domingo, 18 de septiembre de 2016

MAPA DEL VIAJE

Antes de em­pezar un vi­aje, es una bue­na idea ten­er un ma­pa. La figu­ra 3 es este ma­pa. Nos mues­tra el ter­reno que va­mos a recor­rer en este li­bro. Apare­cen rep­re­sen­ta­dos los vein­tidós Ar­canos del Tarot de Marsel­la que, co­mo ya in­diqué an­te­ri­or­mente, se basa en al­guno de los dibu­jos más an­tigu­os que han so­bre­vivi­do. La for­ma en que se en­cuen­tran dis­tribuidas las car­tas en este ma­pa nos da una per­spec­ti­va pre­lim­inar del tipo de ex­pe­ri­en­cias que pode­mos es­per­ar en el camino.

La mejor man­era de lle­gar al sig­nifi­ca­do per­son­al de es­tas car­tas para ca­da uno de nosotros, es ob­ser­var­las di­rec­ta­mente, co­mo lo haríamos con los cuadros de una galería de arte. Co­mo las pin­turas, es­tos Tri­un­fos son ca­da uno de el­los por­ta­dores de proyec­ciones, lo que sig­nifi­ca sim­ple­mente que son ce­bos para cazar a la imag­inación. Hablan­do psi­cológi­ca­mente, proyec­ción es un pro­ce­so in­con­sciente y autónomo por el cual ve­mos en primer lu­gar en la per­sona, ob­je­to o suce­sos de nue­stro alrede­dor, esas ten­den­cias, car­ac­terís­ti­cas, po­ten­cias y de­fi­cien­cias que real­mente nos pertenecen. Poblam­os el mun­do ex­te­ri­or con to­das las hadas, bru­jas, prince­sas, de­mo­ni­os y héroes del dra­ma en­ter­ra­do en nues­tra propia pro­fun­di­dad.

Proyec­tar nue­stro mun­do in­te­ri­or ha­cia afuera es al­go que hace­mos sin quer­er; sim­ple­mente es la man­era de fun­cionar de la psique. De he­cho, proyec­ta­mos tan con­tin­ua e in­con­scien­te­mente que no sole­mos en­ter­arnos de lo que es­tá suce­di­en­do. Sin em­bar­go, es­tas proyec­ciones son her­ramien­tas útiles para adquirir au­to-​conocimien­to. Por el he­cho de ver las imá­genes que lan­zamos al ex­te­ri­or, co­mo los re­fle­jos de un es­pe­jo de nues­tra re­al­idad in­te­ri­or, lleg­amos a cono­cer­nos a nosotros mis­mos.

En nue­stro vi­aje a través de los Ar­canos del Tarot, us­are­mos las car­tas co­mo so­porte de proyec­ciones. Para es­to son ide­ales, ya que rep­re­sen­tan sim­bóli­ca­mente aque­llas fuerzas in­stin­ti­vas que op­er­an de for­ma autóno­ma en la pro­fun­di­dad de la psique hu­mana y a las que Jung llamó ar­queti­pos. Es­tos ar­queti­pos fun­cio­nan en la psique de la mis­ma man­era que los in­stin­tos en el cuer­po. Así, co­mo un re­cién naci­do sano lle­ga con el in­stin­to de chu­par o es­pan­tarse ante un rui­do de­scono­ci­do, así su psique tam­bién mues­tra unas ten­den­cias heredadas cuyos efec­tos pueden ser igual­mente ob­ser­va­dos. Por supuesto que no pode­mos ver es­tas fuerzas ar­quetípi­cas, lo mis­mo que no pode­mos ver los in­stin­tos, pero los ex­per­imen­ta­mos en nue­stros sueños, vi­siones y pen­samien­tos, en los que apare­cen co­mo imá­genes.

Aunque la for­ma es­pecí­fi­ca de es­tas imá­genes puede vari­ar de una cul­tura o per­sona a otra, su carác­ter es­en­cial es sin em­bar­go uni­ver­sal. Gentes de to­das las edades y cul­turas han soña­do, he­cho his­to­rias y can­ta­do ac­er­ca del ar­quetipo del Padre, de la Madre, del Héroe, del Amante, del Lo­co, del Ma­go, del Di­ablo, del Sal­vador y del Sabio. Da­do que los Ar­canos del Tarot rep­re­sen­tan a to­das es­tas imá­genes ar­quetípi­cas, echemos una ojea­da ráp­ida a al­gunos de el­los tal y co­mo apare­cen en nue­stro ma­pa. Al hac­er­lo, po­dremos em­pezar a fa­mil­iar­izarnos con las car­tas y de­mostrar cuán poderosa­mente ac­túan es­tos sím­bo­los en to­dos nosotros.

En nue­stro ma­pa, los Ar­canos, des­de el número uno has­ta el vein­tiuno, es­tán dis­puestos en se­cuen­cias de tres fi­las hor­izon­tales de si­ete car­tas ca­da una. El Lo­co, cuyo número es cero, no tiene posi­ción fi­ja. Se pasea por enci­ma mi­ran­do ha­cia aba­jo a las otras car­tas. Da­do que no tiene casil­la, El Lo­co es li­bre de es­pi­ar a to­dos los otros tipos y puede ir­rum­pir in­es­per­ada­mente en nues­tras vi­das con el re­sul­ta­do de que, a pe­sar de to­da in­ten­ción con­sciente, acabamos ac­tuan­do co­mo lo­cos.

Este Vagabun­do ar­quetípi­co, con su far­do y su bácu­lo, es muy vis­ible en nues­tra cul­tura ac­tu­al. Pero, sien­do un pro­duc­to de nues­tra cul­tura mecan­iza­da, pre­fiere ca­bal­gar a cam­inar. Pode­mos ver­lo en su ver­sión ac­tu­al con bar­ba y saco de dormir en los arcenes de las car­reteras, son­rien­do mien­tras nos hace un gesto con el pul­gar en el sen­ti­do de nues­tra mar­cha. Y si este carác­ter rep­re­sen­ta un as­pec­to in­con­sciente de nosotros mis­mos, nos sen­tire­mos in­cli­na­dos a reac­cionar emo­cional­mente ha­cia él, de una man­era u otra. Al­gunos se sen­tirán al in­stante obli­ga­dos a parar y a de­jar subir a este au­tostopista recor­dan­do que el­los en su ju­ven­tud dis­fru­taron tam­bién de un perío­do de de­scuida­do deam­bu­lar antes de asen­tarse y adop­tar una for­ma es­table de vi­da. Otros, que jamás en la vi­da hicieron el lo­co du­rante su ju­ven­tud, acogerán al vagabun­do ya que rep­re­sen­ta un as­pec­to de la vi­da no ex­per­imen­ta­do por el­los y ha­cia el cual se sien­ten atraí­dos in­con­scien­te­mente.

