Resulta especialmente adecuado comenzar un estudio del simbolismo hermético con un análisis de los símbolos y los atributos de la Isis saíta, es decir, la Isis de Sais, famosa por la inscripción relacionada con ella que apareció en el frente de su templo en esta ciudad: «Yo, Isis, soy todo lo que ha sido, lo que es y lo que será y ningún hombre mortal me ha quitado nunca el velo». Según Plutarco, muchos autores antiguos creían que esta diosa era la hija de Hermes; otros opinaban que era hija de Prometeo. Estos dos semidioses destacaban por su sabiduría divina. No es improbable que su parentesco con ellos sea meramente alegórico. Plutarco traduce el nombre de Isis con el significado de «sabiduría». Godfrey Higgins, en su Anacalypsis, deriva el nombre de Isis del hebreo, Iso, y del griego ζωω, «salvar».
Sin embargo,
algunas autoridades, como Richard
Payne Knight, por ejemplo, creen —y
así lo manifiesta en su obra The
Symbolical Language of Ancient Art
and Mythology— que la palabra tiene
origen septentrional, posiblemente
escandinavo o gótico. En estos idiomas,
el nombre se pronuncia isa, que significa
«hielo», o agua en su estado más pasivo,
cristalizado y negativo.
Esta divinidad egipcia con tantos
nombres aparece como el principio de
la fecundidad natural en casi todas las
religiones del mundo antiguo. Se la
conocía como la diosa de las diez mil
denominaciones y el cristianismo la
metamorfoseó en la Virgen María,
porque Isis, a pesar de haber dado a luz
a todas las cosas vivas —la principal
entre ellas fue el Sol— seguía siendo
virgen, según los relatos legendarios.
Isis representada con su hijo Horus en brazos, y coronada con el disco lunar adornado con astas de carnero o toro.
Orus, u
Horus, como se le conoce
comúnmente, era el hijo de Isis y
Osiris. Era el dios del tiempo, las
horas y los días, y de este
estrecho período de vida
reconocido como la existencia
mortal. Con toda probabilidad,
los cuatro hijos de Horus
representan los cuatro reinos de
la Naturaleza. Fue Horus quien
finalmente vengó el asesinato de
finalmente vengó el asesinato de
su padre Osiris al herir a Tifón,
el espíritu del Mal.
Apuleyo, en el undécimo libro de El
asno de oro, atribuye a la diosa la
siguiente declaración relacionada con
sus poderes y sus atributos: «Mira. […],
yo, conmovida por tus plegarias, estoy
aquí contigo: yo, que soy la naturaleza,
la progenitora de las cosas, la reina de
todos los elementos, el origen
primigenio de los tiempos, la divinidad
suprema, la soberana de los espíritus de
los muertos, la primera de los
celestiales y el prototipo uniforme de
los dioses. Yo, que gobierno con una
inclinación de cabeza las cumbres
luminosas de los cielos, las brisas
salubres del océano y los silencios
lúgubres de los infiernos y cuya única
divinidad todo el orbe de la tierra
venera bajo diversas formas, con
distintos ritos y gran variedad de
denominaciones.
Por eso, los frigios
primigenios me llaman Pessinuntica, la
madre de los dioses: los habitantes del
Ática me llaman Minerva Cecropia; soy
la Venus de Pafos para los chipriotas,
Diana para los cretenses portadores de
flechas: los sicilianos trilingües me
llaman Proserpina estigia, y para los
eleusinos soy la antigua diosa Ceres.
Algunos me llaman Juno; otros Bellona;
soy Hécate para unos y Ramnusia para
otros. Y aquellos a los que la divinidad
solar ilumina en cuanto sale con sus
rayos incipientes, es decir, los etíopes,
los arios y los egipcios, expertos en el
conocimiento antiguo y que me adoran
en ceremonias perfectamente
apropiadas, me llaman por mi nombre
verdadero: reina Isis».
Le Plongeon cree que el mito
egipcio de Isis tuvo una base histórica
entre los mayas de América Central, que
llamaban a su diosa «reina Moo».
