Cuando tienen que hacer frente a un
problema que exige aplicar la facultad
de razonamiento, las personas
inteligentes no pierden el aplomo y
tratan de encontrar una solución
buscando datos que tengan que ver con
la cuestión. En cambio, ante un
problema similar, las de mentalidad
inmadura se abruman. Es posible que
aquellas estén capacitadas para resolver
el enigma de su propio destino: a estas,
en cambio, hay que conducirlas como a
un rebaño de ovejas y hay que
enseñarles en un lenguaje sencillo.
Dependen casi exclusivamente de los
cuidados del pastor.
El apóstol san
Pablo decía que a estos niños había que
alimentarlos con leche, mientras que la
carne es la comida de los hombres
fuertes. La irreflexión es casi sinónimo
de puerilidad, mientras que la reflexión
simboliza la madurez.
Hay, no obstante, muy pocas mentes
maduras en el mundo y por eso las
doctrinas filosófico-religiosas de los
paganos se dividieron para satisfacer las
necesidades de estos dos grupos
fundamentales del intelecto humano:
uno, filosófico y el otro, incapaz de
apreciar los misterios más profundos de
la vida. A los pocos capaces de
discernir les fueron reveladas las
enseñanzas esotéricas o espirituales,
mientras que la mayoría incompetente
recibió solo las interpretaciones
literales o exotéricas. A fin de
simplificar las grandes verdades de la
naturaleza y los principios abstractos de
la ley natural, las fuerzas vitales del
universo se personificaron y se
transformaron en los dioses de las
mitologías antiguas.
Mientras las
multitudes ignorantes presentaban sus
ofrendas ante los altares de Príapo y de
Pan (divinidades que representan las
energías de la procreación), los sabios
reconocían en aquellas estatuas de
mármol meras concreciones simbólicas
de grandes verdades abstractas.
En todas las ciudades del mundo
antiguo había templos para el culto y las
ofrendas del público y en todas las
comunidades había también filósofos y
místicos muy versados en las tradiciones
naturales que solían reunirse y formar
escuelas filosóficas y religiosas
cerradas.
Los más importantes de
aquellos grupos se conocían con el
nombre de «Misterios». Muchos de los
grandes cerebros de la Antigüedad
fueron iniciados en aquellas
fraternidades secretas mediante ritos
extraños y misteriosos, algunos de los
cuales eran sumamente crueles.
Alexander Wilder define los Misterios
como «obras dramáticas sagradas que se
representaban en momentos señalados.
Los más famosos eran los de Isis,
Sabazios, Cibeles y Eleusis». Una vez
admitidos, se instruía a los iniciados en
la sabiduría secreta que se había
preservado durante siglos. Platón,
iniciado en una de estas órdenes
secretas, fue muy criticado, porque en
sus obras reveló muchos de los
principios filosóficos secretos de los
Misterios.
Todas las naciones paganas han
tenido y tienen no solo su religión
oficial, sino también otra a la cual solo
han podido acceder los filósofos
elegidos.
Muchos de estos cultos
antiguos desaparecieron de la faz de la
tierra sin revelar sus secretos, aunque
unos cuantos han sobrevivido la prueba
del tiempo y sus símbolos misteriosos
todavía se conservan. Buena parte del
ritualismo de la masonería se basa en
las pruebas a las que los hierofantes
antiguos sometían a los candidatos antes
de confiarles las llaves de la sabiduría.
Pocos se dan cuenta de hasta qué
punto las antiguas escuelas secretas han
influido en los intelectos
contemporáneos y, a través de ellos, en
la posteridad.
Robert Macoy, del grado
33, en su General History, Cyclopedia
and Dictionary of Freemasonry, rinde
un homenaje espléndido al papel que
han desempeñado los antiguos Misterios
en la construcción del edificio de la
cultura humana. Dice, en parte: «Parece
que toda la perfección de la civilización
y todos los avances de la filosofía, la
ciencia y el arte entre los antiguos se
deben a aquellas instituciones que, bajo
el velo del misterio, intentaban poner de
manifiesto las verdades más sublimes de
la religión, la moralidad y la virtud y
estampadas en el corazón de sus
discípulos. […]
Su objetivo principal
era enseñar la doctrina de un Dios
único, la resurrección del hombre a la
vida eterna, la dignidad del alma
humana y conducir a las personas para
ver la sombra de la divinidad en la
belleza, la magnificencia y el esplendor
del universo».
Con la decadencia de la virtud, que
ha precedido a la destrucción de todas
las naciones de la historia, los Misterios
fueron degenerando. La hechicería
sustituyó a la magia divina. Se
introdujeron prácticas indescriptibles
(como las bacanales) y se impuso la
perversión, porque las instituciones no
pueden ser mejores que los miembros
que las componen. Desesperados, los
pocos fieles que quedaban trataron de
evitar que las doctrinas secretas cayeran
en el olvido. En algunos casos lo
consiguieron, pero la mayoría de las
veces los arcanos se perdieron y solo se
conservó la cáscara vacía de los
Misterios.
Thomas Taylor ha escrito lo
siguiente: «El hombre es por naturaleza,
un animal religioso».
