domingo, 5 de mayo de 2019

LAS ENSEÑANZAS SECRETAS DE TODOS LOS TIEMPOS - LA TABLA ISÍACA




En un manuscrito de Thomas Taylor aparece el siguiente párrafo notable: Platón fue iniciado en los «misterios mayores» a los cuarenta y nueve años. La iniciación tuvo lugar en una de las salas subterráneas de la Gran Pirámide de Egipto. La Tabla Isíaca formaba el altar y ante ella se presentó el divino Platón y recibió lo que siempre había sido suyo, pero que la ceremonia de los Misterios encendió y sacó de su estado latente. Con aquel ascenso, al cabo de tres días en la Gran Sala, lo recibió el Hierofante de la Pirámide — solo veían al hierofante aquellos que habían superado los tres días, los tres grados, las tres dimensiones— y le fueron transmitidas verbalmente las máximas enseñanzas esotéricas, cada una acompañada por el símbolo correspondiente.

Después de permanecer tres meses más en las salas de la pirámide, el Platón iniciado fue enviado al mundo a cumplir la labor de la Gran Orden, como habían hecho antes que él Pitágoras y Orfeo. Antes de que Roma fuera saqueada en 1527, no existe ningún registro histórico de la Mensa Isiaca (la Tabla de Isis). En aquella época, la tabla estaba en poder de cierto cerrajero o herrero, que la vendió por un precio exorbitante al cardenal Bembo, un famoso anticuario, historiógrafo de la República de Venecia y, posteriormente, bibliotecario de San Marcos. Después de su muerte, acaecida en 1547, adquirió la Tabla Isíaca la Casa de Mantua, en cuyo museo permaneció hasta 1630, cuando las tropas de Fernando II capturaron la ciudad de Mantua. Varios de los primeros escritores sobre el tema han supuesto que la tabla fue destruida por los soldados ignorantes por la plata que contenía. Sin embargo, dicha suposición era errónea. La tabla cayó en manos del cardenal Pava, quien la obsequió al duque de Saboya y este, a su vez, la regaló al rey de Cerdeña.

Cuando los franceses conquistaron Italia en 1797, la tabla fue llevada a Park En 1809, Alexandre Lenoir, al escribir sobre la Mensa Isiaca, dijo que estaba en exposición en la Bibliothéque Nationale. Cuando se firmó la paz entre los dos países, fue devuelta a Italia. En su Guía del Norte de Italia, Karl Baedeker dice que la Mensa Isiaca ocupa el centro de la segunda galería en el Museo de Antigüedades de Turín. En 1559, el célebre Aeneas Vicus de Parma hizo una reproducción fiel de la tabla original y el canciller del duque de Baviera entregó una copia del grabado al Museo de Jeroglíficos. Athanasius Kircher dice que la tabla mide «cinco palmos de largo y cuatro de ancho». W. Wynn Westcott dice que mide 1,25 metros por 75 centímetros.

Era de bronce y estaba adornada con encáustico o esmalte azul cobalto y filetes de plata. Fosbroke añade: «Las líneas de las figuras no son demasiado profundas y el contorno de la mayoría de ellas está trazado con hilos de plata. Las bases sobre las cuales estaban sentadas o reclinadas las figuras (que han quedado en blanco en los grabados) eran de plata y se han perdido».[48] Quienes estén familiarizados con los principios fundamentales de la filosofía hermética reconocerán en la Mensa Isiaca la clave de la teología caldea, egipcia y griega.

En su Antiquity Explained by Montfaucon, el Padre Montfaucon, un erudito benedictino, reconoce su incapacidad para descifrar su complejo simbolismo. Por consiguiente, duda de que los emblemas que lleva la tabla posean alguna significación digna de consideración y se burla de Kircher, al que declara más críptico que la propia tabla. Laurentius Pignorius reprodujo la tabla para un ensayo descriptivo en 1605, pero las explicaciones que proponía con timidez han demostrado su ignorancia en lo que respecta a la verdadera interpretación de las figuras. En su Oedipus Aegyptiacus, publicado en 1654, Kircher se enfrentó al problema con su avidez característica. Como estaba particularmente capacitado para una tarea semejante por sus años de investigación en cuestiones relacionadas con las doctrinas secretas de la Antigüedad y contaba con la colaboración de un grupo de estudiosos destacados, Kircher obtuvo buenos resultados en cuanto a la exposición de los misterios de la tabla, pero ni siquiera él logró averiguar el secreto maestro, como ha señalado sagazmente Éliphas Lévi en su Historia de la magia.





LA CLAVE DE LA TABLA BEMBINA, SEGÚN LÉVI Éliphas

Lévi: Historia de la magia.

«La Tabla Isíaca —escribe Lévi — es una clave para comprender el Libro Antiguo de Thot que ha sobrevivido en cierta medida al paso de los siglos y que para nosotros se representa en el mazo de cartas del Tarot, que siguen siendo relativamente antiguas.
Para él, el Libro de Thot era una síntesis de los conocimientos esotéricos de los egipcios; después de la decadencia de su civilización, aquel conocimiento cristalizó en una forma jeroglífica como el Tarot. Como aquel Tarot fue total o parcialmente olvidado o incomprendido, sus símbolos visuales cayeron en manos de supuestos adivinos y de personas que se ocupaban de entretener al público con juegos de naipes.

