El venerable iniciador, con sus
vestiduras azules y doradas, levantó
lentamente su bastón cubierto de joyas y
señaló con él la oscuridad revelada al
desgarrarse la cortina plateada.
«¡Contemplad la luz de Egipto!». El
candidato, con su sencilla toga blanca,
miró la total oscuridad enmarcada por
las dos columnas inmensas con cabeza
de loto, entre las cuales había estado
colgado el velo. Mientras observaba,
una bruma luminosa se distribuyó por
toda la atmósfera hasta que el aire se
convirtió en una masa de partículas
brillantes. El rostro del neófito se
iluminó con el suave resplandor,
mientras exploraba la nube reluciente en
busca de algún objeto tangible. El
iniciador volvió a hablar: «Esta luz que
observáis es la luminosidad secreta de
los Misterios De dónde procede nadie
lo sabe, salvo el “maestro de la luz”.
¡Heló aquí!».
De pronto, a través de la
neblina reluciente apareció una figura
rodeada de un brillo verdoso titilante. El
iniciador bajó su bastón e, inclinando la
cabeza, posó una mano de lado contra su
pecho, a modo de humilde saludo. El
neófito retrocedió sobrecogido,
enceguecido en parte por el esplendor
de la figura revelada, pero el joven
cobró coraje y volvió a mirar al Uno
Divino.
La Forma que tenía delante era
bastante más grande que la de un hombre
mortal.
El cuerpo parecía en parte
transparente, de modo que se podían ver
el corazón y el cerebro latiendo,
radiantes. Mientras el candidato
observaba, el corazón se convirtió en un
ibis y el cerebro, en una esmeralda
brillante.
En Su mano, aquel Ser
misterioso llevaba una vara con alas,
con serpientes enroscadas.
El anciano
iniciador levantó el bastón y exclamó en
voz alta: «Todos os aclaman, Thot
Hermes, tres veces grande; todos os
aclaman, príncipe de los hombres;
¡todos os aclaman a vos, que estáis
subido a la cabeza de Tifón!». En el
mismo instante apareció un dragón
macabro retorciéndose, un monstruo
espantoso, en parte serpiente, en parte
cocodrilo y en parte cerdo.
De su boca y
sus narices salían llamas y unos sonidos
horrorosos resonaban por las cámaras
abovedadas. De pronto, Hermes golpeó
al reptil, que avanzaba con su vara con
las serpientes enroscadas y, dando un
gruñido, el dragón cayó de lado,
mientras las llamas se fueron
extinguiendo lentamente. Hermes puso el
pie sobre el cráneo del Tifón vencido.
Un instante después y, con una llamarada
de un esplendor insoportable que hizo
retroceder al neófito tambaleándose
hasta un pilar, el Hermes inmortal,
seguido por serpentinas de niebla
verdosa, atravesó la cámara y se perdió
en la nada.
Hipótesis sobre la identidad de
Hermes
Jámblico aseguraba que Hermes era el
autor de veinte mil libros y Manetón
elevó la cifra a más de treinta y seis
mil. Resulta evidente que, ni siquiera
gozando de alguna prerrogativa divina,
ningún individuo habría podido cumplir
una labor tan monumental en solitario.
Entre las artes y las ciencias que según
dicen, Hermes reveló a la humanidad
figuran la medicina, la química, el
derecho, el arte, la astrología, la música,
la retórica, la magia, la filosofía, la
geografía, la matemática (sobre todo la
geometría), la anatomía y la oratoria.
Los griegos aclamaban a Orfeo de forma
similar.
En su Biographia Antiqua, Francis
Barrett dice, refiriéndose a Hermes:
«[…] si Dios se apareció alguna vez a
un hombre, se le apareció a él, como
resulta evidente por sus libros y su
Poimandres; en tales obras ha
comunicado la suma del Abismo y el
conocimiento divino a toda la
posteridad; con lo cual ha demostrado
que no solo ha sido un teólogo
inspirado, sino también un gran filósofo,
que ha obtenido su sabiduría de Dios y
de los objetos celestiales y no del
hombre».
HERMES MERCURIO
TRISMEGISTO
Historia Deorum Fatidicorum
Maestro de todas las artes y las
ciencias, perfecto en todos los
oficios, señor de los tres mundos,
escriba de los dioses y guardián
de los libros de la vida. Thot
Hermes Trismegisto —el tres
veces grande y el mensajero de
los dioses— era, para los
antiguos egipcios, la encarnación
de la mente universal. Si bien es
muy probable que existiera un
gran sabio y educador con el
nombre de Hermes, resulta
imposible separar al hombre
histórico de la masa de versiones
legendarias que tratan de
identificarlo con el principio
cósmico del pensamiento.
Por sus conocimientos trascendentes, se
identificaba a Hermes con muchos de
los primeros sabios y profetas. En A
New System, or an Analysis of Ancient
Mythology, Bryant escribe lo siguiente:
«He dicho que Cadmo era el mismo que
el Thot egipcio, como se manifiesta por
el hecho de que sea Hermes y por la
invención de las letras que se atribuyen
a él». (En el capítulo sobre la teoría de
la matemática pitagórica se encontrará
la tabla de las letras originales de
Cadmo). Los investigadores creen que la
persona a la cual los judíos conocían
como Enoch y a la que Kenealy llamaba
el «segundo mensajero de Dios» era
Hermes. Hermes fue aceptado en la
mitología de los griegos y después se
convirtió en el Mercurio de los
romanos. Fue venerado con la forma del
planeta Mercurio, porque su cuerpo es
el más próximo al sol: de todas las
criaturas, Hermes era la más cercana a
Dios y fue conocido como «el mensajero
de los dioses».
En los dibujos egipcios que lo
representan, Thot lleva una tablilla de
cera para escribir y es el que toma nota
cuando se pesa el alma de los difuntos
en la sala del juicio de Osiris, un ritual
de gran trascendencia. Hermes tiene
mucha importancia para los estudiosos
masónicos, porque fue el autor de los
rituales de iniciación masónicos, que se
tomaron de los Misterios establecidos
por Hermes. Casi todos los símbolos
masónicos tienen carácter hermético.
