El movimiento de las serpientes alrededor del Caduceo (1) indica la formación de
una cadena.
Esta cadena existe bajo dos formas: recta y circular. Partiendo de un mismo centro,
ella corta innumerables circunferencias por medio de innumerables rayos. La cadena recta,
es la de transmisión. La circular, es la cadena de participación, de difusión, de comunión,
de religión. Así se forma esta rueda compuesta de varias ruedas que giran unas en otras y
que vemos flamear en la visión de Ezequiel. La cadena de transmisión establece la
solidaridad entre las generaciones sucesivas.
El punto central es blanco de un lado y negro del otro.
Al lado negro, se enlaza la serpiente negra; al lado blanco, se liga la serpiente
blanca. El punto central representa el libre albedrío primitivo, y es en el lado negro donde
comienza el pecado original.
El negro engendra la corriente fatal; el blanco, el movimiento libre.
El punto central
puede representarse simbólicamente por la Luna, y las dos fuerzas por medio de dos
mujeres: la una blanca y la otra negra.
La mujer negra es la Eva caída, la mujer pasiva, la infernal Hécate, (2) que lleva el
creciente lunar en la frente.
La mujer blanca es Maya o María, que tiene al mismo tiempo bajo los pies el
creciente lunar y la cabeza de la serpiente negra.
No podemos explicarlo más claro, pues tocamos el misterio de todos los dogmas.
Ellos se tornan infantiles a nuestros ojos y tememos herirlos.
El dogma del pecado original, de cualquier forma que lo interpretemos, supone la
preexistencia de nuestras almas, si no en su vida particular, por lo menos en la vida
universal.
Luego, si alguien puede pecar sin saberlo en la vida universal, debe ser salvado de
la misma manera; pero esto es un gran arcano.
La cadena recta, el rayo de la rueda, la cadena de transmisión, vuelve
recíprocamente solidarias a las generaciones y determina que los padres sean castigados por
los hijos, a fin de que, a través de los sufrimientos de sus vástagos, los padres puedan
alcanzar la propia salvación.
Es por esto que, conforme con la leyenda dogmática, el Cristo descendió a los
infiernos, y luego de romper las palancas de hierro y las puertas de bronce, subió al cielo,
llevando preso consigo el cautiverio.
Y la vida universal exclamó: ¡Hossanna!. Pues había roto el aguijón de la muerte.
¿Qué quiere decir todo esto?. ¿Osaría alguien explicarlo?.
¿Podría alguno adivinarlo
o comprenderlo?.
A veces los antiguos hierofantes griegos representaban las dos fuerzas
simbolizadas por las dos serpientes, por medio de dos criaturas que luchaban entre sí,
sujetando un globo con los pies y otro con las rodillas.
Las dos criaturas eran Eros y Anteros, (3) Cupido (4) y Hermes. (5).
El amor loco y el
amor sabio.
Su lucha eterna mantenía el equilibrio del mundo.
Si no admitiéramos nuestra existencia personal antes de nuestro nacimiento en la
tierra, deberíamos entender por pecado original, una depravación voluntaria del
magnetismo humano en nuestros primeros padres que, al destruir el equilibrio de la cadena,
habría otorgado un funesto predominio a la serpiente negra, es decir, a la corriente astral de
la vida muerta, y cuyas consecuencias sufriríamos nosotros, los hijos, como esas criaturas
que nacen raquíticas debido a los vicios de sus padres, debiendo sufrir el castigo de faltas
que no cometieron.
Los sufrimientos extremos de Jesús y de los Mártires, las penitencias excesivas de
los Santos, habrían tenido como fin hacer contrapeso a esta falta de equilibrio tan
desmedida, que acabaría por arrastrar al mundo a la conflagración. La gracia, es decir, la
serpiente blanca, simbolizada por la paloma y el cordero, sería la corriente astral de la vida,
cargada de los méritos del Redentor y los Santos.
El diablo, el tentador, sería la corriente astral de la muerte, la serpiente negra
manchada con todos los crímenes de los hombres, escarnecida por sus malos pensamientos,
llena de venenos resultantes de sus malos deseos; en una palabra, El Magnetismo del mal.
Entre el bien y el mal el conflicto es eterno. Son siempre irreconciliables. El mal es
condenado para siempre a los tormentos que acompañan al desorden, y es por eso que,
desde la infancia, no cesa de solicitarnos y atraernos para sí. Todo lo que la poesía
dogmática afirma del rey Satán se explica perfectamente por este espantoso magnetismo,
tanto más terrible cuanto más fatal, y tanto menos temible para la virtud, a la que no podría
alcanzar, porque ésta, con el auxilio de la gracia, puede resistirle.
Eliphas Lévi
NOTAS DEL TRADUCTOR
(1) Caduceo. Vara delgada rodeada de dos culebras entrelazadas. Mitología:
Vara con la que Mercurio conducía las almas a los infiernos y las sacaba cuando era
necesario. Es emblema de Mercurio.
(2) Hécate. Mitología: Diablesa que preside en las calles y callejones. Tiene tres
caras: la derecha de caballo; la izquierda, de perro, y la del medio, de mujer. Delrío dice:
“su presencia hace temblar la tierra, estallar los fuegos y ladrar los perros”. Entre los
antiguos, también era la triple Hécate: Diana en la Tierra, Proserpina en los infiernos y
Luna en el cielo. Estas son las tres fases de la Luna.
(3) Eros. Mitología: Hijo de Afrodita, dios del amor entre los griegos, no es
solamente signo del amor físico sino también un agente cosmogónico. Dice Maury, que el
Eros cosmogónico es la fuerza atractiva que lleva a los corpúsculos elementales a agregarse
y a combinarse. Eros fue el producto de una abstracción y una reflexión filosófica. Anteros,
su contraparte, genio que se refiere al amor masculino. Se lo representa disputando una
palma a Eros, como personificación de la resistencia del corazón del joven a las instancias de sus amantes. Se le consideraba el vengador de los desdenes amorosos.
(4) Cupido. Mitología: Dios del amor en la mitología romana, es el Eros de la
mitología griega.
Hijo de Marte y de Venus y, según otra tradición, de la Noche y del
Erebo.
(5) Hermes. Nombre griego de Mercurio (Mercurio el mensajero de los dioses).
Este mismo nombre fue dado a dos grandes iniciados egipcios, que se dice vivieron en el
tiempo de Abraham (1900 años antes de Cristo). El segundo fue denominado Trismegisto,
tres veces grande. También hay noticias de que se designaba bajo el mismo nombre de
Hermes a la academia de los altos iniciados egipcios.
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