Desde los albores
de su conciencia, el hombre ha adorado
y reverenciado objetos como símbolos
del Objeto invisible, omnipresente e
indescriptible con respecto al cual no
podía descubrir prácticamente nada. Los
Misterios paganos se opusieron a los
cristianos durante los primeros siglos de
su iglesia y declararon que, para la
nueva fe (el cristianismo), la virtud y la
integridad no eran requisitos para la
salvación.
Celso exponía su opinión
cáustica sobre el tema en los siguientes
términos:
«Que, sin embargo, no acuso
a los cristianos con mayor
amargura que la que impone la
verdad se puede conjeturar de lo
siguiente, porque quienes
convocan a los hombres a otros
misterios proclaman: “Que se
acerquen aquellos que tengan las
manos limpias y que pronuncien
palabras sabias”. Asimismo,
otros proclaman: “Que se
acerquen los puros de toda
maldad, aquellos cuya alma no
sea consciente de ningún mal y
que lleven una vida justa y
recta”. Tales cosas proclaman
los que prometen la purificación
de todo error. Oigamos ahora
quiénes son llamados a los
misterios cristianos: los
pecadores, los insensatos, los
simples y, en síntesis, los que
lloran; ellos recibirán el reino de
Dios. ¿No llamáis acaso, al
pecador, al injusto, al ladrón, al
brujo, al sacrílego o al
profanador de tumbas? ¿A
quiénes más tendría que llamar
el que convoca para reunir a
todos los ladrones?».
Celso no arremetía contra la fe
verdadera de los primeros místicos
cristianos, sino contra las formas falsas
que ya se estaban introduciendo en su
época. Los ideales del cristianismo
primitivo se basaban en los elevados
principios morales de los Misterios
paganos y los primeros cristianos que se
reunían bajo la ciudad de Roma usaban
como lugar de culto los templos
subterráneos de Mitra, de cuyo culto
procede la mayor parte del sacerdotismo
de la Iglesia actual.
Los filósofos antiguos creían que
nadie puede vivir de forma inteligente si
no posee un conocimiento fundamental
de la naturaleza y de sus leyes. Para
poder obedecer, el hombre tiene que
comprender y los Misterios se
dedicaban a enseñar a los hombres el
funcionamiento de la ley divina en la
esfera terrestre.
Eran pocos los cultos
primitivos que realmente adoraban a
divinidades antropomórficas aunque su
simbolismo pudiera inducirnos a pensar
lo contrario. Eran más moralistas que
religiosos y más filosóficos que
teológicos. Enseñaban al hombre a usar
sus facultades con más inteligencia, a
ser pacientes ante la adversidad, a tener
valor ante el peligro, a mantenerse fieles
ante las tentaciones y, sobre todo, a
pensar que una vida digna era el mejor
sacrificio que podían ofrecer a Dios y
que su cuerpo era un altar sagrado para
la divinidad.
Montfaucon: Antiquities
HIEROFANTE FEMENINA
DE LOS MISTERIOS
Esta ilustración muestra a
Cibeles, aquí llamada la Diosa
siria, con ropaje de hierofante.
Montfaucon describe la figura
de la siguiente forma: «Sobre su
cabeza hay una mitra episcopal,
adornada en la parte inferior con
torres y pináculos; sobre el
portal de la ciudad hay una
creciente y debajo del circuito de
muros hay una corona de rayos.
La Diosa lleva una especie de
vestidura litúrgica, exactamente
igual a la que usa un sacerdote u
obispo; y sobre la vestidura una
túnica que cae hasta las piernas;
y sobre todo, una capa
consistorial episcopal con los
doce signos del Zodíaco forjados
sobre los bordes. La figura
incluye un león a cada lado y en
su mano izquierda sostiene un
Tímpano, un Sistro, una Rueca,
un Caduceo y otro instrumento.
En su mano derecha sostiene un
En su mano derecha sostiene un
rayo con su dedo central y sobre
ese mismo brazo, animales,
insectos y, según podemos
apreciar, flores y frutos, un lazo,
una saeta, una antorcha y una
guadaña». Se desconoce la
procedencia de la estatua; la
copia reproducida por
Montfaucon es de los dibujos
realizados por Pirro Ligorio.
El culto al sol desempeñaba un papel
importante en casi todos los Misterios
paganos primitivos, lo cual indica la
probabilidad de que se originaran en la
Atlántida, cuyos habitantes eran
adoradores del sol. La divinidad solar
se solía representar como un joven
hermoso, de largos cabellos dorados,
como símbolo de los rayos del sol.
Aquella divinidad solar dorada era
asesinada por rufianes malvados que
personificaban el principio de la maldad
del universo. Por medio de
determinados rituales y ceremonias que
simbolizaban la purificación y la
regeneración, aquel maravilloso dios
del bien volvía a la vida y se convertía
en el salvador de su pueblo.
