En un manuscrito de Thomas Taylor aparece el siguiente párrafo notable: Platón fue iniciado en los «misterios mayores» a los cuarenta y nueve años. La iniciación tuvo lugar en una de las salas subterráneas de la Gran Pirámide de Egipto. La Tabla Isíaca formaba el altar y ante ella se presentó el divino Platón y recibió lo que siempre había sido suyo, pero que la ceremonia de los Misterios encendió y sacó de su estado latente. Con aquel ascenso, al cabo de tres días en la Gran Sala, lo recibió el Hierofante de la Pirámide — solo veían al hierofante aquellos que habían superado los tres días, los tres grados, las tres dimensiones— y le fueron transmitidas verbalmente las máximas enseñanzas esotéricas, cada una acompañada por el símbolo correspondiente.
Después de permanecer tres meses más en las salas de la pirámide, el Platón iniciado fue enviado al mundo a cumplir la labor de la Gran Orden, como habían hecho antes que él Pitágoras y Orfeo. Antes de que Roma fuera saqueada en 1527, no existe ningún registro histórico de la Mensa Isiaca (la Tabla de Isis). En aquella época, la tabla estaba en poder de cierto cerrajero o herrero, que la vendió por un precio exorbitante al cardenal Bembo, un famoso anticuario, historiógrafo de la República de Venecia y, posteriormente, bibliotecario de San Marcos. Después de su muerte, acaecida en 1547, adquirió la Tabla Isíaca la Casa de Mantua, en cuyo museo permaneció hasta 1630, cuando las tropas de Fernando II capturaron la ciudad de Mantua. Varios de los primeros escritores sobre el tema han supuesto que la tabla fue destruida por los soldados ignorantes por la plata que contenía. Sin embargo, dicha suposición era errónea. La tabla cayó en manos del cardenal Pava, quien la obsequió al duque de Saboya y este, a su vez, la regaló al rey de Cerdeña.
Cuando los franceses conquistaron Italia en 1797, la tabla fue llevada a Park En 1809, Alexandre Lenoir, al escribir sobre la Mensa Isiaca, dijo que estaba en exposición en la Bibliothéque Nationale. Cuando se firmó la paz entre los dos países, fue devuelta a Italia. En su Guía del Norte de Italia, Karl Baedeker dice que la Mensa Isiaca ocupa el centro de la segunda galería en el Museo de Antigüedades de Turín. En 1559, el célebre Aeneas Vicus de Parma hizo una reproducción fiel de la tabla original y el canciller del duque de Baviera entregó una copia del grabado al Museo de Jeroglíficos. Athanasius Kircher dice que la tabla mide «cinco palmos de largo y cuatro de ancho». W. Wynn Westcott dice que mide 1,25 metros por 75 centímetros.
Era de bronce y estaba adornada con encáustico o esmalte azul cobalto y filetes de plata. Fosbroke añade: «Las líneas de las figuras no son demasiado profundas y el contorno de la mayoría de ellas está trazado con hilos de plata. Las bases sobre las cuales estaban sentadas o reclinadas las figuras (que han quedado en blanco en los grabados) eran de plata y se han perdido».[48] Quienes estén familiarizados con los principios fundamentales de la filosofía hermética reconocerán en la Mensa Isiaca la clave de la teología caldea, egipcia y griega.
En su Antiquity Explained by Montfaucon, el Padre Montfaucon, un erudito benedictino, reconoce su incapacidad para descifrar su complejo simbolismo. Por consiguiente, duda de que los emblemas que lleva la tabla posean alguna significación digna de consideración y se burla de Kircher, al que declara más críptico que la propia tabla. Laurentius Pignorius reprodujo la tabla para un ensayo descriptivo en 1605, pero las explicaciones que proponía con timidez han demostrado su ignorancia en lo que respecta a la verdadera interpretación de las figuras. En su Oedipus Aegyptiacus, publicado en 1654, Kircher se enfrentó al problema con su avidez característica. Como estaba particularmente capacitado para una tarea semejante por sus años de investigación en cuestiones relacionadas con las doctrinas secretas de la Antigüedad y contaba con la colaboración de un grupo de estudiosos destacados, Kircher obtuvo buenos resultados en cuanto a la exposición de los misterios de la tabla, pero ni siquiera él logró averiguar el secreto maestro, como ha señalado sagazmente Éliphas Lévi en su Historia de la magia.
LA CLAVE DE LA TABLA
BEMBINA, SEGÚN LÉVI
Éliphas
Lévi: Historia de la
magia.
«La Tabla Isíaca —escribe Lévi
— es una clave para
comprender el Libro Antiguo de
Thot que ha sobrevivido en
cierta medida al paso de los
siglos y que para nosotros se
representa en el mazo de cartas
del Tarot, que siguen siendo
relativamente antiguas.
Para él,
el Libro de Thot era una síntesis
de los conocimientos esotéricos
de los egipcios; después de la
decadencia de su civilización,
aquel conocimiento cristalizó en
una forma jeroglífica como el
Tarot. Como aquel Tarot fue
total o parcialmente olvidado o
incomprendido, sus símbolos
visuales cayeron en manos de
supuestos adivinos y de personas
que se ocupaban de entretener
al público con juegos de naipes.
