viernes, 17 de mayo de 2019

EL GRAN SECRETO



Sabiduría, moralidad, virtud: palabras respetables, pero vagas, sobre las cuales se disputa desde hace muchos siglos pero sin haber conseguido entenderlas. Querría ser sabio, mas ¿tendré yo la certeza de mi sabiduría, mientras crea que los locos son más felices y hasta más alegres que yo?. Es preciso tener buenas costumbres, pero todos somos algo niños; las moralidades nos adormecen. Y es que nos enseñan moralidades tontas que no convienen a nuestra naturaleza. Hablamos de lo que no nos interesa y pensamos en otra cosa. Excelente cosa es la virtud: su nombre quiere decir fuerza, poder. 

El mundo subsiste por la virtud de Dios. Mas ¿en qué consiste para nosotros la virtud?. ¿Será una virtud para enflaquecer la cabeza o suavizar el rostro?. ¿Llamaremos virtud a la simplicidad del hombre de bien que se deja despojar por los bellacos?. ¿Será virtud abstenerse en el temor de abusar?. ¿Qué pensaríamos de un hombre que no andase por miedo de quebrarse una pierna?. La virtud, en todas las cosas, es lo opuesto de la nulidad, del sopor y de la impotencia. La virtud supone la acción; pues si ordinariamente oponemos la virtud a las pasiones es para demostrar que ella nunca es pasiva. La virtud no es solamente la fuerza, es también la razón directora de la fuerza. Es el poder equilibrante de la vida. El gran secreto de la virtud, de la virtualidad y de la vida, sea temporal, sea eterna, puede formularse así: El arte de balancear las fuerzas para equilibrar el movimiento. 

El equilibro que se necesita alcanzar no es el que produce la inmovilidad, sino el que realiza el movimiento. Pues la inmovilidad es muerte y el movimiento es vida. Este equilibrio motor es el de la propia Naturaleza. La Naturaleza, equilibrando las fuerzas fatales, produce el mal físico y la destrucción aparente del hombre mal equilibrado. El hombre se libera de los males de la Naturaleza sabiendo sustraerse a la fatalidad de las circunstancias por el empleo inteligente de su libertad. Empleamos aquí la palabra fatalidad, porque las fuerzas imprevistas e incomprensibles para el hombre necesariamente le parecen fatales. La Naturaleza ha previsto la conservación de los animales dotados por el instinto, pero también dispone de todo para que el hombre imprudente perezca. Los animales viven, por así decirlo, por sí mismos y sin esfuerzos. Sólo el hombre debe aprender a vivir. La ciencia de la vida es la ciencia del equilibrio moral. 

Conciliar el saber y la religión, la razón y el sentimiento, la energía y la dulzura es el fondo de ese equilibrio. La verdadera fuerza invencible es la fuerza sin violencia. Los hombres violentos son hombres débiles e imprudentes, cuyos esfuerzos se vuelven siempre contra ellos mismos. El afecto violento se asemeja al odio y casi a la aversión. La cólera hace que la persona se entregue ciegamente a sus enemigos. Los héroes de Homero, cuando combaten, tienen el cuidado de insultarse para entrar en furor recíprocamente, sabiendo de antemano, con todas las probabilidades, que el más furioso de los dos será vencido. El fogoso Aquiles estaba predestinado a perecer desgraciadamente. Era el más altivo y el más valeroso de los griegos y sólo causaba desastres a sus conciudadanos. El que hace tomar Troya es el prudente y paciente Ulises, que sabe siempre contenerse y sólo hiere con golpe seguro. Aquiles es la pasión y Ulises la virtud y es desde este punto de vista que debemos tratar de comprender el alto alcance filosófico y moral de los poemas de Homero. Sin duda que el autor de estos poemas era un iniciado de primer orden, pues el Gran Arcano de la Alta Magia práctica, está entero en la Odisea. 

El Gran Arcano Mágico, el Arcano único e incomunicable tiene por objeto poner, por así decirlo, el poder divino al servicio de la voluntad del hombre. Para llegar a la realización de este Arcano es preciso SABER lo que se debe hacer, QUERER lo exacto, OSAR en lo que se debe y CALLAR con discernimiento (1). El Ulises de Homero (2) tiene, en contra de sí, a los dioses, los elementos, los cíclopes, las sirenas, Circe, etc., es decir, a todas las dificultades y todos los peligros de la vida. Su palacio es invadido, su mujer es obsediada, sus bienes son saqueados, su muerte es resuelta, pierde sus compañeros, sus navíos son hundidos; en fin, queda solo en su lucha contra la noche y el mal. Y así, solo, aplaca a los dioses, escapa del mal, ciega al cíclope, engaña a las sirenas, domina a Circe, recupera su palacio, libera a su mujer, mata a los que querían matarlo, y todo, porque quería volver a ver a Itaca y a Penélope, porque sabía escapar siempre del peligro, porque se atrevía con decisión y porque callaba siempre que fuera conveniente no hablar. 

Pero, dirán contrariados los amantes de los cuentos azules, esto no es magia. ¿No existen talismanes, yerbas y raíces que hacen operar prodigios?. ¿No hay fórmulas misteriosas que abren las puertas cerradas y hacen aparecer a los espíritus?. Háblanos de esto y deja para otra ocasión tus comentarios sobre la Odisea. Si habéis leído mis obras precedentes, sabéis entonces que reconozco la eficacia relativa de las fórmulas, de las yerbas y de los talismanes. Pero éstos apenas son pequeños medios que se enlazan a los pequeños misterios. Os hablo ahora de las grandes fuerzas morales y no de los instrumentos materiales. Las fórmulas pertenecen a los ritos de iniciación; los talismanes son auxiliares magnéticos; y las yerbas corresponden a la medicina oculta, y el propio Homero no las desdeñaba. El Moly, el Lothos y el Nepenthes (3) tienen su lugar en estos poemas, pero son ornamentos muy accesorios. 

La copa de Circe nada puede sobre Ulises, que conoce sus efectos funestos y sabe eludir de beberla. El iniciado en la alta ciencia de los magos nada tiene que temer a los hechiceros. Las personas que recorren la magia ceremonial y van a consultar adivinos se asemejan a los que, multiplicando las prácticas de devoción, quieren o esperan suplir con ello la religión verdadera. Dichas personas nunca estarán satisfechas de vuestros sabios consejos. Todas esconden un secreto que es bien fácil de adivinar, y que podría expresarse así: “tengo una pasión que la razón condena y me antepongo a la razón; es por eso que vengo a consultar el oráculo del desvarío, a fin de que me haga esperar, que me ayude a engañar mi conciencia y me de la paz del corazón”. Van así a beber en una fuente engañosa que después de satisfacerles la sed la aumenta cada vez más. 

El charlatán suministra oráculos oscuros y la gente encuentra en ellos lo que quiere encontrar y vuelve a buscar más esclarecimientos. Regresa al día siguiente, vuelve siempre, y de ese modo son los charlatanes los que hacen fortuna. Los Gnósticos basilidianos decían que Sophia, la sabiduría natural del hombre, habiéndose enamorado de sí misma, como el Narciso de la mitología clásica, desvió la mirada de su principio y se lanzó fuera del círculo trazado pro la luz divina llamada pleroma. Abandonada entonces a las tinieblas, hizo sacrilegios para dar a luz. Pero una hemorragia semejante a la que alude el Evangelio, le hizo perder su sangre, que se iba transformando en monstruos horribles. ¡La más peligrosa de todas las locuras es la de la sabiduría corrompida!. Los corazones corrompidos envenenan toda la naturaleza. 

Para ellos el esplendor de los bellos días es apenas un ofuscante tedio y todos los goces de la vida, muertos para estas almas muertas, se levantan delante de ellas para maldecirlas, como los espectros de Ricardo III: “desespera y muere”. Los grandes entusiasmos les hacen sonreír y lanzar al amor y a la belleza, como para vengarse, el desprecio insolente de Stenio y de Rollon. No debemos dejar caer los brazos acusando a la fatalidad; debemos luchar contra ella y vencerla. Aquellos que sucumben en ese combate son los que no supieron o no quisieron triunfar. No saber es una disculpa, pero no una justificación, puesto que se puede aprender. “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”, dijo el Cristo al expirar. Si fuese permitido no saber la oración del Salvador habría sido inexacta y el Padre nada hubiera tenido que perdonarles. Cuando la gente no sabe, debe querer aprender. Mientras no se sabe es temerario osar, pero siempre es bueno saber callar. 

Eliphas Lévi

NOTAS DEL TRADUCTOR 

(1) Saber, Querer, Osar, Callar: La palabra cuádruple del enigma eterno propuesto por la Esfinge: Saber, en su cabeza de mujer de mirada penetrante; Querer, en los flancos del laborioso toro; Osar, en sus garras de león, y Callar, en las alas plegadas. Esto debía comprenderlo el aspirante a los misterios de Egipto, y además, saber leer el cuádruple verbo: Querer saber; Querer osar; Querer callar. Saber querer; Saber callar; Saber osar. Osar querer; Osar saber; Osar callar, antes de tener el derecho a penetrar por el portal del monstruo a los corredores subterráneos y salas iniciáticas. 

(2) Ulises. Mitología: Rey de Itaca, uno de los principales héroes en la guerra de Troya, esposo de Penélope y padre de Telémaco. Sus aventuras constituyen el argumento de la Odisea de Homero. 

(3) Moly, Lothos, Nepenthes. Plantas que figuran en los poemas de Homero y que servirían por sus virtudes simpáticas para experiencias mágicas.

LAS TINIEBLAS EXTERIORES




Quedó dicho que el fenómeno de la luz física se opera y se realiza únicamente en los ojos que la ven. Es decir, que la visibilidad no existiría para nosotros sin la facultad de la visión. Lo mismo acontece con la luz intelectual: ella sólo existe para las inteligencias que son capaces de verla. Es la luz interior fuera de la cual nada existe sino las tinieblas exteriores donde, según la palabra del Cristo, no existen más que “llantos y crujir de dientes”. Los enemigos de la verdad se asemejan a los niños miedosos, que derriban y apagan las luces para gritar y llorar mejor en las tinieblas. La verdad es tan indispensable del bien que toda mala acción, libremente consentida y realizada, sin que la conciencia proteste, apaga la luz de nuestra alma y nos lanza hacia las tinieblas exteriores. 

En esto radica la esencia del pecado mortal. El pecador está representado por el mítico Edipo, (1) quien después de matar a su padre y ultrajar a su madre acabó por cegar sus propios ojos. El padre de la inteligencia es el saber y su madre es la creencia. Había dos árboles en el Edén, el árbol de la Ciencia y el árbol de la Vida. El saber debe y puede fecundar la Fe; sin él, ella se gasta en abortos monstruosos y sólo produce fantasmas. La Fe debe ser la recompensa del saber y el fin de todos sus esfuerzos; sin ella, dicho saber acaba por dudar de sí mismo y cae en un desaliento profundo que luego se cambia en desesperación. Así, de un lado los creyentes que desprecian la ciencia y que desconocen la Naturaleza, y del otro, los sabios que ultrajan, repelen y quieren aniquilar la Fe, son igualmente enemigos de la Luz y se precipitan, cada cual más deprisa, en las tinieblas exteriores en que Proudhon y Veuillot hacen oír su voz más triste que el sollozo y el crujir de sus dientes. La verdadera fe no puede estar en contradicción con la verdadera ciencia. Toda explicación de dogma cuya falsedad demostrase la ciencia debe ser reprobada por la fe. 

No estamos en el tiempo en que se decía: “creo porque es absurdo”. Debemos decir ahora: “Creo, porque sería absurdo no creer”: Credo quia absurdum non credere. La ciencia y la fe ya no son dos máquinas de guerra prontas a chocar, sino las dos columnas destinadas a sostener el frontispicio del templo en la paz. Es preciso limpiar el oro del Santuario, ordinariamente tan deslucido por la inmundicia sacerdotal. El Cristo dice: “Las palabras del dogma son Espíritu y Vida”, y para El la materia nada vale. Añade también: “No juzguéis para no ser juzgados, pues el juicio que hagáis os será aplicado y seréis medidos con la misma medida que uséis”. ¡Qué espléndido elogio de la sabiduría y de la duda!. ¡Y qué proclamación de la libertad de conciencia!. De hecho, una cosa es evidente para quien presta atención al buen sentido: que si existiese una ley rigurosa aplicable a todos, y sin cuya observancia fuese imposible la salvación, sería preciso que esa ley promulgara de manera tal que nadie pudiese discutirla o dudar de ella. 

La duda posible equivaldría a una negación formal y el desconocimiento de dicha ley por parte de un solo hombre anularía de por sí, la divinidad de dicha ley. No hay dos maneras de ser hombre de bien. ¿Será la religión menos importante que la probidad?. Sin duda que no, y es por eso que jamás hubo más que una religión en el mundo. Las disidencias son apenas aparentes. Pero lo que siempre hubo de irreligioso y horrible es el fanatismo de los ignorantes, que se dañan mutuamente. 
La religión verdadera es la religión universal, y es por esto que solamente la que se llama católica trae la verdad. Esta religión posee y conserva la ortodoxia del dogma, la jerarquía de los poderes, la eficacia del culto y la magia verdadera de la ceremonia. Sustentando esto, a pesar del Papa si fuere necesario, seremos tal vez más católicos que el Papa y más protestantes que Lutero. 