Los
procesos secretos que permitían su
resurrección simbolizaban aquellas
culturas mediante las cuales el hombre
consigue superar su naturaleza inferior,
dominar sus apetitos y manifestar el lado
más elevado de sí mismo. Los Misterios
se organizaban con el propósito de
ayudar a la criatura humana en apuros a
volver a despertar los poderes
espirituales que, rodeados por el círculo
maldito de la lujuria y la degeneración,
dormían en su alma. En otras palabras,
se brindaba al hombre una manera de
recuperar el estado que había perdido.[2]
En el mundo antiguo, casi todas las
sociedades secretas eran filosóficas y
religiosas. Durante el medioevo, eran
fundamentalmente religiosas y políticas,
aunque se mantuvieron algunas escuelas
filosóficas.
En la época actual, las
sociedades secretas de los países
occidentales son principalmente
políticas o fraternales, aunque en
algunas de ellas, como la masonería,
sobreviven aún los antiguos principios
religiosos y filosóficos.
Por una cuestión de espacio no
podemos hacer un análisis detallado de
las escuelas secretas. Realmente ha
habido montones de aquellos cultos
antiguos, con ramas en todas partes del
mundo oriental y del occidental. Alguna,
como las de Pitágoras y los herméticos,
muestran una marcada influencia
oriental, mientras que los rosacruces,
según proclaman ellos mismos,
obtuvieron de los místicos árabes la
mayor parte de su sabiduría. Aunque las
escuelas mistéricas por lo general se
asociaban con la civilización, hay
pruebas de que los pueblos menos
civilizados de la época prehistórica las
conocían. Los nativos de islas remotas,
muchos de los cuales vivían según las
formas menos evolucionadas de
salvajismo, poseen rituales místicos y
prácticas secretas que, aunque
primitivos, muestran claros tintes
masónicos.
Los misterios druídicos de Britania y
la Galia
En algún período remoto, los habitantes originales y primitivos de Britania revivieron y reformaron sus instituciones nacionales. Hasta entonces, su sacerdote o instructor había recibido simplemente el nombre de Gwydd, pero consideraron que se había vuelto necesario dividir su cometido entre el sacerdote nacional o supremo y otro con una influencia más limitada. A partir de entonces, aquel se convirtió en el Der-Wydd (druida) o instructor superior y [este en el] Go-Wydd u O-Vydd (vate), el instructor subordinado; los dos respondían al nombre general de Beirdd (bardos) o maestros de la sabiduría. A medida que el sistema fue madurando y creciendo, el orden de los bardos pasó a estar compuesto por tres clases: los druidas, los Beirdd Braint o bardos privilegiados y los vates.
El origen de la palabra «druida» es objeto de controversia. Max Müller cree que, como la palabra irlandesa drui, significa «el hombre de los robles». Además, llama la atención al hecho de que los griegos llamaban dryades a los dioses de los bosques y las divinidades de los árboles. Algunos creen que la palabra tiene origen teutónico y otros la atribuyen a los galeses. Unos pocos la remontan al gaélico druidh, que significa «hombre sabio» o «hechicero».
En sánscrito, la palabra dru quiere decir «árbol». En tiempos de la conquista romana, los druidas estaban perfectamente instalados en Britania y la Galla. No se cuestionaba el poder que tenían sobre el pueblo y ha habido casos en los que unos ejércitos que estaban a punto de atacarse envainaron sus espadas cuando así se lo ordenaron los druidas de blancas vestiduras. Ninguna empresa de gran importancia comenzaba sin la colaboración de estos patriarcas, que actuaban como mediadores entre los dioses y los hombres. Merecidamente, se atribuye a la orden druídica un conocimiento profundo de la naturaleza y sus leyes. Según la Enciclopedia Británica, la geografía, las ciencias físicas, la teología natural y la astrología eran sus estudios preferidos.
Los druidas tenían conocimientos básicos de medicina, en particular del uso de plantas medicinales. También se ha hallado instrumental quirúrgico rudimentario en Inglaterra e Irlanda. En un curioso tratado sobre la medicina británica primitiva se establece que todos los que la practicasen habían de contar con un jardín o un patio donde cultivar ciertas hierbas necesarias para su profesión.
Éliphas Lévi, el célebre trascendentalista, hace la siguiente afirmación significativa:
«Los druidas eran sacerdotes y médicos, curaban por magnetismo y cargaban amuletos con su influencia fluida. Sus remedios universales eran el muérdago y los huevos de serpiente, porque estas sustancias atraen la luz astral de una forma especial. La solemnidad con la que cortaban el muérdago atraía hacia esta planta la confianza popular y le otorgaba gran poder magnético. […] Algún día, el avance del magnetismo nos revelará las propiedades absorbentes del muérdago y entonces comprenderemos el secreto de estas plantas mullidas que extraían las virtudes desaprovechadas de los vegetales y se recargaban de tinturas y sabores
Una ciencia médica que será nueva porque es vieja utilizará con conocimiento de causa las setas, las trufas, las agallas de los árboles y los diferentes tipos de muérdago […] pero no se debe avanzar más rápido que la ciencia, que retrocede para poder avanzar más».
[3]
El muérdago no solo era sagrado como símbolo del remedio universal o panacea, sino también porque crecía en el roble. A través del símbolo del roble, los druidas adoraban a la Divinidad Suprema y, por consiguiente, todo lo que creciera en este árbol era sagrado para Ella.