El Tarot moderno consta de
setenta y ocho cartas, de las
cuales 22 forman un grupo
especial de arcanos, con un
diseño pictórico; las cincuenta y
seis restantes están compuestas
por cuatro palos de diez números
y cuatro honores o figuras: el
Rey, la Reina, el Caballero y la
Sota; los palos son las espadas
Sota; los palos son las espadas
(el militarismo), las copas (el
sacerdocio), los bastos (la
agricultura) y los oros (el
comercio), que corresponden,
respectivamente, a nuestros
piques, corazones, tréboles y
diamantes. Los que nos
interesan son los veintidós
arcanos, que constituyen la
característica especial de la
baraja y son descendientes
directos de los jeroglíficos del
Tarot. Estas veintidós cartas
corresponden a las letras del
hebreo y de otros alfabetos
sagrados, que se clasifican
naturalmente en tres clases: tres
madres, siete dobles y doce
letras simples. También se
consideran tres grupos de siete y
una carta suelta, un sistema de
iniciación y un no iniciado».
(Véase The Isiac Tablet de
Westcott).
«El erudito jesuita —escribe Lévi—
descubrió que contenía la clave
jeroglífica de los alfabetos sagrados,
pero no consiguió encontrarle una
explicación. Está dividida en tres
compartimientos iguales; en el superior
están las doce casas del cielo y en el
inferior, las distribuciones del trabajo
correspondientes [los períodos de
trabajo] a lo largo del año, mientras que
en el medio hay veintiún signos sagrados
que corresponden a las letras del
alfabeto. En el medio de todo hay una
figura sentada de la IYNX pantomórfica,
el emblema del ser universal, que, como
tal, corresponde a la yod hebrea, o a
aquella letra única a partir de la cual se
forman todas las demás. En torno a la
IYNX está la tríada ofita, que responde
a las tres letras madre del alfabeto
egipcio y el hebreo.
A la derecha están
la tríada ibimórfica y la de Serapis y a
la izquierda, la de Neftis y la de Hécate,
que representan lo activo y lo pasivo, lo
fijo y lo volátil, el fuego fructificador y
el agua generadora. Cada par de tríadas
en conjunción con el centro produce un
septenario y en el centro hay un
septenario.
Los tres septenarios dan el
número absoluto de los tres mundos, así
como el número completo de las letras
primitivas, a las cuales se añade un
signo complementario, como el cero a
los nueve dígitos».
La pista de Lévi se puede interpretar
como que las veintiuna figuras de la
parte central de la tabla representan los
veintiún arcanos mayores de las cartas
del Tarot.
De ser así, ¿no será la cana
cero, causante de tanta controversia, la
corona indescriptible de la Mente
Suprema, la corona representada por la
tríada oculta en la parte superior del
trono que hay en el centro de la tabla?
¿No se podrá representar la primera
emanación de aquella Mente Suprema
como un malabarista o un mago, con los
símbolos de los cuatro mundos
inferiores distribuidos sobre una mesa
delante de él: la vara, la espada, la copa
y la moneda? Si lo consideramos así, la
carta cero no encaja en ningún sitio entre
las otras, sino que es, en realidad, el
cuarto punto dimensional del cual todos
proceden y que, por consiguiente, se
descompone en las veintiuna cartas
(letras) que, una vez reunidas, producen
el cero. El cero que aparece en esta
carta confirmaría esta interpretación,
porque el cero o el círculo es el síinbolo
de la esfera superior de la cual surgen
los mundos, los poderes y las letras
inferiores.
LA CLAVE DE LA TABLA
BEMBINA, SEGÚN
WESTCOTT
William Wynn Westcott: The
Isiac Tablet of Cardinal
Bembo.
Zaratustra declaró que el
número tres resplandece en todo
el mundo, como lo demuestra la
Tabla Bembina mediante una
serie de tríadas que representan
los impulsos creativos. Acerca
de la Tabla Isíaca, Alexandre
Lenoir escribe lo siguiente: «La
Tabla Isíaca, como obra de arte,
no tiene demasiado interés. No
es más que una composición,
más bien fría e insignificante,
cuyas figuras, apenas
bosquejadas y colocadas
sistemáticamente unas junto a
otras, dan muy poca impresión
de vida. Sin embargo, si por el
contrario y después e examinarla
comprendemos la finalidad del
autor, no tardamos en quedar
convencidos de que la Tabla
Isíaca es una imagen de la
Isíaca es una imagen de la
esfera celeste dividida en partes
pequeñas, que se usarán, con
toda probabilidad, para la
enseñanza en general.
Según
esta idea, podemos llegar a la
conclusión de que la Tabla Isíaca
era, en un principio, la
introducción a una colección
seguida por los Misterios de Isis.
Fue grabada en cobre para ser
usada en la iniciación
ceremonial». (Véase Nouvel
Essai sur la Table Isiaque).
Westcott reunió meticulosamente
aquellas teorías bastante precarias,
propuestas por diversos expertos, y en
1887 publicó un volumen, actualmente
muy difícil de encontrar, que contiene la
única descripción detallada de la Tabla
Isíaca publicada en inglés desde que en
1721 Humphreys tradujo la descripción
de Montfaucon, que carecía de todo
valor. Después de explicar su reticencia
a revelar lo que a Lévi le parecía, sin
duda, que era preferible dejar oculto,
Westcott sintetiza como sigue su
interpretación de la tabla:
El diagrama de Lévi,
mediante el cual explica el
misterio de la tabla, muestra la
región superior dividida en las
cuatro estaciones del año, cada
una con tres signos del Zodiaco,
y él ha añadido el nombre
sagrado de cuatro letras, el
Tetragrammaton, y ha asignado
la yod a Acuario, es decir,
Canopus; la hé a Tauro, es decir,
Apis: la vau a Leo, es decir,
Momfta, y la hé final a Tifón.
