Era una práctica habitual entre los primitivos egipcios, griegos y romanos conservar lámparas encendidas en los sepulcros de sus muertos como ofrendas al Dios de la Muerte. Es posible que también creyeran que el difunto podía usar aquellas luces para encontrar el camino a través del Valle de las Sombras. Posteriormente, cuando la costumbre se generalizó, no solo se enterraban con los muertos lámparas de verdad, sino también miniaturas de lámparas de barro cocido. Algunas se introducían en recipientes redondos para protegerlas e incluso se registran casos en los que se halló en ellas el aceite original, en perfecto estado de conservación, después de más de dos mil años.
Hay pruebas más que
suficientes de que muchas de aquellas
lámparas estaban encendidas cuando se
sellaron los sepulcros y se ha declarado
que seguían ardiendo cuando las
cámaras se abrieron, al cabo de varios
siglos. La posibilidad de preparar un
combustible que se renovara tan rápido
como se consumía ha dado lugar a
bastantes controversias entre los autores
medievales. Después de un análisis
adecuado de las pruebas disponibles,
cabe la posibilidad de que los antiguos
sacerdotes-químicos fabricaran
lámparas que permanecieran encendidas
puede que no de forma indefinida, pero
sí durante períodos prolongados.
Numerosos expertos han escrito
sobre las lámparas perennes. W. Wynn
Westcott calcula que más de ciento
cincuenta escritores han tocado el tema y
H. P. Blavatsky dice que son 173.
Si
bien las conclusiones de los distintos
autores discrepan, la mayoría reconoce
la existencia de aquellas lámparas
extraordinarias. Muy pocos sostenían
que las lámparas arderían para siempre,
aunque muchos se mostraron dispuestos
a admitir que podían permanecer
encendidas durante varios siglos sin
reabastecerse de combustible. Algunos
opinaban que las llamadas lámparas
perennes no eran más que artificios de
los astutos sacerdotes paganos, mientras
que muchos, tras reconocer que las
lámparas realmente estaban encendidas,
afirmaban rotundamente que el diablo
estaba usando aquel milagro aparente
para atrapar a los incautos y, de ese
modo, conducir sus almas hacia la
perdición.
Sobre esta cuestión, el erudito
jesuita Athanasius Kircher, por lo
general digno de confianza, manifiesta
una notable falta de coherencia.
En su
Oedipus Aegyptiacus escribe lo
siguiente: «Se ha comprobado que no
pocas de estas lámparas perennes eran
dispositivos diabólicos. […] Y supongo
que todas las lámparas halladas en las
tumbas de los gentiles y dedicadas al
culto de determinados dioses eran de
este tipo, no porque ardieran ni porque
se tuviera constancia de que hubieran
ardido con una llama perpetua, sino
porque, probablemente, el diablo las
había puesto allí con la mala intención
de conseguir nuevos creyentes para un
culto falso».
LA BASE DE UN TRÍPODE
DÉLFICO
Montfaucon: Antiquity
Explained by Montfaucon.
Las vueltas de estas serpientes
constituían la base y las tres
cabezas sostenían las tres patas
del trípode. Resulta imposible
obtener información satisfactoria
sobre la forma y el tamaño del
célebre trípode délfico. Las
teorías al respecto se basan —
en su mayor parte— en
pequeños trípodes ornamentales
descubiertos en distintos
templos.
Después de reconocer que había
expertos dignos de confianza que
defendían la existencia de las lámparas
perennes y que hasta el mismo diablo se
presta a su fabricación, a continuación
Kircher declaraba que toda aquella
historia era peligrosa e imposible y
pertenecía a la misma clase que el
movimiento perpetuo y la piedra
filosofal. Tras resolver el problema a su
satisfacción una vez, Kircher vuelve a
resolverlo —aunque de otra manera—
con las siguientes palabras: «Como en
Egipto existen depósitos abundantes de
asfalto y petróleo, a aquellos hombres
tan hábiles [los sacerdotes] se les
ocurrió conectar un depósito de
petróleo, mediante un conducto secreto,
con una o más lámparas provistas de
mechas de asbesto. ¡Cómo no iban a
arder para siempre aquellas lámparas!
[…]
En mi opinión, esta es la solución
al enigma de la perpetuidad sobrenatural
de aquellas lámparas antiguas».
Montfaucon, en su Antiquity
Explained by Montfaucon, coincide en
lo fundamental con las deducciones
posteriores de Kircher y cree que las
legendarias lámparas perennes de los
templos eran ingeniosos artilugios
mecánicos. Añade, además, que la
creencia de que las lámparas ardieran en
las tumbas de forma indefinida era
consecuencia del hecho notable de que,
en algunos casos, de la entrada de unas
cámaras que se acababan de abrir
habían salido unos gases que parecían
humo.
Al entrar posteriormente los grupos y descubrir lámparas dispersas por el suelo, habían supuesto que eran ellas las causantes de los gases. Existen varias historias interesantes sobre el descubrimiento de lámparas perennes en distintas partes del mundo. En una tumba situada en la Vía Apia que se abrió durante el papado de Paulo III se halló una lámpara que se había mantenido encendida en una cámara hermética durante casi mil seiscientos años.
Al entrar posteriormente los grupos y descubrir lámparas dispersas por el suelo, habían supuesto que eran ellas las causantes de los gases. Existen varias historias interesantes sobre el descubrimiento de lámparas perennes en distintas partes del mundo. En una tumba situada en la Vía Apia que se abrió durante el papado de Paulo III se halló una lámpara que se había mantenido encendida en una cámara hermética durante casi mil seiscientos años.
Según una versión escrita por un
contemporáneo, se encontró el cadáver
de una hermosa joven de largos cabellos
dorados flotando en un líquido
transparente desconocido y estaba tan
bien conservado como si hubiera muerto
apenas unas horas antes En el interior de
la cámara había una cantidad de objetos
significativos, como varias lámparas,
una de las cuales estaba encendida. Los
que entraron en el sepulcro declararon
que la corriente de aire provocada al
abrir la puerta apagó la luz y que la
lámpara no se pudo volver a encender.