En determinadas épocas del año, según la posición del sol, la luna y las estrellas, el archidruida trepaba al roble y cortaba el muérdago con una hoz dorada destinada a tal fin. La planta parásita se envolvía en telas blancas que se utilizaban precisamente para la ocasión: para que no tocara la tierra y se contaminara con las vibraciones terrestres.
Por lo general se sacrificaba un toro blanco debajo del árbol. Los druidas eran iniciados de una escuela secreta que existía entre ellos. Esta escuela, muy semejante a los Misterios báquicos y los eleusinos de Grecia o a los ritos egipcios de Isis y Osiris, se designa justamente con el nombre de «Misterios druídicos». Mucho se ha especulado con respecto a la sabiduría secreta que los druidas afirmaban poseer. Sus enseñanzas secretas no se escribieron jamás, sino que se transmitían de forma oral a los candidatos preparados especialmente. Robert Brown, del grado 32, opina que los sacerdotes británicos obtuvieron su información de los navegantes tirios y fenicios que, miles de años antes de la era cristiana, establecieron colonias en Britania y la Galia mientras buscaban estaño.
Thomas Maurice, en su Indian Antiquities, diserta largamente sobre las expediciones fenicias, cartaginesas y griegas que iban a las islas Británicas en busca de estaño. Otros opinan que los Misterios celebrados por los druidas eran de origen oriental, posiblemente budista. La proximidad de las islas Británicas a la Atlántida perdida puede explicar el culto solar, que desempeña un papel importante en los rituales del druidismo. Según Artemidoro, en una isla cercana a Gran Bretaña adoraban a Ceres y a Perséfone con ritos y ceremonias similares a los de Samotracia. No cabe duda de que el panteón druídico incluye gran cantidad de deidades griegas y romanas, lo cual dejó pasmado a César durante su conquista de Britania y la Galia y lo hizo afirmar que aquellas tribus adoraban a Mercurio, Apolo, Marte y Júpiter de una manera similar a la de los países latinos.
Es casi seguro que los Misterios druídicos no son autóctonos de Britania ni de la Galia, sino que emigraron de alguna de las civilizaciones más antiguas. La escuela de los druidas se dividía en tres partes distintas y las enseñanzas secretas que representaban son prácticamente las mismas que los misterios ocultos tras las alegorías de la Logia Azul masónica. La inferior de estas tres divisiones era la del vate (ovydd), un grado honorario que no requería ninguna purificación ni preparación especial. Los vates vestían de verde, el color druídico del conocimiento, y tenían que saber un poco de medicina, astronomía, poesía —en la medida de lo posible— y a veces música.
Un vate era una persona admitida en la orden druídica por su excelencia general y su conocimiento superior acerca de los problemas de la vida. La segunda división era la del bardo (beirdd), cuyos miembros vestían de azul celeste para representar la armonía y la verdad. Les correspondía la tarea de memorizar, al menos en parte, los veinte mil versos de la poesía sagrada druídica. A menudo se los representaba con el arpa primitiva británica o irlandesa, un instrumento cuyas cuerdas eran de cabello humano, tantas como costillas había de un lado del cuerpo humano. Aquellos bardos se elegían a menudo como maestros de los candidatos a ingresar en los Misterios druídicos. Los neófitos llevaban trajes a rayas azules, verdes y blancas, los colores sagrados de la orden druídica. La tercera división era la de los druidas (derwyddon), cuya tarea específica consistía en ocuparse de las necesidades religiosas de la población. Para alcanzar esta dignidad, los candidatos primero tenían que llegar a ser bardos privilegiados. Los druidas iban siempre vestidos de blanco: era símbolo de su pureza y el color que ellos usaban para simbolizar el sol.
Henry S. Wellcome: Ancient Cymric Medicine
ARCHIDRUIDA CON VESTIMENTA CEREMONIAL
La más notable ornamentación del Gran Druida era el Iodhan moran, o coraza de juicio, que poseía el misterioso poder de estrangular a cualquiera que hiciera una falsa declaración mientras la usara. Godfrey Higgins dice que esta coraza se colocaba sobre los cuellos de los testigos para probar la veracidad de su evidencia. La diadema Druida, o anguinum, con su parte frontal repujada con un número de puntos para representar los rayos del sol, indicaba que el sacerdote era una personificación del naciente sol. En la parte frontal de su cinturón, el Gran Druida tenía cinturón, el Gran Druida tenía puesto el liath meisicith, un broche o hebilla mágica, en cuyo centro había una gran piedra blanca. A éste se le atribuía el poder de hacer descender el fuego de los dioses desde el cielo cuando el sacerdote lo ordenara. Esta piedra especialmente cortada era un ardiente cristal a través del cual los rayos del sol se concentraban para iluminar los fuegos de los altares.
Los Druidas también tenían otros implementos simbólicos tales como la peculiarmente tallada hoz dorada con la cual cortaban el muérdago del roble, y el cornan, o cetro en forma de creciente, símbolo del sexto día de la luna creciente y también del Arca de Noé. Un antiguo iniciado de los Misterios Druidas relató que la admisión a sus ceremonias de admisión a sus ceremonias de media noche se ganaba por medio de una barca de cristal llamada Cwrwg Gwydrin.
