Después de llegar al trono de David, su padre, Salomón, el amado por Dios, constructor de la Casa Eterna y gran maestro de la logia de Jerusalén, consagró su vida a erigir un templo a Dios y un palacio para los reyes de Israel. Cuando el fiel amigo de David, Hiram, rey de Tiro, se enteró de que un hijo de David ocupaba el trono de Israel, envió mensajes de felicitación y ofrecimientos de ayuda al nuevo gobernante. En su Historia de los Judíos, Flavio Josefo menciona que las copias de las cartas que intercambiaron los dos reyes se pudieron ver entonces tanto en Jerusalén como en Tiro. Aunque Hiram no apreció las veinte ciudades de Galilea que Salomón le regaló cuando finalizó el templo, los dos monarcas siguieron siendo grandes amigos.
Los
dos eran famosos por su ingenio y su
sabiduría y en su correspondencia cada
uno inventaba preguntas desconcertantes
para poner a prueba el ingenio del Otro.
Salomón celebró un acuerdo con Hiram
de Tiro y le prometió grandes cantidades
de cebada, trigo, maíz, vino y aceite
como salarios para los albañiles y los
carpinteros de Tiro que colaborasen con
los judíos en la construcción del templo.
Juram también proporcionó cedros y
otros árboles de buena calidad, con los
cuales se construyeron balsas que
flotaron mar abajo hasta Joppe, donde
los obreros de Salomón los trasladaban
tierra adentro, hasta el lugar donde se
construyó el templo.
Como quería tanto a Salomón, Hiram
de Tiro también le envió al Gran
Maestro de los Arquitectos Dionisíacos,
Hiram Abif, hijo de madre viuda, que no
tenía igual entre los artesanos de la
tierra. Se lo describe como «tirio de
nacimiento, pero de ascendencia
israelita» y como «segundo Besalel,
honrado por su rey con el título de
Padre». The Freemason’s Pocket
Companion (publicado en 1771)
describe a Hiram como «el obrero más
ingenioso, hábil y curioso que existió
jamás, cuyas habilidades no se limitaban
solo a la construcción, sino que se
extendían a todo tipo de trabajo, ya fuera
en oro, plata, bronce o hierro; ya fuera
en hilo, tapices o bordados; se lucía por
igual como arquitecto, estatuario [sic],
fundidor y diseñador, por separado o
conjuntamente.
A partir de sus diseños y
siguiendo sus indicaciones, se
comenzaron, realizaron y terminaron
todos los muebles ricos y espléndidos
del templo y sus diversas añadiduras.
Salomón lo nombró para ocupar la
presidencia en su ausencia, como
segundo Gran Maestro, y, en su
presencia, Anciano Gran Guardián,
Maestro de obras y, supervisor general
de todos los artistas, tanto de aquellos
que David había conseguido en Tiro y en
Sidón como de los que posteriormente
enviara Hiram». (Los escritores
masónicos actuales no se ponen de
acuerdo en cuanto a la precisión de esta
última oración).
A Marte, el antiguo planeta de la
energía cósmica, los «astrólogos»
atlantes y caldeos le asignaron a Aries
como trono diurno y a Escorpio como
trono nocturno.
Los que no ascendían a
la vida espiritual mediante la iniciación
se describen como «muertos por la
picadura del escorpión», porque vagan
por el lado nocturno del poder divino.
Mediante el misterio del cordero
pascual o La consecución del vellocino
de oro, aquellas almas «resucitan» o se
elevan hasta el poder diurno
constructivo de Marte en Aries: el
símbolo del Creador. Cuando se lleva
sobre la zona relacionada con las
pasiones animales, la piel de cordero
pura representa la regeneración de las
fuerzas de la procreación y su
consagración al servicio de la
divinidad. El tamaño del mandil, sin
contar el faldón, lo convierte en el
símbolo de la salvación, porque, según
los Misterios, tiene que tener Unos 900
centímetros cuadrados.
El mandil que aparece sobre estas
líneas incluye gran cantidad de
símbolos: la colmena, emblema de la
propia logia masónica: la llana, el mazo
y el tablero de dibujo; las piedras
picadas y las cuadradas; las pirámides y
las montañas del Líbano: los pilares, el
templo y el suelo tipo tablero, y la
estrella flamígera y las herramientas de
la Orden.
Ocupan el centro del mandil
un compás y una escuadra, que
representan el macrocosmos y el
microcosmos, y la serpiente
alternativamente blanca y negra de la luz
astral Debajo hay Una rama de acacia
con siete ramitas, que representa los
centros vitales del hombre superior y el
inferior. La calavera es un recordatorio
constante de que la naturaleza espiritual
solo se libera después de la muerte
filosófica de la personalidad sensual del
hombre.
A pesar de la cantidad inmensa de
trabajo que requirió su construcción, el
Templo de Salomón —en palabras de
George Oliver— «era un edificio
bastante pequeño, con un tamaño muy
inferior al de algunas de nuestras
iglesias». La cantidad de edificios
contiguos a él y el inmenso tesoro en oro
y piedras preciosas que se empleó en su
construcción concentraron mucha
riqueza dentro de la superficie del
templo. En su centro estaba el
sanctasanctórum, a veces llamado
«oráculo».
Era un cubo exacto —todas
sus medidas eran de veinte codos— y un
ejemplo de la influencia del simbolismo
egipcio. Las construcciones del grupo
del templo estaban adornadas con 1453
columnas de mármol de Paros, con
esculturas espléndidas, y 2906 pilastras
adornadas con capiteles. Había un
porche ancho que daba al Este y el
sanctasanctórum daba al Oeste. Según la
tradición, en los distintos edificios y
patios cabían un total de trescientas mil
personas. Tanto el presbiterio como el
sanctasanctórum estaban totalmente
cubiertos de placas de oro macizo con
incrustaciones de pedrería.