En el
príncipe Coh, el mismo autor encuentra
una correspondencia con Osiris, el
hermano y esposo de Isis. La teoría de
Le Plongeon era que la civilización
maya era mucho más antigua que la
egipcia. Al morir el príncipe Coh, su
viuda, la reina Moo, huyó para salvarse
de la ira de los asesinos y buscó refugio
entre las colonias mayas de Egipto,
donde la aceptaron como reina y le
pusieron el nombre de Isis. Aunque
puede ser que Le Plongeon tenga razón,
la posible reina histórica se reduce a la
insignificancia cuando se compara con
la Virgen del mundo, alegórica y
simbólica; además, el hecho de que
aparezca entre tantas razas y pueblos
diferentes resta credibilidad a la teoría
de que existió realmente.
Según Sexto Empírico, la guerra de
Troya se libró por una estatua de la
diosa lunar.
Por aquella Helena lunar y
no por una mujer, los griegos y los
troyanos combatieron a las puertas de
Troya.
Varios autores han tratado de
demostrar que Isis, Osiris, Tifón, Neftis
y Aroueris (Thot o Mercurio) eran
nietos del gran patriarca judío Noé,
hijos de su hijo Ham, pero, como la
historia de Noé y su arca es una alegoría
cósmica relacionada con la repoblación
de los planetas al comienzo de cada
período del mundo, resulta menos
probable que fueran personajes
históricos. Según Robert Fludd, el sol
tiene tres propiedades: vida, luz y calor,
que vivifican y vitalizan los tres
mundos: el espiritual, el intelectual y el
material. Por consiguiente, se dice «de
una luz, tres luces», es decir, los tres
primeros maestros masones. Con toda
probabilidad, Osiris representa el tercer
aspecto (el material) de la actividad
solar, que, gracias a sus influencias
beneficiosas, vitaliza y da vida a la flora
y la fauna de la tierra. Osiris no es el
sol, pero el sol simboliza el principio
vital de la naturaleza, que los antiguos
conocían como Osiris.
Su símbolo, por
consiguiente, era un ojo abierto, en
honor del Gran ojo del universo: el sol.
En oposición al principio activo y
radiante del fuego fecundo, el calor y el
movimiento, era el principio pasivo y
receptivo de la naturaleza.
La ciencia moderna ha demostrado
que las formas, cuya magnitud varía
desde los sistemas solares hasta los
átomos están compuestas por núcleos
positivos y radiantes, rodeados por
cuerpos negativos que existen sobre las
emanaciones de la vida central.
A partir
de esta alegoría tenemos la historia de
Salomón y sus esposas, porque Salomón
es el sol y sus esposas y concubinas son
los planetas, las lunas, los asteroides y
otros cuerpos receptivos dentro de su
casa: la mansión solar. Isis,
representada en el Cantar de los
Cantares como la doncella de tez oscura
de Jerusalén, simboliza la naturaleza
receptiva: el principio acuoso y
maternal que crea todas las cosas a
partir de sí misma, una vez lograda la
fecundación, gracias a la virilidad del
sol.
En el mundo antiguo, el año tenía
360 días. El Dios de la Inteligencia
Cósmica reunía los cinco días
adicionales para que fueran los
cumpleaños de los cinco dioses que eran
llamados «los hijos de Ham». En el
primero de aquellos días especiales
nacía Osiris y en el cuarto, Isis.
Tifón, el demonio o el espíritu del
adversario de los egipcios, nacía el
tercer día. El símbolo de Tifón suele ser
un cocodrilo: a veces, su cuerpo es una
combinación de un cocodrilo y un cerdo.
Isis representa el conocimiento y la
sabiduría y, según Plutarco, la palabra
«Tifón» significa «insolencia» y
«orgullo». El egoísmo, el egocentrismo
y el orgullo son los enemigos mortales
del conocimiento y la verdad. Esta parte
de la alegoría se revela.
Osiris —representado aquí como el
sol— se convirtió en rey de Egipto y
concedió a su pueblo la plena ventaja de
su luz intelectual: después continuó su
camino a través de los cielos, visitando
a los pueblos de otras naciones y
convirtiendo a todos aquellos con los
que entraba en contacto. Plutarco afirma,
además, que los griegos reconocían en
Osiris a la misma persona que
reverenciaban con los nombres de
Dioniso y Baco.
Mientras estaba lejos
de su país, su hermano Tifón, el malvado
—como el Loki escandinavo—,
conspiró contra la divinidad solar para
destruirla. Reunió a setenta y dos
personas como cómplices de su
conspiración y alcanzó su abominable
objetivo de una manera muy sutil.
