domingo, 18 de septiembre de 2016

Jung Y El Tarot. Un Vi­aje Ar­quetípi­co




Los in­qui­etantes naipes que in­te­gran el Tarot han si­do ob­je­to de di­ver­sos en­fo­ques: el más fre­cuente los con­sid­era co­mo un arte­fac­to adiv­ina­to­rio; el más in­qui­etante los re­conoce co­mo pági­nas del leg­en­dario «li­bro de Thot», dios de la sabiduría, con­ta­dor de es­trel­las, in­ven­tor de la es­crit­ura, mae­stro de las pal­abras de poder y de su cor­rec­ta pro­nun­ciación. La primera ten­den­cia ha pro­duci­do una lamentable lit­er­atu­ra con­sis­tente en man­uales placidos de re­cetas para leer la ven­tu­ra; la se­gun­da abun­da en con­fusas es­pec­ula­ciones «es­otéri­cas» que casi siem­pre en­cubren ide­ologías dis­cutibles. El pre­sente li­bro no in­curre en ningu­na de es­tas vul­gar­idades sin, no ob­stante, re­nun­ciar a am­bos en­fo­ques.


Quienes ven en el Tarot el «li­bro de Thot», que no es otro que Her­mes Tris­megis­to, per­son­ifi­cación del dis­cur­so di­vi­no, re­cur­ren a una metá­fo­ra que ex­pre­sa la con­vic­ción de que sus sím­bo­los son por­ta­dores de conocimien­to. La cosa se com­pli­ca cuan­do se tra­ta de de­ter­mi­nar en qué con­siste tal conocimien­to: rosacruces, afi­ciona­dos a la cábala, teó­so­fos y ocultistas de di­ver­sas ten­den­cias presin­tieron en es­ta bara­ja un posi­ble mod­elo del uni­ver­so. No me re­fiero a un mod­elo «in­telec­tu­al», que propende a una ex­pli­cación, sino más bi­en a una con­struc­ción «sim­bóli­ca» que apun­ta a una toma de con­cien­cia. En este sen­ti­do «cono­cer» no im­pli­ca dispon­er de una teoría o de un con­jun­to de in­for­ma­ciones, sino ante to­do «de­venir con­sciente» y así trans­fig­urar la ex­is­ten­cia. Sal­lie Nichols apues­ta por es­ta con­cep­ción, sin ten­er que asumir los ries­gos de una metafísi­ca: el mod­elo que de­scubre en el Tarot no es otro que el de­spliegue mis­mo de la vi­da aními­ca. Y para el­lo apela a un lengua­je her­mosa­mente dis­eña­do a tal fin: la psi­cología de Jung.

Puede afir­marse un poco en bro­ma que Jung no era tan­to un psicól­ogo pre­ocu­pa­do por temas del ocultismo —cono­ci­das son sus obras so­bre alquimia, gnos­ti­cis­mo, teología, etc.— sino más bi­en un ocultista dis­fraza­do de psicól­ogo. Con el­lo se alude al he­cho de que su pen­samien­to re­for­mu­la una visión muy an­tigua —«perenne»— a través de un lengua­je con­tem­porá­neo; él mis­mo sostenía que la ver­dad eter­na nece­si­ta del lengua­je hu­mano, que varía con el es­píritu de la época. Y una de las tesis fun­da­men­tales de Jung es que en el al­ma hay un pro­ce­so autónomo, in­de­pen­di­ente de las cir­cun­stan­cias, que as­pi­ra a una meta, al que de­nom­inó «pro­ce­so de in­di­vid­uación». Así, nos en­con­traríamos con dos su­je­tos de la ex­is­ten­cia: por una parte el su­je­to con­sciente, el «yo» más o menos di­urno, y por la otra el su­je­to in­te­gral de tal pro­ce­so autónomo, con el cual el «yo» puede co­op­er­ar o luchar y al que ha­bit­ual­mente de­sconoce. A este se­gun­do su­je­to Jung lo llamó «sí mis­mo». Es­ta con­cisa ex­posi­ción, er­rónea por su mis­ma brevedad, desta­ca un fac­tor dramáti­co en el de­sar­rol­lo de la ex­is­ten­cia. El pen­samien­to de Jung es la ex­plic­itación y aprox­imación a este dra­ma ín­ti­mo que, si bi­en com­pro­mete a la fac­eta con­sciente de la per­son­al­idad, acaece en gran parte más al­lá de sus fron­teras, en esa región mis­te­riosa lla­ma­da «el in­con­sciente». Es por el­lo que el pro­ce­so de in­di­vid­uación no se ex­pre­sa por con­cep­tos —que atañen a la con­scien­cia— sino por sím­bo­los, que abar­can tan­to la con­scien­cia co­mo el in­con­sciente.

