miércoles, 26 de junio de 2019

LAS ENSEÑANZAS SECRETAS DE TODOS LOS TIEMPOS - LA TEORÍA PITAGÓRICA DE LA MÚSICA Y EL COLOR




La armonía es un estado que los grandes filósofos reconocen como requisito esencial e inmediato de la belleza. Algo compuesto solo se denomina «bello» cuando sus partes forman una combinación armoniosa. El mundo se llama «bello» y a su Creador se lo llama «bueno», porque lo bueno forzosamente debe actuar de conformidad con su propia naturaleza y actuar bien según su propia naturaleza es la armonía, porque lo bueno que se consigue armoniza con lo bueno que se es. Por consiguiente, la belleza es armonía que manifiesta su propia naturaleza intrínseca en el mundo de la forma. El universo está compuesto por grados sucesivos del bien, que ascienden desde lo material (el grado más bajo del bien) hasta lo espiritual (el grado más alto del bien). 

En el hombre, su naturaleza superior es el summum bonum. Por consiguiente, se deduce que su naturaleza superior conoce enseguida el bien, porque el bien exterior a él en el mundo está en proporción armónica con el bien presente en su alma. Lo que el hombre denomina «mal» no es, por lo tanto —al igual que la materia—, más que el grado mínimo de su propio opuesto. El grado mínimo del bien presupone, asimismo, el grado mínimo de armonía y belleza; por eso, la deformidad (el mal) en realidad es la combinación menos armoniosa de elementos naturalmente armónicos como unidades individuales. La deformidad es antinatural, porque, al ser el Bien la suma de todo, es natural que todas las cosas sean partícipes del Bien y estén dispuestas en combinaciones que sean armoniosas. La armonía es la manifestación de la voluntad del Bien eterno. 

La Filosofía de la música 

Es sumamente probable que los iniciados griegos obtuvieran su conocimiento de los aspectos filosóficos y terapéuticos de la música de los egipcios, quienes, a su vez, consideraban fundador de esta arte a Hermes. Según una leyenda, este dios fabricó la primera lira tensando cuerdas por encima de la concavidad del caparazón de una tortuga. Tanto Isis como Osiris eran patronos de la música y la poesía. Al describir lo antiguas que eran estas artes entre los egipcios, Platón declaró que las canciones y la poesía existían en Egipto como mínimo desde hacía diez mil años y que eran tan exaltadas e inspiradas que solo podían haber sido compuestas por los dioses o por hombres que fueran como los dioses. 

En los Misterios, la lira se consideraba el símbolo secreto de la constitución humana: el cuerpo del instrumento representa la forma física, las cuerdas son los nervios y el músico es el espíritu. Tocando los nervios, el espíritu creaba las armonías del funcionamiento normal, que, sin embargo, se convertían en acordes disonantes, si la naturaleza del hombre se corrompía. Aunque los chinos, los hindúes, los persas, los egipcios, los israelitas y los griegos primitivos empleaban tanto música vocal como instrumental en sus ceremonias religiosas y también como complemento de la poesía y el teatro, fue Pitágoras quien elevó el arte a su auténtica dignidad, mediante la demostración de su base matemática. Si bien se dice que él no era músico, en general se atribuye a Pitágoras el descubrimiento de la escala diatónica. Después de aprender la teoría divina de la música de los sacerdotes de los diversos Misterios en los que había sido aceptado, Pitágoras reflexionó durante varios años sobre las leyes que regían la consonancia y la disonancia. No se sabe cómo resolvió realmente el problema, pero se ha inventado la explicación siguiente.




LOS INTERVALOS Y LAS ARMONÍAS DE LAS ESFERAS 
Thomas Stanley: The History of Philosophy 

Según la concepción pitagórica de la música de las esferas, el intervalo entre la tierra y la esfera de las estrellas fijas se consideraba un diapasón: el intervalo armónico más perfecto. 
La disposición siguiente es la más aceptada para los intervalos musicales de los planetas comprendidos entre la tierra y la esfera de las estrellas fijas: de la esfera de la tierra a la de la luna, un tono; de la esfera de la luna a la de Mercurio, un semitono; de Mercurio a venus, un semitono; de Venus al Sol, un tono y medio; del Sol a Marte, un tono;  un tono; de Marte a Júpiter, un semitono; de Júpiter a Saturno, un semitono; de Saturno a las estrellas fijas, un semitono. 
La suma de estos intervalos equivale a los seis tonos completos de la octava.



Un día, mientras meditaba sobre el problema de la armonía, Pitágoras pasó por casualidad delante del taller de un metalista, en cuyo interior los obreros golpeaban un trozo de metal sobre un yunque. Observando las variaciones de tono entre los sonidos producidos por los martillos grandes y los producidos por implementos más pequeños y calculando meticulosamente las armonías y las discordancias resultantes de las combinaciones de aquellos sonidos, dio con la primera clave de los intervalos musicales de la escala diatónica. Entró en el taller y, tras observar cuidadosamente las herramientas y tomar nota mentalmente de su peso, regresó a su casa y construyó un brazo de madera que sobresalía de la pared de su habitación: a intervalos regulares, le sujetó cuatro cuerdas, todas de la misma composición, tamaño y peso. Ató a la primera un peso de doce libras {cinco kilos y medio}; a la segunda, uno de nueve libras {cuatro kilos}; a la tercera, uno de ocho libras {tres kilos y medio}, y a la cuarta, uno de seis libras {algo más de dos kilos y medio}. 

Los distintos pesos correspondían al tamaño de los martillos de los metalistas. A continuación, Pitágoras descubrió que cuando sonaban juntas la primera y la cuarta cuerda, producían el intervalo armónico de una octava, porque duplicar el peso producía el mismo efecto que dividir la cuerda por la mitad. Como la tensión de la primera cuerda era el doble que la de la cuarta, se decía que la proporción entre ellas era de 2 a 1, o sea, el doble. Mediante una experimentación similar, determinó que la primera y la tercera cuerdas producían la armonía del diapente o intervalo de quinta. Como la tensión de la primera cuerda era una vez y media la de la tercera, se decía que la proporción entre ellas era de 3 a 2, o sesquiáltero. Asimismo, como la segunda y la cuarta cuerdas tenían la misma proporción que la primera y la tercera, daban una armonía de diapente. 

Pitágoras continuó su investigación y descubrió que la primera y la segunda cuerda producían la armonía de diatesarón, o intervalo de cuarta, y, como la tensión de la primera cuerda era un tercio más grande que la de la segunda, se decía que su proporción era de 4 a 3, o un sesquitercio. Como la tercera y la cuarta cuerdas guardaban la misma proporción que la primera y la segunda, producían otra armonía de diatesarón. Según Jámblico, la segunda y la tercera cuerdas guardaban una proporción de 8 a 9. La clave de las proporciones armoniosas está oculta en la famosa tetractys pitagórica, o pirámide de puntos. La tetractys está compuesta por los cuatro primeros números —1, 2, 3 y 4—, que, en sus proporciones, revelan los intervalos de octava, el diapente y el diatesarón. Aunque la ley de los intervalos armónicos, tal como se acaba de exponer, es cierta, posteriormente se ha demostrado que unos martillos que golpeen el metal de la manera descrita no producen los diversos tonos que se les atribuyen. Por consiguiente, es muy probable que Pitágoras elaborara su teoría de la armonía a partir del monocordio, un instrumento con una sola cuerda tendida entre dos clavijas y provisto de trastes móviles. 

Para Pitágoras, la música era uno de los dominios de la ciencia divina de la matemática y sus armonías eran controladas de forma inflexible por proporciones matemáticas. Según los pitagóricos, la matemática demostraba el método exacto que empleaba el Bien para establecer y mantener su universo. Por consiguiente, el número precede a la armonía, porque la ley inmutable es lo que gobierna todas las proporciones amónicas. Tras descubrir estas proporciones armónicas, Pitágoras fue iniciando poco a poco a sus discípulos en aquello que constituía el arcano supremo de sus Misterios. Dividió las innumerables partes de la creación en una cantidad enorme de planos o esferas y asignó a cada uno de ellos un tono, un intervalo armónico, un número, un nombre, un color y una forma. A continuación, procedió a comprobar la precisión de sus deducciones haciendo demostraciones en los diferentes planos de la inteligencia y la sustancia, pasando de la premisa lógica más abstracta al sólido geométrico más concreto. Partiendo del común acuerdo de estos métodos diversos de demostración, estableció la existencia incuestionable de determinadas leyes naturales. Una vez establecida la música como ciencia exacta, Pitágoras aplicó su ley recién hallada de los intervalos armónicos a todos los fenómenos de la naturaleza y llegó incluso a demostrar la relación amónica de los planetas, las constelaciones y los elementos entre sí. 

Un ejemplo notable de corroboración moderna de las antiguas enseñanzas filosóficas es la de la progresión de los elementos según proporciones amónicas. Mientras confeccionaba una lista de los elementos en orden creciente de sus pesos atómicos, John A. Newlands descubrió que el octavo elemento a partir de cualquier otro tenía unas propiedades muy similares al primero. Este descubrimiento se conoce, en la química moderna, como la ley de las octavas. Porque afirmaban que la armonía no se debe determinar según las percepciones de los sentidos, sino mediante la razón y la matemática, los pitagóricos se llamaban a sí mismos canónicos, para diferenciarse de los músicos de la Escuela Armónica, que sostenían que el gusto y el instinto eran los auténticos principios normativos de la armonía. Sin embargo, Pitágoras reconoció la profunda impresión que producía la música en los sentidos y las emociones y no dudó en influir en la mente y el cuerpo mediante lo que él denominaba «medicina musical». Pitágoras mostraba una preferencia tan marcada por los instrumentos de cuerda que llegó incluso a advertir a sus discípulos que no permitieran que les profanara los oídos el sonido de flautas o platillos. 

Declaró también que el alma se podía purificar de sus influencias irracionales mediante cantos solemnes entonados con el acompañamiento de una lira. En su investigación sobre el valor terapéutico de la armonía, Pitágoras descubrió que los siete modos o claves del sistema musical griego tenían la capacidad de instigar o aplacar las diversas emociones. Cuentan que una noche, mientras observaba las estrellas, encontró a un joven aturdido por el alcohol y enloquecido por los celos que estaba amontonando haces de leña alrededor de la puerta de su amada con la intención de quemar la casa. Acentuaba el frenesí del joven un flautista que, a corta distancia, interpretaba una melodía según el enardecedor modo frigio. Pitágoras indujo al músico a pasar al modo espondaico, lento y rítmico, con lo cual el joven obnubilado recuperó de inmediato la compostura, recogió los manojos de leña y regresó tranquilamente a su casa. Cuentan también que Empédocles, discípulo de Pitágoras, al cambiar rápidamente el modo de una composición musical que estaba interpretando, salvó la vida de su anfitrión, Anquito, cuando este se vio amenazado de muerte por la espada de una persona a cuyo padre había condenado a ser ejecutado públicamente. 