La verdadera religión es, principalmente, la Luz Interna; las formas religiosas se multiplican a menudo y se esclarecen por el fósforo espectral en las tinieblas exteriores; pero es preciso respetar la individualidad de las almas que no comprenden el espíritu. La ciencia no puede y no debe emplear represalias contra la ignorancia. El fanatismo no sabe por qué la Fe tiene razón y la razón, al mismo tiempo que reconoce que la religión es necesaria, sabe perfectamente en qué y por qué la superstición se engaña. Toda la religión católica y cristiana está basada en el dogma de la gracia, esto es, de la gratitud. “Recibiréis liberalmente, dad también con libertad”, dice San Pablo. 
La religión es, esencialmente, una institución de beneficencia. La iglesia es una casa de auxilio para los desheredados de la filosofía. Se puede dispensarla, pero no conviene atacarla. 

Los pobres que se abstienen de acudir a la Asistencia Pública no tienen por eso, el derecho de difamarla. El hombre que vive honestamente sin religión se priva a sí mismo de un gran auxilio, aunque pro ello no hace ningún agravio a Dios. 

Los dones gratuitos no se sustituyen por castigos cuando alguien los rehúsa, y Dios no es un usurero que haga pagar a los hombres intereses de lo que no le adeudan. Los hombres tienen necesidad de la religión, pero la religión no tiene necesidad de los hombres. Aquellos que no reconocen la ley, dice San Pablo, serán juzgados fuera de la ley. No habla aquí de la ley natural sino de la ley religiosa, o para ser más exactos, de las prescripciones sacerdotales. Fuera de estas verdades, tan dulces y tan puras, sólo hay tinieblas exteriores, donde lloran aquellos que la religión mal comprendida no podría consolar y donde los sectarios que toman el odio por el amor hacen rechinar sus dientes. Santa Teresa tuvo una visión formidable en cierta oportunidad. Le pareció estar en el infierno encerrada entre dos paredes vivientes que constantemente se acercaban sin llegar nunca a aplastarla. Esta prisión, hecha de paredes palpables, podría hacernos pensar en aquella palabra amenazadora de Cristo: “¡Las tinieblas exteriores!. Imaginemos un alma que por odio a la Luz se vuelve ciega como Edipo; que resiste todas las atracciones de la vida y que huye de la vida como de la luz. 

Lanzada fuera de la atracción de los mundos y de la claridad de los soles, deambula sola en la inmensidad oscura para toda la eternidad y únicamente existe para ella misma y para los ciegos voluntarios que se le asemejan. Inmóvil en la sombra, sufre la tortura eterna de la noche. Le parece que todo está aniquilado, excepto su propio sufrimiento capaz de llenar el infinito. ¡Oh dolor!. ¡Haber podido comprende y sin embargo haberse obstinado en el idiotismo de una fe insensata!. ¡Haber podido amar y tener atrofiado el corazón!. ¡Una hora solamente, o al menos un minuto de las alegrías más imperfectas y de los más fugitivos amores!. ¡Un poco de aire! ¡Un poco de sol!. ¡Siquiera un poco de claridad y un tablado para saltar!. ¡Una gota de vida, o aun menos que una gota, una lágrima!. Y la eternidad implacable le responde: ¡Qué hablas tú de lágrimas, si tú misma no puedes llorar!. Las lágrimas son el rocío de la vida y la destilación de la savia del amor; tú misma te aislaste en el egoísmo y te encerraste en la Muerte. ¡Ah!. ¡Quisiste ser más santa que Dios!. ¡Escupiste en el rostro de nuestra señora madre, la casta y la divina Naturaleza!. ¡Has maldecido a la 

Ciencia, la Inteligencia y el Progreso!. ¡Creíste que para vivir eternamente era preciso asemejarse a un cadáver y disecarse como una momia!. No eres más que tu propia obra: ¡goza en paz de la eternidad que has escogido! Sin embargo, aquellas pobres gentes a quienes llamabais pecadores y malditos irán a salvaros. Aumentaremos la luz, voltearemos tu pared para arrancaros de vuestra inercia. Un enjambre de amores, o si queréis una legión de ángeles (amores y ángeles han sido creados de la misma manera), lo rodearán y llevarán con guirnaldas de flores y lucharás con el Mefistófeles del bello drama filosófico de Goethe. A pesar tuyo, a pesar de tus disciplinas y tu rostro pálido, revivirás, amarás, sabrás y sobre los restos del último convento verás también danzar con nosotros la rueda infernal de Fausto!. ¡Felices aquellos que lloraban en el tiempo de Jesús! ¡Felices, ahora, los que saben reír, porque reír es propio del hombre, como dice el gran profeta Rabelais, (2) el Mesías del Renacimiento. La risa es la indulgencia, la risa es la filosofía. El cielo se calma cuando ríe, y el Gran Arcano de la omnipotencia divina no es más que una sonrisa eterna. 

Eliphas LÉVI

NOTAS DEL  TRADUCTOR 

(1) Edipo. Mitología: Rey de Tebas. 

Hijo de Layo, rey de Tebas y de Yocasta. El Oráculo de Apolo predijo a Layo que moriría a manos de su hijo. Apenas nacido Edipo, su padre, para que no se cumpliera la predicción, le hizo llevar al monte Citerón y ordenó que fuera suspendido de los pies a la rama de un árbol. Lo encontraron unos pastores, y por la hinchazón que había producido en sus pies la ligadura lo llamaron Edipo (pies hinchados). Más tarde fue el “vencedor de la Esfinge” lo cual no es más que una alegoría iniciática. 

(2) Rabelais, Francisco. Sacerdote católico, filósofo, médico y escritor francés, autor de las célebres obras “Gargantúa” y “Pantagruel”. Durante su permanencia en el convento franciscano de Fontenayle-Comte, donde hizo su noviciado y recibió las órdenes sacerdotales, despertaron en él dos grandes sentimientos que arraigaron profundamente: el amor a las letras y el odio a los frailes. Tuvo que huir del convento por haberse vuelto sospechoso al Capítulo de la Orden. 

En 1511 fue nombrado cura párroco de Meudon. Dice de él Colletet: “Desempeñó este curato con toda la sinceridad, buena fe y caridad que se pueden esperar de un hombre que quiere cumplir con su deber. No se ve queja ni contra sus costumbres ni contra su conducta pastoral”. Rabelais, institutor y moralista de primera línea para quien lo lee con ánimo sereno, usa mucho de la sátira fina e ingeniosa como la de Cervantes. Los mediocres consideran sus obras sin valor. El destino de Rabelais fue vivir siempre perseguido por los religiosos y los teólogos y haber sido siempre aplaudido por los prelados y los príncipes, pues a estos últimos debió su completa rehabilitación y la publicación de sus numerosas obras.

jueves, 16 de mayo de 2019

LAS ENSEÑANZAS SECRETAS DE TODOS LOS TIEMPOS - LA VIDA Y LA FILOSOFÍA DE PITÁGORAS







Aprovechando un viaje a Delfos por asuntos relacionados con su trabajo como mercader, Mnesarchus, el padre de Pitágoras, y su esposa. Parthenis, decidieron consultar al oráculo para saber si las Parcas eran favorables para su viaje de regreso a Siria. Cuando la pitonisa (la profetisa de Apolo) se sentó en el trípode dorado, encima de la enorme entrada de aire del oráculo, en lugar de responder a la pregunta que le habían formulado, dijo a Mnesarchus que su esposa estaba encinta y que daría a luz a un hijo que estaba destinado a superar a todos los hombres en belleza y sabiduría y que, a lo largo de su vida, contribuiría mucho al bien de la humanidad. Mnesarchus quedó tan impresionado por la profecía que cambió el nombre de su esposa por el de Pythais, en honor de la pitonisa. Cuando nació el niño en Sidón, en Fenicia, fue, como había dicho el oráculo, un varón. Mnesarchus y Pythais lo llamaron Pitágoras, convencidos de que había sido predestinado por el oráculo. Se conservan muchas leyendas extrañas en torno al nacimiento de Pitágoras. 

Algunos sostienen que no era un hombre mortal, sino que era uno de los dioses que había adoptado un cuerpo humano para permitirle venir al mundo e instruir a la raza humana. Pitágoras fue uno de los numerosos sabios y salvadores de la Antigüedad para los cuales se afirma una concepción inmaculada. En su Anacalypsis, Godfrey Higgins escribe lo siguiente: «La primera circunstancia sorprendente en la que coinciden la historia de Pitágoras y la de Jesús es que los dos eran oriundos casi del mismo país: aquel había nacido en Sidón y este, en Belén, dos ciudades de Siria. 
El padre de Pitágoras, al igual que el de Jesús, se enteró por una profecía de que su esposa iba a tener un hijo que sería un benefactor de la humanidad. Los dos nacieron cuando sus madres estaban de viaje lejos del hogar: José y su esposa habían ido a Belén por una cuestión de impuestos y el padre de Pitágoras había viajado desde Saínos, su lugar de residencia, a Sidón, por sus intereses mercantiles. Pythais [Pythasis], la madre de Pitágoras, tuvo una relación con un espectro o fantasma del dios 

Apolo, el dios del Sol (debía de ser, sin duda, un fantasma santo y aquí tenemos al Espíritu Santo), que después se apareció a su esposo y le dijo que no debía tener relaciones con su esposa durante el embarazo: una historia que, evidentemente, es la misma que la de Jesús y María. Por estas circunstancias peculiares, a Pitágoras lo conocían, igual que a Jesús, como “el hijo de Dios” y la multitud suponía que estaba bajo la influencia de la inspiración divina». Este filósofo famosísimo nació entre el año 600 y el 590 a. de C. y se calcula que vivió casi cien años. Las enseñanzas de Pitágoras indican que estaba perfectamente familiarizado con los preceptos del esoterismo oriental y el occidental, viajó entre los judíos y fue instruido por los rabinos sobre las tradiciones secretas de Moisés, el legislador de Israel. Posteriormente, la escuela de los esenios se dedicó principalmente a interpretar los símbolos pitagóricos. Pitágoras fue iniciado en los Misterios egipcios, los babilonios y los caldeos. Aunque algunos creen que fue discípulo de Zaratustra, es dudoso que su instructor de ese nombre fuese el hombre-dios que actualmente veneran los parsis. Aunque los relatos de sus viajes son dispares, los historiadores coinciden en que visitó numerosos países y estudió a los pies de muchos maestros. 

«Después de adquirir todo lo que podía aprender de los filósofos griegos y, supuestamente, de iniciarse en los Misterios eleusinos, fue a Egipto, donde, tras muchos rechazos y negativas, finalmente logró que los sacerdotes de Tebas lo iniciaran en los Misterios de Isis. A continuación, aquel intrépido asociacionista se dirigió a Fenicia y a Siria, donde le fueron conferidos los Misterios de Adonis y, tras cruzar el valle del Éufrates, se entretuvo el tiempo suficiente para aprender las tradiciones secretas de los caldeos, que seguían viviendo en las inmediaciones de Babilonia. 

Por último, hizo su incursión más importante y más histórica a través de Media y Persia hasta el Indostán, donde permaneció varios años como discípulo e iniciado de los cultos brahmanes de Elephanta y Ellora».  El mismo autor añade que el nombre de Pitágoras figura aún en los registros de los brahmanes como Yavancharya, el maestro jónico. Dicen que Pitágoras fue el primero que se llamó a sí mismo «filósofo»; de hecho, el mundo está en deuda con él por esta palabra. Antes de aquella época, a las personas dotadas de sabiduría se las llamaba «sabios», que se interpretaba como «los que saben». Pitágoras fue más modesto y acuñó la palabra «filósofo», que él definía como «alguien que quiere saber». Cuando regresó de sus viajes Pitágoras creó una escuela o, como se ha llamado a veces, una universidad, en Crotona, una colonia doria en el sur de Italia. 

Cuando llegó, lo miraron con recelo, pero al poco tiempo las personas que ocupaban cargos importantes en las colonias vecinas empezaron a buscar su asesoramiento en las cuestiones de máxima actualidad. Reunió a su alrededor a un grupo reducido de discípulos sinceros, a los que instruyó en la sabiduría secreta que le había sido revelada y también en los aspectos fundamentales de la matemática oculta, la música y la astronomía, que él consideraba la base triangular de todas las artes y las ciencias. Cuando tenía casi sesenta años, se casó con una de sus discípulas y de aquella unión nacieron siete hijos. Su esposa era una mujer notablemente capaz, que no solo lo estimuló a lo largo de su vida, sino que, después de su asesinato, continuó difundiendo sus doctrinas. Como ocurre tantas veces con los genios, Pitágoras, con su franqueza, se granjeó enemistades políticas y personales. Entre los que llegaron buscando la iniciación hubo uno que, porque Pitágoras se negó a admitirlo, decidió destruir tanto al hombre como a su filosofía. Mediante propaganda falsa, aquel descontento puso a la gente corriente contra el filósofo. 

