jueves, 9 de mayo de 2019

LAS ENSEÑANZAS SECRETAS DE TODOS LOS TIEMPOS - LAS MARAVILLAS DE LA ANTIGÜEDAD



Era una práctica habitual entre los primitivos egipcios, griegos y romanos conservar lámparas encendidas en los sepulcros de sus muertos como ofrendas al Dios de la Muerte. Es posible que también creyeran que el difunto podía usar aquellas luces para encontrar el camino a través del Valle de las Sombras. Posteriormente, cuando la costumbre se generalizó, no solo se enterraban con los muertos lámparas de verdad, sino también miniaturas de lámparas de barro cocido. Algunas se introducían en recipientes redondos para protegerlas e incluso se registran casos en los que se halló en ellas el aceite original, en perfecto estado de conservación, después de más de dos mil años.

Hay pruebas más que suficientes de que muchas de aquellas lámparas estaban encendidas cuando se sellaron los sepulcros y se ha declarado que seguían ardiendo cuando las cámaras se abrieron, al cabo de varios siglos. La posibilidad de preparar un combustible que se renovara tan rápido como se consumía ha dado lugar a bastantes controversias entre los autores medievales. Después de un análisis adecuado de las pruebas disponibles, cabe la posibilidad de que los antiguos sacerdotes-químicos fabricaran lámparas que permanecieran encendidas puede que no de forma indefinida, pero sí durante períodos prolongados. Numerosos expertos han escrito sobre las lámparas perennes. W. Wynn Westcott calcula que más de ciento cincuenta escritores han tocado el tema y H. P. Blavatsky dice que son 173.

Si bien las conclusiones de los distintos autores discrepan, la mayoría reconoce la existencia de aquellas lámparas extraordinarias. Muy pocos sostenían que las lámparas arderían para siempre, aunque muchos se mostraron dispuestos a admitir que podían permanecer encendidas durante varios siglos sin reabastecerse de combustible. Algunos opinaban que las llamadas lámparas perennes no eran más que artificios de los astutos sacerdotes paganos, mientras que muchos, tras reconocer que las lámparas realmente estaban encendidas, afirmaban rotundamente que el diablo estaba usando aquel milagro aparente para atrapar a los incautos y, de ese modo, conducir sus almas hacia la perdición. Sobre esta cuestión, el erudito jesuita Athanasius Kircher, por lo general digno de confianza, manifiesta una notable falta de coherencia.

En su Oedipus Aegyptiacus escribe lo siguiente: «Se ha comprobado que no pocas de estas lámparas perennes eran dispositivos diabólicos. […] Y supongo que todas las lámparas halladas en las tumbas de los gentiles y dedicadas al culto de determinados dioses eran de este tipo, no porque ardieran ni porque se tuviera constancia de que hubieran ardido con una llama perpetua, sino porque, probablemente, el diablo las había puesto allí con la mala intención de conseguir nuevos creyentes para un culto falso».




LA BASE DE UN TRÍPODE DÉLFICO Montfaucon: Antiquity Explained by Montfaucon. 

Las vueltas de estas serpientes constituían la base y las tres cabezas sostenían las tres patas del trípode. Resulta imposible obtener información satisfactoria sobre la forma y el tamaño del célebre trípode délfico. Las teorías al respecto se basan — en su mayor parte— en pequeños trípodes ornamentales descubiertos en distintos templos. Después de reconocer que había expertos dignos de confianza que defendían la existencia de las lámparas perennes y que hasta el mismo diablo se presta a su fabricación, a continuación Kircher declaraba que toda aquella historia era peligrosa e imposible y pertenecía a la misma clase que el movimiento perpetuo y la piedra filosofal. Tras resolver el problema a su satisfacción una vez, Kircher vuelve a resolverlo —aunque de otra manera— con las siguientes palabras: «Como en Egipto existen depósitos abundantes de asfalto y petróleo, a aquellos hombres tan hábiles [los sacerdotes] se les ocurrió conectar un depósito de petróleo, mediante un conducto secreto, con una o más lámparas provistas de mechas de asbesto. ¡Cómo no iban a arder para siempre aquellas lámparas! […] 

En mi opinión, esta es la solución al enigma de la perpetuidad sobrenatural de aquellas lámparas antiguas». Montfaucon, en su Antiquity Explained by Montfaucon, coincide en lo fundamental con las deducciones posteriores de Kircher y cree que las legendarias lámparas perennes de los templos eran ingeniosos artilugios mecánicos. Añade, además, que la creencia de que las lámparas ardieran en las tumbas de forma indefinida era consecuencia del hecho notable de que, en algunos casos, de la entrada de unas cámaras que se acababan de abrir habían salido unos gases que parecían humo.
Al entrar posteriormente los grupos y descubrir lámparas dispersas por el suelo, habían supuesto que eran ellas las causantes de los gases. Existen varias historias interesantes sobre el descubrimiento de lámparas perennes en distintas partes del mundo. En una tumba situada en la Vía Apia que se abrió durante el papado de Paulo III se halló una lámpara que se había mantenido encendida en una cámara hermética durante casi mil seiscientos años. 