Esta barca simbolizaba la luna que, cuando flotaba sobre las aguas de la eternidad, preservaba las semillas de las criaturas vivientes dentro de su creciente semejante a una barca. Para alcanzar la posición elevada de archidruida, o jefe espiritual de la organización, el sacerdote tenía que superar los seis grados sucesivos de la orden druídica. (Los miembros de los distintos grados se distinguían por el color de su faja, porque todos llevaban vestiduras blancas. Algunos autores opinan que el título de archidruida era hereditario y que pasaba de padres a hijos, aunque es más probable que el honor se concediera por votación. Su titular era elegido entre los miembros más sabios de los grados druídicos superiores, por sus virtudes y su integridad).
Según James Gardner, en Britania solía haber dos archidruidas: uno residía en la isla de Anglesey y el otro en la isla de Man. Se supone que había otros en la Galia. Estos dignatarios por lo general llevaban un cetro dorado y una corona de hojas de roble como símbolo de su autoridad. Los miembros más jóvenes de la orden druídica iban afeitados y vestidos modestamente, mientras que los más ancianos llevaban largas barbas canosas y espléndidos adornos dorados. Como el sistema educativo de los druidas británicos superaba al de sus colegas del continente europeo, muchos jóvenes gajos eran enviados a escuelas druídicas en Britania para recibir instrucción filosófica. Éliphas Lévi afirma que los druidas vivían en rigurosa abstinencia, estudiaban las ciencias naturales, guardaban el secreto más estricto y solo admitían nuevos miembros después de prolongados períodos de prueba. Muchos de los sacerdotes de la orden vivían en edificios bastante similares a los monasterios actuales. Se reunían en grupos, como los ascetas del Lejano Oriente. Aunque el celibato no era obligatorio, pocos contraían matrimonio.
Muchos de los druidas se retiraban del mundo y vivían como ermitaños en cuevas, en casas toscas de piedra o en pequeñas chozas en medio de algún bosque, donde oraban y meditaban y de las que solo salían para cumplir sus obligaciones religiosas. En su Ten Great Religions, James Freeman Clarke describe como sigue las creencias de los druidas: «Los druidas creían en tres mundos y en la transmigración de uno a otro: un mundo superior a este, en el cual reinaba la felicidad; un mundo inferior, de desdicha, y el estado actual. Esta transmigración servía para castigar y recompensar y también para purificar el alma. En el mundo presente —decían—, el Bien y el Mal están tan bien equilibrados que el hombre tiene la máxima libertad y puede elegir o rechazar ambos. Las tríadas galesas nos cuentan que la metempsicosis tenía tres propósitos: reunir en el alma las propiedades de todo el ser, adquirir el conocimiento de todas las cosas y conseguir poder para vencer al mal. También hay —dicen— tres tipos de conocimiento: el conocimiento del nombre de cada cosa, el de su causa y el de su influencia. Hay tres cosas que decrecen constantemente: la oscuridad, la falsedad y la muerte, y hay tres que crecen constantemente: la luz, la vida y la verdad».
PLANO DE STONEHENGE
Thomas Maurice: Indian Antiquities
Los templos o los lugares del culto religioso de los druidas no tenían un diseño similar a los de otras naciones. La mayoría de las ceremonias se celebraban por la noche, tanto en espesos robledales como en torno a altares al aire libre levantados con grandes piedras en bruto. Nunca se ha podido explicar de forma satisfactoria cómo se forma satisfactoria cómo se movieron aquellas piedras enormes.
El altar más famoso, un gran círculo de piedras, es Stonehenge, situado en el suroeste de Inglaterra. Esta estructura, diseñada a escala astronómica, se mantiene todavía como una maravillas de la Antigüedad. Como casi todas las escuelas de los Misterios, las enseñanzas de los druidas se dividían en dos partes diferenciadas. La más sencilla, un código moral, se enseñaba a todo el mundo, mientras que la doctrina esotérica, más profunda, solo se presentaba a los sacerdotes iniciados. Para ingresar en la orden, el candidato tenía que ser de buena familia y de moral intachable. No se le confiaban secretos importantes hasta que no hubiese sido tentado de muchas formas y la fortaleza de su carácter no hubiese sido sometida a duras pruebas.
Los druidas enseñaron a los pueblos de Britania y la Galla acerca de la inmortalidad del alma. Creían en la transmigración y, aparentemente, en la reencarnación. Pedían prestado en una vida y prometían devolver en la siguiente. Creían en un infierno purificador en el que expiarían sus pecados para pasar después a la felicidad de la unidad con los dioses. Los druidas enseñaban que todos los hombres se salvarían, pero que algunos debían regresar a la tierra varias veces para aprender las lecciones de la vida humana y para vencer el mal inherente en su propia naturaleza. Antes de que se confiaran a un candidato las doctrinas secretas de los druidas, tenía que jurar guardar el secreto. Aquellas doctrinas se transmitían solo en la profundidad de los bosques y en la oscuridad de las cuevas.