Obsérvese el paralelismo con
los querubines: hombre, toro,
león y águila. La cuarta forma se
encuentra como un escorpión o
un águila, según el dios oculto o
la mala intención: en el Zodiaco
demótico, la serpiente sustituye
al escorpión.
Atribuye la región inferior a
las doce letras hebreas simples y
las asocia con los cuatro cuartos
del horizonte. Compárese con el
Sefer Yetzirah, Cap. v, sec. 1.
Atribuye la región central a
los poderes solares y a lo
planetario. En el medio vemos,
arriba, el Sol. marcado «Ops», y
por debajo una estrella de David
encima de una cruz: una Hexapla
con dos triángulos —uno claro y
otro oscuro— superpuestos que,
en conjunto, forma una especie
de símbolo complejo de Venus.
Al ibimorfo le asigna los tres
planetas oscuros: Venus,
Mercurio y Marte, situados
alrededor de un triángulo
vertical oscuro, para indicar el
fuego. Asigna a la tríada neftiana
tres planetas claros: Saturno,
Luna y Júpiter, en torno a un
triángulo claro invertido que
denota el agua. Hay una conexión
necesaria entre el agua, el poder
femenino, el principio pasivo,
Biná, y la madre sefirótica y la
novia.
Obsérvese que todos
los signos antiguos
correspondientes a los planetas
estaban formados por una cruz,
el disco solar y una media luna:
Venus es una cruz debajo de un
disco solar; Mercurio es un
disco con una media luna encima
y una cruz debajo; Saturno es una
cruz cuya punta inferior toca el
vértice de la media luna; Júpiter
es una media luna cuya punta
inferior toca el extremo
izquierdo de una cruz; todos
estos son misterios profundos.
Obsérvese que Lévi, en su
ilustración original, transpuso a
Serapis y Hécate, pero no al
Apis negro y el Apis blanco, tal
vez porque asociaba la cabeza
de Bes con Hécate. Obsérvese
que, al haber referido las doce
letras simples a la parte inferior,
las siete dobles tienen que
corresponder a la región central
de los planetas y entonces queda
la gran tríada A. M. S., las letras
madre que representan el Aire,
el Agua y el Fuego. en tomo a la
ese de la Iynx central, o yod, que
estaría representada por la tríada
ofiónica, las dos serpientes y la
esfinge leonina. La palabra de
Levi OPS, situada en el centro,
es la Ops latina, Terra, el genio
de la Tierra: y la Ops griega,
Rea, o Kubele (Cibeles), a
menudo representada como una
diosa sentada en un carro tirado
por leones; lleva una corona de
torrecillas y sostiene una llave.
El ensayo publicado en francés por
Alexandre Lenoir en 1809, a pesar de
ser curioso y original, contiene poca
información verdadera sobre la tabla: el
autor pretende demostrar que era un
calendario egipcio o una carta astral.
Puesto que tanto Montfaucon como
Lenoir —en realidad, todos los que han
escrito sobre el tema desde 1651— han
basado su trabajo en el de Kircher o han
recibido una influencia suya
considerable, se ha hecho una traducción
meticulosa del artículo original de este
último (ochenta páginas en latín del
siglo XVII). La ilustración a doble
página que aparece en el encarte en
color es una copia fiel hecha por
Kircher del grabado que hay en el
Museo de Jeroglíficos. Las letras y los
números pequeños que se usan para
indicar las figuras fueron añadidos por
él para aclarar su comentario y se usarán
con el mismo fin en esta obra.
Como casi todas las antigüedades
religiosas y filosóficas, la Tabla Isíaca o
Bembina ha sido objeto de mucha
controversia. En una nota a pie de
página, A. E. Waite, incapaz de
distinguir entre la naturaleza o el origen
auténtico y el supuesto de la tabla, repite
el parecer de J. G. Wilkinson, otro
exotericus ilustre: «La [tabla] original
es sumamente tardía y en líneas
generales se considera una
falsificación». Por otra parte, Eduard
Winkelmann, un hombre de profundos
conocimientos, defiende la autenticidad
y la antigüedad de la tabla. Un análisis
sincero de la Mensa Isíaca revela un
hecho de fundamental importancia: que
si bien quienquiera que creó la tabla no
era necesariamente egipcio, era un
iniciado en el orden máximo y conocía
los principios más arcanos del
esoterismo hermético.
El simbolismo de la Tabla Bembina
La explicación necesariamente breve
que ofrecemos a continuación sobre la
Tabla Bembina se basa en un compendio
de los escritos de Kircher y se completa
con más información que el autor de este
libro ha recogido de los escritos
místicos de los caldeos, los hebreos, los
egipcios y los griegos. Los templos de
los egipcios estaban diseñados de tal
manera que la distribución de las
cámaras, los adornos y los utensilios
tenía relevancia simbólica, como lo
demuestran los jeroglíficos que los
cubrían. Junto al altar, por lo general
situado en el centro de cada habitación,
estaba la cisterna de agua del Nilo que
entraba y salía por tuberías invisibles.
Allí también había imágenes de los
dioses en series concadenadas,
acompañadas de inscripciones mágicas.
En aquellos templos y mediante
símbolos y jeroglíficos se instruía a los
neófitos en los secretos de la casta
sacerdotal.