Sal­lie Nichols, uti­lizan­do el lengua­je de Jung, adiv­ina en el de­spliegue del Tarot una es­pecie de ma­pa de este vi­aje in­te­ri­or en el cual to­dos nos hal­lam­os em­bar­ca­dos. El mis­mo Jung con­sid­er­aba que su pen­samien­to re­for­mu­la­ba la prob­lemáti­ca que tan­to ob­se­sionó a los alquimis­tas: el li­bro de Nichols, al re­cur­rir a Jung, no de­ja de vin­cu­larse así con Her­mes Tris­megis­to, pa­trono de la alquimia. Y si, co­mo bi­en señaló Bachelard: «con su es­cala de sím­bo­los, la Alquimia es un me­men­to para un or­den de med­ita­ciones ín­ti­mas», el Tarot se rev­ela co­mo un or­de­namien­to sim­bóli­co sor­pren­den­te­mente ade­cua­do para tan amorosa med­itación.

¿Y qué hay de la adiv­inación? Si por tal en­ten­de­mos no tan­to la predic­ción de acon­tec­imien­tos co­mo la com­pren­sión del des­ti­no, en­tonces la adiv­inación no con­siste sino en la rev­elación del pro­ce­so alquími­co. En efec­to, ya Herá­cli­to afir­mó en el siglo V a. de C. que «el carác­ter (ethos) es, para los hom­bres, su des­ti­no (dai­mon)». Pre­sien­to aquí la mis­ma con­vic­ción que llevó a in­scribir en la en­tra­da al orac­ular tem­plo de Apo­lo en Delfos la máx­ima: «Conócete a ti mis­mo». El «ethos» es el ge­nio con­fig­urador del des­ti­no. Cono­cer el pro­pio des­ti­no im­pli­ca re­cono­cer la propia ín­dole. La psi­cología en­tera de Jung aparece co­mo la dilu­ci­dación de este aser­to. Porque si en la ex­is­ten­cia nos hal­lam­os com­pro­meti­dos en un pro­ce­so aními­co autónomo que tiende a una meta, és­ta con­sti­tuirá nue­stro des­ti­no. Y los acon­tec­imien­tos, que no son sino las situa­ciones a través de las cuales dis­curre nue­stro vi­aje, só­lo de­vienen trans­par­entes una vez com­pro­meti­dos co­mo tales. Las imá­genes del Tarot no sig­nif­ican per­sonas, cosas o acon­tec­imien­tos, sino que proyectan a las per­sonas, cosas y acon­tec­imien­tos den­tro del con­tex­to de la in­eludi­ble odis­ea aními­ca.

De ahí que pue­da afir­marse que, cuan­do se con­sul­ta el Tarot, no son las car­tas lo que hay que leer: lo que debe leerse es la propia vi­da. Los sím­bo­los no se re­suel­ven en situa­ciones, sino que sug­ieren el sig­nifi­ca­do de las mis­mas. Por el­lo reco­gen lo que hay de más in­medi­ato en la ex­pe­ri­en­cia bási­ca, que es siem­pre nosotros mis­mos, nues­tras pa­siones sor­das, nue­stros de­seos in­con­scientes, para des­ti­lar­lo en com­pren­sión, es­to es, en con­scien­cia. En este sen­ti­do, el li­bro de Sal­lie Nichols abar­ca la faz adiv­ina­to­ria del Tarot, que es coro­lario de su ver­tiente med­ita­ti­va.


