Aprovechando un viaje a Delfos por asuntos relacionados con su trabajo como mercader, Mnesarchus, el padre de Pitágoras, y su esposa. Parthenis, decidieron consultar al oráculo para saber si las Parcas eran favorables para su viaje de regreso a Siria. Cuando la pitonisa (la profetisa de Apolo) se sentó en el trípode dorado, encima de la enorme entrada de aire del oráculo, en lugar de responder a la pregunta que le habían formulado, dijo a Mnesarchus que su esposa estaba encinta y que daría a luz a un hijo que estaba destinado a superar a todos los hombres en belleza y sabiduría y que, a lo largo de su vida, contribuiría mucho al bien de la humanidad. Mnesarchus quedó tan impresionado por la profecía que cambió el nombre de su esposa por el de Pythais, en honor de la pitonisa. Cuando nació el niño en Sidón, en Fenicia, fue, como había dicho el oráculo, un varón. Mnesarchus y Pythais lo llamaron Pitágoras, convencidos de que había sido predestinado por el oráculo. Se conservan muchas leyendas extrañas en torno al nacimiento de Pitágoras.
Algunos sostienen que no era
un hombre mortal, sino que era uno de
los dioses que había adoptado un cuerpo
humano para permitirle venir al mundo e
instruir a la raza humana. Pitágoras fue
uno de los numerosos sabios y
salvadores de la Antigüedad para los
cuales se afirma una concepción
inmaculada. En su Anacalypsis, Godfrey
Higgins escribe lo siguiente: «La
primera circunstancia sorprendente en la
que coinciden la historia de Pitágoras y
la de Jesús es que los dos eran oriundos
casi del mismo país: aquel había nacido
en Sidón y este, en Belén, dos ciudades
de Siria.
El padre de Pitágoras, al igual
que el de Jesús, se enteró por una
profecía de que su esposa iba a tener un
hijo que sería un benefactor de la
humanidad. Los dos nacieron cuando sus
madres estaban de viaje lejos del hogar:
José y su esposa habían ido a Belén por
una cuestión de impuestos y el padre de
Pitágoras había viajado desde Saínos, su
lugar de residencia, a Sidón, por sus
intereses mercantiles. Pythais [Pythasis],
la madre de Pitágoras, tuvo una relación
con un espectro o fantasma del dios
Apolo, el dios del Sol (debía de ser, sin
duda, un fantasma santo y aquí tenemos
al Espíritu Santo), que después se
apareció a su esposo y le dijo que no
debía tener relaciones con su esposa
durante el embarazo: una historia que,
evidentemente, es la misma que la de
Jesús y María. Por estas circunstancias
peculiares, a Pitágoras lo conocían,
igual que a Jesús, como “el hijo de
Dios” y la multitud suponía que estaba
bajo la influencia de la inspiración
divina».
Este filósofo famosísimo nació entre
el año 600 y el 590 a. de C. y se calcula
que vivió casi cien años.
Las enseñanzas de Pitágoras indican
que estaba perfectamente familiarizado
con los preceptos del esoterismo
oriental y el occidental, viajó entre los
judíos y fue instruido por los rabinos
sobre las tradiciones secretas de
Moisés, el legislador de Israel.
Posteriormente, la escuela de los
esenios se dedicó principalmente a
interpretar los símbolos pitagóricos.
Pitágoras fue iniciado en los Misterios
egipcios, los babilonios y los caldeos.
Aunque algunos creen que fue discípulo
de Zaratustra, es dudoso que su
instructor de ese nombre fuese el
hombre-dios que actualmente veneran
los parsis. Aunque los relatos de sus
viajes son dispares, los historiadores
coinciden en que visitó numerosos
países y estudió a los pies de muchos
maestros.
«Después de adquirir todo lo que
podía aprender de los filósofos griegos
y, supuestamente, de iniciarse en los
Misterios eleusinos, fue a Egipto, donde,
tras muchos rechazos y negativas,
finalmente logró que los sacerdotes de
Tebas lo iniciaran en los Misterios de
Isis. A continuación, aquel intrépido
asociacionista se dirigió a Fenicia y a
Siria, donde le fueron conferidos los
Misterios de Adonis y, tras cruzar el
valle del Éufrates, se entretuvo el
tiempo suficiente para aprender las
tradiciones secretas de los caldeos, que
seguían viviendo en las inmediaciones
de Babilonia.
Por último, hizo su
incursión más importante y más histórica
a través de Media y Persia hasta el
Indostán, donde permaneció varios años
como discípulo e iniciado de los cultos
brahmanes de Elephanta y Ellora». El
mismo autor añade que el nombre de
Pitágoras figura aún en los registros de
los brahmanes como Yavancharya, el
maestro jónico.