Mandó hacer una caja decorada muy
bonita del tamaño exacto del cuerpo de
Osiris y la llevó a la sala de banquetes
en la que los dioses se estaban dando un
festín. Todos admiraron el hermoso
arcón y Tifón prometió dárselo a aquel
cuyo cuerpo encajara mejor. Uno tras
otro se tumbaron en la caja, pero se
volvían a levantar, desilusionados, hasta
que finalmente lo probó también Osiris.
En cuanto estuvo en el arcón, Tifón y sus
cómplices clavaron la tapa y sellaron
las aberturas con plomo fundido.
A
continuación, arrojaron la caja al Nilo,
en el cual flotó hasta el mar.
Plutarco
afirma que esto ocurrió el
decimoséptimo día del mes de Athyr,
cuando el sol estaba en la constelación
de Escorpio. Esto es muy significativo,
porque el escorpión es el símbolo de la
traición. Osiris entró en el baúl en la
misma estación en la que Noé subió al
arca para salvarse del diluvio.
Plutarco declara también que los
faunos (como Pan) y los sátiros (los
espíritus de la naturaleza y de los
elementos) fueron los primeros en
descubrir que Osiris había sido
asesinado y de inmediato dieron la voz
de alarma; de aquel episodio surgió la
palabra «pánico» con el significado de
«miedo» o «terror» multitudinario.
Cuando Isis recibió la noticia de la
muerte de su esposo —se lo contaron
unos niños que habían visto a los
asesinos cuando salían corriendo con la
caja—, enseguida se vistió de luto y
salió en su busca.
Finalmente, Isis averiguó que el
arcón había flotado hasta la costa de
Biblos, donde había quedado
enganchado en las ramas de un árbol,
que, milagrosamente, no tardó en crecer
en torno a la caja. Cuando lo supo el rey
de aquel país, se asombró tanto que
mandó talar el árbol y hacer con su
tronco una columna para sostener el
techo de su palacio. Isis fue a Biblos y
recuperó el cuerpo de su esposo, pero
Tifón volvió a robarlo y lo cortó en
catorce trozos, que dispersó por toda la
tierra.
Desesperada, Isis se puso a reunir
los restos cortados de su esposo, pero
solo pudo encontrar trece. Reprodujo el
decimocuarto —el falo— en oro, porque
el original había caído al río Nilo y un
pez se lo había tragado.
Más tarde, Tifón murió luchando
contra el hijo de Osiris. Algunos
egipcios creían que las almas de los
dioses iban al cielo, donde brillaban
como estrellas.
Se suponía que el alma
de Isis brillaba desde Sirio, mientras
que Tifón se convirtió en la constelación
de la Osa. No es seguro, sin embargo,
que la idea se hubiese generalizado en
algún momento.
Los egipcios suelen representar a
Isis con un tocado que simboliza el trono
vacío de su esposo asesinado y esta
estructura peculiar fue aceptada en
determinadas dinastías como su
jeroglífico.
Los tocados de los egipcios
tienen gran importancia simbólica y
emblemática, porque representan el
cuerpo áurico de las inteligencias
sobrenaturales y se usan de la misma
forma en que se usan el nimbo, el halo y
la aureola en el arte religioso cristiano.
El famoso simbolista masónico Frank C.
Higgins ha observado con perspicacia
que los recargados tocados de
determinados dioses y faraones están
inclinados hacia atrás en el mismo
ángulo que el eje de la tierra.
Las
vestimentas, las insignias, las joyas y los
ornamentos de los antiguos hierofantes
simbolizaban las energías que irradiaba
el cuerpo humano. La ciencia moderna
está redescubriendo muchos de los
secretos perdidos de la filosofía
hermética. Uno de ellos es la capacidad
para medir la evolución mental, las
cualidades del alma y la salud física de
una persona a partir de las descargas de
energía eléctrica semivisible que manan
constantemente de la superficie de la
piel de todo ser humano durante toda su
vida. A veces Isis se representa
simbólicamente con la cabeza de una
vaca y en ocasiones todo el animal es su
símbolo. Los primeros dioses
escandinavos eran extraídos a
lengüetazos de bloques de hielo por la
Madre Vaca (Audhumla), que, por su
leche, simbolizaba el principio del
nutrimiento natural y la fecundidad.
Algunas veces se representa a Isis como
un pájaro. A menudo lleva en una mano
la crux ansata, símbolo de la vida
eterna, y en la otra el cetro florido,
símbolo de su autoridad.