EL TEMPLO DE SALOMÓN
El rey Salomón comenzó la
construcción del templo en el cuarto año
de su reinado, en lo que sería, según los
cálculos modernos, el 21 de abril, y lo
acabó el undécimo año de su reinado, el
23 de octubre. El templo se inició
cuatrocientos ochenta años después de
que los hijos de Israel atravesaran el
mar Rojo. Parte de la labor de
construcción consistió en levantar una
base artificial en la cima del monte
Moría. Las piedras para el templo se
extrajeron de canteras situadas justo
debajo del monte Moria y las cuadraban
antes de extraerlas. Los adornos de
bronce y oro para el templo se vertieron
en moldes en el terreno arcilloso situado
entre Sukkot y Seredá y las partes de
madera estuvieron todas acabadas antes
de llegar al emplazamiento del templo.
Por consiguiente, el edificio se montó
sin ruido ni instrumentos y todas sus
partes encajaron a la perfección «sin el
martillo de la discordia, el hacha de la
división ni ninguna herramienta
maliciosa».
La controvertida Constitución de
1723 de Anderson, publicada en
Londres en 1723 y reimpresa por
Benjamín Franklin en Filadelfia en
1734, describe con estas palabras la
división de los trabajadores que
intervinieron en la construcción de la
Casa Eterna: «Sin embargo, ni la pagoda
de Dagon ni las mejores construcciones
de Tiro y Sidón se pueden comparar con
el templo del Dios Eterno en Jerusalén.
[…] se emplearon en él por lo menos
3600 príncipes, o maestros, para llevar
a cabo la obra según las indicaciones de
Salomón, con ochenta mil canteros en la
montaña, o compañeros, y setenta mil
peones, en total 153 600 además de la
leva de Adoniram para trabajar en las
montañas de Líbano por turnos con los
sidonios, a saber, treinta mil, con lo cual
en total fueron 183 600».
Daniel Sickels
habla de tres mil trescientos
supervisores, en lugar de tres mil
seiscientos, y menciona a los tres
Grandes Maestros por separado. El
mismo autor calcula el coste del templo
en casi cuatro mil millones de dólares.
La leyenda masónica de la
construcción del Templo de Salomón no
coincide en todos los aspectos con la
versión de las Escrituras, sobre todo en
las partes relacionadas con Hiram Abí.
Según la versión bíblica, este Maestro
regresó a su propio país; en la alegoría
masónica, es asesinado a traición. A este
respecto, A. E. Waite, en A New
Encyclopaedia of Freemasonry, hace el
siguiente comentario explicativo:
La leyenda del Maestro
Constructor es la gran alegoría
de la masonería. Resulta que esta
historia figurativa se basa en la
existencia de una personalidad
mencionada en la Sagrada
Escritura, aunque este
antecedente histórico se refiere a
los accidentes, en lugar de a la
esencia: la importancia reside en
la alegoría y no en ningún punto
de la historia que pueda haber
tras ella.
MANDIL MASÓNICO CON
FIGURAS SIMBÓLICAS
Si bien el simbolismo místico de
la masonería establece que el
mandil ha de ser un simple
cuadrado de piel de cordero con
el faldón correspondiente, los
mandiles masónicos con
frecuencia se adornan con
figuras curiosas e imponentes.
«Cuando uno se pone seda,
algodón o hilo —escribe Albert
Pike—, el simbolismo desaparece. Tampoco va uno
vestido cuando borra, desfigura
y profana la superficie blanca
con adornos, figuras o colores
del tipo que sean». (Véase
Masonic Symbolism).
A Marte, el antiguo planeta de la
energía cósmica, los
«astrólogos» atlantes y caldeos
le asignaron a Aries como trono
diurno y a Escorpio como trono
nocturno. Los que no ascendían
a la vida espiritual mediante la
iniciación se describen como
«muertos por la picadura del
escorpión», porque vagan por el
lado nocturno del poder divino.
Mediante el misterio del cordero
pascual o La consecución del
vellocino de oro, aquellas almas
«resucitan» o se elevan hasta el
poder diurno constructivo de
Marte en Aries: el símbolo del
Creador.
Cuando se lleva sobre la zona
relacionada con las pasiones
animales, la piel de cordero pura
representa la regeneración de
las fuerzas de la procreación y
su consagración al servicio de la
divinidad. El tamaño del mandil,
sin contar el faldón, lo convierte
en el símbolo de la salvación,
porque, según los Misterios,
tiene que tener unos 900
centímetros cuadrados.
El mandil que aparece sobre
estas líneas incluye gran
cantidad de símbolos: la
colmena, emblema de la propia
logia masónica; la llana, el mazo
y el tablero de dibujo; las piedras
picadas y las cuadradas; las
pirámides y las montañas del
Líbano; los pilares, el templo y el
suelo tipo tablero, y la estrella
flamígera y las herramientas de la Orden. Ocupan el centro del
mandil un compás y una
escuadra, que representan el
macrocosmos y el microcosmos,
y la serpiente alternativamente
blanca y negra de la luz astral.
Debajo hay una rama de acacia
con siete ramitas, que representa
los centros vitales del hombre
superior y el inferior. La
calavera es un recordatorio
constante de que la naturaleza
espiritual solo se libera después
de la muerte filosófica de la
personalidad sensual del hombre.