Una pandilla de asesinos llegó sin avisar al pequeño grupo de edificios donde vivían el gran maestro y sus discípulos, quemaron las construcciones y mataron a Pitágoras. Las versiones sobre la muerte del filósofo no se ponen de acuerdo. Algunos dicen que fue asesinado con sus discípulos; otros que, mientras huía de Crotona con un pequeño grupo de seguidores, sus enemigos lo atraparon y lo quemaron vivo en una casita en la que se habían refugiado para descansar durante la noche. Según otra versión, al verse atrapados en la construcción en llamas, los discípulos se arrojaron d fuego para convertir sus cuerpos en un puente sobre el cual Pitágoras logró escapar, aunque murió de tristeza poco después, ante la aparente inutilidad de sus esfuerzos por servir e iluminar a la humanidad. 

Los discípulos que lo sobrevivieron trataron de perpetuar sus doctrinas, pero los persiguieron por todas partes y es muy poco lo que se conserva en la actualidad como homenaje a la grandeza de este filósofo. Dicen que los discípulos de Pitágoras jamás lo llamaban ni se referían a él por su nombre, sino siempre como «el Maestro» o «aquel hombre». Es posible que esto se deba al hecho de que se creía que el nombre de Pitágoras constaba de un número determinado de letras con un orden especial y gran significación sagrada. La revista The Word ha publicado un artículo de T. R. Prater que demostraba que Pitágoras iniciaba a sus candidatos mediante una fórmula determinada que estaba oculta en las letras de su propio nombre. Esto explicaría por qué se reverenciaba tanto la palabra «Pitágoras». A la muerte de Pitágoras, su escuela se fue desintegrando poco a poco, aunque los que sacaron provecho de sus enseñanzas veneraban la memoria del gran filósofo, del mismo modo en que, durante su vida, lo habían reverenciado a él. Con el paso del tiempo, Pitágoras llegó a ser considerado un dios, más que un hombre, y sus discípulos dispersos estaban unidos por su admiración común hacia el genio trascendente de su maestro. 

Édouard Schuré, en Pythagoras and the Delphic Mysteries, relata el siguiente episodio como ejemplo del vínculo de hermandad que unía a los miembros de la escuela pitagórica: Uno de ellos, que había caído enfermo y estaba sumido en la pobreza, fue alojado amablemente por un posadero. 
Antes de morir, dibujó unos cuantos signos misteriosos (seguramente, el pentáculo) sobre la puerta de la posada y dijo al dueño: «No os preocupéis, que alguno de mis hermanos saldará mis deudas». 
Al cabo de un año pasó por allí un desconocido que vio los signos y le dijo al dueño: «Soy pitagórico y aquí murió uno de mis hermanos; decidme cuánto os debo en su nombre». Frank C. Higgins, del grado 32, ofrece a continuación un compendio excelente de los principios pitagóricos: Las enseñanzas de Pitágoras son de trascendental importancia para los masones, puesto que son el fruto necesario de su contacto con los filósofos más destacados de todo el mundo civilizado de su época y deben de representar aquello en lo que todos estaban de acuerdo, despojado de toda la cizaña de la controversia. Por eso, la postura decidida de Pitágoras en defensa del monoteísmo puro es prueba suficiente de que la tradición en cuanto a que la unidad de Dios era el secreto supremo de todas las instituciones antiguas es totalmente correcta. 

La escuela filosófica de Pitágoras era, en cierta medida, también una serie de iniciaciones porque hacía pasar a sus discípulos por una serie de grados y jamás les permitía estar en contacto directo con él hasta que alcanzaban los grados superiores. Según sus biógrafos, los grados eran tres. El primero, el de —si la masonería se inculcara de forma adecuada— la base sobre la cual se erigía todo el resto del conocimiento. En segundo lugar, estaba el grado de «Theoreticus», que se refería a las aplicaciones superficiales de las ciencias exactas, y, por último, el grado de «Electus», que permitía al candidato adelantarse hasta alcanzar la luz de la máxima iluminación que era capaz de absorber. Los discípulos de la escuela pitagórica se clasificaban en «exoterici», o discípulos de grados externos, y «esoterici», cuando habían superado el tercer grado de iniciación y tenían derecho a acceder a la sabiduría secreta. El silencio, el secreto y la obediencia incondicional eran principios fundamentales de esta gran orden. 

  Los fundamentos pitagóricos 

El estudio de la geometría, la música y la astronomía se consideraba fundamental para un conocimiento racional de Dios, el hombre o la naturaleza y nadie que no conociera a fondo estas ciencias podía acompañar a Pitágoras como discípulo. Eran muchos los que pedían ser admitidos en su escuela. Se examinaba a cada candidato en las tres materias y los que las ignoraban eran rechazados de inmediato. Pitágoras no era extremista: enseñaba la moderación en todo, más que el exceso en algo, porque creía que un exceso de virtud era, en sí mismo, un defecto. 

Una de sus frases favoritas era: «Debemos poner todo nuestro empeño en evitar y amputar, a fuego y a espada y por cualquier otro medio, del cuerpo la enfermedad, del alma la ignorancia, del vientre la lujuria, de una ciudad la sedición, de una familia la discordia y de todas las cosas el exceso». También opinaba que no hay delito peor que la anarquía. Todo el mundo sabe lo que quiere, pero pocos saben lo que necesitan. Pitágoras advertía a sus discípulos que, cuando rezaran, no pidieran para sí mismos y que, cuando solicitaran algo a los dioses, no les requirieran cosas para sí mismos, porque nadie sabe lo que es bueno para sí y, por tal motivo, no conviene pedir cosas que, si se obtuvieran, solo resultarían perjudiciales. 

El dios de Pitágoras era la mónada, o el Uno que lo es Todo. Describía a Dios como la Mente Suprema distribuida por todo el universo: la causa de todas las cosas, la inteligencia de todas las cosas y el poder que hay en todas las cosas. Decía también que el movimiento divino era circular, que el cuerpo de Dios estaba compuesto por la sustancia de la luz y que la naturaleza de Dios estaba compuesta por la sustancia de la verdad. Para Pitágoras, comer carne nublaba la facultad de razonamiento. Si bien no condenaba su uso ni se abstenía por completo él mismo, decía que los jueces debían abstenerse de comer carne antes de un juicio, para que los que compareciesen ante ellos recibieran las decisiones más honestas y acertadas. 

Cuando Pitágoras decidía —como ocurría a menudo— retirarse al templo de Dios por un período prolongado para meditar y orar, llevaba consigo comidas y bebidas preparadas especialmente. La comida consistía en semillas de amapola y sésamo a partes iguales, la piel de la cebolla albarrana totalmente disecada, la flor del narciso, hojas de malva y una pasta hecha de cebada y guisantes. Mezclaba todo esto y le agregaba miel silvestre. Para beber, combinaba semillas de pepinos, pasas de uva (sin semillas), flores de cilantro, semillas de malva y verdolaga, queso rallado, harina y nata y lo endulzaba con miel silvestre. Según Pitágoras, era lo que comía Hércules cuando deambulaba por el desierto de Libia y la mismísima diosa Ceres había dado al héroe aquella receta. 

El método favorito de curación entre los pitagóricos eran las cataplasmas También conocían las propiedades mágicas de gran cantidad de plantas. Pitágoras valoraba mucho las propiedades medicinales de la cebolla albarrana y dicen que escribió todo un libro sobre este tema, aunque no tenemos actualmente ninguna constancia de dicha obra. Pitágoras descubrió que la música tenía gran poder terapéutico y preparó armonías especiales para diversas enfermedades. Parece que también experimentó con el color y obtuvo un éxito considerable. Uno de sus procesos curativos únicos se debe a su descubrimiento del valor curativo de determinados versos de la Odisea y la Ilíada de Homero y hacía que se los leyeran a personas que padecían ciertas enfermedades. Se oponía a la cirugía en todas sus formas y también estaba en contra de la cauterización. 

No permitía que nada afeara el cuerpo humano, porque, según él, constituía un sacrilegio contra el lugar donde moraban los dioses. Pitágoras enseñaba que la amistad era la relación más auténtica y que era casi perfecta. Declaraba que en la naturaleza había amistad de todos para con todos: de los dioses hacia los hombres; de las doctrinas entre sí; del alma con respecto al cuerpo; de la parte racional con la irracional; de la filosofía con respecto a su teoría; de los hombres entre sí; entre compatriotas; que la amistad también existía entre extraños, entre un hombre y su mujer, sus hijos y sus criados Todos los vínculos en los que no hubiera amistad eran grilletes y no había virtud alguna en mantenerlos. Pitágoras creía que las relaciones eran fundamentalmente mentales, más que físicas, y que un desconocido con un intelecto comprensivo estaba más cerca de él que un consanguíneo cuyos puntos de vista discreparan de los suyos Pitágoras definía el conocimiento como el fruto de la acumulación mental. 

Creía que se obtenía de muchas maneras, pero fundamentalmente por medio de la observación. La sabiduría era el conocimiento del origen o la causa de todas las cosas y la única manera de conseguirla era elevando el intelecto hasta alcanzar un punto en el cual conocía intuitivamente lo invisible que se manifestaba exteriormente a través de lo visible y, de este modo, conseguía establecer un rapport con el espíritu de las cosas, más que con sus formas. Lo máximo que la sabiduría podía conocer era la mónada, el misterioso átomo permanente de los pitagóricos. Pitágoras enseñaba que tanto el hombre como el universo estaban hechos a imagen y semejanza de Dios y que, al estar hechos los dos a partir de la misma imagen, comprender uno suponía conocer el otro. 
Enseñaba, además, que había una interrelación constante entre el Gran Hombre (el cosmos) y el hombre (el microcosmos). Pitágoras creía que todos los cuerpos siderales estaban vivos y que las formas de los planetas y las estrellas no eran más que cuerpos que revestían almas, mentes y espíritus, del mismo modo en que la forma humana visible no es más que el medio que recubre un organismo espiritual invisible, que es, en realidad, el individuo consciente. 

Para Pitágoras, los planetas eran divinidades espléndidas que merecían la adoración y el respeto del hombre. Sin embargo, opinaba que todas aquellas divinidades estaban supeditadas a La Causa Primera, dentro de la cual todas existían temporalmente, como la mortalidad existe en medio de la inmortalidad. La famosa Y pitagórica representaba la capacidad de elección y se usaba en los Misterios como emblema de la bifurcación de los caminos. El tronco central se separaba en dos partes, una de las cuales se ramificaba hacia la derecha y la otra, hacia la izquierda. 
La rama de la derecha se llamaba «sabiduría divina» y la de la izquierda, «sabiduría terrenal». 

La juventud, encarnada en el candidato, que recorría el camino de la vida —representado por el tronco central de la Υ—, llega al punto en el cual el camino se bifurca. El neófito debe elegir entonces entre seguir el camino de la izquierda y, siguiendo los dictados de su naturaleza inferior, ingresar en un espacio de locura e irreflexión que lo llevará irremediablemente a la ruina, o seguir el camino de la derecha y, gracias a la integridad, la laboriosidad y la sinceridad, conseguir finalmente la unión con los inmortales en las esferas superiores. Es probable que Pitágoras tomase su concepto de la Υ de los egipcios, que incluían en algunos de sus rituales de iniciación una escena en la cual el candidato se encontraba frente a dos figuras femeninas. 

Una de ellas, tapada con las túnicas blancas del templo, animaba al neófito a ingresar en las salas del conocimiento, mientras que la otra, engalanada con joyas que simbolizaban los tesoros terrenales y llevando en las manos una bandeja llena de uvas (emblemas de la luz falsa), intentaba atraerlo hacia las cámaras de la disipación. Este símbolo sigue existiendo en las cartas del Tarot, donde se llama «la bifurcación de los caminos». Para muchas naciones, la horquilla es el símbolo de la vida y se solía colocar en el desierto para indicar la presencia de agua. Con respecto a la teoría de la transmigración como la ha difundido Pitágoras hay diversas opiniones. Según algunos, enseñaba que aquellos mortales que, por lo que habían hecho durante su existencia terrenal, habían llegado a parecerse a ciertos animales volvían a la tierra bajo la apariencia de tales animales. Por ejemplo, una persona tímida regresaría en forma de conejo o de ciervo; una persona cruel, en forma de lobo o de algún otro animal feroz, y una persona astuta, con apariencia de zorro. Sin embargo, este concepto no encaja dentro del esquema pitagórico general y es mucho más probable que tuviera un sentido más alegórico que literal. La intención era dar la idea de que los seres humanos se vuelven brutales cuando se dejan dominar por sus deseos más bajos y sus tendencias destructivas. 