Thot Hermes Trismegisto, el
fundador del saber egipcio y el sabio
del mundo antiguo, entregó a los
sacerdotes y los filósofos de la
Antigüedad los secretos que se han
conservado hasta hoy en mitos y
leyendas. Estas alegorías y figuras
emblemáticas ocultan las fórmulas
secretas para la regeneración espiritual,
mental, moral y física que vulgarmente
se conocen como la química mística del
alma (la alquimia). Estas verdades
sublimes se comunicaban a los iniciados
de las escuelas mistéricas, pero
permanecían ocultas a los profanos que,
como no comprendían los principios
filosóficos abstractos, adoraban a los
ídolos de hormigón que representaban
aquellas verdades secretas.
La
personificación de la sabiduría y el
sigilo de Egipto es la Esfinge, que ha
mantenido a salvo sus secretos durante
un centenar de generaciones Los
misterios del hermetismo, las grandes
verdades espirituales ocultas al mundo
por la ignorancia de este y las claves de
las doctrinas secretas de los filósofos
antiguos, todo esto se representa
simbólicamente mediante la Virgen Isis,
que, velada de la cabeza a los pies, solo
revela su sabiduría a los pocos que han
sido puestos a prueba e iniciados que
han adquirido el derecho a acceder a su
presencia sagrada, a arrancar de la
figura velada de la naturaleza el velo de
oscuridad y a situarse cara a cara con la
Realidad Divina.
A menos que se indique lo contrario,
las explicaciones que figuran en estas
páginas sobre los símbolos peculiares
de la Virgen Isis se basan en selecciones
de una traducción libre del cuarto libro
de la Bibliotèque des Philosophes
Hermétiques, titulado «El significado
hermético de los símbolos y los
atributos de Isis», con interpolaciones
del compilador para ampliar y aclarar el
texto.
Las estatuas de Isis estaban
adornadas con el sol, la luna y las
estrellas y muchos emblemas
pertenecientes a la tierra, sobre la cual
se suponía que gobernaba, como
personificación del espíritu guardián de
la naturaleza. Se han hallado varias
imágenes de la diosa con las marcas de
su dignidad y su cargo todavía intactas.
Según los filósofos antiguos,
personificaba la Naturaleza Universal,
la madre de todo lo producido. Por lo
general, la divinidad se representaba
como una mujer parcialmente desnuda, a
menudo embarazada y a veces cubierta
por una prenda suelta de color verde o
negro o de cuatro tonos distintos
mezclados: blanco, negro, amarillo y
rojo.
Diodoro escribe acerca de una
inscripción famosa, tallada en
una columna situada en Nisa
(Arabia), en la que Isis se
describe a sí misma con las
describe a sí misma con las
siguientes palabras:
«Soy Isis, la
reina de este país. Me ha
instruido Mercurio. Nadie puede
destruir las leyes que he
establecido. Soy la hija mayor de
Saturno, el más antiguo de los
dioses. Soy esposa y hermana
del rey Osiris. Soy la primera
que enseñó a los mortales a usar
el trigo.
Soy la madre del rey
Horus. En mi honor se construyó
la ciudad de Bubaste. ¡Alégrate,
Egipto, alégrate, tierra que me
vio nacer!».
(Véase Moral y
dogma del rito escocés
antiguo y aceptado, de Albert
Pike).
Apuleyo la describe con estas palabras:
«En primer lugar, sus cabellos,
abundantes y largos y vueltos un poco
hacia dentro, se dispersaban
promiscuamente sobre su cuello divino y
caían con suavidad. Una corona de
muchas formas, hecha de flores
diversas, envolvía la cima sublime de su
cabeza y en el medio de la corona, justo
encima de la frente, había un orbe liso
que parecía un espejo o, mejor dicho,
una luz blanca refulgente, que indicaba
que ella era la luna. Víboras que surgían
a la manera de surcos rodeaban la
corona del lado derecho y el izquierdo y
también se extendían desde arriba
espigas de maíz. Su ropa era de muchos
colores y estaba tejida con el mejor lino
y en un momento dado relucía con un
esplendor blanco, en otro era amarilla
como la flor del azafrán y en otro
enrojecía, con una rojez sonrosada. Sin
embargo, lo que más me deslumbró
fueron unas vestiduras muy negras, que
refulgían con destellos oscuros y que,
después de desplegarse y pasarte por
debajo del lado derecho y ascender
hasta su hombro izquierdo, subían
protuberantes como el centro de un
escudo, mientras que la parte pendiente
de las vestiduras caía en muchos
pliegues y, al tener nuditos de flecos,
fluía con gracia en los extremos.