Hiram, como Maestro de los
Constructores, dividió a sus obreros en
tres grupos, denominados aprendices,
compañeros y maestros. Dio a cada
división determinadas contraseñas y
señales mediante las cuales se pudieran
determinar rápidamente las excelencias
de cada uno. Aunque todos se
clasificaban según sus méritos, algunos
estaban descontentos, porque deseaban
un puesto más elevado del que eran
capaces de ocupar. Al final, tres
compañeros más osados que los demás
decidieron obligar a Hiram a revelarles
la contraseña del grado de maestro.
Sabiendo que Juram siempre entraba en
el sanctasanctórum inacabado a
mediodía para rezar, aquellos villanos,
llamados Jubelas Jubelus y Jubelon, lo
esperaron, uno en cada una de las
puertas principales del templo. Cuando
Hiram estaba a punto de salir del templo
por la puerta sur, de pronto le hizo frente
Jubelas, armado con un medidor de
sesenta centímetros.
Cuando Hiram se
negó a revelarte la palabra del maestro,
el rufián lo golpeó en la garganta con la
regla; entonces, el maestro herido se
dirigió rápidamente a la puerta
occidental, donde Jubelus, armado con
una escuadra, lo aguardaba con la misma
pregunta. Otra vez Hiram guardó
silencio y el segundo asesino lo golpeó
en el pecho con la escuadra. Entonces
Hiram se dirigió tambaleándose a la
puerta oriental, donde encontró a
Jubelon, armado con una maza. Cuando
Hiram se negó a decirle la palabra del
maestro, Jubelon lo golpeó en medio de
los ojos con el mazo y Hiram cayó
muerto.
Los asesinos enterraron el cadáver
de Hiram en lo alto del monte Moria y
colocaron sobre la tumba un ramito de
acacia. Entonces, para no ser castigados
por su crimen, embarcaron con rumbo a
Etiopía, pero el puerto estaba cerrado.
Finalmente, los tres fueron capturados y,
tras admitir su culpabilidad, fueron
ejecutados, como establecía la ley.
Entonces el rey Salomón envió varios
grupos de tres hombres, uno de los
cuales descubrió la tumba recién
cavada, señalada con la ramita perenne.
Como los aprendices y los compañeros
no pudieron resucitar a su maestro de
entre los muertos, finalmente lo
«reanimó» el Maestro Masón con el
«fuerte apretón de una garra de león».
Para el constructor iniciado, el
nombre de Hiram Abif significa «mi
Padre, el Espíritu Universal, uno en
esencia, tres en aspecto»; por eso, el
maestro asesinado es una especie de
mártir cósmico —el espíritu crucificado
del bien, el dios que muere—, cuyo
Misterio se celebra en todo el mundo.
Entre los manuscritos del doctor
Sigismund Bastrom, el rosacruz
iniciado, aparece el siguiente extracto
de Von Welling en relación con la
verdadera naturaleza filosófica del
Hiram masónico:
La palabra original Juram, es una raíz formada por
tres consonantes: es decir,
jet, resh y mem. (1) jet,
significa chamah, la luz del sol,
es decir, el fuego frío, invisible y
universal de la naturaleza,
atraído por el sol, manifestado
en la luz y enviado hacia
nosotros y hacia todos los
cuerpos planetarios
pertenecientes al sistema solar.
(2) , resh, significa ruach,
es decir, espíritu, aire, viento,
como medio que transmite y
recoge la luz en innumerables
focos, en los cuales los rayos
solares de luz se agitan por un
movimiento circular y se
manifiestan en calor y fuego
ardiendo. (3) mem,
significa majim, agua, humedad,
pero más bien la madre del agua,
es decir, la humedad radical, o
un tipo determinado de aire
condensado. Las tres constituyen
el agente universal, o el fuego de
la naturaleza, en una sola palabra Juram, no Hiram.
Albert Pike menciona varias formas
del nombre Juram: Jirm, Jurm y Jur-Om;
esta última acaba en el monosílabo
sagrado hindú: OM, que también se
puede extraer del nombre de los tres
asesinos. Además, Pike relaciona a los
tres rufianes con una tríada de estrellas
en la constelación de Libra y también
destaca el hecho de que el dios caldeo
Baal —metamorfoseado en demonio por
los judíos— aparece en el nombre de
cada uno de los asesinos: Jubelas,
Jubelus y Jubelon. Para interpretar la
leyenda de Hiram hace falta estar familiarizado tanto con el sistema
pitagórico como con el cabalístico de
números y letras y también con los
ciclos filosóficos y astronómicos de los
egipcios, los caldeos y los brahmanes.
Tengamos en cuenta, por ejemplo, el
número 33.
El primer templo de
Salomón conservó durante treinta y tres
años su esplendor inmaculado, pero, al
cabo de ese período, fue saqueado por
Shishak, rey de Egipto, y finalmente (en
el 588 a. de C.) fue destruido por
completo por Nabucodonosor y el
pueblo de Israel fue llevado cautivo a
Babilonia.[64] También el rey David
gobernó durante treinta y tres años en
Jerusalén; la orden masónica se divide
en treinta y tres grados simbólicos; hay
treinta y tres segmentos en la columna
vertebral del hombre, y Jesús tenía
treinta y tres años cuando fue
crucificado.
Los intentos por averiguar el origen
de la leyenda hirámica demuestran que,
si bien en su forma actual es
relativamente moderna, sus principios
fundamentales proceden de la más
remota Antigüedad. En general, los
estudiosos masónicos actuales
reconocen que la historia del martirio de
Hiram se basa en los ritos egipcios de
Osiris, cuya muerte y resurrección
representaban de forma metafórica la
muerte espiritual del hombre y su
regeneración a través de la iniciación en
los Misterios. Hiram también se
identifica con Hermes mediante la
inscripción en la Tabla Esmeralda.