El Tarot moderno consta de setenta y ocho cartas, de las cuales 22 forman un grupo especial de arcanos, con un diseño pictórico; las cincuenta y seis restantes están compuestas por cuatro palos de diez números y cuatro honores o figuras: el Rey, la Reina, el Caballero y la Sota; los palos son las espadas Sota; los palos son las espadas (el militarismo), las copas (el sacerdocio), los bastos (la agricultura) y los oros (el comercio), que corresponden, respectivamente, a nuestros piques, corazones, tréboles y diamantes. Los que nos interesan son los veintidós arcanos, que constituyen la característica especial de la baraja y son descendientes directos de los jeroglíficos del Tarot. Estas veintidós cartas corresponden a las letras del hebreo y de otros alfabetos sagrados, que se clasifican naturalmente en tres clases: tres madres, siete dobles y doce letras simples. También se consideran tres grupos de siete y una carta suelta, un sistema de iniciación y un no iniciado». (Véase The Isiac Tablet de Westcott).


«El erudito jesuita —escribe Lévi— descubrió que contenía la clave jeroglífica de los alfabetos sagrados, pero no consiguió encontrarle una explicación. Está dividida en tres compartimientos iguales; en el superior están las doce casas del cielo y en el inferior, las distribuciones del trabajo correspondientes [los períodos de trabajo] a lo largo del año, mientras que en el medio hay veintiún signos sagrados que corresponden a las letras del alfabeto. En el medio de todo hay una figura sentada de la IYNX pantomórfica, el emblema del ser universal, que, como tal, corresponde a la yod hebrea, o a aquella letra única a partir de la cual se forman todas las demás. En torno a la IYNX está la tríada ofita, que responde a las tres letras madre del alfabeto egipcio y el hebreo. 

A la derecha están la tríada ibimórfica y la de Serapis y a la izquierda, la de Neftis y la de Hécate, que representan lo activo y lo pasivo, lo fijo y lo volátil, el fuego fructificador y el agua generadora. Cada par de tríadas en conjunción con el centro produce un septenario y en el centro hay un septenario. 
Los tres septenarios dan el número absoluto de los tres mundos, así como el número completo de las letras primitivas, a las cuales se añade un signo complementario, como el cero a los nueve dígitos». La pista de Lévi se puede interpretar como que las veintiuna figuras de la parte central de la tabla representan los veintiún arcanos mayores de las cartas del Tarot. 

De ser así, ¿no será la cana cero, causante de tanta controversia, la corona indescriptible de la Mente Suprema, la corona representada por la tríada oculta en la parte superior del trono que hay en el centro de la tabla? ¿No se podrá representar la primera emanación de aquella Mente Suprema como un malabarista o un mago, con los símbolos de los cuatro mundos inferiores distribuidos sobre una mesa delante de él: la vara, la espada, la copa y la moneda? Si lo consideramos así, la carta cero no encaja en ningún sitio entre las otras, sino que es, en realidad, el cuarto punto dimensional del cual todos proceden y que, por consiguiente, se descompone en las veintiuna cartas (letras) que, una vez reunidas, producen el cero. El cero que aparece en esta carta confirmaría esta interpretación, porque el cero o el círculo es el síinbolo de la esfera superior de la cual surgen los mundos, los poderes y las letras inferiores.




LA CLAVE DE LA TABLA BEMBINA, SEGÚN WESTCOTT

William Wynn Westcott: The Isiac Tablet  of Cardinal Bembo.

Zaratustra declaró que el número tres resplandece en todo el mundo, como lo demuestra la Tabla Bembina mediante una serie de tríadas que representan los impulsos creativos. Acerca de la Tabla Isíaca, Alexandre Lenoir escribe lo siguiente: «La Tabla Isíaca, como obra de arte, no tiene demasiado interés. No es más que una composición, más bien fría e insignificante, cuyas figuras, apenas bosquejadas y colocadas sistemáticamente unas junto a otras, dan muy poca impresión de vida. Sin embargo, si por el contrario y después e examinarla comprendemos la finalidad del autor, no tardamos en quedar convencidos de que la Tabla Isíaca es una imagen de la Isíaca es una imagen de la esfera celeste dividida en partes pequeñas, que se usarán, con toda probabilidad, para la enseñanza en general.

Según esta idea, podemos llegar a la conclusión de que la Tabla Isíaca era, en un principio, la introducción a una colección seguida por los Misterios de Isis. Fue grabada en cobre para ser usada en la iniciación ceremonial». (Véase Nouvel Essai sur la Table Isiaque). Westcott reunió meticulosamente aquellas teorías bastante precarias, propuestas por diversos expertos, y en 1887 publicó un volumen, actualmente muy difícil de encontrar, que contiene la única descripción detallada de la Tabla Isíaca publicada en inglés desde que en 1721 Humphreys tradujo la descripción de Montfaucon, que carecía de todo valor. Después de explicar su reticencia a revelar lo que a Lévi le parecía, sin duda, que era preferible dejar oculto, Westcott sintetiza como sigue su interpretación de la tabla:

El diagrama de Lévi, mediante el cual explica el misterio de la tabla, muestra la región superior dividida en las cuatro estaciones del año, cada una con tres signos del Zodiaco, y él ha añadido el nombre sagrado de cuatro letras, el Tetragrammaton, y ha asignado la yod a Acuario, es decir, Canopus; la hé a Tauro, es decir, Apis: la vau a Leo, es decir, Momfta, y la hé final a Tifón. Obsérvese el paralelismo con los querubines: hombre, toro, león y águila. La cuarta forma se encuentra como un escorpión o un águila, según el dios oculto o la mala intención: en el Zodiaco demótico, la serpiente sustituye al escorpión. Atribuye la región inferior a las doce letras hebreas simples y las asocia con los cuatro cuartos del horizonte. Compárese con el Sefer Yetzirah, Cap. v, sec. 1.