Dicen que Pitágoras fue el primero
que se llamó a sí mismo «filósofo»; de
hecho, el mundo está en deuda con él
por esta palabra. Antes de aquella
época, a las personas dotadas de
sabiduría se las llamaba «sabios», que
se interpretaba como «los que saben».
Pitágoras fue más modesto y acuñó la
palabra «filósofo», que él definía como
«alguien que quiere saber».
Cuando regresó de sus viajes
Pitágoras creó una escuela o, como se ha
llamado a veces, una universidad, en
Crotona, una colonia doria en el sur de
Italia.
Cuando llegó, lo miraron con
recelo, pero al poco tiempo las personas
que ocupaban cargos importantes en las
colonias vecinas empezaron a buscar su
asesoramiento en las cuestiones de
máxima actualidad. Reunió a su
alrededor a un grupo reducido de
discípulos sinceros, a los que instruyó
en la sabiduría secreta que le había sido
revelada y también en los aspectos
fundamentales de la matemática oculta,
la música y la astronomía, que él
consideraba la base triangular de todas
las artes y las ciencias.
Cuando tenía casi sesenta años, se
casó con una de sus discípulas y de
aquella unión nacieron siete hijos. Su
esposa era una mujer notablemente
capaz, que no solo lo estimuló a lo largo
de su vida, sino que, después de su
asesinato, continuó difundiendo sus
doctrinas.
Como ocurre tantas veces con los
genios, Pitágoras, con su franqueza, se
granjeó enemistades políticas y
personales. Entre los que llegaron
buscando la iniciación hubo uno que,
porque Pitágoras se negó a admitirlo,
decidió destruir tanto al hombre como a
su filosofía. Mediante propaganda falsa,
aquel descontento puso a la gente
corriente contra el filósofo.
Una pandilla
de asesinos llegó sin avisar al pequeño
grupo de edificios donde vivían el gran
maestro y sus discípulos, quemaron las
construcciones y mataron a Pitágoras.
Las versiones sobre la muerte del
filósofo no se ponen de acuerdo.
Algunos dicen que fue asesinado con sus
discípulos; otros que, mientras huía de
Crotona con un pequeño grupo de
seguidores, sus enemigos lo atraparon y
lo quemaron vivo en una casita en la que
se habían refugiado para descansar
durante la noche. Según otra versión, al
verse atrapados en la construcción en
llamas, los discípulos se arrojaron d
fuego para convertir sus cuerpos en un
puente sobre el cual Pitágoras logró
escapar, aunque murió de tristeza poco
después, ante la aparente inutilidad de
sus esfuerzos por servir e iluminar a la
humanidad.
Los discípulos que lo sobrevivieron
trataron de perpetuar sus doctrinas, pero
los persiguieron por todas partes y es
muy poco lo que se conserva en la
actualidad como homenaje a la grandeza
de este filósofo. Dicen que los
discípulos de Pitágoras jamás lo
llamaban ni se referían a él por su
nombre, sino siempre como «el
Maestro» o «aquel hombre». Es posible
que esto se deba al hecho de que se
creía que el nombre de Pitágoras
constaba de un número determinado de
letras con un orden especial y gran
significación sagrada. La revista The
Word ha publicado un artículo de T. R.
Prater que demostraba que Pitágoras
iniciaba a sus candidatos mediante una
fórmula determinada que estaba oculta
en las letras de su propio nombre. Esto
explicaría por qué se reverenciaba tanto
la palabra «Pitágoras».
A la muerte de Pitágoras, su escuela
se fue desintegrando poco a poco,
aunque los que sacaron provecho de sus
enseñanzas veneraban la memoria del
gran filósofo, del mismo modo en que,
durante su vida, lo habían reverenciado
a él. Con el paso del tiempo, Pitágoras
llegó a ser considerado un dios, más que
un hombre, y sus discípulos dispersos
estaban unidos por su admiración común
hacia el genio trascendente de su
maestro.
Édouard Schuré, en
Pythagoras and the Delphic Mysteries,
relata el siguiente episodio como
ejemplo del vínculo de hermandad que
unía a los miembros de la escuela
pitagórica: Uno de ellos, que había
caído enfermo y estaba sumido en la
pobreza, fue alojado amablemente por
un posadero.
Antes de morir, dibujó
unos cuantos signos misteriosos
(seguramente, el pentáculo) sobre la
puerta de la posada y dijo al dueño: «No
os preocupéis, que alguno de mis
hermanos saldará mis deudas».
Al cabo
de un año pasó por allí un desconocido
que vio los signos y le dijo al dueño:
«Soy pitagórico y aquí murió uno de mis
hermanos; decidme cuánto os debo en su
nombre».
