La Atlántida es el tema de un artículo
breve, pero importante, publicado en el
Annual Report of the Board of Regents
of the Smithsonian Institution for the
year ending 30 de junio de 1915, cuyo
autor, Pierre Termier, miembro de la
Academia de Ciencias y Director del
Servicio of the Geologic Chart de
Francia, pronunció en 1912 una
conferencia sobre la hipótesis de la
Atlántida en el Instituto Oceanográfico.
En el informe de la Smithsonian
Institution se publica la traducción de
las notas de aquella conferencia
memorable.
«Tras un período prolongado de
desdeñosa indiferencia —escribe
Termier—, en los últimos años se
observa que la ciencia vuelve a estudiar
la Atlántida.
Cuántos naturalistas
geólogos, zoólogos o botánicos se
preguntan hoy los unos a los otros si
Platón no nos habrá transmitido,
ligeramente ampliada, una página de la
historia real de la humanidad. Todavía
no estamos en condiciones de hacer
ninguna afirmación, aunque cada vez
parece más evidente que una región
inmensa, continental o compuesta por
grandes islas, se ha hundido al oeste de
las columnas de Hércules también
llamadas el estrecho de Gibraltar, y que
no hace tanto que se produjo dicho
derrumbe. En cualquier caso, se vuelve
a plantear a los hombres de ciencias la
cuestión de la Atlántida y, puesto que
considero que no se podrá resolver
jamás sin la colaboración de la
oceanografía, me ha parecido natural
tratarla aquí, en este templo de la
ciencia marítima, y dirigir hacia este
problema —despreciado durante mucho
tiempo, pero que ahora se reactiva— la
atención de los oceanógrafos, así como
también la de aquellos que, a pesar de
estar inmersos en el tumulto de las
ciudades, no hacen oídos sordos al
murmullo lejano del mar».
En su conferencia, monsieur Termier
presenta datos geológicos, geográficos y
zoológicos que corroboran la teoría de
la Atlántida. Vacía de forma figurada
todo, el lecho del océano Atlántico,
analiza las desigualdades de su cuenca y
cita lugares, a lo largo de una línea que
va desde las Azores hasta Islandia, en
los que, al dragar, ha llegado lava hasta
la superficie desde una profundidad de
tres mil metros. La naturaleza volcánica
de las islas que existen actualmente en el
océano Atlántico confirma la afirmación
de Platón de que la Atlántida fue
destruida por cataclismos volcánicos.
Termier adelanta también la conclusión
de un joven zoólogo francés, Louis
Germain, que reconoció la existencia de
un continente atlántico unido a la
península Ibérica y a Mauritania y que
se prolongaba hacia el sur para incluir
algunas regiones de clima desértico.
Termier finaliza su conferencia con una
explicación gráfica del hundimiento de
aquel continente.
La descripción de la civilización
atlante que Platón ofrece en el Critias se
puede resumir como sigue. En los
primeros tiempos, los dioses se
repartieron la tierra entre ellos, de
forma proporcional a sus dignidades
respectivas. Cada uno se convirtió en la
divinidad particular de la zona que le
tocaba, donde levantó templos
dedicados a sí mismo, ordenó
sacerdotes y estableció un sistema de
sacrificios. A Poseidón le
correspondieron el mar y el continente
insultar de la Atlántida. En medio de la
isla había una montaña que era la
morada de tres seres humanos
primitivos, nacidos en la tierra: Evenor;
su esposa, Leucipe, y su única hija, Clito
o Clitoé.
La doncella era muy hermosa y,
tras la muerte repentina de sus padres,
Poseidón la cortejó y juntos tuvieron
cinco pares de hijos varones. Poseidón
repartió su continente entre ellos y puso
a Atlas, el mayor, por encima de los
otros nueve. Además, en honor a Atlas,
Poseidón llamó Atlántida al país y
Atlántico al océano que lo rodeaba.
Antes del nacimiento de sus diez hijos
varones, Poseidón dividió el continente
y el mar costero en zonas concéntricas
de tierra y agua, tan perfectas como si
las hubiese hecho con un torno. Dos
zonas de tierra y tres de agua rodeaban
la isla central, que Poseidón hizo que
estuviera irrigada por dos manantiales
de agua: uno caliente y el otro frío.
Los descendientes de Atlas siguieron
administrando la Atlántida y, gracias a
su gobierno acertado y a su
laboriosidad, el país alcanzó una
posición de notable importancia. Daba
la impresión de que los recursos
naturales de la Atlántida eran ilimitados.
Se extraían metales preciosos se
domesticaban los animales salvajes y se
destilaban perfumes de sus flores
fragantes.
Además de disfrutar de
aquella abundancia natural por su
situación semi-tropical, los atlantes se
ocuparon también de construir palacios,
templos y muelles. Tendieron puentes
para cruzar las zonas marinas y después
excavaron un canal profundo para
conectar el océano con el centro de la
isla, donde estaban los palacios y el
templo de Poseidón, que superaba en
magnificencia a todas las demás
construcciones. Crearon una red de
puentes y canales para unir las distintas
partes de su reino.
A continuación, Platón describe las
piedras blancas, negras y rojas que
extrajeron de debajo de su continente y
utilizaron para construir los edificios
públicos y los muelles. Delimitaron con
una muralla cada una de las zonas
terrestres: la exterior estaba recubierta
de bronce: la intermedia, de estaño, y la
interior, que rodeaba la ciudadela, de
auricalco. Dentro de la ciudadela,
situada en la isla central, estaban los
palacios, los templos y otros edificios
públicos.
