1 Alef
EL RECIPIENDARIO Disciplina-Ensoph-Keter
Cuando un filósofo ha tomado como base de una nueva revelación de la sabiduría humana este
razonamiento; Yo pienso, luego existo, ha cambiado en cierto modo, y a despecho suyo, según la
revelación cristiana, la noción antigua del Ser Supremo. Moisés hace decir al Ser de los seres: Yo
soy el que soy.
Descartes hace decir al hombre: Yo soy el que piensa, y como pensar es hablar
interiormente, el hombre de Descartes puede decir como el Dios de San Juan el Evangelista: Yo soy
aquel en quien está y por quien se manifiesta el Verbo, in principio erat verbum.
¿Qué es lo que es un principio? Es una base de la palabra, es una razón de ser del verbo. La esencia
del verbo está en el principio; el principio es lo que es; la inteligencia es un principio que habla.
¿Qué cosa es la luz intelectual? Es la palabra. ¿Qué cosa es la revelación? Es la palabra; el ser es el
principio, la palabra el medio, y la plenitud o el desenvolvimiento y la perfección de ser es el fin;
hablar es crear.
Pero decir: Yo pienso, luego existo, es deducir de la consecuencia el principio, y recientes
contradicciones elaboradas por un gran escritor, Lamennais, han demostrado suficientemente la
imperfección filosófica de este método. Yo soy, luego existe alguna cosa, nos parece ser una base
más primitiva y más sencilla de la filosofía experimental.
Yo soy, luego el ser existe
Ego sum qui sum: he aquí la revelación primera de Dios en el hombre y del hombre en el mundo, y
es también el primer axioma de la filosofía oculta
zid` cy` zid`
El ser es el ser
Esta filosofía tiene, pues, por principio lo que es, y no tiene nada de hipotético ni de aventurado.
Mercurio Trismegisto comienza su admirable símbolo, conocido bajo el nombre de tabla de
esmeralda, por esta triple afirmación: Es verdad, es cierto sin error, es del todo verdad.
Así, lo
verdadero confirmado por la experiencia en física, la certidumbre desprendida de toda aleación de
error en filosofía, la verdad absoluta indicada por la analogía en el dominio de la religión o de lo
infinito, tales son las primeras necesidades de la verdadera ciencia, y es lo que la magia sola puede
acordar a sus adeptos.
Pero, ante todas las cosas, ¿quién eres tú que tienes este libro entre tus manos y que te propones
leerlo?.......
Sobre el frontis de un templo que la antigüedad había dedicado al Dios de la luz, se leía esta
inscripción de dos palabras: conócete.
Este mismo consejo es el que yo debo ofrecer a todo hombre que quiera aproximarse a la ciencia La magia, a la que los antiguos llamaban Sanctum Regnum, el santo reino, o el reino de Dios,
Regnun Dei, no se ha hecho más que para los reyes y para los sacerdotes. ¿Sois sacerdote? ¿Sois
rey? El sacerdocio de la magia no es vulgar, y su reinado no tiene nada que debatir en los principios
de este mundo. Los reyes de la ciencia son los sacerdotes de la verdad, y su reino está oculto para la
muchedumbre, como sus sacrificios y sus plegarias.
Los reyes de la ciencia son los hombres que
conocen la verdad y a quienes la verdad ha libertado según la formal promesa del más poderoso de
los iniciadores.
El hombre que es esclavo de sus pasiones o de prejuicios de este mundo, no puede ser iniciado y no
podrá serlo tampoco mientras no se reforme; no podrá ser, pues, un adepto, porque la palabra
adepto significa aquel que ha llegado por su voluntad y por sus obras.
El hombre que ama sus ideas y que tiene miedo de desprenderse de ellas; aquel que teme las nuevas
verdades y está dispuesto a dudar de todo antes que admitir alguna cosa al azar, ése debe cerrar este
libro, puesto que resultaría peligroso o inútil para él; lo comprenderá mal y se encontrará
perturbado, pero lo estaría mucho más si por ventura llegara a comprenderlo bien.
Si amáis más al mundo que a la razón, a la verdad ya la justicia; si vuestra voluntad es incierta y
vacilante, sea en el bien sea en el mal; si la lógica os espanta, si la verdad desnuda os hace
enrojecer; si se os hiere al tocar los errores en que habéis sido criados, condenad inmediatamente el
libro y haced, al no leerlo, como si no existiera para nosotros; pero no le motejéis de peligroso; los
secretos que revela serán comprendidos sólo por un pequeño número de hombres, y aquellos que
los comprendan no los revelarán ciertamente.