También se sabe que Esculapio, el médico griego, curaba la ciática y otras enfermedades nerviosas haciendo sonar con fuerza una trompeta en presencia del paciente. Pitágoras curaba numerosas dolencias del espíritu, el alma y el cuerpo haciendo tocar en presencia del enfermo ciertas composiciones musicales preparadas especialmente o recitando en persona breves selecciones de algunos de los primeros poetas, como Hesíodo y Homero. En su universidad de Crotona, era habitual que los pitagóricos comenzaran y acabaran la jornada con canciones: las de la mañana estaban calculadas para aclarar la mente después del sueño e inspirarla para las actividades del día que comenzaba y las de la noche eran tranquilizadoras, relajantes y propicias para el descanso. En el equinoccio vernal, Pitágoras hacía que sus discípulos se reunieran en un círculo en torno a uno de ellos que dirigía el canto y los acompañaba con una lira. 

Jámblico describe la música terapéutica de Pitágoras con estas palabras: «Y hay determinadas melodías, concebidas como remedios contra las pasiones del alma y también contra el abatimiento y la lamentación, que Pitágoras inventó como cosas que proporcionan la máxima ayuda para estos males Además, utilizaba otras melodías contra la cólera y el enojo y contra todas las anomalías del alma. También existe otro tipo de modulación, que se inventó como remedio contra los deseos».[71] Es probable que, para los pitagóricos, los siete modos griegos y los planetas estuvieran relacionados. Por ejemplo, Plinio declara que Saturno se mueve según el modo dórico y Júpiter, según el frigio. Parece también que los temperamentos se adaptan a los distintos modos y que lo mismo ocurre con las pasiones. Por consiguiente, el enfado, que es una pasión fogosa, se puede acentuar mediante un modo fogoso o se puede neutralizar mediante un modo acuoso. 

Emil Naumann resume con estas palabras el efecto trascendental que ejercía la música en la cultura griega: «Platón despreciaba la noción de que la única intención de la música fuese crear emociones alegres y agradables y mantenía, más bien, que debía inculcar amor a todo lo noble y desprecio a todo lo mezquino y que nada podía Muir más poderosamente en los sentimientos más íntimos del hombre que la melodía y el ritmo. De esto estaba firmemente convencido y coincidía con Damón de Atenas, el maestro de música de Sócrates, en que introducir una escala nueva y supuestamente debilitante pondría en peligro el futuro de toda una nación y en que era imposible alterar una tonalidad sin sacudir hasta los cimientos mismos del Estado. 

Platón afirmaba que la música que ennoblecía la mente era mucho más elevada que la que se limitaba a apelar a los sentidos e insistía con firmeza en que la Asamblea Legislativa tenía la obligación primordial de reprimir cualquier música que tuviera un carácter afeminado y lascivo y de fomentar solo la que fuera pura y digna, y también en que las melodías atrevidas y enardecedoras eran para los hombres y las suaves y tranquilizadoras para las mujeres, con lo cual resulta evidente que la música desempeñaba un papel importante en la educación de la juventud griega. También había que poner muchísimo cuidado en la elección de la música instrumental, porque la falta de palabras hacía dudoso su significado y costaba prever si tendría en las personas una influencia benévola o funesta. Había que tratar el gusto popular, al que siempre hacían gracia los efectos sensuales y rimbombantes, con el desprecio que se merecía». Incluso hoy, la música militar que se utiliza en tiempos de guerra tiene un efecto certero y la música religiosa, aunque ya no se componga de acuerdo con la teoría antigua, sigue ejerciendo una influencia profunda en las emociones de los laicos.

La música de las esferas


La más sublime y, sin embargo, la menos conocida de todas las especulaciones pitagóricas era la de la armonía sideral. Decían que Pitágoras era el único hombre que oía la música de las esferas. 
Parece que los caldeos fueron el primer pueblo que concibió que los cuerpos celestes se unían en un canto cósmico mientras se desplazaban majestuosamente por el cielo. Job describe una época en la que «las estrellas matutinas cantaban juntas» y, en El mercader de Venecia, el autor de las obras de Shakespeare escribe lo siguiente: «Ni el astro más pequeño que veas en el cielo deja de imitar al moverse el canto de los ángeles». Sin embargo, es tan poco lo que se conserva del sistema pitagórico de música celestial que solo se puede conocer una aproximación a su teoría. Pitágoras concebía el universo como un monocordio inmenso, con su única cuerda conectada por el extremo superior con el espíritu puro y por el inferior con la materia pura; en otras palabras, una cuerda extendida entre el cielo y la tierra. Contando hacia dentro a partir de la circunferencia de los cielos, Pitágoras, según algunos expertos, dividía el universo en nueve partes y, según otros, en doce partes. A continuación, damos una explicación de este último sistema. 

La primera división era la empírea, o la esfera de las estrellas fijas, el lugar donde moraban los inmortales. De la segunda a la duodécima eran (por este orden) las esferas de Saturno, Júpiter, Marte, el sol, Venus, Mercurio y la luna y el fuego, el aire, el agua y la tierra. Esta distribución de los siete planetas —en la astronomía antigua, el sol y la luna se consideraban planetas— es idéntica al simbolismo del candelabro de los judíos: el sol en el centro como brazo principal, con tres planetas a cada lado. Los nombres que Pitágoras puso a las distintas notas de la escala diatónica derivaban —según Macrobio— del cálculo de la velocidad y la magnitud de los cuerpos planetarios. 
Se creía que, a su paso apresurado e interminable por el espacio, cada una de aquellas esferas gigantescas producía un tono determinado, provocado por su desplazamiento constante de la difusión etérea. 

Como aquellos tonos eran una manifestación del orden y el movimiento divinos se deducía, necesariamente, que participaban de la armonía de su propia fuente. «Era común entre los griegos afirmar que los planetas, al girar en torno a la tierra, producían ciertos sonidos, que diferían en función de su respectiva “magnitud, celeridad y distancia local”. Por ejemplo, decían que Saturno, el planeta más lejano, producía la nota más grave, mientras que la Luna, el más próximo, daba la más aguda. “Estos sonidos de los siete planetas y la esfera de las estrellas fijas, junto con la que está por encima de nosotros [Antichton], son las nueve Musas y su sinfonía conjunta se llama Mnemósine”».[73] Esta cita contiene una referencia oscura a la división del universo en nueve partes que se mencionaba anteriormente. 

Los iniciados griegos también reconocían una relación fundamental entre cada uno de los cielos o esferas de los siete planetas y las siete vocales sagradas. El primer cielo emitía el sonido de la vocal sagrada Α (Alpha); el segundo cielo, la vocal sagrada Ε (Epsilon); el tercero, Η (Eta); el cuarto, Ι (Iota); el quinto, Ο (Omicron); el sexto, Υ (Ipsilon); y el séptimo cielo, la vocal sagrada Ω (Omega). Cuando estos siete cielos cantan juntos, producen una armonía perfecta que se eleva en una alabanza eterna hasta el trono del creador.
Aunque nunca se manifieste así, es probable que haya que plantearse que los cielos planetarios ascienden en el orden pitagórico, comenzando por la esfera de la luna, que sería el primer cielo.





EL MONOCORDIO TERRENAL CON SUS PROPORCIONES E INTERVALOS
Robert Fludd: De Musica Mundana

En este diagrama se expone un resumen de la teoría de Fludd sobre la música universal. 
El intervalo entre el elemento Tierra y el más alto cielo se considera una doble octava, mostrando de esta forma los dos extremos de la existencia que estarán en una armonía disdiapason. 

Es muy importante señalar que el más alto cielo, el sol y la Tierra tienen la misma sol y la Tierra tienen la misma tonalidad, pero su altura es diferente. El sol es la octava más baja del alto cielo. 
La octava más baja (Fa Mayor a Sol Mayor) la comprende aquella parte del universo en donde la substancia predomina sobre la energía. Por lo tanto, sus armonías son más notorias que aquellas de la octava más alta (Sol Mayor a sol menor), donde la energía predomina sobre la substancia. 
“Si se queda en la parte más espiritual”, escribe Fludd, «el monocordio dará vida eterna; si se queda en la parte más material, dará vida transitoria». Se señalará que ciertos elementos, planetas y esferas celestiales sostienen una proporción armónica entre sí. Fludd propone esto como una clave hacia las simpatías y antipatías que existen entre los antipatías que existen entre los diversos departamentos de la Naturaleza. 

Muchos instrumentos primitivos tenían siete cuerdas y en general se reconoce que fue Pitágoras quien añadió la octava cuerda a la lira de Terpandro. Las siete cuerdas siempre se relacionaban tanto con sus correspondencias en el cuerpo humano como con los planetas. También se pensaba que los nombres de Dios se formaban a partir de combinaciones de las siete armonías planetarias. Los egipcios restringían sus cantos sagrados a los siete sonidos primarios y los demás estaban prohibidos en sus templos. Uno de sus himnos contenía la siguiente invocación: «Los siete tonos que suenan Te alaban, Gran Dios y Padre incansable de todo el universo». 

En otro, la divinidad se describe a sí misma con estas palabras: «Soy la gran lira indestructible del mundo entero, en sintonía con las canciones de los cielos».[75] Los pitagóricos creían que todo lo que existía tenía voz y que todas las criaturas estaban alabando constantemente al Creador. El hombre no puede oír estas melodías divinas, porque su alma está enredada en la ilusión de la existencia material, pero cuando se libere de la esclavitud del mundo inferior, con sus limitaciones sensoriales, la música de las esferas volverá a ser audible como lo era en la época dorada. La armonía reconoce la armonía y cuando el alma humana recupere su verdadero estado, no solo escuchará el coro celestial, sino que se sumará a él en un cántico perdurable de alabanza al Bien eterno que controla la infinidad de partes y condiciones del Ser.



TEORÍA DE LA MÚSICA ELEMENTAL Robert Fludd: De Musica Mundana 

En este diagrama, nuevamente se emplean dos pirámides compenetradas; una de ellas representa el fuego, y la otra, la tierra. Según la ley de la armonía elemental, se demuestra que el fuego no entra en la composición de la tierra; y que la tierra no entra en la composición del fuego. Las figuras en el diagrama desglosan las relaciones armonices existentes entre los cuatro elementos principales, según lo dispusieron tanto Fludd como los pitagóricos. La tierra consiste de cuatro partes de su propia naturaleza; el agua consiste de tres partes de tierra y una parte de fuego. 