La Tabla de Isis era, en principio,
una mesa o altar y sus emblemas
formaban parte de los misterios que los
sacerdotes explicaban. Se dedicaban
mesas a distintos dioses y en este caso
el honor le correspondió a Isis. La
sustancia de la que estaban hechas las
mesas por lo general variaba en función
de la dignidad relativa de las
divinidades. Las mesas consagradas a
Júpiter y a Apolo eran de oro; las de
Diana, Venus y Juno eran de plata; las de
otros dioses superiores, de mármol, y
las de las divinidades inferiores, de
madera. También se hacían mesas de los
metales correspondientes a los planetas
que regían los distintos celestiales.
Del
mismo modo que se extiende sobre la
mesa del banquete el alimento para el
cuerpo, en aquellos altares sagrados se
extendían los símbolos que, cuando se
comprendían, alimentaban la naturaleza
invisible del hombre.
En su introducción a la tabla,
Kircher resume su simbolismo con estas
palabras: «Enseña, en primer lugar, toda
la constitución del mundo triple: la
arquetípica, la intelectual y la
perceptible. Muestra a la divinidad
suprema moviéndose desde el centro
hacia la periferia de un universo
constituido por objetos tanto
perceptibles como inanimados, todos
ellos animados y agitados por un único
poder supremo al que llaman la Mente
Paterna y representado mediante un
símbolo triple. Aquí se ven también tres
tríadas del Uno Supremo, cada una de
las cuales manifiesta un atributo de la
primera Trimurti.
A estas tríadas se las
llama el fundamento o la base de todas
las cosas. En la Tabla también se
presenta el arreglo y la distribución de
las criaturas divinas que colaboran con
la Mente Paterna en el control del
universo. Aquí [en el panel superior] se
ven los Gobernadores de los mundos,
cada uno con su insignia ardiente, etérea
y material. Aquí también [en el panel
inferior] están los Padres de las Fuentes,
que tienen la obligación de cuidar y
preservar los principios de todas las
cosas y de apoyar las leyes inviolables
de la Naturaleza. Aquí están los dioses
de las esferas y también los que vagan
de un lugar a otro, trabajando con todas
las sustancias y las formas (Zonia y
Azonia), agrupados como figuras de
ambos sexos, con el rostro vuelto hacia
la divinidad superior».
La Mensa Isíaca, que está dividida
horizontalmente en tres cámaras o
paneles, podría representar la planta de
las cámaras en las que se daban los
Misterios isíacos. El panel central está
dividido en siete partes o salas menores
y el inferior tiene dos puertas, una en
cada extremo. Toda la Tabla contiene
cuarenta y cinco figuras de primera
importancia y una cantidad de símbolos
menores. Las cuarenta y cinco figuras
principales se agrupan en quince tríadas,
cuatro de las cuales están situadas en el
panel superior, siete en el central y
cuatro en el inferior.
Según tanto Kircher
como Lévi, las tríadas se dividen de la
siguiente manera:
En la sección superior
P, S, V - Tríada mendesiana
X, Z, A - Tríada amoniana
B, C, D - Tríada momfteana
F, G, H - Tríada omfteana
En la sección central
G, I, K - Tríada isíaca
L, M, N - Tríada de Hécate
O, Q, R - Tríada ibimórfica
V, S, W - Tríada ofiónica
X, Y, Z - Tríada neftiana
ζ, η, θ - Tríada de Serapis
γ, δ, (no consta), ε - Tríada de
Osiris
En la sección inferior
λ, M, N
- Tríada horeana
ξ O, Σ - Tríada pandocheana
T, Φ, X
- Tríada táustica
Ψ, F, H - Tríada aleurística
Acerca de estas quince tríadas,
Kircher escribe lo siguiente: «Las
figuras difieren entre sí en ocho aspectos
sumamente importantes; a saber: en la
forma, la posición, el gesto, lo que
hacen, las vestiduras, el tocado, el
bastón y, por último, en los jeroglíficos
que tienen alrededor, ya sean flores,
arbustos, letras pequeñas o animalillos».
Estos ocho métodos simbólicos de
representar los poderes secretos de las
figuras constituyen una manera discreta
de recordarnos los ocho sentidos
espirituales de cognición por medio de
los cuales se puede comprender el Yo
Verdadero del hombre. Para expresar
esta verdad espiritual, los budistas
utilizaban la rueda de ocho rayos y
elevaban su conciencia mediante el
noble camino óctuple.
La cenefa
ornamentada que rodea los tres paneles
principales de la Tabla contiene muchos
símbolos que comprenden aves,
animales, reptiles, seres humanos y
formas compuestas. Según una
interpretación de la Tabla, esta cenefa
representa los cuatro elementos y las
criaturas son seres elementales. Según
otra interpretación, la cenefa representa
las esferas arquetípicas y en su friso de
figuras compuestas aparecen los
modelos de las formas que, en diversas
combinaciones, se manifiestan después
en el mundo material. Las cuatro flores
que se ven en las esquinas de la Tabla
son aquellas que, como siempre miran al
sol y siguen su recorrido por el cielo,
constituyen emblemas sagrados de la
mejor parte de la naturaleza humana, que
se deleita en la contemplación de su
Creador.
Según la doctrina secreta de los
caldeos, el universo está dividido en
cuatro estados del ser (planos o
esferas): el arquetípico, el intelectual, el
sideral y el elemental.
Cada uno de ellos
revela los demás; el superior controla al
inferior y el inferior recibe la influencia
del superior. El plano arquetípico se
consideraba sinónimo del intelecto de la
divinidad trina. En esta esfera divina,
incorpórea y eterna se incluyen todas las
manifestaciones inferiores de la vida:
todo lo que es, lo que ha sido y lo que
será. Dentro del intelecto cósmico, todas
las cosas espirituales o materiales
existen como arquetipos o formas de
pensamiento divinas, que aparecen en la
Tabla mediante una cadena de símiles
secretos.