Mostrarla luz alas aves nocturnas es ocultársela,
puesto que las ciega y se convierte para ellas en algo más oscuro que las tinieblas. Hablaré, pues,
claramente; lo diré todo y tengo la firme confianza de que sólo los iniciados, o los que sean dignos
de serlo, lo leerán y comprenderán algo.
Hay una verdadera y una falsa ciencia, una magia divina y una magia infernal, es decir, embustera y
tenebrosa; vamos a revelar la una ya desvelar la otra; vamos a distinguir al mago del hechicero, y al
adepto del charlatán.
El mago dispone de una fuerza que conoce; el hechicero se esfuerza por abusar de lo que ignora.
El diablo, si está permitido emplearen un libro de ciencia esta palabra despreciable y vulgar, se
entrega al mago y el hechicero se entrega al diablo.
El mago es el soberano pontífice de la naturaleza, el hechicero no es otra cosa que el profanador de
la misma.
El hechicero es al mago lo que el supersticioso y el fanático al hombre verdaderamente religioso.
Antes de ir más lejos, definamos claramente lo que es la Magia.
La Magia es la ciencia tradicional de los secretos de la naturaleza, que nos viene de los magos. Por
medio de esta ciencia, el adepto se encuentra investido de una omnipotencia relativa, y puede operar
sobrehumanamente, es decir, de una manera que no está al alcance de los demás hombres.
Así es como muchos adeptos célebres, tales como Mercurio, Trismegisto, Osiris, Orfeo, Apolonio
de Tiana y otros, que podrían ser inconvenientes o peligrosos nombrar, han podido ser adorados o invocados después de su muerte como dioses. También es así como algunos otros han llegado a ser
prosélitos del infierno o aventureros sospechosos como el emperador Juliano, Apuleyo, el
encantador Merlín y el archi-hechicero, como se le llamaba en su época, al ilustre y desgraciado
Cornelio Agrippa.
Volviendo al Sanctun Regnun, es decir, a la ciencia y al poder de los magos, diremos que se les son
indispensables cuatro cosas: una inteligencia esclarecida por el estudio, una audacia sin límites, una
voluntad inquebrantable y una discreción que no pueda corromperse o enervarse por nada.
Saber, Osar, Querer y Callar. He ahí los cuatro verbos del mago, que están escritos en las cuatro
formas simbólicas de la esfinge. Estos cuatro verbos pueden combinarse juntos de cuatro maneras,
y se explican cuatro veces los unos por los otros1
.
En la primera página del libro de Hermes, el adepto está representado cubierto con un basto
sombrero que, al bajarse, puede cubrirle toda la cabeza. Tiene una mano elevada hacia el cielo, al
cual parece mandar con su varilla, y la otra mano sobre el pecho; presenta ante sí los principales
símbolos o instrumentos de la ciencia, y oculta otros en un cubilete de escamoteador. Su cuerpo y
sus brazos forman la letra Aleph, la primera del alfabeto que los hebreos tomaron de los egipcios;
pero ya volveremos luego a ocuparnos de este símbolo.
El mago es verdaderamente lo que los cabalistas hebreos llaman el microprosopo, es decir, el
creador del mundo pequeño. Estribando la primera ciencia mágicas en el conocimiento de sí mismo;
ésta es también la primera de todas las obras de la ciencia, la que encierra todas las demás y la que
es el principio de la gran obra, esto es, la creación de sí mismo; esta palabra tiene necesidad de ser
explicacada.
Siendo la razón suprema el único principio invariable, y, por consiguiente, imperecedero, puesto
que el cambio es lo que nosotros llamamos la muerte, la inteligencia que se adhiere fuertemente y
se identifica de algún modo a este principio, se hace, por lo mismo, invariable, y, por consiguiente,
inmortal. Se comprende que, para adherirse invariablemente ala razón, es preciso haberse
independizado de todas las fuerzas que producen, por el movimiento fatal y necesario las
alternativas de la vida y de la muerte.
Saber sufrir, abstenerse y morir, tales son, pues, los primeros
secretos que nos colocan por encima del dolor, de las angustias sensuales y del miedo a lanada. El
hombre que busca y encuentra una muerte gloriosa, tiene fe en la inmortalidad y toda la humanidad
cree en él, con él y por él, porque ésta le eleva altares o estatuas, como signo de vida inmortal.