En su centro, rodeado por una
muralla de oro, había un santuario
dedicado a Clito y a Poseidón.
Allí
nacieron los diez primeros príncipes de
la isla y allí, todos los años, sus
descendientes llevaban ofrendas. El
templo del propio Poseidón, cuyo
exterior estaba totalmente recubierto de
plata y sus pináculos, de oro, también se
alzaba dentro de la ciudadela. El
interior del templo —incluidas las
columnas y el suelo— era de marfil,
oro, plata y auricalco. Dentro del templo
había una estatua colosal de Poseidón,
de pie en un carro tirado por seis
caballos alados y rodeado por un
centenar de nereidas montadas en
delfines. Distribuidas en el exterior del
edificio había estatuas doradas de los
diez primeros reyes y sus esposas.
En las arboledas y los jardines había
fuentes de agua caliente y fría. Había
numerosos templos dedicados a diversas
divinidades, lugares de ejercicio para
las personas y los animales, baños
públicos y un hipódromo inmenso.
En
distintos lugares estratégicos de las
zonas había fortificaciones y al gran
puerto llegaban naves procedentes de
todas las naciones marítimas. Las zonas
estaban tan pobladas que siempre se
sentía en el aire el sonido de voces
humanas.
La parte de la Atlántida que daba al
mar se describía como elevada y
escarpada, pero en tomo a la ciudad
central había una planicie —protegida
por montañas famosas por su tamaño,
cantidad y belleza— que producía dos
cosechas al año; en invierno recibía el
agua de las lluvias y en verano, la de
inmensos canales de riego, que también
se usaban para el transporte. La planicie
estaba dividida en sectores y en tiempos
de guerra cada sector aportaba su cuota
de hombres y carros para combatir.
Los diez gobiernos diferían entre sí
en detalles relacionados con los
requisitos militares.
Cada uno de los
reyes de la Atlántida ejercía un control
absoluto sobre su propio reino, pero las
relaciones entre ellos se regían por un
código grabado por los diez primeros
reyes en una columna de auricalco que
se alzaba en el templo de Poseidón. A
intervalos alternos de cinco y seis años,
se celebraba una peregrinación a aquel
templo, para conceder el mismo honor a
los números pares que a los impares.
Allí, mediante los sacrificios
correspondientes, cada rey renovaba su
juramento de lealtad a la inscripción
sagrada. También allí los reyes llevaban
vestiduras azul celeste y tomaban
decisiones. Al amanecer, escribían sus
sentencias en una tablilla dorada y las
depositaban junto a sus vestiduras, como
recordatorio. Las leyes principales de
los reyes de la Atlántida establecían que
no podían levantarse en armas los unos
contra los otros y que debían colaborar
con cualquiera de ellos que fuese
atacado. En cuestiones de guerra y en las
de mayor trascendencia, los
descendientes directos de la familia de
Atlas tenían la última palabra.
Ningún
rey podía decidir sobre la vida y la
muerte de ninguno de los suyos sin el
consentimiento de la mayoría de los
diez. Para concluir su descripción, Platón
declara que aquel fue el gran imperio
que atacó a los estados helénicos aunque
aquello no ocurrió hasta después de que
su poder y su esplendor hubiesen
apartado a los reyes atlantes del camino
de la sabiduría y la virtud.
Llenos de
falsa ambición, los gobernantes de la
Atlántida decidieron conquistar el
mundo entero.
Al darse cuenta de la
maldad de los atlantes Zeus reunió a los
dioses en su morada sagrada para hablar
con ellos Aquí acaba bruscamente la
narración de Platón, porque el Critias
nunca fue acabado. En el Timeo hay otra
descripción de la Atlántida, que
supuestamente proporcionó a Solón un
sacerdote egipcio, y que concluye con
estas palabras:
«Mas después se produjeron
violentos terremotos e
inundaciones y en un solo día y
noche de lluvia todos tus
hombres belicosos en masa, se
hundieron en la tierra y la isla de
la Atlántida desapareció también
de la misma forma y se hundió
bajo las aguas.
Este es el motivo
por el cual en aquellas partes el
mar es intransitable e
impenetrable, porque hay tal
cantidad de barro poco profundo
en el camino, y esto se debe al
hundimiento de la isla».
En la introducción a su traducción
del Timeo, Thomas Taylor toma una cita
de la Historia de Etiopía escrita por
Marcelo que contiene la siguiente
referencia a la Atlántida: «Porque
cuentan que en aquel tiempo había siete
islas en el océano Atlántico,
consagradas a Proserpina, y, además de
estas, otras tres de una magnitud
descomunal; una de ellas estaba
consagrada a Plutón; otra, a Anión, y
otra, que está en medio de aquellas y
mide mil estadios, a Neptuno». Crantor,
en su comentario sobre lo que dice
Platón, afirmó que, según los sacerdotes
egipcios, la historia de la Atlántida
estaba escrita en estelas que todavía se
conservaban en tomo al año 300 a. de C.