En la zona central de la Tabla
aparece la Esencia Espiritual, que
contiene todas las formas, el origen y la
sustancia de todo y de la cual proceden
los mundos inferiores como nueve
emanaciones en grupos de tres (la tríada
ofíónica, la ibimórfica y la neftiana). A
este respecto hay que tener en cuenta la
analogía de las sefírot cabalísticas o las
nueve esferas que sajen de la Kéter, la
corona.
Los doce Gobernadores del
universo (la tríada mendesiana, la
amoniana, la momfteana y la omfteana),
vehículos de distribución de las
influencias creativas que aparecen en la
parte superior de la tabla, son dirigidos
en sus actividades por los modelos de la
Mente Divina, que existen en la esfera
arquetípica. Los arquetipos son patrones
abstractos formulados en la Mente
Divina y son los que controlan todas las
actividades inferiores. En la parte
inferior de la Tabla están los Padres de
las Fuentes (la tríada horeana, la
pandocheana, la táustica y la
aleurística), que custodian las grandes
puertas del universo y distribuyen a los
mundos inferiores las influencias que
descienden de los Gobernadores que
aparecen encima.
En la teología de los egipcios, la
bondad tiene prioridad y todas las cosas
son partícipes de su naturaleza, en
mayor o menor medida.
Todo y todos
buscan la bondad, que es la causa
principal. La bondad se difunde a sí
misma y por eso está presente en todas
las cosas, porque nada puede producir
lo que no existe en sí mismo. La Tabla
demuestra que todo está en Dios y Dios
está en todo; que todo está en todo y
cada uno está en cada uno. En el mundo
intelectual son invisibles los duplicados
espirituales de las criaturas que habitan
en el mundo elemental. Por consiguiente,
lo más bajo muestra lo más alto, lo
corpóreo anuncia lo intelectual y lo
invisible se manifiesta en sus obras.
Por
este motivo, los egipcios hacían
imágenes de sustancias que existían en
el mundo inferior perceptible para
utilizarlas como ejemplos visibles de
los poderes superiores e invisibles.
Asignaban a las imágenes corruptibles
las virtudes de las divinidades
incorruptibles, demostrando así, de
forma críptica, que este mundo no es
más que una sombra de Dios, la imagen
exterior del paraíso interior. Todo lo que
existe en la esfera arquetípica invisible
se revela en el mundo corpóreo
perceptible mediante la luz de la
Naturaleza.
La Mente Arquetípica y Creativa —
primero a través de su Fundamento
Paterno y después a través de dioses
secundarios llamados Inteligencias—
revelaba toda la infinidad de sus
poderes mediante un intercambio
permanente de lo más alto a lo más bajo.
En su simbolismo fálico, los egipcios
utilizaban el esperma para representar
las esferas espirituales, porque cada una
contiene todo lo que procede de ella.
Los caldeos y los egipcios también
sostenían que todo resultado está
presente en su propia causa y se vuelve
hacia ella como el loto hacia el sol. Por
consiguiente, el Intelecto Supremo, a
través de su Fundamento Paterno, creó
primero la luz —el mundo angelical— y
de esa luz se crearon a continuación las
jerarquías invisibles de seres que
algunos llaman «estrellas», y a partir de
las estrellas se formaron los cuatro
elementos y el mundo perceptible. De tal
modo, todo está en todo, cada uno a su
manera. Todos los cuerpos o elementos
visibles están en las estrellas invisibles
o los elementos espirituales y las
estrellas están, asimismo, en esos
cuerpos; las estrellas están en los
ángeles y los ángeles, en las estrellas;
los ángeles están en Dios y Dios está en
todo. Por consiguiente, todos están
divinamente en lo divino, angélicamente
en los ángeles y corpóreamente en el
mundo corpóreo, y viceversa. Del
mismo modo que la semilla es el árbol
plegado, el mundo es Dios desplegado.
Como dice Proclo: «Cada propiedad
de la divinidad está presente en toda la
creación y se entrega a todas las
criaturas inferiores».
Una de las
manifestaciones de la Mente Suprema es
la capacidad de reproducción según la
especie, que otorga a todas las criaturas
de las cuales forma parte divina. De este
modo, las almas, los cielos, los
elementos, los animales, las plantas y
las piedras se generan a sí mismas, cada
uno según su patrón, aunque todos
dependen de un único principio
fecundador que existe en la Mente
Suprema. Esta capacidad fecundadora, a
pesar de ser en sí misma una unidad, se
manifiesta de forma diferente en las
distintas sustancias, porque en los
minerales contribuye a la existencia
material, en las plantas se manifiesta
como vitalidad y en los animales, como
sensibilidad. Otorga movimiento a los
cuerpos celestes, pensamiento a las
almas de los hombres, intelectualidad a
los ángeles y superesencialidad a Dios.
Por consiguiente, se ve que todas las
formas son de una sola sustancia y toda
la vida, de una sola fuerza y que estas
coexisten en la naturaleza del Uno
Supremo.