Es probable que haya que entender la palabra «transmigración» como lo que habitualmente se llama «reencarnación», una doctrina con la que Pitágoras debió de tener contacto directo o indirecto en India y en Egipto. El hecho de que Pitágoras aceptaba la teoría de las reapariciones sucesivas de la naturaleza espiritual en forma humana se encuentra en una nota a pie de página en la Historia de la magia de Lévi: «Era un defensor importante de lo que solía llamarse la doctrina de la metempsicosis, entendida como la transmigración del alma en cuerpos sucesivos. Él mismo había sido a) Elálides, uno de los hijos de Mercurio; b) Euforbo, hijo de Panto, que pereció a manos de Menelao en la guerra de Troya; C) Hermótimo de Clazomene, una ciudad de Jonia; d) un humilde pescador, y, finalmente, e) el filósofo de Samos». Pitágoras enseñaba también que cada especie de criatura tenía lo que él llamaba un sello, otorgado por Dios, y que la forma física de cada una era la impresión de aquel sello sobre la cera de la sustancia física, de modo que cada cuerpo llevaba estampada la dignidad del modelo que Dios le había otorgado. 

Pitágoras creía que al final el hombre alcanzaría un estado en el que se desprendería de su naturaleza burda y actuaría en un cuerpo de éter espiritualizado, yuxtapuesto en todo momento a su forma física, que podría ser la Octava Esfera, o Antichton, desde la cual ascendería al reino de los inmortales, al que pertenecía por derecho divino de nacimiento. Pitágoras enseñaba que todo lo que existía en la naturaleza era divisible en tres partes y que no se podía llegar a ser verdaderamente sabio hasta que no se veían los problemas como diagramáticamente triangulares. Decía: «Si se establece un triángulo, dos tercios del problema quedan resueltos» y también: «Todo está formado por tres». Según este punto de vista, Pitágoras dividía el cosmos en tres partes, que él llamaba el «mundo supremo», el «mundo superior» y el «mundo inferior». El más elevado, o mundo supremo, era una sutil esencia espiritual que se compenetraba con todas las cosas y, por consiguiente, era el verdadero plano de la propia Divinidad Suprema, ya que la Divinidad era, en todos los sentidos, omnipresente, omniactiva, omnipotente y omnisciente. Los dos mundos inferiores existían dentro de la naturaleza de aquella esfera suprema. 

En el Mundo Superior vivían los inmortales y también los arquetipos o los sellos, cuya naturaleza no participaba en modo alguno del material de lo terreno, sino que, como proyectaban sus sombras sobre lo profundo (el mundo inferior), sólo se podían conocer a través de ellas. En el tercero, o mundo inferior, vivían las criaturas que eran partícipes de la sustancia material o participaban en el trabajo con la sustancia material y en ella. Por consiguiente, esta esfera era la morada de los dioses mortales, los demiurgos, los ángeles que trabajan con los hombres, también de los demonios que participan de la naturaleza de la tierra y, por último, de la humanidad y los reinos inferiores, los que transitoriamente pertenecen a la tierra pero son capaces de elevarse por encima de aquella esfera mediante la razón y la filosofía.

EL NÚMERO EN
RELACIÓN CON LA
FORMA
Pitágoras enseñaba que el punto
simboliza el poder del número
uno; la línea, el poder del
número dos; la superficie, el
poder del número tres, y el
sólido, el poder del número
cuatro.


pitagóricos no consideran números a los dígitos uno y dos, porque representan las dos esferas supramundanas. Por consiguiente, los números pitagóricos empiezan por el tres, el triángulo, y el cuatro, el cuadrado, que, sumados al uno y al dos, producen el diez, el gran número de todas las cosas, el arquetipo del cosmos. Los tres mundos se llamaban «receptáculos». El primero era el receptáculo de los principios; el segundo, el de las inteligencias, y el tercero, o inferior, el de las cantidades. Tanto Pitágoras como los pensadores griegos posteriores daban la máxima importancia a los sólidos simétricos. Para que un sólido fuera perfectamente simétrico o regular, la misma cantidad de caras tenían que converger en todos sus ángulos y esas caras debían ser polígonos regulares iguales, es decir, figuras cuyos lados y ángulos fuesen todos iguales. Tal vez se pueda atribuir a Pitágoras el gran descubrimiento de que solo hay cinco sólidos de este tipo. [···] Los griegos creían que el mundo [el universo material] estaba compuesto por cuatro elementos —tierra, aire, fuego y agua— y para la mente griega era inevitable la conclusión de que las formas de las partículas de los elementos eran las de los sólidos regulares. Las partículas de tierra eran cúbicas, porque el cubo era el sólido regular que poseía más estabilidad. Las partículas de fuego eran tetraédricas, porque el tetraedro era el sólido más sencillo y, por lo tanto, el más ligero. Las partículas de agua eran icosaédricas, precisamente por el motivo contrario, mientras que las panículas de aire, como intermedias entre las dos últimas, eran octaédricas. El dodecaedro era, para aquellos matemáticos antiguos, el sólido más misterioso; era, con diferencia, el más difícil de construir, porque dibujar con precisión un pentágono regular requería una aplicación bastante compleja del gran teorema de Pitágoras. De ahí la conclusión, como dijo Platón, de que «la divinidad lo utilizó (al dodecaedro regular) para dibujar el plano del universo».
                                                 
LOS SÓLIDOS GEOMÉTRICOS SIMÉTRICOS

A los cinco sólidos simétricos de los antiguos se suma la esfera (1), la más perfecta de todas las formas creadas. Los cinco sólidos pitagóricos son: el tetraedro (2), cuyas cuatro caras son triángulos equiláteros; el cubo (3), cuyas seis caras son cuadrados: el octaedro (4), cuyas ocho caras son triángulos equiláteros: el icosaedro (5), cuyas veinte caras son triángulos equiláteros, y el dodecaedro (6), cuyas doce caras son pentágonos regulares. Redgrove no ha mencionado el quinto elemento de los Misterios antiguos, el que completaría la analogía entre los sólidos simétricos y los elementos.
A aquel quinto elemento, o éter, los hindúes lo llamaban akasa. Estaba estrechamente relacionado con el éter hipotético de la ciencia moderna y era la sustancia que se compenetraba con todos los demás elementos y actuaba como su disolvente común y su denominador común. 

El sólido de doce caras también hacía referencia, sutilmente, a los doce inmortales que allanaban el universo y también a las doce circunvoluciones del cerebro humano: los vehículos de aquellos inmortales en la naturaleza humana. Aunque Pitágoras, según algunos contemporáneos suyos, practicaba la adivinación (posiblemente la aritmomancia), no disponemos de información precisa sobre los métodos que empleaba. Se cree que tenía una rueda extraordinaria mediante la cual podía predecir el futuro y que había aprendido hidromancia con los egipcios Creía que el bronce tenía poderes oraculares, porque, incluso cuando todo estaba perfectamente quieto, siempre había un ruido sordo en los cuencos de bronce. En una ocasión, mientras oraba al espíritu de un río, salió del agua una voz que dijo: «Salve, Pitágoras». Dicen que podía hacer que los demonios se sumergieran en el agua y agitaran su superficie y que aquellas ondas permitían predecir algunas cosas. 

Un día, después de beber de cierto manantial, uno de los maestros de Pitágoras anunció que el espíritu del agua acababa de predecir que al día siguiente se produciría un gran terremoto y la profecía se cumplió. Es muy probable que Pitágoras tuviese poder hipnótico no solo sobre los hombres, sino también sobre los animales. Ejerciendo su influencia mental, consiguió que un ave cambiara el rumbo de su vuelo, que un oso dejara de causar estragos en una comunidad y que un toro cambiara su alimentación. También tenía el don de la clarividencia y era capaz de ver desde lejos y de describir con precisión acontecimientos que aún no se habían producido. 

 Los aforismos simbólicos de Pitágoras Jámblico reunió treinta y nueve de los dichos simbólicos de Pitágoras y los interpretó. Han sido traducidos del griego por Thomas Taylor. Los aforismos eran uno de los métodos de instrucción que más se utilizaban en la universidad pitagórica de Crotona. 
A continuación se reproducen diez de los más representativos, con una breve explicación de su significado oculto. 

I. En lugar de transitar por vías públicas, recorre los caminos menos frecuentados. Quiere decir que quienes deseen alcanzar la sabiduría la deben buscar en solitario. 

II. Domina tu lengua por sobre todas las cosas, como hacen los dioses. 

Este aforismo advierte que las palabras, en lugar de manifestarte, te tergiversan y por eso cuando uno no sabe qué decir, siempre le conviene callar. 

III. Cuando sople el viento, adora el sonido. Con esto Pitágoras recuerda a sus discípulos que el mandato divino se escucha en la voz de los elementos y que todas las cosas de la naturaleza manifiestan, mediante la armonía, el ritmo, el orden o el procedimiento, los atributos de la divinidad. 

IV. Ayuda a los demás a levantar una carga, pero no a apoyarla en el suelo. Indica al estudiante que colabore con el diligente, pero que jamás asista a aquellos que pretenden eludir sus responsabilidades, porque alentar la indolencia constituye un pecado grave. 

V. No hables sin luz sobre cuestiones pitagóricas. Se advierte al mundo que no se debe tratar de interpretar los misterios divinos ni los estados de las ciencias sin la iluminación espiritual e intelectual. 

VI. Si te has marchado de tu casa, no regreses, porque las furias irán contigo. Con estas palabras, Pitágoras advierte a sus seguidores que quien se ponga a buscar la verdad y, tras aprender parte del misterio, se desanime e intente regresar a su estado anterior de vicio e ignorancia, padecerá mucho, porque es preferible no saber nada sobre la divinidad que aprender un poco y detenerse sin llegar a saberlo todo. 

VII. Alimenta a un gallo, pero no lo sacrifiques, porque es sagrado para el sol y la luna. Este aforismo oculta dos lecciones importantes. La primera es una advertencia contra el sacrificio de seres vivos a los dioses, porque la vida es sagrada y nadie debe destruirla, ni siquiera para hacer una ofrenda a la divinidad. La segunda advierte que el cuerpo humano (al que aquí se hace referencia como un gallo) es sagrado para el sol (Dios) y para la luna (la Naturaleza) y se debe proteger y conservar como el medio de expresión más precioso que tiene el hombre. Pitágoras también prevenía a sus discípulos contra el suicidio. 

VIII. No recibas golondrinas en tu casa. Con esto se advierte a quien va en pos de la verdad que no debe permitir que entren en su cabeza pensamientos dispersos ni que entren en su vida personas ineficaces. Siempre debe estar rodeado de personas racionales y de trabajadores aplicados. 

IX. No ofrezcas fácilmente a nadie tu mano derecha. Así se advierte al discípulo que se guarde sus consejos y no brinde sabiduría ni conocimientos (su mano derecha) a los que son incapaces de apreciarlos. En este caso, la mano representa la Verdad, que levanta a quienes han caído por ignorancia, pero, como muchos de los impenitentes no desean la sabiduría, cortarán la mano que se les tiende con generosidad. El tiempo es lo único que puede redimir a las masas ignorantes. 

X. Cuando te levantes de la cama, estira las sábanas para borrar las huellas de tu cuerpo. Pitágoras instruía a sus discípulos que habían pasado del sueño de la ignorancia al despertar de la inteligencia para que suprimieran todos los recuerdos de su anterior oscuridad espiritual, porque un hombre sabio, al pasar, no deja tras de sí ninguna forma que alguien menos inteligente, al verla, vaya a usar como molde para fabricar ídolos. Los fragmentos pitagóricos más famosos son los Versos áureos, que se atribuyen al propio Pitágoras, aunque caben dudas acerca de su autoría. 

Los Versos áureos contienen un breve resumen de todo el sistema filosófico que constituye la base de las doctrinas educativas de Crotona, o, como se conoce habitualmente, la escuela itálica. Estos versos comienzan aconsejando al lector que ame a Dios, que venere a los grandes héroes y que respete a los demonios y los habitantes elementales A continuación, insta al hombre a pensar detenidamente y con diligencia sobre su vida diaria y a preferir los tesoros de la mente y el alma, en lugar de acumular bienes terrenales. Los versos también prometen al hombre que, si supera su naturaleza material inferior y cultiva el autocontrol, llegará a ser aceptable a la vista de los dioses, se reunirá con ellos y será partícipe de su inmortalidad. La astronomía pitagórica Según Pitágoras, la posición de cada cuerpo en el universo dependía de su dignidad esencial. En aquella época, la creencia popular era que la tierra ocupaba el centro del sistema solar, que los planetas —incluidos el sol y la luna — se movían alrededor de la tierra y que esta era plana y cuadrada. 

Contrariamente a esta creencia y sin tener en cuenta las críticas, Pitágoras declaró que el elemento más importante era el fuego, que lo más importante de cada cuerpo era el centro y que, del mismo modo que en medio de todo hogar estaba el fuego de Vesta, en el medio del universo había una esfera llameante con un resplandor celestial. Llamó a aquel globo central la torre de Júpiter, el globo de la unidad, la gran mónada y el altar de Vesta. Como el número sagrado diez simbolizaba a suma de todas las partes y la totalidad de todas las cosas, era natural que Pitágoras dividiera el universo en diez esferas, representadas por diez círculos concéntricos. 