[15] Ignatius Donnelly, que estudió en
profundidad el tema de la Atlántida,
creía que los atlantes fueron los
primeros en domesticar caballos, que,
por tal motivo, siempre se han
considerado particularmente
consagrados a Poseidón.[16]
Si analizamos con atención la
descripción de la Atlántida que hace
Platón, resulta evidente que la historia
no se puede considerar totalmente
fidedigna, sino, más bien, en parte
alegoría y en parte real. Orígenes,
Porfirio, Proclo, Jámblico y Siriano
reconocían que la historia ocultaba un
profundo misterio filosófico, pero no
coincidían en cuanto a su verdadera
interpretación.
La Atlántida de Platón
simboliza la triple naturaleza tanto del
universo como del cuerpo humano.
Los
diez reyes de la Atlántida son los puntos
o números de la tetractys, que nacen
como cinco pares de opuestos.[17]
Los
números del uno al diez rigen a todas las
criaturas y los números, a su vez, están
sometidos al control de la mónada, o
uno, el mayor de ellos.
Con el cetro de tres dientes de
Poseidón, aquellos reyes dominaban a
los habitantes de las siete islas pequeñas
y las tres grandes que componían la
Atlántida. Desde un punto de vista
filosófico, las diez islas representan los
poderes trinos de la Divinidad Superior
y los siete regentes que se inclinan ante
Su trono eterno. Si tomamos la Atlántida
como arquetipo de la esfera, su
inmersión significa el descenso de la
conciencia racional y organizada al
reino ilusorio y pasajero de la
ignorancia irracional y mortal.
Tanto el
hundimiento de la Atlántida como la
historia bíblica de la «caída del
hombre» suponen una involución
espiritual, un requisito esencial para la
evolución consciente.
O bien el Platón iniciado utilizó la
alegoría de la Atlántida para cumplir
dos finalidades totalmente diferentes o,
de lo contrario, las versiones que
conservaban los sacerdotes egipcios
fueron alteradas para perpetuar la
doctrina secreta. Esto no pretende dar a
entender que la Atlántida fuese algo
meramente mitológico, pero supera el
obstáculo más grave para la aceptación
de la teoría de la Atlántida, es decir, las
versiones fantásticas acerca de su
origen, tamaño, apariencia y fecha de
destrucción: el 9600 a. de C.
En medio
de la isla central de la Atlántida había
una montaña majestuosa que proyectaba
una sombra de cinco mil estadios de
extensión y cuya cima tocaba la esfera
del æther. Esta montaña es el eje del
mundo, sagrada entre muchas razas y
simbólica de la cabeza humana, que
surge de los cuatro elementos del
cuerpo. Esta montaña sagrada, en cuya
cima se alzaba el templo de los dioses,
dio origen a las historias sobre Olimpo,
Meru y Asgard. La ciudad de las puertas
doradas, la capital de la Atlántida, es la
que actualmente se preserva en muchas
religiones como la Ciudad de los Dioses
o la Ciudad Santa. Aquí tenemos el
arquetipo de la Nueva Jerusalén, con sus
calles pavimentadas en oro y sus doce
puertas resplandecientes de piedras
preciosas.
«La historia de la Atlántida —
escribe Ignatius Donnelly— es la clave
de la mitología griega.
No cabe la menor
duda de que aquellos dioses griegos
eran seres humanos. La tendencia a
asignar atributos divinos a los grandes
gobernantes terrenales está muy
implantada en la naturaleza humana».[18]
El mismo autor respalda su punto de
vista destacando que las divinidades de
la mitología griega no se consideraban
creadoras del universo, sino más bien
regentes puestos por los creadores
originales, más antiguos. El Jardín del
Edén, del cual la humanidad fue
expulsada con una espada flamígera, es,
tal vez, una alusión al Paraíso terrenal,
que, supuestamente, estaba situado al
oeste de las columnas de Hércules y que
fue destruido por cataclismos
volcánicos.
La leyenda del diluvio
también se puede remontar a la
inundación de la Atlántida, durante la
cual el agua destruyó un «mundo».
¿Acaso el conocimiento religioso,
filosófico y científico que poseían los
sacerdotes de la Antigüedad procedía de
la Atlántida, cuyo hundimiento arrasó
todo vestigio de su participación en el
drama del progreso mundial? El culto al
sol de los atlantes se ha perpetuado en
los rituales y las ceremonias tanto del
cristianismo como del paganismo.
En la
Atlántida, tanto la cruz como la
serpiente eran emblemas de la sabiduría
divina.
Los progenitores divinos (atlantes) de los mayas y los quichés de América Central coexistían dentro del resplandor verde y azul celeste de Gucumatz, la «serpiente emplumada». Los seis sabios nacidos en el cielo se manifestaban como centros de luz unidos o sintetizados por el séptimo y principal de su orden: la «serpiente emplumada». [19] El título de serpiente «alada» o «emplumada» se aplicaba a Quetzalcóatl, o Kukulcán, el iniciado centroamericano.
Los progenitores divinos (atlantes) de los mayas y los quichés de América Central coexistían dentro del resplandor verde y azul celeste de Gucumatz, la «serpiente emplumada». Los seis sabios nacidos en el cielo se manifestaban como centros de luz unidos o sintetizados por el séptimo y principal de su orden: la «serpiente emplumada». [19] El título de serpiente «alada» o «emplumada» se aplicaba a Quetzalcóatl, o Kukulcán, el iniciado centroamericano.