Atribuye la región central a los poderes solares y a lo planetario. En el medio vemos, arriba, el Sol. marcado «Ops», y por debajo una estrella de David encima de una cruz: una Hexapla con dos triángulos —uno claro y otro oscuro— superpuestos que, en conjunto, forma una especie de símbolo complejo de Venus. Al ibimorfo le asigna los tres planetas oscuros: Venus, Mercurio y Marte, situados alrededor de un triángulo vertical oscuro, para indicar el fuego. Asigna a la tríada neftiana tres planetas claros: Saturno, Luna y Júpiter, en torno a un triángulo claro invertido que denota el agua. Hay una conexión necesaria entre el agua, el poder femenino, el principio pasivo, Biná, y la madre sefirótica y la novia.

Obsérvese que todos los signos antiguos correspondientes a los planetas estaban formados por una cruz, el disco solar y una media luna: Venus es una cruz debajo de un disco solar; Mercurio es un disco con una media luna encima y una cruz debajo; Saturno es una cruz cuya punta inferior toca el vértice de la media luna; Júpiter es una media luna cuya punta inferior toca el extremo izquierdo de una cruz; todos estos son misterios profundos. Obsérvese que Lévi, en su ilustración original, transpuso a Serapis y Hécate, pero no al Apis negro y el Apis blanco, tal vez porque asociaba la cabeza de Bes con Hécate. Obsérvese que, al haber referido las doce letras simples a la parte inferior, las siete dobles tienen que corresponder a la región central de los planetas y entonces queda la gran tríada A. M. S., las letras madre que representan el Aire, el Agua y el Fuego. en tomo a la ese de la Iynx central, o yod, que estaría representada por la tríada ofiónica, las dos serpientes y la esfinge leonina. La palabra de Levi OPS, situada en el centro, es la Ops latina, Terra, el genio de la Tierra: y la Ops griega, Rea, o Kubele (Cibeles), a menudo representada como una diosa sentada en un carro tirado por leones; lleva una corona de torrecillas y sostiene una llave.

El ensayo publicado en francés por Alexandre Lenoir en 1809, a pesar de ser curioso y original, contiene poca información verdadera sobre la tabla: el autor pretende demostrar que era un calendario egipcio o una carta astral. Puesto que tanto Montfaucon como Lenoir —en realidad, todos los que han escrito sobre el tema desde 1651— han basado su trabajo en el de Kircher o han recibido una influencia suya considerable, se ha hecho una traducción meticulosa del artículo original de este último (ochenta páginas en latín del siglo XVII). La ilustración a doble página que aparece en el encarte en color es una copia fiel hecha por Kircher del grabado que hay en el Museo de Jeroglíficos. Las letras y los números pequeños que se usan para indicar las figuras fueron añadidos por él para aclarar su comentario y se usarán con el mismo fin en esta obra.

Como casi todas las antigüedades religiosas y filosóficas, la Tabla Isíaca o Bembina ha sido objeto de mucha controversia. En una nota a pie de página, A. E. Waite, incapaz de distinguir entre la naturaleza o el origen auténtico y el supuesto de la tabla, repite el parecer de J. G. Wilkinson, otro exotericus ilustre: «La [tabla] original es sumamente tardía y en líneas generales se considera una falsificación». Por otra parte, Eduard Winkelmann, un hombre de profundos conocimientos, defiende la autenticidad y la antigüedad de la tabla. Un análisis sincero de la Mensa Isíaca revela un hecho de fundamental importancia: que si bien quienquiera que creó la tabla no era necesariamente egipcio, era un iniciado en el orden máximo y conocía los principios más arcanos del esoterismo hermético.

El simbolismo de la Tabla Bembina La explicación necesariamente breve que ofrecemos a continuación sobre la Tabla Bembina se basa en un compendio de los escritos de Kircher y se completa con más información que el autor de este libro ha recogido de los escritos místicos de los caldeos, los hebreos, los egipcios y los griegos. Los templos de los egipcios estaban diseñados de tal manera que la distribución de las cámaras, los adornos y los utensilios tenía relevancia simbólica, como lo demuestran los jeroglíficos que los cubrían. Junto al altar, por lo general situado en el centro de cada habitación, estaba la cisterna de agua del Nilo que entraba y salía por tuberías invisibles.

Allí también había imágenes de los dioses en series concadenadas, acompañadas de inscripciones mágicas. En aquellos templos y mediante símbolos y jeroglíficos se instruía a los neófitos en los secretos de la casta sacerdotal. La Tabla de Isis era, en principio, una mesa o altar y sus emblemas formaban parte de los misterios que los sacerdotes explicaban. Se dedicaban mesas a distintos dioses y en este caso el honor le correspondió a Isis. La sustancia de la que estaban hechas las mesas por lo general variaba en función de la dignidad relativa de las divinidades. Las mesas consagradas a Júpiter y a Apolo eran de oro; las de Diana, Venus y Juno eran de plata; las de otros dioses superiores, de mármol, y las de las divinidades inferiores, de madera. También se hacían mesas de los metales correspondientes a los planetas que regían los distintos celestiales.