Había
estrellas brillantes dispersas por la orla
bordada de las vestiduras y por toda su
superficie, y la luna llena que brillaba
en medio de las estrellas dejaba escapar
fuegos llameantes. Sin embargo, una
corona compuesta exclusivamente por
todo tipo de flores y frutas se adhería
con una conexión indivisible al borde de
aquellas vestiduras llamativas en todas
sus ondulaciones. Lo que llevaba en las
manos también eran objetos de una
naturaleza muy diferente, porque en la
mano derecha llevaba, por cierto, un
cascabel de bronce [un sistro], con una
capa fina en forma de campana
atravesada por varillas que producían un
triple sonido agudo por el movimiento
vibratorio de su brazo. De la mano
izquierda le colgaba un recipiente
alargado, con forma de embarcación, en
cuya asa, en la parte más evidente, un
áspid alzaba la cabeza erguida y el gran
cuello hinchado. Unos zapatos tejidos
con las hojas de la palmera de la
victoria le cubrían los pies inmortales».
El color verde alude a la vegetación
que cubre la faz de la tierra y, por
consiguiente, representa la vestidura de
la naturaleza. El negro representa la
muerte y la corrupción como camino
hacia la nueva vida y la generación. «El
que no nazca de lo alto no puede ver el
Reino de Dios». (Juan 3, 3)[38]. El
blanco, el amarillo y el rojo representan
los tres colores principales de la
medicina alquímica, hermética y
universal, una vez desaparecida la
negrura de su putrefacción.
Los antiguos daban el nombre de Isis
a una de sus medicinas ocultas: por
consiguiente, la descripción que damos
aquí está algo relacionada con la
química. Su ropa negra también
representa que la luna, o la humedad
lunar —el mercurio universal sófico y la
sustancia que actúa en la naturaleza,
según la terminología alquímica—, no
tiene luz propia, sino que recibe del sol
su luz, su fuego y su fuerza vitalizadora.
Isis era la imagen o la representante de
las grandes obras de los sabios: la
piedra filosofal, el elixir de la vida y la
panacea universal.
Otros jeroglíficos que aparecen en
relación con Isis no son menos curiosos
que los ya descritos, pero resulta
imposible enumerarlos a todos, porque
los herméticos egipcios usaban
indistintamente muchos símbolos. La
diosa llevaba a menudo en la cabeza un
sombrero hecho de ramas de ciprés,
como muestra de duelo por su esposo
muerto y también por la muerte física
por la que tenían que pasar todas las
criaturas para recibir una nueva vida en
la posteridad o en una resurrección
periódica. La cabeza de Isis a veces
aparece adornada con una corona de oro
o una guirnalda de hojas de olivo, como
marcas evidentes de su soberanía como
reina del mundo y señora de todo el
universo.
La corona de oro representa
también la untuosidad aurífica o la
grasitud sulfurosa del fuego solar y el
vital que ella otorga a todos los
individuos mediante la circulación
constante de los elementos; esta
circulación se simboliza con el cascabel
musical que lleva en la mano. El sistro
también es el símbolo yónico de la
pureza.
Una serpiente entrelazada con las
hojas de olivo que lleva en la cabeza y
que devora su propia cola indica que
aquella untuosidad aurífica estaba
manchada con el veneno de la
corrupción terrestre que la rodeaba y
que había que mortificarla y purificarla
mediante siete circulaciones o
purificaciones planetarias, llamadas
«águilas flotantes» (en la terminología
alquímica), para volverla medicinal y
capaz de devolver la salud.
(Aquí se
reconocen las emanaciones del sol como
una medicina que cura las enfermedades
humanas). Las siete circulaciones
planetarias se representan mediante las
circunvalaciones de la logia masónica,
mediante la marcha de los sacerdotes
judíos siete veces en torno a las
murallas de Jericó y la de los sacerdotes
musulmanes siete veces en torno a la
Kaaba de La Meca.