Frank C. Higgins, del grado 32,
ofrece a continuación un compendio
excelente de los principios pitagóricos:
Las enseñanzas de Pitágoras son de
trascendental importancia para los
masones, puesto que son el fruto
necesario de su contacto con los
filósofos más destacados de todo el
mundo civilizado de su época y deben
de representar aquello en lo que todos
estaban de acuerdo, despojado de toda
la cizaña de la controversia. Por eso, la
postura decidida de Pitágoras en defensa
del monoteísmo puro es prueba
suficiente de que la tradición en cuanto a
que la unidad de Dios era el secreto
supremo de todas las instituciones
antiguas es totalmente correcta.
La
escuela filosófica de Pitágoras era, en
cierta medida, también una serie de
iniciaciones porque hacía pasar a sus
discípulos por una serie de grados y
jamás les permitía estar en contacto
directo con él hasta que alcanzaban los
grados superiores. Según sus biógrafos,
los grados eran tres. El primero, el de
—si la masonería se inculcara de forma
adecuada— la base sobre la cual se
erigía todo el resto del conocimiento. En
segundo lugar, estaba el grado de
«Theoreticus», que se refería a las
aplicaciones superficiales de las
ciencias exactas, y, por último, el grado
de «Electus», que permitía al candidato
adelantarse hasta alcanzar la luz de la
máxima iluminación que era capaz de
absorber. Los discípulos de la escuela
pitagórica se clasificaban en
«exoterici», o discípulos de grados
externos, y «esoterici», cuando habían
superado el tercer grado de iniciación y
tenían derecho a acceder a la sabiduría
secreta. El silencio, el secreto y la
obediencia incondicional eran
principios fundamentales de esta gran
orden.
Los fundamentos pitagóricos
El estudio de la geometría, la música y
la astronomía se consideraba
fundamental para un conocimiento
racional de Dios, el hombre o la
naturaleza y nadie que no conociera a
fondo estas ciencias podía acompañar a
Pitágoras como discípulo. Eran muchos
los que pedían ser admitidos en su
escuela. Se examinaba a cada candidato
en las tres materias y los que las
ignoraban eran rechazados de inmediato.
Pitágoras no era extremista:
enseñaba la moderación en todo, más
que el exceso en algo, porque creía que
un exceso de virtud era, en sí mismo, un
defecto.
Una de sus frases favoritas era:
«Debemos poner todo nuestro empeño
en evitar y amputar, a fuego y a espada y
por cualquier otro medio, del cuerpo la
enfermedad, del alma la ignorancia, del
vientre la lujuria, de una ciudad la
sedición, de una familia la discordia y
de todas las cosas el exceso». También
opinaba que no hay delito peor que la
anarquía.
Todo el mundo sabe lo que quiere,
pero pocos saben lo que necesitan.
Pitágoras advertía a sus discípulos que,
cuando rezaran, no pidieran para sí
mismos y que, cuando solicitaran algo a
los dioses, no les requirieran cosas para
sí mismos, porque nadie sabe lo que es
bueno para sí y, por tal motivo, no
conviene pedir cosas que, si se
obtuvieran, solo resultarían
perjudiciales.
El dios de Pitágoras era la mónada,
o el Uno que lo es Todo. Describía a
Dios como la Mente Suprema
distribuida por todo el universo: la
causa de todas las cosas, la inteligencia
de todas las cosas y el poder que hay en
todas las cosas. Decía también que el
movimiento divino era circular, que el
cuerpo de Dios estaba compuesto por la
sustancia de la luz y que la naturaleza de
Dios estaba compuesta por la sustancia
de la verdad.
Para Pitágoras, comer carne nublaba
la facultad de razonamiento. Si bien no
condenaba su uso ni se abstenía por
completo él mismo, decía que los jueces
debían abstenerse de comer carne antes
de un juicio, para que los que
compareciesen ante ellos recibieran las
decisiones más honestas y acertadas.
Cuando Pitágoras decidía —como
ocurría a menudo— retirarse al templo
de Dios por un período prolongado para
meditar y orar, llevaba consigo comidas
y bebidas preparadas especialmente. La
comida consistía en semillas de amapola
y sésamo a partes iguales, la piel de la
cebolla albarrana totalmente disecada,
la flor del narciso, hojas de malva y una
pasta hecha de cebada y guisantes.
Mezclaba todo esto y le agregaba miel
silvestre. Para beber, combinaba
semillas de pepinos, pasas de uva (sin
semillas), flores de cilantro, semillas de
malva y verdolaga, queso rallado, harina
y nata y lo endulzaba con miel silvestre.
Según Pitágoras, era lo que comía
Hércules cuando deambulaba por el
desierto de Libia y la mismísima diosa
Ceres había dado al héroe aquella
receta.
El método favorito de curación entre
los pitagóricos eran las cataplasmas
También conocían las propiedades
mágicas de gran cantidad de plantas.