Aquellos círculos comenzaban en el centro con el globo del fuego divino; a continuación venían los siete planetas, la tierra y otro planeta misterioso, llamado Antichton, que no era visible nunca. Hay diversas opiniones acerca de la naturaleza de Antichton. Según san Clemente de Alejandría, representaba la masa de los cielos; otros decían que se trataba de la luna. Lo más probable es que fuera la misteriosa Octava Esfera de los antiguos, el planeta oscuro que se movía en la misma órbita que la tierra, pero que siempre estaba oculto de esta por el cuerpo del sol, porque siempre estaba en oposición a la tierra. ¿Será esta la misteriosa Lilith sobre la cual tanto han especulado los astrólogos? Isaac Myer opinaba lo siguiente: «Para los pitagóricos, cada estrella era un mundo que tenía su propia atmósfera, con una extensión enorme de éter a su alrededor».

Los discípulos de Pitágoras también reverenciaban mucho al planeta Venus, porque era el único tan brillante que proyectaba una sombra. Como lucero matutino, Venus es visible antes de la salida del sol y, como lucero vespertino, brilla justo después de la puesta del sol. Debido a estas características, los antiguos le han dado diversos nombres. Por ser visible en el cielo al atardecer, la llamaban «vesper» y por salir antes que el sol la llamaban «luz falsa», «estrella de la mañana» o «Lucifer», que significa «portador de luz». Por esta relación con el sol, también llamaban al planeta Venus, Astarté, Afrodita, Isis y la madre de los dioses. Es posible que, en algunas épocas del año, en determinadas latitudes se pudiera detectar sin necesidad de telescopio la forma de media luna de Venus. Esto explicaría la media luna que a menudo se observa en relación con las diosas de la Antigüedad, cuyas historias no coinciden con las fases de la luna. 

No cabe duda de que Pitágoras aprendió todo lo que sabía de astronomía en los templos egipcios, cuyos sacerdotes conocían la verdadera relación de los cuerpos celestes muchos miles de años antes de que dicho conocimiento se revelara al mundo no iniciado. El hecho de que el conocimiento adquirido en los templos le permitiera hacer afirmaciones que tardaron dos mil años en poder ser demostradas prueba por qué Platón y Aristóteles estimaban tanto la profundidad de los Misterios antiguos. En medio de una relativa ignorancia científica y sin la ayuda de ningún instrumento moderno, los sacerdotes-filósofos habían descubierto los verdaderos fundamentos de la dinámica universal.




EL CUBO Y LA ESTRELLA

Si se conectan los diez puntos de la tetractys, se forman nueve triángulos. Seis de ellos intervienen para formar el cubo. Los mismos triángulos, cuando se trazan las líneas adecuadas entre ellos, revelan también la estrella de seis puntas con un punto en el centro. Solo se usan siete puntos para formar el cubo y la estrella. Desde un punto de vista cabalístico, los tres puntos de las esquinas que no se han usado representan el universo triple, invisible y causal, mientras que los siete puntos que forman parte del cubo y la estrella son los Elohim, los espíritus de los siete periodos creativos. El sabbat, o séptimo día, es el punto central.


Una aplicación interesante de la doctrina pitagórica de los sólidos geométricos tal como la expuso Platón se encuentra en The Canon, cuyo autor anónimo manifiesta lo siguiente: «Casi todos los viejos filósofos desarrollaron una teoría armónica acerca del universo y lo mismo se siguió haciendo hasta que se extinguió el viejo modo de filosofar». Para demostrar la doctrina platónica de que el universo estaba formado por los cinco sólidos regulares, Kepler (1596) propuso la siguiente regla: «La tierra es un círculo, la medida de todo. 

A su alrededor trazad un dodecaedro; el círculo que lo rodee será Marte. Alrededor de Mane trazad un tetraedro; la esfera que lo contenga será Júpiter. Trazad un cubo en torno a Júpiter; la esfera que lo contenga será Saturno. Ahora inscribid en la tierra un icosaedro; el círculo inscrito en él será Venus. Inscribid un octaedro en Venus; el círculo inscrito en él será Mercurio». Esta regla no se puede tomar en serio como una afirmación verdadera sobre las proporciones del cosmos, porque no guarda ninguna similitud real con las publicadas por Copémico a principios del siglo XVI. Sin embargo, Kepler estaba muy orgulloso de su fórmula y decía que la valoraba más que al electorado de Sajonia. También fue aprobada por dos expertos eminentes, Tycho y Galileo, que evidentemente la comprendían. 

El propio Kepler jamás da ninguna pista sobre la manera de interpretar su preciosa regla. 
La astronomía platónica no se preocupaba por la constitución material ni por la disposición de los cuerpos celestes, sino que consideraba las estrellas y los planetas fundamentalmente como focos de la inteligencia divina. La astronomía física se consideraba la ciencia de las sombras y la astronomía filosófica, la ciencia de las realidades.

Manly Palmer Hall

sábado, 11 de mayo de 2019

LA DOBLE CADENA



El movimiento de las serpientes alrededor del Caduceo (1) indica la formación de una cadena. 
Esta cadena existe bajo dos formas: recta y circular. Partiendo de un mismo centro, ella corta innumerables circunferencias por medio de innumerables rayos. La cadena recta, es la de transmisión. La circular, es la cadena de participación, de difusión, de comunión, de religión. Así se forma esta rueda compuesta de varias ruedas que giran unas en otras y que vemos flamear en la visión de Ezequiel. La cadena de transmisión establece la solidaridad entre las generaciones sucesivas. 
El punto central es blanco de un lado y negro del otro. Al lado negro, se enlaza la serpiente negra; al lado blanco, se liga la serpiente blanca. El punto central representa el libre albedrío primitivo, y es en el lado negro donde comienza el pecado original. 

El negro engendra la corriente fatal; el blanco, el movimiento libre. 
El punto central puede representarse simbólicamente por la Luna, y las dos fuerzas por medio de dos mujeres: la una blanca y la otra negra. La mujer negra es la Eva caída, la mujer pasiva, la infernal Hécate, (2) que lleva el creciente lunar en la frente. 
La mujer blanca es Maya o María, que tiene al mismo tiempo bajo los pies el creciente lunar y la cabeza de la serpiente negra. No podemos explicarlo más claro, pues tocamos el misterio de todos los dogmas. Ellos se tornan infantiles a nuestros ojos y tememos herirlos. 
El dogma del pecado original, de cualquier forma que lo interpretemos, supone la preexistencia de nuestras almas, si no en su vida particular, por lo menos en la vida universal. 

Luego, si alguien puede pecar sin saberlo en la vida universal, debe ser salvado de la misma manera; pero esto es un gran arcano. La cadena recta, el rayo de la rueda, la cadena de transmisión, vuelve recíprocamente solidarias a las generaciones y determina que los padres sean castigados por los hijos, a fin de que, a través de los sufrimientos de sus vástagos, los padres puedan alcanzar la propia salvación. Es por esto que, conforme con la leyenda dogmática, el Cristo descendió a los infiernos, y luego de romper las palancas de hierro y las puertas de bronce, subió al cielo, llevando preso consigo el cautiverio. Y la vida universal exclamó: ¡Hossanna!. Pues había roto el aguijón de la muerte. 
¿Qué quiere decir todo esto?. ¿Osaría alguien explicarlo?.

¿Podría alguno adivinarlo o comprenderlo?. 

A veces los antiguos hierofantes griegos representaban las dos fuerzas simbolizadas por las dos serpientes, por medio de dos criaturas que luchaban entre sí, sujetando un globo con los pies y otro con las rodillas. Las dos criaturas eran Eros y Anteros, (3) Cupido (4) y Hermes. (5). 

El amor loco y el amor sabio. 
Su lucha eterna mantenía el equilibrio del mundo. Si no admitiéramos nuestra existencia personal antes de nuestro nacimiento en la tierra, deberíamos entender por pecado original, una depravación voluntaria del magnetismo humano en nuestros primeros padres que, al destruir el equilibrio de la cadena, habría otorgado un funesto predominio a la serpiente negra, es decir, a la corriente astral de la vida muerta, y cuyas consecuencias sufriríamos nosotros, los hijos, como esas criaturas que nacen raquíticas debido a los vicios de sus padres, debiendo sufrir el castigo de faltas que no cometieron. Los sufrimientos extremos de Jesús y de los Mártires, las penitencias excesivas de los Santos, habrían tenido como fin hacer contrapeso a esta falta de equilibrio tan desmedida, que acabaría por arrastrar al mundo a la conflagración. La gracia, es decir, la serpiente blanca, simbolizada por la paloma y el cordero, sería la corriente astral de la vida, cargada de los méritos del Redentor y los Santos. 

El diablo, el tentador, sería la corriente astral de la muerte, la serpiente negra manchada con todos los crímenes de los hombres, escarnecida por sus malos pensamientos, llena de venenos resultantes de sus malos deseos; en una palabra, El Magnetismo del mal. Entre el bien y el mal el conflicto es eterno. Son siempre irreconciliables. El mal es condenado para siempre a los tormentos que acompañan al desorden, y es por eso que, desde la infancia, no cesa de solicitarnos y atraernos para sí. Todo lo que la poesía dogmática afirma del rey Satán se explica perfectamente por este espantoso magnetismo, tanto más terrible cuanto más fatal, y tanto menos temible para la virtud, a la que no podría alcanzar, porque ésta, con el auxilio de la gracia, puede resistirle. 

Eliphas Lévi

NOTAS DEL TRADUCTOR 

(1) Caduceo. Vara delgada rodeada de dos culebras entrelazadas. Mitología: Vara con la que Mercurio conducía las almas a los infiernos y las sacaba cuando era necesario. Es emblema de Mercurio. 

(2) Hécate. Mitología: Diablesa que preside en las calles y callejones. Tiene tres caras: la derecha de caballo; la izquierda, de perro, y la del medio, de mujer. Delrío dice: “su presencia hace temblar la tierra, estallar los fuegos y ladrar los perros”. Entre los antiguos, también era la triple Hécate: Diana en la Tierra, Proserpina en los infiernos y Luna en el cielo. Estas son las tres fases de la Luna. 

(3) Eros. Mitología: Hijo de Afrodita, dios del amor entre los griegos, no es solamente signo del amor físico sino también un agente cosmogónico. Dice Maury, que el Eros cosmogónico es la fuerza atractiva que lleva a los corpúsculos elementales a agregarse y a combinarse. Eros fue el producto de una abstracción y una reflexión filosófica. Anteros, su contraparte, genio que se refiere al amor masculino. Se lo representa disputando una palma a Eros, como personificación de la resistencia del corazón del joven a las instancias de sus amantes. Se le consideraba el vengador de los desdenes amorosos. 

(4) Cupido. Mitología: Dios del amor en la mitología romana, es el Eros de la mitología griega. 
Hijo de Marte y de Venus y, según otra tradición, de la Noche y del Erebo.

 (5) Hermes. Nombre griego de Mercurio (Mercurio el mensajero de los dioses). Este mismo nombre fue dado a dos grandes iniciados egipcios, que se dice vivieron en el tiempo de Abraham (1900 años antes de Cristo). El segundo fue denominado Trismegisto, tres veces grande. También hay noticias de que se designaba bajo el mismo nombre de Hermes a la academia de los altos iniciados egipcios.

jueves, 9 de mayo de 2019

LAS ENSEÑANZAS SECRETAS DE TODOS LOS TIEMPOS - LAS MARAVILLAS DE LA ANTIGÜEDAD



Era una práctica habitual entre los primitivos egipcios, griegos y romanos conservar lámparas encendidas en los sepulcros de sus muertos como ofrendas al Dios de la Muerte. Es posible que también creyeran que el difunto podía usar aquellas luces para encontrar el camino a través del Valle de las Sombras. Posteriormente, cuando la costumbre se generalizó, no solo se enterraban con los muertos lámparas de verdad, sino también miniaturas de lámparas de barro cocido. Algunas se introducían en recipientes redondos para protegerlas e incluso se registran casos en los que se halló en ellas el aceite original, en perfecto estado de conservación, después de más de dos mil años.

Hay pruebas más que suficientes de que muchas de aquellas lámparas estaban encendidas cuando se sellaron los sepulcros y se ha declarado que seguían ardiendo cuando las cámaras se abrieron, al cabo de varios siglos. La posibilidad de preparar un combustible que se renovara tan rápido como se consumía ha dado lugar a bastantes controversias entre los autores medievales. Después de un análisis adecuado de las pruebas disponibles, cabe la posibilidad de que los antiguos sacerdotes-químicos fabricaran lámparas que permanecieran encendidas puede que no de forma indefinida, pero sí durante períodos prolongados. Numerosos expertos han escrito sobre las lámparas perennes. W. Wynn Westcott calcula que más de ciento cincuenta escritores han tocado el tema y H. P. Blavatsky dice que son 173.