La esfera de la igualdad es un punto hipotético en el cual hay un equilibrio de dos partes de tierra y dos de fuego. El aire se compone de tres partes de fuego y una de tierra; el fuego, de cuatro partes de su propia naturaleza. Así que la tierra y el agua tienen en igual proporción el porcentaje de 4 a 3, o la armonía del diatesarón, y el agua y la esfera de la igualdad el porcentaje de 3 a 2, o la armonía de la diapente. El fuego y el aire también tienen en igual proporción el porcentaje de 4 a 3 (armonía de diatesarón), y el aire y la esfera de la igualdad el porcentaje de 3 a 2 (armonía de diapente). 
Como la suma de una diatesarón y una diapente equivale a una diapasón, u octava, es evidente que tanto la esfera del fuego como la de la tierra están en armonía de diapasón con la esfera de la igualdad, y también que el fuego y la tierra están en armonía de y la tierra están en armonía de disdiapason entre si. 

Los Misterios griegos incluían en sus doctrinas un concepto magnífico de la relación existente entre música y forma. Por ejemplo, se consideraba que los elementos arquitectónicos eran comparables con modos y notas musicales o que tenían un equivalente musical. Por consiguiente, cuando se levantaba un edificio en el cual se combinaban una cantidad de estos elementos, se lo comparaba con un acorde musical, que solo era armonioso cuando cumplía todos los requisitos matemáticos de los intervalos armónicos. Consciente de esta analogía entre el sonido y la forma, Goethe decía que «la arquitectura es música cristalizada». En la construcción de sus templos de iniciación, los sacerdotes primitivos con frecuencia demostraron su conocimiento superior de los principios básicos de los fenómenos conocidos como vibración. Una parte considerable de los rituales mistéricos consistía en invocaciones y salmodias, para lo cual se construían cámaras acústicas especiales: una palabra que se susurrase en una de aquellas salas se intensificaba tanto que las reverberaciones hacían oscilar todo el edificio y lo llenaban con un rugido ensordecedor. 

Hasta la madera y la piedra utilizadas en la construcción de aquellos edificios sagrados acababan por impregnarse tanto de las vibraciones sonoras de las ceremonias religiosas que, cuando las golpeaban, reproducían los tonos que los rituales habían impreso repetidas veces en su sustancia. Cada elemento de la naturaleza tiene su propia tónica. Si estos elementos se combinan en una estructura compuesta, el resultado es un acorde que, al sonar, descompone el conjunto en las partes que lo componen. Asimismo, cada individuo tiene una tónica que, si suena, lo destruye. La alegoría de la destrucción de las murallas de Jericó cuando sonaron las trompetas de Israel pretendía —sin duda— plantear la importancia arcana de cada tónica o vibración.


La Filosofía del color 


«La luz —escribe Edwin D. Babbit— revela la magnificencia del mundo exterior y, sin embargo, es lo más magnífico. Aporta belleza, revela belleza y es, en sí misma, lo más bello. Analiza, revela la verdad y pone al descubierto la simulación, porque muestra las cosas como son. Sus corrientes infinitas miden el universo y fluyen hacia nuestros telescopios desde estrellas situadas a trillones de kilómetros de distancia. Por otra parte, desciende hasta objetos increíblemente pequeños y revela en el microscopio objetos cincuenta millones de veces más pequeños que los que se pueden ver a simple vista. Como todas las demás fuerzas y sus movimientos son maravillosamente delicados, aunque penetrantes y poderosos. Sin su influencia vivificante, la vida vegetal, animal y humana debe desaparecer de la tierra de inmediato y todo se arruina. Nos vendrá bien, pues, tener en cuenta este principio potencial y hermoso de la luz y los colores que la componen, porque cuanto más penetremos en sus leyes internas, más se presentará como un depósito maravilloso de poder para vitalizar, curar, mejorar y deleitar a la humanidad».

Como la luz es la manifestación física básica de la vida y baña con su resplandor toda la creación, es sumamente importante comprender, al menos en parte, la naturaleza sutil de esta sustancia divina.
Lo que se llama luz en realidad es una velocidad de vibración que provoca reacciones determinadas en el nervio óptico. Pocos se dan cuenta de que están emparedados por las limitaciones de las percepciones sensoriales. La luz no solo es mucho más de lo que nadie haya visto nunca, sino que también hay formas desconocidas de luz que ningún equipo óptico registrará jamás. Existen innumerables colores que no se pueden ver, así como hay sonidos que no se pueden oír, olores que no se pueden oler, sabores que no se pueden degustar y sustancias que no se pueden sentir. El hombre está rodeado por un universo supersensible del cual no sabe nada, porque sus centros de percepción sensorial no se han desarrollado lo suficiente para reaccionar a las velocidades de vibración más sutiles que constituyen dicho universo. Tanto entre los pueblos civilizados como entre los salvajes se acepta el color como un lenguaje natural para expresar doctrinas religiosas y filosóficas.

La antigua ciudad de Ecbatana, como la describe Heródoto, con sus siete murallas pintadas según los siete planetas, revelaba el conocimiento que poseían los magos persas sobre este tema.
El famoso zigurat o torre astronómica del dios Nabo en Borsippa ascendía en siete grandes escalones o fases, cada uno de los cuales estaba pintado del color fundamental de uno de los cuerpos planetarios. Por ende, resulta evidente que los babilonios estaban familiarizados con el concepto del espectro en su relación con los siete dioses o poderes creativos. En India, uno de los emperadores mogoles hizo construir una fuente con siete niveles. El agua que caía a los lados por unos canales distribuidos especialmente cambiaba de color al descender e iba pasando sucesivamente por cada uno de los colores del espectro. En el Tíbet, los artistas locales utilizan el color para expresar distintos estados de ánimo.

L. Austine Waddell, al escribir acerca del arte budista septentrional, destaca que, en la mitología tibetana, «la tez blanca y la amarilla suelen ser típicas de los temperamentos afables, mientras que la roja, la azul y la negra corresponden a formas furibundas, aunque a veces el azul claro, que indica el cielo, simplemente significa celestial. Por lo general, a los dioses se los representa blancos; a los trasgos, rojos, y a los diablos, negros, como a sus parientes europeos».
En Menón, Platón, hablando a través de Sócrates, describe el color como «una emanación de la forma, acorde con la visión y perceptible». En el Teeteto se explaya más sobre el tema, con estas palabras: «Si aplicamos el principio que acabamos de afirmar de que nada existe por sí mismo, veremos que cada color —el blanco, el negro y cualquier otro— se produce cuando el ojo encuentra el movimiento adecuado y que lo que llamamos la sustancia de cada color no es el elemento activo ni el pasivo, sino algo que pasa entre ellos y es peculiar de cada perceptor.
¿Está seguro de que todos los animales —por ejemplo, un perro— ven los distintos colores igual que usted?».

En la tetractys pitagórica —el símbolo supremo de las fuerzas y los procesos universales— se exponen las teorías de los griegos con respecto al color y la música. Los tres primeros puntos representan la Luz Blanca triple, que es la Divinidad que contiene la posibilidad de todos los sonidos y los colores. Los otros siete puntos son los colores del espectro y las notas de la escala musical. Los colores y los tonos son los poderes creativos activos que surgen de la primera causa y establecen el universo. Los siete se dividen en dos grupos —uno contiene tres poderes y el otro, cuatro—, una relación que también aparece en la tetractys. El grupo superior —el de tres— se conviene en la naturaleza espiritual del universo creado y el grupo inferior —el de cuatro — se manifiesta como la esfera irracional o el mundo inferior. En los Misterios, los siete Logi, o Señores Creativos aparecen como corrientes de fuerza que salen de la boca del Uno Eterno, lo cual significa que el espectro se extrae de la luz blanca de la Divinidad Suprema.

Los judíos llamaban Elohim a los siete Creadores o Inventores de las esferas inferiores. Para los egipcios eran los Constructores (algunas veces, los Gobernadores) y los representaban con grandes cuchillos en la mano, con los que esculpieron el universo a partir de su sustancia primordial. La adoración de los planetas se basa en su aceptación de las personificaciones cósmicas de los siete atributos creativos de Dios. Se decía que los Señores de los planetas vivían dentro del cuerpo del sol, porque la verdadera naturaleza del sol, análoga a la luz blanca, contiene las semillas de todas las potencias de tono y color que manifiesta. Hay numerosas disposiciones arbitrarias que expresan las relaciones mutuas entre los planetas, los colores y las notas musicales. El sistema más satisfactorio es el que se basa en la ley de las octavas. El sentido del oído tiene un alcance mucho más amplio que el de la vista, porque, mientras que el oído puede registrar entre nueve y once octavas de sonido, el ojo se limita a conocer apenas siete colores fundamentales, un tono menos que la octava. El rojo, cuando se sitúa como el color más bajo en la escala cromática, corresponde al do, la primera nota de la escala musical. Si continuamos la analogía, el anaranjado corresponde al re, el amarillo al mi, el verde al fa, el azul al sol, el índigo al la y el violeta al si.

El octavo color necesario para completar la escala debería ser la octava superior del rojo, el primer color. La precisión de esta disposición se demuestra mediante dos hechos sorprendentes: 1) las tres notas fundamentales de la escala musical —la primera, la tercera y la quinta— corresponden a los tres colores primarios: el rojo, el amarillo y el azul; 2) la séptima nota de la escala musical, la menos perfecta, corresponde al morado, el color menos perfecto de la escala cromática. En Los principios de la luz y el color, Edwin D. Babbit confirma la correspondencia entre la escala cromática y la musical: «Así como el do está en la parte inferior de la escala musical y se hace con las ondas de aire más bastas, el rojo está en la parte inferior de la escala cromática y se hace con las ondas más bastas del éter luminoso.

Mientras que la nota musical si [la séptima nota de la escala] requiere cada vez cuarenta y cinco vibraciones de aire, la nota do, en el extremo inferior de la escala, requiere veinticuatro, es decir, poco más de la mitad, y el violeta extremo requiere alrededor de ochocientos billones de vibraciones de éter por segundo, mientras que el rojo extremo requiere tan solo alrededor de cuatrocientos cincuenta billones, que también es poco más de la mitad. Cuando una octava musical acaba, otra comienza y continúa con apenas el doble de vibraciones que las que se usaban en la primera octava y así se repiten las mismas notas en una escala mejor. Asimismo, cuando la escala de los colores visibles al ojo común acaba con el violeta, otra octava con colores invisibles mejores, con casi el doble de vibraciones, comienza y avanza precisamente en base a la misma ley».