Kircher reproduce un epitafio —TULLIOLAE
FILLIAE MEAE— que
supuestamente se encontró en la tumba,
pero que nunca existió, según
Montfaucon; este añade que, aunque no
se pudieron encontrar pruebas decisivas,
en general se creía que se trataba del
cadáver de Tulia, la hija de Cicerón.
Se han descubierto lámparas
perennes en todas las partes del mundo.
No solo los países del Mediterráneo,
sino también India, Tíbet, China y
América del Sur, han aportado casos de
luces que ardían de forma permanente
sin combustible.
Los ejemplos que
siguen se han seleccionado al azar de la
lista impresionante de lámparas
perennes halladas en distintas épocas.
Plutarco escribió acerca de una
lámpara que ardía sobre la puerta de un
templo dedicado a Júpiter Amón: los
sacerdotes declararon que se había
mantenido encendida durante siglos sin
combustible.
San Agustín describió una lámpara
perenne, guardada en un templo de
Egipto consagrado a Venus, que ni el
viento ni el agua podían apagar. Él creía
que era obra del demonio.
Se encontró una lámpara perenne en
Edessa, o Antioquía, durante el reinado
del emperador Justiniano. Estaba situada
en una hornacina sobre la puerta de la
ciudad, muy bien resguardada para
protegerla de los elementos. La fecha
que llevaba inscrita demostraba que la
lámpara había estado ardiendo durante
más de quinientos años. Fue destruida
por unos soldados.
Al comienzo de la Edad Media se
encontró una lámpara en Inglaterra que
estaba encendida desde el siglo III
después de Cristo. Se cree que el
monumento que la contenía era la tumba
del padre de Constantino el Grande.
El farol de Pallas fue descubierto
cerca de Roma en el año 1401.
Lo
encontraron en el sepulcro de Pallas, el
hijo de Evandro, al que Virgilio
inmortalizó en su Eneida. El farol estaba
situado a la cabeza del cuerpo y había
ardido con un brillo constante durante
más de dos mil años.
En el año 1550, en la isla de Nesis,
en la bahía de Nápoles, abrieron una
espléndida cámara de mármol en la que
hallaron una lámpara encendida que
había sido puesta allí antes del
comienzo de la era cristiana.
Pausanias describió una hermosa
lámpara de oro del templo de Minerva
que ardió sin interrupción durante un
año sin reabastecerse de combustible y
sin que le cortaran la mecha. La
ceremonia de llenar la lámpara se
celebraba una vez al año y el tiempo se
medía por aquella ceremonia.
Según el Fama Fraternitas, cuando
se abrió la cripta de Christian Rosacruz,
ciento veinte años después de su muerte,
estaba brillantemente iluminada por una
lámpara perenne que colgaba del techo.
Numa Pompilio, rey de Roma y
mago de considerable poder, hizo arder
una lámpara perenne en la cúpula de un
templo que había construido en honor de
un ser elemental.
En Inglaterra se encontró una tumba
curiosa en la cual había un autómata que
se movía cuando un intruso pisaba
determinadas piedras del suelo. Como
en aquella época la controversia
rosacruz estaba en su apogeo, se decidió
que aquella tumba era de un iniciado
rosacruz. Un campesino que descubrió
la tumba y entró en ella encontró el
interior muy bien iluminado por una
lámpara que colgaba del techo. Al
andar, su peso presionó algunas piedras
del suelo y de inmediato se empezó a
mover una figura que estaba sentada y
cubierta por una coraza; de forma
mecánica se puso de pie y golpeó la
lámpara con un bastón de hierro, con lo
cual la destrozó; de este modo impidió
que se descubriera la sustancia secreta
que mantenía la llama. No se sabe
cuánto tiempo hacía que estaba
encendida, pero no cabe duda de que
llevaba una cantidad considerable de
años.
Dicen que entre las tumbas próximas
a Menfis y en los templos brahmánicos
de India se han encontrado lámparas
encendidas en cámaras y recipientes
cerrados herméticamente, pero que, al
quedar expuestas bruscamente al aire, se
han apagado y el combustible que las
alimentaba se ha evaporado.
Actualmente se cree que las mechas
de aquellas lámparas perennes estaban
hechas de asbesto trenzado o entretejido
—los alquimistas lo llamaban «lana de
salamandra»— y que el combustible era
uno de los productos que buscaban los
alquimistas.
Kircher trató de extraer
aceite del asbesto, convencido de que,
al ser esta sustancia indestructible por el
fuego, un aceite extraído de ella
proporcionaría a la lámpara un
combustible también indestructible. Al
cabo de dos años de experimentos
infructuosos, llegó a la conclusión de
que era una tarea imposible.
Se conservan varias fórmulas para
fabricar combustible para las lámparas.
En Isis sin velo, H. P. Blavatsky copia
dos de estas fórmulas de unos autores
antiguos:
Trithemius y Bartolomeo
Komdorf. Una será suficiente para
darnos una idea general del proceso:
Se toman 4 onzas de azufre y
alumbre y se subliman en flores
hasta dos onzas.
Añádase una
onza de bórax cristalino de
Venecia (en polvo) y sobre estos
ingredientes se vierte espíritu de
vino muy rectificado para
disolverlos: a continuación
extráigase y viértase de nuevo:
repítase las veces necesarias
para que el azufre se funda como
la cera sin despedir humo, sobre
una lámina caliente de bronce;
así se obtiene el pábulo; en
cambio, el pábilo se tiene que
preparar de esta manera:
reúnanse hebras de amianto
(Lapis asbestos) hasta conseguir
el grosor del dedo medio y el
largo del meñique y colóquense
en un vaso de vidrio de Venecia,
cúbranse con el azufre
purificado o el pábulo antedicho
y colóquese el vaso en arena por
espacio de veinticuatro horas tan
caliente que el azufre no pare de
borbotear todo el tiempo.