Medio de au­to­conocimien­to, de de­scubrim­ien­to del «ethos», el Tarot es, por lo mis­mo, un medio de adiv­inación: re­conocimien­to del «dai­mon» que ori­en­ta el vi­aje del que so­mos, a menudo sin sospechar­lo, pun­to de par­ti­da, tran­scur­so y meta. Nichols abar­ca am­bas di­men­siones con elocuente bril­lantez. Si su clar­idad y su lengua­je colo­quial son de agrade­cer, no lo es menos su en­foque, el cual, elu­di­en­do las ex­agera­ciones y las su­per­sti­ciones que ame­nazan a to­da aprox­imación al Tarot, nos ayu­da a cono­cer la riqueza de sus sím­bo­los y, con el­lo, a cono­cer­nos a nosotros mis­mos.

INTRODUCCION AL TAROT


El Tarot es un ma­zo de car­tas de ori­gen de­scono­ci­do. Se le supone una edad aprox­ima­da de seis sig­los y es el an­te­cesor di­rec­to de nues­tra bara­ja mod­er­na. A través de las gen­era­ciones, es­tas fig­uras han dis­fru­ta­do de muchas en­car­na­ciones. Un tes­ti­mo­nio de su vi­tal­idad es que, a pe­sar de que hoy en día jugue­mos con las car­tas que son sus hi­jas, el ma­zo pa­ter­no no se ha re­ti­ra­do to­davía. En Eu­ropa cen­tral es­ta bara­ja se usa nor­mal­mente tan­to para ju­gar co­mo para prac­ticar la adiv­inación. Hace pocos años que en Améri­ca se ha co­bra­do con­cien­cia de su in­terés, ya que, co­mo las con­fusas imá­genes que apare­cen en nue­stros sueños, los per­son­ajes del Tarot lla­man con­stan­te­mente nues­tra aten­ción. Cuan­do es­to sucede, sig­nifi­ca gen­eral­mente que hay as­pec­tos de nues­tra per­son­al­idad que quieren ser re­cono­ci­dos. Sin du­da al­gu­na, los per­son­ajes del Tarot ir­rumpen en nues­tra vi­da (al igual que lo ha­cen los per­son­ajes de nue­stros sueños) para traer­nos men­sajes de gran im­por­tan­cia pero al hom­bre mod­er­no, em­bar­ca­do co­mo es­tá en una cul­tura de la pal­abra, le es difí­cil in­ter­pre­tar el lengua­je no ver­bal de es­tas imá­genes. En los sigu­ientes capí­tu­los ex­plo­raremos jun­tos las vías de aprox­imación a es­tas mis­te­riosas fig­uras en bus­ca de chis­pas de luz que nos per­mi­tan en­ten­der su sig­nifi­ca­do.

El vi­aje a través de las car­tas del Tarot, es bási­ca­mente un vi­aje a nues­tra propia pro­fun­di­dad. Cualquier cosa que en­con­tremos en este vi­aje es, en el fon­do, un as­pec­to de nue­stro más pro­fun­do yo. Da­do que el ori­gen de es­tas car­tas da­ta de un tiem­po en el que lo mis­te­rioso y lo ir­ra­cional er­an más reales que hoy, nos servirán de puente para ll­evarnos en bus­ca de la sabiduría an­ces­tral que to­davía se hal­la en nue­stro más pro­fun­do yo. Una sabiduría muy nece­saria en la ac­tu­al­idad, tan­to para re­solver nue­stros prob­le­mas per­son­ales co­mo para en­con­trar re­spues­tas cre­ati­vas a pre­gun­tas uni­ver­sales que nos concier­nen a to­dos.

Co­mo las bara­jas mod­er­nas, el Tarot se com­pone de cu­atro pa­los que con­tienen diez car­tas nu­mer­adas: bas­tos, co­pas, es­padas y oros, de las que proce­den las pi­cas, cora­zones, tréboles y dia­mantes de la bara­ja france­sa o in­ter­na­cional. En la bara­ja del Tarot, ca­da pa­lo tiene cu­atro fig­uras: Rey, Dama, So­ta y Ca­ballero. Este úl­ti­mo, un joven mon­ta­do en un cor­cel, ha de­sa­pare­ci­do de la bara­ja france­sa, aunque no de la es­paño­la, en la cual ha de­sa­pare­ci­do la Dama.