Pitágoras valoraba mucho las
propiedades medicinales de la cebolla
albarrana y dicen que escribió todo un
libro sobre este tema, aunque no
tenemos actualmente ninguna constancia
de dicha obra. Pitágoras descubrió que
la música tenía gran poder terapéutico y
preparó armonías especiales para
diversas enfermedades. Parece que
también experimentó con el color y
obtuvo un éxito considerable. Uno de
sus procesos curativos únicos se debe a
su descubrimiento del valor curativo de
determinados versos de la Odisea y la
Ilíada de Homero y hacía que se los
leyeran a personas que padecían ciertas
enfermedades. Se oponía a la cirugía en
todas sus formas y también estaba en
contra de la cauterización.
No permitía
que nada afeara el cuerpo humano,
porque, según él, constituía un sacrilegio
contra el lugar donde moraban los
dioses.
Pitágoras enseñaba que la amistad
era la relación más auténtica y que era
casi perfecta. Declaraba que en la
naturaleza había amistad de todos para
con todos: de los dioses hacia los
hombres; de las doctrinas entre sí; del
alma con respecto al cuerpo; de la parte
racional con la irracional; de la filosofía
con respecto a su teoría; de los hombres
entre sí; entre compatriotas; que la
amistad también existía entre extraños,
entre un hombre y su mujer, sus hijos y
sus criados Todos los vínculos en los
que no hubiera amistad eran grilletes y
no había virtud alguna en mantenerlos.
Pitágoras creía que las relaciones eran
fundamentalmente mentales, más que
físicas, y que un desconocido con un
intelecto comprensivo estaba más cerca
de él que un consanguíneo cuyos puntos
de vista discreparan de los suyos
Pitágoras definía el conocimiento como
el fruto de la acumulación mental.
Creía
que se obtenía de muchas maneras, pero
fundamentalmente por medio de la
observación. La sabiduría era el
conocimiento del origen o la causa de
todas las cosas y la única manera de
conseguirla era elevando el intelecto
hasta alcanzar un punto en el cual
conocía intuitivamente lo invisible que
se manifestaba exteriormente a través de
lo visible y, de este modo, conseguía
establecer un rapport con el espíritu de
las cosas, más que con sus formas. Lo
máximo que la sabiduría podía conocer
era la mónada, el misterioso átomo
permanente de los pitagóricos.
Pitágoras enseñaba que tanto el
hombre como el universo estaban hechos
a imagen y semejanza de Dios y que, al
estar hechos los dos a partir de la misma
imagen, comprender uno suponía
conocer el otro.
Enseñaba, además, que
había una interrelación constante entre el
Gran Hombre (el cosmos) y el hombre
(el microcosmos).
Pitágoras creía que todos los
cuerpos siderales estaban vivos y que
las formas de los planetas y las estrellas
no eran más que cuerpos que revestían
almas, mentes y espíritus, del mismo
modo en que la forma humana visible no
es más que el medio que recubre un
organismo espiritual invisible, que es,
en realidad, el individuo consciente.
Para Pitágoras, los planetas eran
divinidades espléndidas que merecían la
adoración y el respeto del hombre. Sin
embargo, opinaba que todas aquellas
divinidades estaban supeditadas a La
Causa Primera, dentro de la cual todas
existían temporalmente, como la
mortalidad existe en medio de la
inmortalidad.
La famosa Y pitagórica representaba
la capacidad de elección y se usaba en
los Misterios como emblema de la
bifurcación de los caminos. El tronco
central se separaba en dos partes, una de
las cuales se ramificaba hacia la
derecha y la otra, hacia la izquierda.
La
rama de la derecha se llamaba
«sabiduría divina» y la de la izquierda,
«sabiduría terrenal».
La juventud,
encarnada en el candidato, que recorría
el camino de la vida —representado por
el tronco central de la Υ—, llega al
punto en el cual el camino se bifurca. El
neófito debe elegir entonces entre seguir
el camino de la izquierda y, siguiendo
los dictados de su naturaleza inferior,
ingresar en un espacio de locura e
irreflexión que lo llevará
irremediablemente a la ruina, o seguir el
camino de la derecha y, gracias a la
integridad, la laboriosidad y la
sinceridad, conseguir finalmente la
unión con los inmortales en las esferas
superiores.
Es probable que Pitágoras tomase su
concepto de la Υ de los egipcios, que
incluían en algunos de sus rituales de
iniciación una escena en la cual el
candidato se encontraba frente a dos
figuras femeninas.
Una de ellas, tapada
con las túnicas blancas del templo,
animaba al neófito a ingresar en las
salas del conocimiento, mientras que la
otra, engalanada con joyas que
simbolizaban los tesoros terrenales y
llevando en las manos una bandeja llena
de uvas (emblemas de la luz falsa),
intentaba atraerlo hacia las cámaras de
la disipación. Este símbolo sigue
existiendo en las cartas del Tarot, donde
se llama «la bifurcación de los
caminos». Para muchas naciones, la
horquilla es el símbolo de la vida y se
solía colocar en el desierto para indicar
la presencia de agua.