Puede suced­er tam­bién que otro man­ifi­este una reac­ción neg­ati­va ha­cia este su­je­to y reac­cione in­stan­tánea y vi­olen­ta­mente, y que de re­pente se en­cuen­tre vir­tual­mente tem­blan­do de cólera. En este ca­so, el con­duc­tor pre­sion­ará con ra­bia el acel­er­ador a fon­do, apre­tan­do los di­entes y huirá lit­eral­mente de este in­ocente mirón mur­mu­ran­do im­pre­ca­ciones so­bre su «as­pec­to de­sal­iña­do». Lo que le gus­taría es tomar por la mano a ese «joven lo­co», cor­tar­le el pe­lo y dar­le un buen baño, un afeita­do y colo­car­le en la se­mana de cuarenta ho­ras, «donde de­biera es­tar». «Tal ir­re­spon­sabil­idad me en­fer­ma» mur­mu­rará... De he­cho su hos­til­idad ha­cia este su­je­to es tan ar­rol­lado­ra que puede lle­gar a sen­tirse mal. Cuan­do llegue a su casa se en­con­trará ex­haus­to e in­ex­pli­ca­ble­mente triste. Pero, al día sigu­iente, cuan­do la ob­sesi­va visión haya si­do bar­ri­da (si lo es), se abrirá den­tro de él un es­pa­cio para la pre­gun­ta: ¿Por qué no po­dría vagabun­dear ese su­je­to a su plac­er si le gus­ta? ¿Qué daño hace? Pero el «daño» al ob­ser­vador ya se le ha he­cho. La sim­ple visión de este com­padre ha abier­to una la­ta llena de gu­sanos. Y és­tos salen saltan­do y re­tor­cién­dose co­mo una do­ce­na de pre­gun­tas, ca­da una pi­di­en­do una re­spues­ta. ¿A qué se pare­cería vivir co­mo ese su­je­to? ¿Qué sería mi vi­da si tirara a la ba­sura mi des­per­ta­dor, mis perte­nen­cias y me pasara to­da la pri­mav­era y el ve­ra­no pase­an­do ba­jo los cie­los azules, etc.?

Co­mo no hay man­era de volver a me­ter es­os gu­sanos en la la­ta, nue­stro con­duc­tor se en­con­trará in­mov­iliza­do en casa, tratan­do de dar re­spues­ta a to­das es­tas pre­gun­tas y soñan­do sueños im­posi­bles. Quizá, con suerte, con­si­ga ll­evar a tér­mi­no al­guno de es­tos sueños. Cosas muy ex­trañas pueden pasar cuan­do uno se en­frenta con un ar­quetipo.

Las reac­ciones ha­cia el Lo­co pueden ser tan di­ver­sas y vari­adas co­mo las per­son­al­idades y ex­pe­ri­en­cias de la vi­da de aque­llos que lo en­frenten. Lo cier­to es que el con­tac­to con un ar­quetipo evo­ca siem­pre una reac­ción emo­ti­va de al­gún tipo. Ex­plo­ran­do es­tas reac­ciones in­con­scientes po­dremos de­scubrir al ar­quetipo que nos es­tá ma­nip­ula­do, lib­er­arnos de él y de al­gu­na man­era de su coac­ción. Así, la próx­ima vez que nos en­frente­mos a es­ta figu­ra ar­quetípi­ca en la vi­da ex­te­ri­or, la re­spues­ta no será nece­sari­amente tan ir­ra­cional y au­tomáti­ca co­mo la de­scri­ta an­te­ri­or­mente.

En el ejem­plo an­te­ri­or, la per­tur­bación emo­cional que la visión de «El Lo­co» oca­sionó y el au­toex­am­en con­sigu­iente puede no haber con­duci­do a ningún cam­bio rad­ical en el es­ti­lo de vi­da de la per­sona en cuestión. De­spués de con­sid­er­ar se­ri­amente otras posi­bil­idades puede lle­gar a la con­clusión de que la vi­da del vagabun­do no es para él. Puede con­cluir que, a pe­sar de to­das las con­sid­era­ciones, él pre­fiere la es­ta­bil­idad de una casa, le gus­ta el coche y otras pos­esiones lo su­fi­ciente co­mo para tra­ba­jar du­ra­mente en la ofic­ina para poder com­prar­lo. Pero de­spués de ex­am­inar otras posi­bil­idades po­drá lle­gar a ele­gir de for­ma más con­sciente su es­ti­lo de vi­da; habrá he­cho amis­tad con su ocul­to de­seo de ser por un ra­to el lo­co, quizás en­cuen­tre los caminos para ex­pre­sar es­ta necesi­dad den­tro del con­tex­to de su vi­da pre­sente.

En cualquier ca­so, la próx­ima vez que vea a un vagabun­do en la car­retera, sen­tirá ha­cia él más sim­patía. Ha­bi­en­do es­cogi­do aho­ra su vi­da, será más ca­paz de de­jar a los demás que es­co­jan la suya. Ha­bi­en­do he­cho las paces con el de­ser­tor en la re­al­idad in­te­ri­or, no se sen­tirá tan hos­til y a la de­fen­si­va cuan­do una figu­ra se­me­jante se pre­sente en la re­al­idad ex­te­ri­or. Pero lo más im­por­tante de to­do es que habrá ex­per­imen­ta­do el poder de un ar­quetipo. La próx­ima vez, cuan­do con­duz­ca sen­ta­do al volante, sabrá que no es­tá so­lo en el asien­to del con­duc­tor. Sabrá que unas fuerzas mis­te­riosas es­tán den­tro de él y que pueden guiar su des­ti­no y ab­sorber sus en­ergías de man­era in­vis­ible. Es­tará, pues, so­bre avi­so. El Lo­co es un ar­quetipo coac­ti­vo y, co­mo vi­mos, muy ac­tu­al además. Pero to­das las fig­uras del Tarot tienen su pro­pio tipo de en­ergía y, da­do que no tienen edad, es­tán to­davía ac­ti­vas en nosotros y en nues­tra so­ciedad. A mo­do de ilus­tración veamos los si­ete Ar­canos rep­re­sen­ta­dos en la fi­la su­pe­ri­or de nue­stro ma­pa.

El Ma­go, el primero de el­los, rep­re­sen­ta un ma­go a pun­to de hac­er un­os tru­cos. El los lla­ma tru­cos y eso es ex­ac­ta­mente lo que son. Se es­tá preparan­do para en­gañarnos.

Su ma­gia fun­ciona a base de es­pe­jos, car­tas es­pe­cial­mente dis­eñadas, som­breros de co­pa con doble fon­do y con la rapi­dez de las manos. Sabe­mos de an­te­mano que es así y nue­stro in­telec­to se enre­da con epíte­tos co­mo «char­latán» y eti­que­tas co­mo «tram­poso». Pero sin darnos cuen­ta ob­ser­va­mos que el resto de nue­stro cuer­po se siente atraí­do ha­cia este ma­go y que nues­tra mano se en­cuen­tra den­tro del bol­sil­lo bus­can­do dis­im­ulada­mente una mon­eda para ser ad­mi­ti­dos en su es­pec­tácu­lo. Es­tá roban­do nue­stro dinero para some­ter­nos a en­gaño.

