jueves, 4 de abril de 2019

LAS ENSEÑANZAS SECRETAS DE TODOS LOS TIEMPOS - INTRODUCCIÓN



La filosofía es la ciencia de estimar valores. La superioridad de un estado o sustancia con respecto a otro depende de la filosofía. Al asignar un puesto de fundamental importancia a lo que queda cuando se ha suprimido todo lo secundario, la filosofía se convierte en el verdadero índice de prioridad o énfasis en el campo del pensamiento especulativo. La misión de la filosofía consiste, a priori, en establecer la relación de lo manifiesto con su causa o su naturaleza suprema e invisible. 

Según sir William Hamilton, «La filosofía ha sido definida [como]: la ciencia de lo divino y lo humano y de las causas que lo contienen [Cicerón]; la ciencia de los efectos mediante sus causas [Hobbes]; la ciencia de las razones suficientes [Leibnitz]; la ciencia de las cosas posibles, en la medida en que son posibles [Wolf]; la ciencia de lo que se deduce de forma evidente de los primeros principios [Descartes]; la ciencia de las verdades apreciables y abstractas [de Condillac]; la aplicación de la razón a sus objetos legítimos [Tennemann]; la ciencia de las relaciones entre todo conocimiento y los fines necesarios de la razón humana [Kant]; la ciencia de la forma original del ego o la parte mental [Krug]; la ciencia de las ciencias [Fichte]; la ciencia de lo absoluto [von Schelling]; la ciencia de la indiferencia absoluta entre lo ideal y lo real [von Schelling], o la identidad de la identidad y la noidentidad [Hegel]».[1] 

Por lo general, las disciplinas filosóficas se clasifican en seis ramas: la metafísica, que trata de temas abstractos como la cosmología, la teología y la naturaleza del ser; la lógica, que trata de las leyes que rigen el pensamiento racional, también llamada, «la doctrina de las falacias»; la ética, que es la ciencia de la moralidad, la responsabilidad individual y el carácter y trata fundamentalmente de determinar la naturaleza del bien; la psicología, que se dedica a la investigación y la clasificación de los tipos de fenómenos a los que se atribuye un origen mental; la epistemología, que es la ciencia que se ocupa fundamentalmente de la naturaleza del conocimiento propiamente dicho y de la cuestión de si puede existir o no de forma absoluta, y la estética, que es la ciencia de la naturaleza de la belleza, la armonía, la elegancia y la nobleza y de las reacciones que despiertan.

PLATÓN 

El verdadero nombre de Platón era Aristocles. Cuando su padre lo llevó a estudiar con Sócrates, el gran escéptico declaró que la noche anterior había soñado con un cisne blanco, lo cual presagiaba que aquel nuevo discípulo llegaría a ser uno de los iluminados del mundo. Según la tradición, el rey de Sicilia vendió al inmortal Platón como esclavo. Para Platón, la filosofía era el mayor bien que la divinidad había concedido jamás al hombre. 

No obstante, en el siglo XX se ha convertido en una estructura voluminosa y compleja de conceptos arbitrarios e irreconciliables, cada uno de los cuales está corroborado, sin embargo, por una lógica prácticamente indiscutible. Los destacados teoremas de la vieja Academia, que Jámblico comparaba con el néctar y la ambrosía de los dioses, han sido tan adulterados por opiniones —Heráclito las consideraba enfermedades de la mente— que el hidromiel celestial sería totalmente irreconocible para este gran neoplatónico. Una prueba convincente de la creciente superficialidad del pensamiento científico y filosófico moderno es su persistente inclinación al materialismo. 

Cuando Napoleón preguntó al gran astrónomo Laplace por qué no había mencionado a Dios en su Traité de la Mécanique Céleste, el matemático respondió con total candidez: «Excelencia, ¡tal hipótesis no me hizo falta!». En su tratado sobre el ateísmo, sir Francis Bacon sintetiza lacónicamente la situación de esta forma: «Un poco de filosofía inclinó la mente humana hacia el ateísmo, pero profundizar en la filosofía condujo a la mente humana a la religión». La Metafísica de Aristóteles comienza con las siguientes palabras: «Naturalmente, todos los hombres quieren saber». 

Para satisfacer este impulso tan común, el intelecto humano, al desarrollarse, ha ido explorando los extremos del espacio imaginable en el exterior y los extremos del yo imaginable en su interior, tratando de calcular la relación entre uno y el todo, el efecto y la causa, la naturaleza y el trabajo preliminar de la naturaleza, la mente y el origen de la mente, el espíritu y la sustancia del espíritu, la ilusión y la realidad. Dijo en una ocasión un filósofo antiguo: «Quien no sabe ni siquiera lo corriente es una bestia entre los hombres; quien conoce con precisión solo las cuestiones humanas es un hombre entre las bestias, pero quien sabe todo lo que se puede conocer mediante la energía intelectual es un dios entre los hombres». Por consiguiente, lo que determina la posición del hombre en el mundo natural es la calidad de su pensamiento. Quien deja que su mente sea esclava de sus instintos brutales no es, desde un punto de vista filosófico, superior al animal; quien posee unas facultades racionales que reflexionan sobre las cuestiones humanas es un hombre, mientras que aquel cuyo intelecto se eleva para plantearse realidades divinas ya es un semidiós, porque su ser es partícipe de la luminosidad a la cual lo ha aproximado su razón. 

En su elogio de la «ciencia de las ciencias», Cicerón llega a exclamar: «¡Oh, filosofía, guía de la vida, que buscas la virtud y expulsas los vicios! ¿Qué habría sido de nosotros y de los hombres de todos los tiempos sin ti? Tú has producido ciudades y has convocado a los hombres que estaban dispersos para que disfrutaran de la vida en sociedad». En esta época, la palabra «filosofía» no significa mucho, a menos que vaya acompañada por algún calificativo. El conjunto de la filosofía se ha dividido en numerosas doctrinas más o menos antagónicas, tan preocupadas por rebatirse las falacias las unas a las otras que, lamentablemente, han descuidado cuestiones más sublimes, como el orden divino y el destino humano. La función ideal de la filosofía consiste en servir de influencia estabilizadora para el pensamiento humano. En virtud de su naturaleza intrínseca, debería impedir que el hombre estableciese códigos de conducta irracionales. Sin embargo, han sido los propios filósofos los que han frustrado los fines de la filosofía, porque han estado más en Babia que aquellas mentes sin formación a las que se supone que tienen que guiar por el camino recto y estrecho del pensamiento racional. Hacer una lista y clasificar solo las más importantes de las escuelas filosóficas reconocidas en la actualidad excede las limitaciones de espacio de este volumen. 

El gran campo de especulación que abarca la filosofía se entenderá mejor tras una breve consideración de algunos de los sistemas destacados de disciplina filosófica que han influido en el mundo del pensamiento durante los últimos veintiséis siglos. La escuela griega de filosofía comenzó con los siete pensadores inmortales que fueron los primeros a los que se concedió el apelativo de sophos, «sabios». Según Diógenes Laercio, se trata de Tales de Mileto, Solón de Atenas, Quitón de Lacedemonia, Pitaco de Mitilene, Bías de Priene, Cleóbulo de Lindos y Periandro de Corinto. 
Para Tales, el agua era el principio o elemento primordial, sobre el cual la tierra flotaba como un barco, y los terremotos eran consecuencia de las perturbaciones que se producían en aquel mar universal. 

Por ser Tales natural de Jonia, la escuela que perpetuó sus principios recibió el nombre de «jónica». Murió en el 546 a. de C. y le sucedió Anaximandro, al que, a su vez, sucedieron Anaxímenes, Anaxágoras y Arquelao, con el cual acabó la escuela jónica. A diferencia de su maestro, Tales, Anaximandro manifestaba que el infinito inconmensurable e indefinible era el principio del cual nacía todo. Para Anaxímenes, el aire era el primer elemento del universo y de él estaban hechas las almas y hasta la mismísima divinidad. Anaxágoras, cuya doctrina tiene un dejo de atomismo, sostenía que Dios era «una mente infinita y autónoma; que aquella mente divina infinita, que no estaba encerrada en ningún cuerpo, es la causa eficiente de todo, y que, a partir de la materia infinita constituida por partes similares, la mente divina que imponía el orden cuando todo estaba mezclado y confuso lo fue haciendo todo en función de su especie». 

Según Arquelao, el principio de todas las cosas era doble: la mente (que era incorpórea) y el aire (que era corpóreo); el enrarecimiento y la condensación de este último producían el fuego y el agua, respectivamente. Arquelao concebía las estrellas como placas de hierro ardiendo. Heráclito —vivió entre el 536 y el 470 a. de C. y algunas veces se lo incluye en la escuela jónica—, en su doctrina del cambio y el eterno retorno, sostenía que el fuego era el primer elemento y también el estado en el cual acabaría por reabsorberse el mundo. Consideraba que el alma del mundo era una exhalación de sus partes húmedas y declaraba que el flujo y el reflujo del mar eran provocados por el sol.



ÁTOMO DE BABBITT 
Edwin D. Babbitt: Principles of Light and Color 

Desde la postulación de la teoría atómica hecha por Demócrito, se han hecho muchos esfuerzos por determinar la estructura de los átomos y el método por el cual se unen para formar diferentes elementos. Incluso la ciencia no se ha abstenido de entrar en este campo de la especulación, y presenta para consideración representaciones muy detalladas y elaboradas de estos diminutos cuerpos. Por mucho, la más significativa concepción del átomo concepción del átomo evolucionada durante el último siglo es aquella producida por el genio del Dr. Edwin D. Babbitt, la cual aquí reproducimos. El diagrama se explica por sí solo. 