Del mismo modo que se extiende sobre la mesa del banquete el alimento para el cuerpo, en aquellos altares sagrados se extendían los símbolos que, cuando se comprendían, alimentaban la naturaleza invisible del hombre. En su introducción a la tabla, Kircher resume su simbolismo con estas palabras: «Enseña, en primer lugar, toda la constitución del mundo triple: la arquetípica, la intelectual y la perceptible. Muestra a la divinidad suprema moviéndose desde el centro hacia la periferia de un universo constituido por objetos tanto perceptibles como inanimados, todos ellos animados y agitados por un único poder supremo al que llaman la Mente Paterna y representado mediante un símbolo triple. Aquí se ven también tres tríadas del Uno Supremo, cada una de las cuales manifiesta un atributo de la primera Trimurti. 

A estas tríadas se las llama el fundamento o la base de todas las cosas. En la Tabla también se presenta el arreglo y la distribución de las criaturas divinas que colaboran con la Mente Paterna en el control del universo. Aquí [en el panel superior] se ven los Gobernadores de los mundos, cada uno con su insignia ardiente, etérea y material. Aquí también [en el panel inferior] están los Padres de las Fuentes, que tienen la obligación de cuidar y preservar los principios de todas las cosas y de apoyar las leyes inviolables de la Naturaleza. Aquí están los dioses de las esferas y también los que vagan de un lugar a otro, trabajando con todas las sustancias y las formas (Zonia y Azonia), agrupados como figuras de ambos sexos, con el rostro vuelto hacia la divinidad superior». La Mensa Isíaca, que está dividida horizontalmente en tres cámaras o paneles, podría representar la planta de las cámaras en las que se daban los Misterios isíacos. El panel central está dividido en siete partes o salas menores y el inferior tiene dos puertas, una en cada extremo. Toda la Tabla contiene cuarenta y cinco figuras de primera importancia y una cantidad de símbolos menores. Las cuarenta y cinco figuras principales se agrupan en quince tríadas, cuatro de las cuales están situadas en el panel superior, siete en el central y cuatro en el inferior.

Según tanto Kircher como Lévi, las tríadas se dividen de la siguiente manera: En la sección superior

P, S, V - Tríada mendesiana
X, Z, A - Tríada amoniana
B, C, D - Tríada momfteana
F, G, H - Tríada omfteana

En la sección central

G, I, K - Tríada isíaca
L, M, N - Tríada de Hécate
O, Q, R - Tríada ibimórfica
V, S, W - Tríada ofiónica
X, Y, Z - Tríada neftiana

ζ, η, θ - Tríada de Serapis γ, δ, (no consta), ε - Tríada de Osiris En la sección inferior λ, M, N
 - Tríada horeana ξ O, Σ - Tríada pandocheana T, Φ, X
- Tríada táustica Ψ, F, H - Tríada aleurística

Acerca de estas quince tríadas, Kircher escribe lo siguiente: «Las figuras difieren entre sí en ocho aspectos sumamente importantes; a saber: en la forma, la posición, el gesto, lo que hacen, las vestiduras, el tocado, el bastón y, por último, en los jeroglíficos que tienen alrededor, ya sean flores, arbustos, letras pequeñas o animalillos». Estos ocho métodos simbólicos de representar los poderes secretos de las figuras constituyen una manera discreta de recordarnos los ocho sentidos espirituales de cognición por medio de los cuales se puede comprender el Yo Verdadero del hombre. Para expresar esta verdad espiritual, los budistas utilizaban la rueda de ocho rayos y elevaban su conciencia mediante el noble camino óctuple.

La cenefa ornamentada que rodea los tres paneles principales de la Tabla contiene muchos símbolos que comprenden aves, animales, reptiles, seres humanos y formas compuestas. Según una interpretación de la Tabla, esta cenefa representa los cuatro elementos y las criaturas son seres elementales. Según otra interpretación, la cenefa representa las esferas arquetípicas y en su friso de figuras compuestas aparecen los modelos de las formas que, en diversas combinaciones, se manifiestan después en el mundo material. Las cuatro flores que se ven en las esquinas de la Tabla son aquellas que, como siempre miran al sol y siguen su recorrido por el cielo, constituyen emblemas sagrados de la mejor parte de la naturaleza humana, que se deleita en la contemplación de su Creador. Según la doctrina secreta de los caldeos, el universo está dividido en cuatro estados del ser (planos o esferas): el arquetípico, el intelectual, el sideral y el elemental.

Cada uno de ellos revela los demás; el superior controla al inferior y el inferior recibe la influencia del superior. El plano arquetípico se consideraba sinónimo del intelecto de la divinidad trina. En esta esfera divina, incorpórea y eterna se incluyen todas las manifestaciones inferiores de la vida: todo lo que es, lo que ha sido y lo que será. Dentro del intelecto cósmico, todas las cosas espirituales o materiales existen como arquetipos o formas de pensamiento divinas, que aparecen en la Tabla mediante una cadena de símiles secretos. En la zona central de la Tabla aparece la Esencia Espiritual, que contiene todas las formas, el origen y la sustancia de todo y de la cual proceden los mundos inferiores como nueve emanaciones en grupos de tres (la tríada ofíónica, la ibimórfica y la neftiana). A este respecto hay que tener en cuenta la analogía de las sefírot cabalísticas o las nueve esferas que sajen de la Kéter, la corona.