En aquellos sitios poco frecuentados se instruía al neófito acerca de la creación del universo, las personalidades de los dioses, las leyes de la naturaleza, los secretos de la medicina oculta, los misterios de los cuerpos celestes y los rudimentos de la magia y la hechicería. Los druidas tenían gran cantidad de días festivos. La luna nueva y la llena y el sexto día de la luna eran períodos sagrados. Se cree que las iniciaciones solo se celebraban durante los dos solsticios y los dos equinoccios.
Al amanecer del vigésimoquinto día de diciembre se celebraba el nacimiento de la divinidad solar. Según algunos, las enseñanzas secretas de los druidas están teñidas de la filosofía pitagórica.
Los druidas tenían una virgen madre con un niño en los brazos que era sagrada para sus Misterios y su divinidad solar resucitaba en la misma época del año en la que los cristianos actuales celebran la Pascua. Tanto la cruz como la serpiente eran sagradas para los druidas, que, para hacer la primera, cortaban todas las ramas de un roble y sujetaban una de ellas al tronco para formar la letra te. Aquella cruz de roble se convirtió en símbolo de su divinidad suprema. También adoraban al sol, la luna y las estrellas.
La luna era objeto de especial veneración. César afirmaba que Mercurio era uno de los dioses principales de los galos. Se supone que los druidas adoraban a Mercurio con la apariencia de un cubo de piedra. También sentían gran veneración por los espíritus de la naturaleza (hadas, gnomos y ondinas), pequeñas criaturas de los bosques y los ríos a los que hacían muchas ofrendas.
A continuación, la descripción de los templos de los druidas que hace Charles Heckethorn en The Secret Societies of All Ages & Countries: «Los templos en los que conservaban el fuego sagrado por lo general estaban situados en promontorios y en robledales espesos; los había de diversas formas: circular, porque el círculo es el símbolo del universo: ovalado, en referencia al huevo mundano, del cual surgieron, según la tradición de numerosas naciones el universo o, según otras, nuestros primeros padres: serpenteante, porque la serpiente era el símbolo de Hu, el Osiris druídico; cruciforme, porque la cruz es un emblema de regeneración, o alado, para representar el movimiento del espíritu divino. […] Sus divinidades principales se podían reducir a dos: una masculina y una femenina, el gran padre y la gran madre, Hu y Ceridwen, que reúnen las mismas características que Osiris e Isis, Baco y Ceres o cualquier otra pareja de dioses supremos que representen los dos principios de todo ser». Godfrey Higgins afirma que Hu, el Poderoso, considerado el primer poblador de Britania, procedía de un lugar que las tríadas galesas llaman «el país del verano»», donde actualmente está situada Constantinopla. Albert Pike dice que la Palabra Perdida de la masonería está oculta en el nombre del dios druida Hu.
La escasa información existente acerca de las iniciaciones secretas de los druidas indica una marcada similitud entre su escuela mistérica y las de Grecia y Egipto. Hu, la divinidad solar, fue asesinado y, tras pasar por una cantidad de pruebas extrañas y rituales místicos, recuperó la vida. Había tres grados en los Misterios druídicos, pero eran pocos los que los superaban todos. Se enterraba al candidato en un ataúd, como símbolo de la muerte de la divinidad solar. Sin embargo, la prueba suprema consistía en echarlo al mar en una barca abierta. Muchos perdieron la vida en esta prueba. Taliesin, un erudito antiguo que pasó por todos los Misterios, describe la iniciación de la barca abierta en The Origin of Pagan Idolatry de Faber. Se decía que los pocos que superaban aquel tercer grado habían «nacido otra vez» y que les enseñaban las verdades secretas y ocultas que los sacerdotes druidas conservaban desde la Antigüedad. De aquellos iniciados salieron muchos de los dignatarios del mundo religioso y político británico.
El rito de Mitra
Cuando los Misterios persas inmigraron al sur de Europa, no tardaron en ser asimilados por la mentalidad latina y el culto creció rápidamente, sobre todo entre los soldados romanos; durante las guerras de conquista romanas, los legionarios llevaron aquellas enseñanzas por casi toda Europa. El culto a Mitra llegó a hacerse tan poderoso que como mínimo un emperador romano fue iniciado en la orden, que se reunía en cavernas bajo la ciudad de Roma. Con respecto a la difusión de esta escuela mistérica por distintas partes de Europa, afirma C. W. King en The Gnostics and Their Remains: «Aún abundan los bajorrelieves mitraicos tallados en rocas o en tablillas de piedra en los países que antes pertenecían a las provincias occidentales del Imperio romano; existen varios en Alemania, muchos más en Francia y en esta isla (Gran Bretaña) se han descubierto a menudo en la línea de la muralla de Adriano, además de uno célebre que está en Bath». Alexander Wilder, en su Philosophy and Ethics of the Zoroasters, sostiene que Mitra es el nombre zendo del sol y que se supone que viva dentro de su esfera brillante.
Mitra tiene un aspecto masculino y otro femenino, aunque él mismo no es andrógino. Por una parte, es el señor del sol, poderoso y radiante, y el más magnífico de los yazata (los izad o genios del sol). Por la otra, esta divinidad representa el principio femenino y el universo mundano se reconoce como símbolo suyo. Representa a la naturaleza como receptiva y terrestre, que solo fructifica cuando la baña la gloria de la esfera solar. El culto mitraico es una simplificación de las enseñanzas más complejas de Zaratustra (Zoroastro), el mago persa del fuego.