El centro de la
sabiduría-religión atlante era —se
supone— un templo piramidal inmenso
que se alzaba en la cima de una meseta,
en medio de la ciudad de las puertas
doradas. Desde allí salían los
sacerdotes-iniciados de la pluma
sagrada, llevando las llaves de la
sabiduría universal hasta los confines de
la tierra.
Las mitologías de muchas naciones
contienen relatos de dioses que
«salieron del mar».
Algunos chamanes
de los indios americanos hablan de
hombres santos vestidos con plumas de
aves y abalorios que salían de las aguas
azules y los instruían en las artes y los
oficios. Entre las leyendas de los
caldeos figura la de Oannes, una criatura
en parte anfibia que salió del mar y
enseñó a los pueblos salvajes que vivían
en las orillas a leer y escribir, a labrar
la tierra, a cultivar plantas medicinales,
a estudiar las estrellas, a establecer
formas de gobierno racionales y a
familiarizarse con los Misterios
sagrados. Entre los mayas, Quetzalcóatl,
el Dios Salvador —algunos estudiosos
cristianos creen que era santo Tomás—,
salió de las aguas y, después de instruir
al pueblo en los aspectos esenciales de
la civilización, se hizo a la mar en una
balsa mágica de serpientes para huir de
la ira del temible dios del espejo
humeante: Tezcatlipoca.
Aquellos semidioses de una época
fabulosa que, como Esdras, salieron del
mar, ¿no serán sacerdotes atlantes? Todo
lo que el hombre primitivo recordaba de
los atlantes era el esplendor de sus
ornamentos dorados, la trascendencia de
su sabiduría y lo sagrado de sus
símbolos: la cruz y la serpiente. No
tardaron en olvidar que procedían del
mar, porque, para las mentes no
instruidas, hasta las barcas eran
sobrenaturales. Dondequiera que los
atlantes ganaban prosélitos, erigían
pirámides y templos siguiendo el
modelo del inmenso santuario de la
ciudad de las puertas doradas.
Tal es el
origen de las pirámides de Egipto,
México y América Central.
Los túmulos
de Normandía y Gran Bretaña, al igual
que los de los indios americanos, son
restos de una cultura similar. Cuando los
atlantes se encontraban en pleno
programa de colonización y conversión
mundial, comenzaron los cataclismos
que hundieron la Atlántida. Los
sacerdotes-iniciados de la pluma
sagrada que prometieron regresar a los
asentamientos de sus misiones no
volvieron nunca más y, al cabo de
siglos, la tradición conserva tan solo un
relato fantástico de los dioses que
salieron de un lugar donde ahora está el
mar.
Con estas palabras resume H. P.
Blavatsky las causas que precipitaron el
desastre de la Atlántida: «Siguiendo las
malvadas insinuaciones de su demonio,
Thevetat, la raza de los atlantes se
transformó en una nación de magos
perversos: como consecuencia de esto
se declaró la guerra, cuya historia sería
demasiado larga de narrar, aunque se
puede hallar su esencia en las alegorías
distorsionadas de la raza de Caín, los
gigantes, y la de Noé y su virtuosa
familia.
El conflicto llegó a su fin con la
inmersión de la Atlántida, que tiene su
imitación en las historia del diluvio
babilónico y mosaico. Los gigantes y los
magos “[…] y toda la carne murió […] y
todos los hombres”. Todos menos
Xisusthrus y Noé, que, básicamente, son
casi idénticos al gran Padre de los
thlinkithianos del Popol Vuh, el libro
sagrado de los guatemaltecos, que
también narra su huida en una barca
grande, como el Noé hindú,
Vaisvasvata».[20]
De los atlantes, el mundo ha
recibido no solo la herencia de las artes
y los oficios, las filosofías y las
ciencias, la ética y las religiones, sino
también la herencia del odio, la lucha y
la perversión. Los atlantes instigaron la
primera guerra y se dice que todas las
guerras posteriores se han librado como
un esfuerzo vano de justificar la primera
y de reparar el daño que causó. Antes de
que la Atlántida se hundiera, sus
iniciados espiritualmente iluminados se
dieron cuenta de que su tierra estaba
condenada por haberse apartado del
camino de la luz y se retiraron del
infortunado continente.
Llevando
consigo la doctrina sagrada y secreta,
aquellos atlantes se establecieron en
Egipto, donde llegaron a ser los
primeros gobernantes «divinos». Casi
todos los grandes mitos cosmológicos
que forman la base de los diversos
libros sagrados del mundo se basan en
los rituales de los Misterios de la
Atlántida.
El mito del Dios que muere
El mito de Tammuz e Ishtar es uno de los
primeros ejemplos de la alegoría del
dios que muere y es probable que sea
anterior al 4000 a. de C.[21] Debido al
estado imperfecto de las tablillas en las
cuales están inscritas las leyendas,
resulta imposible obtener más que una
versión fragmentaria de los ritos de
Tammuz. Como era un dios del SOL
esotérico, Tammuz no figuraba entre las
primeras divinidades veneradas por los
babilonios, que, a falta de un
conocimiento más profundo, lo
consideraban un dios de la agricultura o
un espíritu de la vegetación.