Con respecto a la teoría de la
transmigración como la ha difundido
Pitágoras hay diversas opiniones. Según
algunos, enseñaba que aquellos mortales
que, por lo que habían hecho durante su
existencia terrenal, habían llegado a
parecerse a ciertos animales volvían a
la tierra bajo la apariencia de tales
animales. Por ejemplo, una persona
tímida regresaría en forma de conejo o
de ciervo; una persona cruel, en forma
de lobo o de algún otro animal feroz, y
una persona astuta, con apariencia de
zorro. Sin embargo, este concepto no
encaja dentro del esquema pitagórico
general y es mucho más probable que
tuviera un sentido más alegórico que
literal. La intención era dar la idea de
que los seres humanos se vuelven
brutales cuando se dejan dominar por
sus deseos más bajos y sus tendencias
destructivas.
Es probable que haya que
entender la palabra «transmigración»
como lo que habitualmente se llama
«reencarnación», una doctrina con la
que Pitágoras debió de tener contacto
directo o indirecto en India y en Egipto.
El hecho de que Pitágoras aceptaba
la teoría de las reapariciones sucesivas
de la naturaleza espiritual en forma
humana se encuentra en una nota a pie de
página en la Historia de la magia de
Lévi: «Era un defensor importante de lo
que solía llamarse la doctrina de la
metempsicosis, entendida como la
transmigración del alma en cuerpos
sucesivos. Él mismo había sido a)
Elálides, uno de los hijos de Mercurio;
b) Euforbo, hijo de Panto, que pereció a
manos de Menelao en la guerra de
Troya; C) Hermótimo de Clazomene, una
ciudad de Jonia; d) un humilde pescador,
y, finalmente, e) el filósofo de Samos».
Pitágoras enseñaba también que
cada especie de criatura tenía lo que él
llamaba un sello, otorgado por Dios, y
que la forma física de cada una era la
impresión de aquel sello sobre la cera
de la sustancia física, de modo que cada
cuerpo llevaba estampada la dignidad
del modelo que Dios le había otorgado.
Pitágoras creía que al final el hombre
alcanzaría un estado en el que se
desprendería de su naturaleza burda y
actuaría en un cuerpo de éter
espiritualizado, yuxtapuesto en todo
momento a su forma física, que podría
ser la Octava Esfera, o Antichton, desde
la cual ascendería al reino de los
inmortales, al que pertenecía por
derecho divino de nacimiento.
Pitágoras enseñaba que todo lo que
existía en la naturaleza era divisible en
tres partes y que no se podía llegar a ser
verdaderamente sabio hasta que no se
veían los problemas como
diagramáticamente triangulares. Decía:
«Si se establece un triángulo, dos tercios
del problema quedan resueltos» y
también: «Todo está formado por tres».
Según este punto de vista, Pitágoras
dividía el cosmos en tres partes, que él
llamaba el «mundo supremo», el
«mundo superior» y el «mundo
inferior». El más elevado, o mundo
supremo, era una sutil esencia espiritual
que se compenetraba con todas las cosas
y, por consiguiente, era el verdadero
plano de la propia Divinidad Suprema,
ya que la Divinidad era, en todos los
sentidos, omnipresente, omniactiva,
omnipotente y omnisciente. Los dos
mundos inferiores existían dentro de la
naturaleza de aquella esfera suprema.
En el Mundo Superior vivían los
inmortales y también los arquetipos o
los sellos, cuya naturaleza no
participaba en modo alguno del material
de lo terreno, sino que, como
proyectaban sus sombras sobre lo
profundo (el mundo inferior), sólo se
podían conocer a través de ellas. En el
tercero, o mundo inferior, vivían las
criaturas que eran partícipes de la
sustancia material o participaban en el
trabajo con la sustancia material y en
ella. Por consiguiente, esta esfera era la
morada de los dioses mortales, los
demiurgos, los ángeles que trabajan con
los hombres, también de los demonios
que participan de la naturaleza de la
tierra y, por último, de la humanidad y
los reinos inferiores, los que
transitoriamente pertenecen a la tierra
pero son capaces de elevarse por
encima de aquella esfera mediante la
razón y la filosofía.
EL NÚMERO EN
RELACIÓN CON LA
FORMA
Pitágoras enseñaba que el punto
simboliza el poder del número
uno; la línea, el poder del
número dos; la superficie, el
poder del número tres, y el
sólido, el poder del número
cuatro.