El graba­do que ilus­tra la pági­na sigu­iente pertenece a una bara­ja de tran­si­ción aus­tría­ca, es­to es, un dis­eño in­ter­me­dio en­tre el Tarot orig­inal y nues­tra bara­ja mod­er­na. Se puede ver un joven ca­ballero y nos lla­ma la aten­ción que, aunque sigue mon­ta­do, su em­ble­ma ha cam­bi­ado de oros a dia­mantes sin que él se apeara del ca­bal­lo.

Es­ta car­ta es el sím­bo­lo de la rec­ti­tud de in­ten­ción, de la cortesía y del cora­je, y su de­sapari­ción en la bara­ja in­ter­na­cional puede in­dicar quizá la es­casez de es­tos val­ores en nues­tra psi­cología ac­tu­al. El Ca­ballero es im­por­tante, ya que nece­sitare­mos su val­or y su es­píritu in­quis­iti­vo si quer­emos ten­er éx­ito en este vi­aje.

Igual­mente sig­ni­fica­ti­va y mis­te­riosa es la de­sapari­ción en nues­tras bara­jas de los Tri­un­fos o Ar­canos May­ores, se­rie de vein­tidós fig­uras que no pertenecen a ninguno de los pa­los an­te­ri­or­mente cita­dos. Ca­da una tiene un nom­bre in­tri­gante: El Ma­go, El Em­per­ador, El En­am­ora­do, La Jus­ti­cia, El Col­ga­do, La Lu­na, etc., y tam­bién es­tán nu­mer­adas. Pues­tas en se­cuen­cia, es­tos Tri­un­fos pare­cen re­latarnos al­go. El ob­je­ti­vo de este li­bro será ex­am­inar las vein­tidós car­tas y de­scifrar lo que nos sug­ieren.

Al igual que el Mu­tus Líber alquimista (que apare­cerá más tarde), los Tri­un­fos pueden verse co­mo una his­to­ria mu­da de las ex­pe­ri­en­cias que se en­cuen­tran en el camino de la au­tor­re­al­ización. La razón de có­mo y por qué este tema se en­car­nó en lo que era y es es­en­cial­mente un juego, es al­go que in­tri­ga des­de sig­los a los es­tu­diosos de las car­tas. Só­lo uno de los Tri­un­fos ha per­du­ra­do has­ta nues­tras car­tas mod­er­nas: el Co­mod­ín o Jok­er. Este su­je­to que tiene una vi­da tan vari­ada en ca­da bara­ja, es el de­scen­di­ente di­rec­to del Tri­un­fo del Tarot lla­ma­do El Lo­co, a quien cono­cer­emos pron­to.

Ex­is­ten muchas y di­ver­sas teorías so­bre el ori­gen de este Lo­co y de sus vein­tiún com­pañeros. Al­gunos creen que es­tas car­tas son los es­ta­dios se­cre­tos de al­gún rit­ual ini­ciáti­co egip­cio; otros mantienen y quizá con más prob­abil­idad, que su ori­gen es­tá en Oc­ci­dente. De es­ta opinión son, en­tre otros, A. E. Waite y Hein­rich Zim­mer, quienes creen que fueron con­ce­bidos por los al­bi­gens­es, una sec­ta gnós­ti­ca que flo­re­ció en Proven­za du­rante el siglo XII. Se cree que prob­able­mente se in­tro­du­jeron en­tre las car­tas vul­gares para co­mu­nicar ideas heréti­cas no acordes con la Igle­sia es­table­ci­da. El es­critor con­tem­porá­neo Paul Hu­son pien­sa que orig­inal­mente era un sig­no mnemotéc­ni­co para la ni­gro­man­cia y la bru­jería. Gertrude Moak­ley sostiene la in­ge­niosa idea de que los Ar­canos May­ores tienen un ori­gen es­otéri­co y son so­la­mente adapta­ciones de las ilus­tra­ciones del li­bro de sone­tos que Pe­trar­ca com­pu­so para Lau­ra; este li­bro se llamó Il Tri­on­fi, que se tra­duce por «Los Tri­un­fos» o por «Los En­gaños».