A
partir de estas asociaciones, resulta
evidente que hay que considerar a Hiram
un prototipo de la humanidad; en
realidad es la idea platónica (arquetipo)
del hombre. Así como, después de la
caída, Adán simboliza la idea de la
degeneración humana, a través de su
resurrección Hiram simboliza la idea de
la regeneración humana.
El 19 de marzo de 1314, Jacques de
Molay, el último Gran Maestro de los
Caballeros Templarios, fue quemado en
una pira erigida en el mismo punto de la
isla del Sena, en París, en el que
posteriormente se erigió la estatua del
rey Enrique IV.[65] «Según algunas
versiones de su muerte en la hoguera —
escribe Jennings—, antes de expirar,
Molay convocó a Clemente, el Papa que
había proclamado la bula que abolió la
Orden y había condenado al Gran
Maestro a las llamas, para que
compareciera, dentro de un plazo de
cuarenta días, ante el Juez Supremo y
Eterno y a Felipe [el rey] ante el mismo
tribunal imponente en el plazo de un
año.
Las dos profecías se cumplieron».
Debido a la estrecha relación entre la
masonería y los Caballeros Templarios
originales, la historia de Hiram se
relacionó con el martirio de Jacques de
Molay.
Según esta interpretación, los
tres rufianes que asesinaron cruelmente
a su maestro a las puertas del templo
porque se negó a revelarles los secretos
de su orden representan al Papa, el rey y
los verdugos. De Molay murió
defendiendo su inocencia y negándose a
revelar los arcanos filosóficos y
mágicos de los Templarios.
Los que han tratado de identificar a
Hiram con el asesinado rey Carlos I
opinan que la leyenda de Hiram ha sido
inventada a tal efecto por Elias
Ashmole, un filósofo místico que
probablemente pertenecía a la
Fraternidad de la Rosa Cruz. Carlos fue
destronado en 1647 y murió decapitado
en 1649, con lo cual el partido
monárquico perdió a su líder. Se ha
intentado relacionar la expresión «hijos
de la viuda» (una denominación que se
solía aplicar a los miembros de la
Orden Masónica) con este incidente de
la historia inglesa, porque, al ser
asesinado su rey, Inglaterra quedó
«viuda» y todos los ingleses se
convirtieron en «hijos de la viuda».
Para el masón cristiano místico,
Hiram representa al Cristo que en tres
días (grados) levantó el templo de Su
cuerpo de su sepulcro terrenal. Sus tres
asesinos eran el representante de César
(el Estado), el Sanedrín (la iglesia) y el
pueblo instigado (la plebe). Si lo
consideramos así, Hiram se convierte en
la naturaleza superior del hombre y los
asesinos son la ignorancia, la
superstición y el temor.
El Cristo
inherente solo se puede expresar a sí
mismo en este mundo a través de los
pensamientos, los sentimientos y los
actos del hombre. Pensar bien, sentir
bien y obrar bien son las tres puertas
que atraviesa el poder de Cristo al
ingresar en el mundo material, donde
trabaja para erigir el templo de la
hermandad universal. La ignorancia, la
superstición y el temor son tres rufianes,
por medio de los cuales es asesinado el
espíritu del bien y se establece en su
lugar un reino falso, controlado por los
malos pensamientos, los malos
sentimientos y las malas acciones. En el
universo material el mal siempre parece
victorioso.
«En este sentido —escribe Daniel
Sickels—, el mito de los tirios se repite
permanentemente en la historia de los
asuntos humanos. Orfeo fue asesinado y
su cuerpo fue arrojado al Hebro; a
Sócrates lo obligaron a beber cicuta, y
en todas las épocas hemos visto que el
Mal triunfa momentáneamente y la
Virtud y la Verdad son calumniadas,
perseguidas, crucificadas y asesinadas.
Sin embargo, la Justicia Eterna pasa con
seguridad y rapidez por el mundo: los
tifones, los hijos de la oscuridad, los
que conspiran para cometer delitos y
todas las formas infinitamente variadas
del mal caen en el olvido y la Verdad y
la Virtud —postradas durante un tiempo
— surgen envueltas en una majestad más
divina y coronadas de gloria eterna.»
Existen motivos abundantes para
sospechar que la orden masónica
moderna ha estado profundamente
influida por la sociedad secreta de
Francis Bacon —si es que en realidad
no ha surgido de ella—, pero no cabe
duda de que en su simbolismo están
presentes los dos grandes ideales de
Bacon: la educación universal y la
democracia universal. Los enemigos
mortales de la educación universal son
la ignorancia, la superstición y el miedo,
que mantienen el alma humana cautiva
de la parte más baja de su propia
constitución. Los enemigos consumados
de la democracia universal siempre han
sido la corona, la tiara y la antorcha. Por
eso, Hiram simboliza el estado ideal de
emancipación espiritual, intelectual y
física que siempre se ha sacrificado en
el altar del egoísmo humano. Hiram es
el Embellecedor de la Casa Eterna. No
obstante, el utilitarismo moderno
sacrifica lo bello en aras de lo práctico
y a renglón seguido proclama la
evidente mentira de que el egoísmo, el
odio y la discordia son prácticos.
El doctor Orville Ward Owen
encontró una parte considerable de los
primeros treinta y dos grados del ritual
masónico oculta en el texto del Primer
Folio de Shakespeare. También se
pueden ver emblemas masónicos en las
portadas de casi todos los libros
publicados por Bacon. Sir Francis
Bacon se consideraba a sí mismo un
sacrificio vivo en el altar de la
necesidad humana; es evidente que fue
segado en mitad de su trabajo y
cualquiera que analice su Nueva
Atlántida reconocerá en ella el
simbolismo masónico.