El primero que expuso esta doctrina
fue Platón. Su discípulo, Aristóteles, la
expresó con las siguientes palabras:
«Decimos que este mundo perceptible es
una imagen de otro; por consiguiente,
puesto que este mundo está lleno de
vitalidad, o vivo, ¡cuánto más ha de
vivir el otro! […] Allá, por
consiguiente, por encima de las virtudes
estelares hay otros cielos que hay que
alcanzar, como los cielos de este mundo;
más allá de ellos, porque son de un tipo
superior, más brillantes y más extensos:
y no son distantes el uno del otro como
este, porque son incorpóreos. Allá
también existe una tierra, no de materia
inanimada, sino llena de vida animal y
de todos los fenómenos terrestres
naturales, como esta, pero de otros tipos
y perfecciones.
Hay plantas, también, y
jardines y agua que fluye; hay animales
acuáticos, pero de especies más nobles.
Allá hay aire y vida apropiada para él,
toda inmortal. Y aunque la vida allí sea
análoga a la nuestra, aquella es más
noble, al ser intelectual, perpetua e
inalterable. Porque si alguien objetara y
preguntara cómo hacen las plantas, o lo
que sea, para encontrar el equilibrio en
el mundo superior, responderíamos que
no tienen una existencia objetiva, porque
las produce el Autor primordial en una
condición absoluta y sin exteriorización.
Por consiguiente, ocurre con ellas lo
mismo que con el intelecto y el alma:
que no experimentan ningún defecto,
como el desperdicio y la corrupción,
porque los seres que hay allí están
llenos de energía, fuerza y alegría, ya
que viven una vida sublime y proceden
de una sola fuente y una sola calidad, y
lo tienen todo, como sabores dulces,
perfumes delicados, colores y sonidos
armoniosos y otras perfecciones.
No se desplazan violentamente ni se entremezclan ni se corrompen entre ellos, sino que cada uno preserva perfectamente su propio carácter esencial y son simples y no se multiplican, como hacen los seres corpóreos». En el medio de la Tabla hay un gran trono cubierto, con una figura femenina sentada que representa a Isis. pero que aquí llaman la IYNX pantomórfica.
G. R.S. Mead define a la IYNX como «una inteligencia transmisora». Otros la consideran un símbolo del Ser Universal. Sobre la cabeza de la diosa, el trono está rematado por una corona triple y bajo sus pies está la casa de lo material. La triple corona representa en este caso a la divinidad trina, que los egipcios llamaban la Mente Suprema y se describía en el Zohar como «oculta y no revelada». Según el sistema cabalístico hebreo, el árbol sefirótico se dividía en dos partes: una superior e invisible y otra inferior y visible. La superior consta de tres partes y la inferior, de siete. Las tres sefirot incognoscibles se llamaban Kéter, la corona: jojmá, la sabiduría, y Biná, el entendimiento, y son demasiado abstractas para poder comprenderías; en cambio, las siete esferas inferiores que proceden de ellas estaban al alcance de la conciencia humana.
El panel central contiene siete tríadas de figuras que representan a las sefirot inferiores y todas emanan de la triple corona escondida que hay encima del trono. Escribe Kircher: «El trono indica la difusión de la Mente Suprema triforme por los caminos universales de los tres mundos. De estas tres esferas intangibles surge el universo perceptible, al que Plutarco llama la casa de Horus y los egipcios, la gran puerta de los dioses. La parte superior del trono está en medio de unas llamas difusas, con forma de serpiente, que indican que la Mente Suprema está llena de luz y de vida, es eterna e incorruptible y no tiene ningún contacto material. La manera en que la Mente Suprema comunicaba Su fuego a todas las criaturas se expone con claridad en el simbolismo de la Tabla.
El Fuego Divino se comunica con las esferas inferiores mediante el poder universal de la Naturaleza, personificada por la Virgen del Mundo, Isis, que aquí se denomina la IYNX o la idea universal polimorfa que todo lo contiene». Aquí se emplea la palabra «idea» con su significado platónico. «Platón creía que hay formas eternas de todas las cosas posibles que existen sin materia y a estas formas eternas e inmateriales las llamaba ideas. En el sentido platónico, las ideas eran los patrones según los cuales la divinidad creaba el mundo natural o ectípico.» Con estas palabras describe Kircher las veintiuna figuras del panel central: «En la parte central de la Tabla se pueden ver siete tríadas principales, correspondientes a los siete mundos superiores. Todas nacen del arquetipo fogoso e invisible [la triple corona del trono].
La primera, la tríada ofiónica o IYNX, V S W, corresponde al mundo vital y fogoso y es el primer mundo intelectual, que los antiguos llamaban el Aetherium. Zaratustra dice de él: “¡Qué gobernantes más rigurosos tiene este mundo!”. La segunda, la tríada ibimórfica, O Q R, corresponde al segundo mundo intelectual o etéreo y tiene que ver con el principio de la humedad. La tercera, la tríada neftiana, X Y Z, corresponde al tercer [mundo] intelectual y etéreo y tiene que ver con la fecundidad. Estas son las tres tríadas de los mundos etéreos, que corresponden al Fundamento Paterno.
A continuación vienen las cuatro tríadas de los mundos perceptibles o materiales, de las cuales las dos primeras corresponden a los mundos siderales, G I K y ( γ δ ε ) es decir, Osiris e Isis, el Sol y la Luna, indicados por los dos toros.