Según una versión escrita por un contemporáneo, se encontró el cadáver de una hermosa joven de largos cabellos dorados flotando en un líquido transparente desconocido y estaba tan bien conservado como si hubiera muerto apenas unas horas antes En el interior de la cámara había una cantidad de objetos significativos, como varias lámparas, una de las cuales estaba encendida. Los que entraron en el sepulcro declararon que la corriente de aire provocada al abrir la puerta apagó la luz y que la lámpara no se pudo volver a encender. Kircher reproduce un epitafio —TULLIOLAE FILLIAE MEAE— que supuestamente se encontró en la tumba, pero que nunca existió, según Montfaucon; este añade que, aunque no se pudieron encontrar pruebas decisivas, en general se creía que se trataba del cadáver de Tulia, la hija de Cicerón. Se han descubierto lámparas perennes en todas las partes del mundo. No solo los países del Mediterráneo, sino también India, Tíbet, China y América del Sur, han aportado casos de luces que ardían de forma permanente sin combustible. 

Los ejemplos que siguen se han seleccionado al azar de la lista impresionante de lámparas perennes halladas en distintas épocas. Plutarco escribió acerca de una lámpara que ardía sobre la puerta de un templo dedicado a Júpiter Amón: los sacerdotes declararon que se había mantenido encendida durante siglos sin combustible. San Agustín describió una lámpara perenne, guardada en un templo de Egipto consagrado a Venus, que ni el viento ni el agua podían apagar. Él creía que era obra del demonio. Se encontró una lámpara perenne en Edessa, o Antioquía, durante el reinado del emperador Justiniano. Estaba situada en una hornacina sobre la puerta de la ciudad, muy bien resguardada para protegerla de los elementos. La fecha que llevaba inscrita demostraba que la lámpara había estado ardiendo durante más de quinientos años. Fue destruida por unos soldados. 

Al comienzo de la Edad Media se encontró una lámpara en Inglaterra que estaba encendida desde el siglo III después de Cristo. Se cree que el monumento que la contenía era la tumba del padre de Constantino el Grande. El farol de Pallas fue descubierto cerca de Roma en el año 1401. 
Lo encontraron en el sepulcro de Pallas, el hijo de Evandro, al que Virgilio inmortalizó en su Eneida. El farol estaba situado a la cabeza del cuerpo y había ardido con un brillo constante durante más de dos mil años. En el año 1550, en la isla de Nesis, en la bahía de Nápoles, abrieron una espléndida cámara de mármol en la que hallaron una lámpara encendida que había sido puesta allí antes del comienzo de la era cristiana. 

Pausanias describió una hermosa lámpara de oro del templo de Minerva que ardió sin interrupción durante un año sin reabastecerse de combustible y sin que le cortaran la mecha. La ceremonia de llenar la lámpara se celebraba una vez al año y el tiempo se medía por aquella ceremonia. Según el Fama Fraternitas, cuando se abrió la cripta de Christian Rosacruz, ciento veinte años después de su muerte, estaba brillantemente iluminada por una lámpara perenne que colgaba del techo. Numa Pompilio, rey de Roma y mago de considerable poder, hizo arder una lámpara perenne en la cúpula de un templo que había construido en honor de un ser elemental.


En Inglaterra se encontró una tumba curiosa en la cual había un autómata que se movía cuando un intruso pisaba determinadas piedras del suelo. Como en aquella época la controversia rosacruz estaba en su apogeo, se decidió que aquella tumba era de un iniciado rosacruz. Un campesino que descubrió la tumba y entró en ella encontró el interior muy bien iluminado por una lámpara que colgaba del techo. Al andar, su peso presionó algunas piedras del suelo y de inmediato se empezó a mover una figura que estaba sentada y cubierta por una coraza; de forma mecánica se puso de pie y golpeó la lámpara con un bastón de hierro, con lo cual la destrozó; de este modo impidió que se descubriera la sustancia secreta que mantenía la llama. No se sabe cuánto tiempo hacía que estaba encendida, pero no cabe duda de que llevaba una cantidad considerable de años. 

Dicen que entre las tumbas próximas a Menfis y en los templos brahmánicos de India se han encontrado lámparas encendidas en cámaras y recipientes cerrados herméticamente, pero que, al quedar expuestas bruscamente al aire, se han apagado y el combustible que las alimentaba se ha evaporado. Actualmente se cree que las mechas de aquellas lámparas perennes estaban hechas de asbesto trenzado o entretejido —los alquimistas lo llamaban «lana de salamandra»— y que el combustible era uno de los productos que buscaban los alquimistas. 

Kircher trató de extraer aceite del asbesto, convencido de que, al ser esta sustancia indestructible por el fuego, un aceite extraído de ella proporcionaría a la lámpara un combustible también indestructible. Al cabo de dos años de experimentos infructuosos, llegó a la conclusión de que era una tarea imposible. Se conservan varias fórmulas para fabricar combustible para las lámparas. 


