La filosofía es la ciencia de estimar
valores. La superioridad de un estado o
sustancia con respecto a otro depende de
la filosofía. Al asignar un puesto de
fundamental importancia a lo que queda
cuando se ha suprimido todo lo
secundario, la filosofía se convierte en
el verdadero índice de prioridad o
énfasis en el campo del pensamiento
especulativo. La misión de la filosofía
consiste, a priori, en establecer la
relación de lo manifiesto con su causa o
su naturaleza suprema e invisible.
Según sir William Hamilton, «La
filosofía ha sido definida [como]: la
ciencia de lo divino y lo humano y de
las causas que lo contienen [Cicerón]; la
ciencia de los efectos mediante sus
causas [Hobbes]; la ciencia de las
razones suficientes [Leibnitz]; la ciencia
de las cosas posibles, en la medida en
que son posibles [Wolf]; la ciencia de lo
que se deduce de forma evidente de los
primeros principios [Descartes]; la
ciencia de las verdades apreciables y
abstractas [de Condillac]; la aplicación
de la razón a sus objetos legítimos
[Tennemann]; la ciencia de las
relaciones entre todo conocimiento y los
fines necesarios de la razón humana
[Kant]; la ciencia de la forma original
del ego o la parte mental [Krug]; la
ciencia de las ciencias [Fichte]; la
ciencia de lo absoluto [von Schelling];
la ciencia de la indiferencia absoluta
entre lo ideal y lo real [von Schelling], o
la identidad de la identidad y la noidentidad
[Hegel]».[1]
Por lo general, las disciplinas
filosóficas se clasifican en seis ramas:
la metafísica, que trata de temas
abstractos como la cosmología, la
teología y la naturaleza del ser; la
lógica, que trata de las leyes que rigen el
pensamiento racional, también llamada,
«la doctrina de las falacias»; la ética,
que es la ciencia de la moralidad, la
responsabilidad individual y el carácter
y trata fundamentalmente de determinar
la naturaleza del bien; la psicología, que
se dedica a la investigación y la
clasificación de los tipos de fenómenos
a los que se atribuye un origen mental; la
epistemología, que es la ciencia que se
ocupa fundamentalmente de la naturaleza
del conocimiento propiamente dicho y
de la cuestión de si puede existir o no de
forma absoluta, y la estética, que es la
ciencia de la naturaleza de la belleza, la
armonía, la elegancia y la nobleza y de
las reacciones que despiertan.
PLATÓN
El verdadero nombre de Platón
era Aristocles. Cuando su padre
lo llevó a estudiar con Sócrates,
el gran escéptico declaró que la
noche anterior había soñado con
un cisne blanco, lo cual
presagiaba que aquel nuevo
discípulo llegaría a ser uno de los
iluminados del mundo. Según la
tradición, el rey de Sicilia vendió
al inmortal Platón como esclavo.
Para Platón, la filosofía era el mayor
bien que la divinidad había concedido
jamás al hombre.
No obstante, en el
siglo XX se ha convertido en una
estructura voluminosa y compleja de
conceptos arbitrarios e irreconciliables,
cada uno de los cuales está corroborado,
sin embargo, por una lógica
prácticamente indiscutible. Los
destacados teoremas de la vieja
Academia, que Jámblico comparaba con
el néctar y la ambrosía de los dioses,
han sido tan adulterados por opiniones
—Heráclito las consideraba
enfermedades de la mente— que el
hidromiel celestial sería totalmente
irreconocible para este gran
neoplatónico. Una prueba convincente
de la creciente superficialidad del
pensamiento científico y filosófico
moderno es su persistente inclinación al
materialismo.
Cuando Napoleón
preguntó al gran astrónomo Laplace por
qué no había mencionado a Dios en su
Traité de la Mécanique Céleste, el
matemático respondió con total
candidez: «Excelencia, ¡tal hipótesis no
me hizo falta!».
En su tratado sobre el ateísmo, sir
Francis Bacon sintetiza lacónicamente la
situación de esta forma: «Un poco de
filosofía inclinó la mente humana hacia
el ateísmo, pero profundizar en la
filosofía condujo a la mente humana a la
religión». La Metafísica de Aristóteles
comienza con las siguientes palabras:
«Naturalmente, todos los hombres
quieren saber».
Para satisfacer este
impulso tan común, el intelecto humano,
al desarrollarse, ha ido explorando los
extremos del espacio imaginable en el
exterior y los extremos del yo
imaginable en su interior, tratando de
calcular la relación entre uno y el todo,
el efecto y la causa, la naturaleza y el
trabajo preliminar de la naturaleza, la
mente y el origen de la mente, el espíritu
y la sustancia del espíritu, la ilusión y la
realidad.
Dijo en una ocasión un filósofo
antiguo: «Quien no sabe ni siquiera lo
corriente es una bestia entre los
hombres; quien conoce con precisión
solo las cuestiones humanas es un
hombre entre las bestias, pero quien
sabe todo lo que se puede conocer
mediante la energía intelectual es un
dios entre los hombres». Por
consiguiente, lo que determina la
posición del hombre en el mundo natural
es la calidad de su pensamiento. Quien
deja que su mente sea esclava de sus
instintos brutales no es, desde un punto
de vista filosófico, superior al animal;
quien posee unas facultades racionales
que reflexionan sobre las cuestiones
humanas es un hombre, mientras que
aquel cuyo intelecto se eleva para
plantearse realidades divinas ya es un
semidiós, porque su ser es partícipe de
la luminosidad a la cual lo ha
aproximado su razón.
En su elogio de la
«ciencia de las ciencias», Cicerón llega
a exclamar: «¡Oh, filosofía, guía de la
vida, que buscas la virtud y expulsas los
vicios! ¿Qué habría sido de nosotros y
de los hombres de todos los tiempos sin
ti? Tú has producido ciudades y has
convocado a los hombres que estaban
dispersos para que disfrutaran de la vida
en sociedad».
En esta época, la palabra «filosofía»
no significa mucho, a menos que vaya
acompañada por algún calificativo. El
conjunto de la filosofía se ha dividido
en numerosas doctrinas más o menos
antagónicas, tan preocupadas por
rebatirse las falacias las unas a las otras
que, lamentablemente, han descuidado
cuestiones más sublimes, como el orden
divino y el destino humano. La función
ideal de la filosofía consiste en servir
de influencia estabilizadora para el
pensamiento humano. En virtud de su
naturaleza intrínseca, debería impedir
que el hombre estableciese códigos de
conducta irracionales. Sin embargo, han
sido los propios filósofos los que han
frustrado los fines de la filosofía,
porque han estado más en Babia que
aquellas mentes sin formación a las que
se supone que tienen que guiar por el
camino recto y estrecho del pensamiento
racional. Hacer una lista y clasificar
solo las más importantes de las escuelas
filosóficas reconocidas en la actualidad
excede las limitaciones de espacio de
este volumen.
El gran campo de
especulación que abarca la filosofía se
entenderá mejor tras una breve
consideración de algunos de los
sistemas destacados de disciplina
filosófica que han influido en el mundo
del pensamiento durante los últimos
veintiséis siglos.
La escuela griega de filosofía
comenzó con los siete pensadores
inmortales que fueron los primeros a los
que se concedió el apelativo de sophos,
«sabios». Según Diógenes Laercio, se
trata de Tales de Mileto, Solón de
Atenas, Quitón de Lacedemonia, Pitaco
de Mitilene, Bías de Priene, Cleóbulo
de Lindos y Periandro de Corinto.
Para
Tales, el agua era el principio o
elemento primordial, sobre el cual la
tierra flotaba como un barco, y los
terremotos eran consecuencia de las
perturbaciones que se producían en
aquel mar universal.
Por ser Tales
natural de Jonia, la escuela que perpetuó
sus principios recibió el nombre de
«jónica». Murió en el 546 a. de C. y le
sucedió Anaximandro, al que, a su vez,
sucedieron Anaxímenes, Anaxágoras y
Arquelao, con el cual acabó la escuela
jónica. A diferencia de su maestro,
Tales, Anaximandro manifestaba que el
infinito inconmensurable e indefinible
era el principio del cual nacía todo.
Para Anaxímenes, el aire era el primer
elemento del universo y de él estaban
hechas las almas y hasta la mismísima
divinidad.
Anaxágoras, cuya doctrina tiene un
dejo de atomismo, sostenía que Dios era
«una mente infinita y autónoma; que
aquella mente divina infinita, que no
estaba encerrada en ningún cuerpo, es la
causa eficiente de todo, y que, a partir
de la materia infinita constituida por
partes similares, la mente divina que
imponía el orden cuando todo estaba
mezclado y confuso lo fue haciendo todo
en función de su especie».
Según
Arquelao, el principio de todas las
cosas era doble: la mente (que era
incorpórea) y el aire (que era corpóreo);
el enrarecimiento y la condensación de
este último producían el fuego y el agua,
respectivamente. Arquelao concebía las
estrellas como placas de hierro
ardiendo. Heráclito —vivió entre el 536
y el 470 a. de C. y algunas veces se lo
incluye en la escuela jónica—, en su
doctrina del cambio y el eterno retorno,
sostenía que el fuego era el primer
elemento y también el estado en el cual
acabaría por reabsorberse el mundo.
Consideraba que el alma del mundo era
una exhalación de sus partes húmedas y
declaraba que el flujo y el reflujo del
mar eran provocados por el sol.
ÁTOMO DE BABBITT
Edwin D. Babbitt: Principles
of Light and Color
Desde la postulación de la teoría
atómica hecha por Demócrito,
se han hecho muchos esfuerzos
por determinar la estructura de
los átomos y el método por el
cual se unen para formar
diferentes elementos. Incluso la
ciencia no se ha abstenido de
entrar en este campo de la
especulación, y presenta para
consideración representaciones
muy detalladas y elaboradas de
estos diminutos cuerpos. Por
mucho, la más significativa
concepción del átomo
concepción del átomo
evolucionada durante el último
siglo es aquella producida por el
genio del Dr. Edwin D. Babbitt,
la cual aquí reproducimos. El
diagrama se explica por sí solo.