 El Rey de Dia­mantes

En los sone­tos de Pe­trar­ca, ca­da uno de los per­son­ajes alegóri­cos lucha y tri­un­fa so­bre el an­te­ri­or. Este tema, muy pop­ular du­rante el Re­nacimien­to ital­iano, fue el ar­gu­men­to de muchas pin­turas de la época. Es­tas fig­uras tam­bién se drama­ti­zaron en pro­ce­siones que des­fi­la­ban por los castil­los y pueb­los en car­retones acom­paña­dos por in­signes ca­balleros. Es­tos car­ruse­les son el ori­gen de nue­stros tio­vivos y cir­cos ac­tuales, donde los niños jue­gan a ca­balleros mon­ta­dos en un mar­avil­loso cor­cel, mien­tras los abue­los pueden hac­er­lo en un có­mo­do car­ro do­ra­do.

Fig. 2 El Car­ro (Tarot Sforza)


La figu­ra 2 nos pre­sen­ta el número 7 del Tarot, El Car­ro, en una bara­ja del siglo XV dis­eña­da por el artista Boni­fa­cio Be­mbo para la fa­mil­ia Sforza de Milán. Es­tas el­egantes car­tas pueden con­tem­plarse hoy en la Bib­liote­ca Pier­pont Mor­gan de Nue­va York. So­bre un fon­do do­ra­do aparece un car­ro de pla­ta tira­do por dos her­mosos corce­les. Cabe re­saltar que es­tos coches tri­un­fales son to­davía parte im­por­tante de los fes­ti­vales ital­ianos y los corce­les per­du­ran en los ca­bal­li­tos de nue­stros tio­vivos.

De he­cho se sabe poco de la his­to­ria del Tarot o del ori­gen y evolu­ción de su de­nom­inación y el sim­bolis­mo de los vein­tidós Tri­un­fos. Las in­nu­mer­ables hipóte­sis, vi­siones y re­vi­siones no ha­cen otra cosa que con­fir­mar una vez más su in­men­so poder para ac­ti­var la imag­inación hu­mana. Para el propósi­to de nue­stro es­tu­dio, im­por­ta poco si se orig­inaron por el amor a Dios de los al­bi­gens­es o por la pasión de Pe­trar­ca por Lau­ra; lo es­en­cial de su im­por­tan­cia para nosotros es una emo­ción hu­mana autén­ti­ca y trans­for­mado­ra. Parece ser que es­tas vie­jas car­tas es­ta­ban in­spi­radas en la pro­fun­di­dad de la ex­pe­ri­en­cia hu­mana y en el niv­el más pro­fun­do de la psique. A este niv­el se dirige su dis­cur­so.

Da­do que el propósi­to de este li­bro es el de apren­der a us­ar las car­tas del Tarot para con­tac­tar con este niv­el de la psique, hemos es­cogi­do, para hac­er­lo, el Tarot más an­tiguo de los cono­ci­dos, el de Marsel­la. Da­do que los jue­gos de car­tas son pere­cederos, el Tarot «orig­inal» ya no ex­iste y los pocos re­ma­nentes de an­tiguas bara­jas que se guardan en museos no se cor­re­spon­den con las ac­tuales. Ningún Tarot con­tem­porá­neo puede por lo tan­to con­sid­er­arse autén­ti­co. Sin em­bar­go, la ver­sión del Tarot de Marsel­la con­ser­va, en gen­er­al, el sen­timien­to y es­ti­lo de al­gunos de los dis­eños más an­tigu­os. Hay otras ra­zones para es­coger el Tarot de Marsel­la; en primer lu­gar, el dibu­jo tra­sciende lo per­son­al, no hay ev­iden­cia de que fuese crea­do por un in­di­vid­uo, co­mo lo son la may­oría de nues­tras bara­jas con­tem­poráneas; en se­gun­do lu­gar, y otra vez a difer­en­cia de la may­oría de Tarots mod­er­nos, nos lle­ga sin li­bro de in­struc­ciones, sim­ple­mente nos ofrece una his­to­ria en dibu­jos, una can­ción sin pal­abras que nos ron­da co­mo un viejo es­tri­bil­lo, evo­can­do re­cuer­dos en­ter­ra­dos.