Según las
observaciones de Joseph Fort Newton,
el templo de Salomón descrito por
Bacon en aquella novela utópica no era
en realidad un edificio, sino el nombre
de un estado ideal. ¿Acaso no es cierto
que el templo de la masonería también
es emblemático de una condición de la
sociedad? Puesto que, como ya hemos
dicho, los principios de la leyenda de
Hiram tienen muchísima antigüedad,
podría ser que su forma actual se basara
en incidentes de la vida de lord Bacon,
que pasó por la muerte filosófica y
«resucitó» en Alemania.
Según un viejo manuscrito, la Orden
Masónica fue formada por alquimistas y
filósofos herméticos que se habían unido
para proteger sus secretos contra los
métodos infames utilizados por personas
codiciosas para arrancarles el secreto
de la fabricación del oro. El hecho de
que la leyenda hirámica contenga una
fórmula alquímica aporta veracidad a
esta historia. Por consiguiente, la
construcción del Templo de Salomón
representa la consumación de la
magnum opus, que no se puede llevar a
cabo sin la colaboración de Hiram, el
representante universal. Los Misterios
masónicos enseñan al iniciado a
preparar en su propia alma un poder de
proyección milagroso que le permita
convertir la masa vil de la ignorancia, la
perversión y la discordia humanas en un
lingote de oro espiritual y filosófico.
DIANA DE ÉFESO
Montfaucon: Antiquity
Explained by Montfaucon
Coronada con una tiara triple,
que parecen tres torres, y con su
forma adornada con criaturas
simbólicas en representación de
sus poderes espirituales, Diana
se identificaba con la fuente de
la doctrina imperecedera que
fluye del seno de la que tiene
muchos pechos y sirve de
alimento espiritual para los
aspirantes, hombres y mujeres,
que han consagrado su vida a la
contemplación de la realidad.
Así como el cuerpo físico del
hombre se alimenta con lo que le proporciona la Gran Madre
proporciona Tierra, la naturaleza espiritual del
hombre se nutre de las fuentes
infalibles de la Verdad que
manan de los mundos invisibles.
Existe suficiente similitud entre el
Hiram masónico y la Kundalini del
misticismo hindú para justificar la
hipótesis de que Hiram tal vez simbolice
también el fuego sagrado que pasa por el
sexto ventrículo de la columna vertebral.
La ciencia exacta de la regeneración
humana es la clave perdida de la
masonería, porque cuando el fuego
sagrado se eleva y atraviesa los treinta y
tres grados o segmentos de la columna
vertebral y entra en la cámara
abovedada del cráneo humano, entra
finalmente en el cuerpo pituitario (Isis),
donde invoca a Ra (la glándula pineal) y
exige el nombre sagrado. La masonería
operativa, en el sentido más amplio del
término, significa el proceso por medio
del cual se abre el ojo de Horus. E. A.
Wallis Budge destaca que, en algunos de
los papiros que ilustran la entrada de las
almas de los difuntos en la sala del
juicio de Osiris, el difunto lleva una
piña en la coronilla. Los misterios
griegos también llevaban una vara
simbólica, cuyo extremo superior tenía
forma de piña, llamada el «tirso de
Baco».
En el cerebro humano hay una
glándula minúscula, llamada cuerpo o
glándula pineal, que es el ojo sagrado de
los antiguos y corresponde al tercer ojo
de los Cíclopes. Poco se sabe sobre la
función de este órgano, que Descartes
sugirió (con más sabiduría que
conocimiento) que podía ser la morada
del espíritu del hombre. Como su
nombre indica, la glándula pineal es la
piña sagrada humana, el ojo único, que
no se puede abrir hasta que Hiram (el
fuego sagrado) «resucita» y atraviesa
los sellos sagrados, que en Asia reciben
el nombre de «las siete iglesias».
Hay una pintura oriental en la que
aparecen tres soles. Uno cubre la
cabeza, en medio de la cual está sentado
Brahma, que tiene cuatro cabezas y el
cuerpo de un color oscuro misterioso.
El
segundo, que cubre el corazón, el plexo
solar y la parte superior del abdomen,
muestra a Vishnu sentado en flor de loto
sobre un lecho formado por las espirales
de la serpiente del movimiento cósmico,
cuya cabeza de siete capuchas forma un
dosel por encima del dios. El tercer sol
está encima del aparato reproductor, en
medio del cual está Shiva, con el cuerpo
de color blanco grisáceo, y con el río
Ganges que le fluye de la coronilla. La
pintura fue obra de un místico hindú que
dedicó muchos años a ocultar grandes
principios filosóficos en aquellas
figuras. Las leyendas cristianas también
podrían relacionarse con el cuerpo
humano según el mismo método que las
orientales, porque los significados
arcanos ocultos en las enseñanzas de las
dos escuelas son idénticos.
Aplicados a la masonería, los tres
soles representan las puertas del templo
en las que Hiram fue atacado; no hay
puerta al Norte, porque el sol nunca
brilla desde el ángulo septentrional del
cielo.
El Norte es el símbolo de lo
físico, por su relación con el hielo (el
agua cristalizada) y con el cuerpo (el
espíritu cristalizado). En el hombre, la
luz brilla hacia el norte, pero nunca
desde allí, porque el cuerpo carece de
luz propia, pero su brillo refleja el
esplendor de las partículas vitales
divinas que están ocultas dentro de la
sustancia física. Por este motivo, se
acepta a la luna como símbolo de la
naturaleza física del hombre. Hiram es
el agua fogosa y etérea que debe
resucitar a través de los tres grandes
centros simbolizados por la escalera de
tres travesaños y las flores con forma de
soles mencionadas en la descripción de
la pintura hindú. También debe ascender
mediante la escalera de siete
travesaños: los siete plexos próximos a
la columna. Los nueve segmentos del
sacro y el cóccix están perforados por
diez orificios, por los cuales pasan las
raíces del árbol de la Vida. El nueve es
el número sagrado del hombre y en el
simbolismo del sacro y el cóccix se
oculta un gran misterio. Los primeros
cabalistas llamaban a la parte del
cuerpo que está por debajo de los
riñones «la tierra de Egipto», a la cual
fueron llevados los hijos de Israel
durante su cautiverio.