Debe recordarse que esta
aparentemente gran estructura
es en realidad tan diminuta como
para desafiar un análisis. El Dr.
Babbitt no solo creó esta forma
del átomo, sino que también ideó
un método donde estas
partículas podían ser agrupadas
de manera ordenada y resultar
en la formación de los cuerpos
moleculares.
Después de Pitágoras de Samos, su
fundador, la escuela itálica o pitagórica
cuenta entre sus representantes más
distinguidos con Empédocles, Epicarmo,
Arquitas, Alcmeón, Hipaso, Filolao y
Eudoxo. Para Pitágoras (580-¿500? a.
de C.), la matemática era la más sagrada
y exacta de todas las ciencias y todo el
que quisiera estudiar con él debía estar
familiarizado con la aritmética, la
música, la astronomía y la geometría.
Hacía especial hincapié en la vida
filosófica como requisito previo para la
sabiduría.
Pitágoras fue uno de los
primeros maestros que crearon una
comunidad en la cual todos los
miembros se ayudaban mutuamente para
lograr que todos alcanzaran las ciencias
superiores. También introdujo la
disciplina de la retrospección como
esencial para el desarrollo de la mente
espiritual. Se puede resumir el
pitagorismo como un sistema de
especulación metafísica acerca de las
relaciones entre los números y los
agentes causales de la existencia. Esta
escuela también fue la primera en
exponer la teoría de la armonía celestial
o la «música de las esferas». John
Reuchlin dijo acerca de Pitágoras que lo
primero que enseñaba a sus discípulos
era la disciplina del silencio, porque el
silencio era el primer rudimento de la
contemplación. En su Sofística,
Aristóteles atribuye a Empédocles el
descubrimiento de la retórica. Tanto
Pitágoras como Empédocles aceptaban
la teoría de la transmigración y este
decía: «Muchacho fui y después me
convertí en doncella, planta, ave y pez
que nadaba en el océano inmenso». Se
atribuye a Arquitas la invención del
tornillo y de la grúa.
Según él, el placer
era una plaga, porque se oponía a la
templanza de la mente, y consideraba
que un hombre sin artificio era tan
insólito como un pez sin espinas.
La escuela eleática fue fundada por
Jenófanes (570-480 a. de C.). notorio
por sus ataques contra las fábulas
cosmológicas y teogónicas de Homero y
Hesíodo. Jenófanes decía que Dios era
«uno e incorpóreo, redondo en sustancia
y figura y que no se parecía en nada al
hombre; que todo lo ve y todo lo oye,
pero no respira: que lo es todo, la mente
y la sabiduría, que no tenía origen sino
que era eterno, impasible, inmutable y
racional». Jenófanes creía que todo lo
que existía era eterno, que el mundo no
tenía principio ni final y que todo lo que
había sido generado se podía corromper.
Vivió hasta una edad avanzada y dicen
que enterró a sus hijos con sus propias
manos.
Parménides estudió con
Jenófanes, aunque nunca estuvo
totalmente de acuerdo con sus doctrinas.
Parménides declaraba que los sentidos
eran inciertos y que el único criterio de
verdad era la razón. Fue el primero en
afirmar que la tierra era redonda y
también dividió su superficie en zonas
cálidas y frías.
Meliso de Samos, perteneciente a la
escuela eleática, compartía numerosas
opiniones con Parménides. Para él, el
universo era inamovible, porque, como
ocupaba todo el espacio, no se podía
mover a ningún otro lugar. Además,
rechazaba la teoría del vacío en el
espacio.
Zenón de Elea también sostenía
que no podía existir el vacío. Rechazaba
la teoría del movimiento y afirmaba que
había un solo Dios, que era un ser eterno
que no había sido creado. Para él, como
para Jenófanes, la divinidad tenía forma
esférica. Leucipo sostenía que el
universo constaba de dos panes: una
llena y la otra vacía. Gran cantidad de
cuerpos fragmentarios diminutos
descendían del infinito al vacío, donde,
mediante una agitación constante, se
organizaban en esferas de substancia.
El gran Demócrito amplió, en cierto
modo, la teoría atómica de Leucipo.
Para él, los principios de todas las
cosas eran dobles —átomos y vacío— y
afirmaba que los dos son infinitos: los
átomos en cantidad y el vacío en
magnitud, de modo que todos los
cuerpos han de estar compuestos por
átomos o vacío. Los átomos tenían dos
propiedades: forma y tamaño, y las dos
se caracterizaban por su infinita
variedad. Según Demócrito, el alma
también tenía estructura atómica y se
podía desintegrar, igual que el cuerpo.
Creía que la mente estaba compuesta por
átomos espirituales.
Aristóteles sugiere
que Demócrito extrajo su teoría atómica
de la doctrina pitagórica de la mónada.
Entre los eleáticos figuran también
Protágoras y Anaxarco.
Por ser fundamentalmente escéptico,
Sócrates (469 - 399 a. de C.). el
fundador de la escuela socrática, no
imponía sus opiniones a los demás, sino
que, mediante preguntas, hacía que cada
uno expresara su propia filosofía. Según
Plutarco, para Sócrates cualquier lugar
era adecuado para enseñar, porque todo
el mundo era una escuela de virtudes.
Sostenía que el alma existía antes que el
cuerpo y que, antes de entrar en él,
estaba dotada de todo el conocimiento;
sin embargo, al adquirir forma material
se aturdía, aunque, al conversar sobre
objetos perceptibles, volvía a despertar
y recuperaba el conocimiento original.
A
partir de estas premisas, trataba de
estimular el poder del alma mediante la
ironía y el razonamiento inductivo. Se
dice de Sócrates que el único objeto de
su filosofía era el hombre. Él mismo
declaraba que la filosofía era el camino
hacia la verdadera felicidad y que tenía
una doble finalidad: (1) la
contemplación de Dios y (2) abstraer el
alma de lo material.
Consideraba que los principios de
todas las cosas eran tres: Dios, materia
y e ideas. Con respecto a Dios, decía:
«No sé lo que es, pero sé lo que no es».
Definía la materia como algo sujeto a
generación y corrupción y la idea como
una sustancia incorruptible: el intelecto
de Dios. Para él, la sabiduría era la
suma de todas las virtudes. Fueron
miembros destacados de la escuela
socrática Jenofonte, Esquines, Critón,
Simón, Glauco, Simmias y Cebes.
El
profesor Zeller, el gran experto en
filosofías antiguas, ha declarado hace
poco que los escritos de Jenofonte en
relación con Sócrates son falsos. En el
estreno de Las nubes de Aristófanes,
una comedia escrita para ridiculizar las
teorías de Sócrates, estuvo presente el
gran escéptico en persona. Durante la
representación, que lo caricaturizaba
sentado en una cesta elevada, estudiando
el sol, Sócrates se levantó con calma de
su asiento para que los espectadores
atenienses pudieran comparar sus rasgos
poco atractivos con la máscara grotesca
que llevaba el actor que se hacía pasar
por él.
La escuela elíaca fue fundada por
Fedón de Élide, un joven de familia
noble que fue comprado para librarlo de
la esclavitud a instancias de Sócrates y
que se convirtió en su discípulo devoto.
Platón admiraba tanto la mentalidad de
Fedón que puso su nombre a uno de sus
discursos más famosos.
El sucesor de
Fedón en su escuela fue Plístenes, cuyo
sucesor fue Menedemo. Poco se sabe
acerca de las doctrinas de la escuela
elíaca. Se supone que Menedemo seguía
las enseñanzas de Estilpón y la escuela
de Megara. Cuando a Menedemo le
pedían su opinión, respondía que él era
libre, con lo que daba a entender que la
mayoría de los hombres eran esclavos
de sus opiniones.
Parece que Menedemo
tenía un temperamento algo belicoso y
solía regresar de sus charlas bastante
magullado. El más famoso de sus
enunciados es el siguiente: «Lo que no
es lo mismo se diferencia de aquello de
lo que no es lo mismo». Una vez
admitido esto, Menedemo continuaba:
«Lo provechoso no es lo mismo que lo
bueno; por consiguiente, lo bueno no es
provechoso».
Después de los tiempos de
Menedemo, la escuela elíaca pasó a
llamarse eretríaca. Sus partidarios se
oponían a todos los enunciados
negativos y a todas las teorías complejas
y abstrusas y declaraban que solo
podían ser verdaderas las doctrinas
sencillas y afirmativas.
La escuela megárica fue fundada por
Euclides de Megara —no hay que
confundirlo con el famoso matemático
—, gran admirador de Sócrates. Los
atenienses aprobaron una ley que
condenaba a muerte a todos los
ciudadanos de Megara que fueran
hallados en la ciudad de Atenas. Sin
amilanarse, Euclides se ponía ropa de
mujer y acudía por la noche a estudiar
con Sócrates.
Tras la muerte cruel de su
maestro, los discípulos de Sócrates,
temiendo correr la misma suerte,
huyeron a Megara, donde Euclides los
recibió con grandes honores. La escuela
megárica aceptaba la doctrina socrática
de que la virtud es sabiduría y le añadía
el concepto eleático de que la bondad es
la unidad absoluta y todo cambio, una
ilusión de los sentidos. Euclides
sostenía que no hay nada contrario al
bien y, por lo tanto, el mal no existe.
Cuando le preguntaban por la naturaleza
de los dioses, manifestaba que
desconocía su manera de ser, salvo que
no les gustaban los curiosos.
A los megáricos se los incluye a
veces entre los filósofos dialécticos A
Euclides (que murió en el ¿374? a. de
C.) le sucedió en su escuela Eubúlides
de Mileto, entre cuyos discípulos
figuraban Alexinos de Elis y Apolonio
Cronos. Eufanto, que vivió hasta una
edad avanzada y escribió numerosas
tragedias, fue uno de los seguidores más
destacados de Eubúlides
Por lo general
se incluye a Diodoro en la escuela
megárica, porque asistía a las
conferencias de Eubúlides. Cuenta la
leyenda que Diodoro murió de pena por
no poder responder al instante a ciertas
preguntas que le formuló Estilpón, que
en un tiempo fue maestro de la escuela
megárica. Diodoro sostenía que nada se
puede mover, porque para moverlo hay
que quitarlo del lugar donde está y
ponerlo en un lugar donde no está y eso
es imposible, porque las cosas tienen
que estar siempre en el lugar donde
están.