Más tarde, cuan­do es­te­mos sen­ta­dos en­tre el au­di­to­rio es­peran­do que el es­pec­tácu­lo em­piece, nos en­con­traremos con que nue­stro corazón late más de­prisa que de cos­tum­bre y que con­tenemos la res­piración. A pe­sar de que nues­tra mente sepa que lo que va a ver no es más que una de­mostración de ha­bil­idad man­ual y de­streza, el resto de nosotros se com­por­ta co­mo si al­go real­mente mi­la­groso fuera a pasar. Nos com­por­ta­mos de es­ta man­era puesto que en los nive­les más pro­fun­dos de nue­stro ser aún ex­iste un mun­do lleno de mis­te­rio y ad­miración; un mun­do que opera más al­lá de los límites del es­pa­cio y el tiem­po y más al­lá tam­bién de la lóg­ica y la causal­idad. Nos ve­mos atraí­dos ha­cia este ma­go ex­te­ri­or de una man­era ir­ra­cional y com­pul­si­va pues den­tro de nosotros ex­iste un ma­go ar­quetípi­co, que es in­clu­so más atrac­ti­vo y con­vin­cente que el que ten­emos de­lante, dis­puesto a de­mostrarnos que ex­iste una re­al­idad mi­la­grosa den­tro de nosotros mis­mos en cuan­to nos sin­ta­mos real­mente dis­puestos a di­ri­gir nues­tra aten­ción en su di­rec­ción.

No es de ex­trañar, pues, que nue­stro in­telec­to se pro­te­ja y pon­ga freno a la so­la idea de ma­gia. Si nues­tra mente ad­mi­tiera este tipo de re­al­idad, cor­rería el ries­go de perder el im­pe­rio que su razón ha con­stru­ido ladrillo a ladrillo du­rante sig­los. Aun así, la coac­ción del Ma­go es hoy tan fuerte en nues­tra cul­tura que em­piezan a con­stru­irse mu­chos puentes en­tre su mun­do y el nue­stro, so­bre los que la razón puede cam­inar con firmeza. Al­gunos fenó­menos para­psi­cológi­cos se ex­am­inan aho­ra ba­jo condi­ciones cien­tí­fi­cas con­tro­ladas. La med­itación trascen­den­tal atrae a cien­tos de seguidores al ofre­cer prue­bas ob­je­ti­vas de su efec­to salud­able en la pre­sión san­guínea y so­bre los es­ta­dos de an­siedad. Con el uso de máquinas de bio-​feed­back y otros in­ven­tos, se es­tán es­tu­dian­do di­ver­sos tipos de med­itación y avan­zamos en las in­ves­ti­ga­ciones de los efec­tos que la med­itación tiene so­bre el cáncer. Parece ser que, en nue­stro siglo, las pal­abras ma­gia y re­al­idad vayan a con­ver­tirse en una so­la. Quizá es­tu­dian­do al Ma­go po­damos al­can­zar una nue­va unidad den­tro de nosotros mis­mos.

La se­gun­da car­ta de la fi­la es La Pa­pisa, nues­tra Seño­ra Pa­pisa, lla­ma­da a ve­ces la Suma Sac­er­do­ti­sa. Sim­boliza el ar­quetipo de la Vir­gen, fa­mil­iar tal y co­mo aparece en los mi­tos y es­crit­uras sagradas de di­ver­sas cul­turas. La apari­ción de una vir­gen es un mo­ti­vo que se ob­ser­va tan fre­cuente­mente en­tre los cre­dos de mu­chos pueb­los, sep­ara­dos tan­to en el tiem­po co­mo por la ge­ografía, que su ori­gen só­lo puede ex­pli­carse co­mo un mod­elo ar­quetípi­co in­her­ente a la psique hu­mana.

El ar­quetipo de la Vir­gen cel­ebra una hu­milde re­cep­tivi­dad ha­cia el Es­píritu San­to y una ded­icación a su en­car­nación en una nue­va re­al­idad co­mo el Hi­jo Di­vi­no o el Sal­vador. En nues­tra cul­tura, el re­la­to bíbli­co de la Vir­gen María rep­re­sen­ta este ar­quetipo. La Pa­pisa es de al­gu­na man­era la rep­re­sentación de la Vir­gen de la Anun­ciación co­mo se conoce en el arte católi­co. A menudo aparece sen­ta­da y con el Li­bro de los Pro­fe­tas abier­to de­lante de el­la, igual que en el Tarot.

El ar­quetipo de la Vir­gen cau­tivó a pin­tores y es­cul­tores du­rante sig­los y para ca­da mu­jer el he­cho del em­bara­zo la erige co­mo la elegi­da para ser la por­ta­do­ra de un nue­vo es­píritu. Hoy se ha vuel­to ac­ti­va de otra man­era, pues parece ser que es la Vir­gen la que ha in­spi­ra­do lo que es más autén­ti­ca­mente fe­meni­no y an­imoso en el movimien­to de lib­eración de la mu­jer.

Así co­mo se es­cogió a la Vir­gen María para un des­ti­no úni­co para el que «no había lu­gar en la posa­da», la mu­jer de hoy es­tá lla­ma­da a re­alizarse a sí mis­ma por caminos para los que nues­tra so­ciedad colec­ti­va de hoy aún le cier­ra sus puer­tas. Así co­mo la Vir­gen se vio forza­da por su vo­cación a aban­donar el có­mo­do anon­ima­to y la se­guri­dad de la tradi­cional vi­da fa­mil­iar, por­tan­do so­la su car­ga y alum­bran­do su nue­vo es­píritu en la más hu­milde de las cir­cun­stan­cias, las mu­jeres de hoy, para las cuales ha son­ado clara­mente la nue­va anun­ciación, tienen que sac­ri­ficar su se­guri­dad y so­por­tar la soledad y la hu­mil­lación (a ve­ces en cir­cun­stan­cias más pe­sadas que la ruti­na del ama de casa y de la madre de fa­mil­ia) para traer a la re­al­idad el nue­vo es­píritu que se agi­ta den­tro de el­las. En este es­fuer­zo habría que dedi­car­le una hor­naci­na es­pe­cial a la Vir­gen para su ven­eración, ya que sigue mostrán­dose co­mo úni­co sím­bo­lo de la fuerza pa­si­va del prin­ci­pio fe­meni­no. Aunque ded­ica­da al ser­vi­cio del es­píritu, la Vir­gen nun­ca perdió el con­tac­to con su propia fem­inidad. Parece sig­ni­fica­ti­vo que María, una de las fig­uras más poderosas de nues­tra tradi­ción judeo-​cris­tiana, haya per­maneci­do en nues­tra cul­tura co­mo un paradig­ma de la mu­jer fe­meni­na a ul­tran­za.

Las dos car­tas sigu­ientes, La Em­per­atriz y El Em­per­ador, sim­bolizan los ar­queti­pos a gran es­cala del Padre y de la Madre. Poco hace fal­ta de­cir a propósi­to del poder de es­tos dos ar­queti­pos, ya que to­dos lo hemos ex­per­imen­ta­do en relación con nue­stros padres y madres per­son­ales o con otros seres hu­manos que tu­viéramos co­mo tu­tores. En la niñez, prob­able­mente, vi­mos a nue­stros padres en­tron­iza­dos co­mo la «bue­na», «nu­tri­cia» y «pro­tec­to­ra» madre y el «om­ni­sciente», «poderoso» y «va­liente» padre. Cuan­do, co­mo seres hu­manos que son, fal­laron al rep­re­sen­tar es­tos pa­pe­les de acuer­do con nue­stro guión, a menudo sen­ti­mos a nues­tra madre co­mo la Madras­tra mala, o la Bru­ja Ne­gra, y co­mo el Di­ablo Ro­jo, el Cru­el Tira­no, si se trató del padre. Pasaron mu­chos años de ridícu­las proyec­ciones antes de que pudiéramos ver fi­nal­mente a nue­stros padres co­mo seres hu­manos que, co­mo nosotros, poseen el po­ten­cial para el bi­en y para el mal.