Debe recordarse que esta aparentemente gran estructura es en realidad tan diminuta como para desafiar un análisis. El Dr. Babbitt no solo creó esta forma del átomo, sino que también ideó un método donde estas partículas podían ser agrupadas de manera ordenada y resultar en la formación de los cuerpos moleculares. Después de Pitágoras de Samos, su fundador, la escuela itálica o pitagórica cuenta entre sus representantes más distinguidos con Empédocles, Epicarmo, Arquitas, Alcmeón, Hipaso, Filolao y Eudoxo. Para Pitágoras (580-¿500? a. de C.), la matemática era la más sagrada y exacta de todas las ciencias y todo el que quisiera estudiar con él debía estar familiarizado con la aritmética, la música, la astronomía y la geometría. Hacía especial hincapié en la vida filosófica como requisito previo para la sabiduría. 

Pitágoras fue uno de los primeros maestros que crearon una comunidad en la cual todos los miembros se ayudaban mutuamente para lograr que todos alcanzaran las ciencias superiores. También introdujo la disciplina de la retrospección como esencial para el desarrollo de la mente espiritual. Se puede resumir el pitagorismo como un sistema de especulación metafísica acerca de las relaciones entre los números y los agentes causales de la existencia. Esta escuela también fue la primera en exponer la teoría de la armonía celestial o la «música de las esferas». John Reuchlin dijo acerca de Pitágoras que lo primero que enseñaba a sus discípulos era la disciplina del silencio, porque el silencio era el primer rudimento de la contemplación. En su Sofística, Aristóteles atribuye a Empédocles el descubrimiento de la retórica. Tanto Pitágoras como Empédocles aceptaban la teoría de la transmigración y este decía: «Muchacho fui y después me convertí en doncella, planta, ave y pez que nadaba en el océano inmenso». Se atribuye a Arquitas la invención del tornillo y de la grúa. 

Según él, el placer era una plaga, porque se oponía a la templanza de la mente, y consideraba que un hombre sin artificio era tan insólito como un pez sin espinas. La escuela eleática fue fundada por Jenófanes (570-480 a. de C.). notorio por sus ataques contra las fábulas cosmológicas y teogónicas de Homero y Hesíodo. Jenófanes decía que Dios era «uno e incorpóreo, redondo en sustancia y figura y que no se parecía en nada al hombre; que todo lo ve y todo lo oye, pero no respira: que lo es todo, la mente y la sabiduría, que no tenía origen sino que era eterno, impasible, inmutable y racional». Jenófanes creía que todo lo que existía era eterno, que el mundo no tenía principio ni final y que todo lo que había sido generado se podía corromper. Vivió hasta una edad avanzada y dicen que enterró a sus hijos con sus propias manos. 

Parménides estudió con Jenófanes, aunque nunca estuvo totalmente de acuerdo con sus doctrinas. Parménides declaraba que los sentidos eran inciertos y que el único criterio de verdad era la razón. Fue el primero en afirmar que la tierra era redonda y también dividió su superficie en zonas cálidas y frías. Meliso de Samos, perteneciente a la escuela eleática, compartía numerosas opiniones con Parménides. Para él, el universo era inamovible, porque, como ocupaba todo el espacio, no se podía mover a ningún otro lugar. Además, rechazaba la teoría del vacío en el espacio. 

Zenón de Elea también sostenía que no podía existir el vacío. Rechazaba la teoría del movimiento y afirmaba que había un solo Dios, que era un ser eterno que no había sido creado. Para él, como para Jenófanes, la divinidad tenía forma esférica. Leucipo sostenía que el universo constaba de dos panes: una llena y la otra vacía. Gran cantidad de cuerpos fragmentarios diminutos descendían del infinito al vacío, donde, mediante una agitación constante, se organizaban en esferas de substancia. 
El gran Demócrito amplió, en cierto modo, la teoría atómica de Leucipo. Para él, los principios de todas las cosas eran dobles —átomos y vacío— y afirmaba que los dos son infinitos: los átomos en cantidad y el vacío en magnitud, de modo que todos los cuerpos han de estar compuestos por átomos o vacío. Los átomos tenían dos propiedades: forma y tamaño, y las dos se caracterizaban por su infinita variedad. Según Demócrito, el alma también tenía estructura atómica y se podía desintegrar, igual que el cuerpo. Creía que la mente estaba compuesta por átomos espirituales. 

Aristóteles sugiere que Demócrito extrajo su teoría atómica de la doctrina pitagórica de la mónada. Entre los eleáticos figuran también Protágoras y Anaxarco. Por ser fundamentalmente escéptico, Sócrates (469 - 399 a. de C.). el fundador de la escuela socrática, no imponía sus opiniones a los demás, sino que, mediante preguntas, hacía que cada uno expresara su propia filosofía. Según Plutarco, para Sócrates cualquier lugar era adecuado para enseñar, porque todo el mundo era una escuela de virtudes. Sostenía que el alma existía antes que el cuerpo y que, antes de entrar en él, estaba dotada de todo el conocimiento; sin embargo, al adquirir forma material se aturdía, aunque, al conversar sobre objetos perceptibles, volvía a despertar y recuperaba el conocimiento original. 

A partir de estas premisas, trataba de estimular el poder del alma mediante la ironía y el razonamiento inductivo. Se dice de Sócrates que el único objeto de su filosofía era el hombre. Él mismo declaraba que la filosofía era el camino hacia la verdadera felicidad y que tenía una doble finalidad: (1) la contemplación de Dios y (2) abstraer el alma de lo material. Consideraba que los principios de todas las cosas eran tres: Dios, materia y e ideas. Con respecto a Dios, decía: «No sé lo que es, pero sé lo que no es». Definía la materia como algo sujeto a generación y corrupción y la idea como una sustancia incorruptible: el intelecto de Dios. Para él, la sabiduría era la suma de todas las virtudes. Fueron miembros destacados de la escuela socrática Jenofonte, Esquines, Critón, Simón, Glauco, Simmias y Cebes. 

El profesor Zeller, el gran experto en filosofías antiguas, ha declarado hace poco que los escritos de Jenofonte en relación con Sócrates son falsos. En el estreno de Las nubes de Aristófanes, una comedia escrita para ridiculizar las teorías de Sócrates, estuvo presente el gran escéptico en persona. Durante la representación, que lo caricaturizaba sentado en una cesta elevada, estudiando el sol, Sócrates se levantó con calma de su asiento para que los espectadores atenienses pudieran comparar sus rasgos poco atractivos con la máscara grotesca que llevaba el actor que se hacía pasar por él. 

La escuela elíaca fue fundada por Fedón de Élide, un joven de familia noble que fue comprado para librarlo de la esclavitud a instancias de Sócrates y que se convirtió en su discípulo devoto. Platón admiraba tanto la mentalidad de Fedón que puso su nombre a uno de sus discursos más famosos. 
El sucesor de Fedón en su escuela fue Plístenes, cuyo sucesor fue Menedemo. Poco se sabe acerca de las doctrinas de la escuela elíaca. Se supone que Menedemo seguía las enseñanzas de Estilpón y la escuela de Megara. Cuando a Menedemo le pedían su opinión, respondía que él era libre, con lo que daba a entender que la mayoría de los hombres eran esclavos de sus opiniones. 
Parece que Menedemo tenía un temperamento algo belicoso y solía regresar de sus charlas bastante magullado. El más famoso de sus enunciados es el siguiente: «Lo que no es lo mismo se diferencia de aquello de lo que no es lo mismo». Una vez admitido esto, Menedemo continuaba: «Lo provechoso no es lo mismo que lo bueno; por consiguiente, lo bueno no es provechoso». 

Después de los tiempos de Menedemo, la escuela elíaca pasó a llamarse eretríaca. Sus partidarios se oponían a todos los enunciados negativos y a todas las teorías complejas y abstrusas y declaraban que solo podían ser verdaderas las doctrinas sencillas y afirmativas. La escuela megárica fue fundada por Euclides de Megara —no hay que confundirlo con el famoso matemático —, gran admirador de Sócrates. Los atenienses aprobaron una ley que condenaba a muerte a todos los ciudadanos de Megara que fueran hallados en la ciudad de Atenas. Sin amilanarse, Euclides se ponía ropa de mujer y acudía por la noche a estudiar con Sócrates. 

Tras la muerte cruel de su maestro, los discípulos de Sócrates, temiendo correr la misma suerte, huyeron a Megara, donde Euclides los recibió con grandes honores. La escuela megárica aceptaba la doctrina socrática de que la virtud es sabiduría y le añadía el concepto eleático de que la bondad es la unidad absoluta y todo cambio, una ilusión de los sentidos. Euclides sostenía que no hay nada contrario al bien y, por lo tanto, el mal no existe. Cuando le preguntaban por la naturaleza de los dioses, manifestaba que desconocía su manera de ser, salvo que no les gustaban los curiosos. A los megáricos se los incluye a veces entre los filósofos dialécticos A Euclides (que murió en el ¿374? a. de C.) le sucedió en su escuela Eubúlides de Mileto, entre cuyos discípulos figuraban Alexinos de Elis y Apolonio Cronos. Eufanto, que vivió hasta una edad avanzada y escribió numerosas tragedias, fue uno de los seguidores más destacados de Eubúlides 

Por lo general se incluye a Diodoro en la escuela megárica, porque asistía a las conferencias de Eubúlides. Cuenta la leyenda que Diodoro murió de pena por no poder responder al instante a ciertas preguntas que le formuló Estilpón, que en un tiempo fue maestro de la escuela megárica. Diodoro sostenía que nada se puede mover, porque para moverlo hay que quitarlo del lugar donde está y ponerlo en un lugar donde no está y eso es imposible, porque las cosas tienen que estar siempre en el lugar donde están. Los cínicos fueron una escuela fundada por Antístenes de Atenas (444- ¿365? a. de C.), un discípulo de Sócrates. Su doctrina se puede definir como un individualismo extremo que considera que el hombre existe solo para sí mismo y recomienda rodearlo de falta de armonía, sufrimiento y las necesidades más extremas para obligarlo a replegarse más en su propia naturaleza. Los cínicos renunciaban a todas las posesiones materiales, vivían en los alojamientos más toscos y subsistían con los alimentos más bastos y sencillos. 