Los cínicos fueron una escuela
fundada por Antístenes de Atenas (444-
¿365? a. de C.), un discípulo de
Sócrates. Su doctrina se puede definir
como un individualismo extremo que
considera que el hombre existe solo
para sí mismo y recomienda rodearlo de
falta de armonía, sufrimiento y las
necesidades más extremas para
obligarlo a replegarse más en su propia
naturaleza. Los cínicos renunciaban a
todas las posesiones materiales, vivían
en los alojamientos más toscos y
subsistían con los alimentos más bastos
y sencillos.
Partiendo de la base de que
los dioses no necesitan nada, los cínicos
afirmaban que los que menos necesitan
están más cerca de las divinidades.
Cuando le preguntaban qué le aportaba
una vida dedicada a la filosofía,
Antístenes respondía que había
aprendido a conversar consigo mismo.
A Diógenes de Sínope se lo recuerda
sobre todo por el tonel en el que vivió
durante muchos años junto al Metroum.
Los atenienses adoraban a aquel filósofo
mendigo y cuando un joven, en broma, le
perforó el tonel, la ciudad le entregó uno
nuevo y castigó al joven. Diógenes creía
que en la vida nada se consigue
adecuadamente sin la práctica. Sostenía
que todo lo que hay en el mundo
pertenece a los sabios y lo demostraba
con el razonamiento siguiente: «Todas
las cosas pertenecen a los dioses; los
dioses son amigos de los sabios y los
amigos comparten las cosas; luego,
todas las cosas son de los sabios».
Figuran entre los cínicos Mónimo de
Siracusa, Onesícrito, Crates de Tebas,
Metroclés, Hiparquía (esposa de
Crates), Menipo de Gadara y
Menedemo.
La escuela cirenaica, fundada por
Aristipo de Cirene (435-¿356? a. de C.).
promulgaba la doctrina del hedonismo.
Tras oír hablar de la fama de Sócrates,
Aristipo viajó a Atenas y se concentró
en las enseñanzas del gran escéptico.
Sócrates, apenado por las tendencias
voluptuosas y mercenarias de Aristipo,
se esforzó en vano por reformar al
joven. Aristipo se caracteriza por ser
coherente en los principios y la práctica,
porque vivía en perfecta armonía con su
filosofía de que la búsqueda del placer
era el principal objetivo de la vida. Las
doctrinas de los cirenaicos se pueden
resumir de esta manera: lo único que
realmente se conoce con respecto a
cualquier objeto o condición es el
sentimiento que despierta en la
naturaleza propia del hombre. En el
ámbito de la ética, lo que despierta los
sentimientos más agradables es, por
consiguiente, lo que se considera el
mayor bien.
Las reacciones emocionales
se clasifican en agradables o dulces,
violentas y mezquinas. Una emoción
agradable acaba en placer: una emoción
violenta acaba en dolor y una emoción
mezquina no acaba en nada.
Por perversión mental, algunos
hombres no desean el placer. Sin
embargo, el placer —sobre todo el
físico— es el verdadero fin de la
existencia y supera en todo sentido al
disfrute mental y espiritual. Además, el
placer se limita por completo al
presente: el único momento es ahora. No
se puede mirar al pasado sin lamentarse
y no se puede enfrentar el futuro sin
recelo, de modo que ninguno de los dos
produce placer. El hombre no debería
apenarse, porque no hay enfermedad
más grave que la pena. La naturaleza
permite al hombre hacer todo lo que
desee; las únicas limitaciones son sus
propias leyes y costumbres. El filósofo
es alguien que no siente envidia, amor ni
superstición y cuyos días son una
prolongada sucesión de placeres.
De
este modo, Aristipo elevaba la
complacencia al lugar más destacado
entre las virtudes. Declaró, asimismo,
que los filósofos eran muy distintos del
resto de los mortales, porque eran los
únicos que no cambiarían el orden de su
vida aunque se abolieran todas las leyes
humanas. Entre los filósofos destacados
influidos por las doctrinas cirenaicas
figuran Hegesías, Aníceris, Teodoro y
Bión.
La escuela de filósofos académicos
instituida por Platón (427-347 a. de C.)
se dividía en tres partes principales: la
Academia antigua, la media y la nueva.
Entre los académicos antiguos cabe
mencionar a Espeusipo, Jenócrates de
Calcedonia, Polemón, Crates y Crantor
de Cilicia. Arcesilao instituyó la
Academia media y Carnéades fundó la
nueva. El principal maestro de Platón
fue Sócrates. Platón viajó mucho y fue
iniciado por los egipcios en las
profundidades de la filosofía hermética;
también debe bastante a las doctrinas de
los pitagóricos. Cicerón describe la
constitución triple de la filosofía
platónica, que comprende la ética, la
física y la dialéctica.
Según Platón,
había tres clases de bien: el bien del
alma, que se expresaba a través de las
virtudes: el bien del cuerpo, que se
expresaba en la simetría y la resistencia
de las partes, y el bien en el mundo
exterior, que se expresaba a través de la
posición social y el compañerismo. En
el libro de Espeusipo Sobre las
definiciones platónicas, este gran
platónico define a Dios como «un ser
inmortal que vive solo por medio de Sí
mismo, al que le basta Su propia
bienaventuranza, la esencia eterna, causa
de Su propia bondad». Según Platón, el
Uno es el término más adecuado para
definir lo absoluto, ya que la totalidad
precede a las partes y la diversidad
depende de la unidad, aunque la unidad
no depende de la diversidad. Además, el
Uno es antes de ser, porque ser es un
atributo o condición del Uno.
La filosofía platónica se basa en el
postulado de tres órdenes del ser: lo que
se mueve sin inmutarse, lo que se mueve
por sí mismo y lo que se mueve. Lo que
es inamovible pero se mueve precede a
lo que se mueve por sí mismo, que, a su
vez, precede a lo que se mueve.
Aquello
en lo que el movimiento es inherente no
se puede separar de su fuerza motriz y,
por consiguiente, no se puede
desintegrar. De esta naturaleza son los
inmortales. Aquello a lo que se aplica
movimiento desde fuera se puede
separar de la fuente del principio que lo
anima y, por consiguiente, está sujeto a
disolución. De esta naturaleza son los
seres mortales. Por encima tanto de los
mortales como de los inmortales está
aquella condición que se mueve
constantemente y, sin embargo,
permanece inmutable. Es inherente a
esta constitución la capacidad de
permanencia y, por consiguiente, es la
permanencia divina sobre la cual todo
se establece. Al ser mejor aún que el
movimiento autónomo, el motor inmóvil
es la categoría suprema.
La disciplina
platónica se basaba en la teoría de que
aprender en realidad es recordar o hacer
objetivo el conocimiento adquirido por
el alma en un estado de existencia
previo. A la entrada de la escuela
platónica de la Academia se inscribían
las siguientes palabras: «Prohibida la
entrada a quien no sepa geometría».
Al morir Platón, sus discípulos se
dividieron en dos grupos. Uno de ellos,
los académicos, se siguieron reuniendo
en la Academia que él había presidido;
el otro, los peripatéticos, se trasladaron
al Liceo bajo la dirección de Aristóteles
(384-322 a. de C.). Platón reconocía a
Aristóteles como su principal discípulo
y, según Juan Filopón, lo llamaba «la
mente de la escuela».
Si Aristóteles no
asistía a las charlas, Platón decía:
«Falta el intelecto». Acerca del genio
prodigioso de Aristóteles escribe
Thomas Taylor en su introducción a La
metafísica: «Si tenemos en cuenta que
no solo conocía muy bien todas las
ciencias, como demuestran con creces
sus obras, sino que ha escrito sobre casi
todo lo comprendido dentro del ámbito
del conocimiento humano y lo ha hecho
con incomparable precisión y habilidad,
no sabemos si admirar más la
perspicacia o la amplitud de su mente».
Acerca de la filosofía de Aristóteles
afirma el mismo autor: «La finalidad de
la filosofía moral de Aristóteles es la
perfección mediante las virtudes y la
finalidad de su filosofía contemplativa
es la unión con el principio único de
todo».
Para Aristóteles, la filosofía tenía
dos partes: una práctica y otra teórica.
La filosofía práctica abarcaba la ética y
la política, y la teórica, la física y la
lógica.
Para él, la metafísica era la
ciencia relacionada con aquella
sustancia en la que el principio de
movimiento y reposo es inherente a sí
misma. Para Aristóteles, el alma es lo
que permite al hombre vivir, sentir y
conocer; por consiguiente, le asignaba
tres facultades: nutritiva, sensible e
intelectiva. Además, consideraba que el
alma tenía un doble carácter —racional
e irracional—, y en algunos casos,
situaba las percepciones de los sentidos
por encima de la mental. Aristóteles
definía la sabiduría como la ciencia de
las causas primeras. Para él, las cuatro
grandes divisiones de la filosofía son la
dialéctica, la física, la ética y la
metafísica. Define a Dios como el
primer motor, el Ser perfecto, una
sustancia inmóvil, separada de lo
sensible, incorpórea, sin partes e
indivisible.
El platonismo se basa en el
razonamiento a priori y el aristotelismo,
en el razonamiento a posteriori.
Aristóteles enseñó a su discípulo
Alejandro Magno a sentir que si un día
no había hecho algo bueno, ese día no
había reinado. Entre sus seguidores cabe
mencionar a Teofrasto, Estratón, Licón,
Aristo, Critolao y Diodoro.