Aun sien­do adul­tos, si nue­stros padres viv­en to­davía po­dremos de­scubrir al­gu­nas áreas en las que re­gre­samos a es­que­mas de cos­tum­bres propias de la ju­ven­tud y nos sen­ti­mos «niños» ante su pa­ter­nidad de difer­entes man­eras. Cuan­do es­to sucede, pode­mos sen­tir que quer­ríamos «romper» con el­los si fuera posi­ble. Pero des­de el pun­to de vista jun­guiano es­ta supues­ta con­frontación con los padres, aunque posi­ble, no es nece­sari­amente el primer pa­so para aclarar nue­stro prob­le­ma, puesto que aquí (co­mo en el ca­so prece­dente del con­duc­tor y el au­tostopista) son los ar­queti­pos los que es­tán tra­ba­jan­do. Sea cual fuere la per­son­al­idad y la ac­ción de nue­stros padres (por lim­ita­dos o in­con­scientes que sean), ten­dríamos prob­le­mas se­me­jantes con quien­quiera que es­tu­viese en su lu­gar siem­pre que no hu­biéramos lle­ga­do a un acuer­do con el ar­quetipo del Padre o de la Madre que ca­da uno de nosotros ll­eva den­tro de sí. La suerte es que tan­to nosotros co­mo nue­stros padres so­mos mar­ione­tas de un dra­ma ar­quetípi­co mane­jadas des­de atrás por fig­uras gi­gan­tescas; des­de más al­lá de nues­tra con­scien­cia.

Mien­tras es­to suce­da, ya puede haber bue­na vol­un­tad, de­ter­mi­nación, ded­icación o lo que sea, que el re­sul­ta­do de la con­frontación de las mar­ione­tas en­tre sí só­lo será un enre­do may­or en­tre los hi­los. Ob­vi­amente, lo primero que hay que hac­er es darse la vuelta y mi­rar de cara al titiritero para poder ver lo que hay ar­ri­ba y, si es posi­ble, de­sa­tar o soltar al­guno de es­tos hi­los. En fu­tur­os capí­tu­los en­frentare­mos a la Em­per­atriz y al Em­per­ador, y sug­erire­mos al­gu­nas téc­ni­cas para lib­er­arnos de los hi­los in­vis­ibles de es­tos mae­stros ma­nip­uladores. Una de las may­ores con­tribu­ciones de Jung a la psi­cología es el de­scubrim­ien­to de es­ta ca­pa del in­con­sciente así co­mo de téc­ni­cas para su con­frontación, pues sin el con­cep­to de ar­quetipo es­taríamos atra­pa­dos para siem­pre jamás en un in­ter­minable baile cir­cu­lar con per­sonas de una re­al­idad ul­te­ri­or. Sin es­tas téc­ni­cas para sep­arar lo per­son­al de lo im­per­son­al, proyec­taríamos sin fin en nue­stros padres o las gentes de nue­stro alrede­dor un­os mod­elos de com­por­tamien­to ar­quetípi­co que posi­ble­mente ningún ser hu­mano puede en­car­nar.

El ar­cano número cin­co es El Pa­pa. En el dog­ma de la Igle­sia el pa­pa es el rep­re­sen­tante de Dios en la tier­ra y, co­mo tal, es in­fal­ible. El rep­re­sen­ta una figu­ra ar­quetípi­ca de la au­tori­dad, cuyo poder so­brepasa el del padre y el del Em­per­ador. En tér­mi­nos jun­guianos, rep­re­sen­ta la figu­ra del Hom­bre Sabio. Ob­vi­amente, proyec­tar esa in­fal­ibil­idad y sabiduría so­bre­hu­mana en un ser hu­mano (in­clu­so el mis­mo pa­pa) re­sul­ta dis­cutible.

El ar­quetipo del Viejo Sabio que en la Bib­lia fue rep­re­sen­ta­do por los Pro­fe­tas he­bre­os y los San­tos cris­tianos, es al­go muy vi­vo hoy. Aparece a menudo en nues­tra so­ciedad co­mo un gurú con tur­bante o co­mo un an­ciano vagabun­do con bar­ba, vesti­do con túni­ca blan­ca y san­dalias. A ve­ces se ha someti­do a al­gu­na dis­ci­plina es­pir­itu­al, sea ori­en­tal u oc­ci­den­tal, y en oca­siones, in­clu­so se nos aparece sin cartera. Si topamos con una pres­en­cia de este tipo y nos sen­ti­mos in­cli­na­dos a adu­lar­le con de­vo­ción o bi­en le damos la es­pal­da con rec­ha­zo in­stan­tá­neo, pode­mos es­tar se­guros de que el ar­quetipo es­tá ac­tuan­do. Pero si lleg­amos a cono­cer­le en tan­to que ser hu­mano, puede ayu­darnos a con­statar que la ilu­mi­nación es, de­spués de to­do, una cuestión per­son­al más que in­sti­tu­cional.

Co­mo el mis­mo Tarot es a la vez sabio y viejo, nos ha pin­ta­do el ar­quetipo del Viejo Sabio de dos man­eras. El Pa­pa de la car­ta número cin­co nos lo mues­tra según su as­pec­to más in­sti­tu­cional­iza­do. El Er­mi­taño de la car­ta número nueve nos lo en­seña co­mo un fraile men­di­cante. Cuan­do llegue­mos a es­tu­di­ar es­tas dos car­tas, ten­dremos la ocasión de con­tac­tar es­tas fig­uras co­mo fuerzas den­tro de nosotros. Cono­cer es­tos ar­queti­pos nos ayu­dará a de­ter­mi­nar has­ta qué pun­to las cual­idades que sim­bolizan es­tán en­car­nadas en nosotros o en las per­sonas que nos rodean.

La car­ta que sigue al Pa­pa se lla­ma El En­am­ora­do. Aquí hal­lam­os a un joven de pie en­tre dos mu­jeres; ca­da una de el­las parece recla­mar su aten­ción, si no to­da su al­ma. Se­gu­ra­mente, el eter­no trián­gu­lo es una situación ar­quetípi­ca vi­va en nues­tra ex­pe­ri­en­cia per­son­al. La in­tri­ga de­scri­ta en El En­am­ora­do no re­quiere may­or de­sar­rol­lo aquí, ya que re­fle­ja la base del noven­ta por cien­to aprox­ima­do de la lit­er­atu­ra y de los dra­mas del mun­do ac­tu­al. Quien de­see re­fres­car su memo­ria a este re­spec­to no tiene más que en­cen­der su tele­vi­sor de vez en cuan­do.