El hombre no se hace rey de los animales más que domándolos o domesticándolos, pues de otro
modo sería su víctima o su esclavo. Los animales son, pues, la figura de nuestras pasiones; estas son
las fuerzas instintivas de la naturaleza.
El mundo es un campo de batalla en donde la libertad dispuesta con la fuerza de la inercia
oponiéndola la fuerza activa. Las leyes físicas son las muelas de las que tú serás el grano, si no
sabes ser el molinero.
Estás llamado a ser el rey del aire, del agua, de la tierra y del fuego, pero, para reinar sobre esos
cuatro animales del simbolismo, es preciso vencerlos y encadenarlos.
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1 Véase el juego de cartas llamado TAROT.
Aquel que aspira a ser un sabio ya conocerá el gran enigma de la naturaleza, debe de ser el heredero
y el espoliador de la esfinge; debe de tener la cabeza humana para poseer la palabra, las alas del
águila para conquistar las alturas, las nalgas del toro para labrar las profundidades, y las garras del
león para abrirse camino a derecha y a izquierda, adelante y atrás.
Tú que quieres ser iniciado, ¿eres un sabio como Fausto? ¿Eres impasible como Job? No. ¿No lo
eres? Pues puedes serlo si quieres, ¿Has vencido a los vagos torbellinos de ideas vagas y confusas?
¿Eres hombre sin indecisión y sin caprichos? ¿No aceptas el placer más que cuando quieres y no
quieres sino cuando debes? ¿No eres siempre así? Pues todo, todo eso puedes ser si tú lo quieres.
La esfinge, no solamente tiene una cabeza humana, tiene también senos de mujer. ¿Sabes resistir a
los atractivos de la mujer? ¿No? Porque ríes al responder y te jactas de tu debilidad moral para
glorificar, para ensalzaren ti, al propio tiempo, la fuerza vital y material. Sea; yo te permito rendir
pleito homenaje al asno de Sterne o de Apuleyo. Que el asno tiene su mérito, convengo en ello, por
algo estaba consagrado a Priapo, como el macho cabrío al dios de Mendés. Pero dejémosle tal cual
es y sepamos únicamente si es tu maestro o tú puedes ser el suyo. El solo puede verdaderamente
poseer la voluptuosidad del amor que ha vencido al amor de la voluptuosidad.
Poder usar y abstenerse, es poder dos veces. La mujer te encadena por tus deseos; se dueño de tus
actos y tu encadenarás a la mujer.
La mayor injuria que se puede hacer a un hombre es llamarle cobarde. Ahora bien, ¿qué es ser un
cobarde? Un cobarde es el que no tiene cuidado de su dignidad moral a causa de obedecer
ciegamente a los instintos de la naturaleza.
En efecto; en presencia del peligro es natural tener miedo y tratar de huir; ¿por qué es esto una
vergüenza? Porque el honor nos dicta una ley según la cual preferimos nuestro deber a nuestras
atracciones o a nuestros temores. ¿Qué es, desde ese punto de vista, el honor?
Es el presentimiento
universal de la inmortalidad y la estimación de los medios que a ella pueden conducirnos. La última
victoria que el hombre puede alcanzar sobre in muerte es la de triunfar del gusto de la vida, no por
desesperación, sino por una más elevada esperanza, que está encerrada en la fe, por todo lo que es
bello y honesto, debido al consentimiento de todo el mundo.
Aprender a vencerse, es aprender a vivir; las austeridades del estoicismo no eran sino una yana
ostentación de libertad.
Ceder a las fuerzas de la naturaleza, es seguir la corriente de la vida colectiva, es ser esclavo de
causas secundarias.
Resistir a la naturaleza y dominarla, es hacerse una vida personal, imperecedera; el franquear las
vicisitudes de la vida y de la muerte.
Todo hombre que se halla dispuesto a morir antes de abjurar de la verdad y de la justicia, está
verdaderamente vivo, porque es inmortal en su alma.
Todas las iniciaciones antiguas tenían por objeto encontrar o formar hombres de temple semejante.
Pitágoras ejercitaba a sus discípulos en el silencio y en las abstinencias de todo género; en Egipto se
probaba a los recipiendarios por los cuatro elementos; en la India, es sabio a qué prodigiosas austeridades se condenaban los faquires y los brahmanes para llegar al reinado de la libre voluntad
y de la independencia divina.