Con respecto al escepticismo, tal
como lo proponían Pirrón de Elis
(365-275 a. de C.) y Timón, Sexto
Empírico decía que el que busca debe
encontrar o negar que haya encontrado o
pueda encontrar o, de lo contrario,
seguir buscando. Los que suponen que
han encontrado la verdad se llaman
dogmáticos; los que la consideran
imposible de alcanzar son los
académicos y los que la siguen buscando
son los escépticos. Sexto Empírico
sintetiza la actitud del escepticismo con
respecto a lo cognoscible con estas
palabras: «Sin embargo, la base
fundamental del escepticismo es que,
por cada razón, existe una opuesta
equivalente, lo cual nos impide ser
dogmáticos».
Los escépticos se oponían
con firmeza a los dogmáticos y eran
agnósticos en cuanto a que, para ellos,
las teorías aceptadas con respecto a la
divinidad se contradecían entre sí y no
se podían demostrar. Los escépticos se
preguntaban: «¿Cómo podemos tener un
conocimiento indudable de Dios si no
conocemos su sustancia, su forma ni su
lugar? Mientras los filósofos sigan
manteniendo un desacuerdo
irreconciliable en estos puntos, sus
conclusiones no se pueden considerar
indudablemente verdaderas». Puesto que
el conocimiento absoluto se consideraba
inalcanzable, los escépticos decían que
la finalidad de su disciplina era la
siguiente: «para los dogmáticos,
tranquilidad; para los impulsivos,
moderación, y para los inquietos,
suspensión».
La escuela estoica fue fundada por
Zenón de Citio (340-265 a. de C.),
discípulo de Crates, el Cínico, a partir
del cual se origina esta escuela. Los
sucesores de Zenón fueron Cleantes,
Crisipo, Zenón de Tanis, Diógenes,
Antípatro. Panecio y Posidonio. Los
estoicos romanos más famosos son
Epícteto y Marco Aurelio. Los estoicos
eran, en esencia, panteístas, porque
sostenían que, como no hay nada mejor
que el mundo, el mundo es Dios. Según
Zenón, la razón del mundo se difunde a
través de este en forma de semilla. El
estoicismo es una filosofía materialista
que disfruta de la resignación voluntaria
a la ley natural. Crisipo sostenía que,
puesto que el bien y el mal son opuestos,
ambos son necesarios, porque cada uno
apoya al otro. El alma se consideraba un
cuerpo distribuido en toda la forma
física y sujeto, como ella, a la
desintegración. Si bien algunos estoicos
sostenían que la sabiduría prolongaba la
existencia del alma, en realidad la
inmortalidad no figura entre sus
principios. Decían que el alma estaba
compuesta por ocho partes: los cinco
sentidos, el poder generador, el poder
vocal y una octava parte, hegemónica.
Definían la naturaleza como Dios
mezclado con toda la sustancia del
mundo. Clasificaban todas las cosas en
cuerpos corpóreos o incorpóreos.
La mansedumbre caracterizaba la
actitud del filósofo estoico. Mientras
Diógenes estaba pronunciando un
discurso contra la ira, uno de sus
oyentes le escupió con desprecio a la
cara. El gran estoico recibió el insulto
con humildad y respondió: «No estoy
enfadado, ¡pero no sé si debería estarlo
o no!».
Epicuro de Samos (341-270 a. de
C.) fue el fundador del epicureísmo, que
se asemeja en muchos aspectos a la
escuela cirenaica, aunque sus niveles
éticos son más elevados. Los epicúreos
también postulaban el placer como lo
más deseable, pero lo concebían como
un estado serio y digno, que se
alcanzaba mediante la renuncia a todas
las veleidades mentales y emocionales
que provocan dolor y tristeza. Epicuro
sostenía que, del mismo modo que las
penas de la mente y el alma son más
dolorosas que las del cuerpo, las
alegrías de aquellas superan a las
físicas.
Los cirenaicos afirmaban que el
placer dependía de la acción o del
movimiento, mientras que los epicúreos
sostenían que el descanso o la
inactividad también producían placer.
Epicuro aceptaba la filosofía de
Demócrito con respecto a la naturaleza
de los átomos y basaba su física en esta
teoría.
El epicureísmo se puede resumir
en cuatro cánones:
«(1) Es imposible engañar a los
sentidos, de modo que toda sensación y
toda percepción de una apariencia es
verdadera. (2) La opinión se basa en los
sentidos y se añade a la sensación y
puede ser verdadera o falsa. (3) Toda
opinión que los sentidos no demuestren
que está equivocada es verdadera. (4)
Toda opinión que los sentidos
contradigan es falsa». Entre los
epicúreos más destacados figuraban
Metrodoro de Lámpsaco, Zenón de
Sidón y Fedro.
Se puede definir el eclecticismo
como la práctica de elegir doctrinas
aparentemente irreconciliables,
procedentes de escuelas antagónicas, y
construir a partir de ellas un sistema
filosófico compuesto que cuadre con las
convicciones del propio ecléctico.
El
eclecticismo casi no podría
considerarse sensato desde el punto de
vista filosófico ni desde el lógico,
porque, así como cada escuela llega a
sus conclusiones mediante distintos
métodos de razonamiento, el producto
filosófico de fragmentos de estas
escuelas debe, por fuerza, construirse a
partir de los cimientos de premisas
opuestas. Por consiguiente, el
eclecticismo se considera el culto del
profano. En el Imperio romano no se
pensaba demasiado en la teoría
filosófica y, por consiguiente, la mayoría
de los pensadores eran eclécticos.
Cicerón es un ejemplo excepcional del
eclecticismo original, porque sus
escritos son un verdadero popurrí de
fragmentos inestimables de escuelas de
pensamiento anteriores. Parece que el
eclecticismo se inició cuando el hombre
empezó a dudar de la posibilidad de
descubrir la verdad suprema. Al ver
que, en el mejor de los casos, todo lo
que llamamos conocimiento no son más
que opiniones, los menos estudiosos
llegaron a la conclusión de que lo más
sensato era aceptar lo que parecía más
razonable de las enseñanzas de
cualquier escuela o individuo. Sin
embargo, de esta práctica surgió una
falsa amplitud de miras, desprovista del
elemento de precisión que tienen que
tener la lógica y la filosofía auténticas.
La escuela neopitagórica surgió en
Alejandría durante el siglo I de la era
cristiana. Solo dos nombres destacan en
relación con ella: Apolonio de Tiana y
Moderato de Gades. El neopitagorismo
es un eslabón entre las filosofías
paganas más antiguas y el
neoplatonismo. Al igual que aquellas,
contenía numerosos elementos exactos
de pensamiento derivados de Pitágoras y
Platón y, al igual que el segundo, hacía
hincapié en la especulación metafísica y
el ascetismo. Varios autores han
observado una semejanza notable entre
el neopitagorismo y las doctrinas de los
esenios. Se ponía especial énfasis en el
misterio de los números y es posible que
los neopitagóricos tuvieran un
conocimiento mucho más amplio de las
verdaderas enseñanzas de Pitágoras del
que está disponible en la actualidad.
Incluso en el siglo I, a Pitágoras se lo
consideraba más un dios que un ser
humano y, aparentemente, se recurrió a
reinstaurar su filosofía con la esperanza
de que su nombre despertara interés por
los sistemas de aprendizaje más
profundos. Sin embargo, la filosofía
griega había pasado el apogeo de su
esplendor y el grueso de la humanidad
estaba abriendo los ojos a la
importancia de la vida física y los
fenómenos físicos.
El énfasis en los
asuntos terrenales que empezó a
imponerse posteriormente alcanzó su
madurez de expresión en el materialismo
y el comercialismo del siglo XX, aunque
tuvo que intervenir el neoplatonismo y
tuvieron que pasar muchos siglos antes
de que este énfasis adquiriese forma
definida.
Si bien durante mucho tiempo se
consideró fundador del neoplatonismo a
Amonio Sacas, en realidad la escuela
comenzó con Plotino (204-¿269? d. de
C.). Entre los neoplatónicos de
Alejandría, Siria, Roma y Atenas
destacan Porfirio, Jámblico, Salustio, el
emperador Juliano, Plutarco y Proclo. El
neoplatonismo fue el esfuerzo supremo
del paganismo decadente por hacer
pública —y, de este modo, preservar
para la posteridad— su doctrina secreta
(o no escrita).
En sus enseñanzas, el
idealismo antiguo alcanzaba la máxima
perfección. El neoplatonismo se
interesaba de forma casi exclusiva por
los problemas de la metafísica más
elevada. Reconocía la existencia de una
doctrina secreta e importantísima que,
desde la época de las civilizaciones más
primitivas, se ocultaba en los rituales,
los símbolos y las alegorías de las
religiones y las filosofías. Para quien no
esté familiarizado con sus principios
fundamentales el neoplatonismo puede
parecer un montón de especulaciones en
las que se intercalan fantasías
extravagantes. No obstante, esta opinión
pasa por alto las instituciones de los
Misterios: las escuelas secretas en cuyo
profundo idealismo se iniciaron casi
todos los primeros filósofos de la
Antigüedad.
De un grabado antiguo, por
cortesía de Carl Oscar Borg
ESQUEMA PTOLEMAICO
DEL UNIVERSO
Al ridiculizar el sistema
geocéntrico de astronomía
expuesto por Claudio Ptolomeo,
los astrónomos modernos han
pasado por alto la clave
pasado por alto la clave
filosófica del sistema ptolemaico.
El universo de Ptolomeo es un
diagrama que representa las
relaciones que existen entre las
diversas partes divinas y
elementales de cada criatura y
no tiene nada que ver con la
astronomía, como se entiende
esta ciencia en la actualidad. En
la figura, llaman especialmente
la atención los tres círculos de
zodíacos que rodean las órbitas
de los planetas. Estos zodíacos
representan la triple constitución
espiritual del universo. Las
órbitas de los planetas son los
gobernadores del mundo y las
cuatro esferas elementales que
hay en el centro representan la
constitución física tanto del
hombre como del universo. El
esquema ptolemaico del universo
no es más que un corte
transversal del aura universal, y
los planetas y los elementos a los
que hace referencia no guardan
ninguna relación con los que
reconocen los astrónomos
modernos.