En el cielo, so­bre y tras El En­am­ora­do, en­con­tramos un dios con ar­co y flecha que es­tá a pun­to de pro­ducir una heri­da mor­tal que puede re­solver el con­flic­to del joven. Se tra­ta del pe­queño dios Eros, quien es, por supuesto, una figu­ra ar­quetípi­ca, así co­mo tam­bién lo es el joven. Per­son­ifi­ca un ego lleno de ju­ven­tud. El ego se de­fine téc­ni­ca­mente co­mo el cen­tro de la con­cien­cia. Es aquel que habla en nosotros y pien­sa de sí mis­mo co­mo «yo». En El En­am­ora­do, este joven ego, que se había lib­er­ado de al­gu­na man­era de la in­flu­en­cia coac­ti­va de los ar­queti­pos pa­ter­nos, es ca­paz aho­ra de man­ten­erse en pie por sí mis­mo. Pero to­davía no es dueño de sí mis­mo, pues, co­mo pode­mos ver, es­tá atra­pa­do en­tre dos mu­jeres. Es in­ca­paz de mo­verse. La ac­ción prin­ci­pal de es­ta es­ce­na ocurre en el reino del in­con­sciente de los ar­queti­pos ocul­tos a su con­cien­cia ac­tu­al.

Quizá la flecha en­ve­ne­na­da del cielo en­cen­derá el fuego que le pon­ga en mar­cha. Si es así, ten­dremos que ob­ser­var aten­ta­mente lo que sucede a con­tin­uación puesto que, de aquí en ade­lante en nues­tra se­rie del Tarot, este joven ego será el pro­tag­onista del dra­ma del Tarot. En este sen­ti­do, a menudo nos referire­mos a él co­mo al héroe, puesto que lo que seguire­mos es su vi­aje a través del camino de la au­tor­re­al­ización.

En la sép­ti­ma car­ta, lla­ma­da El Car­ro, ve­mos que el héroe ha en­con­tra­do un ve­hícu­lo que le con­ducirá en su vi­aje y que lo mane­ja un joven rey. Siem­pre que aparece un joven rey en es­ce­na, tan­to en sueños co­mo en mi­tos, sim­boliza gen­eral­mente que un nue­vo prin­ci­pio de con­duc­ta emerge. En la cuar­ta car­ta, El Em­per­ador aparece co­mo la im­agen de la au­tori­dad. Es una per­sona may­or, sen­ta­da, dibu­ja­da en tamaño grande de mo­do que ocu­pa la to­tal­idad de la car­ta. En El Car­ro, el nue­vo gob­er­nante es­tá en movimien­to y dibu­ja­do a es­cala hu­mana, lo que sig­nifi­ca que es­tá ac­tuan­do y que es más ac­ce­si­ble que un em­per­ador. Más im­por­tante que es­to, es que no es­tá so­lo. Se le ve ac­tuan­do co­mo parte de una to­tal­idad con la que el héroe em­pieza a conec­tar.

El rey dibu­ja­do en es­ta car­ta es tan joven e in­ex­per­to co­mo el mis­mo héroe. Si nue­stro pro­tag­onista ha coro­na­do su ego y lo ha puesto al man­do de su des­ti­no, lo que que­da del vi­aje no va a ser fá­cil.

Con El Car­ro lleg­amos a la úl­ti­ma car­ta de la fi­la su­pe­ri­or de nue­stro ma­pa. A es­ta fi­la la lla­mare­mos el Reino de los Dios­es, pues se rep­re­sen­tan mu­chos de los per­son­ajes más im­por­tantes en­tron­iza­dos en la con­stelación ce­leste de los ar­queti­pos. Aho­ra, el car­ro del héroe le con­ducirá a la fi­la in­fe­ri­or, a la que lla­mare­mos el Reino de la Re­al­idad Ter­restre y de la Con­scien­cia del Ego, puesto que aquí el joven em­pieza a bus­car su for­tu­na y a es­table­cer su iden­ti­dad en el mun­do ex­te­ri­or. Liberán­dose ca­da vez más de los la­zos que le ata­ban a la «fa­mil­ia» ar­quetípi­ca dibu­ja­da en la fi­la su­pe­ri­or, in­ten­ta hal­lar su vo­cación, es­table­cer su propia fa­mil­ia y asumir su lu­gar en el or­den so­cial.

Ha­bi­en­do es­tu­di­ado «los dios­es» de la fi­la su­pe­ri­or, recor­rere­mos de una man­era más ráp­ida las car­tas de las sigu­ientes fi­las para obten­er una visión am­plia de có­mo se de­sar­rol­la el ar­gu­men­to. La primera car­ta de la se­gun­da fi­la es La Jus­ti­cia. Aquí el héroe debe eval­uar los prob­le­mas morales por sí mis­mo. Nece­si­tará la ayu­da de és­ta para medir y sope­sar los asun­tos difí­ciles. De­spués viene El Er­mi­taño, que ll­eva una lin­ter­na. Si el héroe o pro­tag­onista no en­cuen­tra la luz que nece­si­ta en una re­ligión es­table­ci­da, este fraile puede ayu­dar­le a en­con­trar una luz más in­di­vid­ual.

La car­ta que sigue al Er­mi­taño es La Rue­da de la For­tu­na, que sim­boliza una fuerza in­ex­orable en la vi­da que parece ac­tu­ar fuera de nue­stro con­trol pero a la que to­dos debe­mos en­frentarnos. La car­ta sigu­iente, La Fuerza o La For­taleza, nos mues­tra una dama do­man­do a un león. El­la ayu­dará al héroe a do­mar su nat­uraleza an­imal. Quizá la primera con­frontación no ten­ga un éx­ito com­ple­to, puesto que en la sigu­iente car­ta, lla­ma­da El Col­ga­do, ve­mos al joven col­ga­do bo­ca aba­jo ata­do de un pie. Al pare­cer no es­tá le­sion­ado, pero es­tá, al menos por aho­ra, com­ple­ta­mente desvali­do. En la sigu­iente car­ta se en­frentará con La Muerte, una figu­ra ar­quetípi­ca ante cuya guadaña to­dos nos en­con­tramos de­sar­ma­dos. Pero, en la úl­ti­ma de las fig­uras de es­ta se­gun­da fi­la, La Tem­plan­za, aparece una figu­ra que ayu­da. Es un án­gel que vierte un líqui­do de una vasi­ja a otra. En este pun­to las en­ergías y es­per­an­zas del pro­tag­onista em­piezan a fluir de nue­vo en otra di­rec­ción. Has­ta aquí ha es­ta­do com­pro­meti­do en lib­er­arse de las coac­ciones de los ar­queti­pos que le afecta­ban per­sonal­mente en el mun­do de los seres vivos y de los acon­tec­imien­tos, y en es­table­cer un niv­el para su ego en el mun­do ex­te­ri­or. Aho­ra es­tá prepara­do para di­ri­gir sus en­ergías de una man­era más con­sciente ha­cia el mun­do in­te­ri­or. Así co­mo has­ta en­tonces buscó el de­sar­rol­lo del ego, su aten­ción va a ori­en­tarse aho­ra ha­cia un cen­tro psíquico más am­plio, al que Jung llamó sí-​mis­mo [self].

Si defin­imos el ego co­mo el cen­tro de la con­scien­cia, en­tonces pode­mos definir al sí-​mis­mo co­mo el cen­tro que abar­ca la to­tal­idad de la psique in­cluyen­do am­bos, con­sciente e in­con­sciente. Este cen­tro tra­sciende el dé­bil Yo con­cien­ci­ado por el ego. No es que el ego del héroe de­je de ex­is­tir, sim­ple­mente ya no lo va a ex­per­imen­tar co­mo la fuerza cen­tral que mo­ti­va sus ac­tos. De aho­ra en ade­lante, su ego per­son­al va a dedi­carse a un plano que es­tá más al­lá de él mis­mo. Se dará cuen­ta de que su ego no es más que un pe­queño plan­eta que gi­ra alrede­dor de un sol cen­tral gi­gan­tesco, el sí-​mis­mo.