Si bien las conclusiones de los distintos autores discrepan, la mayoría reconoce la existencia de aquellas lámparas extraordinarias. Muy pocos sostenían que las lámparas arderían para siempre, aunque muchos se mostraron dispuestos a admitir que podían permanecer encendidas durante varios siglos sin reabastecerse de combustible. Algunos opinaban que las llamadas lámparas perennes no eran más que artificios de los astutos sacerdotes paganos, mientras que muchos, tras reconocer que las lámparas realmente estaban encendidas, afirmaban rotundamente que el diablo estaba usando aquel milagro aparente para atrapar a los incautos y, de ese modo, conducir sus almas hacia la perdición. Sobre esta cuestión, el erudito jesuita Athanasius Kircher, por lo general digno de confianza, manifiesta una notable falta de coherencia.

En su Oedipus Aegyptiacus escribe lo siguiente: «Se ha comprobado que no pocas de estas lámparas perennes eran dispositivos diabólicos. […] Y supongo que todas las lámparas halladas en las tumbas de los gentiles y dedicadas al culto de determinados dioses eran de este tipo, no porque ardieran ni porque se tuviera constancia de que hubieran ardido con una llama perpetua, sino porque, probablemente, el diablo las había puesto allí con la mala intención de conseguir nuevos creyentes para un culto falso».




LA BASE DE UN TRÍPODE DÉLFICO Montfaucon: Antiquity Explained by Montfaucon. 

Las vueltas de estas serpientes constituían la base y las tres cabezas sostenían las tres patas del trípode. Resulta imposible obtener información satisfactoria sobre la forma y el tamaño del célebre trípode délfico. Las teorías al respecto se basan — en su mayor parte— en pequeños trípodes ornamentales descubiertos en distintos templos. Después de reconocer que había expertos dignos de confianza que defendían la existencia de las lámparas perennes y que hasta el mismo diablo se presta a su fabricación, a continuación Kircher declaraba que toda aquella historia era peligrosa e imposible y pertenecía a la misma clase que el movimiento perpetuo y la piedra filosofal. Tras resolver el problema a su satisfacción una vez, Kircher vuelve a resolverlo —aunque de otra manera— con las siguientes palabras: «Como en Egipto existen depósitos abundantes de asfalto y petróleo, a aquellos hombres tan hábiles [los sacerdotes] se les ocurrió conectar un depósito de petróleo, mediante un conducto secreto, con una o más lámparas provistas de mechas de asbesto. ¡Cómo no iban a arder para siempre aquellas lámparas! […] 

En mi opinión, esta es la solución al enigma de la perpetuidad sobrenatural de aquellas lámparas antiguas». Montfaucon, en su Antiquity Explained by Montfaucon, coincide en lo fundamental con las deducciones posteriores de Kircher y cree que las legendarias lámparas perennes de los templos eran ingeniosos artilugios mecánicos. Añade, además, que la creencia de que las lámparas ardieran en las tumbas de forma indefinida era consecuencia del hecho notable de que, en algunos casos, de la entrada de unas cámaras que se acababan de abrir habían salido unos gases que parecían humo.
Al entrar posteriormente los grupos y descubrir lámparas dispersas por el suelo, habían supuesto que eran ellas las causantes de los gases. Existen varias historias interesantes sobre el descubrimiento de lámparas perennes en distintas partes del mundo. En una tumba situada en la Vía Apia que se abrió durante el papado de Paulo III se halló una lámpara que se había mantenido encendida en una cámara hermética durante casi mil seiscientos años. 

Según una versión escrita por un contemporáneo, se encontró el cadáver de una hermosa joven de largos cabellos dorados flotando en un líquido transparente desconocido y estaba tan bien conservado como si hubiera muerto apenas unas horas antes En el interior de la cámara había una cantidad de objetos significativos, como varias lámparas, una de las cuales estaba encendida. Los que entraron en el sepulcro declararon que la corriente de aire provocada al abrir la puerta apagó la luz y que la lámpara no se pudo volver a encender. Kircher reproduce un epitafio —TULLIOLAE FILLIAE MEAE— que supuestamente se encontró en la tumba, pero que nunca existió, según Montfaucon; este añade que, aunque no se pudieron encontrar pruebas decisivas, en general se creía que se trataba del cadáver de Tulia, la hija de Cicerón. Se han descubierto lámparas perennes en todas las partes del mundo. No solo los países del Mediterráneo, sino también India, Tíbet, China y América del Sur, han aportado casos de luces que ardían de forma permanente sin combustible. 

Los ejemplos que siguen se han seleccionado al azar de la lista impresionante de lámparas perennes halladas en distintas épocas. Plutarco escribió acerca de una lámpara que ardía sobre la puerta de un templo dedicado a Júpiter Amón: los sacerdotes declararon que se había mantenido encendida durante siglos sin combustible. San Agustín describió una lámpara perenne, guardada en un templo de Egipto consagrado a Venus, que ni el viento ni el agua podían apagar. Él creía que era obra del demonio. Se encontró una lámpara perenne en Edessa, o Antioquía, durante el reinado del emperador Justiniano. Estaba situada en una hornacina sobre la puerta de la ciudad, muy bien resguardada para protegerla de los elementos. La fecha que llevaba inscrita demostraba que la lámpara había estado ardiendo durante más de quinientos años. Fue destruida por unos soldados. 

Al comienzo de la Edad Media se encontró una lámpara en Inglaterra que estaba encendida desde el siglo III después de Cristo. Se cree que el monumento que la contenía era la tumba del padre de Constantino el Grande. El farol de Pallas fue descubierto cerca de Roma en el año 1401. 
Lo encontraron en el sepulcro de Pallas, el hijo de Evandro, al que Virgilio inmortalizó en su Eneida. El farol estaba situado a la cabeza del cuerpo y había ardido con un brillo constante durante más de dos mil años. En el año 1550, en la isla de Nesis, en la bahía de Nápoles, abrieron una espléndida cámara de mármol en la que hallaron una lámpara encendida que había sido puesta allí antes del comienzo de la era cristiana. 

Pausanias describió una hermosa lámpara de oro del templo de Minerva que ardió sin interrupción durante un año sin reabastecerse de combustible y sin que le cortaran la mecha. La ceremonia de llenar la lámpara se celebraba una vez al año y el tiempo se medía por aquella ceremonia. Según el Fama Fraternitas, cuando se abrió la cripta de Christian Rosacruz, ciento veinte años después de su muerte, estaba brillantemente iluminada por una lámpara perenne que colgaba del techo. Numa Pompilio, rey de Roma y mago de considerable poder, hizo arder una lámpara perenne en la cúpula de un templo que había construido en honor de un ser elemental.


En Inglaterra se encontró una tumba curiosa en la cual había un autómata que se movía cuando un intruso pisaba determinadas piedras del suelo. Como en aquella época la controversia rosacruz estaba en su apogeo, se decidió que aquella tumba era de un iniciado rosacruz. Un campesino que descubrió la tumba y entró en ella encontró el interior muy bien iluminado por una lámpara que colgaba del techo. Al andar, su peso presionó algunas piedras del suelo y de inmediato se empezó a mover una figura que estaba sentada y cubierta por una coraza; de forma mecánica se puso de pie y golpeó la lámpara con un bastón de hierro, con lo cual la destrozó; de este modo impidió que se descubriera la sustancia secreta que mantenía la llama. No se sabe cuánto tiempo hacía que estaba encendida, pero no cabe duda de que llevaba una cantidad considerable de años. 

Dicen que entre las tumbas próximas a Menfis y en los templos brahmánicos de India se han encontrado lámparas encendidas en cámaras y recipientes cerrados herméticamente, pero que, al quedar expuestas bruscamente al aire, se han apagado y el combustible que las alimentaba se ha evaporado. Actualmente se cree que las mechas de aquellas lámparas perennes estaban hechas de asbesto trenzado o entretejido —los alquimistas lo llamaban «lana de salamandra»— y que el combustible era uno de los productos que buscaban los alquimistas. 

Kircher trató de extraer aceite del asbesto, convencido de que, al ser esta sustancia indestructible por el fuego, un aceite extraído de ella proporcionaría a la lámpara un combustible también indestructible. Al cabo de dos años de experimentos infructuosos, llegó a la conclusión de que era una tarea imposible. Se conservan varias fórmulas para fabricar combustible para las lámparas. 


En Isis sin velo, H. P. Blavatsky copia dos de estas fórmulas de unos autores antiguos: 

Trithemius y Bartolomeo Komdorf. Una será suficiente para darnos una idea general del proceso: 
Se toman 4 onzas de azufre y alumbre y se subliman en flores hasta dos onzas. 
Añádase una onza de bórax cristalino de Venecia (en polvo) y sobre estos ingredientes se vierte espíritu de vino muy rectificado para disolverlos: a continuación extráigase y viértase de nuevo: repítase las veces necesarias para que el azufre se funda como la cera sin despedir humo, sobre una lámina caliente de bronce; así se obtiene el pábulo; en cambio, el pábilo se tiene que preparar de esta manera: reúnanse hebras de amianto (Lapis asbestos) hasta conseguir el grosor del dedo medio y el largo del meñique y colóquense en un vaso de vidrio de Venecia, cúbranse con el azufre purificado o el pábulo antedicho y colóquese el vaso en arena por espacio de veinticuatro horas tan caliente que el azufre no pare de borbotear todo el tiempo. 

El pábilo que se embadurne o se unte con este pábulo se coloca en un vaso en forma de concha de vieira de modo tal que parte de él sobresalga de la masa de azufre preparado; al colocar este vaso sobre arena caliente, hay que fundir el azufre para que impregne el pábilo y, cuando se encienda, arderá con una llama perpetua y se podrá poner esta lámpara en cualquier lugar, cuando uno quiera.


Los oráculos griegos


El culto a Apolo incluía el establecimiento y el mantenimiento de lugares de profecía por medio de los cuales los dioses se podían comunicar con la humanidad y revelar el futuro a quienes merecieran tal favor. En la historia primitiva de Grecia abundan los relatos de árboles, ríos, estatuas y cavernas que hablaban, en las que habían establecido su morada ninfas, dríadas o demonios y desde los cuales daban a conocer sus oráculos. Aunque los autores cristianos han tratado de demostrar que las revelaciones de los oráculos eran obra del demonio para inducir a la humanidad a error, no se han atrevido a atacar la teoría de los oráculos, por las referencias reiteradas a ellos en sus propios escritos sagrados. Si las piedras de ónice de los hombros del sumo sacerdote de Israel daban a conocer con su brillo la voluntad de Jehová, una paloma negra, dotada temporalmente de la facultad de hablar, también podía pronunciar oráculos en el templo de Júpiter Anión.

Si la bruja de Endor podía invocar el fantasma de Samuel, el cual, a su vez, daba profecías a Saúl, ¿no iba a poder una sacerdotisa de Apolo invocar el espectro de su señor para predecir el destino de Grecia? Los oráculos más famosos de la Antigüedad eran los de Delfos, Dódona, Trofonio y Latona, de los cuales los más antiguos eran los robles parlantes de Dódona. Aunque no podemos remontarnos a los orígenes de la teoría de la profecía oracular, se sabe que muchas de las cuevas y las grietas que los griegos reservaban a los oráculos ya eran sagrados mucho antes de que comenzara la cultura griega.



EL APOLO PÍTICO Historia Deorum Fatidicorum Apolo, hijo de Júpiter y Latona, y hermano gemelo de Diana, nació ya adulto.


Es considerado el primer físico y el inventor de la música.
Los griegos también le aclaman por ser el padre del arco y la flechas.
El famoso templo de Apolo en Delfos tuvo que ser reconstruido cinco veces.
El templo primigenio constaba tan solo de ramas de laurel; el segundo fue algo similar; el tercero era de latón y el cuarto y quinto probablemente de mármol, de tamaño considerable y gran belleza.
No hubo en Grecia otro oráculo similar en magnificencia al de Delfos en el cénit de su apogeo.

Algunos escritores aseguran que Algunos escritores aseguran que contenía muchas estatuas de plata y oro puro, maravillosos ornamentos de los materiales más valiosos y excelente artesanía, de donaciones realizadas por reyes y príncipes que acudían desde todos los rincones del mundo civilizado a consultar el espíritu de Apolo que moraba en este santuario. 

 El oráculo de Apolo en Delfos sigue siendo uno de los misterios sin resolver de la Antigüedad. Según Alexander Wilder, su nombre deriva de delphos, «vientre», y fue escogido por los griegos por la forma de la caverna y la abertura que conducía a las profundidades de la tierra. El nombre original del oráculo era Pytho, porque sus cámaras habían sido la morada de la gran serpiente Pitón, una criatura aterradora que había surgido sigilosamente del limo que quedó al acabar el diluvio que había destruido a todos los seres humanos, menos a Deucalión y a Pirra. Apolo trepó por la ladera del monte Parnaso, dio muerte a la serpiente tras un combate prolongado y arrojó su cuerpo por la grieta del oráculo. 