Los doce Gobernadores del universo (la tríada mendesiana, la amoniana, la momfteana y la omfteana), vehículos de distribución de las influencias creativas que aparecen en la parte superior de la tabla, son dirigidos en sus actividades por los modelos de la Mente Divina, que existen en la esfera arquetípica. Los arquetipos son patrones abstractos formulados en la Mente Divina y son los que controlan todas las actividades inferiores. En la parte inferior de la Tabla están los Padres de las Fuentes (la tríada horeana, la pandocheana, la táustica y la aleurística), que custodian las grandes puertas del universo y distribuyen a los mundos inferiores las influencias que descienden de los Gobernadores que aparecen encima. En la teología de los egipcios, la bondad tiene prioridad y todas las cosas son partícipes de su naturaleza, en mayor o menor medida.

Todo y todos buscan la bondad, que es la causa principal. La bondad se difunde a sí misma y por eso está presente en todas las cosas, porque nada puede producir lo que no existe en sí mismo. La Tabla demuestra que todo está en Dios y Dios está en todo; que todo está en todo y cada uno está en cada uno. En el mundo intelectual son invisibles los duplicados espirituales de las criaturas que habitan en el mundo elemental. Por consiguiente, lo más bajo muestra lo más alto, lo corpóreo anuncia lo intelectual y lo invisible se manifiesta en sus obras. 

Por este motivo, los egipcios hacían imágenes de sustancias que existían en el mundo inferior perceptible para utilizarlas como ejemplos visibles de los poderes superiores e invisibles. Asignaban a las imágenes corruptibles las virtudes de las divinidades incorruptibles, demostrando así, de forma críptica, que este mundo no es más que una sombra de Dios, la imagen exterior del paraíso interior. Todo lo que existe en la esfera arquetípica invisible se revela en el mundo corpóreo perceptible mediante la luz de la Naturaleza. La Mente Arquetípica y Creativa — primero a través de su Fundamento Paterno y después a través de dioses secundarios llamados Inteligencias— revelaba toda la infinidad de sus poderes mediante un intercambio permanente de lo más alto a lo más bajo. En su simbolismo fálico, los egipcios utilizaban el esperma para representar las esferas espirituales, porque cada una contiene todo lo que procede de ella. 

Los caldeos y los egipcios también sostenían que todo resultado está presente en su propia causa y se vuelve hacia ella como el loto hacia el sol. Por consiguiente, el Intelecto Supremo, a través de su Fundamento Paterno, creó primero la luz —el mundo angelical— y de esa luz se crearon a continuación las jerarquías invisibles de seres que algunos llaman «estrellas», y a partir de las estrellas se formaron los cuatro elementos y el mundo perceptible. De tal modo, todo está en todo, cada uno a su manera. Todos los cuerpos o elementos visibles están en las estrellas invisibles o los elementos espirituales y las estrellas están, asimismo, en esos cuerpos; las estrellas están en los ángeles y los ángeles, en las estrellas; los ángeles están en Dios y Dios está en todo. Por consiguiente, todos están divinamente en lo divino, angélicamente en los ángeles y corpóreamente en el mundo corpóreo, y viceversa. Del mismo modo que la semilla es el árbol plegado, el mundo es Dios desplegado. Como dice Proclo: «Cada propiedad de la divinidad está presente en toda la creación y se entrega a todas las criaturas inferiores». 

Una de las manifestaciones de la Mente Suprema es la capacidad de reproducción según la especie, que otorga a todas las criaturas de las cuales forma parte divina. De este modo, las almas, los cielos, los elementos, los animales, las plantas y las piedras se generan a sí mismas, cada uno según su patrón, aunque todos dependen de un único principio fecundador que existe en la Mente Suprema. Esta capacidad fecundadora, a pesar de ser en sí misma una unidad, se manifiesta de forma diferente en las distintas sustancias, porque en los minerales contribuye a la existencia material, en las plantas se manifiesta como vitalidad y en los animales, como sensibilidad. Otorga movimiento a los cuerpos celestes, pensamiento a las almas de los hombres, intelectualidad a los ángeles y superesencialidad a Dios. Por consiguiente, se ve que todas las formas son de una sola sustancia y toda la vida, de una sola fuerza y que estas coexisten en la naturaleza del Uno Supremo. 

El primero que expuso esta doctrina fue Platón. Su discípulo, Aristóteles, la expresó con las siguientes palabras: «Decimos que este mundo perceptible es una imagen de otro; por consiguiente, puesto que este mundo está lleno de vitalidad, o vivo, ¡cuánto más ha de vivir el otro! […] Allá, por consiguiente, por encima de las virtudes estelares hay otros cielos que hay que alcanzar, como los cielos de este mundo; más allá de ellos, porque son de un tipo superior, más brillantes y más extensos: y no son distantes el uno del otro como este, porque son incorpóreos. Allá también existe una tierra, no de materia inanimada, sino llena de vida animal y de todos los fenómenos terrestres naturales, como esta, pero de otros tipos y perfecciones. 