Du­rante to­do el recor­ri­do el héroe había tenido pe­queñas vi­siones de este es­ta­do in­te­ri­or, pero mien­tras le acom­pañamos en su desven­tu­ra por el recor­ri­do de los ar­queti­pos de es­ta fi­la in­fe­ri­or, ver­emos có­mo se am­plía su con­cien­ci­amien­to y au­men­ta su ilu­mi­nación. Por es­ta razón lla­mamos a la fi­la in­fe­ri­or del ma­pa El Reino de la Ilu­mi­nación Ce­les­tial y de la Au­tor­re­al­ización.

La primera car­ta de es­ta fi­la es El Di­ablo. Rep­re­sen­ta a Satán, esa in­fame es­trel­la caí­da. Ca­da vez que este su­je­to aparece en nue­stro jardín, trae con­si­go un rayo de luz, co­mo ver­emos al es­tu­di­ar­lo de­spués. La se­cuen­cia de las cu­atro car­tas que siguen es La Torre de la De­struc­ción, La Es­trel­la, La Lu­na y El Sol. Rep­re­sen­tan di­ver­sos es­ta­dios de ilu­mi­nación en or­den as­cen­dente. A és­tas les sigue El Juicio. Aquí un án­gel con una trompe­ta ir­rumpe en la con­cien­cia del héroe con un glo­rioso rayo de luz para des­per­tar al muer­to dur­miente. En la tier­ra, de­ba­jo, un joven se lev­an­ta del sepul­cro mien­tras dos fig­uras a su la­do es­tán en ac­ti­tud de oración y de ad­miración ante este mi­la­groso re­nacimien­to.

Con la car­ta fi­nal del Tarot, El Mun­do, el sí-​mis­mo, aho­ra to­tal­mente re­al­iza­do, se en­car­na co­mo un grá­cil dan­zarín. Aquí, to­das las fuerzas con­tra­dic­to­rias con las que has­ta aho­ra ha tenido que en­frentarse el héroe apare­cen jun­tas en un mun­do. En es­ta úl­ti­ma figu­ra del Tarot, el sen­ti­do y el sin­sen­ti­do, la cien­cia y la ma­gia, el padre y la madre, la carne y el es­píritu, to­dos es­tán jun­tos en una ar­mo­niosa dan­za de puro ser. En las cu­atro es­quinas de es­ta car­ta, cu­atro fig­uras sim­bóli­cas pare­cen tes­ti­mo­ni­ar este úl­ti­mo mi­la­gro.

Hemos com­ple­ta­do es­ta primera visión de los vein­tidós Ar­canos co­mo apare­cen de­sple­ga­dos en nue­stro ma­pa. Mien­tras seguimos la suerte del héroe a través de es­tas car­tas, ob­ser­vare­mos la in­ter­conex­ión en el eje hor­izon­tal, có­mo ca­da ex­pe­ri­en­cia que en­con­tramos a lo largo del camino evo­ca la que le sigue. Cuan­do llegue­mos a es­tu­di­ar las car­tas de la fi­la in­fe­ri­or es­table­cer­emos conex­iones en sen­ti­do ver­ti­cal, en­tre es­tos ar­canos y los que tienen in­medi­ata­mente enci­ma en el ma­pa.

Va­mos a ilus­trar lo que dec­imos. Tal co­mo hemos or­de­na­do las car­tas en nue­stro ma­pa, pueden verse, no só­lo co­mo tres fi­las hor­izon­tales de si­ete car­tas ca­da una de el­las, sino co­mo si­ete fi­las ver­ti­cales de tres car­tas ca­da una. Co­mo de­scubrire­mos, las car­tas tam­bién tienen una conex­ión sig­ni­fica­ti­va en el sen­ti­do ver­ti­cal. Por ejem­plo, la primera línea ver­ti­cal nos mues­tra El Ma­go en lo más al­to, El Di­ablo aba­jo y La Jus­ti­cia sen­ta­da co­mo me­di­ado­ra en­tre los dos. Pueden es­table­cerse muchas conex­iones en­tre es­tas dos car­tas, pero la más in­medi­ata que po­dríamos con­sid­er­ar es que el aparente­mente be­nig­no Ma­go de la car­ta número uno y el mági­co Di­ablo de la car­ta quince tienen que ser con­sid­er­ados cuida­dosa­mente en nues­tras vi­das. Puesto que, si no le «damos al di­ablo lo que le debe­mos», él lo tomará de to­das man­eras y, si lo ig­no­ramos, va a ac­tu­ar des­de atrás, de mo­do de­struc­ti­vo. Así pues, las car­tas de es­ta fi­la ver­ti­cal pare­cen de­cirnos que, mien­tras use­mos los dos platil­los de la bal­an­za de la Jus­ti­cia, habrá menos opor­tu­nidad de que ninguno de los ma­gos nos juegue una tre­ta a nues­tras es­pal­das.

Co­mo ver­emos de­spués, las car­tas de la se­gun­da fi­la hor­izon­tal, del Reino de la Re­al­idad Ter­restre y Con­cien­cia del Ego, ac­túan a menudo co­mo in­ter­me­di­ar­ios en­tre las del Reino de los Dios­es ar­ri­ba y las del Reino de la Ilu­mi­nación y Au­tor­re­al­ización aba­jo. De he­cho, to­das las car­tas de es­ta se­gun­da fi­la, co­mo es­ta primera de la Jus­ti­cia, tratan es­pecí­fi­ca­mente del equi­lib­rio. Por ejem­plo, la Fuerza tra­ta de es­table­cer un equi­lib­rio en­tre el­la mis­ma y un león, y la Tem­plan­za es­tá ab­sorta en crear una in­ter­ac­ción equi­li­bra­da en­tre los flu­idos de las jar­ras que sostiene. De una man­era más su­til, las otras car­tas de es­ta fi­la pueden verse co­mo sím­bo­los de un tipo de equi­lib­rio en­tre fuerzas an­tagóni­cas. Por es­ta razón po­dríamos sub­ti­tu­lar la se­gun­da fi­la hor­izon­tal co­mo la del Reino del Equi­lib­rio.

Por lo que se ha di­cho es fá­cil com­pren­der por qué Jung es­cogió para este pro­ce­so de au­tor­re­al­ización el nom­bre de in­di­vid­uación. En­fren­tán­donos a los ar­queti­pos y liberán­donos a la vez de las coac­ciones a las que nos some­ten, uno se vuelve ca­da vez más ca­paz de re­spon­der a la vi­da de una man­era in­di­vid­ual. Co­mo hemos vis­to, el com­por­tamien­to de aque­llos que de­scono­cen los ar­queti­pos es­tá condi­ciona­do por fuerzas in­vis­ibles. Es al­go tan rígi­da­mente pro­gra­ma­do co­mo el com­por­tamien­to in­stin­ti­vo de los pá­jaros y de las abe­jas, que reac­cio­nan siem­pre de una man­era preestable­ci­da a idén­ti­cos es­tí­mu­los; aparearse, anidar, em­igrar, etc., que efec­túan según mod­elos idén­ti­cos gen­eración tras gen­eración. Así pues, cuan­do un ser hu­mano ha com­ple­ta­do un cier­to gra­do de conocimien­to de sí mis­mo, es ca­paz de efec­tu­ar elec­ciones dis­tin­tas de las de la ban­da­da y ex­pre­sarse de una man­era que es la suya propia. Al haber es­table­ci­do con­tac­to con su pro­pio y ver­dadero sí-​mis­mo ya no se ago­biará más por las críti­cas de los demás, sean in­ter­nas o ex­ter­nas. Lo que «el­los» ha­gan o di­gan ten­drá menos in­flu­en­cia en su vi­da. Será ca­paz de ex­am­inar las cos­tum­bres so­ciales y las ideas, y adop­tar­las o no según su elec­ción. Será li­bre de ac­tu­ar de man­era que colme sus necesi­dades in­ter­nas más pro­fun­das y de ex­pre­sar lo más autén­ti­co de él mis­mo.