LOS SÓLIDOS
GEOMÉTRICOS
SIMÉTRICOS
A los cinco sólidos simétricos de los antiguos se suma la esfera (1), la más perfecta de todas las formas creadas. Los cinco sólidos pitagóricos son: el tetraedro (2), cuyas cuatro caras son triángulos equiláteros; el cubo (3), cuyas seis caras son cuadrados: el octaedro (4), cuyas ocho caras son triángulos equiláteros: el icosaedro (5), cuyas veinte caras son triángulos equiláteros, y el dodecaedro (6), cuyas doce caras son pentágonos regulares. Redgrove no ha mencionado el quinto elemento de los Misterios antiguos, el que completaría la analogía entre los sólidos simétricos y los elementos.
A aquel quinto elemento, o éter, los hindúes lo llamaban akasa. Estaba estrechamente relacionado con el éter hipotético de la ciencia moderna y era la sustancia que se compenetraba con todos los demás elementos y actuaba como su disolvente común y su denominador común.
A los cinco sólidos simétricos de los antiguos se suma la esfera (1), la más perfecta de todas las formas creadas. Los cinco sólidos pitagóricos son: el tetraedro (2), cuyas cuatro caras son triángulos equiláteros; el cubo (3), cuyas seis caras son cuadrados: el octaedro (4), cuyas ocho caras son triángulos equiláteros: el icosaedro (5), cuyas veinte caras son triángulos equiláteros, y el dodecaedro (6), cuyas doce caras son pentágonos regulares. Redgrove no ha mencionado el quinto elemento de los Misterios antiguos, el que completaría la analogía entre los sólidos simétricos y los elementos.
A aquel quinto elemento, o éter, los hindúes lo llamaban akasa. Estaba estrechamente relacionado con el éter hipotético de la ciencia moderna y era la sustancia que se compenetraba con todos los demás elementos y actuaba como su disolvente común y su denominador común.
El sólido de doce caras también
hacía referencia, sutilmente, a los doce
inmortales que allanaban el universo y
también a las doce circunvoluciones del
cerebro humano: los vehículos de
aquellos inmortales en la naturaleza
humana.
Aunque Pitágoras, según algunos
contemporáneos suyos, practicaba la
adivinación (posiblemente la
aritmomancia), no disponemos de
información precisa sobre los métodos
que empleaba. Se cree que tenía una
rueda extraordinaria mediante la cual
podía predecir el futuro y que había
aprendido hidromancia con los egipcios
Creía que el bronce tenía poderes
oraculares, porque, incluso cuando todo
estaba perfectamente quieto, siempre
había un ruido sordo en los cuencos de
bronce. En una ocasión, mientras oraba
al espíritu de un río, salió del agua una
voz que dijo: «Salve, Pitágoras». Dicen
que podía hacer que los demonios se
sumergieran en el agua y agitaran su
superficie y que aquellas ondas
permitían predecir algunas cosas.
Un día, después de beber de cierto
manantial, uno de los maestros de
Pitágoras anunció que el espíritu del
agua acababa de predecir que al día
siguiente se produciría un gran terremoto
y la profecía se cumplió. Es muy
probable que Pitágoras tuviese poder
hipnótico no solo sobre los hombres,
sino también sobre los animales.
Ejerciendo su influencia mental,
consiguió que un ave cambiara el rumbo
de su vuelo, que un oso dejara de causar
estragos en una comunidad y que un toro
cambiara su alimentación. También tenía
el don de la clarividencia y era capaz de
ver desde lejos y de describir con
precisión acontecimientos que aún no se
habían producido.
Los aforismos simbólicos de Pitágoras
Jámblico reunió treinta y nueve de los
dichos simbólicos de Pitágoras y los
interpretó. Han sido traducidos del
griego por Thomas Taylor. Los
aforismos eran uno de los métodos de
instrucción que más se utilizaban en la
universidad pitagórica de Crotona.
A
continuación se reproducen diez de los
más representativos, con una breve
explicación de su significado oculto.
I. En lugar de transitar por vías
públicas, recorre los caminos menos
frecuentados. Quiere decir que quienes
deseen alcanzar la sabiduría la deben
buscar en solitario.
II. Domina tu lengua por sobre todas
las cosas, como hacen los dioses.
Este
aforismo advierte que las palabras, en
lugar de manifestarte, te tergiversan y
por eso cuando uno no sabe qué decir,
siempre le conviene callar.
III. Cuando sople el viento, adora el
sonido. Con esto Pitágoras recuerda a
sus discípulos que el mandato divino se
escucha en la voz de los elementos y que
todas las cosas de la naturaleza
manifiestan, mediante la armonía, el
ritmo, el orden o el procedimiento, los
atributos de la divinidad.
IV. Ayuda a los demás a levantar una
carga, pero no a apoyarla en el suelo.
Indica al estudiante que colabore con el
diligente, pero que jamás asista a
aquellos que pretenden eludir sus
responsabilidades, porque alentar la
indolencia constituye un pecado grave.
V. No hables sin luz sobre cuestiones
pitagóricas. Se advierte al mundo que
no se debe tratar de interpretar los
misterios divinos ni los estados de las
ciencias sin la iluminación espiritual e
intelectual.