Pitágoras estudió matemática con los
egipcios y de ellos obtuvo el
conocimiento de los sólidos geométricos
simbólicos. También se venera a
Hermes por su reforma del sistema del
calendario. Aumentó el año de 360 a
365 días, con lo cual estableció un
precedente que aún perdura. Fue
llamado «tres veces grande», porque se
lo consideraba el más importante de
todos los filósofos, el más grande de
todos los sacerdotes y el principal de
todos los reyes. Merece la pena destacar
que el último poema del querido poeta
estadounidense Henry Wadsworth
Longfellow fue una oda lírica a Hermes.
[30]
Los fragmentos herméticos mutilados
Sobre el tema de los libros herméticos,
James Campbell Brown, en A History of
Chemistry, ha escrito lo siguiente:
«Dejando aparte el período caldeo y el
egipcio primitivo, de los cuales
conservamos restos, pero nada escrito y
de los cuales no nos han llegado
nombres de químicos ni de filósofos,
abordamos ahora el período histórico,
en el cual se escribieron libros, al
principio no sobre pergamino ni papel,
sino sobre papiro. Una serie de libros
egipcios primitivos se atribuye a
Hermes Trismegisto, que, posiblemente
fue un verdadero erudito o, tal vez, una
personificación de una larga serie de
escritores. […] Algunos lo identifican
con el dios griego Hermes y con el
egipcio Thot o Tuti, que era el dios de la
luna, y en las pinturas antiguas aparece
con cabeza de ibis y con el disco y la
media luna.
Los egipcios lo
consideraban el dios de la sabiduría, las
letras y el registro del tiempo.
Como
consecuencia del gran respeto que
sentían por Hermes, los antiguos
alquimistas daban el nombre de
“herméticos” a los escritos químicos y
por eso se sigue diciendo “sellado
herméticamente” para indicar el cierre
de un recipiente de vidrio mediante
fusión, a la manera de los manipuladores
químicos. Encontramos la misma raíz en
las medicinas herméticas de Paracelso y
en la masonería hermética de la Edad
Media».
Entre los fragmentos de obras que se
suponen procedentes de la pluma de
Hermes hay dos muy famosas.
La
primera es La Tabla Esmeralda y la
segunda, El divino Poimandres o, como
se lo suele llamar habitualmente, «el
pastor de los hombres», que analizamos
a continuación. Un punto destacado en
relación con Hermes es que fue uno de
los pocos sacerdotes-filósofos del
paganismo contra el cual no descargaron
su cólera los cristianos primitivos.
Algunos Padres de la Iglesia llegaron
incluso a declarar que Hermes
manifestaba bastantes síntomas de
inteligencia y que, si hubiese nacido en
una época más esclarecida, que le
hubiese permitido beneficiarse de las
instrucciones que ellos le habrían
brindado, ¡habría llegado a ser un gran
hombre!
En su Stromata, san Clemente de
Alejandría, uno de los pocos cronistas
de la tradición pagana cuyos escritos se
conservan hasta ahora, da prácticamente
toda la información que se conoce
acerca de los cuarenta y dos libros
originales de Hermes y la importancia
que les atribuían en Egipto tanto los
poderes temporales como los
espirituales San Clemente describe con
estas palabras una de sus procesiones
ceremoniales:
Los egipcios practican su
propia filosofía, que se
manifiesta, fundamentalmente, en
su ceremonial sagrado. En
primer lugar avanza el Cantante
con alguno de los símbolos de la
música, porque dicen que tiene
que aprender dos de los libros
de Hermes: uno, el que contiene
los himnos de los dioses, y el
otro, las normas que rigen la
vida del rey. Después del
Cantante va el Astrólogo, con un
reloj en la mano y una palma: los
símbolos de la astrología. Debe
llevar los libros astrológicos de
Hermes, que son cuatro, siempre
en la boca. De estos, uno trata
del orden de las estrellas fijas
que son visibles; otro, sobre las
conjunciones y los aspectos
luminosos del sol y la luna, y el
resto, de sus salidas. A
continuación avanza el Escriba
sagrado, con alas en la cabeza y,
en la mano, un libro y una regla,
en los cuales había tinta y la
caña que usan para escribir.
Y
debe estar familiarizado con los
llamados «jeroglíficos» y saber
de cosmografía y de geografía, la
posición del sol y la luna y
acerca de los cinco planetas;
también la descripción de Egipto
y la carta del Nilo; y la
descripción del equipo de los
sacerdotes y del lugar
consagrado a ellos, y sobre las
medidas y las cosas que se
utilizan en los ritos sagrados.
Después de todos los anteriores
sigue el que lleva la estola, con
el codo de la justicia y la copa
para las libaciones. Está
familiarizado con todos los
puntos relacionados con la
formación y los propiciatorios.
También hay diez libros sobre
los honores que rinden a sus
dioses, que contienen el culto
egipcio, y tratan de los
sacrificios, los primeros frutos,
los himnos, las plegarias, las
procesiones, las fiestas y cosas
por el estilo.
Detrás de todos
camina el Profeta, llevando en
sus brazos, abiertamente, el
jarrón de agua; le siguen los que
llevan los panes Él, al ser el
gobernador del templo, aprende
los diez libros llamados
«hieráticos», que contienen todo
acerca de las leyes y los dioses y
todo lo relacionado con la
formación de los sacerdotes.
Porque el Profeta tiene que ver,
para los egipcios también con la
distribución de los ingresos. Por
consiguiente, hay cuarenta y dos
libros de Hermes que son
imprescindibles, de los cuales
los personajes antes
mencionados aprenden los
treinta y seis que contienen toda
la filosofía de los egipcios y los
otros séis sobre medicina, los
aprenden los pastophoroi
(portadores de imágenes), que
tratan de la estructura del cuerpo
y de las enfermedades y de los
instrumentos y los medicamentos
y sobre los ojos y el último,
sobre las mujeres.