En Isis sin velo, H. P. Blavatsky copia dos de estas fórmulas de unos autores antiguos: 

Trithemius y Bartolomeo Komdorf. Una será suficiente para darnos una idea general del proceso: 
Se toman 4 onzas de azufre y alumbre y se subliman en flores hasta dos onzas. 
Añádase una onza de bórax cristalino de Venecia (en polvo) y sobre estos ingredientes se vierte espíritu de vino muy rectificado para disolverlos: a continuación extráigase y viértase de nuevo: repítase las veces necesarias para que el azufre se funda como la cera sin despedir humo, sobre una lámina caliente de bronce; así se obtiene el pábulo; en cambio, el pábilo se tiene que preparar de esta manera: reúnanse hebras de amianto (Lapis asbestos) hasta conseguir el grosor del dedo medio y el largo del meñique y colóquense en un vaso de vidrio de Venecia, cúbranse con el azufre purificado o el pábulo antedicho y colóquese el vaso en arena por espacio de veinticuatro horas tan caliente que el azufre no pare de borbotear todo el tiempo. 

El pábilo que se embadurne o se unte con este pábulo se coloca en un vaso en forma de concha de vieira de modo tal que parte de él sobresalga de la masa de azufre preparado; al colocar este vaso sobre arena caliente, hay que fundir el azufre para que impregne el pábilo y, cuando se encienda, arderá con una llama perpetua y se podrá poner esta lámpara en cualquier lugar, cuando uno quiera.


Los oráculos griegos


El culto a Apolo incluía el establecimiento y el mantenimiento de lugares de profecía por medio de los cuales los dioses se podían comunicar con la humanidad y revelar el futuro a quienes merecieran tal favor. En la historia primitiva de Grecia abundan los relatos de árboles, ríos, estatuas y cavernas que hablaban, en las que habían establecido su morada ninfas, dríadas o demonios y desde los cuales daban a conocer sus oráculos. Aunque los autores cristianos han tratado de demostrar que las revelaciones de los oráculos eran obra del demonio para inducir a la humanidad a error, no se han atrevido a atacar la teoría de los oráculos, por las referencias reiteradas a ellos en sus propios escritos sagrados. Si las piedras de ónice de los hombros del sumo sacerdote de Israel daban a conocer con su brillo la voluntad de Jehová, una paloma negra, dotada temporalmente de la facultad de hablar, también podía pronunciar oráculos en el templo de Júpiter Anión.

Si la bruja de Endor podía invocar el fantasma de Samuel, el cual, a su vez, daba profecías a Saúl, ¿no iba a poder una sacerdotisa de Apolo invocar el espectro de su señor para predecir el destino de Grecia? Los oráculos más famosos de la Antigüedad eran los de Delfos, Dódona, Trofonio y Latona, de los cuales los más antiguos eran los robles parlantes de Dódona. Aunque no podemos remontarnos a los orígenes de la teoría de la profecía oracular, se sabe que muchas de las cuevas y las grietas que los griegos reservaban a los oráculos ya eran sagrados mucho antes de que comenzara la cultura griega.



EL APOLO PÍTICO Historia Deorum Fatidicorum Apolo, hijo de Júpiter y Latona, y hermano gemelo de Diana, nació ya adulto.


Es considerado el primer físico y el inventor de la música.
Los griegos también le aclaman por ser el padre del arco y la flechas.
El famoso templo de Apolo en Delfos tuvo que ser reconstruido cinco veces.
El templo primigenio constaba tan solo de ramas de laurel; el segundo fue algo similar; el tercero era de latón y el cuarto y quinto probablemente de mármol, de tamaño considerable y gran belleza.
No hubo en Grecia otro oráculo similar en magnificencia al de Delfos en el cénit de su apogeo.

Algunos escritores aseguran que Algunos escritores aseguran que contenía muchas estatuas de plata y oro puro, maravillosos ornamentos de los materiales más valiosos y excelente artesanía, de donaciones realizadas por reyes y príncipes que acudían desde todos los rincones del mundo civilizado a consultar el espíritu de Apolo que moraba en este santuario. 

 El oráculo de Apolo en Delfos sigue siendo uno de los misterios sin resolver de la Antigüedad. Según Alexander Wilder, su nombre deriva de delphos, «vientre», y fue escogido por los griegos por la forma de la caverna y la abertura que conducía a las profundidades de la tierra. El nombre original del oráculo era Pytho, porque sus cámaras habían sido la morada de la gran serpiente Pitón, una criatura aterradora que había surgido sigilosamente del limo que quedó al acabar el diluvio que había destruido a todos los seres humanos, menos a Deucalión y a Pirra. Apolo trepó por la ladera del monte Parnaso, dio muerte a la serpiente tras un combate prolongado y arrojó su cuerpo por la grieta del oráculo. 

A partir de entonces, la divinidad solar, Apolo Pitio, daba oráculos desde el conducto y compartía con Dioniso el honor de ser el patrono de Delfos. Cuando Pitón fue derrotado por Apolo, su espíritu permaneció en Delfos como representante de su vencedor y con ayuda de sus emanaciones la sacerdotisa lograba entrar en comunicación con el dios. Se suponía que los gases que salían de la grieta del oráculo procedían del cuerpo en descomposición de Pitón. 
El nombre de «pitonisa» o «Pythia» que se daba a la hierofante del oráculo significa, literalmente, «persona que ha entrado en un estado de arrebato religioso por inhalar gases de una materia en descomposición». También interesa destacar que los griegos creían que el oráculo de Delfos era el ombligo de la tierra, lo que demuestra que, para ellos, el planeta era un inmenso ser humano. 