Todas las maceraciones del ascetismo están tomadas de las iniciaciones en los antiguos misterios, y
no han cesado, porque los iniciables, no encontrando ya iniciadores y habiéndose convertido los
directores de las conciencias en seres ignorantes como el vulgo, los ciegos se han dejado guiar por
los ciegos, y nadie ha querido sufrir ni sujetarse a pruebas que no conducían más que a la duda ya la
desesperación; el camino de in verdadera luz se había perdido.
Para hacer alguna cosa es preciso saber lo que se quiere hacer, o por lo menos, tener fe en alguien
que lo sepa. Pero, ¿cómo arriesgaré mi vida a la aventura y seguiré al azar, a aquel que ni él mismo
sabe adónde va?
En la vía de las altas ciencias no hay que comprometerse temerariamente, sino, una vez en marcha,
es preciso llegar o perecer. Dudar es volverse loco; detenerse es caer, retroceder, es precipitarse en
un abismo.
Tú, pues, que has comenzado la lectura de este libro, silo comprendes y quieres leerlo hasta el fin,
hará de ti un monarca o un insensato. En cuanto a ti, haz del volumen lo que quieras, no podrás ni
despreciarlo, ni olvidarlo. Si eres puro, este libro será para ti una luz; si eres fuerte, será tu arma; si
eres santo, será tu religión; si eres sabio, regulará tu sabiduría.
Pero si eres pecador, si eres malvado, este libro será para ti como una antorcha infernal; destrozará
tu pecho como si fuera un puñal, quedará en tu memoria como un remordimiento, te llenará la
imaginación de quimeras y te conducirá, por las vías del vesanismo, a la desesperación. Querrás reir
y no alcanzarás más que a rechinar los dientes porque este libro será para ti como la lima de la
fábula, lima que una serpiente trataba de roer, siendo aquélla la que rayó todos los dientes a la
serpiente.
Comencemos ahora la serie de las iniciaciones.
Ya he dicho que la revelación es el verbo.
El verbo, en efecto, o in palabra, es el velo del ser y el
signo característico de la vida. Toda forma es el velo de mi verbo, porque la idea madre del verbo es
la única razón de ser de las formas. Toda figura es un carácter; todo carácter pertenece y retorna a
un verbo. Por esta razón, los antiguos sabios, de los que Trismegisto es el órgano, formularon su
único dogma en estos términos: Lo que esta arriba es como lo que esta abajo y lo que esta abajo es
como lo que esta arriba.
En otros términos: in forma guarda proporción con la idea; la sombra es la medida del cuerpo
calculada en su relación con el rayo luminoso. La vaina es tan profunda como el largo de la espada;
la negación es proporcional â in afirmación contraria la producción es igual a la destrucción en el
movimiento que conserva la vida, y no hay un solo punto en el espacio infinito que no sea el centro
del circulo, cuya circunferencia se agrada y retrocede indefinidamente en el espacio.
Toda individualidad es, por tanto, indefinidamente imperceptible, puesto que el orden moral guarda
analogía con el orden físico, y porque no se podrían concebir un punto que no pueda dilatarse,
agrandarse y lanzar rayos en un circulo filosóficamente infinito.
Lo que puede decirse del alma entera, se puede decir también de cada una de las facultades del
alma.
La inteligencia y la voluntad del hombre son instrumentos de un alcance y de una fuerza
incalculable.
Pero la inteligencia y la voluntad tienen como auxiliares y como instrumento una facultad muy poco
conocida y cuyo poderío pertenece exclusivamente al dominio de la magia; me refiero a la
imaginación, la cual los cabalistas llamaban lo diáfano o lo traslucido.
La imaginación, en efecto, es algo así como los ojos del alma, siendo en ella en donde se dibujan y
se conservan las formas; es por ella también por donde vemos los reflejos del mundo invisible, y
asimismo, en fin, es el espejo de las visiones y el aparato de la vida mágica. Por medio de ella
curamos las enfermedades, influenciamos las estaciones, apartamos los muertos de los vivos, y
hasta resucitamos los muertos, porque es ella la que exalta la voluntad y la que la adquiere del
agente universal.
La imaginación determina la forma del hijo en el seno de la madre y fija el destino de los hombres,
da alas al contagio y dirige a los combatientes en el campo de la batalla. ¿Estáis en peligro de un
combate? Pues consideraos invulnerables como Aquiles y lo seréis, dice Paracelso.