VI. Si te has marchado de tu casa, no
regreses, porque las furias irán
contigo. Con estas palabras, Pitágoras
advierte a sus seguidores que quien se
ponga a buscar la verdad y, tras
aprender parte del misterio, se desanime
e intente regresar a su estado anterior de
vicio e ignorancia, padecerá mucho,
porque es preferible no saber nada
sobre la divinidad que aprender un poco
y detenerse sin llegar a saberlo todo.
VII. Alimenta a un gallo, pero no lo
sacrifiques, porque es sagrado para el
sol y la luna. Este aforismo oculta dos
lecciones importantes. La primera es una
advertencia contra el sacrificio de seres
vivos a los dioses, porque la vida es
sagrada y nadie debe destruirla, ni
siquiera para hacer una ofrenda a la
divinidad. La segunda advierte que el
cuerpo humano (al que aquí se hace
referencia como un gallo) es sagrado
para el sol (Dios) y para la luna (la
Naturaleza) y se debe proteger y
conservar como el medio de expresión
más precioso que tiene el hombre.
Pitágoras también prevenía a sus
discípulos contra el suicidio.
VIII. No recibas golondrinas en tu casa.
Con esto se advierte a quien va en pos
de la verdad que no debe permitir que
entren en su cabeza pensamientos
dispersos ni que entren en su vida
personas ineficaces. Siempre debe estar
rodeado de personas racionales y de
trabajadores aplicados.
IX. No ofrezcas fácilmente a nadie tu
mano derecha. Así se advierte al
discípulo que se guarde sus consejos y
no brinde sabiduría ni conocimientos (su
mano derecha) a los que son incapaces
de apreciarlos. En este caso, la mano
representa la Verdad, que levanta a
quienes han caído por ignorancia, pero,
como muchos de los impenitentes no
desean la sabiduría, cortarán la mano
que se les tiende con generosidad. El
tiempo es lo único que puede redimir a
las masas ignorantes.
X. Cuando te levantes de la cama,
estira las sábanas para borrar las
huellas de tu cuerpo. Pitágoras instruía
a sus discípulos que habían pasado del
sueño de la ignorancia al despertar de la
inteligencia para que suprimieran todos
los recuerdos de su anterior oscuridad
espiritual, porque un hombre sabio, al
pasar, no deja tras de sí ninguna forma
que alguien menos inteligente, al verla,
vaya a usar como molde para fabricar
ídolos.
Los fragmentos pitagóricos más famosos
son los Versos áureos, que se atribuyen
al propio Pitágoras, aunque caben dudas
acerca de su autoría.
Los Versos áureos
contienen un breve resumen de todo el
sistema filosófico que constituye la base
de las doctrinas educativas de Crotona,
o, como se conoce habitualmente, la
escuela itálica. Estos versos comienzan
aconsejando al lector que ame a Dios,
que venere a los grandes héroes y que
respete a los demonios y los habitantes
elementales A continuación, insta al
hombre a pensar detenidamente y con
diligencia sobre su vida diaria y a
preferir los tesoros de la mente y el
alma, en lugar de acumular bienes
terrenales. Los versos también prometen
al hombre que, si supera su naturaleza
material inferior y cultiva el autocontrol,
llegará a ser aceptable a la vista
de los dioses, se reunirá con ellos y será
partícipe de su inmortalidad.
La astronomía pitagórica
Según Pitágoras, la posición de cada
cuerpo en el universo dependía de su
dignidad esencial. En aquella época, la
creencia popular era que la tierra
ocupaba el centro del sistema solar, que
los planetas —incluidos el sol y la luna
— se movían alrededor de la tierra y
que esta era plana y cuadrada.
Contrariamente a esta creencia y sin
tener en cuenta las críticas, Pitágoras
declaró que el elemento más importante
era el fuego, que lo más importante de
cada cuerpo era el centro y que, del
mismo modo que en medio de todo
hogar estaba el fuego de Vesta, en el
medio del universo había una esfera
llameante con un resplandor celestial.
Llamó a aquel globo central la torre de
Júpiter, el globo de la unidad, la gran
mónada y el altar de Vesta. Como el
número sagrado diez simbolizaba a
suma de todas las partes y la totalidad
de todas las cosas, era natural que
Pitágoras dividiera el universo en diez
esferas, representadas por diez círculos
concéntricos.
Aquellos círculos
comenzaban en el centro con el globo
del fuego divino; a continuación venían
los siete planetas, la tierra y otro planeta
misterioso, llamado Antichton, que no
era visible nunca.