Cuando los colores se relacionan con los doce signos del Zodiaco, se distribuyen como los rayos de una rueda. A Aries le corresponde el rojo puro; a Tauro, el rojo anaranjado; a Géminis, el anaranjado puro; a Cáncer, el amarillo anaranjado; a Leo, el amarillo puro; a Virgo, el verde amarillento; a Libra, el verde puro; a Escorpio, el azul verdoso; a Sagitario, el azul puro: a Capricornio, el violeta azulado; a Acuario, el violeta puro, y a Piscis, el rojo violáceo. En su presentación del sistema oriental de filosofía esotérica, H. P. Blavatsky relaciona los colores con la constitución septenaria del hombre y los siete estados de la materia de la siguiente forma:


Para mantener las analogías adecuadas de tono y color, en esta distribución de los colores del espectro y las notas musicales de la octava es necesario agrupar los planetas de otra forma. De este modo, do se convierte en Marte; re en el sol; mi en Mercurio: fa en Saturno; sol en Júpiter; la en Venus, y si en la luna.

Manly Palmer Hall

domingo, 16 de junio de 2019

LAS EMANACIONES ASTRALES Y LAS PROYECCIONES MAGNETICAS



El universo es un conjunto de glóbulos imantados que se atraen y se repelen mutuamente. 
Los seres producidos pro los diferentes glóbulos participan de dicha imantación universal. 
Los hombres mal equilibrados son imanes perturbados o excesivos que la Naturaleza vuelve enemigos, hasta que la falta parcial de equilibro produce la destrucción. El análisis espectral de Bunsen llevará a la ciencia a distinguir la especialidad de los imanes y a dar así una razón científica a los fundamentos antiguos de la astrología judiciaria. Los diversos planetas del sistema ejercen, ciertamente, una acción magnética sobre nuestro globo y sobre las diversas organizaciones de los entes vivos que lo habitan. Todos bebemos los aromas del cielo mezclados con el espíritu de la tierra y, nacidos bajo la influencia de distintas estrellas, cada uno de nosotros sentimos preferencias por una fuerza representada por una forma, un genio y un color determinados. 

La pitonisa de Delfos, sentada en un trípode sobre una grieta de la tierra, aspiraba el fluido astral por los órganos sexuales, y al caer luego en estado demencial o sonambúlico profería palabras incoherentes que, en ocasiones, resultaban oráculos. Todas las naturalezas nerviosas entregadas a los desórdenes de las pasiones se asemejan a la pitonisa y aspiran PYTHON, el espíritu malo y fatal de la tierra; proyectan después con fuerza el fluido que las penetró y aspiran enseguida, con igual fuerza, el fluido vital de los otros entes, absorbiéndolos y ejerciendo así, alternativamente, el poder nefasto del jettatore (1) y del vampiro. Si los dolientes afectados por este aspirar y respirar deletéreos lo toman por un poder y quieren aumentar su ascensión y proyección, manifestarán sus deseos por ceremonias que se llaman evocaciones, hechizos, etc., convirtiéndose en lo que, antiguamente se denominaba necromantes y hechiceros. 

Toda apelación a una inteligencia desconocida y extraña, cuya existencia nos es demostrada, y que tiene por fin sustituir su dirección por la de nuestra razón y libre albedrío, puede considerarse como un suicidio intelectual, pues es un llamado a la locura. Todo lo que abandona su voluntad a fuerzas misteriosas, todo lo que hace hablar en nosotros otras voces que no sean las de la conciencia y las de la razón, pertenece a la alienación mental. Los locos son visionarios extáticos. Toda visión que se produzca en estado de vigilia es un acceso de locura. El arte de las evocaciones consiste en provocar intencionadamente una locura ficticia. Toda visión pertenece a la naturaleza del sueño. Es una ficción de nuestra demencia. Es una nube de nuestra imaginación en desorden, proyectada en la luz astral. Somos nosotros mismos quienes aparecen ante nosotros, disfrazados de fantasmas, cadáveres o demonios. Aparentemente, en el círculo de atracción y de su proyección magnética los locos logran que la Naturaleza produzca disparates: los muebles saltan y se dislocan; los cuerpos leves son atraídos y lanzados a distancia. Los alienistas lo saben muy bien, pero temen afirmarlo, porque la ciencia oficial aún no ha admitido que los seres humanos son imanes y que estos imanes pueden ser perturbados y falseados. 

El abate Vianney, cura de Ars, se creía incesantemente ridiculizado por el demonio; y Berbiguier de Terranova, se armaba de largos alfileres para espantar a los duendes. El punto de apoyo existe en la resistencia que les opone el progreso indisciplinado. En la democracia, lo que hace difícil la buena organización es que cada soldado quiere ser un general. Entre los Jesuitas sólo hay un general. La obediencia es la gimnasia de la libertad, y para llegar a ser lo que se quiere es preciso aprender a hacer, muchas veces, lo que no se quería hacer. Sólo nos agrada estar al servicio de la fantasía. Hacer lo que debemos querer, es ejercitar y hacer triunfar, al mismo tiempo, la razón y la voluntad. Los contrarios se afirman y se confirman por los contrarios. Mirar para la izquierda cuando se quiere ir a la derecha es disimulación y prudencia; pero poner pesas en el plato izquierdo de una balanza cuando se quiere hacer subir el plato de la derecha, es conocer las leyes de la dinámica y del equilibrio. En dinámica, la resistencia determina la cantidad de fuerza pero como no existe resistencia que pueda soportar por la persistencia del esfuerzo y del movimiento, el ratón logra roer la cuerda y la gota de agua consigue horadar la roca. 

El esfuerzo renovado diariamente aumenta y conserva la fuerza, pero si la acción es aplicada a una cosa diferente de sí misma, entonces es irracional y ridícula. Es ocupación poco seria, en apariencia, mover entre los dedos las cuentas de un rosario, repitiendo doscientas o trescientas veces: Ave María. Pues bien, que una religiosa se acueste sin haber recitado su rosario, al día siguiente despertará intranquila, no tendrá valor de hacer la oración de la mañana y pasará distraída durante el oficio. 
Es por eso que sus directores le repiten continuamente y con razón que no descuide de las cosas pequeñas. Los grimorios y rituales mágicos están llenos de prescripciones minuciosas y aparentemente ridículas. Comer durante diez o veinte días alimentos sin sal; dormir apoyado en los codos; sacrificar un gallo negro a medianoche, en una encrucijada y dentro de una floresta; ir a un cementerio a buscar tierra de la tumba reciente de un difunto; cubrirse con ciertos vestuarios bizarros y recitar largas y fastidiosas conjuraciones, etc. ¿Querían los autores de estos libros burlarse de sus lectores?. ¿Les revelaban secretos verdaderos?. 

No se burlaban, y sus enseñanzas eran serias. Tenían por fin exaltar la imaginación de sus adeptos y darles conciencia de una fuerza suplementaria que existe en cuanto creen en ella y que se aumenta en proporción directa con la perseverancia de los esfuerzos. Puede ocurrir no obstante, que, por la ley de reacción de los contrarios, obstinándose en orar a Dios se evoque al diablo, y que después de las conjuraciones satánicas se oiga el llanto de los ángeles. Todo el infierno danzaba alborozado cuando San Antonio recitaba los salmos, y el paraíso parecía renacer ante los encantamientos del gran Alberto y de Merlino. Esto es así, porque las ceremonias en sí mismas carecen de importancia; todo depende del aspir y el respir. Las fórmulas consagradas por un largo uso nos ponen en comunicación con los vivos y los muertos, y a nuestra voluntad que, al penetrar así en las grandes corrientes queda impregnada de todos sus efluvios. Una criada que practica puede, en un momento dado, disponer hasta de la omnipotencia temporal de la iglesia sostenida por las armas de Francia, como aconteció en ocasión del bautismo y rapto del judío Montara. 

Toda la civilización de Europa, en el siglo XIV, protestó contra este acto y lo sufrió, sólo porque una criada devota así lo quiso. Y la tierra enviaba en auxilio de esa moza las emanaciones espectrales de los siglos de Santo Domingo y Torquemada; San Ghisleri oraba por ella. La sombra del gran rey revocador del edicto de Nantes le hacía una señal de aprobación, y el mundo clerical entero estaba pronto para sostenerla. Juana de Arco, que fue quemada como hechicera, había atraído para sí, de hecho, el espíritu de la heroica Francia y lo irradiaba de un modo maravilloso, electrizando a nuestro ejército y haciendo huir a los ingleses. Un papa la rehabilitó; pero era muy poco; era preciso canonizarla. Si esta taumaturga no era una hechicera, evidentemente tenía que ser una santa. Y al fin de cuentas, ¿Qué es un hechicero?. Es un taumaturgo que el papa no aprueba. Los milagros son, por así decirlo, las extravagancias de la Naturaleza producidas por la exaltación del hombre. Acontecen siempre en virtud de las mismas leyes. 

Todo personaje de celebridad popular podría hacer milagros, y a veces los hace, sin querer. En un tiempo en que la Francia adoraba a sus reyes, los reyes de Francia curaban las escrófulas, y en nuestros días, la gran popularidad de estos soldados pintorescos y bárbaros, llamados zuavos, desenvolvió en uno de los suyos, el zuavo Jacob, la facultad de curar por la voz y por los ojos. Dicen que este zuavo dejó su puesto para pasar a los granaderos, y creemos, con seguridad, que el granadero Jacob ya n o tendrá más el poder que, exclusivamente, le pertenecía al zuavo. En tiempo de los Druidas, había en las Galias mujeres taumaturgas, a las que llamaban Elphos y Fadas. (2). Para los druidas eran santas; para los cristianos son hechiceras. José Bálsamo - para sus discípulos el Divino Cagliostro - fue condenado en Roma como hereje y hechicero, por haber hecho predicciones y milagros sin la autorización del Ordinario. 

Pero en esto tenían razón los inquisidores, pues sólo la iglesia romana posee el monopolio de la Alta Magia y de las ceremonias eficaces. Con agua y sal ella encanta a los demonios; con pan y vino evoca a Dios y lo fuerza a hacerse visible y palpable en la tierra; con el óleo da la salud y el perdón. Hace aún más: crea sacerdotes y reyes. Sólo ella comprende y vuelve comprensible el por qué los reyes del triple reino mágico, los tres Magos guiados por la estrella flameante, ofrecieron a Jesús el Cristo, en su cuna, el oro que fascina los ojos y hace la conquista de los corazones, el incienso que lleva el ascetismo al cerebro y la mirra que conserva los cadáveres y hace de algún modo palpable el dogma de la inmortalidad, dejando ver la inviolabilidad y la incorrupción en la muerte. 