El
pábilo que se embadurne o se
unte con este pábulo se coloca en
un vaso en forma de concha de
vieira de modo tal que parte de
él sobresalga de la masa de
azufre preparado; al colocar este
vaso sobre arena caliente, hay
que fundir el azufre para que
impregne el pábilo y, cuando se
encienda, arderá con una llama
perpetua y se podrá poner esta
lámpara en cualquier lugar,
cuando uno quiera.
Los oráculos griegos
El culto a Apolo incluía el
establecimiento y el mantenimiento de
lugares de profecía por medio de los
cuales los dioses se podían comunicar
con la humanidad y revelar el futuro a
quienes merecieran tal favor. En la
historia primitiva de Grecia abundan los
relatos de árboles, ríos, estatuas y
cavernas que hablaban, en las que
habían establecido su morada ninfas,
dríadas o demonios y desde los cuales
daban a conocer sus oráculos. Aunque
los autores cristianos han tratado de
demostrar que las revelaciones de los
oráculos eran obra del demonio para
inducir a la humanidad a error, no se han
atrevido a atacar la teoría de los
oráculos, por las referencias reiteradas
a ellos en sus propios escritos sagrados.
Si las piedras de ónice de los hombros
del sumo sacerdote de Israel daban a
conocer con su brillo la voluntad de
Jehová, una paloma negra, dotada
temporalmente de la facultad de hablar,
también podía pronunciar oráculos en el
templo de Júpiter Anión.
Si la bruja de
Endor podía invocar el fantasma de
Samuel, el cual, a su vez, daba profecías
a Saúl, ¿no iba a poder una sacerdotisa
de Apolo invocar el espectro de su
señor para predecir el destino de
Grecia?
Los oráculos más famosos de la
Antigüedad eran los de Delfos, Dódona,
Trofonio y Latona, de los cuales los más
antiguos eran los robles parlantes de
Dódona. Aunque no podemos
remontarnos a los orígenes de la teoría
de la profecía oracular, se sabe que
muchas de las cuevas y las grietas que
los griegos reservaban a los oráculos ya
eran sagrados mucho antes de que
comenzara la cultura griega.
EL APOLO PÍTICO Historia Deorum Fatidicorum Apolo, hijo de Júpiter y Latona, y hermano gemelo de Diana, nació ya adulto.
Es considerado el
primer físico y el inventor de la
música.
Los griegos también le
aclaman por ser el padre del
arco y la flechas.
El famoso
templo de Apolo en Delfos tuvo
que ser reconstruido cinco
veces.
El templo primigenio
constaba tan solo de ramas de
laurel; el segundo fue algo
similar; el tercero era de latón y
el cuarto y quinto probablemente
de mármol, de tamaño
considerable y gran belleza.
No
hubo en Grecia otro oráculo
similar en magnificencia al de
Delfos en el cénit de su apogeo.
Algunos escritores aseguran que
Algunos escritores aseguran que
contenía muchas estatuas de
plata y oro puro, maravillosos
ornamentos de los materiales
más valiosos y excelente
artesanía, de donaciones
realizadas por reyes y príncipes
que acudían desde todos los
rincones del mundo civilizado a
consultar el espíritu de Apolo
que moraba en este santuario.
El oráculo de Apolo en Delfos sigue
siendo uno de los misterios sin resolver
de la Antigüedad. Según Alexander
Wilder, su nombre deriva de delphos,
«vientre», y fue escogido por los griegos
por la forma de la caverna y la abertura
que conducía a las profundidades de la
tierra. El nombre original del oráculo
era Pytho, porque sus cámaras habían
sido la morada de la gran serpiente
Pitón, una criatura aterradora que había
surgido sigilosamente del limo que
quedó al acabar el diluvio que había
destruido a todos los seres humanos,
menos a Deucalión y a Pirra. Apolo
trepó por la ladera del monte Parnaso,
dio muerte a la serpiente tras un combate
prolongado y arrojó su cuerpo por la
grieta del oráculo.
A partir de entonces,
la divinidad solar, Apolo Pitio, daba
oráculos desde el conducto y compartía
con Dioniso el honor de ser el patrono
de Delfos.
Cuando Pitón fue derrotado por
Apolo, su espíritu permaneció en Delfos
como representante de su vencedor y
con ayuda de sus emanaciones la
sacerdotisa lograba entrar en
comunicación con el dios. Se suponía
que los gases que salían de la grieta del
oráculo procedían del cuerpo en
descomposición de Pitón.
El nombre de
«pitonisa» o «Pythia» que se daba a la
hierofante del oráculo significa,
literalmente, «persona que ha entrado en
un estado de arrebato religioso por
inhalar gases de una materia en
descomposición». También interesa
destacar que los griegos creían que el
oráculo de Delfos era el ombligo de la
tierra, lo que demuestra que, para ellos,
el planeta era un inmenso ser humano.
La conexión entre el principio de la
revelación oracular y el significado
oculto del ombligo es un secreto
importante que tiene que ver con los
Misterios antiguos.
Sin embargo, el oráculo es mucho
más antiguo de lo que indica el relato
anterior. Es probable que los sacerdotes
inventaran esta historia para explicar los
fenómenos a aquellos curiosos a los que
no consideraban dignos de aclaraciones
con respecto a la verdadera naturaleza
esotérica del oráculo. Algunos creen que
la grieta délfica fue descubierta por un
sacerdote, pero la cueva era sagrada
desde que se tienen registros históricos
y acudían personas de todas partes de
Grecia y de los países vecinos para
interrogar al demonio que vivía en aquel
conducto que parecía una chimenea.