En un
principio, se lo describía como uno de
los guardianes de las puertas del
infierno. Como ocurre con muchos otros
dioses salvadores, lo llaman «pastor» o
«señor de la casa del pastor». Tammuz
ocupa un lugar destacado como hijo y
esposo de Ishtar, la diosa madre de los
babilonios y los asirios. Ishtar, a la cual
se consagró el planeta Venus, era la
divinidad más venerada de la mitología
babilonia y la asiria. Es probable que
sea idéntica a Ashteroth, Astarté y
Afrodita. La historia de su descenso a
los infiernos para buscar —se supone—
el elixir sagrado —lo único que podía
devolver a Tammuz a la vida— es la
clave del ritual de sus Misterios.
Tammuz, cuya festividad anual se
celebraba justo antes del solsticio
estival, moría a mediados del verano, en
el antiguo mes que llevaba su nombre, y
se lo lloraba con complejas ceremonias.
No se sabe muy bien cómo murió, pero
algunas de las acusaciones lanzadas
contra Ishtar por Izdubar (Nimrod)
indicarían que, indirectamente, ella
como mínimo había contribuido a su
desaparición.
La resurrección de
Tammuz era un acontecimiento que se
celebraba mucho y entonces se lo
aclamaba como «redentor» de su
pueblo.
Con las alas desplegadas, Ishtar, la
hija de Sin (el dios de la luna), baja
volando hasta las puertas de la muerte.
La casa de la oscuridad —la morada del
dios Irkalla— se describe como «el
lugar sin retomo». No hay luz y sus
habitantes se nutren del polvo y se
alimentan de barro. Sobre los tornillos
de la puerta de la casa de Irkalla hay
polvo esparcido y los guardianes de la
casa están cubiertos de plumas, como
las aves. Ishtar exige a los guardianes
que abran las puertas; de lo contrario —
los amenaza—, hará añicos las jambas,
golpeará los goznes e invocará a los
muertos que devoran a los vivos. Los
guardianes de las puertas le suplican que
tenga paciencia, mientras van a buscar a
la reina del Hades, de la cual obtienen
autorización para que Ishtar pueda
entrar, pero solo de la misma manera en
que han llegado todos los demás a
aquella casa lóbrega. Entonces Ishtar
atraviesa las siete puertas que conducen
hasta las profundidades del infierno. En
la primera puerta le quitan la gran
corona de la cabeza: en la segunda, los
pendientes de las orejas; en la tercera, el
collar del cuello; en la cuarta, los
adornos del pecho; en la quinta, el
cinturón: en la sexta, los brazaletes de
las manos y los pies, y en la séptima, la
capa que le cubre el cuerpo. Ishtar
protesta cada vez que le quitan alguno
de sus atavíos, pero los guardianes le
dicen que aquello es lo que
experimentan todos los que ingresan en
el dominio lúgubre de la muerte.
Al ver
a Ishtar, la señora del Hades se pone
furiosa, le inflige todo tipo de
enfermedades y la encierra en el
infierno.
Como Ishtar representa el espíritu de
la fertilidad, su desaparición impide que
maduren las cosechas y la vida de todo
tipo sobre la tierra. En este sentido, la
historia es análoga a la leyenda de
Perséfone. Cuando los dioses se dan
cuenta de que la ausencia de Ishtar está
desorganizando toda la naturaleza,
envían un mensajero al infierno y exigen
su liberación. La señora del Hades no
tiene más remedio que obedecer y se
derrama el agua de Vida sobre Ishtar,
que, curada de todos sus padecimientos,
vuelve a atravesar las siete puertas y en
cada una de ellas vuelven a ponerle lo
que los guardianes le habían quitado.[22]
No se tiene constancia de que Ishtar
consiguiera el agua de Vida que habría
resucitado a Tammuz.
El mito de Ishtar simboliza el
descenso del espíritu humano a través de
los siete mundos o esferas de los
planetas sagrados hasta que, finalmente,
desprovisto de sus adornos espirituales,
se encarna en el cuerpo físico —el
Hades—, donde la señora de dicho
cuerpo colma a la conciencia prisionera
de todo tipo de pesares y desgracias.
Las aguas de Vida —la doctrina secreta
— curan las enfermedades de la
ignorancia y el espíritu, al ascender otra
vez a su fuente divina, recupera los
adornos que Dios le ha dado a medida
que va ascendiendo a través de los
anillos de los planetas.
Otro ritual mistérico entre los
babilonios y los asirios era el de
Marduk y el dragón. Marduk, el creador
del universo inferior, mata a un monstruo
horrible y con su cuerpo forma el
universo.
Es probable que este sea el
origen de la llamada alegoría cristiana
de san Jorge y el dragón.
Los Misterios de Adonis se
celebraban todos los años en muchas
partes de Egipto, Fenicia y Biblos.
El
nombre «Adonis» quiere decir «señor»
y así se designaba al sol; posteriormente
lo utilizaron los judíos como nombre
exotérico de su dios. Los dioses
convinieron en árbol a Esmima o Mirra,
la madre de Adonis; al cabo de un
tiempo la corteza se abrió y de dentro
salió el niño salvador. Según una
versión, lo liberó un jabalí, que, con sus
colmillos, partió la corteza del árbol
maternal. Adonis nació el 24 de
diciembre a medianoche y con su
desdichada muerte se estableció un rito
mistérico que llevó la salvación a su
pueblo. En el mes judío de Tammuz
(otro nombre de esta divinidad), un
jabalí enviado por el dios Ares (Marte)
lo mata de una cornada. El adoniasmos
era la ceremonia de lamentación por la
muerte prematura del dios asesinado.