Hay plantas, también, y jardines y agua que fluye; hay animales acuáticos, pero de especies más nobles. Allá hay aire y vida apropiada para él, toda inmortal. Y aunque la vida allí sea análoga a la nuestra, aquella es más noble, al ser intelectual, perpetua e inalterable. Porque si alguien objetara y preguntara cómo hacen las plantas, o lo que sea, para encontrar el equilibrio en el mundo superior, responderíamos que no tienen una existencia objetiva, porque las produce el Autor primordial en una condición absoluta y sin exteriorización. Por consiguiente, ocurre con ellas lo mismo que con el intelecto y el alma: que no experimentan ningún defecto, como el desperdicio y la corrupción, porque los seres que hay allí están llenos de energía, fuerza y alegría, ya que viven una vida sublime y proceden de una sola fuente y una sola calidad, y lo tienen todo, como sabores dulces, perfumes delicados, colores y sonidos armoniosos y otras perfecciones. 

No se desplazan violentamente ni se entremezclan ni se corrompen entre ellos, sino que cada uno preserva perfectamente su propio carácter esencial y son simples y no se multiplican, como hacen los seres corpóreos». En el medio de la Tabla hay un gran trono cubierto, con una figura femenina sentada que representa a Isis. pero que aquí llaman la IYNX pantomórfica.

G. R.S. Mead define a la IYNX como «una inteligencia transmisora». Otros la consideran un símbolo del Ser Universal. Sobre la cabeza de la diosa, el trono está rematado por una corona triple y bajo sus pies está la casa de lo material. La triple corona representa en este caso a la divinidad trina, que los egipcios llamaban la Mente Suprema y se describía en el Zohar como «oculta y no revelada». Según el sistema cabalístico hebreo, el árbol sefirótico se dividía en dos partes: una superior e invisible y otra inferior y visible. La superior consta de tres partes y la inferior, de siete. Las tres sefirot incognoscibles se llamaban Kéter, la corona: jojmá, la sabiduría, y Biná, el entendimiento, y son demasiado abstractas para poder comprenderías; en cambio, las siete esferas inferiores que proceden de ellas estaban al alcance de la conciencia humana.

El panel central contiene siete tríadas de figuras que representan a las sefirot inferiores y todas emanan de la triple corona escondida que hay encima del trono. Escribe Kircher: «El trono indica la difusión de la Mente Suprema triforme por los caminos universales de los tres mundos. De estas tres esferas intangibles surge el universo perceptible, al que Plutarco llama la casa de Horus y los egipcios, la gran puerta de los dioses. La parte superior del trono está en medio de unas llamas difusas, con forma de serpiente, que indican que la Mente Suprema está llena de luz y de vida, es eterna e incorruptible y no tiene ningún contacto material. La manera en que la Mente Suprema comunicaba Su fuego a todas las criaturas se expone con claridad en el simbolismo de la Tabla.

El Fuego Divino se comunica con las esferas inferiores mediante el poder universal de la Naturaleza, personificada por la Virgen del Mundo, Isis, que aquí se denomina la IYNX o la idea universal polimorfa que todo lo contiene». Aquí se emplea la palabra «idea» con su significado platónico. «Platón creía que hay formas eternas de todas las cosas posibles que existen sin materia y a estas formas eternas e inmateriales las llamaba ideas. En el sentido platónico, las ideas eran los patrones según los cuales la divinidad creaba el mundo natural o ectípico.» Con estas palabras describe Kircher las veintiuna figuras del panel central: «En la parte central de la Tabla se pueden ver siete tríadas principales, correspondientes a los siete mundos superiores. Todas nacen del arquetipo fogoso e invisible [la triple corona del trono].

La primera, la tríada ofiónica o IYNX, V S W, corresponde al mundo vital y fogoso y es el primer mundo intelectual, que los antiguos llamaban el Aetherium. Zaratustra dice de él: “¡Qué gobernantes más rigurosos tiene este mundo!”. La segunda, la tríada ibimórfica, O Q R, corresponde al segundo mundo intelectual o etéreo y tiene que ver con el principio de la humedad. La tercera, la tríada neftiana, X Y Z, corresponde al tercer [mundo] intelectual y etéreo y tiene que ver con la fecundidad. Estas son las tres tríadas de los mundos etéreos, que corresponden al Fundamento Paterno.

A continuación vienen las cuatro tríadas de los mundos perceptibles o materiales, de las cuales las dos primeras corresponden a los mundos siderales, G I K y ( γ δ ε ) es decir, Osiris e Isis, el Sol y la Luna, indicados por los dos toros.

Las siguen dos tríadas, la de Hécate, L M N, y la de Serapis ( ζ η Θ ) que corresponden al mundo sublunar y al subterráneo. Así se completan los siete mundos de los genios primarios que rigen el universo natural. Psellus cita a Zaratustra: “Los egipcios y los caldeos enseñaban que había siete mundos corpóreos (es decir, mundos regidos por los poderes intelectuales): el primero es de puro fuego; el segundo, el tercero y el cuarto son etéreos; el quinto, el sexto y el séptimo son materiales, y al séptimo lo llaman terrestre y dicen que odia la luz, está situado debajo de la Luna y comprende en sí mismo la materia llamada fundus o fundamento. Estos siete, más la única corona invisible, constituyen los ocho mundos”». […] Platón escribe que los filósofos tiene que saber cómo se distribuyen los siete círculos que están por debajo del primero, según los egipcios.