De la corona de oro
salen tres cuernos de la abundancia,
como símbolo de la gran cantidad de
dones de la naturaleza que proceden de
una sola raíz que tiene su origen en los
cielos (la cabeza de Isis).
En esta figura, los naturalistas
paganos representan todos los poderes
vitales de los tres reinos y familias de
tipo sublunar: el mineral, el vegetal y el
animal. (El hombre se considera
animal). En una de sus orejas estaba la
luna y en la otra, el sol, para indicar que
estos dos eran los principios agente y
paciente, o padre y madre, de todos los
objetos naturales y que Isis, o la
Naturaleza, utiliza estos dos luminares
para comunicar sus poderes a toda la
familia de animales, vegetales y
minerales. En la nuca tenía los
caracteres de los planetas y los signos
del Zodiaco que asistían a los planetas
en sus funciones, lo cual significaba que
las influencias celestiales dirigían los
destinos de los principios y los
espermas de todas las cosas, porque
eran los que gobernaban todos los
cuerpos sublunares, que transformaban
en pequeños mundos hechos a imagen y
semejanza del gran universo.
Isis sostiene en la mano derecha un
pequeño velero, cuyo mástil es el huso
de una rueca. De la parte superior del
mástil sale una jarra de agua, cuya asa
tiene la forma de una serpiente hinchada
de veneno, para indicar que Isis conduce
la barca de la vida, llena de dificultades
y desgracias, por el océano tormentoso
del Tiempo. El huso simboliza el hecho
de que ella hila y corta el hilo de la
Vida. Estos emblemas significan,
además, que en Isis abunda la humedad,
con la cual nutre todos los cuerpos
naturales y los preserva del calor del
sol, humedeciéndolos con la humedad
nutritiva de la atmósfera. La humedad
favorece la vegetación, pero aquella
humedad sutil (el éter de la vida)
siempre está más o menos contaminada
por algún veneno procedente de la
corrupción o la descomposición y, para
purificarla, hay que ponerla en contacto
con el invisible fuego limpiador de la
naturaleza, que la digiere, perfecciona y
revitaliza, para convertirla en una
panacea universal que cure y renueve
todos los cuerpos de la naturaleza.
La serpiente muda de piel todos los
años y de este modo se renueva: es el
símbolo de la resurrección de la vida
espiritual a partir de la naturaleza
material. Esta renovación de la tierra
tiene lugar todas las primaveras, cuando
el espíritu vivificador del sol vuelve a
los países del hemisferio norte.
La Virgen simbólica lleva en la
mano izquierda un sistro y un címbalo, o
una estructura de metal cuadrada que,
cuando se golpea, emite la nota de la
naturaleza (Fa); a veces también una
rama de olivo, para indicar la armonía
que mantiene entre los objetos naturales
con su poder regenerador. Mediante los
procesos de la muerte y la corrupción,
da vida a un montón de criaturas de
diversas formas durante períodos de
cambio perpetuo. El címbalo se hace
cuadrado, en lugar de tener la forma
triangular habitual, para simbolizar que
todas las cosas se transmutan y se
regeneran según la armonía de los cuatro
elementos.
El doctor Sigismund Bacstrom creía
que si un médico podía establecer
armonía entre los elementos de la tierra,
el fuego, el aire y el agua, y podía
unirlos en una piedra —la piedra
filosofal, simbolizada por la estrella de
seis puntas o por los dos triángulos
entrelazados—, dispondría de los
medios para curar todas las
enfermedades.
El doctor Bacstrom
afirmaba, además, que a él no le cabía la
menor duda de que el fuego (el espíritu)
universal y omnipresente de la
naturaleza «lo hace todo y lo es todo en
todo». Por atracción, repulsión,
movimiento, calor, sublimación,
evaporación, desecación, condensación,
coagulación y fijación, el fuego (el
espíritu) universal manipula la materia y
se manifiesta en toda la creación.
Cualquier individuo que comprenda
estos principios y los adapte a los tres
departamentos de la naturaleza se
convierte en un verdadero filósofo.
Del pecho derecho de Isis salía un
racimo de uvas y del izquierdo, una
espiga de maíz o una gavilla de trigo, de
color dorado, que indican que la
naturaleza es la fuente de nutrición para
la vida vegetal, animal y humana y que
de ella se nutren todas las cosas. El
color dorado del trigo (o el maíz) indica
que en el oro espiritual o el de la luz
solar se esconde el primer esperma de
toda la vida.