Los
sacerdotes y las sacerdotisas lo
protegían celosamente y servían al
espíritu que moraba en su interior e
iluminaba a la humanidad gracias al don
de la profecía.
La historia del descubrimiento
original del oráculo es más o menos
como sigue: sorprendía a los pastores
que cuidaban a sus rebaños en la ladera
del monte Parnaso la manera en que
retozaban las cabras cuando se
acercaban a un gran abismo situado en
su ramal sudoeste. Los animales
brincaban como si quisieran bailar y
emitían extraños gritos que no se
parecían a nada oído hasta entonces. Al
final, deseoso de conocer la causa de
aquel fenómeno, uno de los pastores se
acercó, curioso, al conducto, del cual
salían unos gases nocivos, y de
inmediato se apoderó de él un éxtasis
profético, se puso a bailar
desenfrenadamente, a cantar, a farfullar
sonidos inarticulados y a predecir el
futuro.
Otros se acercaron a la grieta y
les pasó lo mismo. La fama del lugar se
difundió y muchos se acercaron a
conocer el futuro mediante la inhalación
de los gases pestilentes, que los ponían
eufóricos hasta llegar casi al delirio.
Algunos de los que iban, como eran
incapaces de controlarse y como
temporalmente tenían una fuerza de
locos, se soltaban bruscamente de
aquellos que pretendían contenerlos,
saltaban por la abertura y morían. Para
evitar que otros hicieran lo mismo, se
levantó un muro alrededor de la grieta y
se nombró a una profetisa para que
actuara de intermediaria entre el oráculo
y los que acudían a formularle una
pregunta. Según los expertos posteriores
se colocó encima de la hendidura un
trípode de oro, adornado con tallas de
Apolo y con la forma de Pitón, la gran
serpiente, sobre el cual se dispuso un
asiento preparado especialmente,
construido de tal modo que, aunque uno
estuviera bajo los efectos de los gases
del oráculo, no pudiera caerse
fácilmente. Justo antes de esta época se
había difundido la versión de que los
gases del oráculo se desprendían del
cuerpo en descomposición de Pitón. Es
posible que el oráculo revelase su
propio origen.
Al principio y durante muchos siglos
se consagraron doncellas vírgenes al
servicio del oráculo.
Las llamaban phaebades o pitias y constituían la famosa orden de las llamadas «pitonisas». Es probable que se escogiera a mujeres para recibir los oráculos porque su naturaleza sensible y emocional reaccionaba antes y de forma más completa a los «gases del entusiasmo». Tres días antes del momento establecido para recibir las comunicaciones de Apolo, la sacerdotisa virgen comenzaba la ceremonia de purificación: se bañaba en el pozo de Castalia, ayunaba y solo bebía agua de la fuente de Cassotis, que llegaba al templo mediante tuberías ocultas, y, justo antes de subir al trípode, mascaba unas cuantas hojas del laurel sagrado. Se ha dicho que el agua contenía drogas alucinógenas o que los sacerdotes de Delfos eran capaces de fabricar un gas estimulante y estupefaciente que conducían por tuberías subterráneas y soltaban en el hueco del oráculo, varios metros por debajo de la superficie. De todos modos ninguna de estas teorías se ha podido demostrar ni tampoco explica de ninguna manera la precisión de las predicciones.
Las llamaban phaebades o pitias y constituían la famosa orden de las llamadas «pitonisas». Es probable que se escogiera a mujeres para recibir los oráculos porque su naturaleza sensible y emocional reaccionaba antes y de forma más completa a los «gases del entusiasmo». Tres días antes del momento establecido para recibir las comunicaciones de Apolo, la sacerdotisa virgen comenzaba la ceremonia de purificación: se bañaba en el pozo de Castalia, ayunaba y solo bebía agua de la fuente de Cassotis, que llegaba al templo mediante tuberías ocultas, y, justo antes de subir al trípode, mascaba unas cuantas hojas del laurel sagrado. Se ha dicho que el agua contenía drogas alucinógenas o que los sacerdotes de Delfos eran capaces de fabricar un gas estimulante y estupefaciente que conducían por tuberías subterráneas y soltaban en el hueco del oráculo, varios metros por debajo de la superficie. De todos modos ninguna de estas teorías se ha podido demostrar ni tampoco explica de ninguna manera la precisión de las predicciones.
Cuando la joven profetisa finalizaba
el proceso de purificación, la vestían
con vestiduras santificadas y la
conducían al trípode, sobre el cual se
sentaba, en medio de los vapores
nocivos que surgían de la enorme grieta.
Poco a poco, a medida que iba
inhalando los gases, se producía en ella
una transformación, como si hubiese
entrado en su cuerpo un espíritu
diferente; forcejeaba, se rasgaba las
vestiduras y prorrumpía en gritos
inarticulados. Al cabo de un rato dejaba
de forcejear.
Cuando se calmaba,
parecía apoderarse de ella una gran
majestuosidad y, con los ojos fijos en el
espacio y el cuerpo rígido, pronunciaba
las palabras proféticas. Por lo general,
las predicciones se hacían en forma de
hexámetros, pero las palabras solían ser
ambiguas y a veces ininteligibles.
Cada sonido que emitía y cada movimiento de su cuerpo eran registrados meticulosamente por los cinco hosii, u hombres santos, designados escribas para conservar todos los detalles de cada adivinación. Los hosii eran nombrados de por vida y se elegían entre los descendientes directos de Deucalión. Después de dar el oráculo, la pitonisa volvía a forcejear y el espíritu la abandonaba.
A continuación, la transportaban o la ayudaban a ir a una cámara de reposo, donde permanecía hasta que se le pasaba el éxtasis nervioso.