ELIPHAS LÉVI

 NOTAS DEL TRADUCTOR 

(1) Jettatore. Jettatura, mal de ojo o la influencia que determinadas personas ejercen sobre otras por medio de la mirada. La posibilidad de este fenómeno se basa: 
1°, en el poder especial de la mirada; 
2°, en la fuerza proyectante de la voluntad; 
3° en el influjo de la sugestión. Palabra italiana derivada del latín jectitare, lanzar frecuentemente, que proviene de jectare, lanzar o emanar. 

(2) Elphos. Elfos, en la mitología escandinava, divinidades subalternas. Fadas, Hadas, seres fantásticos que se representan bajo forma de mujeres y se les atribuye poder mágico.

domingo, 9 de junio de 2019

LAS ENSEÑANZAS SECRETAS DE TODOS LOS TIEMPOS - LA LEYENDA HIRÁMICA



Después de llegar al trono de David, su padre, Salomón, el amado por Dios, constructor de la Casa Eterna y gran maestro de la logia de Jerusalén, consagró su vida a erigir un templo a Dios y un palacio para los reyes de Israel. Cuando el fiel amigo de David, Hiram, rey de Tiro, se enteró de que un hijo de David ocupaba el trono de Israel, envió mensajes de felicitación y ofrecimientos de ayuda al nuevo gobernante. En su Historia de los Judíos, Flavio Josefo menciona que las copias de las cartas que intercambiaron los dos reyes se pudieron ver entonces tanto en Jerusalén como en Tiro. Aunque Hiram no apreció las veinte ciudades de Galilea que Salomón le regaló cuando finalizó el templo, los dos monarcas siguieron siendo grandes amigos. 

Los dos eran famosos por su ingenio y su sabiduría y en su correspondencia cada uno inventaba preguntas desconcertantes para poner a prueba el ingenio del Otro. Salomón celebró un acuerdo con Hiram de Tiro y le prometió grandes cantidades de cebada, trigo, maíz, vino y aceite como salarios para los albañiles y los carpinteros de Tiro que colaborasen con los judíos en la construcción del templo. Juram también proporcionó cedros y otros árboles de buena calidad, con los cuales se construyeron balsas que flotaron mar abajo hasta Joppe, donde los obreros de Salomón los trasladaban tierra adentro, hasta el lugar donde se construyó el templo. Como quería tanto a Salomón, Hiram de Tiro también le envió al Gran Maestro de los Arquitectos Dionisíacos, Hiram Abif, hijo de madre viuda, que no tenía igual entre los artesanos de la tierra. Se lo describe como «tirio de nacimiento, pero de ascendencia israelita» y como «segundo Besalel, honrado por su rey con el título de Padre». The Freemason’s Pocket Companion (publicado en 1771) describe a Hiram como «el obrero más ingenioso, hábil y curioso que existió jamás, cuyas habilidades no se limitaban solo a la construcción, sino que se extendían a todo tipo de trabajo, ya fuera en oro, plata, bronce o hierro; ya fuera en hilo, tapices o bordados; se lucía por igual como arquitecto, estatuario [sic], fundidor y diseñador, por separado o conjuntamente. 

A partir de sus diseños y siguiendo sus indicaciones, se comenzaron, realizaron y terminaron todos los muebles ricos y espléndidos del templo y sus diversas añadiduras. Salomón lo nombró para ocupar la presidencia en su ausencia, como segundo Gran Maestro, y, en su presencia, Anciano Gran Guardián, Maestro de obras y, supervisor general de todos los artistas, tanto de aquellos que David había conseguido en Tiro y en Sidón como de los que posteriormente enviara Hiram». (Los escritores masónicos actuales no se ponen de acuerdo en cuanto a la precisión de esta última oración). A Marte, el antiguo planeta de la energía cósmica, los «astrólogos» atlantes y caldeos le asignaron a Aries como trono diurno y a Escorpio como trono nocturno. 

Los que no ascendían a la vida espiritual mediante la iniciación se describen como «muertos por la picadura del escorpión», porque vagan por el lado nocturno del poder divino. Mediante el misterio del cordero pascual o La consecución del vellocino de oro, aquellas almas «resucitan» o se elevan hasta el poder diurno constructivo de Marte en Aries: el símbolo del Creador. Cuando se lleva sobre la zona relacionada con las pasiones animales, la piel de cordero pura representa la regeneración de las fuerzas de la procreación y su consagración al servicio de la divinidad. El tamaño del mandil, sin contar el faldón, lo convierte en el símbolo de la salvación, porque, según los Misterios, tiene que tener Unos 900 centímetros cuadrados. El mandil que aparece sobre estas líneas incluye gran cantidad de símbolos: la colmena, emblema de la propia logia masónica: la llana, el mazo y el tablero de dibujo; las piedras picadas y las cuadradas; las pirámides y las montañas del Líbano: los pilares, el templo y el suelo tipo tablero, y la estrella flamígera y las herramientas de la Orden. 

Ocupan el centro del mandil un compás y una escuadra, que representan el macrocosmos y el microcosmos, y la serpiente alternativamente blanca y negra de la luz astral Debajo hay Una rama de acacia con siete ramitas, que representa los centros vitales del hombre superior y el inferior. La calavera es un recordatorio constante de que la naturaleza espiritual solo se libera después de la muerte filosófica de la personalidad sensual del hombre. A pesar de la cantidad inmensa de trabajo que requirió su construcción, el Templo de Salomón —en palabras de George Oliver— «era un edificio bastante pequeño, con un tamaño muy inferior al de algunas de nuestras iglesias». La cantidad de edificios contiguos a él y el inmenso tesoro en oro y piedras preciosas que se empleó en su construcción concentraron mucha riqueza dentro de la superficie del templo. En su centro estaba el sanctasanctórum, a veces llamado «oráculo». 

Era un cubo exacto —todas sus medidas eran de veinte codos— y un ejemplo de la influencia del simbolismo egipcio. Las construcciones del grupo del templo estaban adornadas con 1453 columnas de mármol de Paros, con esculturas espléndidas, y 2906 pilastras adornadas con capiteles. Había un porche ancho que daba al Este y el sanctasanctórum daba al Oeste. Según la tradición, en los distintos edificios y patios cabían un total de trescientas mil personas. Tanto el presbiterio como el sanctasanctórum estaban totalmente cubiertos de placas de oro macizo con incrustaciones de pedrería.




EL TEMPLO DE SALOMÓN 

El rey Salomón comenzó la construcción del templo en el cuarto año de su reinado, en lo que sería, según los cálculos modernos, el 21 de abril, y lo acabó el undécimo año de su reinado, el 23 de octubre. El templo se inició cuatrocientos ochenta años después de que los hijos de Israel atravesaran el mar Rojo. Parte de la labor de construcción consistió en levantar una base artificial en la cima del monte Moría. Las piedras para el templo se extrajeron de canteras situadas justo debajo del monte Moria y las cuadraban antes de extraerlas. Los adornos de bronce y oro para el templo se vertieron en moldes en el terreno arcilloso situado entre Sukkot y Seredá y las partes de madera estuvieron todas acabadas antes de llegar al emplazamiento del templo. 

Por consiguiente, el edificio se montó sin ruido ni instrumentos y todas sus partes encajaron a la perfección «sin el martillo de la discordia, el hacha de la división ni ninguna herramienta maliciosa». La controvertida Constitución de 1723 de Anderson, publicada en Londres en 1723 y reimpresa por Benjamín Franklin en Filadelfia en 1734, describe con estas palabras la división de los trabajadores que intervinieron en la construcción de la Casa Eterna: «Sin embargo, ni la pagoda de Dagon ni las mejores construcciones de Tiro y Sidón se pueden comparar con el templo del Dios Eterno en Jerusalén. […] se emplearon en él por lo menos 3600 príncipes, o maestros, para llevar a cabo la obra según las indicaciones de Salomón, con ochenta mil canteros en la montaña, o compañeros, y setenta mil peones, en total 153 600 además de la leva de Adoniram para trabajar en las montañas de Líbano por turnos con los sidonios, a saber, treinta mil, con lo cual en total fueron 183 600». 

Daniel Sickels habla de tres mil trescientos supervisores, en lugar de tres mil seiscientos, y menciona a los tres Grandes Maestros por separado. El mismo autor calcula el coste del templo en casi cuatro mil millones de dólares. La leyenda masónica de la construcción del Templo de Salomón no coincide en todos los aspectos con la versión de las Escrituras, sobre todo en las partes relacionadas con Hiram Abí. Según la versión bíblica, este Maestro regresó a su propio país; en la alegoría masónica, es asesinado a traición. A este respecto, A. E. Waite, en A New Encyclopaedia of Freemasonry, hace el siguiente comentario explicativo: La leyenda del Maestro Constructor es la gran alegoría de la masonería. Resulta que esta historia figurativa se basa en la existencia de una personalidad mencionada en la Sagrada Escritura, aunque este antecedente histórico se refiere a los accidentes, en lugar de a la esencia: la importancia reside en la alegoría y no en ningún punto de la historia que pueda haber tras ella.


MANDIL MASÓNICO CON FIGURAS SIMBÓLICAS

Si bien el simbolismo místico de la masonería establece que el mandil ha de ser un simple cuadrado de piel de cordero con el faldón correspondiente, los mandiles masónicos con frecuencia se adornan con figuras curiosas e imponentes. «Cuando uno se pone seda, algodón o hilo —escribe Albert Pike—, el simbolismo desaparece. Tampoco va uno vestido cuando borra, desfigura y profana la superficie blanca con adornos, figuras o colores del tipo que sean». (Véase Masonic Symbolism). 
A Marte, el antiguo planeta de la energía cósmica, los «astrólogos» atlantes y caldeos le asignaron a Aries como trono diurno y a Escorpio como trono nocturno. Los que no ascendían a la vida espiritual mediante la iniciación se describen como «muertos por la picadura del escorpión», porque vagan por el lado nocturno del poder divino. Mediante el misterio del cordero pascual o La consecución del vellocino de oro, aquellas almas «resucitan» o se elevan hasta el poder diurno constructivo de Marte en Aries: el símbolo del Creador. 

Cuando se lleva sobre la zona relacionada con las pasiones animales, la piel de cordero pura representa la regeneración de las fuerzas de la procreación y su consagración al servicio de la divinidad. El tamaño del mandil, sin contar el faldón, lo convierte en el símbolo de la salvación, porque, según los Misterios, tiene que tener unos 900 centímetros cuadrados. El mandil que aparece sobre estas líneas incluye gran cantidad de símbolos: la colmena, emblema de la propia logia masónica; la llana, el mazo y el tablero de dibujo; las piedras picadas y las cuadradas; las pirámides y las montañas del Líbano; los pilares, el templo y el suelo tipo tablero, y la estrella flamígera y las herramientas de la Orden. Ocupan el centro del mandil un compás y una escuadra, que representan el macrocosmos y el microcosmos, y la serpiente alternativamente blanca y negra de la luz astral. Debajo hay una rama de acacia con siete ramitas, que representa los centros vitales del hombre superior y el inferior. La calavera es un recordatorio constante de que la naturaleza espiritual solo se libera después de la muerte filosófica de la personalidad sensual del hombre.