La conexión entre el principio de la revelación oracular y el significado oculto del ombligo es un secreto importante que tiene que ver con los Misterios antiguos. Sin embargo, el oráculo es mucho más antiguo de lo que indica el relato anterior. Es probable que los sacerdotes inventaran esta historia para explicar los fenómenos a aquellos curiosos a los que no consideraban dignos de aclaraciones con respecto a la verdadera naturaleza esotérica del oráculo. Algunos creen que la grieta délfica fue descubierta por un sacerdote, pero la cueva era sagrada desde que se tienen registros históricos y acudían personas de todas partes de Grecia y de los países vecinos para interrogar al demonio que vivía en aquel conducto que parecía una chimenea. 

Los sacerdotes y las sacerdotisas lo protegían celosamente y servían al espíritu que moraba en su interior e iluminaba a la humanidad gracias al don de la profecía. La historia del descubrimiento original del oráculo es más o menos como sigue: sorprendía a los pastores que cuidaban a sus rebaños en la ladera del monte Parnaso la manera en que retozaban las cabras cuando se acercaban a un gran abismo situado en su ramal sudoeste. Los animales brincaban como si quisieran bailar y emitían extraños gritos que no se parecían a nada oído hasta entonces. Al final, deseoso de conocer la causa de aquel fenómeno, uno de los pastores se acercó, curioso, al conducto, del cual salían unos gases nocivos, y de inmediato se apoderó de él un éxtasis profético, se puso a bailar desenfrenadamente, a cantar, a farfullar sonidos inarticulados y a predecir el futuro. 

Otros se acercaron a la grieta y les pasó lo mismo. La fama del lugar se difundió y muchos se acercaron a conocer el futuro mediante la inhalación de los gases pestilentes, que los ponían eufóricos hasta llegar casi al delirio. Algunos de los que iban, como eran incapaces de controlarse y como temporalmente tenían una fuerza de locos, se soltaban bruscamente de aquellos que pretendían contenerlos, saltaban por la abertura y morían. Para evitar que otros hicieran lo mismo, se levantó un muro alrededor de la grieta y se nombró a una profetisa para que actuara de intermediaria entre el oráculo y los que acudían a formularle una pregunta. Según los expertos posteriores se colocó encima de la hendidura un trípode de oro, adornado con tallas de Apolo y con la forma de Pitón, la gran serpiente, sobre el cual se dispuso un asiento preparado especialmente, construido de tal modo que, aunque uno estuviera bajo los efectos de los gases del oráculo, no pudiera caerse fácilmente. Justo antes de esta época se había difundido la versión de que los gases del oráculo se desprendían del cuerpo en descomposición de Pitón. Es posible que el oráculo revelase su propio origen.

Al principio y durante muchos siglos se consagraron doncellas vírgenes al servicio del oráculo.
Las llamaban phaebades o pitias y constituían la famosa orden de las llamadas «pitonisas». Es probable que se escogiera a mujeres para recibir los oráculos porque su naturaleza sensible y emocional reaccionaba antes y de forma más completa a los «gases del entusiasmo». Tres días antes del momento establecido para recibir las comunicaciones de Apolo, la sacerdotisa virgen comenzaba la ceremonia de purificación: se bañaba en el pozo de Castalia, ayunaba y solo bebía agua de la fuente de Cassotis, que llegaba al templo mediante tuberías ocultas, y, justo antes de subir al trípode, mascaba unas cuantas hojas del laurel sagrado. Se ha dicho que el agua contenía drogas alucinógenas o que los sacerdotes de Delfos eran capaces de fabricar un gas estimulante y estupefaciente que conducían por tuberías subterráneas y soltaban en el hueco del oráculo, varios metros por debajo de la superficie. De todos modos ninguna de estas teorías se ha podido demostrar ni tampoco explica de ninguna manera la precisión de las predicciones. 

Cuando la joven profetisa finalizaba el proceso de purificación, la vestían con vestiduras santificadas y la conducían al trípode, sobre el cual se sentaba, en medio de los vapores nocivos que surgían de la enorme grieta. Poco a poco, a medida que iba inhalando los gases, se producía en ella una transformación, como si hubiese entrado en su cuerpo un espíritu diferente; forcejeaba, se rasgaba las vestiduras y prorrumpía en gritos inarticulados. Al cabo de un rato dejaba de forcejear. 

Cuando se calmaba, parecía apoderarse de ella una gran majestuosidad y, con los ojos fijos en el espacio y el cuerpo rígido, pronunciaba las palabras proféticas. Por lo general, las predicciones se hacían en forma de hexámetros, pero las palabras solían ser ambiguas y a veces ininteligibles.
Cada sonido que emitía y cada movimiento de su cuerpo eran registrados meticulosamente por los cinco hosii, u hombres santos, designados escribas para conservar todos los detalles de cada adivinación. Los hosii eran nombrados de por vida y se elegían entre los descendientes directos de Deucalión. Después de dar el oráculo, la pitonisa volvía a forcejear y el espíritu la abandonaba.
A continuación, la transportaban o la ayudaban a ir a una cámara de reposo, donde permanecía hasta que se le pasaba el éxtasis nervioso.