Partiendo de la base de que los dioses no necesitan nada, los cínicos afirmaban que los que menos necesitan están más cerca de las divinidades. Cuando le preguntaban qué le aportaba una vida dedicada a la filosofía, Antístenes respondía que había aprendido a conversar consigo mismo. 
A Diógenes de Sínope se lo recuerda sobre todo por el tonel en el que vivió durante muchos años junto al Metroum. Los atenienses adoraban a aquel filósofo mendigo y cuando un joven, en broma, le perforó el tonel, la ciudad le entregó uno nuevo y castigó al joven. Diógenes creía que en la vida nada se consigue adecuadamente sin la práctica. Sostenía que todo lo que hay en el mundo pertenece a los sabios y lo demostraba con el razonamiento siguiente: «Todas las cosas pertenecen a los dioses; los dioses son amigos de los sabios y los amigos comparten las cosas; luego, todas las cosas son de los sabios». Figuran entre los cínicos Mónimo de Siracusa, Onesícrito, Crates de Tebas, Metroclés, Hiparquía (esposa de Crates), Menipo de Gadara y Menedemo. 

La escuela cirenaica, fundada por Aristipo de Cirene (435-¿356? a. de C.). promulgaba la doctrina del hedonismo. Tras oír hablar de la fama de Sócrates, Aristipo viajó a Atenas y se concentró en las enseñanzas del gran escéptico. Sócrates, apenado por las tendencias voluptuosas y mercenarias de Aristipo, se esforzó en vano por reformar al joven. Aristipo se caracteriza por ser coherente en los principios y la práctica, porque vivía en perfecta armonía con su filosofía de que la búsqueda del placer era el principal objetivo de la vida. Las doctrinas de los cirenaicos se pueden resumir de esta manera: lo único que realmente se conoce con respecto a cualquier objeto o condición es el sentimiento que despierta en la naturaleza propia del hombre. En el ámbito de la ética, lo que despierta los sentimientos más agradables es, por consiguiente, lo que se considera el mayor bien. 

Las reacciones emocionales se clasifican en agradables o dulces, violentas y mezquinas. Una emoción agradable acaba en placer: una emoción violenta acaba en dolor y una emoción mezquina no acaba en nada. Por perversión mental, algunos hombres no desean el placer. Sin embargo, el placer —sobre todo el físico— es el verdadero fin de la existencia y supera en todo sentido al disfrute mental y espiritual. Además, el placer se limita por completo al presente: el único momento es ahora. No se puede mirar al pasado sin lamentarse y no se puede enfrentar el futuro sin recelo, de modo que ninguno de los dos produce placer. El hombre no debería apenarse, porque no hay enfermedad más grave que la pena. La naturaleza permite al hombre hacer todo lo que desee; las únicas limitaciones son sus propias leyes y costumbres. El filósofo es alguien que no siente envidia, amor ni superstición y cuyos días son una prolongada sucesión de placeres. 

De este modo, Aristipo elevaba la complacencia al lugar más destacado entre las virtudes. Declaró, asimismo, que los filósofos eran muy distintos del resto de los mortales, porque eran los únicos que no cambiarían el orden de su vida aunque se abolieran todas las leyes humanas. Entre los filósofos destacados influidos por las doctrinas cirenaicas figuran Hegesías, Aníceris, Teodoro y Bión. 
La escuela de filósofos académicos instituida por Platón (427-347 a. de C.) se dividía en tres partes principales: la Academia antigua, la media y la nueva. Entre los académicos antiguos cabe mencionar a Espeusipo, Jenócrates de Calcedonia, Polemón, Crates y Crantor de Cilicia. Arcesilao instituyó la Academia media y Carnéades fundó la nueva. El principal maestro de Platón fue Sócrates. Platón viajó mucho y fue iniciado por los egipcios en las profundidades de la filosofía hermética; también debe bastante a las doctrinas de los pitagóricos. Cicerón describe la constitución triple de la filosofía platónica, que comprende la ética, la física y la dialéctica. 

Según Platón, había tres clases de bien: el bien del alma, que se expresaba a través de las virtudes: el bien del cuerpo, que se expresaba en la simetría y la resistencia de las partes, y el bien en el mundo exterior, que se expresaba a través de la posición social y el compañerismo. En el libro de Espeusipo Sobre las definiciones platónicas, este gran platónico define a Dios como «un ser inmortal que vive solo por medio de Sí mismo, al que le basta Su propia bienaventuranza, la esencia eterna, causa de Su propia bondad». Según Platón, el Uno es el término más adecuado para definir lo absoluto, ya que la totalidad precede a las partes y la diversidad depende de la unidad, aunque la unidad no depende de la diversidad. Además, el Uno es antes de ser, porque ser es un atributo o condición del Uno. 
La filosofía platónica se basa en el postulado de tres órdenes del ser: lo que se mueve sin inmutarse, lo que se mueve por sí mismo y lo que se mueve. Lo que es inamovible pero se mueve precede a lo que se mueve por sí mismo, que, a su vez, precede a lo que se mueve. 

Aquello en lo que el movimiento es inherente no se puede separar de su fuerza motriz y, por consiguiente, no se puede desintegrar. De esta naturaleza son los inmortales. Aquello a lo que se aplica movimiento desde fuera se puede separar de la fuente del principio que lo anima y, por consiguiente, está sujeto a disolución. De esta naturaleza son los seres mortales. Por encima tanto de los mortales como de los inmortales está aquella condición que se mueve constantemente y, sin embargo, permanece inmutable. Es inherente a esta constitución la capacidad de permanencia y, por consiguiente, es la permanencia divina sobre la cual todo se establece. Al ser mejor aún que el movimiento autónomo, el motor inmóvil es la categoría suprema. 

La disciplina platónica se basaba en la teoría de que aprender en realidad es recordar o hacer objetivo el conocimiento adquirido por el alma en un estado de existencia previo. A la entrada de la escuela platónica de la Academia se inscribían las siguientes palabras: «Prohibida la entrada a quien no sepa geometría». Al morir Platón, sus discípulos se dividieron en dos grupos. Uno de ellos, los académicos, se siguieron reuniendo en la Academia que él había presidido; el otro, los peripatéticos, se trasladaron al Liceo bajo la dirección de Aristóteles (384-322 a. de C.). Platón reconocía a Aristóteles como su principal discípulo y, según Juan Filopón, lo llamaba «la mente de la escuela». 
Si Aristóteles no asistía a las charlas, Platón decía: «Falta el intelecto». Acerca del genio prodigioso de Aristóteles escribe Thomas Taylor en su introducción a La metafísica: «Si tenemos en cuenta que no solo conocía muy bien todas las ciencias, como demuestran con creces sus obras, sino que ha escrito sobre casi todo lo comprendido dentro del ámbito del conocimiento humano y lo ha hecho con incomparable precisión y habilidad, no sabemos si admirar más la perspicacia o la amplitud de su mente». 

Acerca de la filosofía de Aristóteles afirma el mismo autor: «La finalidad de la filosofía moral de Aristóteles es la perfección mediante las virtudes y la finalidad de su filosofía contemplativa es la unión con el principio único de todo». Para Aristóteles, la filosofía tenía dos partes: una práctica y otra teórica. La filosofía práctica abarcaba la ética y la política, y la teórica, la física y la lógica. 
Para él, la metafísica era la ciencia relacionada con aquella sustancia en la que el principio de movimiento y reposo es inherente a sí misma. Para Aristóteles, el alma es lo que permite al hombre vivir, sentir y conocer; por consiguiente, le asignaba tres facultades: nutritiva, sensible e intelectiva. Además, consideraba que el alma tenía un doble carácter —racional e irracional—, y en algunos casos, situaba las percepciones de los sentidos por encima de la mental. Aristóteles definía la sabiduría como la ciencia de las causas primeras. Para él, las cuatro grandes divisiones de la filosofía son la dialéctica, la física, la ética y la metafísica. Define a Dios como el primer motor, el Ser perfecto, una sustancia inmóvil, separada de lo sensible, incorpórea, sin partes e indivisible. 