Una de las mayores tragedias del
mundo filosófico fue la pérdida de la
casi totalidad de los cuarenta y dos
libros de Hermes antes mencionados.
Estos libros desaparecieron durante el
incendio de Alejandría, porque los
romanos —y después los cristianos— se
dieron cuenta de que, hasta que no se
eliminaran aquellos libros, no podrían
someter a los egipcios. Los volúmenes
que se salvaron del fuego fueron
enterrados en el desierto en un lugar que
actualmente solo conocen unos pocos
iniciados de las escuelas secretas.
El Libro de Thot
Mientras Hermes recorría aún la tierra
con los hombres, encomendó a sus
sucesores elegidos el sagrado Libro de
Thot, una obra que contenía los procesos
secretos mediante los cuales se lograría
la regeneración de la humanidad y que
también servía como clave de sus otros
escritos. No se sabe nada seguro sobre
el contenido del Libro de Thot, salvo
que sus páginas estaban cubiertas de
extrañas figuras y símbolos jeroglíficos,
que proporcionaban a los que estaban
familiarizados con su uso un poder
ilimitado sobre los espíritus del aire y
las divinidades subterráneas.
Cuando,
mediante los procesos secretos de los
Misterios, se estimulan determinadas
áreas del cerebro, la conciencia del
hombre se amplía y llega a contemplar a
los Inmortales y a acceder a la presencia
de los dioses superiores. El Libro de
Thot describía el método que permitía
lograr tal estimulación. En realidad, por
tanto, era la «clave de la inmortalidad».
Según la leyenda, el Libro de Thot
se guardaba en una caja dorada en el
sanctasanctórum del templo. Solo había
una llave, que estaba en poder del
«Maestro de los Misterios», el máximo
iniciado del arcano hermético y el único
que sabía lo que estaba escrito en el
libro sagrado.
El Libro de Thot se
perdió para el mundo antiguo con la
decadencia de los Misterios, pero sus
fieles iniciados lo llevaron sellado en el
cofre sagrado a otras tierras. El libro
sigue existiendo y todavía conduce a los
discípulos de esta época ante la
presencia de los Inmortales. En este
momento, no se puede dar al mundo más
información al respecto, pero la
sucesión apostólica se mantiene
ininterrumpida, desde el primer
hierofante iniciado por el propio
Hermes hasta el día de hoy, y aquellos
que son particularmente aptos para
servir a los Inmortales pueden descubrir
tan inestimable documento si lo buscan
sincera e infatigablemente.
Se ha afirmado que el Libro de Thot
es, en realidad, el misterioso Tarot de
los bohemios, un extraño libro
emblemático de setenta y ocho páginas
que ha estado en poder de los gitanos
desde el momento en que fueron
expulsados de su antiguo templo: el
Serapeum. (Según las Historias
Secretas, los gitanos eran, en un
principio, sacerdotes egipcios). En la
actualidad existen en el mundo varias
escuelas secretas que tienen el
privilegio de iniciar a los candidatos en
los Misterios, pero en casi todos los
casos han encendido los fuegos de sus
altares con la antorcha encendida de la
estatua del dios griego. En su Libro de
Thot, Hermes reveló a toda la
humanidad «el único camino» y durante
siglos los sabios de todas las naciones y
todos los credos han alcanzado la
inmortalidad mediante el «camino»
establecido por Hermes en medio de la
oscuridad para redimir a la humanidad.
Poimandres, la visión de Hermes
El divino Poimandres de Hermes
Mercurio Trismegisto es una de las
obras herméticas más antiguas que
todavía existen. Aunque probablemente
no en su forma original —ha sido
remodelada durante los primeros siglos
de la era cristiana y traducida
incorrectamente desde entonces—, esta
obra contiene, sin duda, muchos de los
conceptos originales del cultus
hermético. El divino Poimandres de
Hermes Mercurio Trismegisto reúne
diecisiete fragmentos, presentados como
una sola obra. Se supone que el segundo
libro de El divino Poimandres, llamado
Poimandres o La visión, describe el
método mediante el cual la sabiduría
divina fue revelada a Hermes por
primera vez. Después de recibir tal
revelación, Hermes comenzó su
ministerio y se puso a enseñar a quien
quisiera escucharlo los secretos del
universo invisible como se los habían
dado a conocer a él.
Es poco probable que la
divinidad que los egipcios
llamaban Thot fuese
originalmente Hermes, pero las
dos personalidades se han
fusionado y ahora resulta
imposible separarlas.
A Thot lo
llamaban «el señor de los libros
divinos» y «el escriba de la
compañía de los dioses». Por lo
general se representa con
cuerpo humano y cabeza de ibis.
Nunca se ha descubierto el
significado simbólico exacto de
esta ave. Un análisis meticuloso
de la forma peculiar del ibis,
sobre todo de la cabeza y el
pico, podría resultar revelador.
La visión es el más famoso de todos los
fragmentos herméticos y contiene una
presentación de la cosmogonía
hermética y las ciencias secretas de los
egipcios con respecto a la cultura y el
desarrollo del alma humana.
Durante
algún tiempo, fue llamada erróneamente
«el Génesis de Enoch», pero en la
actualidad tal error ha sido rectificado.
Mientras preparaba la interpretación de
la filosofía simbólica oculta en La
visión de Hermes que expondrá a
continuación, el autor de este libro ha
tenido a mano las siguientes obras de
referencia: El divino Poimandres de
Hermes Mercurio Trismegisto
(Londres, 1650), traducida del árabe y
del griego por el doctor Everard;
Hermética (Oxford, 1924), editada por
Walter Scott; Hermes, The Mysteries of
Ancient Egypt (Filadelfia, 1925), de
Édouard Schuré, y The Thrice Greatest
Hermes (Londres, 1906), de
G. R. S. Mead.
Al material que
contienen estos volúmenes ha añadido
comentarios basados en la filosofía
esotérica de los antiguos egipcios,
además de aclaraciones derivadas en
parte de otros fragmentos herméticos y
en parte del arcano secreto de las
ciencias herméticas. Para mayor
claridad, se ha preferido la forma
narrativa, en lugar del estilo original en
forma de diálogo, y se han sustituido las
palabras obsoletas por otras actualmente
en uso.