Es im­por­tante darse cuen­ta aquí de que, a me­di­da que una per­sona gana in­de­pen­den­cia para ser in­con­formista, gana a la vez se­guri­dad per­son­al para ser con­formista. Co­mo Jung señaló fre­cuente­mente, una per­sona in­di­vid­ua­da no es lo mis­mo que una per­sona in­di­vid­ual­ista. No tra­ta de con­for­marse con las cos­tum­bres, pero tam­poco siente la necesi­dad de de­safi­ar­las. No tra­ta de sep­ararse de sus com­pañeros adop­tan­do ves­ti­men­tas ex­trañas o com­por­tamien­tos fuera de lu­gar. Por el con­trario, se siente real­mente co­mo ex­pre­sión úni­ca de la di­vinidad, no tiene necesi­dad de de­mostrárse­lo a nadie.

Cuan­do en­con­tramos a una de es­tas per­sonas, nor­mal­mente no se los puede dis­tin­guir a sim­ple vista del resto de un grupo. Su com­por­tamien­to públi­co y su ves­ti­men­ta no le dis­tinguen. Puede es­tar par­tic­ipan­do ac­ti­va­mente en la con­ver­sación o en si­len­cio, pero casi al mo­men­to puede apre­cia­rse una cual­idad in­definible en su mo­do de ser que nos atrae. Es co­mo si to­do lo suyo, sus vesti­dos, sus gestos, la man­era de sen­tarse le perteneciera. Na­da en él es so­breim­puesto. To­do lo que dice o hace parece bro­tar de lo más pro­fun­do de su cen­tro, de mo­do que sus más pe­queños co­men­tar­ios nos apare­cen con un sig­nifi­ca­do nue­vo. Si es­tá calla­do, su si­len­cio tam­bién le pertenece. Es un si­len­cio có­mo­do tan­to para él co­mo para nosotros. A menudo es­ta per­sona parece más pre­sente y ac­ti­va en si­len­cio que aque­llos que par­tic­ipan de una man­era más ac­ti­va. Porque es­tá en con­tac­to con su pro­pio sí-​mis­mo, y el nue­stro re­sponde, de mo­do que es­tar en si­len­cio jun­to a este tipo de per­sonas puede abrirnos nuevos panora­mas de con­cien­cia. Al es­tar a gus­to con­si­go mis­mo, es­tá in­stan­tánea­mente a gus­to con nosotros y nosotros con él. Nos sen­ti­mos co­mo si le hu­biéramos cono­ci­do des­de siem­pre. La co­mu­ni­cación es tan abier­ta y fá­cil que le com­pren­de­mos y, a pe­sar de eso, nos in­qui­eta. Por un la­do, es la per­sona más orig­inal que hayamos en­con­tra­do jamás, y por otro, es igual que nosotros. Es una parado­ja.

El sí-​mis­mo es la más paradóji­ca y en­gañosa de to­das las fuerzas que ac­túan en el fon­do de nue­stro in­con­sciente. Es este sí-​mis­mo lo que im­pul­sará al héroe a salir del útero fa­mil­iar, bus­car su des­ti­no en el mun­do ex­te­ri­or y lo que le de­volverá a casa para la re­al­ización de su propia in­di­vid­ual­idad. Mien­tras seguimos al héroe du­rante el vi­aje, com­par­tire­mos su emo­ción con él, sus ex­pe­ri­en­cias tal y co­mo es­tán dibu­jadas en los Ar­canos.

Hay di­ver­sas téc­ni­cas para pon­er­nos en con­tac­to con las car­tas. Ca­da per­sona en­cuen­tra su propia man­era de aden­trarse en los dibu­jos, pero ofre­ce­mos a con­tin­uación al­gu­nas sug­eren­cias que han si­do útiles para otros. Por ejem­plo, hay per­sonas a quienes les gus­ta for­mar un li­bro de recortes so­bre el Tarot: con­sid­er­an que los Ar­canos co­bran vi­da cuan­do se en­cuen­tra al­go sin­gu­lar que se re­fiera a el­los. En cuan­to se les pres­ta aten­ción, pare­cen saltar de mo­do in­es­per­ado ha­cia nues­tras vi­das. Sucede con fre­cuen­cia que em­piezan a apare­cer artícu­los, fo­tografías, graba­dos y ref­er­en­cias di­ver­sas so­bre el Tarot, de una man­era mág­ica y con una fre­cuen­cia inusi­ta­da.

Asimis­mo, el es­tu­di­ar una car­ta es­pecí­fi­ca parece abrir de pron­to los al­macenes de la imag­inación cre­ati­va, de man­era que lle­gan a la con­cien­cia vi­siones in­te­ri­ores e ideas proce­dentes, al pare­cer, de ningún la­do. Es­tas criat­uras su­tiles son tan efímeras co­mo las mari­posas; si no las co­ge­mos al vue­lo, de­sa­pare­cerán para siem­pre. Cuan­do ocur­ren es­tos es­tal­li­dos de cre­ativi­dad, a menudo sucede que no ten­emos tiem­po de sen­tarnos y prestar­les ple­na aten­ción; con­viene, pues, ten­er un lu­gar fi­jo donde guardar­las a sal­vo, para us­ar­las co­mo ref­er­en­cia en el fu­turo. Un lu­gar donde po­damos es­cribir la idea bási­ca de una tra­ma, dibu­je­mos un bo­ce­to para un cuadro pos­te­ri­or o es­crib­amos las líneas maes­tras de lo que será un po­ema. Si ten­emos al­gu­na ap­ti­tud para el arte, nos gus­tará de­sar­rol­lar es­tas ideas de­spués; si no la ten­emos, lo que nos gus­tará es ten­er­las en reser­va para fu­turas ref­er­en­cias en el vi­aje que hag­amos a través de nue­stro Tarot per­son­al. En cualquier ca­so, un ál­bum de recortes o un bloc de ho­jas sueltas, una para ca­da uno de los ar­canos, puede ser un lu­gar con­ve­niente para re­copi­lar este ma­te­ri­al, y ten­er­lo al al­cance de la mano en cualquier mo­men­to.