Jámblico, en su disertación Sobre los misterios egipcios, describe que el espíritu del oráculo —un demonio abrasador, tal vez el mismo Apolo— se apoderaba de la pitonisa y se manifestaba a través de ella: «Pero la profetisa de Delfos, ya sea que diese oráculos a la humanidad por medio de un espíritu atenuado y exaltado que estallaba desde la entrada de la caverna o que, sentada en el adytum sobre un trípode de bronce o sobre un taburete de cuatro patas, se consagrase a Dios, en cualquiera de los dos casos, se entrega por completo a un espíritu divino y es iluminada por un rayo del fuego divino. Y cuando el fuego que sube desde la boca de la cueva le confiere circularmente una abundancia serena, ella se llena de un esplendor divino, pero, cuando se coloca en el asiento del dios, se adapta al poder profético permanente de este y, mediante estas dos operaciones preliminares, es poseída totalmente por el dios, que entonces, sin lugar a dudas, se manifiesta y la ilumina por separado y la distingue del fuego, el espíritu, el asiento propiamente dicho y, en síntesis, de todo el aparato visible del lugar, tanto el físico como el sagrado».

Entre las celebridades que visitaron el oráculo de Delfos figuran el inmortal Apolonio de Tiana y su discípulo Damis. Él hizo sus ofrendas y, tras ser coronado con una corona de laurel y recibir una rama de la misma planta para que la llevara en la mano, rodeó la estatua de Apolo que había delante de la entrada de la cueva y, por detrás de la estatua, descendió al recinto sagrado del oráculo.
La sacerdotisa también llevaba una corona de laurel y la cabeza envuelta con una cinta de lana blanca. Apolonio preguntó al oráculo si las generaciones futuras recordarían su nombre.
La pitonisa respondió que sí, aunque declaró que siempre sería calumniado. Apolonio se marchó de la caverna enfadado, pero el tiempo ha demostrado la exactitud de la predicción, porque los primeros Padres de la Iglesia perpetuaron el nombre de Apolonio como el Anticristo.

Los mensajes que transmitía la profetisa virgen se entregaban a los filósofos del oráculo, cuya función consistía en interpretarlos y aplicarlos. Las comunicaciones se enviaban entonces a los poetas, que de inmediato las convertían en odas y poemas líricos que expresaban con exquisitez las declaraciones que supuestamente había hecho Apolo y las ponían al alcance del pueblo.
Las serpientes estaban muy presentes en el oráculo de Delfos. La base del trípode sobre el cual se sentaba la pitonisa estaba formada por los cuerpos retorcidos de tres serpientes gigantescas.
Según algunos expertos, uno de los procesos empleados para producir el éxtasis profético consistía en obligar a la joven sacerdotisa a mirar fijamente a los ojos a una serpiente. Fascinada e hipnotizada, ella hablaba entonces con la voz del dios.

Aunque las primeras sacerdotisas pitias siempre eran doncellas —algunas no habían salido de la adolescencia—, posteriormente se aprobó una ley según la cual solo podían ser portavoces del oráculo las mujeres mayores de cincuenta años. Aquellas mujeres mayores se vestían como niñas y cumplían el mismo ceremonial que las primeras pitias. Es probable que este cambio fuera consecuencia indirecta de una serie de ataques que sufrieron las sacerdotisas por parte de los profanos. En los primeros años de la historia del oráculo de Delfos, el dios solo hablaba cada siete años, en el cumpleaños de Apolo. Sin embargo, a medida que fue pasando el tiempo, la demanda aumentó tanto que la pitia se veía obligada a sentarse en el trípode todos los meses.

El momento elegido para la consulta y las preguntas que se formulaban se determinaban al azar o por la votación de los habitantes de Delfos. En general se reconoce que el oráculo de Delfos tuvo una influencia profundamente constructiva sobre la cultura griega. James Gardner la sintetiza con las siguientes palabras: «Sus respuestas pusieron de manifiesto a más de un tirano y predijeron su destino. Gracias a él, muchos infelices se salvaron de la destrucción y muchas personas desconcertadas fueron conducidas por el buen camino. Fomentó las instituciones útiles y promovió el progreso de los descubrimientos prácticos Su influencia moral se notó por el lado de la virtud y su influencia política, a favor del aumento de las libertades civiles».



                                     EL JÚPITER DODONEO Historia Deorum Fatidicorum 

Júpiter fue llamado dodoneo en honor a la ciudad de Dodona en Epiro. Cerca de esta ciudad había una colina densamente  cubierta de árboles de roble que desde los tiempos más antiguos ha sido sagrada para Júpiter.
Más tarde, la arboleda fue venerada debido a que se cree que las dríades, los faunos, sátiros y las ninfas moraban en sus profundidades.

De los antiguos robles y hayas colgaban muchas cadenas de pequeñas campanas de bronce que tintineaban día y noche conforme el viento movía las ramas. Algunos afirmaban que la famosa paloma parlante de Dodona era en realidad una mujer, porque en Tesalia tanto las profetisas como las palomas eran llamadas Peleiades. Se creía que el primer templo de Dodona fue construido por Deucalión y por aquellos que junto a él sobrevivieron a la gran inundación. 