Al salir de Egipto,
Moisés (la mente iluminada, como su
nombre implica) condujo a las tribus de
Israel (las doce facultades) levantando
la serpiente de bronce en el desierto
sobre el símbolo de la cruz de Tau. No
solo Hiram sino los hombres Dioses de
casi todos los rituales mistéricos
paganos son personificaciones del fuego
sagrado en la médula espinal humana.
No olvidemos tampoco el aspecto
astronómico de la leyenda de Hiram. El
sol representa todos los años la tragedia
de Hiram al pasar por los signos del
Zodiaco.
«Del viaje del sol por los doce
signos —escribe Albert Pike—
proceden la leyenda de los doce
trabajos de Hércules y las encarnaciones
de Vishnu y Buda. De allí viene la
leyenda del asesinato de Jurum, el
representante del Sol, por los tres
compañeros, símbolos de los signos de
invierno, Capricornio, Acuario y Piscis,
que lo atacaron en las tres puertas del
Cielo y lo mataron en el solsticio de
invierno. De ahí su búsqueda por parte
de los nueve compañeros, los otros
nueve signos, su hallazgo, su entierro y
su resurrección».
Según otros autores, los tres
asesinos del Sol fueron Libra. Escorpio
y Sagitario, dado que Osiris fue
asesinado por Tifón, a quien se
asignaban los treinta grados de la
constelación de Escorpio. En los
Misterios cristianos, también Judas
representa al Escorpión y las treinta
monedas de plata por las que traicionó a
su Señor representan el número de
grados de aquel signo. Después de ser
atacado por Libra (el Estado), Escorpio
(la Iglesia) y Sagitario (la plebe), el sol
(Hiram) es transportado en secreto a
través de la oscuridad por los signos de
Capricornio, Acuario y Piscis y
enterrado en la cima de una colina (el
equinoccio vernal). Capricornio lleva
como símbolo a un anciano con una
guadaña en la mano. Se trata del
Tiempo, un caminante, que en la
masonería se representa estirando los
tirabuzones del pelo de una niña
pequeña. Si la virgen que llora se
considera el símbolo de Virgo y el
Tiempo, con su guadaña, el símbolo de
Capricornio, entonces el intervalo de
noventa grados entre estos dos signos
tendrá que corresponder al ocupado por
los tres asesinos
Desde un punto de vista
esotérico, la urna que contiene las
cenizas de Hiram representa el corazón
humano. Saturno, el anciano que vive en
el Polo Norte y lleva a los hijos de los
hombres una ramita de un árbol de hoja
perenne (el árbol de Navidad), es
conocido entre los pequeños como Santa
Claus, porque todos los inviernos trae el
regalo de un año nuevo.
El Sol martirizado es descubierto
por Aries, un compañero, y en el
equinoccio vernal comienza el proceso
de resucitarlo.
Finalmente lo consigue el
león de Judá, que, en tiempos antiguos,
ocupaba el puesto de la clave en el arco
real del cielo. La precesión de los
equinoccios hace que diversos signos
desempeñen el papel de asesinos del sol
durante las distintas épocas del mundo,
aunque el principio implícito sigue
intacto. Esta es la historia cósmica de
Hiram, el benefactor universal, el
arquitecto fogoso de la Casa de Dios,
que se lleva a la tumba la Palabra
Perdida que, cuando se pronuncia,
«resucita» la vida al poder y la gloria.
Según el misticismo cristiano, cuando la
encuentran, la Palabra Perdida está en
un establo, rodeada de animales y
marcada por una estrella. «Cuando el
sol sale de Leo —escribe Robert Hewitt
Brown—, los días se empiezan a acortar
claramente a medida que el sol
desciende hacia el equinoccio otoñal;
entonces lo vuelven a matar los tres
meses de otoño, permanece muerto los
tres meses de invierno y es resucitado
otra vez por los tres meses de verano.
Todos los años se repite la gran tragedia
y tiene lugar la gloriosa
resurrección.»[68]
Se dice que Hiram está «muerto»,
porque, en el individuo medio, la
manifestación de las fuerzas creativas
cósmicas se limita a una expresión
puramente física y, por consiguiente,
materialista. Obsesionado por su
creencia en la realidad y la permanencia
de la existencia física, el hombre no
establece ninguna relación entre el
universo material y el muro
septentrional en blanco del templo. Del
mismo modo que se dice que la luz solar
muere simbólicamente al acercarse al
solsticio de invierno, se puede decir que
el mundo físico es el solsticio de
invierno del espíritu.
Al llegar al
solsticio de invierno, da la impresión de
que el sol se queda inmóvil durante tres
días, al cabo de los cuales hace rodar la
piedra del invierno y empieza su marcha
triunfal hacia el norte, en dirección al
solsticio de verano. El estado de
ignorancia se puede comparar con el
solsticio de invierno de la filosofía y el
conocimiento espiritual, con el solsticio
de verano. Desde este punto de vista, la
iniciación en los Misterios se convierte
en el equinoccio vernal del espíritu y en
ese momento el Hiram que hay en el
hombre pasa del reino de la mortalidad
al de la vida eterna.