Mientras deambulaba por un lugar
pedregoso y solitario, Hermes se
entregó a la meditación y la oración.
Siguiendo las instrucciones secretas del
Templo, poco a poco fue liberando su
conciencia superior de la esclavitud de
sus sentidos físicos y, una vez liberado,
su naturaleza divina le reveló los
misterios de las esferas trascendentales.
Contempló una figura imponente y
sobrecogedora: era el Gran Dragón, que
tenía las alas extendidas en el cielo y
cuyo cuerpo irradiaba luz en todas
direcciones. (Según los Misterios, la
Vida Universal se representaba como un
dragón). El Gran Dragón llamó a
Hermes por su nombre y le preguntó por
qué meditaba así sobre el Misterio del
Mundo. Aterrorizado por el espectáculo,
Hermes se postró ante el Dragón y le
suplicó que le revelara su identidad. La
enorme criatura le respondió que era
Poimandres, la Mente del Universo, la
Inteligencia Creativa y el Emperador
absoluto de
Todo. (Schuré identifica a
Poimandres con el dios Osiris).
Entonces Hermes suplicó a Poimandres
que le revelara la naturaleza del
universo y la constitución de los dioses.
El Dragón accedió y le pidió a
Trismegisto que retuviera su imagen en
la cabeza.
De inmediato cambió la forma de
Poimandres. En el lugar donde había
estado quedó un resplandor espectacular
que palpitaba. Aquella Luz era la
naturaleza espiritual del propio Gran
Dragón. Hermes «ascendió» al centro de
aquel Fulgor divino y el universo de
objetos materiales se desvaneció de su
conciencia. Entonces sobrevino una gran
oscuridad que, al expandirse, se tragó la
Luz. Todo se puso turbulento. En tomo a
Hermes se arremolinaba una misteriosa
sustancia acuosa que emitía un vapor
que parecía humo. El aire se llenó de
gemidos inarticulados y suspiros que
parecían proceder de la Luz que había
sido tragada por la oscuridad. Su cabeza
le dijo a Hermes que la Luz era la forma
del universo espiritual y que la
oscuridad en remolino que la había
envuelto representaba lo material.
A continuación, de la Luz prisionera
surgió una Palabra santa misteriosa que
se situó sobre las aguas humeantes.
Aquella Palabra, la Voz de la Luz, surgió
de la oscuridad como una gran columna
y el fuego y el aire la siguieron, aunque
la tierra y el agua permanecieron abajo,
sin moverse. Entonces, las aguas de la
Luz se separaron de las aguas de la
oscuridad; de las aguas de la Luz se
formaron los mundos superiores y de las
aguas de la oscuridad se formaron los
mundos inferiores.
A continuación, la
tierra y el agua se mezclaron y se
volvieron inseparables y la Palabra
espiritual, llamada Razón, se movió
sobre su superficie y provocó un
desconcierto interminable.
Una vez más se oyó la voz de
Poimandres, pero sin que se revelara Su
forma: «Yo tu Dios soy la Luz y la
Mente que existían antes de que la
sustancia se separara del espíritu y la
oscuridad, de la Luz. Y la Palabra que
surgió de la oscuridad como una
columna de fuego es el Hijo de Dios,
nacido del misterio de la Mente. El
nombre de esa Palabra es “Razón”.
La
Razón es hija del Pensamiento y la
Razón separará la Luz de la oscuridad y
establecerá la Verdad en medio de las
aguas. Entiéndelo, oh, Hermes, y medita
profundamente sobre el misterio. Lo que
ves y oyes en tu interior no es la tierra,
sino la Palabra de Dios hecha carne. Así
se dice que la Luz Divina habita en
medio de la oscuridad mortal y la
ignorancia no puede separarlas. La
unión de la Palabra y la Mente produce
el misterio llamado “Vida”. Así como la
oscuridad que te rodea está dividida con
respecto a sí misma, la oscuridad que
hay en tu interior también está dividida
de la misma forma. La Luz y el fuego
que surgen son el hombre divino, que
asciende por el camino de la Palabra, y
lo que no puede ascender es el hombre
mortal, que no puede ser partícipe de la
inmortalidad. Profundiza en la Mente y
su misterio, porque en ellos reside el
secreto de la inmortalidad».
El Dragón volvió a revelar su forma
a Hermes y durante largo tiempo los dos
estuvieron mirándose fijamente a la cara
el uno al otro, de modo que Hermes
temblaba ante la mirada de Poimandres.
Al oír la Palabra del Dragón, los cielos
se abrieron y se revelaron los
innumerables Poderes de la Luz,
elevándose por el Cosmos con alas que
despedían fuego. Hermes contempló los
espíritus de las estrellas, los celestiales
que controlan el universo y todos
aquellos Poderes que brillan con el
resplandor del Fuego Único, el
esplendor de la Mente Soberana.
Hermes se dio cuenta de que la visión
que había contemplado solo le había
sido revelada porque Poimandres había
dicho una Palabra. La Palabra era la
Razón y mediante la Razón de la Palabra
se manifestaban las cosas invisibles La
Mente Divina —el Dragón— prosiguió
su discurso:
«Antes de que se formara el
universo visible, se fabricó un
molde, llamado Arquetipo y
dicho Arquetipo estaba en la
Mente Suprema mucho antes de
que comenzara el proceso de la
creación. Observando los
Arquetipos, la Mente Suprema
quedó prendada de sus propios
pensamientos, de modo que,
tomando la Palabra como un
martillo poderoso, fue abriendo
cavernas en el espacio
primigenio y reproduciendo la
forma de las esferas en el molde
del Arquetipo y, al mismo
tiempo, sembró en los cuerpos
recién creados las semillas de
las cosas vivas La oscuridad
inferior, al recibir el martillo de
la Palabra, se convirtió en un
universo ordenado.