Por esta razón, el oráculo de Dodona fue considerado como el más antiguo de Grecia. 
 Quien presidía el oráculo de Dódona era Júpiter, que pronunciaba profecías a través de robles, pájaros y jarrones de bronce. Muchos escritores han destacado las similitudes entre los rituales de Dódona y los de los druidas de Britania y la Galla. La famosa paloma del oráculo de Dódona, que se posaba en las ramas de los robles sagrados, no solo hablaba en griego largo y tendido sobre filosofía y religión, sino que también respondía las preguntas de aquellos que llegaban de lugares lejanos para hacerle consultas. Los árboles «parlantes» estaban juntos y formaban un bosquecillo sagrado.
Cuando los sacerdotes buscaban respuestas a preguntas importantes, después de purificaciones exhaustivas y solemnes, se retiraban al bosquecillo a abordar a los árboles y rogaban al dios que vivía en su interior que les diera una respuesta. Después de que ellos formularan sus preguntas, los árboles hablaban con la voz de seres humanos y revelaban a los sacerdotes la información que deseaban. Algunos sostienen que había un solo árbol que hablaba: un roble o un haya que estaba en el centro mismo del antiguo bosquecillo. 

Como se creía que Júpiter vivía en aquel árbol, a veces lo llamaban Phegonaeus, es decir, «el que vive en un haya». Lo más curioso de los oráculos de Dódona eran los jarrones o marmitas «parlantes». Eran de bronce y estaban tan bien hechos que, cuando los golpeaban, seguían sonando durante horas. Algunos escritores han descrito una hilera de estos jarrones y han declarado que, si golpeaban uno, las vibraciones se transmitían a todos los demás y entonces se producía un barullo espantoso. Otros autores hablan de un solo jarrón colocado sobre un pilar, cerca del cual había otra columna que sostenía la estatua de un niño con una fusta. En el extremo de la fusta había una cantidad de cuerdas oscilantes con pelotitas de metal en el extremo; el viento, que soplaba sin cesar a través del edificio abierto, golpeaba las pelotitas contra el jarrón. La cantidad y la intensidad de los impactos y las reverberaciones en el jarrón se anotaban cuidadosamente y los sacerdotes daban sus oráculos según ellas. Cuando los sacerdotes originales de Dódona, los selloi, desaparecieron misteriosamente, durante muchos siglos atendieron el oráculo tres sacerdotisas que interpretaban los jarrones y a medianoche interrogaban a los árboles sagrados. 

Se esperaba que quienes consultasen el oráculo llevaran ofrendas o hicieran aportaciones. 
Otro oráculo extraordinario fue la cueva de Trofonio, situada en la ladera de una colina, que tenía una entrada tan pequeña que parecía imposible que pudiera entrar ningún ser humano. Después de hacer una ofrenda ante la estatua de Trofonio y de ponerse las prendas santificadas el consultante subía la colina hasta la cueva, llevando en una mano una tarta de miel; se sentaba al borde de la abertura e introducía los pies en ella. Entonces todo su cuerpo era introducido vertiginosamente en la cueva, en la cual, según los que habían entrado, solo cabía un horno mediano. 

Cuando el oráculo finalizaba sus revelaciones, el consultante era expulsado violentamente de la cueva, con los pies por delante y por lo general delirando. Cerca de la cueva del oráculo, el agua salía a borbotones de dos fuentes que había en el suelo, a escasos metros la una de la otra. Los que estaban a punto de entrar en la cueva bebían antes de aquellas fuentes, cuyas aguas — aparentemente— poseían propiedades ocultas especiales. La primera contenía el agua del olvido y todos los que bebían de ella olvidaban sus pesares terrenales, De la segunda fuente manaba el agua sagrada de Mnemósine, la Memoria, que después permitía a todos los que bebían de ella recordar sus experiencias en la cueva.


TROFONIO DE LEBADIA Historia Deorum Fatidicorum Trofonio y su hermano Agamedes eran famosos arquitectos.

Mientras construían una cripta específica para tesoros, consiguieron dejar una piedra movible para poder entrar secretamente y robar los objetos de valor que allí estuvieran guardados.
Una trampa fue colocada por el propietario, que había descubierto la conspiración, y Agamedes fue atrapado. Para prevenir el descubrimiento, Trofonio decapitó a su hermano y, acaloradamente perseguido, huyó. Se ocultó en la arboleda de Lebadia, donde la tierra se abrió y se lo tragó.
Más tarde, el espíritu de Trofonio ofreció oráculos en la arboleda y en sus cavernas.

El nombre Trofonio significa «estar inquieto, nervioso e irritado».
Se dice que las terribles experiencias por las cuales los consultores pasaban en las cavernas oraculares les afectaron tanto que nunca volvieron a sonreír. Las abejas que acompañan la figura de Trofonio eran sagradas porque condujeron los primeros envíos condujeron los primeros envíos desde Boeocia hasta el lugar del oráculo. Se dice que la figura en la parte superior es una reproducción de una estatua de Trofonio que fue colocada sobre el oráculo en lo alto de la colina y que estaba rodeada de afiladas estacas puntiagudas para que no pudiese ser tocada. Aunque la entrada estaba marcada por dos obeliscos de bronce, la cueva, rodeada por un muro de piedras blancas y oculta en medio de un bosquecillo de árboles sagrados, no tenía un aspecto imponente. 