Cada sonido que emitía y cada movimiento de su cuerpo eran registrados meticulosamente por los cinco hosii, u hombres santos, designados escribas para conservar todos los detalles de cada adivinación. Los hosii eran nombrados de por vida y se elegían entre los descendientes directos de Deucalión. Después de dar el oráculo, la pitonisa volvía a forcejear y el espíritu la abandonaba.
A continuación, la transportaban o la ayudaban a ir a una cámara de reposo, donde permanecía hasta que se le pasaba el éxtasis nervioso.
Jámblico, en su disertación Sobre
los misterios egipcios, describe que el
espíritu del oráculo —un demonio
abrasador, tal vez el mismo Apolo— se
apoderaba de la pitonisa y se
manifestaba a través de ella: «Pero la
profetisa de Delfos, ya sea que diese
oráculos a la humanidad por medio de
un espíritu atenuado y exaltado que
estallaba desde la entrada de la caverna
o que, sentada en el adytum sobre un
trípode de bronce o sobre un taburete de
cuatro patas, se consagrase a Dios, en
cualquiera de los dos casos, se entrega
por completo a un espíritu divino y es
iluminada por un rayo del fuego divino.
Y cuando el fuego que sube desde la
boca de la cueva le confiere
circularmente una abundancia serena,
ella se llena de un esplendor divino,
pero, cuando se coloca en el asiento del
dios, se adapta al poder profético
permanente de este y, mediante estas dos
operaciones preliminares, es poseída
totalmente por el dios, que entonces, sin
lugar a dudas, se manifiesta y la ilumina
por separado y la distingue del fuego, el
espíritu, el asiento propiamente dicho y,
en síntesis, de todo el aparato visible
del lugar, tanto el físico como el
sagrado».
Entre las celebridades que visitaron
el oráculo de Delfos figuran el inmortal
Apolonio de Tiana y su discípulo
Damis. Él hizo sus ofrendas y, tras ser
coronado con una corona de laurel y
recibir una rama de la misma planta para
que la llevara en la mano, rodeó la
estatua de Apolo que había delante de la
entrada de la cueva y, por detrás de la
estatua, descendió al recinto sagrado del
oráculo.
La sacerdotisa también llevaba una corona de laurel y la cabeza envuelta con una cinta de lana blanca. Apolonio preguntó al oráculo si las generaciones futuras recordarían su nombre.
La pitonisa respondió que sí, aunque declaró que siempre sería calumniado. Apolonio se marchó de la caverna enfadado, pero el tiempo ha demostrado la exactitud de la predicción, porque los primeros Padres de la Iglesia perpetuaron el nombre de Apolonio como el Anticristo.
La sacerdotisa también llevaba una corona de laurel y la cabeza envuelta con una cinta de lana blanca. Apolonio preguntó al oráculo si las generaciones futuras recordarían su nombre.
La pitonisa respondió que sí, aunque declaró que siempre sería calumniado. Apolonio se marchó de la caverna enfadado, pero el tiempo ha demostrado la exactitud de la predicción, porque los primeros Padres de la Iglesia perpetuaron el nombre de Apolonio como el Anticristo.
Los mensajes que transmitía la
profetisa virgen se entregaban a los
filósofos del oráculo, cuya función
consistía en interpretarlos y aplicarlos.
Las comunicaciones se enviaban
entonces a los poetas, que de inmediato
las convertían en odas y poemas líricos
que expresaban con exquisitez las
declaraciones que supuestamente había
hecho Apolo y las ponían al alcance del
pueblo.
Las serpientes estaban muy presentes
en el oráculo de Delfos. La base del
trípode sobre el cual se sentaba la
pitonisa estaba formada por los cuerpos
retorcidos de tres serpientes
gigantescas.
Según algunos expertos, uno de los procesos empleados para producir el éxtasis profético consistía en obligar a la joven sacerdotisa a mirar fijamente a los ojos a una serpiente. Fascinada e hipnotizada, ella hablaba entonces con la voz del dios.
Según algunos expertos, uno de los procesos empleados para producir el éxtasis profético consistía en obligar a la joven sacerdotisa a mirar fijamente a los ojos a una serpiente. Fascinada e hipnotizada, ella hablaba entonces con la voz del dios.
Aunque las primeras sacerdotisas
pitias siempre eran doncellas —algunas
no habían salido de la adolescencia—,
posteriormente se aprobó una ley según
la cual solo podían ser portavoces del
oráculo las mujeres mayores de
cincuenta años. Aquellas mujeres
mayores se vestían como niñas y
cumplían el mismo ceremonial que las
primeras pitias. Es probable que este
cambio fuera consecuencia indirecta de
una serie de ataques que sufrieron las
sacerdotisas por parte de los profanos.
En los primeros años de la historia
del oráculo de Delfos, el dios solo
hablaba cada siete años, en el
cumpleaños de Apolo. Sin embargo, a
medida que fue pasando el tiempo, la
demanda aumentó tanto que la pitia se
veía obligada a sentarse en el trípode
todos los meses.
El momento elegido
para la consulta y las preguntas que se
formulaban se determinaban al azar o
por la votación de los habitantes de
Delfos.
En general se reconoce que el
oráculo de Delfos tuvo una influencia
profundamente constructiva sobre la
cultura griega. James Gardner la
sintetiza con las siguientes palabras:
«Sus respuestas pusieron de manifiesto a
más de un tirano y predijeron su destino.
Gracias a él, muchos infelices se
salvaron de la destrucción y muchas
personas desconcertadas fueron
conducidas por el buen camino. Fomentó
las instituciones útiles y promovió el
progreso de los descubrimientos
prácticos Su influencia moral se notó
por el lado de la virtud y su influencia
política, a favor del aumento de las
libertades civiles».
EL JÚPITER DODONEO
Historia Deorum Fatidicorum
Júpiter fue llamado dodoneo en
honor a la ciudad de Dodona en
Epiro. Cerca de esta ciudad
había una colina densamente cubierta de árboles de roble que
desde los tiempos más antiguos
ha sido sagrada para Júpiter.