Hay diversas opiniones acerca de la
naturaleza de Antichton. Según san
Clemente de Alejandría, representaba la
masa de los cielos; otros decían que se
trataba de la luna. Lo más probable es
que fuera la misteriosa Octava Esfera de
los antiguos, el planeta oscuro que se
movía en la misma órbita que la tierra,
pero que siempre estaba oculto de esta
por el cuerpo del sol, porque siempre
estaba en oposición a la tierra. ¿Será
esta la misteriosa Lilith sobre la cual
tanto han especulado los astrólogos?
Isaac Myer opinaba lo siguiente:
«Para los pitagóricos, cada estrella era
un mundo que tenía su propia atmósfera,
con una extensión enorme de éter a su
alrededor».
Los discípulos de
Pitágoras también reverenciaban mucho
al planeta Venus, porque era el único tan
brillante que proyectaba una sombra.
Como lucero matutino, Venus es visible
antes de la salida del sol y, como lucero
vespertino, brilla justo después de la
puesta del sol. Debido a estas
características, los antiguos le han dado
diversos nombres. Por ser visible en el
cielo al atardecer, la llamaban «vesper»
y por salir antes que el sol la llamaban
«luz falsa», «estrella de la mañana» o
«Lucifer», que significa «portador de
luz». Por esta relación con el sol,
también llamaban al planeta Venus,
Astarté, Afrodita, Isis y la madre de los
dioses. Es posible que, en algunas
épocas del año, en determinadas
latitudes se pudiera detectar sin
necesidad de telescopio la forma de
media luna de Venus. Esto explicaría la
media luna que a menudo se observa en
relación con las diosas de la
Antigüedad, cuyas historias no
coinciden con las fases de la luna.
No
cabe duda de que Pitágoras aprendió
todo lo que sabía de astronomía en los
templos egipcios, cuyos sacerdotes
conocían la verdadera relación de los
cuerpos celestes muchos miles de años
antes de que dicho conocimiento se
revelara al mundo no iniciado. El hecho
de que el conocimiento adquirido en los
templos le permitiera hacer
afirmaciones que tardaron dos mil años
en poder ser demostradas prueba por
qué Platón y Aristóteles estimaban tanto
la profundidad de los Misterios
antiguos. En medio de una relativa
ignorancia científica y sin la ayuda de
ningún instrumento moderno, los
sacerdotes-filósofos habían descubierto
los verdaderos fundamentos de la
dinámica universal.
EL CUBO Y LA ESTRELLA
Si se conectan los diez puntos de
la tetractys, se forman nueve
triángulos. Seis de ellos
intervienen para formar el cubo.
Los mismos triángulos, cuando
se trazan las líneas adecuadas
entre ellos, revelan también la
estrella de seis puntas con un
punto en el centro. Solo se usan
siete puntos para formar el cubo
y la estrella. Desde un punto de
vista cabalístico, los tres puntos
de las esquinas que no se han
usado representan el universo
triple, invisible y causal, mientras
que los siete puntos que forman
parte del cubo y la estrella son
los Elohim, los espíritus de los
siete periodos creativos. El
sabbat, o séptimo día, es el punto
central.
Una aplicación interesante de la doctrina
pitagórica de los sólidos geométricos tal
como la expuso Platón se encuentra en
The Canon, cuyo autor anónimo
manifiesta lo siguiente: «Casi todos los
viejos filósofos desarrollaron una teoría
armónica acerca del universo y lo
mismo se siguió haciendo hasta que se
extinguió el viejo modo de filosofar».
Para demostrar la doctrina platónica
de que el universo estaba formado por
los cinco sólidos regulares, Kepler
(1596) propuso la siguiente regla: «La
tierra es un círculo, la medida de todo.
A su alrededor trazad un dodecaedro; el
círculo que lo rodee será Marte.
Alrededor de Mane trazad un tetraedro;
la esfera que lo contenga será Júpiter.
Trazad un cubo en torno a Júpiter; la
esfera que lo contenga será Saturno.
Ahora inscribid en la tierra un
icosaedro; el círculo inscrito en él será
Venus. Inscribid un octaedro en Venus; el
círculo inscrito en él será Mercurio». Esta regla no se puede tomar en serio
como una afirmación verdadera sobre
las proporciones del cosmos, porque no
guarda ninguna similitud real con las
publicadas por Copémico a principios
del siglo XVI. Sin embargo, Kepler
estaba muy orgulloso de su fórmula y
decía que la valoraba más que al
electorado de Sajonia. También fue
aprobada por dos expertos eminentes,
Tycho y Galileo, que evidentemente la
comprendían.
El propio Kepler jamás da
ninguna pista sobre la manera de
interpretar su preciosa regla.
La
astronomía platónica no se preocupaba
por la constitución material ni por la
disposición de los cuerpos celestes, sino
que consideraba las estrellas y los
planetas fundamentalmente como focos
de la inteligencia divina. La astronomía
física se consideraba la ciencia de las
sombras y la astronomía filosófica, la
ciencia de las realidades.
Manly Palmer Hall
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