La primera tríada de fuego denota la vida; la segunda, el agua, sobre la cual rigen las divinidades ibimórficas, y la tercera, el aire, regido por Nefta. A partir del fuego se crearon los cielos; del agua, la tierra, y el aire fue el mediador entre ellos. En la sefira Yetzirah se dice que de los tres se originan los siete, es decir, la altura, la profundidad, el Este, el Oeste, el Norte y el Sur y el Templo Sagrado en el centro, sosteniéndolos a todos. ¿No es el Templo Sagrado que está en el centro el gran trono del espíritu de la naturaleza que tiene muchas formas y que aparece en el medio de la Tabla?

¿Qué son las siete tríadas sino los siete poderes que gobiernan el mundo?
Escribe Psellus:  «Los egipcios adoraban la tríada de la fe, la verdad y el amor; y las siete fuentes, con el Sol como soberano: la fuente de la materia; a continuación, la fuente de los arcángeles; la fuente de los sentidos; la del juicio; la del relámpago; la de los reflejos, y la de los caracteres, de composición desconocida. Dicen que las máximas fuentes materiales son las de Apolo, Osiris y Mercurio: las fuentes de los centros de los elementos». Por consiguiente, comprendían, por el Sol como soberano, el mundo solar; por lo arcangélico material, el mundo lunar; por la fuente de los sentidos, el mundo de Saturno; por el juicio, a Júpiter; por el relámpago, a Marte; por el de los reflejos o espejos, el mundo de Venus: por la fuente de los caracteres, el mundo de Mercurio. Todos estos se muestran en las figuras de la parte central de la Tabla.

El panel superior contiene las doce figuras del Zodiaco distribuidas en cuatro tríadas.
La figura central de cada grupo representa uno de los cuatro signos fijos del Zodiaco. S es el signo de Acuario; Z, el de Tauro; C, el de Leo, y G, el de Escorpio. A estos se los llama «los padres».
En las enseñanzas secretas del Lejano Oriente, estas cuatro figuras —el hombre, el toro, el león y el águila — se llaman «los globos alados» o «los cuatro marajás» que están en las esquinas de la creación. A los cuatro signos cardinales —P, Capricornio; X, Aries; B, Cáncer, y F, Libra— les dicen «los poderes». Los cuatro signos comunes —V, Piscis: A, Géminis; E, Virgo, y H, Sagitario— se llaman «las mentes de los cuatro señores». Esto explica el significado de los globos alados de Egipto, porque las cuatro figuras centrales —Acuario, Tauro, Leo y Escorpio (a las que Ezequiel llama «querubines»)— son los globos; los signos cardinales y los comunes situados a ambos lados son las alas. Por consiguiente, los doce signos del Zodiaco se pueden representar mediante cuatro globos, cada uno con dos alas. Además, los egipcios también representaban las tríadas celestes como un globo (el Padre) del cual salen una serpiente (la Mente) y unas alas (el Poder).

Estas doce fuerzas son las que crearon el mundo y de ellas emana el microcosmos o el misterio de los doce animales sagrados, que representan en el universo las doce partes del mundo y en el hombre, las doce partes del cuerpo humano. Desde un punto de vista anatómico, es posible que las doce figuras del panel superior simbolicen las doce circunvoluciones del cerebro y las doce figuras del panel inferior, los doce miembros y órganos zodiacales del cuerpo humano, porque el hombre es una criatura formada por los doce animales sagrados, cuyos miembros y órganos están sometidos al control directo de los doce Gobernadores o poderes que residen en el cerebro.

Se encuentra una interpretación más profunda en la correspondencia entre las doce figuras del panel superior y las doce del inferior, que proporciona una clave para uno de los secretos antiguos más arcanos: la relación existente entre los dos grandes zodiacos, el fijo y el móvil. El zodiaco fijo se describe como un dodecaedro inmenso, cuyas doce superficies representan las paredes más exteriores del espacio abstracto. A partir de cada superficie de este dodecaedro, un gran poder espiritual, que radia hacia el centro, se manifiesta como una de las jerarquías del zodiaco móvil, que es una franja de las llamadas estrellas fijas que lo circundan. Dentro de este zodiaco móvil se sitúan los diversos cuerpos planetarios y elementales.

La relación entre estos dos zodiacos y las esferas subzodiacales tiene una correlación en el aparato respiratorio del cuerpo humano. Se puede decir que el gran zodiaco fijo representa la atmósfera; el zodiaco móvil, los pulmones, y los mundos subzodiacales, el cuerpo. La atmósfera espiritual, que contiene las energías vivificadoras de los doce poderes divinos del gran zodiaco fijo, es inhalada por los pulmones cósmicos — el zodiaco móvil—, que la distribuyen a través de la constitución de los doce animales sagrados, que son las partes y los miembros del universo material. El ciclo funcional se completa cuando los efluvios venenosos de los mundos inferiores, reunidos por el zodiaco móvil, son exhalados hacia el gran zodiaco fijo, para purificarse allí al pasar por las naturalezas divinas de sus doce jerarquías eternas.