Más tarde, la arboleda fue
venerada debido a que se cree
que las dríades, los faunos,
sátiros y las ninfas moraban en
sus profundidades.
De los
antiguos robles y hayas colgaban
muchas cadenas de pequeñas
campanas de bronce que
tintineaban día y noche
conforme el viento movía las
ramas. Algunos afirmaban que
la famosa paloma parlante de
Dodona era en realidad una
mujer, porque en Tesalia tanto
las profetisas como las palomas
eran llamadas Peleiades. Se
creía que el primer templo de
Dodona fue construido por
Deucalión y por aquellos que
junto a él sobrevivieron a la gran
inundación.
Por esta razón, el
oráculo de Dodona fue
considerado como el más
antiguo de Grecia.
Quien presidía el oráculo de Dódona era
Júpiter, que pronunciaba profecías a
través de robles, pájaros y jarrones de
bronce. Muchos escritores han
destacado las similitudes entre los
rituales de Dódona y los de los druidas
de Britania y la Galla. La famosa
paloma del oráculo de Dódona, que se
posaba en las ramas de los robles
sagrados, no solo hablaba en griego
largo y tendido sobre filosofía y
religión, sino que también respondía las
preguntas de aquellos que llegaban de
lugares lejanos para hacerle consultas.
Los árboles «parlantes» estaban
juntos y formaban un bosquecillo
sagrado.
Cuando los sacerdotes buscaban respuestas a preguntas importantes, después de purificaciones exhaustivas y solemnes, se retiraban al bosquecillo a abordar a los árboles y rogaban al dios que vivía en su interior que les diera una respuesta. Después de que ellos formularan sus preguntas, los árboles hablaban con la voz de seres humanos y revelaban a los sacerdotes la información que deseaban. Algunos sostienen que había un solo árbol que hablaba: un roble o un haya que estaba en el centro mismo del antiguo bosquecillo.
Cuando los sacerdotes buscaban respuestas a preguntas importantes, después de purificaciones exhaustivas y solemnes, se retiraban al bosquecillo a abordar a los árboles y rogaban al dios que vivía en su interior que les diera una respuesta. Después de que ellos formularan sus preguntas, los árboles hablaban con la voz de seres humanos y revelaban a los sacerdotes la información que deseaban. Algunos sostienen que había un solo árbol que hablaba: un roble o un haya que estaba en el centro mismo del antiguo bosquecillo.
Como se creía que Júpiter
vivía en aquel árbol, a veces lo
llamaban Phegonaeus, es decir, «el que
vive en un haya».
Lo más curioso de los oráculos de
Dódona eran los jarrones o marmitas
«parlantes». Eran de bronce y estaban
tan bien hechos que, cuando los
golpeaban, seguían sonando durante
horas. Algunos escritores han descrito
una hilera de estos jarrones y han
declarado que, si golpeaban uno, las
vibraciones se transmitían a todos los
demás y entonces se producía un barullo
espantoso. Otros autores hablan de un
solo jarrón colocado sobre un pilar,
cerca del cual había otra columna que
sostenía la estatua de un niño con una
fusta. En el extremo de la fusta había una
cantidad de cuerdas oscilantes con
pelotitas de metal en el extremo; el
viento, que soplaba sin cesar a través
del edificio abierto, golpeaba las
pelotitas contra el jarrón. La cantidad y
la intensidad de los impactos y las
reverberaciones en el jarrón se anotaban
cuidadosamente y los sacerdotes daban
sus oráculos según ellas.
Cuando los sacerdotes originales de
Dódona, los selloi, desaparecieron
misteriosamente, durante muchos siglos
atendieron el oráculo tres sacerdotisas
que interpretaban los jarrones y a
medianoche interrogaban a los árboles
sagrados.
Se esperaba que quienes
consultasen el oráculo llevaran ofrendas
o hicieran aportaciones.
Otro oráculo extraordinario fue la
cueva de Trofonio, situada en la ladera
de una colina, que tenía una entrada tan
pequeña que parecía imposible que
pudiera entrar ningún ser humano.
Después de hacer una ofrenda ante la
estatua de Trofonio y de ponerse las
prendas santificadas el consultante subía
la colina hasta la cueva, llevando en una
mano una tarta de miel; se sentaba al
borde de la abertura e introducía los
pies en ella. Entonces todo su cuerpo era
introducido vertiginosamente en la
cueva, en la cual, según los que habían
entrado, solo cabía un horno mediano.
Cuando el oráculo finalizaba sus
revelaciones, el consultante era
expulsado violentamente de la cueva,
con los pies por delante y por lo general
delirando.
Cerca de la cueva del oráculo, el
agua salía a borbotones de dos fuentes
que había en el suelo, a escasos metros
la una de la otra. Los que estaban a
punto de entrar en la cueva bebían antes
de aquellas fuentes, cuyas aguas —
aparentemente— poseían propiedades
ocultas especiales. La primera contenía
el agua del olvido y todos los que
bebían de ella olvidaban sus pesares
terrenales, De la segunda fuente manaba
el agua sagrada de Mnemósine, la
Memoria, que después permitía a todos
los que bebían de ella recordar sus
experiencias en la cueva.
TROFONIO DE LEBADIA Historia Deorum Fatidicorum Trofonio y su hermano Agamedes eran famosos arquitectos.
Mientras construían
una cripta específica para
tesoros, consiguieron dejar una
piedra movible para poder entrar
secretamente y robar los objetos
de valor que allí estuvieran guardados.
Una trampa fue
colocada por el propietario, que
había descubierto la
conspiración, y Agamedes fue
atrapado. Para prevenir el
descubrimiento, Trofonio
decapitó a su hermano y,
acaloradamente perseguido,
huyó. Se ocultó en la arboleda
de Lebadia, donde la tierra se
abrió y se lo tragó.