No sucede así con las bara­jas mod­er­nas de Tarot, muchas de las cuales han si­do pin­tadas por per­sonas o gru­pos cono­ci­dos y sue­len ir acom­pañadas por un li­bro de in­struc­ciones en el que el au­tor tra­ta de mostrarnos con pal­abras lo que no hayamos cap­ta­do en las imá­genes. Este es el ca­so de los Tarots de A. E. Waite, Aleis­ter Crow­ley, «Zain» y Paul Fos­ter Case.

Aunque es­tos tex­tos sue­len pre­sen­tarse co­mo una aclaración de los sím­bo­los de las car­tas, su efec­to re­al su­pera el de un li­bro ilustra­do. Parece co­mo si las car­tas del Tarot fuer­an con­ce­bidas a mo­do de ilus­tración para cier­tos con­cep­tos ver­bales, en vez de mostrar có­mo ir­rumpieron espon­tánea­mente las car­tas primero y el tex­to se in­spiró en el­las de­spués. En con­se­cuen­cia, los per­son­ajes y dibu­jos de es­tas car­tas pare­cen más alegóri­cos que sim­bóli­cos; el dibu­jo aparece co­mo ilus­tración de con­cep­tos ver­bal­iza­dos más que co­mo sen­timien­tos sug­er­entes e in­te­ri­or­iza­ciones (in­sights) que es­tán más al­lá de las pal­abras.

La difer­en­cia en­tre una bara­ja de Tarot a la que acom­paña un tex­to y el Tarot de Marsel­la es su­til; pero es im­por­tante para nues­tra aprox­imación al Tarot. A nue­stro mo­do de ver, es la mis­ma difer­en­cia que ex­iste en­tre leer un li­bro ilustra­do y pasear por una galería de arte. Am­bas son ex­pe­ri­en­cias llenas de val­or, pero de un efec­to muy dis­tin­to; mien­tras el li­bro ilustra­do es­tim­ula nue­stro in­telec­to y nues­tra ca­paci­dad de em­patía conec­tán­donos con los sen­timien­tos y mo­dos de ver de otro, el paseo por la galería de arte es­tim­ula nues­tra imag­inación forzan­do nues­tra cre­ativi­dad para am­pli­ar nues­tra com­pren­sión.

Otra di­fi­cul­tad que pre­sen­taría el es­tu­dio con otra bara­ja es que a al­gu­nas de el­las se les han aña­di­do ex­traños sím­bo­los presta­dos de otros sis­temas, lo que supone una cor­re­spon­den­cia ex­ac­ta en­tre los Tri­un­fos y otras teorías teológ­icas y filosó­fi­cas. Por ejem­plo, en al­gu­nas bara­jas ca­da car­ta tiene asig­na­da una le­tra del al­fa­beto he­breo, con la in­ten­ción de conec­tar sim­bóli­ca­mente ca­da Ar­cano con uno de los vein­tidós senderos del Ár­bol de la Vi­da ca­balís­ti­co. Y sin em­bar­go no ex­iste con­sen­so ac­er­ca de qué le­tras he­breas pertenecen a ca­da Ar­cano. Tam­bién se han aña­di­do sím­bo­los rosacruces, alquími­cos y as­trológi­cos. El niv­el de con­clusión reinante puede verse si con­trasta­mos las ideas de Case, «Za­ifl», Pa­pusy­Hall.

Co­mo to­do el ma­te­ri­al sim­bóli­co deri­va de un niv­el de ex­pe­ri­en­cia común a to­da la hu­manidad, es ver­dad que se pueden rela­cionar al­gunos de los sím­bo­los del Tarot con otros de sis­temas dis­tin­tos. Pero eso que yace en lo más pro­fun­do de la pisque y que C. G. Jung llamó el «in­con­sciente» es, co­mo su nom­bre in­di­ca, no-​con­sciente. Las imá­genes no derivan de nue­stro or­de­na­do in­telec­to sino más bi­en a pe­sar de él, ya que se nos pre­sen­tan de una man­era car­ente de lóg­ica.