Cuando se derrumbó el cuerpo físico del
pensamiento pagano, se intentó resucitar
su forma insuflándole nueva vida, es
decir, dando a conocer sus verdades
místicas, un esfuerzo que,
aparentemente, no obtuvo ningún
resultado. Sin embargo, a pesar del
antagonismo entre el cristianismo
impoluto y el neoplatonismo, aquel
aceptó muchos principios básicos de
este y los intercaló en el tejido de la
filosofía patrística. En síntesis, el
neoplatonismo es un código filosófico
según el cual todo cuerpo físico o
concreto de doctrina no es más que el
caparazón de una verdad espiritual a la
que se puede acceder a través de la
meditación y determinados ejercicios de
tipo místico. En comparación con las
verdades espirituales esotéricas que
contienen, se daba relativamente poco
valor a los elementos corpóreos de la
religión y la filosofía y tampoco se hacía
hincapié en las ciencias materiales.
Se utiliza el término «patrística»
para designar la filosofía de los Padres
de la Iglesia cristiana primitiva. La
filosofía patrística se divide en general
en dos épocas: la prenicena y la
posnicena.
El período preniceno se
dedicó, en general, a atacar el
paganismo y a las apologías y defensas
del cristianismo. Se atacó toda la
estructura de la filosofía pagana y los
dictados de la fe se elevaron por encima
de los de la razón. En algunos casos se
intentó conciliar las verdades evidentes
del paganismo con la revelación
cristiana. Entre los padres prenicenos
destacan san Ireneo, san Clemente de
Alejandría y san Justino Mártir. En el
período posniceno se hizo más hincapié
en la evolución de la filosofía cristiana
siguiendo las líneas platónicas y
neoplatónicas, lo que trajo como
consecuencia la aparición de numerosos
documentos extraños de carácter
ambiguo, prolongados e intrincados, y,
en su mayoría, con una base filosófica
poco sólida. Entre los filósofos
posnicenos figuran Atanasio, Gregorio
de Nisa y Cirilo de Alejandría.
La
escuela patrística se caracteriza por
hacer hincapié en la supremacía del
hombre en el universo. Se consideraba
al hombre una creación aparte y divina:
el logro máximo de la divinidad y una
excepción al protectorado de la ley
natural. La patrística no concebía que
existiera ninguna otra criatura tan noble,
tan afortunada ni tan capaz como el
hombre, para cuyo exclusivo beneficio y
edificación se habían creado todos los
reinos de la naturaleza.
La filosofía patrística culminó con el
Agustinismo, que se puede definir como
un platonismo cristiano. En oposición a
la doctrina pelásgica, según la cual el
hombre es artífice de su propia
salvación, el agustinismo elevó a la
Iglesia y sus dogmas a una posición de
infalibilidad absoluta que logró
mantener hasta la Reforma.
En la última
parte del siglo I de la era cristiana
surgió el Gnosticismo, un sistema de
emanacionismo que interpreta el
cristianismo en función de la metafísica
griega, la egipcia y la persa.
Prácticamente toda la información que
existe sobre los gnósticos y sus
doctrinas, estigmatizadas como heréticas
por los Padres de la Iglesia prenicenos,
deriva de las acusaciones lanzadas
contra ellos y en particular de los
escritos de san Ireneo. En el siglo III
apareció el Maniqueísmo, un sistema
dualista de origen persa, que enseñaba
que el Bien y el Mal competían
constantemente por la supremacía
universal.
El maniqueísmo concibe a
Cristo como el Principio del Dios
redentor, en contraposición al Jesús
hombre, que se consideraba una
personalidad malvada.
La muerte de Boecio, en el siglo VI,
supuso el final de la escuela filosófica
de la antigua Grecia. En el siglo IX
surgió la escuela nueva del
Escolasticismo, que pretendía conciliar
la filosofía con la teología.
El
eclecticismo de Juan de Salisbury, el
misticismo de Bernardo de Claraval y
san Buenaventura, el racionalismo de
Pedro Abelardo y el misticismo
panteísta de Meister Eckhart representan
las principales divisiones de la escuela
escolástica. Entre los aristotélicos
árabes figuraban Avicena y Averroes. La
Escolástica alcanzó su cenit con la
llegada de san Alberto Magno y su
ilustre discípulo, santo Tomás de
Aquino. El Tomismo (la filosofía de
santo Tomás de Aquino, algunas veces
considerado el Aristóteles cristiano)
trató de conciliar las diversas facciones
de la escuela escolástica. El tomismo
era fundamentalmente aristotélico, a lo
que se añadía el concepto de que la fe es
una proyección de la razón.
El escotismo, o la doctrina del
voluntarismo promulgada por Juan Duns
Escoto, un escolástico franciscano,
destacaba el poder y la eficacia de la
voluntad individual, en oposición al
Tomismo. La característica más
destacada del escolasticismo era su
esfuerzo frenético por formular todo el
pensamiento europeo según el modelo
aristotélico, hasta llegar al punto de
rebajar el papel de los maestros, que
seleccionaban con tanto cuidado las
palabras de Aristóteles que no dejaron
más que los huesos. Contra esta escuela
decadente de verborrea sin sentido
dirigió su amarga ironía sir Francis
Bacon y la relegó a la fosa común de las
nociones descartadas.
El razonamiento baconiano o
inductivo (según el cual a los hechos se
llega mediante la observación y se los
verifica mediante la experimentación)
preparó el camino para las escuelas de
la ciencia moderna. El continuador de
Bacon fue Thomas Hobbes —fue su
secretario durante un tiempo—, que
sostenía que la matemática era la única
ciencia exacta y consideraba al
pensamiento un proceso esencialmente
matemático. Para Hobbes la materia era
la única realidad y la investigación
científica se limitaba al estudio de los
cuerpos los fenómenos en relación con
sus causas probables y las
consecuencias que surgen de ellos en
cualquier variedad de circunstancias
Hobbes hacía especial hincapié en el
significado de las palabras y, según él,
el entendimiento era la facultad de
percibir la relación entre las palabras y
los objetos que representan.
Tras apartarse de la escuela
escolástica y la teológica, la filosofía
moderna, o post-reforma, experimentó
un crecimiento de lo más prolífico a lo
largo de diversas líneas.
Según el
humanismo, el hombre es el centro de
todo; para el racionalismo, la facultad
de razonar es la base de todo
conocimiento; la filosofía política
sostiene que el hombre debe ser
consciente de sus privilegios naturales,
sociales y nacionales; para el
empirismo, solo es verdadero lo que se
puede demostrar mediante experimentos
o la experiencia; el moralismo destaca
la necesidad de una conducta recta como
principio filosófico fundamental; el
idealismo considera que las realidades
del universo van más allá de lo físico:
son mentales o psíquicas; el realismo
opina lo contrario, y el fenomenalismo
restringe el conocimiento a hechos o
acontecimientos que se pueden describir
o explicar de forma científica. Las
corrientes más recientes en el campo del
pensamiento filosófico son el
conductismo y el neorrealismo: el
primero valora las características
intrínsecas mediante un análisis de la
conducta y el segundo se puede resumir
como la extinción absoluta del
idealismo.
El notable filósofo holandés Baruch
Spinoza concebía a Dios como una
sustancia que existe exclusivamente por
sí misma y que no necesita ninguna otra
concepción —aparte de ella misma—
para volverse completa e inteligible.
Según Spinoza, la única manera de
conocer la naturaleza de este Ser es a
través de sus atributos, que son la
extensión y el pensamiento, que se
combinan para formar una variedad
infinita de aspectos o modos. La mente
del hombre es uno de los modos del
pensamiento infinito y el cuerpo del
hombre es uno de los modos de la
extensión infinita. Gracias a la razón, el
hombre se puede elevar por encima del
mundo ilusorio de los sentidos y
encontrar el reposo eterno en la unión
perfecta con la Esencia Divina. Se ha
dicho que Spinoza privaba a Dios de
toda personalidad y convertía a la
divinidad en sinónimo del universo.
La filosofía alemana comenzó con
Gottfried Wilhelm von Leibniz, cuyas
teorías están impregnadas de optimismo
e idealismo.
Sus criterios de la razón
suficiente le revelaron la insuficiencia
de la teoría cartesiana de la extensión,
por lo cual llegó a la conclusión de que
la sustancia en sí contenía una fuerza
inherente en forma de una cantidad
incalculable de unidades distintas y
suficientes. La materia reducida a sus
partículas fundamentales deja de existir
como cuerpo sustancial y se resuelve en
una masa de ideas inmateriales o
unidades metafísicas de fuerza, que
Leibniz llamaba «mónada»; es decir, que
el universo está compuesto por una
cantidad infinita de seres monádicos
independientes que se desarrollan
espontáneamente mediante la
objetivación de cualidades activas
innatas. Todas las cosas se conciben
como compuestas por mónadas únicas
de diversas magnitudes o por la suma de
estos cuerpos, que pueden existir en
forma de sustancias físicas,
emocionales, mentales o espirituales.
Dios es la primera mónada y la más
grande; el espíritu humano es una
mónada despierta, en contraposición a
los reinos inferiores, regidos por fuerzas
monádicas que están semidormidas.
A pesar de ser un producto de la
escuela de Leibniz y de Wolff, Immanuel
Kant, como Locke, se dedicó a
investigar las fuerzas y los límites del
entendimiento humano. El resultado fue
su filosofía crítica, que abarca la crítica
de la razón pura, la crítica de la razón
práctica y la crítica del juicio. El doctor
W. J. Durant sintetiza brevemente la
filosofía de Kant al afirmar que ha
rescatado la mente de la materia. Kant
concebía la mente como selectora y
coordinadora de todas las percepciones,
que, a su vez, son el resultado de
sensaciones que se agrupan en torno a un
objeto exterior. En la clasificación de
las sensaciones y las ideas, la mente
emplea determinadas categorías: de
sentido, tiempo y espacio; de
conocimiento, calidad, relación,
modalidad y causa, y la unidad de
apercepción.