El platonismo se basa en el razonamiento a priori y el aristotelismo, en el razonamiento a posteriori. Aristóteles enseñó a su discípulo Alejandro Magno a sentir que si un día no había hecho algo bueno, ese día no había reinado. Entre sus seguidores cabe mencionar a Teofrasto, Estratón, Licón, Aristo, Critolao y Diodoro. Con respecto al escepticismo, tal como lo proponían Pirrón de Elis (365-275 a. de C.) y Timón, Sexto Empírico decía que el que busca debe encontrar o negar que haya encontrado o pueda encontrar o, de lo contrario, seguir buscando. Los que suponen que han encontrado la verdad se llaman dogmáticos; los que la consideran imposible de alcanzar son los académicos y los que la siguen buscando son los escépticos. Sexto Empírico sintetiza la actitud del escepticismo con respecto a lo cognoscible con estas palabras: «Sin embargo, la base fundamental del escepticismo es que, por cada razón, existe una opuesta equivalente, lo cual nos impide ser dogmáticos». 

Los escépticos se oponían con firmeza a los dogmáticos y eran agnósticos en cuanto a que, para ellos, las teorías aceptadas con respecto a la divinidad se contradecían entre sí y no se podían demostrar. Los escépticos se preguntaban: «¿Cómo podemos tener un conocimiento indudable de Dios si no conocemos su sustancia, su forma ni su lugar? Mientras los filósofos sigan manteniendo un desacuerdo irreconciliable en estos puntos, sus conclusiones no se pueden considerar indudablemente verdaderas». Puesto que el conocimiento absoluto se consideraba inalcanzable, los escépticos decían que la finalidad de su disciplina era la siguiente: «para los dogmáticos, tranquilidad; para los impulsivos, moderación, y para los inquietos, suspensión». 

La escuela estoica fue fundada por Zenón de Citio (340-265 a. de C.), discípulo de Crates, el Cínico, a partir del cual se origina esta escuela. Los sucesores de Zenón fueron Cleantes, Crisipo, Zenón de Tanis, Diógenes, Antípatro. Panecio y Posidonio. Los estoicos romanos más famosos son Epícteto y Marco Aurelio. Los estoicos eran, en esencia, panteístas, porque sostenían que, como no hay nada mejor que el mundo, el mundo es Dios. Según Zenón, la razón del mundo se difunde a través de este en forma de semilla. El estoicismo es una filosofía materialista que disfruta de la resignación voluntaria a la ley natural. Crisipo sostenía que, puesto que el bien y el mal son opuestos, ambos son necesarios, porque cada uno apoya al otro. El alma se consideraba un cuerpo distribuido en toda la forma física y sujeto, como ella, a la desintegración. Si bien algunos estoicos sostenían que la sabiduría prolongaba la existencia del alma, en realidad la inmortalidad no figura entre sus principios. Decían que el alma estaba compuesta por ocho partes: los cinco sentidos, el poder generador, el poder vocal y una octava parte, hegemónica. 

Definían la naturaleza como Dios mezclado con toda la sustancia del mundo. Clasificaban todas las cosas en cuerpos corpóreos o incorpóreos. La mansedumbre caracterizaba la actitud del filósofo estoico. Mientras Diógenes estaba pronunciando un discurso contra la ira, uno de sus oyentes le escupió con desprecio a la cara. El gran estoico recibió el insulto con humildad y respondió: «No estoy enfadado, ¡pero no sé si debería estarlo o no!». Epicuro de Samos (341-270 a. de C.) fue el fundador del epicureísmo, que se asemeja en muchos aspectos a la escuela cirenaica, aunque sus niveles éticos son más elevados. Los epicúreos también postulaban el placer como lo más deseable, pero lo concebían como un estado serio y digno, que se alcanzaba mediante la renuncia a todas las veleidades mentales y emocionales que provocan dolor y tristeza. Epicuro sostenía que, del mismo modo que las penas de la mente y el alma son más dolorosas que las del cuerpo, las alegrías de aquellas superan a las físicas. 

Los cirenaicos afirmaban que el placer dependía de la acción o del movimiento, mientras que los epicúreos sostenían que el descanso o la inactividad también producían placer. Epicuro aceptaba la filosofía de Demócrito con respecto a la naturaleza de los átomos y basaba su física en esta teoría. 
El epicureísmo se puede resumir en cuatro cánones: «(1) Es imposible engañar a los sentidos, de modo que toda sensación y toda percepción de una apariencia es verdadera. (2) La opinión se basa en los sentidos y se añade a la sensación y puede ser verdadera o falsa. (3) Toda opinión que los sentidos no demuestren que está equivocada es verdadera. (4) Toda opinión que los sentidos contradigan es falsa». Entre los epicúreos más destacados figuraban Metrodoro de Lámpsaco, Zenón de Sidón y Fedro. Se puede definir el eclecticismo como la práctica de elegir doctrinas aparentemente irreconciliables, procedentes de escuelas antagónicas, y construir a partir de ellas un sistema filosófico compuesto que cuadre con las convicciones del propio ecléctico. 

El eclecticismo casi no podría considerarse sensato desde el punto de vista filosófico ni desde el lógico, porque, así como cada escuela llega a sus conclusiones mediante distintos métodos de razonamiento, el producto filosófico de fragmentos de estas escuelas debe, por fuerza, construirse a partir de los cimientos de premisas opuestas. Por consiguiente, el eclecticismo se considera el culto del profano. En el Imperio romano no se pensaba demasiado en la teoría filosófica y, por consiguiente, la mayoría de los pensadores eran eclécticos. Cicerón es un ejemplo excepcional del eclecticismo original, porque sus escritos son un verdadero popurrí de fragmentos inestimables de escuelas de pensamiento anteriores. Parece que el eclecticismo se inició cuando el hombre empezó a dudar de la posibilidad de descubrir la verdad suprema. Al ver que, en el mejor de los casos, todo lo que llamamos conocimiento no son más que opiniones, los menos estudiosos llegaron a la conclusión de que lo más sensato era aceptar lo que parecía más razonable de las enseñanzas de cualquier escuela o individuo. Sin embargo, de esta práctica surgió una falsa amplitud de miras, desprovista del elemento de precisión que tienen que tener la lógica y la filosofía auténticas. 

La escuela neopitagórica surgió en Alejandría durante el siglo I de la era cristiana. Solo dos nombres destacan en relación con ella: Apolonio de Tiana y Moderato de Gades. El neopitagorismo es un eslabón entre las filosofías paganas más antiguas y el neoplatonismo. Al igual que aquellas, contenía numerosos elementos exactos de pensamiento derivados de Pitágoras y Platón y, al igual que el segundo, hacía hincapié en la especulación metafísica y el ascetismo. Varios autores han observado una semejanza notable entre el neopitagorismo y las doctrinas de los esenios. Se ponía especial énfasis en el misterio de los números y es posible que los neopitagóricos tuvieran un conocimiento mucho más amplio de las verdaderas enseñanzas de Pitágoras del que está disponible en la actualidad. Incluso en el siglo I, a Pitágoras se lo consideraba más un dios que un ser humano y, aparentemente, se recurrió a reinstaurar su filosofía con la esperanza de que su nombre despertara interés por los sistemas de aprendizaje más profundos. Sin embargo, la filosofía griega había pasado el apogeo de su esplendor y el grueso de la humanidad estaba abriendo los ojos a la importancia de la vida física y los fenómenos físicos. 

El énfasis en los asuntos terrenales que empezó a imponerse posteriormente alcanzó su madurez de expresión en el materialismo y el comercialismo del siglo XX, aunque tuvo que intervenir el neoplatonismo y tuvieron que pasar muchos siglos antes de que este énfasis adquiriese forma definida. Si bien durante mucho tiempo se consideró fundador del neoplatonismo a Amonio Sacas, en realidad la escuela comenzó con Plotino (204-¿269? d. de C.). Entre los neoplatónicos de Alejandría, Siria, Roma y Atenas destacan Porfirio, Jámblico, Salustio, el emperador Juliano, Plutarco y Proclo. El neoplatonismo fue el esfuerzo supremo del paganismo decadente por hacer pública —y, de este modo, preservar para la posteridad— su doctrina secreta (o no escrita). 

En sus enseñanzas, el idealismo antiguo alcanzaba la máxima perfección. El neoplatonismo se interesaba de forma casi exclusiva por los problemas de la metafísica más elevada. Reconocía la existencia de una doctrina secreta e importantísima que, desde la época de las civilizaciones más primitivas, se ocultaba en los rituales, los símbolos y las alegorías de las religiones y las filosofías. Para quien no esté familiarizado con sus principios fundamentales el neoplatonismo puede parecer un montón de especulaciones en las que se intercalan fantasías extravagantes. No obstante, esta opinión pasa por alto las instituciones de los Misterios: las escuelas secretas en cuyo profundo idealismo se iniciaron casi todos los primeros filósofos de la Antigüedad.

De un grabado antiguo, por cortesía de Carl Oscar Borg 
ESQUEMA PTOLEMAICO DEL UNIVERSO 

Al ridiculizar el sistema geocéntrico de astronomía expuesto por Claudio Ptolomeo, los astrónomos modernos han pasado por alto la clave pasado por alto la clave filosófica del sistema ptolemaico. 
El universo de Ptolomeo es un diagrama que representa las relaciones que existen entre las diversas partes divinas y elementales de cada criatura y no tiene nada que ver con la astronomía, como se entiende esta ciencia en la actualidad. En la figura, llaman especialmente la atención los tres círculos de zodíacos que rodean las órbitas de los planetas. Estos zodíacos representan la triple constitución espiritual del universo. Las órbitas de los planetas son los gobernadores del mundo y las cuatro esferas elementales que hay en el centro representan la constitución física tanto del hombre como del universo. El esquema ptolemaico del universo no es más que un corte transversal del aura universal, y los planetas y los elementos a los que hace referencia no guardan ninguna relación con los que reconocen los astrónomos modernos. 