En la faja que rodea la parte
superior del cuerpo de la estatua
aparecen una cantidad de emblemas
misteriosos. La faja se une por delante
mediante cuatro placas doradas (los
elementos), dispuestas en forma de un
cuadrado. Esto significaba que Isis o la
Naturaleza, la primera materia (en
terminología alquímica), era la esencia
de los cuatro elementos (vida, luz, calor
y fuerza), cuya quintaesencia generaba
todas las cosas. En esta faja se
representan numerosas estrellas, lo cual
indica su influencia en la oscuridad, así
como la influencia del sol en la luz. Isis
es la Virgen inmortalizada en la
constelación de Virgo, donde está
situada la Madre del Mundo con la
serpiente bajo los pies y una corona de
estrellas en la cabeza. Lleva en los
brazos una gavilla de cereales y a veces
a una joven divinidad solar.
La estatua de Isis se colocaba en un
pedestal de piedra oscura adornado con
cabezas de carneros y sus pies se
apoyaban sobre un montón de reptiles
venenosos.
Esto indica que la
Naturaleza tiene poder para liberar de la
acidez o la salinidad a todos los
corrosivos y para superar todas las
impurezas de la corrupción terrenal que
se adhieran a los cuerpos.
Las cabezas
de carneros indican que el momento más
auspicioso para generar vida es el
período durante el cual el sol pasa por
el signo de Aries. Las serpientes bajo
los pies indican que la Naturaleza tiende
a preservar la vida y a curar la
enfermedad expulsando las impurezas y
la corrupción.
En este sentido se verifican los
axiomas conocidos por los filósofos
antiguos; a saber:
La Naturaleza contiene a la
Naturaleza.
La Naturaleza se regocija de su
propia naturaleza.
La Naturaleza supera a la
Naturaleza.
La Naturaleza no se puede corregir,
si no es por su propia naturaleza.
Por consiguiente, al contemplar la
estatua de Isis, no debemos perder de
vista el sentido oculto de sus alegorías;
de lo contrario, la Virgen sigue siendo
un enigma inexplicable.
De un aro de oro que lleva en el
brazo izquierdo desciende una línea en
cuyo extremo hay suspendida una caja
profunda llena de carbones encendidos e
incienso. Isis, o la Naturaleza
personificada, lleva consigo el fuego
sagrado, preservado religiosamente, que
las vestales mantienen encendido en un
templo especial. Este fuego es la llama
auténtica e inmortal de la Naturaleza:
etérea, esencial, la autora de la vida. El
aceite inagotable, el bálsamo de la vida,
tan alabado por los sabios y del que
tanto se habla en las Escrituras, se
representa a menudo como el
combustible de esta llama inmortal.
Del brazo derecho de la figura
desciende también un hilo, en cuyo
extremo se sujeta una balanza, para
indicar la exactitud de la Naturaleza en
sus pesos y medidas. A menudo se
representa a Isis como símbolo de la
Justicia, porque la Naturaleza siempre
es constante.
La Virgen del Mundo aparece a
veces de pie entre dos grandes columnas
—la Jachin y la Boaz de la masonería
—, que simbolizan el hecho de que la
Naturaleza alcanza la productividad
mediante la polaridad. Como la
sabiduría personificada, Isis se yergue
entre los pilares de los opuestos,
demostrando así que el entendimiento
siempre se encuentra en el punto de
equilibrio y que la verdad a menudo está
crucificada entre los dos ladrones
aparentemente contradictorios.
El brillo dorado de su cabello
oscuro indica que, a pesar de ser lunar,
debe su poder a los rayos del sol, de los
cuales obtiene su tez rubicunda. Así
como la luna está envuelta en la luz
reflejada del sol, Isis como la virgen de
la Revelación, está ataviada con el
esplendor de la luminosidad solar.
Apuleyo afirma que, mientras dormía,
vio surgir del océano a la venerable
diosa Isis. Los antiguos se daban cuenta
de que las formas primarias de vida
procedían del agua y la ciencia moderna
opina lo mismo. En la descripción que
hace de la vida primitiva sobre la tierra
en su Esquema de la historia, H. G.
Wells afirma lo siguiente: «Sin embargo,
aunque el océano y el agua intennareal
ya estaban llenos de vida, la tierra por
encima de la línea de la marea alta
seguía siendo, por lo que podemos
suponer, un páramo pedregoso, sin
ningún rastro de vida».