 La Tabla en general es susceptible de muchas interpretaciones. Si entendemos la cenefa de la Tabla con sus figuras jeroglíficas como la fuente espiritual, el trono del centro representa el cuerpo físico dentro del cual se entroniza la naturaleza humana. Desde este punto de vista, toda la Tabla se vuelve emblemática de los cuerpos áuricos del hombre, con la cenefa como límite externo o cáscara del huevo áurico. Si entendemos el trono como símbolo de la esfera espiritual, la cenefa representa los elementos y los distintos paneles que rodean al central se vuelven símbolos de los mundos o planos que emanan de la única fuente divina.

Si consideramos la Tabla desde un base puramente física, el trono se convierte en símbolo del sistema generativo y la Tabla revela los procesos secretos de la embriología que se aplican a la formación de los mundos materiales. Si se desea una interpretación puramente fisiológica y anatómica, el trono central se convierte en el corazón, la tríada ibimórfica, en la mente, la tríada neftiana, en el aparato reproductor y los jeroglíficos circundantes, en las diversas partes y miembros del cuerpo humano. Desde el punto de vista evolutivo, la puerta central se convierte en un punto tanto de entrada como de salida. Aquí se sitúa también el proceso de iniciación, en el cual el candidato, después de superar las diversas pruebas, finalmente es llevado ante su propia alma, que él es el único que puede desvelar. Si lo que tenemos en cuenta es la cosmogonía, el panel central representa los mundos espirituales: el panel superior, los mundos intelectuales, y el inferior, los mundos materiales.

El panel central también puede simbolizar los nueve mundos invisibles y la criatura marcada con una te, la naturaleza física: el escabel de Isis, el espíritu de la vida universal. Considerado a la luz de la alquimia, el panel central contiene los metales y los laterales, los procesos alquímicos. La figura sentada en el trono es el Mercurio universal: la «piedra de los sabios»; el dosel encendido del trono que hay encima es el azufre divino, y el cubo de tierra que hay debajo es la sal elemental. Las tres tríadas, o el Fundamento Paterno, del panel central representan los vigilantes silenciosos, las tres partes invisibles de la naturaleza humana; los dos paneles situados a los lados son la naturaleza inferior cuaternaria del hombre.

En el panel central hay veintiuna figuras. Este número es sagrado para el sol, que consta de tres grandes poderes, cada uno con siete atributos y, por reducción cabalística, el veintiuno se convierte en tres, o la Gran tríada. Todavía no se ha demostrado que la Tabla Isíaca tenga una conexión directa con el gnosticismo egipcio, porque en un papiro gnóstico conservado en la Biblioteca Bodleiana hay una referencia directa a los doce Padres o Paternidades bajo los cuales están las doce Fuentes. [52] Que el panel inferior representa el infierno lo destacan aún más la dos puertas —la gran puerta del Este y la gran puerta del Oeste—, porque en la teología caldea el sol sale y se pone a través de las puertas del infierno, donde vaga durante las horas de oscuridad. Como Platón recibió durante trece años la instrucción de los magos Patheneith, Ochoaps, Sechtnouphis y Etymon de Sebbennithis, su filosofía está impregnada del sistema caldeo y egipcio de las tríadas. La Tabla Bembina es una exposición diagramática de la llamada filosofía platónica, porque su diseño es la síntesis de toda la teoría de la cosmogonía y la generación místicas. La guía más valiosa para interpretarla son los Commentaries of Proclus on the Theology of Plato. Chaldean Oracles of Zoroaster también contiene muchas alusiones a los principios teogónicos que la Tabla demuestra.
La Teogonía de Hesíodo contiene la versión más completa del mito griego de la cosmogonía.

La cosmogonía órfica ha dejado su huella en las diversas formas de filosofía y religión —la griega, la egipcia y la siria— con las que ha estado en contacto. El principal de los símbolos órficos era el huevo primordial, del cual salió Fanes. Para Thomas Taylor, el huevo órfico es sinónimo de la mezcla de límite e infinito que Platón mencionaba en el Filebo. Además, el huevo es la tercera tríada inteligible y el símbolo adecuado del demiurgo, cuyo cuerpo áurico es el huevo del universo inferior. Eusebio, basándose en la autoridad de Porfirio, manifestó que los egipcios reconocían un solo autor intelectual o creador del mundo, al que llamaban Cneph. y que lo adoraban en una estatua de forma humana y cutis azul oscuro, que sostenía en la mano una faja y un cetro, llevaba en la cabeza un penacho real y se sacaba un huevo de la boca.[53] Aunque la Tabla Bembina tiene forma rectangular, filosóficamente representa el huevo Órfico del universo con su contenido.

En las doctrinas esotéricas, el mayor logro de una persona es romper el huevo órfico, lo que equivale a que el espíritu regrese al nirvana —el estado absoluto— de los místicos orientales. The New Pantheon, de Samuel Boyse, contiene tres ilustraciones en las que se ven varias partes de la Tabla Bembina. Sin embargo, el autor no hace ninguna aportación importante al conocimiento del tema.
En The Mythology and Fables of the Ancients Explained from History, el abad Banier dedica un capítulo a analizar la Mensa Isiaca. Después de revisar las conclusiones de Montfaucon, Kircher y Pignorius, añade: «Soy de la opinión de que era una tabla votiva que algún príncipe o una persona corriente había consagrado a Isis, como agradecimiento por algún beneficio que creía haber recibido de ella».

Manly Palmer Hall

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