To­do sis­tema filosó­fi­co es tan só­lo un in­ten­to de crear un or­den lógi­co para cal­mar el caos que pro­cede del in­con­sciente, un in­ten­to de sis­tem­ati­zar las ex­pe­ri­en­cias de este mun­do no ver­bal. Es un en­re­ja­do, su­per­puesto si se pre­fiere, con el que pre­tende­mos en­ten­der las crudas ex­pe­ri­en­cias de nues­tra más pro­fun­da nat­uraleza. To­dos es­tos sis­temas son útiles y, en este sen­ti­do, ca­da uno de el­los es «ver­dadero», pero úni­co. Con­sid­er­ados de uno en uno, nos ofre­cen la posi­bil­idad de en­casil­lar ex­pe­ri­en­cias psíquicas, pero su­per­pon­er los en­re­ja­dos sim­ple­mente dis­tor­sion­aría sus simetrías y su util­idad. Además de co­lab­orar en la con­fusión, perderíamos nues­tra inda­gación en los Ar­canos, y no pre­tende­mos en este li­bro cor­rela­cionar el sim­bolis­mo del Tarot con el de otras dis­ci­plinas. Va­mos a ceñir nue­stro es­tu­dio a los Ar­canos tal y co­mo apare­cen en el Tarot de Marsel­la y so­la­mente hare­mos men­ción de otras ideas si su es­tu­dio va a en­rique­cer nue­stro en­tendimien­to. Co­mo lo hi­zo Jung, em­pezare­mos por analogía, de­jan­do siem­pre el sig­nifi­ca­do del sim­bolis­mo li­bre e ilim­ita­do.

Para definir el ám­bito de un sím­bo­lo, Jung siem­pre señaló la difer­en­cia ex­is­tente en­tre un sím­bo­lo y un sig­no. Decía que un sig­no de­no­ta un ob­je­to es­pecí­fi­co o una idea que se puede tra­ducir en pal­abras (una cruz ro­ja de­no­ta un puesto de aux­ilio o far­ma­cia, una hu­mare­da, la ex­is­ten­cia de fuego). Por el con­trario, un sím­bo­lo no puede ser pre­sen­ta­do de ningu­na otra man­era y su sig­nifi­ca­do tra­sciende lo mer­amente dibu­ja­do; por ejem­plo, la Es­fin­ge, la Cruz.

Los dibu­jos de las car­tas del Tarot cuen­tan una his­to­ria sim­bóli­ca. Co­mo nue­stros sueños, nos lle­gan des­de más al­lá del niv­el de la con­scien­cia y es­tán lejos de ser com­pren­di­dos por nues­tra in­teligen­cia. Parece apropi­ado, pues, colo­carnos ante es­tas car­tas co­mo si se tratara de al­go que se nos hu­biera apare­ci­do en sueños y nos hablara de un país le­jano y habita­do por de­scono­ci­dos. Con los sueños, las aso­cia­ciones per­son­ales son de val­or lim­ita­do. Pode­mos conec­tar mejor con su sig­nifi­ca­do a través de la analogía con mi­tos, cuen­tos de hadas, pin­turas, he­chos históri­cos o cualquier otro mo­ti­vo sim­ilar que evoque gru­pos de sen­timien­tos, in­tu­iciones, pen­samien­tos o sen­sa­ciones.


Da­do que los sím­bo­los mostra­dos en el Tarot son om­nipresentes y perennes, la util­idad de es­ta am­pli­fi­cación no va a quedar con­fi­na­da en este li­bro. Las fig­uras del Tarot es­tán siem­pre pre­sentes, de di­ver­sas man­eras, en nues­tras vi­das. Por la noche apare­cen en nue­stros sueños para de­jarnos per­ple­jos y asom­bra­dos. Du­rante el día nos in­spi­ran ac­ciones cre­ati­vas o nos ha­cen ju­gar­retas con nue­stros planes lógi­cos. Es­pero que los ma­te­ri­ales pre­sen­ta­dos aquí nos ayu­den a conec­tar con nue­stros sueños, no só­lo con aque­llos que se nos pre­sen­tan por la noche, sino con aque­llos sueños y de­seos que nos acom­pañan du­rante la vig­ilia.

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