Cuando se derrumbó el cuerpo físico del pensamiento pagano, se intentó resucitar su forma insuflándole nueva vida, es decir, dando a conocer sus verdades místicas, un esfuerzo que, aparentemente, no obtuvo ningún resultado. Sin embargo, a pesar del antagonismo entre el cristianismo impoluto y el neoplatonismo, aquel aceptó muchos principios básicos de este y los intercaló en el tejido de la filosofía patrística. En síntesis, el neoplatonismo es un código filosófico según el cual todo cuerpo físico o concreto de doctrina no es más que el caparazón de una verdad espiritual a la que se puede acceder a través de la meditación y determinados ejercicios de tipo místico. En comparación con las verdades espirituales esotéricas que contienen, se daba relativamente poco valor a los elementos corpóreos de la religión y la filosofía y tampoco se hacía hincapié en las ciencias materiales. Se utiliza el término «patrística» para designar la filosofía de los Padres de la Iglesia cristiana primitiva. La filosofía patrística se divide en general en dos épocas: la prenicena y la posnicena. 

El período preniceno se dedicó, en general, a atacar el paganismo y a las apologías y defensas del cristianismo. Se atacó toda la estructura de la filosofía pagana y los dictados de la fe se elevaron por encima de los de la razón. En algunos casos se intentó conciliar las verdades evidentes del paganismo con la revelación cristiana. Entre los padres prenicenos destacan san Ireneo, san Clemente de Alejandría y san Justino Mártir. En el período posniceno se hizo más hincapié en la evolución de la filosofía cristiana siguiendo las líneas platónicas y neoplatónicas, lo que trajo como consecuencia la aparición de numerosos documentos extraños de carácter ambiguo, prolongados e intrincados, y, en su mayoría, con una base filosófica poco sólida. Entre los filósofos posnicenos figuran Atanasio, Gregorio de Nisa y Cirilo de Alejandría. 

La escuela patrística se caracteriza por hacer hincapié en la supremacía del hombre en el universo. Se consideraba al hombre una creación aparte y divina: el logro máximo de la divinidad y una excepción al protectorado de la ley natural. La patrística no concebía que existiera ninguna otra criatura tan noble, tan afortunada ni tan capaz como el hombre, para cuyo exclusivo beneficio y edificación se habían creado todos los reinos de la naturaleza. La filosofía patrística culminó con el Agustinismo, que se puede definir como un platonismo cristiano. En oposición a la doctrina pelásgica, según la cual el hombre es artífice de su propia salvación, el agustinismo elevó a la Iglesia y sus dogmas a una posición de infalibilidad absoluta que logró mantener hasta la Reforma. 

En la última parte del siglo I de la era cristiana surgió el Gnosticismo, un sistema de emanacionismo que interpreta el cristianismo en función de la metafísica griega, la egipcia y la persa. Prácticamente toda la información que existe sobre los gnósticos y sus doctrinas, estigmatizadas como heréticas por los Padres de la Iglesia prenicenos, deriva de las acusaciones lanzadas contra ellos y en particular de los escritos de san Ireneo. En el siglo III apareció el Maniqueísmo, un sistema dualista de origen persa, que enseñaba que el Bien y el Mal competían constantemente por la supremacía universal. 
El maniqueísmo concibe a Cristo como el Principio del Dios redentor, en contraposición al Jesús hombre, que se consideraba una personalidad malvada. La muerte de Boecio, en el siglo VI, supuso el final de la escuela filosófica de la antigua Grecia. En el siglo IX surgió la escuela nueva del Escolasticismo, que pretendía conciliar la filosofía con la teología. 

El eclecticismo de Juan de Salisbury, el misticismo de Bernardo de Claraval y san Buenaventura, el racionalismo de Pedro Abelardo y el misticismo panteísta de Meister Eckhart representan las principales divisiones de la escuela escolástica. Entre los aristotélicos árabes figuraban Avicena y Averroes. La Escolástica alcanzó su cenit con la llegada de san Alberto Magno y su ilustre discípulo, santo Tomás de Aquino. El Tomismo (la filosofía de santo Tomás de Aquino, algunas veces considerado el Aristóteles cristiano) trató de conciliar las diversas facciones de la escuela escolástica. El tomismo era fundamentalmente aristotélico, a lo que se añadía el concepto de que la fe es una proyección de la razón. El escotismo, o la doctrina del voluntarismo promulgada por Juan Duns Escoto, un escolástico franciscano, destacaba el poder y la eficacia de la voluntad individual, en oposición al Tomismo. La característica más destacada del escolasticismo era su esfuerzo frenético por formular todo el pensamiento europeo según el modelo aristotélico, hasta llegar al punto de rebajar el papel de los maestros, que seleccionaban con tanto cuidado las palabras de Aristóteles que no dejaron más que los huesos. Contra esta escuela decadente de verborrea sin sentido dirigió su amarga ironía sir Francis Bacon y la relegó a la fosa común de las nociones descartadas. 

El razonamiento baconiano o inductivo (según el cual a los hechos se llega mediante la observación y se los verifica mediante la experimentación) preparó el camino para las escuelas de la ciencia moderna. El continuador de Bacon fue Thomas Hobbes —fue su secretario durante un tiempo—, que sostenía que la matemática era la única ciencia exacta y consideraba al pensamiento un proceso esencialmente matemático. Para Hobbes la materia era la única realidad y la investigación científica se limitaba al estudio de los cuerpos los fenómenos en relación con sus causas probables y las consecuencias que surgen de ellos en cualquier variedad de circunstancias Hobbes hacía especial hincapié en el significado de las palabras y, según él, el entendimiento era la facultad de percibir la relación entre las palabras y los objetos que representan. Tras apartarse de la escuela escolástica y la teológica, la filosofía moderna, o post-reforma, experimentó un crecimiento de lo más prolífico a lo largo de diversas líneas. 

Según el humanismo, el hombre es el centro de todo; para el racionalismo, la facultad de razonar es la base de todo conocimiento; la filosofía política sostiene que el hombre debe ser consciente de sus privilegios naturales, sociales y nacionales; para el empirismo, solo es verdadero lo que se puede demostrar mediante experimentos o la experiencia; el moralismo destaca la necesidad de una conducta recta como principio filosófico fundamental; el idealismo considera que las realidades del universo van más allá de lo físico: son mentales o psíquicas; el realismo opina lo contrario, y el fenomenalismo restringe el conocimiento a hechos o acontecimientos que se pueden describir o explicar de forma científica. Las corrientes más recientes en el campo del pensamiento filosófico son el conductismo y el neorrealismo: el primero valora las características intrínsecas mediante un análisis de la conducta y el segundo se puede resumir como la extinción absoluta del idealismo. 

El notable filósofo holandés Baruch Spinoza concebía a Dios como una sustancia que existe exclusivamente por sí misma y que no necesita ninguna otra concepción —aparte de ella misma— para volverse completa e inteligible. Según Spinoza, la única manera de conocer la naturaleza de este Ser es a través de sus atributos, que son la extensión y el pensamiento, que se combinan para formar una variedad infinita de aspectos o modos. La mente del hombre es uno de los modos del pensamiento infinito y el cuerpo del hombre es uno de los modos de la extensión infinita. Gracias a la razón, el hombre se puede elevar por encima del mundo ilusorio de los sentidos y encontrar el reposo eterno en la unión perfecta con la Esencia Divina. Se ha dicho que Spinoza privaba a Dios de toda personalidad y convertía a la divinidad en sinónimo del universo. La filosofía alemana comenzó con Gottfried Wilhelm von Leibniz, cuyas teorías están impregnadas de optimismo e idealismo. 

Sus criterios de la razón suficiente le revelaron la insuficiencia de la teoría cartesiana de la extensión, por lo cual llegó a la conclusión de que la sustancia en sí contenía una fuerza inherente en forma de una cantidad incalculable de unidades distintas y suficientes. La materia reducida a sus partículas fundamentales deja de existir como cuerpo sustancial y se resuelve en una masa de ideas inmateriales o unidades metafísicas de fuerza, que Leibniz llamaba «mónada»; es decir, que el universo está compuesto por una cantidad infinita de seres monádicos independientes que se desarrollan espontáneamente mediante la objetivación de cualidades activas innatas. Todas las cosas se conciben como compuestas por mónadas únicas de diversas magnitudes o por la suma de estos cuerpos, que pueden existir en forma de sustancias físicas, emocionales, mentales o espirituales. 

Dios es la primera mónada y la más grande; el espíritu humano es una mónada despierta, en contraposición a los reinos inferiores, regidos por fuerzas monádicas que están semidormidas. A pesar de ser un producto de la escuela de Leibniz y de Wolff, Immanuel Kant, como Locke, se dedicó a investigar las fuerzas y los límites del entendimiento humano. El resultado fue su filosofía crítica, que abarca la crítica de la razón pura, la crítica de la razón práctica y la crítica del juicio. El doctor W. J. Durant sintetiza brevemente la filosofía de Kant al afirmar que ha rescatado la mente de la materia. Kant concebía la mente como selectora y coordinadora de todas las percepciones, que, a su vez, son el resultado de sensaciones que se agrupan en torno a un objeto exterior. En la clasificación de las sensaciones y las ideas, la mente emplea determinadas categorías: de sentido, tiempo y espacio; de conocimiento, calidad, relación, modalidad y causa, y la unidad de apercepción. 