MITRA DEGOLLANDO AL TORO
John P. Lundy: Monumental Christianity
Las esculturas y los relieves más famosos de este protótokos muestran a Mitra arrodillado sobre la forma yacente de un toro enorme, en cuyo cuello está clavando una espada. El degüello del toro significa que los rayos del sol, simbolizados por la espada, liberan en el equinoccio vernal las esencias vitales de la tierra —la sangre del toro—, que, al manar de la herida abierta por la divinidad solar, fertilizan las semillas de los seres vivos.
Los perros se consideran sagrados en el culto a Mitra y simbolizan la sinceridad y la confiabilidad. Los mitraicos utilizaban la serpiente como emblema de Ahrimán, el espíritu del mal, y las ratas de agua eran sagradas par él. El toro es la representación esotérica de la constelación de Tauro y la serpiente, la de su opuesto en el Zodiaco: Escorpio.
El sol, Mitra, al penetrar en el lateral del toro, al penetrar en el lateral del toro, asesina a la criatura celestial y nutre el universo con su sangre. Según los persas, en la eternidad coexistían dos principios. El primero de ellos, Ahura-Mazda u Ormuz, era el espíritu del Bien. De Ormuz salieron una serie de jerarquías de espíritus buenos y hermosos (ángeles y arcángeles).
El segundo de estos principios eternos se llamaba Ahrimán y también era un espíritu puro y hermoso, pero más adelante se rebeló contra Ormuz, celoso de su poder Sin embargo, esto no ocurrió hasta después de que Ormuz creara la luz, porque previamente Ahrimán no había sido consciente de la existencia de Ormuz. Debido a sus celos y su rebeldía, Ahrimán se convirtió en el espíritu del Mal y, a partir de sí mismo, diferenció huestes de criaturas destructivas para hacer daño a Onnuz. Cuando Ormuz creó la tierra, Ahrimán se introdujo en sus peores elementos Cada vez que Ormuz hacía algo bueno, Ahrimán ponía en él el principio de la maldad. Finalmente, cuando Ormuz creó la raza humana, Ahrimán se encarnó en la naturaleza inferior del hombre, de modo que, en cada personalidad, el espíritu del Bien y el espíritu del Mal luchan por el control. Durante tres mil años, Ormuz gobernó los mundos celestiales con la luz y la bondad; después creó al hombre y, durante tres mil años más, lo dirigió con sabiduría e integridad, pero entonces comenzó el poder de Ahrimán y la lucha por el alma humana continúa durante los tres mil años siguientes. Durante el cuarto período de tres mil años, el poder de Ahrimán será destruido.
El Bien volverá otra vez a la tierra, la maldad y la muerte serán derrotadas y finalmente el espíritu del Mal se inclinará humildemente ante el trono de Ormuz. Mientras Ormuz y Ahrimán luchan por controlar el alma humana y por la supremacía en la naturaleza, Mitra, el dios de la inteligencia, se interpone entre los dos como mediador. Muchos autores han reparado en la similitud entre el mercurio y Mitra. Del mismo modo en que el mercurio químico actúa como disolvente (según los alquimistas), Mitra trata de establecer la armonía entre los dos antagonistas celestes. Existen muchas similitudes entre el cristianismo y el culto a Mitra. Uno de los motivos es, probablemente, que los místicos persas invadieron Italia durante el siglo I después de Cristo y durante los primeros años de su historia los dos cultos estuvieron muy unidos.
He aquí lo que afirma la Enciclopedia Británica acerca de los misterios mitraicos y los cristianos:
«El espíritu fraternal y democrático de las primeras comunidades y su origen humilde; la identificación del objeto de adoración con la luz y el sol; las leyendas de los pastores con sus dones y la adoración, el diluvio y el arca; la representación artística del carro de fuego y la extracción de agua de las piedras; el uso de campanas y velas, agua bendita y la comunión; la santificación del domingo y del 25 de diciembre: la insistencia en la conducta moral, el énfasis que ponían en la abstinencia y el autocontrol: la doctrina del cielo y el infierno, de la revelación primitiva, de la mediación del Logos que emana de lo divino, el sacrificio expiatorio, la lucha constante entre el bien y el mal y el triunfo final de aquel, la inmortalidad del alma, el juicio final, la resurrección de la carne y la destrucción del universo por el fuego son algunas de las similitudes que, reales o tan solo aparentes, permitieron al mitraísmo prolongar su resistencia al cristianismo».
Los ritos de Mitra se celebraban en cuevas. Porfirio, en La gruta de las ninfas, afirma que Zaratustra (Zoroastro) fue el primero que consagró una gruta para adorar a Dios, porque una caverna simboliza la tierra o el mundo inferior de la oscuridad. John P. Lundy, en su Monumental Christianity, describe la cueva de Mitra con las siguientes palabras: «Sin embargo, esta cueva estaba adornada con los signos del Zodiaco, Cáncer y Capricornio. Los solsticios de verano e invierno eran los que más llamaban la atención, como las puertas de las almas que descendían a esta vida o salían de ella para ascender hacia los dioses: Cáncer era la puerta del descenso y Capricornio, la del ascenso. Estas son las dos vías de los inmortales que suben y bajan de la tierra al cielo y del cielo a la tierra».