Por estar sometidos a leyes
matemáticas, el tiempo y el espacio se
consideran bases absolutas y suficientes
para el pensamiento exacto. Según la
razón práctica de Kant, mientras que la
razón jamás podría comprender la
naturaleza del noúmeno, el hecho de la
moralidad demuestra la existencia de
tres postulados necesarios: el libre
albedrío, la inmortalidad y Dios. En la
crítica del juicio, Kant demuestra la
unión del noúmeno con el fenómeno en
el arte y en la evolución biológica. El
superintelectualismo alemán es
consecuencia de que la teoría de Kant
haga demasiado hincapié en la
supremacía autocrática de la mente con
respecto a la sensación y el
pensamiento. La filosofía de Johann
Gottlieb Fichte fue una proyección de la
de Kant, en la que intentó unir la razón
práctica de Kant con su razón pura.
Según Fichte, lo que uno sabe no es más
que el contenido de su propia conciencia
y nada existe para el que sabe hasta que
pasa a formar parte de este contenido.
Por consiguiente, no hay nada real, salvo
los hechos de la propia experiencia
mental de cada uno.
Reconociendo la necesidad de
ciertas realidades objetivas, Friedrich
Wilhelm Joseph von Schelling, que
sucedió a Fichte en la cátedra de
Filosofía, en Jena, utilizó por primera
vez la doctrina de la identidad como
base para desarrollar un sistema
filosófico completo. Mientras que para
Fichte el ser era lo absoluto, según Von
Schelling el infinito y la mente eterna
eran la causa omnipresente. Uno puede
captar lo absoluto gracias a la intuición
intelectual, que, por tratarse de un
sentido superior o espiritual, se puede
disociar tanto del sujeto como del
objeto.
Para Von Schelling, las
categorías kantianas de espacio y tiempo
eran positivas y negativas,
respectivamente, y la existencia material
era el resultado de la acción recíproca
de estas dos expresiones. Von Schelling
sostenía también que, en su proceso de
autodesarrollo, lo absoluto sigue una ley
o un ritmo que consiste en tres
movimientos: el primero, un movimiento
de reflexión, es el intento de lo infinito
de plasmarse en lo finito; el segundo, el
de subsumisión, es el intento de lo
absoluto de regresar a lo infinito tras
relacionarse con lo finito; el tercero, el
de la razón, es el punto neutro en el cual
se combinan los dos movimientos
anteriores.
Como para Georg Wilhehn Friedrich
Hegel la intuición intelectual de Von
Schelling carecía de fundamento
filosófico, se dedicó a establecer un
sistema filosófico basado en la lógica
pura. Se ha dicho de Hegel que, a partir
de la nada, demostró con precisión
lógica cómo había surgido todo de ella,
siguiendo un orden lógico. Hegel elevó
la lógica a una posición de importancia
suprema, de hecho, como una cualidad
de lo absoluto propiamente dicho.
Concebía a Dios como un proceso de
desenvolvimiento que jamás alcanza la
condición de desenvuelto.
Asimismo, el
pensamiento no tiene ni principio ni
final. Hegel también creía que todas las
cosas existen gracias a sus contrarios y
que en realidad todos los contrarios son
idénticos.
Por consiguiente, lo único que
existe es la relación de los contrarios
entre sí y a través de sus combinaciones
se producen elementos nuevos. Como la
mente divina es un proceso eterno de
pensamiento que jamás se alcanza,
Hegel ataca los cimientos mismos del
teísmo y su filosofía limita la
inmortalidad exclusivamente a la
divinidad eterna. Por consiguiente, la
evolución es el flujo incesante de la
conciencia divina al salir de sí misma y
toda la creación, a pesar de estar en
constante movimiento, jamás llega a
ningún estado más que el de flujo
incesante.
La filosofía de Johann Friedrich
Herbart fue una reacción realista al
idealismo de Fichte y de Von Schelling.
Para Herbart, la verdadera base de la
filosofía era la gran cantidad de
fenómenos que pasaban constantemente
por la mente humana.
Sin embargo, si se
examinan los fenómenos, se demuestra
que una gran parte son irreales o, como
mínimo, incapaces de proporcionar a la
mente la auténtica verdad. Herbart
opinaba que, para corregir las
impresiones falsas provocadas por los
fenómenos y descubrir la realidad, había
que descomponer los fenómenos en
distintos elementos, porque la realidad
existe en los elementos y no en la
totalidad. Afirmaba que los objetos se
pueden clasificar de tres maneras
generales: cosa, materia y mente.
La
primera es una unidad de varias
propiedades; la segunda, un objeto real,
y la tercera, un ser consciente de sí
mismo. Sin embargo, los tres conceptos
dan lugar a algunas contradicciones y
Herbart se preocupa fundamentalmente
de resolverlas. Tengamos en cuenta la
materia, por ejemplo, que, aunque es
capaz de llenar un espacio, si se reduce
a su estado primordial, está formada por
unidades incomprensiblemente
diminutas de energía divina que no
ocupan nada de espació físico.
William Hone: Ancient
Mysteries Described
UNA TRINIDAD
UNA TRINIDAD
CRISTIANA
Para tratar de representar en
una figura adecuada la doctrina
cristiana de la Trinidad, hubo que
crear una imagen en la cual las
tres personas (el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo) estuvieran
separadas y, sin embargo, fueran
una. En distintas partes de
Europa se pueden ver figuras
semejantes a esta, que muestra
tres rostros unidos en una sola
cabeza. Se trata de un método
de simbolismo legítimo, porque a
quienes comprenden la
importancia sagrada de la
cabeza triple se les revela un
gran misterio. No obstante, ante
este tipo de aplicaciones de la
simbología al arte cristiano, no
resulta demasiado adecuado
considerar ignorantes a los
filósofos de otras fes si, como
los hindúses, tienen un Brahma
los hindúses, tienen un Brahma
con tres caras o, como los
romanos, un Jano con dos.
El verdadero tema de la filosofía de
Arthur Schopenhauer es la voluntad; su
filosofía tiene por objeto elevar la mente
hasta el punto en que es capaz de
controlar la voluntad. Schopenhauer
compara la voluntad con un ciego
robusto que lleva sobre sus espaldas al
intelecto, que es un hombre débil y
tullido, pero dotado de vista. La
voluntad es la causa incansable de la
manifestación y todas las partes de la
naturaleza son producto de la voluntad.
El cerebro es el producto de la voluntad
de saber; la mano es el producto de la
voluntad de aprehender. Todas las
constituciones intelectuales y
emocionales del hombre están al
servicio de la voluntad y tienen que ver,
en gran medida, con el esfuerzo de
justificar los dictados de la voluntad.
De
este modo, la mente crea sistemas
complejos de pensamiento simplemente
para demostrar la necesidad del objeto
deseado. El genio, sin embargo,
representa el estado en el cual el
intelecto ha alcanzado la supremacía
sobre la voluntad y la vida se rige por la
razón, en lugar de por el impulso. La
fuerza del cristianismo, según
Schopenhauer, consistía en su
pesimismo y en su conquista de la
voluntad individual. Sus propios puntos
de vista religiosos se parecían mucho a
los de los budistas. Para él, el nirvana
representaba la represión de la voluntad.
Según él, la vida, como manifestación
del deseo ciego de vivir, era una
desgracia y decía que el verdadero
filósofo es aquel que, reconociendo la
sabiduría de la muerte, se resistía al
impulso inherente de reproducir su
especie.
De Friedrich Wilhelm Nietzsche se
ha dicho que su aportación particular a
la causa de la esperanza humana fue la
buena noticia de que Dios había muerto
de pena. Las características más
destacadas de la filosofía de Nietzsche
son su doctrina de la recurrencia eterna
y la gran importancia que atribuía a la
voluntad de poder, una proyección de la
voluntad de vivir de Schopenhauer.
Nietzsche creía que la finalidad de la
existencia era producir un tipo de
individuo todopoderoso —él lo llamaba
«superhombre»—, que había que criar
con mucho cuidado, porque, si no era
separado por la fuerza de la masa y
consagrado a producir poder, aquel
individuo volvería a descender al nivel
de los mediocres. Según Nietzsche,
había que sacrificar el amor para
producir el superhombre y solo debían
casarse los que estaban mejor equipados
para producir aquel tipo extraordinario.
Nietzsche creía también en la norma de
la aristocracia y tanto la sangre como la
reproducción eran fundamentales para
establecer aquel tipo superior.
La
doctrina de Nietzsche no liberaba a las
masas, sino que colocaba por encima de
ellas a los superhombres, por los cuales
los hermanos inferiores debían estar
totalmente resignados a morir. Desde el
punto de vista ético y el político, el
superhombre hacía lo que le daba la
gana. Para los que entienden que el
verdadero significado del poder es la
virtud, el autocontrol y la verdad, la
idealidad de la teoría de Nietzsche
resulta evidente. Para los superficiales,
en cambio, es una filosofía cruel y
calculadora, que solo se interesa por la
supervivencia de los más aptos.
La limitación de espacio nos impide
mencionar en detalle las demás escuelas
alemanas de pensamiento filosófico.
Los
avances más recientes de la escuela
alemana son el freudismo y el
relativismo (a menudo llamado «la
teoría de Einstein»). Aquel es un sistema
de psicoanálisis a través de fenómenos
psicopáticos y neurológicos; este ataca
la precisión de los principios mecánicos
en función de la teoría actual de la
velocidad.
René Descartes está situado a la
cabeza de la escuela francesa de
filosofía y comparte con sir Francis
Bacon el honor de haber fundado los
sistemas de la ciencia y la filosofía
modernas. Mientras que Bacon basaba
sus conclusiones en la observación de lo
externo, Descartes fundaba su filosofía
metafísica en la observación de lo
interno.
El cartesianismo (la filosofía de
Descartes) primero elimina todo y
después sustituye como fundamentales
las premisas sin las cuales es imposible
la existencia. Para Descartes, una idea
es lo que llega a la mente cuando
concebimos algo y su verdad se debe
determinar mediante los criterios de
claridad y diferenciación. Por
consiguiente, una idea clara y distinta
tenía que ser verdad. Descartes se
distingue también por desarrollar su
propia filosofía sin recurrir a la
autoridad, de modo que sus conclusiones
parten de las premisas más sencillas y
su complejidad aumenta a medida que la
estructura de su filosofía va cobrando
forma.