Por estar sometidos a leyes matemáticas, el tiempo y el espacio se consideran bases absolutas y suficientes para el pensamiento exacto. Según la razón práctica de Kant, mientras que la razón jamás podría comprender la naturaleza del noúmeno, el hecho de la moralidad demuestra la existencia de tres postulados necesarios: el libre albedrío, la inmortalidad y Dios. En la crítica del juicio, Kant demuestra la unión del noúmeno con el fenómeno en el arte y en la evolución biológica. El superintelectualismo alemán es consecuencia de que la teoría de Kant haga demasiado hincapié en la supremacía autocrática de la mente con respecto a la sensación y el pensamiento. La filosofía de Johann Gottlieb Fichte fue una proyección de la de Kant, en la que intentó unir la razón práctica de Kant con su razón pura. Según Fichte, lo que uno sabe no es más que el contenido de su propia conciencia y nada existe para el que sabe hasta que pasa a formar parte de este contenido. 

Por consiguiente, no hay nada real, salvo los hechos de la propia experiencia mental de cada uno. Reconociendo la necesidad de ciertas realidades objetivas, Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling, que sucedió a Fichte en la cátedra de Filosofía, en Jena, utilizó por primera vez la doctrina de la identidad como base para desarrollar un sistema filosófico completo. Mientras que para Fichte el ser era lo absoluto, según Von Schelling el infinito y la mente eterna eran la causa omnipresente. Uno puede captar lo absoluto gracias a la intuición intelectual, que, por tratarse de un sentido superior o espiritual, se puede disociar tanto del sujeto como del objeto. 

Para Von Schelling, las categorías kantianas de espacio y tiempo eran positivas y negativas, respectivamente, y la existencia material era el resultado de la acción recíproca de estas dos expresiones. Von Schelling sostenía también que, en su proceso de autodesarrollo, lo absoluto sigue una ley o un ritmo que consiste en tres movimientos: el primero, un movimiento de reflexión, es el intento de lo infinito de plasmarse en lo finito; el segundo, el de subsumisión, es el intento de lo absoluto de regresar a lo infinito tras relacionarse con lo finito; el tercero, el de la razón, es el punto neutro en el cual se combinan los dos movimientos anteriores. Como para Georg Wilhehn Friedrich Hegel la intuición intelectual de Von Schelling carecía de fundamento filosófico, se dedicó a establecer un sistema filosófico basado en la lógica pura. Se ha dicho de Hegel que, a partir de la nada, demostró con precisión lógica cómo había surgido todo de ella, siguiendo un orden lógico. Hegel elevó la lógica a una posición de importancia suprema, de hecho, como una cualidad de lo absoluto propiamente dicho. Concebía a Dios como un proceso de desenvolvimiento que jamás alcanza la condición de desenvuelto. 

Asimismo, el pensamiento no tiene ni principio ni final. Hegel también creía que todas las cosas existen gracias a sus contrarios y que en realidad todos los contrarios son idénticos. 
Por consiguiente, lo único que existe es la relación de los contrarios entre sí y a través de sus combinaciones se producen elementos nuevos. Como la mente divina es un proceso eterno de pensamiento que jamás se alcanza, Hegel ataca los cimientos mismos del teísmo y su filosofía limita la inmortalidad exclusivamente a la divinidad eterna. Por consiguiente, la evolución es el flujo incesante de la conciencia divina al salir de sí misma y toda la creación, a pesar de estar en constante movimiento, jamás llega a ningún estado más que el de flujo incesante. La filosofía de Johann Friedrich Herbart fue una reacción realista al idealismo de Fichte y de Von Schelling. Para Herbart, la verdadera base de la filosofía era la gran cantidad de fenómenos que pasaban constantemente por la mente humana. 

Sin embargo, si se examinan los fenómenos, se demuestra que una gran parte son irreales o, como mínimo, incapaces de proporcionar a la mente la auténtica verdad. Herbart opinaba que, para corregir las impresiones falsas provocadas por los fenómenos y descubrir la realidad, había que descomponer los fenómenos en distintos elementos, porque la realidad existe en los elementos y no en la totalidad. Afirmaba que los objetos se pueden clasificar de tres maneras generales: cosa, materia y mente. 
La primera es una unidad de varias propiedades; la segunda, un objeto real, y la tercera, un ser consciente de sí mismo. Sin embargo, los tres conceptos dan lugar a algunas contradicciones y Herbart se preocupa fundamentalmente de resolverlas. Tengamos en cuenta la materia, por ejemplo, que, aunque es capaz de llenar un espacio, si se reduce a su estado primordial, está formada por unidades incomprensiblemente diminutas de energía divina que no ocupan nada de espació físico.

William Hone: Ancient Mysteries Described 
UNA TRINIDAD UNA TRINIDAD CRISTIANA 

Para tratar de representar en una figura adecuada la doctrina cristiana de la Trinidad, hubo que crear una imagen en la cual las tres personas (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) estuvieran separadas y, sin embargo, fueran una. En distintas partes de Europa se pueden ver figuras semejantes a esta, que muestra tres rostros unidos en una sola cabeza. Se trata de un método de simbolismo legítimo, porque a quienes comprenden la importancia sagrada de la cabeza triple se les revela un gran misterio. No obstante, ante este tipo de aplicaciones de la simbología al arte cristiano, no resulta demasiado adecuado considerar ignorantes a los filósofos de otras fes si, como los hindúses, tienen un Brahma los hindúses, tienen un Brahma con tres caras o, como los romanos, un Jano con dos. 

El verdadero tema de la filosofía de Arthur Schopenhauer es la voluntad; su filosofía tiene por objeto elevar la mente hasta el punto en que es capaz de controlar la voluntad. Schopenhauer compara la voluntad con un ciego robusto que lleva sobre sus espaldas al intelecto, que es un hombre débil y tullido, pero dotado de vista. La voluntad es la causa incansable de la manifestación y todas las partes de la naturaleza son producto de la voluntad. El cerebro es el producto de la voluntad de saber; la mano es el producto de la voluntad de aprehender. Todas las constituciones intelectuales y emocionales del hombre están al servicio de la voluntad y tienen que ver, en gran medida, con el esfuerzo de justificar los dictados de la voluntad. 

De este modo, la mente crea sistemas complejos de pensamiento simplemente para demostrar la necesidad del objeto deseado. El genio, sin embargo, representa el estado en el cual el intelecto ha alcanzado la supremacía sobre la voluntad y la vida se rige por la razón, en lugar de por el impulso. La fuerza del cristianismo, según Schopenhauer, consistía en su pesimismo y en su conquista de la voluntad individual. Sus propios puntos de vista religiosos se parecían mucho a los de los budistas. Para él, el nirvana representaba la represión de la voluntad. Según él, la vida, como manifestación del deseo ciego de vivir, era una desgracia y decía que el verdadero filósofo es aquel que, reconociendo la sabiduría de la muerte, se resistía al impulso inherente de reproducir su especie. De Friedrich Wilhelm Nietzsche se ha dicho que su aportación particular a la causa de la esperanza humana fue la buena noticia de que Dios había muerto de pena. Las características más destacadas de la filosofía de Nietzsche son su doctrina de la recurrencia eterna y la gran importancia que atribuía a la voluntad de poder, una proyección de la voluntad de vivir de Schopenhauer. Nietzsche creía que la finalidad de la existencia era producir un tipo de individuo todopoderoso —él lo llamaba «superhombre»—, que había que criar con mucho cuidado, porque, si no era separado por la fuerza de la masa y consagrado a producir poder, aquel individuo volvería a descender al nivel de los mediocres. Según Nietzsche, había que sacrificar el amor para producir el superhombre y solo debían casarse los que estaban mejor equipados para producir aquel tipo extraordinario. Nietzsche creía también en la norma de la aristocracia y tanto la sangre como la reproducción eran fundamentales para establecer aquel tipo superior. 

La doctrina de Nietzsche no liberaba a las masas, sino que colocaba por encima de ellas a los superhombres, por los cuales los hermanos inferiores debían estar totalmente resignados a morir. Desde el punto de vista ético y el político, el superhombre hacía lo que le daba la gana. Para los que entienden que el verdadero significado del poder es la virtud, el autocontrol y la verdad, la idealidad de la teoría de Nietzsche resulta evidente. Para los superficiales, en cambio, es una filosofía cruel y calculadora, que solo se interesa por la supervivencia de los más aptos. La limitación de espacio nos impide mencionar en detalle las demás escuelas alemanas de pensamiento filosófico. 
Los avances más recientes de la escuela alemana son el freudismo y el relativismo (a menudo llamado «la teoría de Einstein»). Aquel es un sistema de psicoanálisis a través de fenómenos psicopáticos y neurológicos; este ataca la precisión de los principios mecánicos en función de la teoría actual de la velocidad. René Descartes está situado a la cabeza de la escuela francesa de filosofía y comparte con sir Francis Bacon el honor de haber fundado los sistemas de la ciencia y la filosofía modernas. Mientras que Bacon basaba sus conclusiones en la observación de lo externo, Descartes fundaba su filosofía metafísica en la observación de lo interno. 

El cartesianismo (la filosofía de Descartes) primero elimina todo y después sustituye como fundamentales las premisas sin las cuales es imposible la existencia. Para Descartes, una idea es lo que llega a la mente cuando concebimos algo y su verdad se debe determinar mediante los criterios de claridad y diferenciación. Por consiguiente, una idea clara y distinta tenía que ser verdad. Descartes se distingue también por desarrollar su propia filosofía sin recurrir a la autoridad, de modo que sus conclusiones parten de las premisas más sencillas y su complejidad aumenta a medida que la estructura de su filosofía va cobrando forma. El positivismo de Auguste Comte se basa en la teoría de que el intelecto humano se desarrolla pasando por tres etapas del pensamiento. El estadio primero e inferior es el teológico: el segundo es el metafísico, y el tercero y más elevado, el positivo. Resulta así que la teología y la metafísica son débiles esfuerzos intelectuales de la mente infantil de la humanidad y el positivismo es la expresión mental del intelecto adulto. 