En Ezequiel 8, 14, está escrito que
las mujeres estaban plañendo a Tammuz
(Adonis) a la entrada del pórtico de la
Casa de Yahveh que mira al Norte, en
Jerusalén. Sir James George Frazer cita
a san Jerónimo con estas palabras: «Nos
cuenta que en Belén, el lugar de
nacimiento tradicional del Señor, había
un bosquecillo de un Señor sirio más
antiguo aún, Adonis, y que donde había
llorado Jesús de niño se lloraba al
amante de Venus».[23]
Dicen que, en
honor a Adonis, había una efigie de un
jabalí sobre una de las puertas de
Jerusalén y que sus ritos se celebraban
en la gruta de la natividad de Belén.
Adonis como hombre «corneado» (o
«divino»)[24] es una de las claves del
uso que hace sir Francis Bacon del
«jabalí» en su simbolismo críptico.
En un principio, Adonis era una
divinidad andrógina que representaba el
poder solar que en invierno quedaba
destruida por el principio malvado del
frío: el jabalí. Después de pasar tres
días (meses) en la tumba, Adonis se
levantaba triunfante el vigesimoquinto
día de marzo, en medio de las
aclamaciones de sus sacerdotes y sus
seguidores: «¡Ha resucitado!». Adonis
nació de un árbol de mirra y la mirra,
símbolo de la muerte por su relación con
el proceso de embalsamamiento, fue uno
de los regalos que los tres reyes magos
llevaron a Jesús al pesebre.
EL GRAN DIOS PAN
Athanasius Kircher: OEdipus
Ægyptiacus.
El gran dios Pan fue afamado
como autor y director de los
bailes sagrados que se suponía él
instituyó para simbolizar los
rituales alrededor de los cuerpos
celestiales. Pan era una criatura
compuesta, con la parte superior
—con excepción de sus cuernos
— siendo humana y la parte
inferior en forma de cabra. Pan
es el prototipo de la energía
natural y, aunque sin duda es una
deidad fálica, no debe ser
confundida con Príapo.
Las
zampoñas de Pan representan la
armonía natural de las esferas; y
el dios en sí es un símbolo de
Saturno porque este planeta está
entronado en Capricornio, cuyo
emblema es una cabra.
Los
egipcios fueron iniciados en los
Misterios de Pan, que fue visto
como una fase de Júpiter, el
Demiurgo.
Pan representaba el
Demiurgo. Pan representaba el
poder fecundante del sol y era el
jefe de una multitud de deidades,
panes, faunos y sátiros rústicos.
También representaba el espíritu
controlador de los inframundos.
Los cristianos inventaron una
historia al efecto de que en el
nacimiento de Cristo, los
oráculos fueron silenciados tras
manifestar un último grito, «¡el
Gran Pan ha muerto!».
En los Misterios de Adonis, el neófito
pasaba por la muerte simbólica del dios
y, después de ser «resucitado» por los
sacerdotes, ingresaba en el estado de
bienaventuranza de la redención, gracias
a los sufrimientos de Adonis. Casi todos
los autores creen que al principio
Adonis era un dios de la vegetación
relacionado directamente con el
crecimiento y la maduración de las
flores y los frutos. Para corroborar este
punto de vista, describen los «jardines
de Adonis», que eran cestillas de tierra
en las que plantaban y cultivaban
semillas durante un período de ocho
días.
Cuando aquellas plantas morían
prematuramente por la falta de tierra
suficiente, se consideraban
emblemáticas del Adonis asesinado y
por lo general se arrojaban al mar con
imágenes del dios.
En Frigia existía una escuela notable
de filosofía religiosa que giraba en tomo
a la vida y la muerte prematura de otro
dios salvador conocido como Atis o
Atys —muchos lo consideraban
sinónimo de Adonis—, que nació el
vigesimocuarto día de diciembre a
medianoche. Hay dos versiones sobre su
muerte. Según una, recibió una cornada
mortal, igual que Adonis; según la otra,
él mismo se castró debajo de un pino y
allí murió. La Gran Madre (Cibeles)
llevó su cuerpo a una cueva, donde
permaneció durante siglos, incorrupto. A
los ritos de Atis debe el mundo moderno
el simbolismo del árbol de Navidad.
Atis transmitió su inmortalidad al árbol
bajo el cual murió y, cuando retiró el
cuerpo, Cibeles se llevó consigo el
árbol. Atis permaneció tres días en la
tumba y resucitó en una fecha que
coincide con la alborada de Pascua y,
con su resurrección, superó la muerte
para todos aquellos que se iniciaban en
sus Misterios.
«En los Misterios de los frigios —
dice Julius Firmicus—, llamados los de
la Madre de los Dioses, todos los años
talan un Pino ¡y atan en su interior la
imagen de un Joven! En los Misterios de
Isis cortan el tronco de un Pino, ahuecan
cuidadosamente la mitad del tronco y
Entierran el ídolo de Osiris que hacen
con esas partes vaciadas. En los
Misterios de Proserpina, arman dentro
de la efigie las partes de un árbol
cortado y le dan la forma de la Virgen y,
después de paseado por la ciudad,
Lloran su muerte durante cuarenta
noches, ¡pero a la cuadragésima la
Queman!». [25]
Los Misterios de Atis incluían una
comida sacramental durante la cual el
neófito comía de un tambor y bebía de
un platillo. Después de ser bautizado
con la sangre de un toro, se alimentaba
al recién iniciado exclusivamente con
leche para simbolizar que todavía era un
bebé, desde el punto de vista filosófico,
que acababa de nacer de la esfera de la
materialidad.[26] ¿Es posible establecer
una conexión entre esta dieta láctea
prescrita por el rito de Atis y la alusión
que hace san Pablo a la comida para
quienes son niños espiritualmente?