A partir de entonces, la divinidad solar, Apolo Pitio, daba oráculos desde el conducto y compartía con Dioniso el honor de ser el patrono de Delfos. Cuando Pitón fue derrotado por Apolo, su espíritu permaneció en Delfos como representante de su vencedor y con ayuda de sus emanaciones la sacerdotisa lograba entrar en comunicación con el dios. Se suponía que los gases que salían de la grieta del oráculo procedían del cuerpo en descomposición de Pitón. 
El nombre de «pitonisa» o «Pythia» que se daba a la hierofante del oráculo significa, literalmente, «persona que ha entrado en un estado de arrebato religioso por inhalar gases de una materia en descomposición». También interesa destacar que los griegos creían que el oráculo de Delfos era el ombligo de la tierra, lo que demuestra que, para ellos, el planeta era un inmenso ser humano. 

La conexión entre el principio de la revelación oracular y el significado oculto del ombligo es un secreto importante que tiene que ver con los Misterios antiguos. Sin embargo, el oráculo es mucho más antiguo de lo que indica el relato anterior. Es probable que los sacerdotes inventaran esta historia para explicar los fenómenos a aquellos curiosos a los que no consideraban dignos de aclaraciones con respecto a la verdadera naturaleza esotérica del oráculo. Algunos creen que la grieta délfica fue descubierta por un sacerdote, pero la cueva era sagrada desde que se tienen registros históricos y acudían personas de todas partes de Grecia y de los países vecinos para interrogar al demonio que vivía en aquel conducto que parecía una chimenea. 

Los sacerdotes y las sacerdotisas lo protegían celosamente y servían al espíritu que moraba en su interior e iluminaba a la humanidad gracias al don de la profecía. La historia del descubrimiento original del oráculo es más o menos como sigue: sorprendía a los pastores que cuidaban a sus rebaños en la ladera del monte Parnaso la manera en que retozaban las cabras cuando se acercaban a un gran abismo situado en su ramal sudoeste. Los animales brincaban como si quisieran bailar y emitían extraños gritos que no se parecían a nada oído hasta entonces. Al final, deseoso de conocer la causa de aquel fenómeno, uno de los pastores se acercó, curioso, al conducto, del cual salían unos gases nocivos, y de inmediato se apoderó de él un éxtasis profético, se puso a bailar desenfrenadamente, a cantar, a farfullar sonidos inarticulados y a predecir el futuro. 

Otros se acercaron a la grieta y les pasó lo mismo. La fama del lugar se difundió y muchos se acercaron a conocer el futuro mediante la inhalación de los gases pestilentes, que los ponían eufóricos hasta llegar casi al delirio. Algunos de los que iban, como eran incapaces de controlarse y como temporalmente tenían una fuerza de locos, se soltaban bruscamente de aquellos que pretendían contenerlos, saltaban por la abertura y morían. Para evitar que otros hicieran lo mismo, se levantó un muro alrededor de la grieta y se nombró a una profetisa para que actuara de intermediaria entre el oráculo y los que acudían a formularle una pregunta. Según los expertos posteriores se colocó encima de la hendidura un trípode de oro, adornado con tallas de Apolo y con la forma de Pitón, la gran serpiente, sobre el cual se dispuso un asiento preparado especialmente, construido de tal modo que, aunque uno estuviera bajo los efectos de los gases del oráculo, no pudiera caerse fácilmente. Justo antes de esta época se había difundido la versión de que los gases del oráculo se desprendían del cuerpo en descomposición de Pitón. Es posible que el oráculo revelase su propio origen.

Al principio y durante muchos siglos se consagraron doncellas vírgenes al servicio del oráculo.
Las llamaban phaebades o pitias y constituían la famosa orden de las llamadas «pitonisas». Es probable que se escogiera a mujeres para recibir los oráculos porque su naturaleza sensible y emocional reaccionaba antes y de forma más completa a los «gases del entusiasmo». Tres días antes del momento establecido para recibir las comunicaciones de Apolo, la sacerdotisa virgen comenzaba la ceremonia de purificación: se bañaba en el pozo de Castalia, ayunaba y solo bebía agua de la fuente de Cassotis, que llegaba al templo mediante tuberías ocultas, y, justo antes de subir al trípode, mascaba unas cuantas hojas del laurel sagrado. Se ha dicho que el agua contenía drogas alucinógenas o que los sacerdotes de Delfos eran capaces de fabricar un gas estimulante y estupefaciente que conducían por tuberías subterráneas y soltaban en el hueco del oráculo, varios metros por debajo de la superficie. De todos modos ninguna de estas teorías se ha podido demostrar ni tampoco explica de ninguna manera la precisión de las predicciones. 

Cuando la joven profetisa finalizaba el proceso de purificación, la vestían con vestiduras santificadas y la conducían al trípode, sobre el cual se sentaba, en medio de los vapores nocivos que surgían de la enorme grieta. Poco a poco, a medida que iba inhalando los gases, se producía en ella una transformación, como si hubiese entrado en su cuerpo un espíritu diferente; forcejeaba, se rasgaba las vestiduras y prorrumpía en gritos inarticulados. Al cabo de un rato dejaba de forcejear. 

Cuando se calmaba, parecía apoderarse de ella una gran majestuosidad y, con los ojos fijos en el espacio y el cuerpo rígido, pronunciaba las palabras proféticas. Por lo general, las predicciones se hacían en forma de hexámetros, pero las palabras solían ser ambiguas y a veces ininteligibles.
Cada sonido que emitía y cada movimiento de su cuerpo eran registrados meticulosamente por los cinco hosii, u hombres santos, designados escribas para conservar todos los detalles de cada adivinación. Los hosii eran nombrados de por vida y se elegían entre los descendientes directos de Deucalión. Después de dar el oráculo, la pitonisa volvía a forcejear y el espíritu la abandonaba.
A continuación, la transportaban o la ayudaban a ir a una cámara de reposo, donde permanecía hasta que se le pasaba el éxtasis nervioso.


Jámblico, en su disertación Sobre los misterios egipcios, describe que el espíritu del oráculo —un demonio abrasador, tal vez el mismo Apolo— se apoderaba de la pitonisa y se manifestaba a través de ella: «Pero la profetisa de Delfos, ya sea que diese oráculos a la humanidad por medio de un espíritu atenuado y exaltado que estallaba desde la entrada de la caverna o que, sentada en el adytum sobre un trípode de bronce o sobre un taburete de cuatro patas, se consagrase a Dios, en cualquiera de los dos casos, se entrega por completo a un espíritu divino y es iluminada por un rayo del fuego divino. Y cuando el fuego que sube desde la boca de la cueva le confiere circularmente una abundancia serena, ella se llena de un esplendor divino, pero, cuando se coloca en el asiento del dios, se adapta al poder profético permanente de este y, mediante estas dos operaciones preliminares, es poseída totalmente por el dios, que entonces, sin lugar a dudas, se manifiesta y la ilumina por separado y la distingue del fuego, el espíritu, el asiento propiamente dicho y, en síntesis, de todo el aparato visible del lugar, tanto el físico como el sagrado».

Entre las celebridades que visitaron el oráculo de Delfos figuran el inmortal Apolonio de Tiana y su discípulo Damis. Él hizo sus ofrendas y, tras ser coronado con una corona de laurel y recibir una rama de la misma planta para que la llevara en la mano, rodeó la estatua de Apolo que había delante de la entrada de la cueva y, por detrás de la estatua, descendió al recinto sagrado del oráculo.
La sacerdotisa también llevaba una corona de laurel y la cabeza envuelta con una cinta de lana blanca. Apolonio preguntó al oráculo si las generaciones futuras recordarían su nombre.
La pitonisa respondió que sí, aunque declaró que siempre sería calumniado. Apolonio se marchó de la caverna enfadado, pero el tiempo ha demostrado la exactitud de la predicción, porque los primeros Padres de la Iglesia perpetuaron el nombre de Apolonio como el Anticristo.

Los mensajes que transmitía la profetisa virgen se entregaban a los filósofos del oráculo, cuya función consistía en interpretarlos y aplicarlos. Las comunicaciones se enviaban entonces a los poetas, que de inmediato las convertían en odas y poemas líricos que expresaban con exquisitez las declaraciones que supuestamente había hecho Apolo y las ponían al alcance del pueblo.
Las serpientes estaban muy presentes en el oráculo de Delfos. La base del trípode sobre el cual se sentaba la pitonisa estaba formada por los cuerpos retorcidos de tres serpientes gigantescas.
Según algunos expertos, uno de los procesos empleados para producir el éxtasis profético consistía en obligar a la joven sacerdotisa a mirar fijamente a los ojos a una serpiente. Fascinada e hipnotizada, ella hablaba entonces con la voz del dios.

Aunque las primeras sacerdotisas pitias siempre eran doncellas —algunas no habían salido de la adolescencia—, posteriormente se aprobó una ley según la cual solo podían ser portavoces del oráculo las mujeres mayores de cincuenta años. Aquellas mujeres mayores se vestían como niñas y cumplían el mismo ceremonial que las primeras pitias. Es probable que este cambio fuera consecuencia indirecta de una serie de ataques que sufrieron las sacerdotisas por parte de los profanos. En los primeros años de la historia del oráculo de Delfos, el dios solo hablaba cada siete años, en el cumpleaños de Apolo. Sin embargo, a medida que fue pasando el tiempo, la demanda aumentó tanto que la pitia se veía obligada a sentarse en el trípode todos los meses.

El momento elegido para la consulta y las preguntas que se formulaban se determinaban al azar o por la votación de los habitantes de Delfos. En general se reconoce que el oráculo de Delfos tuvo una influencia profundamente constructiva sobre la cultura griega. James Gardner la sintetiza con las siguientes palabras: «Sus respuestas pusieron de manifiesto a más de un tirano y predijeron su destino. Gracias a él, muchos infelices se salvaron de la destrucción y muchas personas desconcertadas fueron conducidas por el buen camino. Fomentó las instituciones útiles y promovió el progreso de los descubrimientos prácticos Su influencia moral se notó por el lado de la virtud y su influencia política, a favor del aumento de las libertades civiles».



                                     EL JÚPITER DODONEO Historia Deorum Fatidicorum 

Júpiter fue llamado dodoneo en honor a la ciudad de Dodona en Epiro. Cerca de esta ciudad había una colina densamente  cubierta de árboles de roble que desde los tiempos más antiguos ha sido sagrada para Júpiter.
Más tarde, la arboleda fue venerada debido a que se cree que las dríades, los faunos, sátiros y las ninfas moraban en sus profundidades.

De los antiguos robles y hayas colgaban muchas cadenas de pequeñas campanas de bronce que tintineaban día y noche conforme el viento movía las ramas. Algunos afirmaban que la famosa paloma parlante de Dodona era en realidad una mujer, porque en Tesalia tanto las profetisas como las palomas eran llamadas Peleiades. Se creía que el primer templo de Dodona fue construido por Deucalión y por aquellos que junto a él sobrevivieron a la gran inundación. 

Por esta razón, el oráculo de Dodona fue considerado como el más antiguo de Grecia. 
 Quien presidía el oráculo de Dódona era Júpiter, que pronunciaba profecías a través de robles, pájaros y jarrones de bronce. Muchos escritores han destacado las similitudes entre los rituales de Dódona y los de los druidas de Britania y la Galla. La famosa paloma del oráculo de Dódona, que se posaba en las ramas de los robles sagrados, no solo hablaba en griego largo y tendido sobre filosofía y religión, sino que también respondía las preguntas de aquellos que llegaban de lugares lejanos para hacerle consultas. Los árboles «parlantes» estaban juntos y formaban un bosquecillo sagrado.
Cuando los sacerdotes buscaban respuestas a preguntas importantes, después de purificaciones exhaustivas y solemnes, se retiraban al bosquecillo a abordar a los árboles y rogaban al dios que vivía en su interior que les diera una respuesta. Después de que ellos formularan sus preguntas, los árboles hablaban con la voz de seres humanos y revelaban a los sacerdotes la información que deseaban. Algunos sostienen que había un solo árbol que hablaba: un roble o un haya que estaba en el centro mismo del antiguo bosquecillo. 

Como se creía que Júpiter vivía en aquel árbol, a veces lo llamaban Phegonaeus, es decir, «el que vive en un haya». Lo más curioso de los oráculos de Dódona eran los jarrones o marmitas «parlantes». Eran de bronce y estaban tan bien hechos que, cuando los golpeaban, seguían sonando durante horas. Algunos escritores han descrito una hilera de estos jarrones y han declarado que, si golpeaban uno, las vibraciones se transmitían a todos los demás y entonces se producía un barullo espantoso. Otros autores hablan de un solo jarrón colocado sobre un pilar, cerca del cual había otra columna que sostenía la estatua de un niño con una fusta. En el extremo de la fusta había una cantidad de cuerdas oscilantes con pelotitas de metal en el extremo; el viento, que soplaba sin cesar a través del edificio abierto, golpeaba las pelotitas contra el jarrón. La cantidad y la intensidad de los impactos y las reverberaciones en el jarrón se anotaban cuidadosamente y los sacerdotes daban sus oráculos según ellas. Cuando los sacerdotes originales de Dódona, los selloi, desaparecieron misteriosamente, durante muchos siglos atendieron el oráculo tres sacerdotisas que interpretaban los jarrones y a medianoche interrogaban a los árboles sagrados. 