Los
elementos se separaron en
niveles y en cada uno surgieron
criaturas vivas. El Ser Supremo
—la Mente—, masculino y
femenino, produjo la Palabra y
la Palabra, suspendida entre la
Luz y la oscuridad, se expresó en
otra Mente, llamada “el Obrero”,
el “Maestro Constructor” o “el
Hacedor de objetos”.
De esta manera se consiguió.
Oh, Hermes: desplazándose por
el espacio como un soplo, la
Palabra produjo el Fuego por la
fricción de su movimiento. Por
consiguiente, el Fuego se llama
«Hijo del Esfuerzo». El Obrero
atravesó el universo como un
torbellino y, con la fricción, hizo
que las sustancias vibraran y
resplandeciesen. El Hijo del
Esfuerzo formó de este modo los
Siete Gobernadores, los
Espíritus de los Planetas, cuyas
órbitas delimitaban el mundo, y
los Siete Gobernadores
controlaban el mundo mediante
el poder misterioso llamado
Destino, que les había concedido
el Obrero Ardiente. Cuando la
Segunda Mente (el Obrero) hubo
organizado el Caos, la Palabra
de Dios salió enseguida de su
prisión material, dejando a los
elementos sin la Razón, y se unió
a la naturaleza del Obrero
Ardiente.
Entonces, la Segunda
Mente, junto con la Palabra que
se había elevado, se estableció
en medio del universo e hizo
girar las ruedas de los Poderes
Celestiales y así continuará
desde un comienzo infinito hasta
un final infinito, porque el
principio y el fin están en el
mismo lugar y estado.
Entonces, los elementos
vueltos hacia abajo y
desprovistos de razonamiento
produjeron criaturas sin Razón.
La Sustancia no podía
proporcionar Razón, porque la
Razón había salido de ella. El
aire produjo objetos voladores y
las aguas, objetos nadadores. La
tierra concibió extraños
animales de cuatro patas que se
arrastran, dragones, demonios
complejos y monstruos
grotescos.
Entonces el Padre —
la Mente Suprema—, al ser la
Luz y la Vida, creó a su imagen
un Hombre Universal
espléndido: no un hombre
terrenal, sino un Hombre
celestial, que vivía en la Luz de
Dios. La Mente Suprema amó al
Hombre que había creado y le
entregó el control de las
creaciones y las pericias.
Como el Hombre quería
trabajar, estableció Su morada
en la esfera de la generación y se
fijó en las obras de Su hermano,
la Segunda Mente, que estaba
sentado en el Anillo de Fuego.
Después de observar los logros
del Obrero Ardiente, Él también
quiso hacer cosas y Su Padre le
dio permiso. Los Siete
Gobernadores, de cuyos poderes
era partícipe, se regocijaron y
cada uno proporcionó al Hombre
una parte de Su propia
naturaleza.
El Hombre anhelaba perforar
la circunferencia de los círculos
y comprender el misterio de
Aquel que estaba sentado sobre
el Fuego Eterno. Como ya tenía
todo el poder, se agachó y echó
un vistazo a través de las siete
Armonías y, atravesando la
fuerza de los círculos, se
manifestó ante la Naturaleza, que
estaba estirada abajo. El
Hombre miró a las
profundidades y sonrió, porque
vio una sombra sobre la tierra y
una semejanza reflejada en las
aguas y aquella sombra y aquella
semejanza eran Su propio
reflejo. El Hombre se enamoró
de Su propia sombra y deseó
descender hasta ella.
Coincidiendo con el deseo, el
objeto Inteligente se unió con la
imagen o la forma irracional.
La Naturaleza observó el
descenso y se envolvió en torno
al Hombre, al que amaba, y los
dos se fusionaron. Por este
motivo, el hombre terrenal es
compuesto.
En su interior está el
Hombre del Cielo. inmortal y
hermoso; en el exterior, la
Naturaleza, mortal y destructible.
Por consiguiente, el sufrimiento
se produce porque el Hombre
Inmortal se enamoró de su
sombra y renunció a la Realidad
para vivir en la oscuridad de la
ilusión: porque, si es inmortal, el
hombre tiene el poder de los
Siete Gobernadores y también la
Vida, la Luz y la Palabra, pero,
si es mortal, lo controlan los
Anillos de los Gobernadores: la
Suerte o el Destino.
Del Hombre Inmortal habría
que decir que es hermafrodita, o
sea, masculino y femenino, y
siempre está atento. Nunca
duerme ni está inactivo y lo rige
un Padre que también es
masculino y femenino y siempre
vigila. Este es el misterio que se
mantiene oculto hasta hoy,
porque la Naturaleza, después de
fusionarse en matrimonio con el
Hombre del Cielo, produjo una
maravilla de lo más maravillosa:
siete hombres todos bisexuales,
masculinos y femeninos, y de
postura erguida, cada uno de los
cuales es un ejemplo de las
naturalezas de los Siete
Gobernadores. Estas… Oh,
Hermes, son las siete razas,
especies y ruedas.
De esta manera se generaron
los siete hombres.
La tierra era
el elemento femenino y el agua,
el masculino: del fuego y el éter
recibieron sus espíritus, y la
Naturaleza hizo los cuerpos
según la especie y la forma de
los hombres. Y el hombre
recibió la Vida y la Luz del Gran
Dragón y de la Vida se hizo su
Alma y de la Luz, su Mente. Por
consiguiente, todas estas
criaturas complejas, que
contienen la inmortalidad pero
son partícipes de la mortalidad,
siguieron en tal estado durante un
período. Se reprodujeron a partir
de sí mismas, porque cada una
era masculina y femenina. Sin
embargo, al finalizar el período,
el nudo del Destino se desató
por la voluntad de Dios y el lazo
de todas las cosas se aflojó.
Entonces, todas las criaturas
vivas, incluido el hombre, que
había sido hermafrodita, se
separaron y los machos se
volvieron diferentes y las
hembras también, según los
dictados de la Razón.