Salustio proporciona una clave para la
interpretación esotérica de los rituales
de Atis. Cibeles, la Gran Madre,
simboliza los poderes vivificadores del
universo y Alis representa aquel aspecto
del intelecto espiritual que está
suspendido entre la esfera divina y la
animal. La madre de los dioses, que
amaba a Atis le dio un sombrero con
estrellas como símbolo de los poderes
celestiales, pero Atis (la humanidad), al
enamorarse de una ninfa (que simboliza
las propensiones animales inferiores),
perdió su divinidad y su creatividad.
Resulta evidente, por tanto, que Atis representa la conciencia humana y que sus Misterios tienen que ver con la recuperación del sombrero con estrellas. [27]
Resulta evidente, por tanto, que Atis representa la conciencia humana y que sus Misterios tienen que ver con la recuperación del sombrero con estrellas. [27]
Los ritos de Sabazios se parecían
mucho a los de Baco y en general se
cree que las dos divinidades son
idénticas. Baco nació en Sabazios, o
Sabaoth, y estos nombres se le atribuyen
con frecuencia.
Los Misterios de Sabazios se celebraban por la noche y, como parte del ritual, se pasaba una serpiente viva sobre el pecho del candidato. San Clemente de Alejandría escribe lo siguiente: «El símbolo de los Misterios de Sabazios para el iniciado es “la divinidad que se desliza sobre el pecho”».
Los Misterios de Sabazios se celebraban por la noche y, como parte del ritual, se pasaba una serpiente viva sobre el pecho del candidato. San Clemente de Alejandría escribe lo siguiente: «El símbolo de los Misterios de Sabazios para el iniciado es “la divinidad que se desliza sobre el pecho”».
La serpiente dorada era el
símbolo de Sabazios, porque esta
divinidad representaba la renovación
anual del mundo gracias d poder solar.
Los judíos tomaron de estos Misterios el
nombre de «Sabaoth» y lo adoptaron
como una de las denominaciones de su
dios supremo. Durante el tiempo en que
los Misterios de Sabazios se celebraron
en Roma, el culto consiguió muchos
devotos y posteriormente influyó en el
simbolismo del cristianismo.
Los Misterios cabíricos de
Samotracia eran célebres entre los
antiguos y casi tan apreciados como los
eleusinos Según Heródoto, los
samotracios recibieron aquellas
doctrinas, sobre todo las relacionadas
con Mercurio, de los pelasgos. Se sabe
muy poco sobre los rituales cabíricos,
porque estaban rodeados del máximo
secreto.
Algunos consideran que las
divinidades eran siete y las llaman «los
siete espíritus del fuego ante el trono de
Saturno». Otros creen que los cabiros
eran los siete vagabundos sagrados, que
posteriormente fueron llamados
«planetas».
Aunque gran cantidad de divinidades
se asocian con los Misterios
samotracios, el drama ritualista gira en
torno a cuatro hermanos.
Los tres
primeros, Axieros, Axiocersos y
Axiocersa, atacan y asesinan al cuarto,
Casmilos.
Sin embargo, Dionisodoro identifica a Axieros con Deméter, a Axiocersos con Plutón, a Axiocersa con Perséfone y a Casmilos con Hermes. Alexander Wilder observa que, en el ritual samotracio, «hacen que Casmilos incluya al dios-serpiente de Tebas, Cadmo, al Thot egipcio, al Hermes de los griegos y al Emeph o Esculapio de los alejandrinos y los fenicios». Una vez más, se repite aquí la historia de Osiris, Baco, Adonis Balder y Juram Abí.
Sin embargo, Dionisodoro identifica a Axieros con Deméter, a Axiocersos con Plutón, a Axiocersa con Perséfone y a Casmilos con Hermes. Alexander Wilder observa que, en el ritual samotracio, «hacen que Casmilos incluya al dios-serpiente de Tebas, Cadmo, al Thot egipcio, al Hermes de los griegos y al Emeph o Esculapio de los alejandrinos y los fenicios». Una vez más, se repite aquí la historia de Osiris, Baco, Adonis Balder y Juram Abí.
El
culto a Atis y Cibeles también tenía que
ver con los Misterios samotracios.
En
los rituales de los cabiros se puede
encontrar una forma de culto al pino,
porque este árbol, consagrado a Atis, se
podaba primero en forma de cruz y
después se talaba en honor del dios
asesinado, cuyo cadáver fue descubierto
a sus pies.
«Quien desee analizar las orgías de
los coribantes —escribe san Clemente
— ha de saber que, tras matar a su tercer
hermano, cubrieron la cabeza del
cadáver con una tela morada, la
coronaron y, después de transportarla en
la punta de una lanza, la enterraron bajo
las raíces de Olimpo.
Estos misterios
son, en síntesis, asesinatos y funerales.