En su Cours de philosophie positive, Comte escribe lo siguiente: «En la etapa final, la positiva, la mente ha renunciado a la búsqueda vana de nociones absolutas, el origen y el destino del universo y las causas de los fenómenos y se dedica a estudiar sus leyes, es decir, sus relaciones invariables de sucesión y semejanza. El razonamiento y la observación, bien combinados, son los medios para adquirir este conocimiento». La teoría de Comte se describe como «un sistema enorme de materialismo». Según Comte, antes se decía que los cielos proclaman la gloria de Dios pero ahora se limitan a narrar la gloria de Newton y Laplace. 

Entre las escuelas francesas de filosofía figuran el tradicionalismo —a menudo se aplica este término al cristianismo—, para el cual la tradición es la base de la filosofía; la escuela sociológica, que considera la humanidad un inmenso organismo social; los enciclopedistas, cuyo esfuerzo por clasificar el conocimiento según el sistema baconiano revolucionó el pensamiento europeo; el volterianismo, que se oponía al origen divino de la fe cristiana y adoptó una actitud de máximo escepticismo con respecto a todo lo relacionado con la teología, y el neocriticismo, una revisión francesa de las doctrinas de Immanuel Kant. Henri Bergson, el intuicionista, sin duda el más importante de los filósofos franceses vivos, presenta una teoría de antiintelectualismo místico que parte de la premisa de la evolución creativa. No tardó en hacerse popular, porque apela a los mejores sentimientos de la naturaleza humana, que se rebela contra la desesperanza y la impotencia de la ciencia materialista y la filosofía realista. Bergson ve a Dios como la vida, luchando constantemente contra las limitaciones de la materia. Incluso concibe la posible victoria de la vida sobre la materia y, con el tiempo, la aniquilación de la muerte. Aplicando a la mente el método baconiano, John Locke, el gran filósofo inglés, afirmaba que todo lo que pasa por la mente es un objeto legítimo de la filosofía mental y que estos fenómenos mentales son tan reales y tan válidos como los objetos de cualquier otra ciencia. 

En sus investigaciones sobre el origen de los fenómenos, Locke partía de la premisa baconiana de que primero había que hacer una historia natural de los hechos. Para Locke, la mente está en blanco hasta que se graba en ella la experiencia, de modo que la mente se construye a partir de las impresiones recibidas, a las que se suma la reflexión. Locke creía que el alma era incapaz de percibir la divinidad y que la conciencia o la cognición que el hombre tenía de Dios no era más que una inferencia de la facultad de razonamiento. David Hume fue el más entusiasta y también el más influyente de los discípulos de Locke. El obispo George Berkeley sustituyó el sensacionalismo de Locke con una filosofía fundada en las premisas fundamentales de este, pero desarrollada como un sistema de idealismo. Berkeley sostenía que las ideas son el verdadero objeto del conocimiento. 

Según él, era imposible demostrar que las sensaciones fuesen causadas por objetos materiales y también trató de probar que la materia no existe. Berkeley sostiene que el universo está impregnado y regido por la mente; por consiguiente, creer en la existencia de los objetos materiales no es más que un estado mental y es posible que hasta los propios objetos sean un invento de la mente. Al mismo tiempo, para Berkeley, poner en duda la precisión de las percepciones era peor que la locura, porque, si se cuestiona el poder de la facultad de percibir, el hombre queda reducido a una criatura incapaz de conocer, de juzgar o de realizar ninguna otra cosa. En el asociacionismo de Hartley y Hume se adelantaba la teoría de que la asociación de ideas es el principio fundamental de la psicología y la explicación de todos los fenómenos mentales. Hartley sostenía que, si una sensación se repite varias veces, es que hay una tendencia a que se repita espontáneamente, que se puede despertar si se asocia con alguna otra idea, aun si no está presente el objeto que provocaba la reacción original. 

Según el utilitarismo de Jeremy Bentham, el arcediano Paley y James y John Stuart Mill, el mayor bien es lo que es más útil para la mayor cantidad de personas. John Stuart Mill creía que si se puede alcanzar el conocimiento de las propiedades de las cosas por medio de la sensación, mediante un estado mental más elevado —es decir, la intuición o la razón— también se puede lograr el conocimiento de la verdadera sustancia de las cosas. El darwinismo es la doctrina de la selección natural y la evolución física. Con respecto a Charles Robert Darwin se ha dicho que decidió desterrar por completo el espíritu del universo y convertir la mente infinita y omnipresente en sinónimo de los poderes penetrantes de una naturaleza impersonal. El agnosticismo y el neohegelianismo son también productos destacados de este período del pensamiento filosófico. El primero es la creencia en que la naturaleza de lo supremo es incognoscible y el segundo, una revisión inglesa y estadounidense del idealismo de Hegel. El doctor W. J. Durant declara que la gran obra de Herbert Spencer, Primeros principios, lo convirtió casi de inmediato en el filósofo más famoso de su época. 

El spenciarianismo es un positivismo filosófico que describe la evolución como una complejidad cada vez mayor, con el equilibrio como el estado más elevado posible. Según Spencer, la vida es un proceso constante desde la homogeneidad hasta la heterogeneidad y de vuelta de la heterogeneidad a la homogeneidad. La vida también supone la adaptación constante de las relaciones internas a las externas. El aforismo más famoso de Spencer es su definición de la divinidad: «Dios es la inteligencia infinita, diversificada hasta el infinito en un tiempo y un espacio infinitos, que se manifiesta a través de una infinidad de individualidades en constante evolución». 

Spencer destacaba la universalidad de la ley de la evolución y la aplicaba no solo a la forma, sino también a la inteligencia que hay detrás de la forma. En todas las manifestaciones del ser reconocía la tendencia fundamental a ir de lo sencillo a lo complejo y observaba que, cuando se alcanza el punto de equilibrio, siempre va seguido del proceso de disolución. Según Spencer, sin embargo, la desintegración solo se producía para que a continuación pudiera haber reintegración a un nivel superior del ser. El puesto principal de la escuela italiana de filosofía habría que adjudicárselo a Giordano Bruno, que, tras aceptar con entusiasmo la teoría de Copérnico de que el sol es el centro del sistema solar, anunció que el sol es una estrella y que todas las estrellas son soles. 

En aquella época, la tierra se consideraba el centro de toda la creación, de modo que, cuando Bruno relegó al mundo y al hombre a un rincón oscuro del espacio, se produjo un cataclismo. Bruno pagó con su vida la herejía de afirmar la multiplicidad de los universos y de concebir el cosmos como algo tan vasto que no se podía llenar con un solo credo. El vicoísmo es una filosofía basada en las conclusiones de Giovanni Battista Vico, que sostenía que Dios no controla Su mundo de forma milagrosa, sino mediante las leyes naturales. Según él, las leyes por las cuales los hombres se rigen a sí mismos nacen de una fuente espiritual que hay dentro de la humanidad y que está en comunicación con la ley divina; por consiguiente, la ley material tiene origen divino y refleja los dictados del Padre Espiritual. La filosofía del ontologismo, desarrollada por Vincenzo Gioberti —por lo general se lo considera más teólogo que filósofo —, plantea a Dios como el único ser y el origen de todo conocimiento y el conocimiento como algo idéntico a la propia divinidad. Por consiguiente, llama Ser a Dios y todas las demás manifestaciones son existencias. Para descubrir la verdad, hay que reflexionar acerca de este misterio. El más importante de los filósofos italianos modernos es Benedetto Croce, un idealista hegeliano. 

Para Croce, las ideas son la única realidad. Es antiteológico en sus puntos de vista, no cree en la inmortalidad del alma y pretende sustituir la religión con la ética y la estética. Entre otras ramas de la filosofía italiana cabe mencionar el sensismo (sensacionalismo), según el cual las percepciones sensoriales son los únicos canales para recibir el conocimiento; el criticismo, o la filosofía del juicio exacto, y el neoescolasticismo, que es una reinstauración del tomismo alentada por la Iglesia católica. Las dos escuelas más destacadas de la filosofía estadounidense son el trascendentalismo y el pragmatismo. El trascendentalismo, que aparece en las obras de Ralph Waldo Emerson, destaca el poder de lo trascendental por encima de lo físico. Muchos de los escritos de Emerson manifiestan una acusada influencia oriental, en particular sus ensayos sobre la superalma y la ley de compensación. Si bien la teoría del pragmatismo no es obra del profesor William James, a sus esfuerzos debe su amplia popularidad como principio filosófico. 