En el capítulo
siguiente añade: «Dondequiera que
hubiese costa, había vida y aquella vida
continuaba dentro del agua, junto a ella y
con ella como hogar, como medio y
como necesidad fundamental». Los
antiguos creían que el esperma universal
procedía del vapor cálido, húmedo pero
abrasador. La Isis velada, cuyas meras
coberturas representan el vapor, es un
símbolo de aquella humedad, que es la
portadora o el vehículo de la vida
espermática del sol, representada por el
niño que sostiene en sus brazos Puesto
que el sol, la luna y las estrellas, al
ponerse, dan la impresión de hundirse en
el mar y también porque el agua recibe
sus rayos en sí misma, se creía que el
mar era el caldo de cultivo del esperma
de las cosas vivas. El esperma nace de
la combinación de las influencias de los
cuerpos celestes; por eso, algunas veces
se representa a Isis embarazada.
La estatua de Isis a menudo iba
acompañada por la figura de un gran
buey blanco y negro, que representa a
Osiris como Tauro, el toro del Zodiaco,
o Apis, un animal consagrado a Osiris,
por sus marcas y sus colores peculiares.
Entre los egipcios, el toro era una bestia
de carga: por consiguiente, la presencia
del animal servía para recordar las
labores que con paciencia realizaba la
Naturaleza para que todas las criaturas
tuvieran vida y salud. Harpócrates, el
dios del silencio, que se llevaba los
dedos a la boca, acompañaba muchas
veces a la estatua de Isis. Nos advierte
que ocultemos los secretos de los sabios
a aquellos que no son dignos de
conocerlos.
Los druidas de Britania y la Galia
tenían un profundo conocimiento de los
misterios de Isis y la adoraban bajo el
símbolo de la luna. Para Godfrey
Higgins es un error considerar a Isis
como sinónimo de la luna. La luna fue
elegida para Isis por su dominio sobre
el agua. Para los druidas, el sol era el
padre y la luna la madre de todas las
cosas y mediante estos símbolos
adoraban a la naturaleza universal.
La figura de Isis se utiliza a veces
para representar las artes ocultas y
mágicas, como la nigromancia, la
invocación, la hechicería y la
taumaturgia. En uno de los mitos
relacionados con ella, dicen que Isis
había conjurado al dios invencible de
las Eternidades, Ra, para que le revelara
su nombre secreto y sagrado y que él se
lo dijo. Aquel nombre equivale a la
Palabra Perdida de la masonería,
mediante la cual cualquier mago puede
obligar a las divinidades invisibles y
superiores a obedecerlo.
Los sacerdotes
de Isis llegaron a ser expertos en el uso
de las fuerzas invisibles de la
Naturaleza. Conocieron el hipnotismo,
el mesmerismo y otras prácticas
similares mucho antes de que el mundo
moderno soñara con su existencia.
Plutarco describe los requisitos de
los seguidores de Isis con estas
palabras: «Porque, así como no es la
longitud de la barba ni la tosquedad del
hábito lo que constituye un filósofo,
tampoco el afeitado frecuente ni el mero
hecho de llevar vestiduras de hilo
convierten a uno en devoto de Isis; por
el contrario, solo podrá ser un fiel
servidor o seguidor de esta diosa quien,
después de escuchar y de familiarizarse
como corresponde con la historia de los
actos de estos dioses, indague en las
verdades ocultas que están escondidas
tras ellos y lo analice todo según los
dictados de la razón y la filosofía».
Durante la Edad Media, los
trovadores de Europa Central
preservaron en canciones las leyendas
de esta diosa egipcia y compusieron
sonetos a la mujer más hermosa del
mundo. Aunque pocos llegaron a
descubrir su identidad, ella era Sophia,
la Virgen de la Sabiduría, a la que todos
los filósofos del mundo habrían
cortejado. Isis representa el misterio de
la maternidad, que, para los antiguos,
era la prueba más evidente de la
sabiduría omnisciente de la Naturaleza y
del poder dominante de Dios. En la
actualidad, para la persona que busca la
verdad es el arquetipo de lo Gran
Desconocido y solo quienes le quiten el
velo serán capaces de resolver los
misterios de la vida, la muerte, la
generación y la regeneración.
Manly Palmer Hall
Manly Palmer Hall
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