis del
mundo mencionada». Las siete eras del
hombre se rigen por los planetas según
el orden siguiente: la primera infancia,
la luna; la niñez, Mercurio; la
adolescencia, Venus; la adultez, el sol;
la madurez, Marte; la edad avanzada,
Júpiter, y la decrepitud y la disolución,
Saturno.
Con respecto al sentido teúrgico o
mágico en el cual los sacerdotes
egipcios presentaban en la Tabla Isíaca
la filosofía de sacrificios, ritos y
ceremonias mediante un sistema de
símbolos ocultos, Athanasius Kircher
escribe lo siguiente: «Los primeros
sacerdotes creían que, mediante
ceremonias de sacrificio adecuadas y
completas, se invocaba a un gran poder
espiritual.
Según Jámblico, la falta de
uno de los elementos desmerecía la
totalidad.
Por eso, prestaban muchísima
atención a los detalles, porque les
parecía absolutamente fundamental que
toda la cadena de conexiones lógicas se
ajustara al ritual con precisión. Esta es,
sin duda, la razón por la cual preparaban
y recomendaban para su uso futuro los
manuales —como quien dice— para
llevar a cabo los ritos. También
aprendieron lo que los primeros
practicantes de la hieromancia —
poseídos, por así decirlo, por la ira
divina— idearon como sistema
simbólico para manifestar sus misterios.
Los pusieron en esta Tabla Isíaca, a la
vista de las personas autorizadas para
entrar en el sanctasanctórum, con el fin
de enseñarles la naturaleza de los dioses
y las formas de sacrificio prescritas.
Como cada una de las órdenes de los
dioses tenía sus propios símbolos,
gestos, vestuario y adornos peculiares,
les parecía necesario cumplirlos con
todo el aparato del culto, ya que no
había nada más eficaz para atraer la
atención propicia de las divinidades y
los genios. […]
Por consiguiente, sus
templos, alejados de los lugares que
solían frecuentar los hombres, contenían
representaciones de casi todas las
formas de la naturaleza.
En primer lugar, para representar la
economía física del mundo, utilizaban
como adornos en el pavimento
minerales, piedras y otros objetos
adecuados, y hasta chorros de agua. Las
paredes mostraban el mundo de los
astros y la bóveda, el mundo de los
genios.
En el centro estaba el altar, para
sugerir las emanaciones de la Mente
Suprema desde su centro. Por
consiguiente, todo el interior constituía
una imagen del Universo de los Mundos.
Cuando ofrecían sacrificios, los
sacerdotes usaban unas vestiduras
adornadas con figuras similares a las
atribuidas a los dioses. Llevaban el
cuerpo parcialmente desnudo, como el
de las divinidades, no tenían
preocupaciones materiales y practicaban
la castidad más estricta. […] Llevaban
la cabeza cubierta, para indicar que
estaban haciendo algo terrenal.
Se
afeitaban la cabeza y el cuerpo, porque
para ellos el cabello era una
excrecencia inútil. Se ponían en la
cabeza las mismas insignias que
atribuían a los dioses. Ataviados de
aquella manera, consideraban que se
habían transformado en la inteligencia
con la que siempre querían identificarse.
Por ejemplo, para hacer descender
al mundo el alma y el espíritu del
Universo, se colocaban delante de la
imagen que aparece sentada en el trono,
en el centro de nuestra Tabla, llevando
los mismos símbolos que dicha figura y
los miembros de su séquito, y ofrecían
sacrificios. Mediante éstos y los himnos
que entonaban para acompañarlos,
creían que, indefectiblemente, atraían la
atención de Dios hacia su plegaria.
Lo
mismo hacían con respecto a las demás
partes de la Tabla, convencidos de que,
por fuerza, si el ritual adecuado se
llevaba a cabo correctamente, evocaría
a la divinidad deseada. Es evidente que
aquel fue el origen de la ciencia de los
oráculos. Así como tocar un acorde
produce una armonía sonora, las cuerdas
próximas reaccionan, aunque no se las
toque. Asimismo, la idea que
expresaban mediante todo lo que hacían
mientras adoraban al Dios coincidía con
la Idea básica y, por una unión
intelectual, volvía a ellos deificada, y
así obtenían ellos la Idea de las ideas.
De tal modo surgía en sus almas —
creían— el don de la profecía y la
adivinación y pensaban que podrían
predecir el futuro, advertir de los males
inminentes, etcétera.
Porque, así como
en la Mente Suprema todo es simultáneo
e ilimitado, por consiguiente, en esa
Mente el futuro está presente y pensaban
que, así como la mente humana se
absorbía en la Suprema mediante la
contemplación, gracias a aquella unión
se les permitía conocer todo el futuro.
Casi todo lo que está representado en
nuestra Tabla consiste en amuletos que,
por la analogía antes descrita, les
inspirarían, en las condiciones descritas,
las virtudes del Poder Supremo y les
permitiría recibir el bien y evitar el mal.
También creían que, de aquella manera
mágica, podrían curar enfermedades;
que se podría inducir a los genios para
que se les aparecieran en sueños y
curaran o les enseñaran a curar a los
enfermos. Con esta convicción,
consultaban a los dioses con respecto a
todo tipo de dudas y dificultades,
adornados con la parafernalia del rito
místico y mirando de hito en hito las
Ideas divinas y, mientras estaban así
embelesados, creían que Dios, mediante
alguna señal, signo o gesto, les
transmitía —estuvieran dormidos o
despiertos— la verdad o la falsedad del
asumo en cuestión». (Véase Athanasius
Kircher: OEdipus Ægyptiacus).
Manly Palmer Hall
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