El equinoccio
otoñal es análogo a la caída mitológica del hombre, cuando el
espíritu humano descendió a los reinos
del Hades al sumergirse en la ilusión de
la existencia terrestre.
En An Essay on the Beautiful,
Plotino describe el efecto mejorador que
produce la belleza en la conciencia cada
vez mayor del hombre. Como encargado
de la decoración de la Casa Eterna,
Hiram Abí encarna el principio
embellecedor. La belleza es fundamental
para el desarrollo natural del alma
humana. Los Misterios sostenían que el
hombre, al menos en parte, era producto
de su entorno. Por consiguiente, les
parecía fundamental que cada persona
estuviera rodeada de objetos que
evocaran los sentimientos más nobles y
más elevados. Demostraron que se
podía producir belleza en la vida
rodeando la vida de belleza.
Descubrieron que las almas que estaban
siempre en presencia de cuerpos
simétricos construían cuerpos simétricos
y que las mentes rodeadas de ejemplos
de nobleza mental producían
pensamientos nobles.
Por el contrario, si
se obligaba a alguien a mirar una
estructura innoble, la visión le
despertaría una sensación de bajeza que
lo incitaría a cometer bajezas. Si en
medio de una ciudad se levantase un
edificio desproporcionado, en esa
comunidad nacerían niños mal
proporcionados y la vida de los
hombres y las mujeres que contemplaran
aquella construcción asimétrica no sería
armoniosa. Los hombres reflexivos de la
Antigüedad advirtieron que sus grandes
filósofos eran una consecuencia natural
de los ideales estéticos de la
arquitectura, la música y el arte
establecidos como norma en los
sistemas culturales de aquella época.
La sustitución de la armonía de la
belleza por la discordancia de lo
fantástico constituye una de las grandes
tragedias de todas las civilizaciones.
No
solo eran hermosos los dioses
salvadores del mundo antiguo, sino que
cada cual ejercía un sacerdocio de la
belleza e intentaba lograr la
regeneración del hombre despertando en
él el amor por lo bello. Solo se puede
conseguir que renazca la época dorada
de la fábula si se eleva la belleza a la
dignidad que le corresponde, como
cualidad omnipresente e idealizante en
el aspecto religioso, el ético, el
sociológico, el científico y el político de
la vida. Los Arquitectos Dionisíacos se
consagraban a «resucitar» su espíritu
maestro, la Belleza Cósmica, del
sepulcro de la ignorancia material y el
egoísmo levantando edificios que eran
ejemplos tan perfectos de simetría y
majestuosidad que en realidad
constituían fórmulas mágicas con las
cuales evocaban el espíritu del
Embellecedor martirizado, sepultado en
un mundo materialista.
En los Misterios masónicos, el
espíritu trino del hombre (la delta) se
representa mediante los tres Grandes
Maestros de la logia de Jerusalén.
Como
Dios es el principio que está presente en
los tres mundos, en cada uno de ellos se
manifiesta como un principio activo, de
modo que el espíritu del hombre, al ser
partícipe de la naturaleza de la
divinidad, vive en tres planos del ser: la
esfera suprema, la superior y la inferior
de los pitagóricos.
A la entrada de la
esfera inferior (el infierno o el lugar
donde habitan las criaturas mortales),
está el guardián del Hades: el perro de
tres cabezas, Cerbero, análogo a los tres
asesinos de la leyenda de hirámica.
Según esta interpretación simbólica del
espíritu trino, Hiram es la tercera parte,
la que se encarna: el Maestro
Constructor que, a lo largo de todas las
épocas, levanta templos vivos de carne
y hueso como santuarios de lo más alto.
Hiram se presenta como una flor y la
cortan; muere a las puertas de la
materia; es enterrado en los elementos
de la creación, pero, a semejanza de
Thor, agita su martillo poderoso en los
campos del espacio, pone en
movimiento los átomos primigenios e
impone el orden en el caos.
Como
potencialidad del poder cósmico que
reside en cada alma humana, Hiram
espera a que el hombre, mediante el
ritualismo complejo de la vida,
convierta la potencialidad en potencia
divina. Sin embargo, a medida que
aumentan las percepciones sensoriales
del individuo, el hombre adquiere cada
vez mayor control de sus distintas partes
y el espíritu de la vida interior poco a
poco alcanza la libertad. Los tres
asesinos representan las leyes del
mundo inferior —nacimiento, desarrollo
y decadencia— que cada vez frustran el
plan del Constructor. Para el individuo
medio, el nacimiento físico en realidad
significa la muerte de Hiram y la muerte
física, su resurrección. El iniciado, en
cambio, alcanza la resurrección de la
naturaleza espiritual sin la intervención
de la muerte física.
Según la interpretación de S. A.
Zola, del grado 33 y antiguo Gran
Maestro de la Gran Logia de Egipto,
unos símbolos curiosos hallados en la
base de la Aguja de Cleopatra, que
actualmente se encuentra en el Central
Park de Nueva York, tenían, en primer
lugar, importancia masónica. Se
encuentran marcas y símbolos
masónicos en las piedras de numerosos
edificios públicos, no solo en Inglaterra
y en el continente europeo, sino también
en Asia.
En su Indian Masons’ Marks of
the Moghul Dynasty, A. Gorham
describe muchísimas marcas que
aparecen en los muros de edificios tales
como el Taj Mahal, la Jama Masjid y
una famosa construcción masónica: el
Qutab Minar. Para los que consideran la
masonería un producto de la sociedad
secreta de arquitectos y constructores
que durante miles de años constituyeron
una casta de maestros artesanos, Hiram
Abí fue el Gran Maestro tirio de una
organización mundial de artesanos, cuyo
cuartel general estaba en Tiro. Su
filosofía consistía en incorporar a sus
mediciones y sus ornamentaciones de
templos, palacios, mausoleos, fortalezas
y demás edificios públicos su
conocimiento de las leyes que
controlaban el universo. A cada obrero
iniciado se le asignaba un jeroglífico
con el que marcaba las piedras que
cuadraba, para demostrar a toda la
posteridad que así dedicaba al
Arquitecto Supremo del universo cada
uno de los frutos perfectos de su trabajo.