No cabe duda de que quienes entraban en ella pasaban por experiencias extrañas, porque estaban obligados a dejar en el templo contiguo un relato completo de lo que veían y escuchaban mientras estaban en el oráculo. Las profecías se daban en forma de sueños y visiones e iban acompañadas por intensos dolores de cabeza: algunos no se recuperaban jamás por completo de los efectos de su delirio. La relación confusa de sus experiencias era interpretada por los sacerdotes según la pregunta que había que responder. Aunque es probable que los sacerdotes usaran alguna hierba desconocida para provocar los sueños o las visiones de la caverna, su habilidad para interpretarlos rayaba en lo sobrenatural. Antes de consultar el oráculo, era necesario ofrecer un carnero al demonio de la cueva y el sacerdote decidía por hieromancia si el momento elegido era propicio y el sacrificio era satisfactorio.

Las siete maravillas del mundo


Muchos de los escultores y los arquitectos del mundo antiguo eran iniciados de los Misterios, sobre todo de los ritos eleusinos. Desde el principio de los tiempos, los encargados de ajustar las piedras y de tallar la madera han constituido una casta a la sombra de la divinidad. A medida que la civilización se fue extendiendo lentamente sobre la tierra, se construyeron y se abandonaron ciudades, se levantaron monumentos a héroes actualmente desconocidos y se erigieron templos a dioses que se han deshecho entre el polvo de las naciones que inspiraron.

La investigación ha demostrado no solo que los constructores de tales ciudades y monumentos y los escultores que cincelaron los rostros inescrutables de los dioses eran maestros en su oficio, sino también que en el mundo actual no hay nadie equiparable a ellos. El profundo conocimiento de la matemática y la astronomía que se manifiesta en la arquitectura antigua y el conocimiento igual de profundo de la anatomía que revela la estatuaria griega demuestran que, en ambos casos, sus artífices eran mentes superiores y profundamente ilustradas en el saber que constituía los arcanos de los Misterios. Por eso se estableció el gremio de constructores, precursor de la masonería moderna. Cuando los contrataban para construir palacios, templos o tumbas o para esculpir estatuas para los ricos, aquellos arquitectos y artistas iniciados ocultaban en sus obras la doctrina secreta, de modo que ahora, mucho después de que sus huesos hayan vuelto a convertirse en polvo, el mundo se da cuenta de que aquellos primeros artesanos fueron, sin duda, iniciados como es debido y les correspondía recibir salarios de Maestros.

Las siete maravillas del mundo, aunque aparentemente se diseñaron por motivos diversos, en realidad eran monumentos erigidos para perpetuar los arcanos de los Misterios. Eran estructuras simbólicas, situadas en lugares peculiares, y los iniciados son los únicos que pueden detectar el verdadero motivo de su construcción. Éliphas Lévi ha destacado la notable correspondencia entre las siete maravillas y los siete planetas. Las siete maravillas del mundo fueron construidas por hijos de viudas en honor de los siete genios planetarios y su simbolismo secreto es idéntico al de los siete sellos del Apocalipsis y las siete iglesias de Asia. 

1. El Coloso de Rodas, una estatua de bronce gigantesca de unos treinta y tres metros de altura, cuya construcción requirió más de doce años, fue la obra de un artista iniciado: Cares de Lindos. 

La teoría popular —aceptada durante varios siglos— de que la figura tenía un pie a cada lado de la entrada del puerto de Rodas y que entre ellos podían pasar los barcos con todos sus aparejos nunca se ha podido confirmar. Lamentablemente, la figura solo estuvo en pie cincuenta y seis años: un terremoto la derribó en el 224 a. de C. Las partes del coloso destrozado permanecieron esparcidas por el suelo durante más de novecientos años; finalmente fueron vendidas a un mercader judío, que se llevó el metal a lomos de setecientos camellos. Algunos creían que el bronce se convirtió en municiones y otros que se utilizó para hacer tubos de desagüe. Aquella figura dorada gigantesca, con su corona de rayos solares y la antorcha en alto, era la representación oculta del Hombre del Sol de los Misterios, el Salvador Universal. 

2. El arquitecto Quersifrón, en el siglo V a. de C., presentó a las ciudades jónicas un plan para erigir un monumento conjunto en honor de su patrona, la diosa Diana. El lugar elegido fue Éfeso, una ciudad situada al sur de Esmirna. El edificio se construyó en mármol. El techo se sostenía mediante 127 columnas, cada una de dieciocho metros de altura y más de ciento cincuenta toneladas de peso. El templo de Éfeso fue destruido con magia negra alrededor del 356 a. de C., aunque el mundo atribuye aquel hecho detestable al instrumento de su destrucción: un hombre trastornado llamado Eróstrato. Posteriormente se reconstruyó, pero el simbolismo se había perdido. El templo original, diseñado como una miniatura del universo, estaba dedicado a la luna, el símbolo oculto de la generación. 