Y Dios habló a la Palabra
Santa que estaba dentro del alma
de todas las cosas y le dijo:
«Seguid creciendo y
multiplicaos en multitudes, todos
vosotros, criaturas y pericias
mías. Que quien esté dotado de
Mente sepa que es inmortal y que
la causa de la muerte es el amor
al cuerpo y dejad que aprenda
todo lo que hay, porque quien se
reconoce a sí mismo ingresa en
el estado del Bien».
Y después de que Dios dijera
esto, la Providencia, con la
ayuda de los Siete Gobernadores
y la Armonía, reunió los sexos,
hizo las mezclas y estableció las
generaciones y todas las cosas se
multiplicaron según su especie.
«Quien comete el error de
apegarse y ama su cuerpo se
queda deambulando en la
oscuridad, consciente, y sufre las
cosas de la muerte, mientras que
quien se da cuenta de que el
cuerpo no es más que una tumba
para su alma asciende a la
inmortalidad».
Entonces Hermes quiso saber por
qué había que privar a los hombres de la
inmortalidad solo por cometer el pecado
de la ignorancia y el Gran Dragón
respondió: «Para los ignorantes, el
cuerpo es lo más importante y son
incapaces de darse cuenta de que llevan
dentro la inmortalidad. Como solo
conocen el cuerpo, que está sujeto a la
muerte, creen en la muerte, porque
adoran la sustancia que es la causa y la
realidad de la muerte».
Entonces Hermes preguntó cómo van
hacia Dios los justos y los sabios, a lo
cual Poimandres respondió: «Lo mismo
que dijo la Palabra de Dios lo repito yo:
“Porque el Padre de todas las cosas está
hecho de Vida y Luz y lo mismo ocurre
con los hombres”.
Por consiguiente,
quien aprenda y comprenda la naturaleza
de la Vida y la Luz pasará a la eternidad
de la Vida y la Luz».
A continuación, Hermes preguntó
por el camino que seguían los sabios
para llegar a la Vida eterna y
Poimandres continuó: «Dejad que el
hombre dotado de Mente tome nota,
analice y aprenda por sí mismo y, con el
poder de su Mente, se separe de su
no-yo y se vuelva esclavo de la
Realidad».
Hermes preguntó si no todos los
hombres tenían Mente y el Gran Dragón
respondió: «Ten cuidado con lo que
dices, porque yo soy la Mente: el
Maestro Eterno. Yo soy el Padre de la
Palabra, el Redentor de todos los
hombres, y en la naturaleza del sabio la
Palabra se hace carne. Por medio de la
Palabra, el mundo se salva. Yo, el
Pensamiento (Thot), el Padre de la
Palabra, la Mente, solo acudo a los
hombres que son santos y buenos, puros
y misericordiosos y llevan una vida
piadosa y religiosa; mi presencia les
sirve de inspiración y de ayuda, porque
cuando llego, enseguida saben todas las
cosas y adoran al Padre Universal.
Antes de morir, estos sabios y
misericordiosos aprenden a renunciar a
sus sentidos sabiendo que estos son los
enemigos de su alma inmortal.
»No permitiré que los maléficos
sentidos controlen el cuerpo de aquellos
que me aman ni tampoco que alberguen
emociones malignas ni malos
pensamientos Me convierto en portero o
cancerbero y no dejo entrar el mal y así
protejo a los sabios de su propia
naturaleza inferior.
Sin embargo, no
acudo a los perversos, los envidiosos ni
los codiciosos, porque ellos no pueden
entender los misterios de la Mente; por
consiguiente, no les resulto grato. Los
dejo con los demonios vengadores que
ellos fabrican en su propia alma, porque
el mal aumenta todos los días y
atormenta más al hombre y cada mala
acción se suma a las malas acciones
previas hasta que finalmente el mal se
destruye a sí mismo. El castigo del
deseo es el suplicio de la
insatisfacción».
Hermes agachó la cabeza en señal
de agradecimiento al Gran Dragón que
tanto le había enseñado y le suplicó que
siguiera hablando sobre lo supremo del
alma humana, de modo que Poimandres
resumió: «En el momento de la muerte,
el cuerpo material del hombre regresa a
los elementos de los que procede y el
hombre divino invisible asciende a la
fuente de la que procede, es decir, la
Octava Esfera.
El mal se traslada a la
morada del demonio, mientras que los
sentidos, los sentimientos, los deseos y
las pasiones del cuerpo regresan a su
origen, es decir, los Siete Gobernadores,
cuya naturaleza en el hombre inferior
destruye, pero en el hombre espiritual
invisible da vida.
»Cuando la naturaleza inferior ha
vuelto a la brutalidad, la superior se
esfuerza otra vez por recuperar su
espiritualidad. Escala los siete Anillos
sobre los cuales están sentados los Siete
Gobernadores y devuelve a cada uno sus
poderes inferiores de esta manera: sobre
el primer anillo deposita la Luna y le
devuelve la capacidad de crecer y
decrecer: sobre el segundo anillo sienta
a Mercurio y le devuelve las
maquinaciones, el engaño y la picardía;
sobre el tercer anillo sienta a Venus y le
devuelve los deseos y las pasiones;
sobre el cuarto anillo sienta al Sol y a
este Señor le devuelve las ambiciones;
sobre el quinto anillo sienta a Marte y a
él le devuelve la impetuosidad y el
atrevimiento irreverente; sobre el sexto
anillo sienta a Júpiter y le devuelve el
sentido de acumulación y las riquezas, y
sobre el séptimo anillo sienta a Saturno,
a la Puerta del Caos, y le devuelve la
falsedad y la conspiración maléfica.
»
A continuación, después de
deshacerse de todas las acumulaciones
de los siete Anillos, el alma llega a la
Octava Esfera, es decir, el anillo de las
estrellas fijas, donde, liberada de toda
ilusión, mora en la Luz y entona loas al
Padre con una voz que solo los puros de
espíritu pueden comprender. Fíjate,
Hermes, que en la Octava Esfera hay un
gran misterio, porque la Vía Láctea es el
semillero de las almas, que desde allí
caen en los Anillos, y a ella regresan
otra vez desde las ruedas de Saturno.