El miedo atrae
las balas en la guerra, en tanto que el valor las hace desviar o retroceder. Ya se sabe que los
amputados se quejan, con frecuencia, de los miembros que ya no poseen. Paracelso operaba sobre
sangre viviente, medicamentado el resultado de una sangría. Curaba los dolores de cabeza a
distancia, operando- sobre cabellos cortados. Se había anticipado en mucho para la ciencia, acerca
de la unidad imaginaria y la solidaridad del todo o de las partes, teorías todas, o más bien conjunto
de todas las experiencias de nuestros más célebres magnetizadores. Por esto sus curaciones eran
maravillosas, milagrosas, y mereció que se agregara a su nombre de Felipe Teofrasto Bombast1
, el
de Aureola Paracelso, agregándole, todavía el epíteto de divino.
La imaginación es el instrumento de la adaptación del verbo.
La imaginación, aplicada a la razón, es el genio.
La razón es una, como el genio es uno en la multiplicidad de sus creaciones.
Hay un principio, hay una verdad, hay una razón y hay una filosofía absoluta o universal.
Lo que está en la unidad, considerada como principio, retorna a la unidad considerada como fin.
Uno esta en uno, es decir, todo esta en todo.
La unidad es el principio de los números y es también el principio del movimiento, y por
consiguiente, de la vida.
Todo el cuerpo humano se resume en la unidad de un solo órgano, que es el cerebro.
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1. Aureolo Felipe Teofrasto Bombast, llamado Paracelso, nació en 1493 en Einsiedeln, cerca de Zurich y murió en
1541ven el hospital de Salzburgo. Su padre que era medico instruido, le enseño el latín, medicina y alquimia y
después lo mando a concluir sus estudios con Trithemo, que le enseño la magia y la astrología. Viajo casi toda su vida
y visito numerosos países observando y estudiando. Se juzga que fue envenenado por sus enemigos (N. del T).
Todas las religiones se resumen en la unidad de un solo dogma, que es la afirmación del ser y de su
igualdad a sí mismo, que constituye su valor matemático.
No hay más que un dogma en magia, y helo aquí: lo visible es la manifestación de lo invisible, o en
otros términos: el verbo perfecto está en las cosas apreciables y visibles, en proporción exacta con
las cosas inapreciables para nuestros sentidos e invisibles para nuestros ojos.
El mago eleva una mano hacia el cielo y baja la otra hacia la tierra, y dice: ¡La alta inmensidad y la
baja inmensidad todavía! ¡La inmensidad igual a la inmensidad! Estos es verdad en las cosas
visibles, tanto como también lo es en las invisibles.
La primera letra del alfabeto de la lengua sagrada. Alep, representa un hombre que eleva una mano hacia el cielo y baja la otra hacia la tierra.
Esta es la expresión del principio activo de toda cosa; es la creación en el celo, correspondiente a la
omnipotencia del verbo aquí abajo. Esta letra es, por sí sola, un pantáculo, es decir, un carácter que
manifiesta la ciencia universal.
La letra Alef puede suplir a los signos sagrados del macroscomo y del microcosmo; explica el doble
triángulo masónico y la brillante estrella de cinco puntas, porque el verbo es uno y la revelación una
sola. Dios, dando al hombre la razón, le ha dado la palabra, y la revelación, múltiples en formas,
pero una en su principio, está completa en el verbo universal, interprete de la razón absoluta.
Esto es lo que quiere decir la palabra tan mal comprendida catolicismo, que en lenguaje hierático
moderno significa infalibilidad.
Lo universal en razón es lo absoluto, y lo absoluto es infalible.
Si la razón absoluta conduce a toda la sociedad a creer irresistiblemente en la palabra de un niño,
este niño será infalible, ante Dios y ante toda la humanidad.
La fe no es otra cosa que la confianza razonable en esta unidad de la razón y en esta universalidad
del verbo.
Creer es aquiescer a lo que aún no se sabe, pero de lo que la razón nos da anticipadamente
seguridades que sabremos, o por lo menos, conoceremos algún día.
Absurdos son, pues, los pretendidos filósofos que dicen: Yo no creeré en lo que yo no sepa. ¡Pobre
infelices! Si lo supierais, ¿qué necesidad tendríais de creer? Pero ¿puedo yo creer al azar y sin
razón?. No, ciertamente. La creencia es aventurada, es la superstición y la locura.
Es preciso creer
en las causas cuya existencia nos obliga a admitir la razón mediante el testimonio de efectos
conocidos y apreciados por la ciencia.
¡La ciencia! ¡Gran palabra y gran problema!
¿Qué es la ciencia?
Responderemos a esta pregunta en el segundo capítulo de este libro.
ELIPHAS LEVI
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