El positivismo de Auguste Comte se
basa en la teoría de que el intelecto
humano se desarrolla pasando por tres
etapas del pensamiento. El estadio
primero e inferior es el teológico: el
segundo es el metafísico, y el tercero y
más elevado, el positivo. Resulta así
que la teología y la metafísica son
débiles esfuerzos intelectuales de la
mente infantil de la humanidad y el
positivismo es la expresión mental del
intelecto adulto.
En su Cours de
philosophie positive, Comte escribe lo
siguiente: «En la etapa final, la positiva,
la mente ha renunciado a la búsqueda
vana de nociones absolutas, el origen y
el destino del universo y las causas de
los fenómenos y se dedica a estudiar sus
leyes, es decir, sus relaciones
invariables de sucesión y semejanza. El
razonamiento y la observación, bien
combinados, son los medios para
adquirir este conocimiento». La teoría
de Comte se describe como «un sistema
enorme de materialismo». Según Comte,
antes se decía que los cielos proclaman
la gloria de Dios pero ahora se limitan a
narrar la gloria de Newton y Laplace.
Entre las escuelas francesas de
filosofía figuran el tradicionalismo —a
menudo se aplica este término al
cristianismo—, para el cual la tradición
es la base de la filosofía; la escuela
sociológica, que considera la humanidad
un inmenso organismo social; los
enciclopedistas, cuyo esfuerzo por
clasificar el conocimiento según el
sistema baconiano revolucionó el
pensamiento europeo; el volterianismo,
que se oponía al origen divino de la fe
cristiana y adoptó una actitud de máximo
escepticismo con respecto a todo lo
relacionado con la teología, y el
neocriticismo, una revisión francesa de
las doctrinas de Immanuel Kant.
Henri Bergson, el intuicionista, sin
duda el más importante de los filósofos
franceses vivos, presenta una teoría de
antiintelectualismo místico que parte de
la premisa de la evolución creativa. No
tardó en hacerse popular, porque apela a
los mejores sentimientos de la
naturaleza humana, que se rebela contra
la desesperanza y la impotencia de la
ciencia materialista y la filosofía
realista. Bergson ve a Dios como la
vida, luchando constantemente contra las
limitaciones de la materia. Incluso
concibe la posible victoria de la vida
sobre la materia y, con el tiempo, la
aniquilación de la muerte.
Aplicando a la mente el método
baconiano, John Locke, el gran filósofo
inglés, afirmaba que todo lo que pasa
por la mente es un objeto legítimo de la
filosofía mental y que estos fenómenos
mentales son tan reales y tan válidos
como los objetos de cualquier otra
ciencia.
En sus investigaciones sobre el
origen de los fenómenos, Locke partía
de la premisa baconiana de que primero
había que hacer una historia natural de
los hechos. Para Locke, la mente está en
blanco hasta que se graba en ella la
experiencia, de modo que la mente se
construye a partir de las impresiones
recibidas, a las que se suma la reflexión.
Locke creía que el alma era incapaz de
percibir la divinidad y que la conciencia
o la cognición que el hombre tenía de
Dios no era más que una inferencia de la
facultad de razonamiento. David Hume
fue el más entusiasta y también el más
influyente de los discípulos de Locke.
El obispo George Berkeley sustituyó
el sensacionalismo de Locke con una
filosofía fundada en las premisas
fundamentales de este, pero desarrollada
como un sistema de idealismo. Berkeley
sostenía que las ideas son el verdadero
objeto del conocimiento.
Según él, era
imposible demostrar que las sensaciones
fuesen causadas por objetos materiales y
también trató de probar que la materia
no existe. Berkeley sostiene que el
universo está impregnado y regido por
la mente; por consiguiente, creer en la
existencia de los objetos materiales no
es más que un estado mental y es posible
que hasta los propios objetos sean un
invento de la mente. Al mismo tiempo,
para Berkeley, poner en duda la
precisión de las percepciones era peor
que la locura, porque, si se cuestiona el
poder de la facultad de percibir, el
hombre queda reducido a una criatura
incapaz de conocer, de juzgar o de
realizar ninguna otra cosa.
En el asociacionismo de Hartley y
Hume se adelantaba la teoría de que la
asociación de ideas es el principio
fundamental de la psicología y la
explicación de todos los fenómenos
mentales. Hartley sostenía que, si una
sensación se repite varias veces, es que
hay una tendencia a que se repita
espontáneamente, que se puede
despertar si se asocia con alguna otra
idea, aun si no está presente el objeto
que provocaba la reacción original.
Según el utilitarismo de Jeremy
Bentham, el arcediano Paley y James y
John Stuart Mill, el mayor bien es lo que
es más útil para la mayor cantidad de
personas. John Stuart Mill creía que si
se puede alcanzar el conocimiento de las
propiedades de las cosas por medio de
la sensación, mediante un estado mental
más elevado —es decir, la intuición o la
razón— también se puede lograr el
conocimiento de la verdadera sustancia
de las cosas.
El darwinismo es la doctrina de la
selección natural y la evolución física.
Con respecto a Charles Robert Darwin
se ha dicho que decidió desterrar por
completo el espíritu del universo y
convertir la mente infinita y
omnipresente en sinónimo de los
poderes penetrantes de una naturaleza
impersonal. El agnosticismo y el
neohegelianismo son también productos
destacados de este período del
pensamiento filosófico. El primero es la
creencia en que la naturaleza de lo
supremo es incognoscible y el segundo,
una revisión inglesa y estadounidense
del idealismo de Hegel.
El doctor W. J. Durant declara que la
gran obra de Herbert Spencer, Primeros
principios, lo convirtió casi de
inmediato en el filósofo más famoso de
su época.
El spenciarianismo es un
positivismo filosófico que describe la
evolución como una complejidad cada
vez mayor, con el equilibrio como el
estado más elevado posible. Según
Spencer, la vida es un proceso constante
desde la homogeneidad hasta la
heterogeneidad y de vuelta de la
heterogeneidad a la homogeneidad. La
vida también supone la adaptación
constante de las relaciones internas a las
externas. El aforismo más famoso de
Spencer es su definición de la
divinidad: «Dios es la inteligencia
infinita, diversificada hasta el infinito en
un tiempo y un espacio infinitos, que se
manifiesta a través de una infinidad de
individualidades en constante
evolución».
Spencer destacaba la
universalidad de la ley de la evolución y
la aplicaba no solo a la forma, sino
también a la inteligencia que hay detrás
de la forma. En todas las
manifestaciones del ser reconocía la
tendencia fundamental a ir de lo sencillo
a lo complejo y observaba que, cuando
se alcanza el punto de equilibrio,
siempre va seguido del proceso de
disolución. Según Spencer, sin embargo,
la desintegración solo se producía para
que a continuación pudiera haber
reintegración a un nivel superior del ser.
El puesto principal de la escuela
italiana de filosofía habría que
adjudicárselo a Giordano Bruno, que,
tras aceptar con entusiasmo la teoría de
Copérnico de que el sol es el centro del
sistema solar, anunció que el sol es una
estrella y que todas las estrellas son
soles.
En aquella época, la tierra se
consideraba el centro de toda la
creación, de modo que, cuando Bruno
relegó al mundo y al hombre a un rincón
oscuro del espacio, se produjo un
cataclismo. Bruno pagó con su vida la
herejía de afirmar la multiplicidad de
los universos y de concebir el cosmos
como algo tan vasto que no se podía
llenar con un solo credo.
El vicoísmo es una filosofía basada
en las conclusiones de Giovanni Battista
Vico, que sostenía que Dios no controla
Su mundo de forma milagrosa, sino
mediante las leyes naturales. Según él,
las leyes por las cuales los hombres se
rigen a sí mismos nacen de una fuente
espiritual que hay dentro de la
humanidad y que está en comunicación
con la ley divina; por consiguiente, la
ley material tiene origen divino y refleja
los dictados del Padre Espiritual. La
filosofía del ontologismo, desarrollada
por Vincenzo Gioberti —por lo general
se lo considera más teólogo que filósofo
—, plantea a Dios como el único ser y
el origen de todo conocimiento y el
conocimiento como algo idéntico a la
propia divinidad. Por consiguiente,
llama Ser a Dios y todas las demás
manifestaciones son existencias. Para
descubrir la verdad, hay que reflexionar
acerca de este misterio.
El más importante de los filósofos
italianos modernos es Benedetto Croce,
un idealista hegeliano.
Para Croce, las
ideas son la única realidad. Es
antiteológico en sus puntos de vista, no
cree en la inmortalidad del alma y
pretende sustituir la religión con la ética
y la estética. Entre otras ramas de la
filosofía italiana cabe mencionar el
sensismo (sensacionalismo), según el
cual las percepciones sensoriales son
los únicos canales para recibir el
conocimiento; el criticismo, o la
filosofía del juicio exacto, y el
neoescolasticismo, que es una
reinstauración del tomismo alentada por
la Iglesia católica.
Las dos escuelas más destacadas de
la filosofía estadounidense son el
trascendentalismo y el pragmatismo. El
trascendentalismo, que aparece en las
obras de Ralph Waldo Emerson, destaca
el poder de lo trascendental por encima
de lo físico. Muchos de los escritos de
Emerson manifiestan una acusada
influencia oriental, en particular sus
ensayos sobre la superalma y la ley de
compensación. Si bien la teoría del
pragmatismo no es obra del profesor
William James, a sus esfuerzos debe su
amplia popularidad como principio
filosófico.
El pragmatismo se puede
definir como la doctrina según la cual el
significado y la naturaleza de las cosas
se descubren a partir del análisis de sus
consecuencias. La verdad, según James,
«no es más que una cualidad funcional
de nuestra forma de pensar, así como “lo
correcto” no es más que una cualidad
funcional de nuestra manera de actuar».
[1bis] John Dewey, el instrumentalista,
que aplica la actitud experimental a
todos los propósitos de la vida, se debe
considerar un comentarista de James.
Para Dewey, el crecimiento y el cambio
son ilimitados y no postula nada
supremo. Por su prolongada residencia
en Estados Unidos, el español Jorge
Santayana merece figurar entre los
filósofos estadounidenses.