Las siguen dos tríadas, la de Hécate, L M N, y la de Serapis ( ζ η Θ ) que corresponden al mundo sublunar y al subterráneo. Así se completan los siete mundos de los genios primarios que rigen el universo natural. Psellus cita a Zaratustra: “Los egipcios y los caldeos enseñaban que había siete mundos corpóreos (es decir, mundos regidos por los poderes intelectuales): el primero es de puro fuego; el segundo, el tercero y el cuarto son etéreos; el quinto, el sexto y el séptimo son materiales, y al séptimo lo llaman terrestre y dicen que odia la luz, está situado debajo de la Luna y comprende en sí mismo la materia llamada fundus o fundamento. Estos siete, más la única corona invisible, constituyen los ocho mundos”». […] Platón escribe que los filósofos tiene que saber cómo se distribuyen los siete círculos que están por debajo del primero, según los egipcios.
La primera tríada de fuego denota la vida; la segunda, el agua, sobre la cual rigen las divinidades ibimórficas, y la tercera, el aire, regido por Nefta. A partir del fuego se crearon los cielos; del agua, la tierra, y el aire fue el mediador entre ellos. En la sefira Yetzirah se dice que de los tres se originan los siete, es decir, la altura, la profundidad, el Este, el Oeste, el Norte y el Sur y el Templo Sagrado en el centro, sosteniéndolos a todos. ¿No es el Templo Sagrado que está en el centro el gran trono del espíritu de la naturaleza que tiene muchas formas y que aparece en el medio de la Tabla?
¿Qué son las siete tríadas sino los siete poderes que gobiernan el mundo?
Escribe Psellus: «Los egipcios adoraban la tríada de la fe, la verdad y el amor; y las siete fuentes, con el Sol como soberano: la fuente de la materia; a continuación, la fuente de los arcángeles; la fuente de los sentidos; la del juicio; la del relámpago; la de los reflejos, y la de los caracteres, de composición desconocida. Dicen que las máximas fuentes materiales son las de Apolo, Osiris y Mercurio: las fuentes de los centros de los elementos». Por consiguiente, comprendían, por el Sol como soberano, el mundo solar; por lo arcangélico material, el mundo lunar; por la fuente de los sentidos, el mundo de Saturno; por el juicio, a Júpiter; por el relámpago, a Marte; por el de los reflejos o espejos, el mundo de Venus: por la fuente de los caracteres, el mundo de Mercurio. Todos estos se muestran en las figuras de la parte central de la Tabla.
El panel superior contiene las doce figuras del Zodiaco distribuidas en cuatro tríadas.
La figura central de cada grupo representa uno de los cuatro signos fijos del Zodiaco. S es el signo de Acuario; Z, el de Tauro; C, el de Leo, y G, el de Escorpio. A estos se los llama «los padres».
En las enseñanzas secretas del Lejano Oriente, estas cuatro figuras —el hombre, el toro, el león y el águila — se llaman «los globos alados» o «los cuatro marajás» que están en las esquinas de la creación. A los cuatro signos cardinales —P, Capricornio; X, Aries; B, Cáncer, y F, Libra— les dicen «los poderes». Los cuatro signos comunes —V, Piscis: A, Géminis; E, Virgo, y H, Sagitario— se llaman «las mentes de los cuatro señores». Esto explica el significado de los globos alados de Egipto, porque las cuatro figuras centrales —Acuario, Tauro, Leo y Escorpio (a las que Ezequiel llama «querubines»)— son los globos; los signos cardinales y los comunes situados a ambos lados son las alas. Por consiguiente, los doce signos del Zodiaco se pueden representar mediante cuatro globos, cada uno con dos alas. Además, los egipcios también representaban las tríadas celestes como un globo (el Padre) del cual salen una serpiente (la Mente) y unas alas (el Poder).
Estas doce fuerzas son las que crearon el mundo y de ellas emana el microcosmos o el misterio de los doce animales sagrados, que representan en el universo las doce partes del mundo y en el hombre, las doce partes del cuerpo humano. Desde un punto de vista anatómico, es posible que las doce figuras del panel superior simbolicen las doce circunvoluciones del cerebro y las doce figuras del panel inferior, los doce miembros y órganos zodiacales del cuerpo humano, porque el hombre es una criatura formada por los doce animales sagrados, cuyos miembros y órganos están sometidos al control directo de los doce Gobernadores o poderes que residen en el cerebro.
Se encuentra una interpretación más profunda en la correspondencia entre las doce figuras del panel superior y las doce del inferior, que proporciona una clave para uno de los secretos antiguos más arcanos: la relación existente entre los dos grandes zodiacos, el fijo y el móvil. El zodiaco fijo se describe como un dodecaedro inmenso, cuyas doce superficies representan las paredes más exteriores del espacio abstracto. A partir de cada superficie de este dodecaedro, un gran poder espiritual, que radia hacia el centro, se manifiesta como una de las jerarquías del zodiaco móvil, que es una franja de las llamadas estrellas fijas que lo circundan. Dentro de este zodiaco móvil se sitúan los diversos cuerpos planetarios y elementales.
La relación entre estos dos zodiacos y las esferas subzodiacales tiene una correlación en el aparato respiratorio del cuerpo humano. Se puede decir que el gran zodiaco fijo representa la atmósfera; el zodiaco móvil, los pulmones, y los mundos subzodiacales, el cuerpo. La atmósfera espiritual, que contiene las energías vivificadoras de los doce poderes divinos del gran zodiaco fijo, es inhalada por los pulmones cósmicos — el zodiaco móvil—, que la distribuyen a través de la constitución de los doce animales sagrados, que son las partes y los miembros del universo material. El ciclo funcional se completa cuando los efluvios venenosos de los mundos inferiores, reunidos por el zodiaco móvil, son exhalados hacia el gran zodiaco fijo, para purificarse allí al pasar por las naturalezas divinas de sus doce jerarquías eternas.