Más tarde, el espíritu de Trofonio ofreció oráculos en la arboleda y en sus cavernas.
Más tarde, el espíritu de Trofonio ofreció oráculos en la arboleda y en sus cavernas.
El nombre Trofonio
significa «estar inquieto, nervioso
e irritado».
Se dice que las
terribles experiencias por las
cuales los consultores pasaban
en las cavernas oraculares les
afectaron tanto que nunca
volvieron a sonreír. Las abejas
que acompañan la figura de
Trofonio eran sagradas porque
condujeron los primeros envíos
condujeron los primeros envíos
desde Boeocia hasta el lugar del
oráculo. Se dice que la figura en
la parte superior es una
reproducción de una estatua de
Trofonio que fue colocada sobre
el oráculo en lo alto de la colina
y que estaba rodeada de afiladas
estacas puntiagudas para que no
pudiese ser tocada.
Aunque la entrada estaba marcada por
dos obeliscos de bronce, la cueva,
rodeada por un muro de piedras blancas
y oculta en medio de un bosquecillo de
árboles sagrados, no tenía un aspecto
imponente.
No cabe duda de que quienes
entraban en ella pasaban por
experiencias extrañas, porque estaban
obligados a dejar en el templo contiguo
un relato completo de lo que veían y
escuchaban mientras estaban en el
oráculo. Las profecías se daban en
forma de sueños y visiones e iban
acompañadas por intensos dolores de
cabeza: algunos no se recuperaban
jamás por completo de los efectos de su
delirio. La relación confusa de sus
experiencias era interpretada por los
sacerdotes según la pregunta que había
que responder. Aunque es probable que
los sacerdotes usaran alguna hierba
desconocida para provocar los sueños o
las visiones de la caverna, su habilidad
para interpretarlos rayaba en lo
sobrenatural. Antes de consultar el
oráculo, era necesario ofrecer un
carnero al demonio de la cueva y el
sacerdote decidía por hieromancia si el
momento elegido era propicio y el
sacrificio era satisfactorio.
Las siete maravillas del mundo
Muchos de los escultores y los arquitectos del mundo antiguo eran iniciados de los Misterios, sobre todo de los ritos eleusinos. Desde el principio de los tiempos, los encargados de ajustar las piedras y de tallar la madera han constituido una casta a la sombra de la divinidad. A medida que la civilización se fue extendiendo lentamente sobre la tierra, se construyeron y se abandonaron ciudades, se levantaron monumentos a héroes actualmente desconocidos y se erigieron templos a dioses que se han deshecho entre el polvo de las naciones que inspiraron.
La investigación ha demostrado no solo que los constructores de tales ciudades y monumentos y los escultores que cincelaron los rostros inescrutables de los dioses eran maestros en su oficio, sino también que en el mundo actual no hay nadie equiparable a ellos. El profundo conocimiento de la matemática y la astronomía que se manifiesta en la arquitectura antigua y el conocimiento igual de profundo de la anatomía que revela la estatuaria griega demuestran que, en ambos casos, sus artífices eran mentes superiores y profundamente ilustradas en el saber que constituía los arcanos de los Misterios. Por eso se estableció el gremio de constructores, precursor de la masonería moderna. Cuando los contrataban para construir palacios, templos o tumbas o para esculpir estatuas para los ricos, aquellos arquitectos y artistas iniciados ocultaban en sus obras la doctrina secreta, de modo que ahora, mucho después de que sus huesos hayan vuelto a convertirse en polvo, el mundo se da cuenta de que aquellos primeros artesanos fueron, sin duda, iniciados como es debido y les correspondía recibir salarios de Maestros.
Las siete maravillas del mundo,
aunque aparentemente se diseñaron por
motivos diversos, en realidad eran
monumentos erigidos para perpetuar los
arcanos de los Misterios. Eran
estructuras simbólicas, situadas en
lugares peculiares, y los iniciados son
los únicos que pueden detectar el
verdadero motivo de su construcción.
Éliphas Lévi ha destacado la notable
correspondencia entre las siete
maravillas y los siete planetas.
Las siete maravillas del mundo
fueron construidas por hijos de viudas
en honor de los siete genios planetarios
y su simbolismo secreto es idéntico al
de los siete sellos del Apocalipsis y las
siete iglesias de Asia.
1. El Coloso de Rodas, una estatua
de bronce gigantesca de unos treinta y
tres metros de altura, cuya construcción
requirió más de doce años, fue la obra
de un artista iniciado: Cares de Lindos.
La teoría popular —aceptada durante
varios siglos— de que la figura tenía un
pie a cada lado de la entrada del puerto
de Rodas y que entre ellos podían pasar
los barcos con todos sus aparejos nunca
se ha podido confirmar.
Lamentablemente, la figura solo estuvo
en pie cincuenta y seis años: un
terremoto la derribó en el 224 a. de C.
Las partes del coloso destrozado
permanecieron esparcidas por el suelo
durante más de novecientos años;
finalmente fueron vendidas a un
mercader judío, que se llevó el metal a
lomos de setecientos camellos. Algunos
creían que el bronce se convirtió en
municiones y otros que se utilizó para
hacer tubos de desagüe. Aquella figura
dorada gigantesca, con su corona de
rayos solares y la antorcha en alto, era
la representación oculta del Hombre del
Sol de los Misterios, el Salvador
Universal.
2. El arquitecto Quersifrón, en el
siglo V a. de C., presentó a las ciudades
jónicas un plan para erigir un
monumento conjunto en honor de su
patrona, la diosa Diana. El lugar elegido
fue Éfeso, una ciudad situada al sur de
Esmirna. El edificio se construyó en
mármol. El techo se sostenía mediante
127 columnas, cada una de dieciocho
metros de altura y más de ciento
cincuenta toneladas de peso. El templo
de Éfeso fue destruido con magia negra
alrededor del 356 a. de C., aunque el
mundo atribuye aquel hecho detestable
al instrumento de su destrucción: un
hombre trastornado llamado Eróstrato.