To­dos reac­cionamos de difer­ente man­era a las difer­entes car­tas; al­gu­nas nos atraen, otras nos re­pe­len. Al­gu­nas nos re­cuer­dan gente que cono­ce­mos o que hemos cono­ci­do en el pasa­do; otras son co­mo fig­uras que hemos vis­to en sueños o fan­tasías, y otras nos sug­ieren episo­dios dramáti­cos. Quizá lo real­mente im­por­tante es que, cuan­do di­rigi­mos nues­tra aten­ción a una car­ta conc­re­ta del Tarot, y seguimos luego las sug­eren­cias que se derivan de el­la, nos hal­lam­os abier­tos a ex­pe­ri­en­cias nuevas y fasci­nantes.

Los Ar­canos se es­tu­di­an mejor en se­cuen­cia. Su or­den numéri­co crea un mod­elo, tan­to en el tapete de juego co­mo den­tro de nosotros mis­mos. Para seguir este mod­elo, nues­tra imag­inación nos proveerá del pas­aporte nece­sario. Hay muchas man­eras de es­tim­ular la imag­inación; por lo que ahí van al­gu­nas de las ideas que han servi­do a otros.

Acérquese di­rec­ta­mente a ca­da car­ta, antes de leer el capí­tu­lo so­bre el­la. Eso le ofre­cerá la opor­tu­nidad de reac­cionar de una man­era espon­tánea y li­bre a lo que hay dibu­ja­do en el­la. Es una bue­na idea es­tu­di­ar la car­ta du­rante un­os min­utos y apun­tar luego, con au­ten­ti­ci­dad, las reac­ciones, ideas, re­cuer­dos, aso­cia­ciones, to­do lo que ven­ga a la mente, aunque só­lo sean cu­atro pal­abras. Re­cuerde que es­tas no­tas son so­la­mente para ust­ed, o sea que de­je volar li­bre­mente su pluma. No cen­sure nun­ca na­da por desca­bel­la­do que parez­ca, pues puede conec­tar­le con in­te­ri­or­iza­ciones pos­te­ri­ores.

Al igual que con las per­sonas, la primera im­pre­sión es a menudo más sig­ni­fica­ti­va de lo que parece en el mo­men­to, así que es­críba­lo to­do, pal­abra por pal­abra. Por fa­vor, no trate de analizar, val­orar o eti­que­tar lo que haya es­crito, dé­je­lo des­cansar para fu­turas con­sid­era­ciones. Más tarde, cuan­do ya haya cono­ci­do ese Ar­cano, será in­tere­sante com­parar su primera im­pre­sión con sus reac­ciones pos­te­ri­ores. Sea lo que sea, piénse­lo du­rante su tra­ba­jo co­tid­iano, guarde es­tos suce­sos en la mente, co­mo puede guardar una poesía, pero no ra­zone so­bre el­lo. Los per­son­ajes del Tarot son criat­uras de la imag­inación, y el fo­co del in­telec­to puede hac­er que se es­fu­men para siem­pre.

Co­mo los per­son­ajes del Tarot no pueden hablarnos por sí mis­mos, ten­emos que us­ar to­dos los sen­ti­dos para lle­gar has­ta su es­en­cia. Una sor­pren­dente man­era de lo­grar­lo es col­ore­ar las car­tas. La bara­ja del Tarot de Marsel­la no se vende sin col­or, pero se puede hac­er una ver­sión en blan­co y ne­gro con una fo­to­copia. In­vari­able­mente, quienes lo han he­cho de es­ta for­ma ase­gu­ran que su com­pren­sión co­bró una nue­va di­men­sión.

Ha­ga lo que ha­ga (o lo que no ha­ga) en relación con las car­tas, re­cuerde que to­das las sug­eren­cias que damos aquí son só­lo eso: sug­eren­cias. Son bási­ca­mente útiles co­mo pre­ca­len­tamien­to para nues­tra imag­inación así co­mo para in­tro­ducir los per­son­ajes del Tarot en nue­stro mun­do, donde pode­mos ten­er una mejor visión de el­los. Es ax­iomáti­co que los sím­bo­los, sen­timien­tos e in­tu­iciones que nos lle­gan, no vienen eti­que­ta­dos co­mo «buenos» o «ma­los». Según se de­mostrará repeti­da­mente en este es­tu­dio, es una car­ac­terís­ti­ca de los ma­te­ri­ales sim­bóli­cos, abar­car los op­uestos, así co­mo in­cluir parado­jas en­tre se­me­jantes. Vivien­do co­mo lo hace­mos en un mun­do de «es­to» o «lo otro», de op­uestos fi­jos, puede ser re­con­for­tante pen­sar que en el mun­do de los sen­timien­tos, in­tu­iciones, sen­sa­ciones y de las ideas espon­táneas al que va­mos a ac­er­carnos, pode­mos aban­donar la regla de medir los «es­to» o «lo otro» que us­amos para nues­tras elec­ciones en la vi­da di­aria. Es­ta­mos a pun­to de en­trar en el mun­do de la imag­inación, ese mun­do mági­co cuyas pal­abras clave son: «Am­bos» y «Además». Co­mo reac­ción a un cier­to Ar­cano del Tarot, no pode­mos ac­tu­ar «cor­rec­ta­mente» si lo probamos, y al mis­mo tiem­po no pode­mos es­tar equiv­oca­dos. Por eso, lo mejor es reac­cionar al Tarot de la man­era que nos guste más, ligeros de corazón y con las manos li­bres. Que haya sitio para to­do, pero sin es­per­ar na­da. Deben ju­gar a la imag­inación. Dis­fruten, dis­fruten.

Es­tas son, pues, al­gu­nas de las man­eras de ex­plo­rar el sig­nifi­ca­do de las car­tas. De vez en cuan­do añadi­re­mos más sug­eren­cias para quienes es­tén in­tere­sa­dos en el­lo. En los sigu­ientes capí­tu­los am­pli­are­mos el sen­ti­do de ca­da uno de los Ar­canos pre­sen­tan­do temas de los mi­tos, de la lit­er­atu­ra, del teatro, así co­mo de las artes plás­ti­cas, que en­riquez­can su men­saje. No se ofre­cen co­mo con­clu­siones sino co­mo tram­po­lines para nues­tra imag­inación. La di­men­sión fi­nal de este es­tu­dio, la di­men­sión de pro­fun­di­dad, la en­con­trará el lec­tor por sí mis­mo; só­lo él po­drá ex­plo­rar­la ple­na­mente y rela­cionar sus hal­laz­gos con su propia vi­da.


Ca­da uno debe de­scubrir su pro­pio camino en el mun­do no ver­bal del Tarot. Aunque teng­amos que seguir al­gu­nas in­di­ca­ciones du­rante el camino, no olvide­mos que las car­tas, por sí mis­mas, co­mo vi­mos, no son sig­nos: son sím­bo­los. No se les puede dar ningu­na defini­ción pre­cisa. Son ex­pre­siones pic­tóri­cas que señalan, más al­lá de sí mis­mas, ha­cia fuerzas que ningún ser hu­mano com­prendió del to­do. Hoy en día, el hom­bre em­pieza al fin a com­pren­der que, cuan­to más in­con­sciente per­manez­ca de es­tas fuerzas ar­quetípi­cas, más poder tienen para gob­ernar su vi­da. Va­mos, pues, a con­tem­plar los sím­bo­los. Veamos có­mo se mueven, conec­tán­donos con las raíces más pro­fun­das de nues­tra his­to­ria y con las semil­las de nue­stros sí-​mis­mos que es­tán por de­scubrir.

Jung Y El Tarot. Un Vi­aje Ar­quetípi­co

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