Pero algunas no pueden subir la escalera
de siete peldaños de los Anillos, de
modo que deambulan por la oscuridad
inferior y son arrastradas a la eternidad
con la ilusión de los sentidos y la
practicidad.
»El camino hacia la inmortalidad es
difícil y solo unos pocos lo encuentran.
El resto aguarda el Gran Día en que las
ruedas del universo se detengan y las
chispas inmortales huyan de la vaina de
la sustancia. Pobres de los que esperan,
porque deben volver a regresar,
inconscientes y sin saberlo, al semillero
de las estrellas y aguardar un nuevo
comienzo. Los que se salven gracias a la
luz del misterio que te he revelado, oh,
Hermes, y que ahora te pido que
instaures entre los hombres, volverán
una vez más al Padre que habita en la
Luz Blanca y se entregarán a la Luz y
serán absorbidos por la Luz y en Ella se
convertirán en Poderes divinos.
Este es
el Camino del Bien y solo se revela a
los que tienen sabiduría.
»Bendito seas, oh, Hijo de la Luz, a
quien, de entre todos los hombres, yo,
Poimandres, la Luz del Mundo, me he
revelado.
Te ordeno que sigas adelante, que te conviertas en guía para aquellos que deambulan en la oscuridad, para que todos los hombres en los que habite el espíritu de Mi Mente (la Mente Universal) se salven por medio de Mi Mente en ti, que invocará a Mi Mente en ellos. Establece Mis Misterios y ellos no fracasarán en la tierra, porque soy la Mente de los Misterios y, mientras la Mente no falle —esto no ocurre nunca —, mis Misterios no pueden fallar».
Te ordeno que sigas adelante, que te conviertas en guía para aquellos que deambulan en la oscuridad, para que todos los hombres en los que habite el espíritu de Mi Mente (la Mente Universal) se salven por medio de Mi Mente en ti, que invocará a Mi Mente en ellos. Establece Mis Misterios y ellos no fracasarán en la tierra, porque soy la Mente de los Misterios y, mientras la Mente no falle —esto no ocurre nunca —, mis Misterios no pueden fallar».
Con estas palabras de despedida,
Poimandres, radiante de luz celestial, se
desvaneció, mezclándose con los
poderes de los cielos. Elevando los ojos
al firmamento, Hermes bendijo al Padre
de Todas las Cosas y consagró su vida
al servicio de la Gran Luz.
Así predicaba Hermes: «Oh,
habitantes de la tierra, hombres nacidos
y hechos de los elementos, pero con el
espíritu del Hombre Divino en vuestro
interior, ¡levantaos de vuestro sueño de
ignorancia! Sed serios y reflexivos.
Daos cuenta de que vuestra casa no es la
tierra sino la Luz. ¿Por qué os habéis
entregado a la muerte, si tenéis poder
para ser partícipes de la inmortalidad?
Arrepentíos y cambiad vuestra mente.
Alejaos de la luz oscura y renunciad a la
corrupción para siempre. Preparaos
para ascender a través de los Siete
Anillos y para fundir vuestras almas con
la Luz eterna».
Algunos de los que lo escucharon se
burlaron y se mofaron y siguieron su
camino, entregándose a la Segunda
Muerte, de la cual no existe salvación.
Otros, en cambio, se arrojaron a los pies
de Hermes y le suplicaron que les
enseñara el Camino de la Vida. Él los
levantó con suavidad, sin recibir
ninguna aprobación para sí mismo, y,
con el bastón en la mano, siguió
enseñando y guiando a la humanidad y
mostrándoles cómo podían salvarse. En
los mundos de los hombres, Hermes
sembró las semillas de la sabiduría y las
nutrió con las Aguas Inmortales.
Finalmente llegó el crepúsculo de su
vida y, cuando el resplandor de la luz de
la tierra comenzó a reducirse, Hermes
ordenó a sus discípulos que mantuvieran
inmaculadas sus doctrinas a lo largo de
los siglos. Encomendó que se pusiera
por escrito la visión de Poimandres para
que todos los que desearan la
inmortalidad pudieran encontrar en ella
el camino.
Para concluir su exposición de la
visión, Hermes escribió lo siguiente:
«El sueño del cuerpo es la sobria
vigilancia de la Mente y, si cierro los
ojos, se me revela la Luz verdadera. Mi
silencio se llena de nueva vida y
esperanza y está lleno de bondad. Mis
palabras son la plenitud del fruto del
árbol de mi alma. Porque este es el
relato fiel de lo que he recibido de mi
verdadera Mente, que es Poimandres, el
Gran Dragón, el Señor de la Palabra,
mediante el cual Dios me inspiró la
Verdad. Desde aquel día, mi Mente ha
estado siempre conmigo y en mi propia
alma he dado a luz la Palabra: la
Palabra es la Razón y la Razón me ha
redimido.
Por este motivo, con toda mi
alma y toda mi fuerza, alabo y bendigo
al Dios Padre, la Vida y la Luz y la
Bondad Eterna.
Bendito sea Dios, Padre de
todas las cosas, que existe desde
antes del Primer Comienzo.
Bendito sea Dios, cuya
voluntad se cumple y se hace
cumplir mediante Sus propios
Poderes, a los que ha dado a luz
fuera de Sí mismo.
Bendito sea Dios, que ha
decidido darse a conocer y que
es conocido por Sí mismo por
aquellos a quienes se revela.
Bendito seáis Vos que por
Vuestra Palabra (la Razón)
habéis establecido todas las
cosas.
Bendito seáis Vos, a cuya
imagen se ha hecho toda la
Naturaleza.
Bendito seáis Vos a quien la
naturaleza inferior no ha dado
forma.
Bendito seáis Vos, que sois
más fuerte que todos los
poderes.
Bendito seáis Vos, que sois
mejor que toda excelencia.