Hiram, como Maestro de los Constructores, dividió a sus obreros en tres grupos, denominados aprendices, compañeros y maestros. Dio a cada división determinadas contraseñas y señales mediante las cuales se pudieran determinar rápidamente las excelencias de cada uno. Aunque todos se clasificaban según sus méritos, algunos estaban descontentos, porque deseaban un puesto más elevado del que eran capaces de ocupar. Al final, tres compañeros más osados que los demás decidieron obligar a Hiram a revelarles la contraseña del grado de maestro. Sabiendo que Juram siempre entraba en el sanctasanctórum inacabado a mediodía para rezar, aquellos villanos, llamados Jubelas Jubelus y Jubelon, lo esperaron, uno en cada una de las puertas principales del templo. Cuando Hiram estaba a punto de salir del templo por la puerta sur, de pronto le hizo frente Jubelas, armado con un medidor de sesenta centímetros.

Cuando Hiram se negó a revelarte la palabra del maestro, el rufián lo golpeó en la garganta con la regla; entonces, el maestro herido se dirigió rápidamente a la puerta occidental, donde Jubelus, armado con una escuadra, lo aguardaba con la misma pregunta. Otra vez Hiram guardó silencio y el segundo asesino lo golpeó en el pecho con la escuadra. Entonces Hiram se dirigió tambaleándose a la puerta oriental, donde encontró a Jubelon, armado con una maza. Cuando Hiram se negó a decirle la palabra del maestro, Jubelon lo golpeó en medio de los ojos con el mazo y Hiram cayó muerto. Los asesinos enterraron el cadáver de Hiram en lo alto del monte Moria y colocaron sobre la tumba un ramito de acacia. Entonces, para no ser castigados por su crimen, embarcaron con rumbo a Etiopía, pero el puerto estaba cerrado. Finalmente, los tres fueron capturados y, tras admitir su culpabilidad, fueron ejecutados, como establecía la ley.

Entonces el rey Salomón envió varios grupos de tres hombres, uno de los cuales descubrió la tumba recién cavada, señalada con la ramita perenne. Como los aprendices y los compañeros no pudieron resucitar a su maestro de entre los muertos, finalmente lo «reanimó» el Maestro Masón con el «fuerte apretón de una garra de león». Para el constructor iniciado, el nombre de Hiram Abif significa «mi Padre, el Espíritu Universal, uno en esencia, tres en aspecto»; por eso, el maestro asesinado es una especie de mártir cósmico —el espíritu crucificado del bien, el dios que muere—, cuyo Misterio se celebra en todo el mundo.

Entre los manuscritos del doctor Sigismund Bastrom, el rosacruz iniciado, aparece el siguiente extracto de Von Welling en relación con la verdadera naturaleza filosófica del Hiram masónico:
La palabra original  Juram, es una raíz formada por tres consonantes:  es decir, jet, resh y mem. (1) jet, significa chamah, la luz del sol, es decir, el fuego frío, invisible y universal de la naturaleza, atraído por el sol, manifestado en la luz y enviado hacia nosotros y hacia todos los cuerpos planetarios pertenecientes al sistema solar. (2) , resh, significa  ruach, es decir, espíritu, aire, viento, como medio que transmite y recoge la luz en innumerables focos, en los cuales los rayos solares de luz se agitan por un movimiento circular y se manifiestan en calor y fuego ardiendo. (3) mem, significa majim, agua, humedad, pero más bien la madre del agua, es decir, la humedad radical, o un tipo determinado de aire condensado. Las tres constituyen el agente universal, o el fuego de la naturaleza, en una sola palabra Juram, no Hiram.

Albert Pike menciona varias formas del nombre Juram: Jirm, Jurm y Jur-Om; esta última acaba en el monosílabo sagrado hindú: OM, que también se puede extraer del nombre de los tres asesinos. Además, Pike relaciona a los tres rufianes con una tríada de estrellas en la constelación de Libra y también destaca el hecho de que el dios caldeo Baal —metamorfoseado en demonio por los judíos— aparece en el nombre de cada uno de los asesinos: Jubelas, Jubelus y Jubelon. Para interpretar la leyenda de Hiram hace falta estar familiarizado tanto con el sistema pitagórico como con el cabalístico de números y letras y también con los ciclos filosóficos y astronómicos de los egipcios, los caldeos y los brahmanes. Tengamos en cuenta, por ejemplo, el número 33. 

El primer templo de Salomón conservó durante treinta y tres años su esplendor inmaculado, pero, al cabo de ese período, fue saqueado por Shishak, rey de Egipto, y finalmente (en el 588 a. de C.) fue destruido por completo por Nabucodonosor y el pueblo de Israel fue llevado cautivo a Babilonia.[64] También el rey David gobernó durante treinta y tres años en Jerusalén; la orden masónica se divide en treinta y tres grados simbólicos; hay treinta y tres segmentos en la columna vertebral del hombre, y Jesús tenía treinta y tres años cuando fue crucificado. Los intentos por averiguar el origen de la leyenda hirámica demuestran que, si bien en su forma actual es relativamente moderna, sus principios fundamentales proceden de la más remota Antigüedad. En general, los estudiosos masónicos actuales reconocen que la historia del martirio de Hiram se basa en los ritos egipcios de Osiris, cuya muerte y resurrección representaban de forma metafórica la muerte espiritual del hombre y su regeneración a través de la iniciación en los Misterios. Hiram también se identifica con Hermes mediante la inscripción en la Tabla Esmeralda. 

A partir de estas asociaciones, resulta evidente que hay que considerar a Hiram un prototipo de la humanidad; en realidad es la idea platónica (arquetipo) del hombre. Así como, después de la caída, Adán simboliza la idea de la degeneración humana, a través de su resurrección Hiram simboliza la idea de la regeneración humana. El 19 de marzo de 1314, Jacques de Molay, el último Gran Maestro de los Caballeros Templarios, fue quemado en una pira erigida en el mismo punto de la isla del Sena, en París, en el que posteriormente se erigió la estatua del rey Enrique IV.[65] «Según algunas versiones de su muerte en la hoguera — escribe Jennings—, antes de expirar, Molay convocó a Clemente, el Papa que había proclamado la bula que abolió la Orden y había condenado al Gran Maestro a las llamas, para que compareciera, dentro de un plazo de cuarenta días, ante el Juez Supremo y Eterno y a Felipe [el rey] ante el mismo tribunal imponente en el plazo de un año. 
Las dos profecías se cumplieron». Debido a la estrecha relación entre la masonería y los Caballeros Templarios originales, la historia de Hiram se relacionó con el martirio de Jacques de Molay. 

Según esta interpretación, los tres rufianes que asesinaron cruelmente a su maestro a las puertas del templo porque se negó a revelarles los secretos de su orden representan al Papa, el rey y los verdugos. De Molay murió defendiendo su inocencia y negándose a revelar los arcanos filosóficos y mágicos de los Templarios. Los que han tratado de identificar a Hiram con el asesinado rey Carlos I opinan que la leyenda de Hiram ha sido inventada a tal efecto por Elias Ashmole, un filósofo místico que probablemente pertenecía a la Fraternidad de la Rosa Cruz. Carlos fue destronado en 1647 y murió decapitado en 1649, con lo cual el partido monárquico perdió a su líder. Se ha intentado relacionar la expresión «hijos de la viuda» (una denominación que se solía aplicar a los miembros de la Orden Masónica) con este incidente de la historia inglesa, porque, al ser asesinado su rey, Inglaterra quedó «viuda» y todos los ingleses se convirtieron en «hijos de la viuda». Para el masón cristiano místico, Hiram representa al Cristo que en tres días (grados) levantó el templo de Su cuerpo de su sepulcro terrenal. Sus tres asesinos eran el representante de César (el Estado), el Sanedrín (la iglesia) y el pueblo instigado (la plebe). Si lo consideramos así, Hiram se convierte en la naturaleza superior del hombre y los asesinos son la ignorancia, la superstición y el temor. 


El Cristo inherente solo se puede expresar a sí mismo en este mundo a través de los pensamientos, los sentimientos y los actos del hombre. Pensar bien, sentir bien y obrar bien son las tres puertas que atraviesa el poder de Cristo al ingresar en el mundo material, donde trabaja para erigir el templo de la hermandad universal. La ignorancia, la superstición y el temor son tres rufianes, por medio de los cuales es asesinado el espíritu del bien y se establece en su lugar un reino falso, controlado por los malos pensamientos, los malos sentimientos y las malas acciones. En el universo material el mal siempre parece victorioso. «En este sentido —escribe Daniel Sickels—, el mito de los tirios se repite permanentemente en la historia de los asuntos humanos. Orfeo fue asesinado y su cuerpo fue arrojado al Hebro; a Sócrates lo obligaron a beber cicuta, y en todas las épocas hemos visto que el Mal triunfa momentáneamente y la Virtud y la Verdad son calumniadas, perseguidas, crucificadas y asesinadas. Sin embargo, la Justicia Eterna pasa con seguridad y rapidez por el mundo: los tifones, los hijos de la oscuridad, los que conspiran para cometer delitos y todas las formas infinitamente variadas del mal caen en el olvido y la Verdad y la Virtud —postradas durante un tiempo — surgen envueltas en una majestad más divina y coronadas de gloria eterna.»

Existen motivos abundantes para sospechar que la orden masónica moderna ha estado profundamente influida por la sociedad secreta de Francis Bacon —si es que en realidad no ha surgido de ella—, pero no cabe duda de que en su simbolismo están presentes los dos grandes ideales de Bacon: la educación universal y la democracia universal. Los enemigos mortales de la educación universal son la ignorancia, la superstición y el miedo, que mantienen el alma humana cautiva de la parte más baja de su propia constitución. Los enemigos consumados de la democracia universal siempre han sido la corona, la tiara y la antorcha. Por eso, Hiram simboliza el estado ideal de emancipación espiritual, intelectual y física que siempre se ha sacrificado en el altar del egoísmo humano. Hiram es el Embellecedor de la Casa Eterna. No obstante, el utilitarismo moderno sacrifica lo bello en aras de lo práctico y a renglón seguido proclama la evidente mentira de que el egoísmo, el odio y la discordia son prácticos. El doctor Orville Ward Owen encontró una parte considerable de los primeros treinta y dos grados del ritual masónico oculta en el texto del Primer Folio de Shakespeare. También se pueden ver emblemas masónicos en las portadas de casi todos los libros publicados por Bacon. Sir Francis Bacon se consideraba a sí mismo un sacrificio vivo en el altar de la necesidad humana; es evidente que fue segado en mitad de su trabajo y cualquiera que analice su Nueva Atlántida reconocerá en ella el simbolismo masónico. 