Se cree que la llamada «silla de san Pedro», en Roma, se había usado en uno de los Misterios paganos, posiblemente el de Mitra, en cuyas grutas subterráneas se reunían los devotos de los Misterios cristianos en los primeros tiempos de su fe. En Anacalypsis, Godfrey Higgins escribe que, en 1662, mientras se limpiaba aquella silla sagrada de Bar Jonás, se descubrieron en ella los doce trabajos de Hércules y que, posteriormente, los franceses descubrieron en la misma silla la confesión de fe de Mahoma, escrita en árabe. La iniciación en los ritos de Mitra, como la iniciación en muchas otras escuelas filosóficas antiguas consistía, aparentemente, en tres grados importantes.
La preparación para estos grados consistía en la auto-purificación, el desarrollo de las capacidades intelectuales y el control de la naturaleza animal. En el primer grado se entregaba al candidato una corona en la punta de una espada y se lo instruía en los misterios del poder oculto de Mitra. Es probable que le enseñaran que la corona dorada representaba su propia naturaleza espiritual, que debía exteriorizar y desarrollar antes de poder glorificar realmente a Mitra, porque Mitra era su propia alma, que actuaba como mediador entre Ormuz, su espíritu, y Ahrimán, su naturaleza animal. En el segundo grado le entregaban la armadura de la inteligencia y la pureza y lo enviaban a la oscuridad de los pozos subterráneos a luchar contra las bestias de la lujuria, la pasión y la degeneración. En el tercer grado le daban una capa con los signos del Zodiaco y otros símbolos astrológicos dibujados o bordados. Una vez acabadas las iniciaciones, lo aclamaban como si hubiese resucitado de entre los muertos, lo instruían en las enseñanzas secretas de los místicos persas y se convertía en miembro hecho y derecho de la orden.
Los candidatos que superaban con éxito las iniciaciones mitraicas recibían el nombre de «leones» y se les ponía en la frente la marca de la cruz egipcia. El propio Mitra se representa a menudo con cabeza de león y dos pares de alas. Durante todo el ritual se repetían las referencias al nacimiento de Mitra como divinidad solar, su sacrificio por el hombre, su muerte para que los hombres alcancen la vida eterna y, por último, su resurrección y la salvación de toda la humanidad gracias a su intercesión ante el trono de Ormuz.[6] Aunque el culto a Mitra no alcanzó la altura filosófica que logró Zaratustra, tuvo un efecto trascendental en la civilización del mundo occidental, porque hubo una época en la cual casi toda Europa se había convertido a sus doctrinas. Roma, en sus relaciones con otras naciones, les inoculó sus principios religiosos y en muchas instituciones posteriores se manifiesta la cultura mitraica. Las referencias al «león» y a la «garra del león» en el grado masónico de Maestro tienen un fuerte tinte mitraico y es posible que se originen en este culto.
En la iniciación mitraica aparece una escalera de siete travesaños.
Faber opina que esta escalera era, originariamente, una pirámide de siete escalones Es posible que la escalera masónica de siete travesaños se originase en este símbolo mitraico. Nunca se permitió el ingreso de mujeres en la orden mitraica: sin embargo, los niños varones se iniciaban mucho antes de alcanzar la madurez. Es posible que la negativa a permitir el ingreso de mujeres en la masonería se basara en el motivo esotérico que figuraba en las instrucciones secretas de los mitraicos. Este culto es otro ejemplo excelente de aquellas sociedades secretas cuyas leyendas son, en gran medida, representaciones simbólicas del sol y su viaje a través de las casas celestes. Mitra, que surge de una piedra, no es más que el sol que se eleva por encima del horizonte o, como suponían los antiguos, que sale del horizonte en el equinoccio vernal. John O’Neill cuestiona la teoría de que Mitra fuese una divinidad solar y, en The Night of the Gods, escribe lo siguiente:«El Mitra avestano, el yazata de la luz, tiene “diez mil ojos, es alto, con pleno conocimiento (perethuvaedayana), es fuerte, no duerme y está siempre en vela (jaghaurvaunghem)”.
El dios supremo Ahura Mazda también tiene un solo ojo o, de lo contrario, se dice que “con sus ojos el sol, la luna y las estrellas todo lo ve”. La teoría de que Mitra era originariamente un título del dios supremo de los cielos (que expulsaba de la corte al sol) es la única que cumple todos los requisitos. Resulta evidente que aquí tenemos orígenes en abundancia para el ojo de la masonería y su nunquam dormio». El lector no debe confundir el Mitra persa con el védico. Según Alexander Wilder, «los ritos mitraicos sustituyeron a los Misterios de Baco y se convirtieron en la base del sistema gnóstico, que se impuso durante muchos siglos en Asia, Egipto e incluso en el Occidente remoto».
Manly Palmer Hall
[2] Véase la ópera Sigfrido de Wagner.
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