[¡Este Padre preniceno, que pretende
difamar los ritos paganos, aparentemente
pasa por alto el hecho de que, al igual
que el mártir cabiro, Jesucristo fue
traicionado, torturado y, finalmente,
asesinado!] Y los sacerdotes de estos
ritos, considerados reyes de los ritos
sagrados por aquellos que se encargan
de nombrarlos, aportan aún más rareza
al trágico acontecimiento al prohibir el
perejil como planta para llevar a la
mesa, porque creen que crecía de la
sangre que manaba de los coribantes,
del mismo modo en que las mujeres, al
celebrar las Tesmoforias, se abstienen
de comer las semillas de la granada que
han caído al suelo, partiendo de la idea
de que las granadas surgieron de las
gotas de la sangre de Dioniso. A
aquellos coribantes también los llaman
cabíricos y la ceremonia en sí se
anuncia como el misterio cabírico».
Los Misterios de los cabiros se dividían en tres grados: el primero conmemoraba la muerte de Casmilos a manos de sus tres hermanos; el segundo, el descubrimiento de su cuerpo mutilado, cuyas partes habían sido halladas y reunidas tras mucho esfuerzo, y el tercero —acompañado por gran júbilo y dicha—, su resurrección y la consiguiente salvación del mundo.
Los Misterios de los cabiros se dividían en tres grados: el primero conmemoraba la muerte de Casmilos a manos de sus tres hermanos; el segundo, el descubrimiento de su cuerpo mutilado, cuyas partes habían sido halladas y reunidas tras mucho esfuerzo, y el tercero —acompañado por gran júbilo y dicha—, su resurrección y la consiguiente salvación del mundo.
El
templo de los cabiros en Samotracia
contenía una cantidad de divinidades
curiosas, muchas de las cuales eran
criaturas deformes que representaban
los poderes elementales de la
naturaleza, posiblemente los titanes
báquicos. Los niños eran iniciados en el
culto cabiro con la misma dignidad que
los adultos, y los delincuentes que
encontraban asilo allí quedaban a salvo
de persecuciones.
En los ritos samotracios se daba mucha importancia a la navegación y sus miembros propiciaban, entre otros, a los dioscuros: Cástor y Pólux, o los dioses de la navegación.
En los ritos samotracios se daba mucha importancia a la navegación y sus miembros propiciaban, entre otros, a los dioscuros: Cástor y Pólux, o los dioses de la navegación.
La expedición de los
argonautas, siguiendo los consejos de
Orfeo, hizo escala en la isla de
Samotracia para que sus participantes se
iniciaran en los ritos cabíricos.
Heródoto cuenta que, cuando
Cambises entró en el templo de los
cabiros, no pudo contener su regocijo al
ver ante él la figura de un hombre de pie
y, frente a él, la figura de una mujer
cabeza abajo. Si Cambises hubiese
estado familiarizado con los principios
de la astronomía divina, se habría dado
cuenta de que estaba en presencia de la
clave del equilibrio universal.
«Pregunto —dice Voltaire— ¿quiénes
eran aquellos hierofantes, aquellos
masones sagrados, que celebraban sus
Misterios antiguos de Samotracia y de
dónde venían, ellos y sus dioses
cabiros?»[28]. San Clemente se refiere a
los Misterios de los cabiros como «el
misterio sagrado de un hermano
asesinado por sus hermanos» y la
«muerte cabírica» era uno de los
símbolos secretos de la Antigüedad. De
este modo, la alegoría del Yo asesinado
por el no-yo se perpetúa a través del
misticismo religioso de todos los
pueblos.
La muerte filosófica y la
resurrección filosófica son los misterios
menores y los mayores, respectivamente.
Un aspecto curioso del mito del dios
que muere es el del ahorcado.
El
ejemplo más importante de esta
concepción peculiar se encuentra en los
rituales odínicos, en los que Odín se
cuelga durante nueve noches de las
ramas del árbol del mundo y, además,
atraviesa su propio costado con la lanza
sagrada. Como consecuencia de aquel
gran sacrificio, Odín, mientras estaba
suspendido sobre las profundidades de
Niflheim, descubrió gracias a la
meditación las runas o los alfabetos por
medio de los cuajes se preservaron
después los documentos de su pueblo.
Debido a aquella experiencia
excepcional, a veces Odín aparece
sentado sobre una horca y se ha
convertido en el patrono de todos los
que han muerto colgados. Desde el punto
de vista esotérico, el ahorcado es el
espíritu humano que está suspendido del
cielo por un solo hilo.
La sabiduría, en
lugar de la muerte, es la recompensa por
aquel sacrificio voluntario durante el
cual el alma humana, suspendida sobre
el mundo de la ilusión y meditando
sobre su irrealidad, recibe la
recompensa de alcanzar la
autorrealización.
Después de considerar todos estos
rituales antiguos y secretos, resulta
evidente que el misterio del dios que
muere era universal entre los colegios
iluminados y venerados de las
enseñanzas sagradas. Este misterio se ha
perpetuado en el cristianismo en la
crucifixión y la muerte del hombre Dios
Jesucristo. Hay que redescubrir la
trascendencia secreta de esta tragedia
mundial y del mártir universal para que
el cristianismo alcance las alturas a las
que llegaron los paganos en la época de
su supremacía filosófica.
El mito del
dios que muere es la clave de la
redención y la regeneración tanto
universal como individual y los que no
comprenden la verdadera naturaleza de
esta alegoría suprema no tienen el
privilegio de considerarse a sí mismos
ni sabios ni auténticamente religiosos.
Manly Palmer Hall
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