Bendito seáis Vos, que sois
mejor que toda alabanza.
Aceptad estos sacrificios
razonables de un alma pura y un
corazón tendido hacia Vos.
Oh, Inefable, a Quien se
alaba en silencio.
Os suplico que me miréis
con misericordia para que no
yerre mi conocimiento de Vos y
pueda iluminar a aquellos que
son, en la ignorancia, hermanos
míos e hijos Vuestros.
Por eso creo en Vos y de Vos
doy fe y parto en paz y con
confianza en Vuestra Luz y Vida.
Bendito seáis, ¡oh, Padre! El
hombre que habéis creado se
santificará con Vos, ya que le
habéis dado poder para
santificar a otros con Vuestra
Palabra y Vuestra Verdad».
La Visión de Hermes, como casi
todas las obras herméticas, es una
exposición alegórica de grandes
verdades filosóficas y místicas, cuyo
significado oculto solo pueden
comprender aquellos que han sido
«elevados» a la presencia de la Mente
Verdadera.
La Gran Pirámide se levanta sobre una
meseta caliza hasta cuya base, según la
historia antigua, se desbordó el Nilo en
una ocasión, con lo cual proporcionó un
método de transporte para los bloques
inmensos que se emplearon en su
construcción. Suponiendo que el
piramidón alguna vez hubiera estado en
su sitio, la pirámide mide, según John
Taylor (en cifras redondas) 150 metros
de altura: la base de cada lado mide 233
metros de largo y toda la estructura
abarca una superficie de algo más de
cinco hectáreas.
La Gran Pirámide es la Única del
grupo de Gizeh —de hecho, que se sepa,
la única de Egipto— que tiene cámaras
dentro del cuerpo de la pirámide en sí.
Por este motivo se dice que refuta las
leyes de Lepsius, según las cuales cada
una de estas construcciones es un
monumento levantado sobre una cámara
subterránea en la que está enterrado
algún gobernante.
La pirámide contiene
cuatro cámaras, indicadas en el
diagrama con las letras K, H, F y O.
La cámara del rey (K) es un
aposento alargado de doce metros de
largo, cinco de ancho y casi seis de
altura, aproximadamente, con un techo
plano compuesto por nueve piedras
inmensas, las más grandes de la
pirámide. Por encima de la cámara del
rey hay cinco compartimientos bajos
(L), llamados genéricamente «cámaras
de contrucción». En la inferior de estas
cámaras están los llamados «jeroglíficos
del faraón Keops». El techo de la quinta
cámara de construcción acaba en punta.
En el extremo de la cámara del rey
opuesto a la entrada se encuentra el
famoso sarcófago o cofre (I) y, detrás de
este, una abertura poco profunda que se
excavó con la esperanza de descubrir
objetos valiosos. Dos orificios de
ventilación (M y N) que atraviesan la
pirámide de un lado a otro ventilan la
cámara del rey. En sí mismo, esto basta
para demostrar que el edificio no fue
construido como una tumba.
Entre el extremo superior de la Gran
Galería (G. G.) y la cámara del rey hay
una pequeña antecámara (H), con una
longitud máxima de 2,7 metros, un ancho
máximo de 1,5 metros y una altura
máxima de 3,6 metros, que —no se sabe
por qué— tiene las paredes estriadas.
En la estría más cercana a la Gran
Galería hay un bloque de piedra en dos
partes, con un bulto o un nudo que
sobresale como 2,5 centímetros de la
superficie de la parte superior que da a
la Gran Galería. Esta piedra no llega
hasta el suelo de la antecámara y los que
entran en la cámara del rey tienen que
pasar por debajo de la losa. Desde la
cámara del rey, la Gran Galería —48
metros de largo, 8,5 metros de altura y 2
metros de ancho en el punto máximo,
que se reducen a la mitad como
consecuencia de la convergencia de
siete superposiciones de las piedras que
constituyen las paredes— desciende
hasta llegar un poco por encima del
nivel de la cámara de la reina. De allí
sale una galería (E) que retrocede más
de treinta metros hacia el centro de la
pirámide y se abre en la cámara de la
reina (F). La cámara de la reina mide
5,8 metros de largo, 5 metros de ancho y
6 metros de altura. Tiene el techo en
punta y compuesto por grandes bloques
de piedra. Unos respiraderos que no se
muestran salen de la cámara de la reina,
pero son posteriores.
En la pared
oriental de la cámara de la reina hay un
nicho peculiar de piedra que converge
poco a poco: probablemente, al final
resultará que se trata de una entrada que
ya no existe.
En el punto en el que acaba la Gran
Galería y comienza el pasillo horizontal
que conduce a la cámara de la reina está
la entrada al pozo y también la abertura
que desciende por el primer conducto
ascendente (D) hasta el punto en el que
este conducto se encuentra con el
conducto descendente (A), que conduce
desde la pared exterior de la pirámide
hasta la cámara subterránea. Después de
descender 18 metros por el pozo (P), se
llega a la gruta. El pozo atraviesa el
suelo de la gruta y sigue bajando
cuarenta metros más hasta el conducto
de entrada descendente (A), con el que
se cruza poco antes de que el conducto
pase a ser horizontal y llegue a la
cámara subterránea.
La cámara subterránea (O) mide
unos catorce metros de largo y algo más
de ocho de ancho, pero es sumamente
baja: el techo tiene una altura variable,
que va desde alrededor de un metro
hasta cuatro metros por encima del suelo
desigual y aparentemente inacabado. Del
lado meridional de la cámara
subterránea sale un túnel bajo de unos
quince metros de largo, que acaba en
una pared lisa. Estas constituyen las
únicas aberturas conocidas de la
Pirámide, a excepción de algunos
nichos, orificios de reconocimiento,
pasillos sin salida y el túnel intrincado y
tenebroso (B) abierto por los
musulmanes a las órdenes del
descendiente del profeta, el califa Al-
Mamun. (Véase C. Piazzi Smyth: Life
and Work at the Great Pyramid).
Manly Plamer Hall
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