Según las observaciones de Joseph Fort Newton, el templo de Salomón descrito por Bacon en aquella novela utópica no era en realidad un edificio, sino el nombre de un estado ideal. ¿Acaso no es cierto que el templo de la masonería también es emblemático de una condición de la sociedad? Puesto que, como ya hemos dicho, los principios de la leyenda de Hiram tienen muchísima antigüedad, podría ser que su forma actual se basara en incidentes de la vida de lord Bacon, que pasó por la muerte filosófica y «resucitó» en Alemania. Según un viejo manuscrito, la Orden Masónica fue formada por alquimistas y filósofos herméticos que se habían unido para proteger sus secretos contra los métodos infames utilizados por personas codiciosas para arrancarles el secreto de la fabricación del oro. El hecho de que la leyenda hirámica contenga una fórmula alquímica aporta veracidad a esta historia. Por consiguiente, la construcción del Templo de Salomón representa la consumación de la magnum opus, que no se puede llevar a cabo sin la colaboración de Hiram, el representante universal. Los Misterios masónicos enseñan al iniciado a preparar en su propia alma un poder de proyección milagroso que le permita convertir la masa vil de la ignorancia, la perversión y la discordia humanas en un lingote de oro espiritual y filosófico.



DIANA DE ÉFESO Montfaucon: Antiquity Explained by Montfaucon 

Coronada con una tiara triple, que parecen tres torres, y con su forma adornada con criaturas simbólicas en representación de sus poderes espirituales, Diana se identificaba con la fuente de la doctrina imperecedera que fluye del seno de la que tiene muchos pechos y sirve de alimento espiritual para los aspirantes, hombres y mujeres, que han consagrado su vida a la contemplación de la realidad. Así como el cuerpo físico del hombre se alimenta con lo que le proporciona la Gran Madre proporciona Tierra, la naturaleza espiritual del hombre se nutre de las fuentes infalibles de la Verdad que manan de los mundos invisibles.

Existe suficiente similitud entre el Hiram masónico y la Kundalini del misticismo hindú para justificar la hipótesis de que Hiram tal vez simbolice también el fuego sagrado que pasa por el sexto ventrículo de la columna vertebral. La ciencia exacta de la regeneración humana es la clave perdida de la masonería, porque cuando el fuego sagrado se eleva y atraviesa los treinta y tres grados o segmentos de la columna vertebral y entra en la cámara abovedada del cráneo humano, entra finalmente en el cuerpo pituitario (Isis), donde invoca a Ra (la glándula pineal) y exige el nombre sagrado. La masonería operativa, en el sentido más amplio del término, significa el proceso por medio del cual se abre el ojo de Horus. E. A. Wallis Budge destaca que, en algunos de los papiros que ilustran la entrada de las almas de los difuntos en la sala del juicio de Osiris, el difunto lleva una piña en la coronilla. Los misterios griegos también llevaban una vara simbólica, cuyo extremo superior tenía forma de piña, llamada el «tirso de Baco». 

En el cerebro humano hay una glándula minúscula, llamada cuerpo o glándula pineal, que es el ojo sagrado de los antiguos y corresponde al tercer ojo de los Cíclopes. Poco se sabe sobre la función de este órgano, que Descartes sugirió (con más sabiduría que conocimiento) que podía ser la morada del espíritu del hombre. Como su nombre indica, la glándula pineal es la piña sagrada humana, el ojo único, que no se puede abrir hasta que Hiram (el fuego sagrado) «resucita» y atraviesa los sellos sagrados, que en Asia reciben el nombre de «las siete iglesias». Hay una pintura oriental en la que aparecen tres soles. Uno cubre la cabeza, en medio de la cual está sentado Brahma, que tiene cuatro cabezas y el cuerpo de un color oscuro misterioso. 

El segundo, que cubre el corazón, el plexo solar y la parte superior del abdomen, muestra a Vishnu sentado en flor de loto sobre un lecho formado por las espirales de la serpiente del movimiento cósmico, cuya cabeza de siete capuchas forma un dosel por encima del dios. El tercer sol está encima del aparato reproductor, en medio del cual está Shiva, con el cuerpo de color blanco grisáceo, y con el río Ganges que le fluye de la coronilla. La pintura fue obra de un místico hindú que dedicó muchos años a ocultar grandes principios filosóficos en aquellas figuras. Las leyendas cristianas también podrían relacionarse con el cuerpo humano según el mismo método que las orientales, porque los significados arcanos ocultos en las enseñanzas de las dos escuelas son idénticos. Aplicados a la masonería, los tres soles representan las puertas del templo en las que Hiram fue atacado; no hay puerta al Norte, porque el sol nunca brilla desde el ángulo septentrional del cielo. 

El Norte es el símbolo de lo físico, por su relación con el hielo (el agua cristalizada) y con el cuerpo (el espíritu cristalizado). En el hombre, la luz brilla hacia el norte, pero nunca desde allí, porque el cuerpo carece de luz propia, pero su brillo refleja el esplendor de las partículas vitales divinas que están ocultas dentro de la sustancia física. Por este motivo, se acepta a la luna como símbolo de la naturaleza física del hombre. Hiram es el agua fogosa y etérea que debe resucitar a través de los tres grandes centros simbolizados por la escalera de tres travesaños y las flores con forma de soles mencionadas en la descripción de la pintura hindú. También debe ascender mediante la escalera de siete travesaños: los siete plexos próximos a la columna. Los nueve segmentos del sacro y el cóccix están perforados por diez orificios, por los cuales pasan las raíces del árbol de la Vida. El nueve es el número sagrado del hombre y en el simbolismo del sacro y el cóccix se oculta un gran misterio. Los primeros cabalistas llamaban a la parte del cuerpo que está por debajo de los riñones «la tierra de Egipto», a la cual fueron llevados los hijos de Israel durante su cautiverio. 

Al salir de Egipto, Moisés (la mente iluminada, como su nombre implica) condujo a las tribus de Israel (las doce facultades) levantando la serpiente de bronce en el desierto sobre el símbolo de la cruz de Tau. No solo Hiram sino los hombres Dioses de casi todos los rituales mistéricos paganos son personificaciones del fuego sagrado en la médula espinal humana. No olvidemos tampoco el aspecto astronómico de la leyenda de Hiram. El sol representa todos los años la tragedia de Hiram al pasar por los signos del Zodiaco. «Del viaje del sol por los doce signos —escribe Albert Pike— proceden la leyenda de los doce trabajos de Hércules y las encarnaciones de Vishnu y Buda. De allí viene la leyenda del asesinato de Jurum, el representante del Sol, por los tres compañeros, símbolos de los signos de invierno, Capricornio, Acuario y Piscis, que lo atacaron en las tres puertas del Cielo y lo mataron en el solsticio de invierno. De ahí su búsqueda por parte de los nueve compañeros, los otros nueve signos, su hallazgo, su entierro y su resurrección».

Según otros autores, los tres asesinos del Sol fueron Libra. Escorpio y Sagitario, dado que Osiris fue asesinado por Tifón, a quien se asignaban los treinta grados de la constelación de Escorpio. En los Misterios cristianos, también Judas representa al Escorpión y las treinta monedas de plata por las que traicionó a su Señor representan el número de grados de aquel signo. Después de ser atacado por Libra (el Estado), Escorpio (la Iglesia) y Sagitario (la plebe), el sol (Hiram) es transportado en secreto a través de la oscuridad por los signos de Capricornio, Acuario y Piscis y enterrado en la cima de una colina (el equinoccio vernal). Capricornio lleva como símbolo a un anciano con una guadaña en la mano. Se trata del Tiempo, un caminante, que en la masonería se representa estirando los tirabuzones del pelo de una niña pequeña. Si la virgen que llora se considera el símbolo de Virgo y el Tiempo, con su guadaña, el símbolo de Capricornio, entonces el intervalo de noventa grados entre estos dos signos tendrá que corresponder al ocupado por los tres asesinos 

Desde un punto de vista esotérico, la urna que contiene las cenizas de Hiram representa el corazón humano. Saturno, el anciano que vive en el Polo Norte y lleva a los hijos de los hombres una ramita de un árbol de hoja perenne (el árbol de Navidad), es conocido entre los pequeños como Santa Claus, porque todos los inviernos trae el regalo de un año nuevo. El Sol martirizado es descubierto por Aries, un compañero, y en el equinoccio vernal comienza el proceso de resucitarlo. 
Finalmente lo consigue el león de Judá, que, en tiempos antiguos, ocupaba el puesto de la clave en el arco real del cielo. La precesión de los equinoccios hace que diversos signos desempeñen el papel de asesinos del sol durante las distintas épocas del mundo, aunque el principio implícito sigue intacto. Esta es la historia cósmica de Hiram, el benefactor universal, el arquitecto fogoso de la Casa de Dios, que se lleva a la tumba la Palabra Perdida que, cuando se pronuncia, «resucita» la vida al poder y la gloria. 

Según el misticismo cristiano, cuando la encuentran, la Palabra Perdida está en un establo, rodeada de animales y marcada por una estrella. «Cuando el sol sale de Leo —escribe Robert Hewitt Brown—, los días se empiezan a acortar claramente a medida que el sol desciende hacia el equinoccio otoñal; entonces lo vuelven a matar los tres meses de otoño, permanece muerto los tres meses de invierno y es resucitado otra vez por los tres meses de verano. Todos los años se repite la gran tragedia y tiene lugar la gloriosa resurrección.»[68] Se dice que Hiram está «muerto», porque, en el individuo medio, la manifestación de las fuerzas creativas cósmicas se limita a una expresión puramente física y, por consiguiente, materialista. Obsesionado por su creencia en la realidad y la permanencia de la existencia física, el hombre no establece ninguna relación entre el universo material y el muro septentrional en blanco del templo. Del mismo modo que se dice que la luz solar muere simbólicamente al acercarse al solsticio de invierno, se puede decir que el mundo físico es el solsticio de invierno del espíritu. 

Al llegar al solsticio de invierno, da la impresión de que el sol se queda inmóvil durante tres días, al cabo de los cuales hace rodar la piedra del invierno y empieza su marcha triunfal hacia el norte, en dirección al solsticio de verano. El estado de ignorancia se puede comparar con el solsticio de invierno de la filosofía y el conocimiento espiritual, con el solsticio de verano. Desde este punto de vista, la iniciación en los Misterios se convierte en el equinoccio vernal del espíritu y en ese momento el Hiram que hay en el hombre pasa del reino de la mortalidad al de la vida eterna. 