Posteriormente se reconstruyó, pero el
simbolismo se había perdido. El templo
original, diseñado como una miniatura
del universo, estaba dedicado a la luna,
el símbolo oculto de la generación.
3. Cuando lo exiliaron de Atenas,
Fidias, el más importante de todos los
escultores griegos, se dirigió a Olimpia,
en la provincia de Élida, donde diseñó
su estatua colosal de Zeus, el dios más
importante de Grecia. Actualmente ni
siquiera existe una descripción precisa
de aquella obra maestra y apenas unas
cuantas monedas de oro ofrecen una idea
inadecuada de su aspecto general. El
cuerpo del dios estaba recubierto de
marfil y sus vestiduras eran de oro
batido. Se supone que en una mano
sostenía un globo con una figura de la
diosa de la Victoria y en la otra un cetro
rematado por un águila.
La cabeza de
Zeus era arcaica, tenía una barba
abundante y llevaba una corona de
olivo.
La estatua estaba sentada en un
trono con adornos muy elaborados.
Como su nombre implica, el monumento
estaba dedicado al espíritu del planeta
Júpiter, uno de los siete Señores
Creativos que se inclinan ante el Señor
del Sol.
4. Éliphas Lévi incluye el Templo de
Salomón entre las siete maravillas del
mundo; le da el lugar que ocupaba el
Pharos o Faro de Alejandría. El Pharoa
que recibe el nombre de la isla en la que
estaba situado, fue diseñado y
construido por Sostrates de Cnido
durante el reinado de Ptolomeo
(283-247 a. de C.) Según las
descripciones, era de mármol blanco y
medía más de ciento ochenta metros de
altura. Incluso en aquella época, costó
casi un millón de dólares. Se encendían
fuegos encima para que pudiera ser visto
desde mucha distancia en el mar. Fue
destruido por un terremoto en el siglo
XIII, aunque quedaron restos visibles
hasta el año 1350. Como era la más alta
de las siete maravillas, naturalmente fue
asignada a Saturno, el padre de los
dioses y verdadero iluminador de toda
la humanidad.
5. El Mausoleo de Halicarnaso era
un monumento espléndido erigido por la
reina Artemisia en memoria de su
difunto esposo, el rey Mausolo, de cuyo
nombre deriva la palabra mausoleum.
El
edificio fue diseñado por Sátiros y
Piteos y se contrataron cuatro escultores
importantes para ornamentado. Medía
treinta y cinco metros de largo y
veintiocho de ancho, estaba dividido en
cinco sectores principales (los sentidos)
y coronado por una pirámide (la
espiritualidad del hombre).
La pirámide
tenía veinticuatro escalones (un número
sagrado) y sobre el vértice había una
estatua del rey Mausolo en un carro de
guerra. Su figura medía tres metros de
altura. Varias veces se ha intentado
reconstruir el monumento, que fue
destruido por un terremoto, pero ninguna
ha sido posible del todo. Estaba
consagrado al planeta Marte y fue
construido por un iniciado para el
progreso del mundo.
6. Los Jardines de Semíramis en
Babilonia —más conocidos como «los
jardines colgantes»— quedaban dentro
del terreno del palacio de
Nabucodonosor, cerca del río Éufrates.
Formaban una pirámide con terrazas y
en la parte superior había un depósito de
agua para regarlos. Se construyeron
alrededor del año 600 a. de C., pero se
desconoce el nombre del paisajista.
Simbolizaban los planos del mundo
invisible y estaban consagrados a Venus,
como diosa del amor y la belleza.
7. La Gran Pirámide era lo máximo
entre los templos de los Misterios. Para
hacer honor a su simbolismo
astronómico, tuvo que ser construida
hace unos setenta mil años. Era la tumba
de Osiris, se creía que había sido
construida por los propios dioses y es
posible que el arquitecto fuera el
inmortal Hermes. Es el monumento a
Mercurio, el mensajero de los dioses, y
símbolo universal de la sabiduría y las
letras.
Aunque Pitágoras superó a Platón en la
profundidad de sus deducciones
filosóficas, el aspecto sobrenatural de
sus doctrinas ha sido ridiculizado por la
ciencia moderna, más materialista.
El
mundo ha pasado por alto con
demasiada ligereza los logros del
primer «filósofo», al cual debe tantos de
los enunciados fundamentales de la
matemática, la música y la astronomía.
En el siglo XX se ha enseñado al
estudioso de la filosofía griega a
relacionar el nombre de Pitágoras a
cuestiones tan pueriles como su tibia
áurea y su negativa a comer alubias,
también se le ha criticado porque
pronunciaba sus discursos detrás de una
cortina, predicaba mediante alegorías y
enigmas y solo revelaba sus
conocimientos científicos a los
discípulos iniciados que habían
dedicado muchos años a la
autodisciplina.
No obstante, sus críticos
aficionados no han tenido en cuenta el
método utilizado por Pitágoras para
obtener la profusión de conocimientos
abstractos que poseía. Los Misterio de
Grecia, Egipto, Persia e India obligaban
forzosamente a sus iniciados a no
revelar sus secretos. Después de aceptar
las obligaciones de aquellas sociedades,
la única solución honorable para
Pitágoras era acatar sus normas.
Jámblico menciona a 218 hombres y 17
mujeres entre los filósofos pitagóricos
más famosos. Por consiguiente, resulta
evidente que Pitágoras reveló sus
secretos a una cantidad considerable de
personas, probablemente todas las que
pensó que podían comprender su
conocimiento y sacarle provecho. Aún
habría que aceptar la doctrina pitagórica
de filosofía matemática como el único
sistema de pensamiento capaz de hacer
frente al enigma de la existencia.
Manly Palmer Hall
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