3. Cuando lo exiliaron de Atenas, Fidias, el más importante de todos los escultores griegos, se dirigió a Olimpia, en la provincia de Élida, donde diseñó su estatua colosal de Zeus, el dios más importante de Grecia. Actualmente ni siquiera existe una descripción precisa de aquella obra maestra y apenas unas cuantas monedas de oro ofrecen una idea inadecuada de su aspecto general. El cuerpo del dios estaba recubierto de marfil y sus vestiduras eran de oro batido. Se supone que en una mano sostenía un globo con una figura de la diosa de la Victoria y en la otra un cetro rematado por un águila. 
La cabeza de Zeus era arcaica, tenía una barba abundante y llevaba una corona de olivo. 
La estatua estaba sentada en un trono con adornos muy elaborados. Como su nombre implica, el monumento estaba dedicado al espíritu del planeta Júpiter, uno de los siete Señores Creativos que se inclinan ante el Señor del Sol. 

4. Éliphas Lévi incluye el Templo de Salomón entre las siete maravillas del mundo; le da el lugar que ocupaba el Pharos o Faro de Alejandría. El Pharoa que recibe el nombre de la isla en la que estaba situado, fue diseñado y construido por Sostrates de Cnido durante el reinado de Ptolomeo (283-247 a. de C.) Según las descripciones, era de mármol blanco y medía más de ciento ochenta metros de altura. Incluso en aquella época, costó casi un millón de dólares. Se encendían fuegos encima para que pudiera ser visto desde mucha distancia en el mar. Fue destruido por un terremoto en el siglo XIII, aunque quedaron restos visibles hasta el año 1350. Como era la más alta de las siete maravillas, naturalmente fue asignada a Saturno, el padre de los dioses y verdadero iluminador de toda la humanidad. 

5. El Mausoleo de Halicarnaso era un monumento espléndido erigido por la reina Artemisia en memoria de su difunto esposo, el rey Mausolo, de cuyo nombre deriva la palabra mausoleum. 
El edificio fue diseñado por Sátiros y Piteos y se contrataron cuatro escultores importantes para ornamentado. Medía treinta y cinco metros de largo y veintiocho de ancho, estaba dividido en cinco sectores principales (los sentidos) y coronado por una pirámide (la espiritualidad del hombre). 
La pirámide tenía veinticuatro escalones (un número sagrado) y sobre el vértice había una estatua del rey Mausolo en un carro de guerra. Su figura medía tres metros de altura. Varias veces se ha intentado reconstruir el monumento, que fue destruido por un terremoto, pero ninguna ha sido posible del todo. Estaba consagrado al planeta Marte y fue construido por un iniciado para el progreso del mundo. 

6. Los Jardines de Semíramis en Babilonia —más conocidos como «los jardines colgantes»— quedaban dentro del terreno del palacio de Nabucodonosor, cerca del río Éufrates. Formaban una pirámide con terrazas y en la parte superior había un depósito de agua para regarlos. Se construyeron alrededor del año 600 a. de C., pero se desconoce el nombre del paisajista. Simbolizaban los planos del mundo invisible y estaban consagrados a Venus, como diosa del amor y la belleza. 

7. La Gran Pirámide era lo máximo entre los templos de los Misterios. Para hacer honor a su simbolismo astronómico, tuvo que ser construida hace unos setenta mil años. Era la tumba de Osiris, se creía que había sido construida por los propios dioses y es posible que el arquitecto fuera el inmortal Hermes. Es el monumento a Mercurio, el mensajero de los dioses, y símbolo universal de la sabiduría y las letras.



Aunque Pitágoras superó a Platón en la profundidad de sus deducciones filosóficas, el aspecto sobrenatural de sus doctrinas ha sido ridiculizado por la ciencia moderna, más materialista. 
El mundo ha pasado por alto con demasiada ligereza los logros del primer «filósofo», al cual debe tantos de los enunciados fundamentales de la matemática, la música y la astronomía. En el siglo XX se ha enseñado al estudioso de la filosofía griega a relacionar el nombre de Pitágoras a cuestiones tan pueriles como su tibia áurea y su negativa a comer alubias, también se le ha criticado porque pronunciaba sus discursos detrás de una cortina, predicaba mediante alegorías y enigmas y solo revelaba sus conocimientos científicos a los discípulos iniciados que habían dedicado muchos años a la autodisciplina. 

No obstante, sus críticos aficionados no han tenido en cuenta el método utilizado por Pitágoras para obtener la profusión de conocimientos abstractos que poseía. Los Misterio de Grecia, Egipto, Persia e India obligaban forzosamente a sus iniciados a no revelar sus secretos. Después de aceptar las obligaciones de aquellas sociedades, la única solución honorable para Pitágoras era acatar sus normas. Jámblico menciona a 218 hombres y 17 mujeres entre los filósofos pitagóricos más famosos. Por consiguiente, resulta evidente que Pitágoras reveló sus secretos a una cantidad considerable de personas, probablemente todas las que pensó que podían comprender su conocimiento y sacarle provecho. Aún habría que aceptar la doctrina pitagórica de filosofía matemática como el único sistema de pensamiento capaz de hacer frente al enigma de la existencia.

Manly Palmer Hall

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