Se esperaba que quienes consultasen el oráculo llevaran ofrendas o hicieran aportaciones. 
Otro oráculo extraordinario fue la cueva de Trofonio, situada en la ladera de una colina, que tenía una entrada tan pequeña que parecía imposible que pudiera entrar ningún ser humano. Después de hacer una ofrenda ante la estatua de Trofonio y de ponerse las prendas santificadas el consultante subía la colina hasta la cueva, llevando en una mano una tarta de miel; se sentaba al borde de la abertura e introducía los pies en ella. Entonces todo su cuerpo era introducido vertiginosamente en la cueva, en la cual, según los que habían entrado, solo cabía un horno mediano. 

Cuando el oráculo finalizaba sus revelaciones, el consultante era expulsado violentamente de la cueva, con los pies por delante y por lo general delirando. Cerca de la cueva del oráculo, el agua salía a borbotones de dos fuentes que había en el suelo, a escasos metros la una de la otra. Los que estaban a punto de entrar en la cueva bebían antes de aquellas fuentes, cuyas aguas — aparentemente— poseían propiedades ocultas especiales. La primera contenía el agua del olvido y todos los que bebían de ella olvidaban sus pesares terrenales, De la segunda fuente manaba el agua sagrada de Mnemósine, la Memoria, que después permitía a todos los que bebían de ella recordar sus experiencias en la cueva.


TROFONIO DE LEBADIA Historia Deorum Fatidicorum Trofonio y su hermano Agamedes eran famosos arquitectos.

Mientras construían una cripta específica para tesoros, consiguieron dejar una piedra movible para poder entrar secretamente y robar los objetos de valor que allí estuvieran guardados.
Una trampa fue colocada por el propietario, que había descubierto la conspiración, y Agamedes fue atrapado. Para prevenir el descubrimiento, Trofonio decapitó a su hermano y, acaloradamente perseguido, huyó. Se ocultó en la arboleda de Lebadia, donde la tierra se abrió y se lo tragó.
Más tarde, el espíritu de Trofonio ofreció oráculos en la arboleda y en sus cavernas.

El nombre Trofonio significa «estar inquieto, nervioso e irritado».
Se dice que las terribles experiencias por las cuales los consultores pasaban en las cavernas oraculares les afectaron tanto que nunca volvieron a sonreír. Las abejas que acompañan la figura de Trofonio eran sagradas porque condujeron los primeros envíos condujeron los primeros envíos desde Boeocia hasta el lugar del oráculo. Se dice que la figura en la parte superior es una reproducción de una estatua de Trofonio que fue colocada sobre el oráculo en lo alto de la colina y que estaba rodeada de afiladas estacas puntiagudas para que no pudiese ser tocada. Aunque la entrada estaba marcada por dos obeliscos de bronce, la cueva, rodeada por un muro de piedras blancas y oculta en medio de un bosquecillo de árboles sagrados, no tenía un aspecto imponente. 

No cabe duda de que quienes entraban en ella pasaban por experiencias extrañas, porque estaban obligados a dejar en el templo contiguo un relato completo de lo que veían y escuchaban mientras estaban en el oráculo. Las profecías se daban en forma de sueños y visiones e iban acompañadas por intensos dolores de cabeza: algunos no se recuperaban jamás por completo de los efectos de su delirio. La relación confusa de sus experiencias era interpretada por los sacerdotes según la pregunta que había que responder. Aunque es probable que los sacerdotes usaran alguna hierba desconocida para provocar los sueños o las visiones de la caverna, su habilidad para interpretarlos rayaba en lo sobrenatural. Antes de consultar el oráculo, era necesario ofrecer un carnero al demonio de la cueva y el sacerdote decidía por hieromancia si el momento elegido era propicio y el sacrificio era satisfactorio.

Las siete maravillas del mundo


Muchos de los escultores y los arquitectos del mundo antiguo eran iniciados de los Misterios, sobre todo de los ritos eleusinos. Desde el principio de los tiempos, los encargados de ajustar las piedras y de tallar la madera han constituido una casta a la sombra de la divinidad. A medida que la civilización se fue extendiendo lentamente sobre la tierra, se construyeron y se abandonaron ciudades, se levantaron monumentos a héroes actualmente desconocidos y se erigieron templos a dioses que se han deshecho entre el polvo de las naciones que inspiraron.

La investigación ha demostrado no solo que los constructores de tales ciudades y monumentos y los escultores que cincelaron los rostros inescrutables de los dioses eran maestros en su oficio, sino también que en el mundo actual no hay nadie equiparable a ellos. El profundo conocimiento de la matemática y la astronomía que se manifiesta en la arquitectura antigua y el conocimiento igual de profundo de la anatomía que revela la estatuaria griega demuestran que, en ambos casos, sus artífices eran mentes superiores y profundamente ilustradas en el saber que constituía los arcanos de los Misterios. Por eso se estableció el gremio de constructores, precursor de la masonería moderna. Cuando los contrataban para construir palacios, templos o tumbas o para esculpir estatuas para los ricos, aquellos arquitectos y artistas iniciados ocultaban en sus obras la doctrina secreta, de modo que ahora, mucho después de que sus huesos hayan vuelto a convertirse en polvo, el mundo se da cuenta de que aquellos primeros artesanos fueron, sin duda, iniciados como es debido y les correspondía recibir salarios de Maestros.

Las siete maravillas del mundo, aunque aparentemente se diseñaron por motivos diversos, en realidad eran monumentos erigidos para perpetuar los arcanos de los Misterios. Eran estructuras simbólicas, situadas en lugares peculiares, y los iniciados son los únicos que pueden detectar el verdadero motivo de su construcción. Éliphas Lévi ha destacado la notable correspondencia entre las siete maravillas y los siete planetas. Las siete maravillas del mundo fueron construidas por hijos de viudas en honor de los siete genios planetarios y su simbolismo secreto es idéntico al de los siete sellos del Apocalipsis y las siete iglesias de Asia. 

1. El Coloso de Rodas, una estatua de bronce gigantesca de unos treinta y tres metros de altura, cuya construcción requirió más de doce años, fue la obra de un artista iniciado: Cares de Lindos. 

La teoría popular —aceptada durante varios siglos— de que la figura tenía un pie a cada lado de la entrada del puerto de Rodas y que entre ellos podían pasar los barcos con todos sus aparejos nunca se ha podido confirmar. Lamentablemente, la figura solo estuvo en pie cincuenta y seis años: un terremoto la derribó en el 224 a. de C. Las partes del coloso destrozado permanecieron esparcidas por el suelo durante más de novecientos años; finalmente fueron vendidas a un mercader judío, que se llevó el metal a lomos de setecientos camellos. Algunos creían que el bronce se convirtió en municiones y otros que se utilizó para hacer tubos de desagüe. Aquella figura dorada gigantesca, con su corona de rayos solares y la antorcha en alto, era la representación oculta del Hombre del Sol de los Misterios, el Salvador Universal. 

2. El arquitecto Quersifrón, en el siglo V a. de C., presentó a las ciudades jónicas un plan para erigir un monumento conjunto en honor de su patrona, la diosa Diana. El lugar elegido fue Éfeso, una ciudad situada al sur de Esmirna. El edificio se construyó en mármol. El techo se sostenía mediante 127 columnas, cada una de dieciocho metros de altura y más de ciento cincuenta toneladas de peso. El templo de Éfeso fue destruido con magia negra alrededor del 356 a. de C., aunque el mundo atribuye aquel hecho detestable al instrumento de su destrucción: un hombre trastornado llamado Eróstrato. Posteriormente se reconstruyó, pero el simbolismo se había perdido. El templo original, diseñado como una miniatura del universo, estaba dedicado a la luna, el símbolo oculto de la generación. 

3. Cuando lo exiliaron de Atenas, Fidias, el más importante de todos los escultores griegos, se dirigió a Olimpia, en la provincia de Élida, donde diseñó su estatua colosal de Zeus, el dios más importante de Grecia. Actualmente ni siquiera existe una descripción precisa de aquella obra maestra y apenas unas cuantas monedas de oro ofrecen una idea inadecuada de su aspecto general. El cuerpo del dios estaba recubierto de marfil y sus vestiduras eran de oro batido. Se supone que en una mano sostenía un globo con una figura de la diosa de la Victoria y en la otra un cetro rematado por un águila. 
La cabeza de Zeus era arcaica, tenía una barba abundante y llevaba una corona de olivo. 
La estatua estaba sentada en un trono con adornos muy elaborados. Como su nombre implica, el monumento estaba dedicado al espíritu del planeta Júpiter, uno de los siete Señores Creativos que se inclinan ante el Señor del Sol. 

4. Éliphas Lévi incluye el Templo de Salomón entre las siete maravillas del mundo; le da el lugar que ocupaba el Pharos o Faro de Alejandría. El Pharoa que recibe el nombre de la isla en la que estaba situado, fue diseñado y construido por Sostrates de Cnido durante el reinado de Ptolomeo (283-247 a. de C.) Según las descripciones, era de mármol blanco y medía más de ciento ochenta metros de altura. Incluso en aquella época, costó casi un millón de dólares. Se encendían fuegos encima para que pudiera ser visto desde mucha distancia en el mar. Fue destruido por un terremoto en el siglo XIII, aunque quedaron restos visibles hasta el año 1350. Como era la más alta de las siete maravillas, naturalmente fue asignada a Saturno, el padre de los dioses y verdadero iluminador de toda la humanidad. 

5. El Mausoleo de Halicarnaso era un monumento espléndido erigido por la reina Artemisia en memoria de su difunto esposo, el rey Mausolo, de cuyo nombre deriva la palabra mausoleum. 
El edificio fue diseñado por Sátiros y Piteos y se contrataron cuatro escultores importantes para ornamentado. Medía treinta y cinco metros de largo y veintiocho de ancho, estaba dividido en cinco sectores principales (los sentidos) y coronado por una pirámide (la espiritualidad del hombre). 
La pirámide tenía veinticuatro escalones (un número sagrado) y sobre el vértice había una estatua del rey Mausolo en un carro de guerra. Su figura medía tres metros de altura. Varias veces se ha intentado reconstruir el monumento, que fue destruido por un terremoto, pero ninguna ha sido posible del todo. Estaba consagrado al planeta Marte y fue construido por un iniciado para el progreso del mundo. 

6. Los Jardines de Semíramis en Babilonia —más conocidos como «los jardines colgantes»— quedaban dentro del terreno del palacio de Nabucodonosor, cerca del río Éufrates. Formaban una pirámide con terrazas y en la parte superior había un depósito de agua para regarlos. Se construyeron alrededor del año 600 a. de C., pero se desconoce el nombre del paisajista. Simbolizaban los planos del mundo invisible y estaban consagrados a Venus, como diosa del amor y la belleza. 

7. La Gran Pirámide era lo máximo entre los templos de los Misterios. Para hacer honor a su simbolismo astronómico, tuvo que ser construida hace unos setenta mil años. Era la tumba de Osiris, se creía que había sido construida por los propios dioses y es posible que el arquitecto fuera el inmortal Hermes. Es el monumento a Mercurio, el mensajero de los dioses, y símbolo universal de la sabiduría y las letras.



Aunque Pitágoras superó a Platón en la profundidad de sus deducciones filosóficas, el aspecto sobrenatural de sus doctrinas ha sido ridiculizado por la ciencia moderna, más materialista. 
El mundo ha pasado por alto con demasiada ligereza los logros del primer «filósofo», al cual debe tantos de los enunciados fundamentales de la matemática, la música y la astronomía. En el siglo XX se ha enseñado al estudioso de la filosofía griega a relacionar el nombre de Pitágoras a cuestiones tan pueriles como su tibia áurea y su negativa a comer alubias, también se le ha criticado porque pronunciaba sus discursos detrás de una cortina, predicaba mediante alegorías y enigmas y solo revelaba sus conocimientos científicos a los discípulos iniciados que habían dedicado muchos años a la autodisciplina. 

No obstante, sus críticos aficionados no han tenido en cuenta el método utilizado por Pitágoras para obtener la profusión de conocimientos abstractos que poseía. Los Misterio de Grecia, Egipto, Persia e India obligaban forzosamente a sus iniciados a no revelar sus secretos. Después de aceptar las obligaciones de aquellas sociedades, la única solución honorable para Pitágoras era acatar sus normas. Jámblico menciona a 218 hombres y 17 mujeres entre los filósofos pitagóricos más famosos. Por consiguiente, resulta evidente que Pitágoras reveló sus secretos a una cantidad considerable de personas, probablemente todas las que pensó que podían comprender su conocimiento y sacarle provecho. Aún habría que aceptar la doctrina pitagórica de filosofía matemática como el único sistema de pensamiento capaz de hacer frente al enigma de la existencia.

Manly Palmer Hall