La Tabla en general es susceptible de muchas interpretaciones. Si entendemos la cenefa de la Tabla con sus figuras jeroglíficas como la fuente espiritual, el trono del centro representa el cuerpo físico dentro del cual se entroniza la naturaleza humana. Desde este punto de vista, toda la Tabla se vuelve emblemática de los cuerpos áuricos del hombre, con la cenefa como límite externo o cáscara del huevo áurico. Si entendemos el trono como símbolo de la esfera espiritual, la cenefa representa los elementos y los distintos paneles que rodean al central se vuelven símbolos de los mundos o planos que emanan de la única fuente divina.
Si consideramos la Tabla desde un base puramente física, el trono se convierte en símbolo del sistema generativo y la Tabla revela los procesos secretos de la embriología que se aplican a la formación de los mundos materiales. Si se desea una interpretación puramente fisiológica y anatómica, el trono central se convierte en el corazón, la tríada ibimórfica, en la mente, la tríada neftiana, en el aparato reproductor y los jeroglíficos circundantes, en las diversas partes y miembros del cuerpo humano. Desde el punto de vista evolutivo, la puerta central se convierte en un punto tanto de entrada como de salida. Aquí se sitúa también el proceso de iniciación, en el cual el candidato, después de superar las diversas pruebas, finalmente es llevado ante su propia alma, que él es el único que puede desvelar. Si lo que tenemos en cuenta es la cosmogonía, el panel central representa los mundos espirituales: el panel superior, los mundos intelectuales, y el inferior, los mundos materiales.
El panel central también puede simbolizar los nueve mundos invisibles y la criatura marcada con una te, la naturaleza física: el escabel de Isis, el espíritu de la vida universal. Considerado a la luz de la alquimia, el panel central contiene los metales y los laterales, los procesos alquímicos. La figura sentada en el trono es el Mercurio universal: la «piedra de los sabios»; el dosel encendido del trono que hay encima es el azufre divino, y el cubo de tierra que hay debajo es la sal elemental. Las tres tríadas, o el Fundamento Paterno, del panel central representan los vigilantes silenciosos, las tres partes invisibles de la naturaleza humana; los dos paneles situados a los lados son la naturaleza inferior cuaternaria del hombre.
En el panel central hay veintiuna figuras. Este número es sagrado para el sol, que consta de tres grandes poderes, cada uno con siete atributos y, por reducción cabalística, el veintiuno se convierte en tres, o la Gran tríada. Todavía no se ha demostrado que la Tabla Isíaca tenga una conexión directa con el gnosticismo egipcio, porque en un papiro gnóstico conservado en la Biblioteca Bodleiana hay una referencia directa a los doce Padres o Paternidades bajo los cuales están las doce Fuentes. [52] Que el panel inferior representa el infierno lo destacan aún más la dos puertas —la gran puerta del Este y la gran puerta del Oeste—, porque en la teología caldea el sol sale y se pone a través de las puertas del infierno, donde vaga durante las horas de oscuridad. Como Platón recibió durante trece años la instrucción de los magos Patheneith, Ochoaps, Sechtnouphis y Etymon de Sebbennithis, su filosofía está impregnada del sistema caldeo y egipcio de las tríadas. La Tabla Bembina es una exposición diagramática de la llamada filosofía platónica, porque su diseño es la síntesis de toda la teoría de la cosmogonía y la generación místicas. La guía más valiosa para interpretarla son los Commentaries of Proclus on the Theology of Plato. Chaldean Oracles of Zoroaster también contiene muchas alusiones a los principios teogónicos que la Tabla demuestra.
La Teogonía de Hesíodo contiene la versión más completa del mito griego de la cosmogonía.
La cosmogonía órfica ha dejado su huella en las diversas formas de filosofía y religión —la griega, la egipcia y la siria— con las que ha estado en contacto. El principal de los símbolos órficos era el huevo primordial, del cual salió Fanes. Para Thomas Taylor, el huevo órfico es sinónimo de la mezcla de límite e infinito que Platón mencionaba en el Filebo. Además, el huevo es la tercera tríada inteligible y el símbolo adecuado del demiurgo, cuyo cuerpo áurico es el huevo del universo inferior. Eusebio, basándose en la autoridad de Porfirio, manifestó que los egipcios reconocían un solo autor intelectual o creador del mundo, al que llamaban Cneph. y que lo adoraban en una estatua de forma humana y cutis azul oscuro, que sostenía en la mano una faja y un cetro, llevaba en la cabeza un penacho real y se sacaba un huevo de la boca.[53] Aunque la Tabla Bembina tiene forma rectangular, filosóficamente representa el huevo Órfico del universo con su contenido.
En las doctrinas esotéricas, el mayor logro de una persona es romper el huevo órfico, lo que equivale a que el espíritu regrese al nirvana —el estado absoluto— de los místicos orientales. The New Pantheon, de Samuel Boyse, contiene tres ilustraciones en las que se ven varias partes de la Tabla Bembina. Sin embargo, el autor no hace ninguna aportación importante al conocimiento del tema.
En The Mythology and Fables of the Ancients Explained from History, el abad Banier dedica un capítulo a analizar la Mensa Isiaca. Después de revisar las conclusiones de Montfaucon, Kircher y Pignorius, añade: «Soy de la opinión de que era una tabla votiva que algún príncipe o una persona corriente había consagrado a Isis, como agradecimiento por algún beneficio que creía haber recibido de ella».
Manly Palmer Hall
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