El equinoccio otoñal es análogo a la caída mitológica del hombre, cuando el espíritu humano descendió a los reinos del Hades al sumergirse en la ilusión de la existencia terrestre. En An Essay on the Beautiful, Plotino describe el efecto mejorador que produce la belleza en la conciencia cada vez mayor del hombre. Como encargado de la decoración de la Casa Eterna, Hiram Abí encarna el principio embellecedor. La belleza es fundamental para el desarrollo natural del alma humana. Los Misterios sostenían que el hombre, al menos en parte, era producto de su entorno. Por consiguiente, les parecía fundamental que cada persona estuviera rodeada de objetos que evocaran los sentimientos más nobles y más elevados. Demostraron que se podía producir belleza en la vida rodeando la vida de belleza. Descubrieron que las almas que estaban siempre en presencia de cuerpos simétricos construían cuerpos simétricos y que las mentes rodeadas de ejemplos de nobleza mental producían pensamientos nobles. 

Por el contrario, si se obligaba a alguien a mirar una estructura innoble, la visión le despertaría una sensación de bajeza que lo incitaría a cometer bajezas. Si en medio de una ciudad se levantase un edificio desproporcionado, en esa comunidad nacerían niños mal proporcionados y la vida de los hombres y las mujeres que contemplaran aquella construcción asimétrica no sería armoniosa. Los hombres reflexivos de la Antigüedad advirtieron que sus grandes filósofos eran una consecuencia natural de los ideales estéticos de la arquitectura, la música y el arte establecidos como norma en los sistemas culturales de aquella época. La sustitución de la armonía de la belleza por la discordancia de lo fantástico constituye una de las grandes tragedias de todas las civilizaciones. 

No solo eran hermosos los dioses salvadores del mundo antiguo, sino que cada cual ejercía un sacerdocio de la belleza e intentaba lograr la regeneración del hombre despertando en él el amor por lo bello. Solo se puede conseguir que renazca la época dorada de la fábula si se eleva la belleza a la dignidad que le corresponde, como cualidad omnipresente e idealizante en el aspecto religioso, el ético, el sociológico, el científico y el político de la vida. Los Arquitectos Dionisíacos se consagraban a «resucitar» su espíritu maestro, la Belleza Cósmica, del sepulcro de la ignorancia material y el egoísmo levantando edificios que eran ejemplos tan perfectos de simetría y majestuosidad que en realidad constituían fórmulas mágicas con las cuales evocaban el espíritu del Embellecedor martirizado, sepultado en un mundo materialista. En los Misterios masónicos, el espíritu trino del hombre (la delta) se representa mediante los tres Grandes Maestros de la logia de Jerusalén. 

Como Dios es el principio que está presente en los tres mundos, en cada uno de ellos se manifiesta como un principio activo, de modo que el espíritu del hombre, al ser partícipe de la naturaleza de la divinidad, vive en tres planos del ser: la esfera suprema, la superior y la inferior de los pitagóricos. 
A la entrada de la esfera inferior (el infierno o el lugar donde habitan las criaturas mortales), está el guardián del Hades: el perro de tres cabezas, Cerbero, análogo a los tres asesinos de la leyenda de hirámica. Según esta interpretación simbólica del espíritu trino, Hiram es la tercera parte, la que se encarna: el Maestro Constructor que, a lo largo de todas las épocas, levanta templos vivos de carne y hueso como santuarios de lo más alto. Hiram se presenta como una flor y la cortan; muere a las puertas de la materia; es enterrado en los elementos de la creación, pero, a semejanza de Thor, agita su martillo poderoso en los campos del espacio, pone en movimiento los átomos primigenios e impone el orden en el caos. 

Como potencialidad del poder cósmico que reside en cada alma humana, Hiram espera a que el hombre, mediante el ritualismo complejo de la vida, convierta la potencialidad en potencia divina. Sin embargo, a medida que aumentan las percepciones sensoriales del individuo, el hombre adquiere cada vez mayor control de sus distintas partes y el espíritu de la vida interior poco a poco alcanza la libertad. Los tres asesinos representan las leyes del mundo inferior —nacimiento, desarrollo y decadencia— que cada vez frustran el plan del Constructor. Para el individuo medio, el nacimiento físico en realidad significa la muerte de Hiram y la muerte física, su resurrección. El iniciado, en cambio, alcanza la resurrección de la naturaleza espiritual sin la intervención de la muerte física. Según la interpretación de S. A. Zola, del grado 33 y antiguo Gran Maestro de la Gran Logia de Egipto, unos símbolos curiosos hallados en la base de la Aguja de Cleopatra, que actualmente se encuentra en el Central Park de Nueva York, tenían, en primer lugar, importancia masónica. Se encuentran marcas y símbolos masónicos en las piedras de numerosos edificios públicos, no solo en Inglaterra y en el continente europeo, sino también en Asia. 

En su Indian Masons’ Marks of the Moghul Dynasty, A. Gorham describe muchísimas marcas que aparecen en los muros de edificios tales como el Taj Mahal, la Jama Masjid y una famosa construcción masónica: el Qutab Minar. Para los que consideran la masonería un producto de la sociedad secreta de arquitectos y constructores que durante miles de años constituyeron una casta de maestros artesanos, Hiram Abí fue el Gran Maestro tirio de una organización mundial de artesanos, cuyo cuartel general estaba en Tiro. Su filosofía consistía en incorporar a sus mediciones y sus ornamentaciones de templos, palacios, mausoleos, fortalezas y demás edificios públicos su conocimiento de las leyes que controlaban el universo. A cada obrero iniciado se le asignaba un jeroglífico con el que marcaba las piedras que cuadraba, para demostrar a toda la posteridad que así dedicaba al Arquitecto Supremo del universo cada uno de los frutos perfectos de su trabajo. 

Con respecto a las marcas de los masones, Robert Freke Gould escribe lo siguiente: Es muy sorprendente que estas marcas se encuentren en todos los países —en las cámaras de la Gran Pirámide de Gizeh, en las murallas subterráneas de Jerusalén, en Pompeya y en Herculano, en murallas romanas y en templos griegos, en el Indostán, en México, en Perú y en Asia Menor—, así como también en las grandes ruinas de Inglaterra, Francia, Alemania, Escocia, Italia, Portugal y España.[70] Desde este punto de vista, es muy posible que la historia de Hiram represente la incorporación de los secretos divinos de la arquitectura a las partes y las dimensiones reales de los edificios terrenales. Los tres grados de la Hermandad entierran al Gran Maestro (el gran arcano) en el edificio real que construyen, después de haberlo matado con las herramientas del constructor, rebajando al espíritu sin dimensiones de la belleza cósmica a las limitaciones de la forma concreta. No obstante, meditando sobre la construcción, el Maestro Masón puede resucitar los ideales abstractos de la arquitectura y extraer de ellos los principios divinos de la filosofía arquitectónica que están incorporados o «sepultados» en ellos. 

Por consiguiente, el edificio físico en realidad es la tumba o la personificación del ideal creativo, del cual las dimensiones materiales no son más que la sombra. Además, se puede considerar que la leyenda de Hiram encarna las vicisitudes de la filosofía misma. Como instituciones destinadas a difundir la cultura ética, los Misterios paganos fueron los arquitectos de la civilización. Su poder y su dignidad se personificaron en juran el Maestro Constructor, pero al final sucumbieron al ataque de aquel trío recurrente compuesto por el Estado, la Iglesia y la plebe. Fueron profanados por el Estado, celoso de su riqueza y su poder; por la Iglesia primitiva, temerosa de su sabiduría, y por la muchedumbre o la soldadesca, incitadas tanto por el Estado como por la Iglesia. 

Así como Hiram, cuando resucita de su tumba, susurra la palabra del Maestro Masón que se perdió por su muerte prematura, el restablecimiento o la resurrección de los Misterios antiguos, según los principios de la filosofía, tendrá como consecuencia el redescubrimiento de la enseñanza secreta, sin la cual la civilización debe continuar en un estado de confusión e incertidumbre espiritual. Cuando gobierna la plebe, el hombre es dominado por la ignorancia; cuando gobierna la Iglesia, es dominado por la superstición, y cuando gobierna el Estado, es dominado por el miedo. Para que los hombres puedan vivir juntos en armonía y entendimiento, hay que convertir la ignorancia en sabiduría, la superstición en fe iluminada y el miedo en amor. Aunque se afirme lo contrario, la masonería es una religión que pretende unir a Dios y al hombre, elevando a sus iniciados a un nivel de conciencia en el cual puedan contemplar con visión clara las obras del Gran Arquitecto del universo. 

De una época a otra, perdura la visión de una civilización perfecta como ideal para la humanidad, en medio de la cual habrá una universidad poderosa, en la que se enseñarán libremente las ciencias sagradas y las seculares relacionadas con los misterios de la vida a todos los que asuman la vida filosófica. Allí no tendrán cabida el credo ni el dogma; se eliminará lo superficial y solo se mantendrá lo esencial. El mundo será gobernado por las mentes más preclaras y cada uno ocupará el puesto para el cual esté mejor preparado. La gran universidad se dividirá en grados, a los que se accederá por medio de pruebas preliminares o iniciaciones En ella se enseñará a la humanidad el más sagrado, el más secreto y el más imperecedero de todos los Misterios: el simbolismo. Allí se enseñará a los iniciados que todos los objetos visibles, todos los pensamientos abstractos y todas las reacciones emocionales no son más que símbolos de un principio eterno. 

Allí la humanidad aprenderá que Hiram (la Verdad) está enterrado en cada uno de los átomos del Cosmos, que toda forma es un símbolo y que todo símbolo es la tumba de una verdad eterna. Mediante la educación — espiritual, mental, moral y física—, el hombre aprenderá a desprender las verdades vivas de la capa inerte que las envuelve. En definitiva, el gobierno perfecto de la tierra debe tomar como modelo el gobierno divino por el que se rige el universo. El día que se restablezca el orden perfecto, cuando triunfen la paz universal y el bien, los hombres ya no buscarán la felicidad, porque la encontrarán en sí mismos. Las esperanzas muertas, las aspiraciones muertas y las virtudes muertas saldrán de su tumba y el espíritu de la belleza y la bondad, asesinado una y otra vez por hombres ignorantes, volverá a ser el maestro de obras. Entonces los sabios se sentarán en los asientos de los poderosos y los dioses caminarán con los hombres.

Manly Palmer Hall