Defendiéndose a sí mismo con el escudo
del escepticismo tanto de las ilusiones
de los sentidos como del cúmulo de
errores de todos los tiempos, Santayana
procura conducir a la humanidad a un
estado de mayor percepción, que él
denomina «la vida de la razón».
(Además de las autoridades ya
citadas, durante la preparación de este
compendio sobre las ramas principales
del pensamiento filosófico, el autor ha
tenido acceso a The History of
Philosophy de Stanley, An Historical
and Critical View of the Speculative
Philosophy of Europe in the Nineteenth
Century de Morell, Modern Thinkers
and Present Problems de Singer,
Modern Classical Philosophers de
Rand, Historia general de la Filosofía
de Windelband, Present Philosophical
Tendencies de Perry, Lectures on
Metaphysics and Logic de Hamilton y
The Story of Philosophy de Durant).
Después de haber detallado la
evolución más o menos secuencial de la
especulación filosófica desde Tales
hasta James y Bergson, corresponde
ahora llamar la atención del lector hacia
los elementos y las circunstancias que
conducen a la génesis del pensamiento
filosófico.
Aunque los helenos
demostraron ser particularmente
sensibles a las disciplinas filosóficas,
no se debe considerar que esta ciencia
de las ciencias nació con ellos. Escribe
Thomas Stanley: «Aunque algunos
griegos han atribuido a su nación el
origen de la filosofía, los más eruditos
de ellos reconocen que procede de
Oriente». Las magníficas instituciones
del saber hindúes, caldeas y egipcias se
deben reconocer como el verdadero
origen de la sabiduría griega, que se
basó en las sombras proyectadas por los
santuarios de Ellora, Ur y Menfis sobre
la sustancia del pensamiento de un
pueblo primitivo. Tales, Pitágoras y
Platón, en sus andanzas filosóficas,
estuvieron en contacto con muchos
cultos distantes y regresaron con la
tradición de Egipto y el Oriente
inescrutable.
A partir de hechos incuestionables
como estos, resulta evidente que la
filosofía surgió de los Misterios
religiosos de la Antigüedad y que no se
separó de la religión hasta después de la
decadencia de estos.
Por consiguiente,
quien quiera comprender las
profundidades del pensamiento
filosófico debe familiarizarse con las
enseñanzas de los sacerdotes iniciados,
que fueron los primeros custodios de la
revelación divina. Se supone que los
Misterios eran los guardianes de un
conocimiento trascendental tan profundo
que resultaba incomprensible salvo para
el intelecto más elevado y tan poderoso
que solo se podía revelar sin riesgos a
quienes carecían de toda ambición
personal y habían consagrado su vida al
servicio desinteresado de la humanidad.
Tanto de la dignidad de aquellas
instituciones sagradas como de la
validez de su afirmación de que poseían
la sabiduría universal dan fe los
filósofos más ilustres de la Antigüedad,
que se habían iniciado en las
profundidades de la doctrina secreta y
daban testimonio de su eficacia.
Es legítimo formularse la pregunta
siguiente: si estas instituciones místicas
antiguas tuvieron tanta trascendencia,
¿por qué disponemos en la actualidad de
tan poca información acerca de ellas y
de los arcanos que decían poseer? La
respuesta es bastante sencilla: los
Misterios eran sociedades secretas que
obligaban a sus iniciados a guardar un
secreto inviolable y castigaban con la
muerte la traición de los deberes
sagrados. Aunque aquellas escuelas
fueron la verdadera inspiración de las
diversas doctrinas promulgadas por los
filósofos antiguos, el origen de aquellas
doctrinas no se revelaba jamás a los
profanos. Además, con el correr del
tiempo, las enseñanzas quedaron unidas
de forma tan inextricable a los nombres
de quienes las difundieron que las
verdaderas fuentes —los Misterios—,
de tan recónditas, se perdieron en el
olvido.
La lengua de los Misterios es el
simbolismo; de hecho, es la lengua no
solo del misticismo y la filosofía, sino
de toda la naturaleza, porque todas las
leyes y los poderes que actúan en el
universo se manifiestan ante las
limitadas percepciones sensoriales del
hombre por medio de símbolos. Todas
las formas que existen en la esfera
diversificada del ser son símbolos de la
actividad divina que las produce.
Mediante símbolos han procurado
siempre los hombres comunicarse
mutuamente aquellos pensamientos que
trascienden las limitaciones del
lenguaje. Tras rechazar los dialectos
creados por el hombre por inadecuados
o indignos de perpetuar ideas divinas,
los Misterios eligieron el simbolismo
como un método ideal y mucho más
ingenioso de conservar su conocimiento
trascendental.
Con una sola figura, un
símbolo puede revelar y ocultar al
mismo tiempo, porque, para el que sabe,
el tema del símbolo resulta evidente,
mientras que, para el ignorante, la figura
sigue siendo inescrutable. Por
consiguiente, quien pretenda descubrir
la doctrina secreta de la Antigüedad no
debe buscarla en las páginas abiertas de
los libros que podrían caer en manos de
quienes no los merecen, sino en el lugar
en el que fue escondida originariamente.
Los iniciados de la Antigüedad
tuvieron visión de futuro. Se dieron
cuenta de que las naciones pasan, de que
los imperios alcanzan su grandeza y
decaen y de que, después de la época
dorada de las artes, las ciencias y el
idealismo, llega la edad oscura de la
superstición.
Teniendo en cuenta sobre
todo las necesidades de la posteridad,
los sabios antiguos llegaron a extremos
inconcebibles para asegurarse de
preservar su conocimiento. Lo grabaron
en las paredes de las montañas y lo
ocultaron dentro de las dimensiones de
imágenes colosales, cada una de las
cuales era una maravilla geométrica.
Escondieron lo que sabían de química y
matemática en mitologías que los
ignorantes perpetuarían o en los arcos
de sus templos, que el tiempo no ha
destruido del todo. Escribieron en
caracteres que ni el vandalismo de los
hombres ni la furia implacable de los
elementos pudieron borrar por
completo. Hoy los hombres contemplan
con respeto reverencial los gigantescos
colosos de Memnón, que se alzan solos
en las arenas de Egipto, o las extrañas
pirámides escalonadas de Palenque. Son
testimonios mudos de las artes y las
ciencias perdidas de la Antigüedad y tal
sabiduría debe permanecer oculta hasta
que nuestra raza haya aprendido a leer el
lenguaje universal: el simbolismo.
El libro al que corresponde esta
introducción está dedicado a la
proposición de que en estas figuras,
alegorías y rituales emblemáticos de los
antiguos se oculta una doctrina secreta
que tiene que ver con los misterios
profundos de la vida y que esta doctrina
ha sido preservada en su totalidad por
un grupo reducido de mentes iniciadas
desde el principio del mundo. Al partir,
aquellos filósofos iluminados han
dejado sus fórmulas para que otros
también pudieran llegar a comprender.
Sin embargo, para que aquellos
procesos secretos no cayeran en manos
incultas y se pervirtieran, el Gran
Arcano siempre se ha escondido en
símbolos o alegorías y los que hoy
alcancen a descubrir sus claves ocultas
pueden abrir con ellas un tesoro de
verdades filosóficas, científicas y
religiosas.
EL HUEVO ÓRFICO
El antiguo símbolo de los Misterios Órficos era el huevo envuelto por una serpiente, que representaba al Cosmos rodeado por el ardiente Espíritu Creativo. El huevo también representa el alma del filósofo; la serpiente representa a los Misterios. Cuando se alcanza la iniciación se rompe el cascarón; y el hombre surge del estado embrionario de la existencia física donde ha permanecido durante el período fetal de la regeneración filosófica.
En La gran asamblea sagrada está
escrito acerca del Antiguo de los
Antiguos que es el Oculto de los
Ocultos, el Eterno de los Eternos, el
Misterio de los Misterios y que, en sus
símbolos, es cognoscible e
incognoscible. Según el Zohar, sus
vestiduras son blancas, aunque en esta
ilustración se ven rojas, para indicar que
las prendas de la Divinidad comparten
la naturaleza de la actividad cósmica. Se
dice que su rostro es amplio, luminoso y
espantoso.
Está sentado en un trono de
luz llameante y los destellos del fuego
están sometidos a Su voluntad.
La luz
blanca que le surge de la cabeza ilumina
cuatrocientos mil mundos. (Según
algunos textos, son cuarenta mil mundos
superiores). La gloria de esta luz llegará
a los justos, llamados «los frutos
sagrados del árbol sefirótico».
Trece mil millares de mundos
quedan bajo la luz que procede de su
cabeza, de la cual fluye un rocío
misterioso, que tiene el poder de
despertar a la vida eterna a los que están
muertos espiritualmente. Se dice que la
Gran Faz mide trescientos setenta mil
millares de mundos y por eso se la llama
«la Larga Faz».
La apariencia del
Antiguo de los Antiguos es la del
Anciano de los Ancianos, que ya era
antes del comienzo y cuyo trono se alza
sobre el firmamento. El Anciano de los
Ancianos deseó la Faz Menor, o la
creación, que es el carro del Santísimo
de los Santísimos.
El cabello y la barba del Antiguo de
los Antiguos se extienden hasta los
confines del universo. De Su cabeza
cuelgan mil mil millares y siete mil
quinientos cabellos rizados, que no están
mezclados, para que no haya confusión,
y en cada rizo hay cuatrocientos diez
mechones de pelo y todos y cada uno de
estos cabellos irradia en cuatrocientos
diez mundos. En el vacío de Su cabeza
está la membrana aérea de la Sabiduría
suprema oculta y Su cerebro se extiende
y avanza por treinta y dos caminos. De
la barba del Antiguo de los Antiguos
fluyen trece fuentes y de Sus manos
salen los rayos madres y padres, de los
cuales nace la existencia. La cabeza del
Antiguo de los Antiguos está hendida,
como la de Zeus, para que pueda surgir
de ella la sabiduría, en forma de Atenea.
Manly Palmer Hall
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