El pragmatismo se puede definir como la doctrina según la cual el significado y la naturaleza de las cosas se descubren a partir del análisis de sus consecuencias. La verdad, según James, «no es más que una cualidad funcional de nuestra forma de pensar, así como “lo correcto” no es más que una cualidad funcional de nuestra manera de actuar». [1bis] John Dewey, el instrumentalista, que aplica la actitud experimental a todos los propósitos de la vida, se debe considerar un comentarista de James. Para Dewey, el crecimiento y el cambio son ilimitados y no postula nada supremo. Por su prolongada residencia en Estados Unidos, el español Jorge Santayana merece figurar entre los filósofos estadounidenses. Defendiéndose a sí mismo con el escudo del escepticismo tanto de las ilusiones de los sentidos como del cúmulo de errores de todos los tiempos, Santayana procura conducir a la humanidad a un estado de mayor percepción, que él denomina «la vida de la razón». (Además de las autoridades ya citadas, durante la preparación de este compendio sobre las ramas principales del pensamiento filosófico, el autor ha tenido acceso a The History of Philosophy de Stanley, An Historical and Critical View of the Speculative Philosophy of Europe in the Nineteenth Century de Morell, Modern Thinkers and Present Problems de Singer, Modern Classical Philosophers de Rand, Historia general de la Filosofía de Windelband, Present Philosophical Tendencies de Perry, Lectures on Metaphysics and Logic de Hamilton y The Story of Philosophy de Durant). Después de haber detallado la evolución más o menos secuencial de la especulación filosófica desde Tales hasta James y Bergson, corresponde ahora llamar la atención del lector hacia los elementos y las circunstancias que conducen a la génesis del pensamiento filosófico. 

Aunque los helenos demostraron ser particularmente sensibles a las disciplinas filosóficas, no se debe considerar que esta ciencia de las ciencias nació con ellos. Escribe Thomas Stanley: «Aunque algunos griegos han atribuido a su nación el origen de la filosofía, los más eruditos de ellos reconocen que procede de Oriente». Las magníficas instituciones del saber hindúes, caldeas y egipcias se deben reconocer como el verdadero origen de la sabiduría griega, que se basó en las sombras proyectadas por los santuarios de Ellora, Ur y Menfis sobre la sustancia del pensamiento de un pueblo primitivo. Tales, Pitágoras y Platón, en sus andanzas filosóficas, estuvieron en contacto con muchos cultos distantes y regresaron con la tradición de Egipto y el Oriente inescrutable. A partir de hechos incuestionables como estos, resulta evidente que la filosofía surgió de los Misterios religiosos de la Antigüedad y que no se separó de la religión hasta después de la decadencia de estos. 
Por consiguiente, quien quiera comprender las profundidades del pensamiento filosófico debe familiarizarse con las enseñanzas de los sacerdotes iniciados, que fueron los primeros custodios de la revelación divina. Se supone que los Misterios eran los guardianes de un conocimiento trascendental tan profundo que resultaba incomprensible salvo para el intelecto más elevado y tan poderoso que solo se podía revelar sin riesgos a quienes carecían de toda ambición personal y habían consagrado su vida al servicio desinteresado de la humanidad. 

Tanto de la dignidad de aquellas instituciones sagradas como de la validez de su afirmación de que poseían la sabiduría universal dan fe los filósofos más ilustres de la Antigüedad, que se habían iniciado en las profundidades de la doctrina secreta y daban testimonio de su eficacia. Es legítimo formularse la pregunta siguiente: si estas instituciones místicas antiguas tuvieron tanta trascendencia, ¿por qué disponemos en la actualidad de tan poca información acerca de ellas y de los arcanos que decían poseer? La respuesta es bastante sencilla: los Misterios eran sociedades secretas que obligaban a sus iniciados a guardar un secreto inviolable y castigaban con la muerte la traición de los deberes sagrados. Aunque aquellas escuelas fueron la verdadera inspiración de las diversas doctrinas promulgadas por los filósofos antiguos, el origen de aquellas doctrinas no se revelaba jamás a los profanos. Además, con el correr del tiempo, las enseñanzas quedaron unidas de forma tan inextricable a los nombres de quienes las difundieron que las verdaderas fuentes —los Misterios—, de tan recónditas, se perdieron en el olvido. 

La lengua de los Misterios es el simbolismo; de hecho, es la lengua no solo del misticismo y la filosofía, sino de toda la naturaleza, porque todas las leyes y los poderes que actúan en el universo se manifiestan ante las limitadas percepciones sensoriales del hombre por medio de símbolos. Todas las formas que existen en la esfera diversificada del ser son símbolos de la actividad divina que las produce. Mediante símbolos han procurado siempre los hombres comunicarse mutuamente aquellos pensamientos que trascienden las limitaciones del lenguaje. Tras rechazar los dialectos creados por el hombre por inadecuados o indignos de perpetuar ideas divinas, los Misterios eligieron el simbolismo como un método ideal y mucho más ingenioso de conservar su conocimiento trascendental. 
Con una sola figura, un símbolo puede revelar y ocultar al mismo tiempo, porque, para el que sabe, el tema del símbolo resulta evidente, mientras que, para el ignorante, la figura sigue siendo inescrutable. Por consiguiente, quien pretenda descubrir la doctrina secreta de la Antigüedad no debe buscarla en las páginas abiertas de los libros que podrían caer en manos de quienes no los merecen, sino en el lugar en el que fue escondida originariamente. Los iniciados de la Antigüedad tuvieron visión de futuro. Se dieron cuenta de que las naciones pasan, de que los imperios alcanzan su grandeza y decaen y de que, después de la época dorada de las artes, las ciencias y el idealismo, llega la edad oscura de la superstición. 

Teniendo en cuenta sobre todo las necesidades de la posteridad, los sabios antiguos llegaron a extremos inconcebibles para asegurarse de preservar su conocimiento. Lo grabaron en las paredes de las montañas y lo ocultaron dentro de las dimensiones de imágenes colosales, cada una de las cuales era una maravilla geométrica. Escondieron lo que sabían de química y matemática en mitologías que los ignorantes perpetuarían o en los arcos de sus templos, que el tiempo no ha destruido del todo. Escribieron en caracteres que ni el vandalismo de los hombres ni la furia implacable de los elementos pudieron borrar por completo. Hoy los hombres contemplan con respeto reverencial los gigantescos colosos de Memnón, que se alzan solos en las arenas de Egipto, o las extrañas pirámides escalonadas de Palenque. Son testimonios mudos de las artes y las ciencias perdidas de la Antigüedad y tal sabiduría debe permanecer oculta hasta que nuestra raza haya aprendido a leer el lenguaje universal: el simbolismo. 

El libro al que corresponde esta introducción está dedicado a la proposición de que en estas figuras, alegorías y rituales emblemáticos de los antiguos se oculta una doctrina secreta que tiene que ver con los misterios profundos de la vida y que esta doctrina ha sido preservada en su totalidad por un grupo reducido de mentes iniciadas desde el principio del mundo. Al partir, aquellos filósofos iluminados han dejado sus fórmulas para que otros también pudieran llegar a comprender. Sin embargo, para que aquellos procesos secretos no cayeran en manos incultas y se pervirtieran, el Gran Arcano siempre se ha escondido en símbolos o alegorías y los que hoy alcancen a descubrir sus claves ocultas pueden abrir con ellas un tesoro de verdades filosóficas, científicas y religiosas.



EL HUEVO ÓRFICO

El antiguo símbolo de los Misterios Órficos era el huevo envuelto por una serpiente, que representaba al Cosmos rodeado por el ardiente Espíritu Creativo. El huevo también representa el alma del filósofo; la serpiente representa a los Misterios. Cuando se alcanza la iniciación se rompe el cascarón; y el hombre surge del estado embrionario de la existencia física donde ha permanecido durante el período fetal de la regeneración filosófica.


En La gran asamblea sagrada está escrito acerca del Antiguo de los Antiguos que es el Oculto de los Ocultos, el Eterno de los Eternos, el Misterio de los Misterios y que, en sus símbolos, es cognoscible e incognoscible. Según el Zohar, sus vestiduras son blancas, aunque en esta ilustración se ven rojas, para indicar que las prendas de la Divinidad comparten la naturaleza de la actividad cósmica. Se dice que su rostro es amplio, luminoso y espantoso. 

Está sentado en un trono de luz llameante y los destellos del fuego están sometidos a Su voluntad. 
La luz blanca que le surge de la cabeza ilumina cuatrocientos mil mundos. (Según algunos textos, son cuarenta mil mundos superiores). La gloria de esta luz llegará a los justos, llamados «los frutos sagrados del árbol sefirótico». Trece mil millares de mundos quedan bajo la luz que procede de su cabeza, de la cual fluye un rocío misterioso, que tiene el poder de despertar a la vida eterna a los que están muertos espiritualmente. Se dice que la Gran Faz mide trescientos setenta mil millares de mundos y por eso se la llama «la Larga Faz». 

La apariencia del Antiguo de los Antiguos es la del Anciano de los Ancianos, que ya era antes del comienzo y cuyo trono se alza sobre el firmamento. El Anciano de los Ancianos deseó la Faz Menor, o la creación, que es el carro del Santísimo de los Santísimos. El cabello y la barba del Antiguo de los Antiguos se extienden hasta los confines del universo. De Su cabeza cuelgan mil mil millares y siete mil quinientos cabellos rizados, que no están mezclados, para que no haya confusión, y en cada rizo hay cuatrocientos diez mechones de pelo y todos y cada uno de estos cabellos irradia en cuatrocientos diez mundos. En el vacío de Su cabeza está la membrana aérea de la Sabiduría suprema oculta y Su cerebro se extiende y avanza por treinta y dos caminos. De la barba del Antiguo de los Antiguos fluyen trece fuentes y de Sus manos salen los rayos madres y padres, de los cuales nace la existencia. La cabeza del Antiguo de los Antiguos está hendida, como la de Zeus, para que pueda surgir de ella la sabiduría, en forma de Atenea.

Manly Palmer Hall

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