Con respecto a las marcas de los
masones, Robert Freke Gould escribe lo
siguiente:
Es muy sorprendente que
estas marcas se encuentren en
todos los países —en las
cámaras de la Gran Pirámide de
Gizeh, en las murallas
subterráneas de Jerusalén, en
Pompeya y en Herculano, en
murallas romanas y en templos
griegos, en el Indostán, en
México, en Perú y en Asia
Menor—, así como también en
las grandes ruinas de Inglaterra,
Francia, Alemania, Escocia,
Italia, Portugal y España.[70]
Desde este punto de vista, es muy
posible que la historia de Hiram
represente la incorporación de los
secretos divinos de la arquitectura a las
partes y las dimensiones reales de los
edificios terrenales. Los tres grados de
la Hermandad entierran al Gran Maestro
(el gran arcano) en el edificio real que
construyen, después de haberlo matado
con las herramientas del constructor,
rebajando al espíritu sin dimensiones de
la belleza cósmica a las limitaciones de
la forma concreta. No obstante,
meditando sobre la construcción, el
Maestro Masón puede resucitar los
ideales abstractos de la arquitectura y
extraer de ellos los principios divinos
de la filosofía arquitectónica que están
incorporados o «sepultados» en ellos.
Por consiguiente, el edificio físico en
realidad es la tumba o la personificación
del ideal creativo, del cual las
dimensiones materiales no son más que
la sombra.
Además, se puede considerar que la
leyenda de Hiram encarna las
vicisitudes de la filosofía misma. Como
instituciones destinadas a difundir la
cultura ética, los Misterios paganos
fueron los arquitectos de la civilización.
Su poder y su dignidad se personificaron
en juran el Maestro Constructor, pero al
final sucumbieron al ataque de aquel trío
recurrente compuesto por el Estado, la
Iglesia y la plebe. Fueron profanados
por el Estado, celoso de su riqueza y su
poder; por la Iglesia primitiva, temerosa
de su sabiduría, y por la muchedumbre o
la soldadesca, incitadas tanto por el
Estado como por la Iglesia.
Así como
Hiram, cuando resucita de su tumba,
susurra la palabra del Maestro Masón
que se perdió por su muerte prematura,
el restablecimiento o la resurrección de
los Misterios antiguos, según los
principios de la filosofía, tendrá como
consecuencia el redescubrimiento de la
enseñanza secreta, sin la cual la
civilización debe continuar en un estado
de confusión e incertidumbre espiritual.
Cuando gobierna la plebe, el hombre
es dominado por la ignorancia; cuando
gobierna la Iglesia, es dominado por la
superstición, y cuando gobierna el
Estado, es dominado por el miedo. Para
que los hombres puedan vivir juntos en
armonía y entendimiento, hay que
convertir la ignorancia en sabiduría, la
superstición en fe iluminada y el miedo
en amor. Aunque se afirme lo contrario,
la masonería es una religión que
pretende unir a Dios y al hombre,
elevando a sus iniciados a un nivel de
conciencia en el cual puedan contemplar
con visión clara las obras del Gran
Arquitecto del universo.
De una época a
otra, perdura la visión de una
civilización perfecta como ideal para la
humanidad, en medio de la cual habrá
una universidad poderosa, en la que se
enseñarán libremente las ciencias
sagradas y las seculares relacionadas
con los misterios de la vida a todos los
que asuman la vida filosófica. Allí no
tendrán cabida el credo ni el dogma; se
eliminará lo superficial y solo se
mantendrá lo esencial. El mundo será
gobernado por las mentes más preclaras
y cada uno ocupará el puesto para el
cual esté mejor preparado.
La gran universidad se dividirá en
grados, a los que se accederá por medio
de pruebas preliminares o iniciaciones
En ella se enseñará a la humanidad el
más sagrado, el más secreto y el más
imperecedero de todos los Misterios: el
simbolismo. Allí se enseñará a los
iniciados que todos los objetos visibles,
todos los pensamientos abstractos y
todas las reacciones emocionales no son
más que símbolos de un principio
eterno.
Allí la humanidad aprenderá que
Hiram (la Verdad) está enterrado en
cada uno de los átomos del Cosmos, que
toda forma es un símbolo y que todo
símbolo es la tumba de una verdad
eterna. Mediante la educación —
espiritual, mental, moral y física—, el
hombre aprenderá a desprender las
verdades vivas de la capa inerte que las
envuelve. En definitiva, el gobierno
perfecto de la tierra debe tomar como
modelo el gobierno divino por el que se
rige el universo. El día que se
restablezca el orden perfecto, cuando
triunfen la paz universal y el bien, los
hombres ya no buscarán la felicidad,
porque la encontrarán en sí mismos. Las
esperanzas muertas, las aspiraciones
muertas y las virtudes muertas saldrán
de su tumba y el espíritu de la belleza y
la bondad, asesinado una y otra vez por
hombres ignorantes, volverá a ser el
maestro de obras. Entonces los sabios se
sentarán en los asientos de los
poderosos y los dioses caminarán con
los hombres.
Manly Palmer Hall
Manly Palmer Hall
Hola.. tengo una duda, ¿cual sería la pintura oriental en la que aparecen tres soles?
ResponderEliminarsañudos.