lunes, 19 de agosto de 2019

LAS ENSEÑANZAS SECRETAS DE TODOS LOS TIEMPOS - PIEDRAS, METALES Y GEMAS



Según enseñaban los primeros filósofos, cada uno de los cuatro elementos primarios tiene su análogo en la cuádruple constitución terrestre del hombre. Las piedras y la tierra corresponden a los huesos y la carne; el agua, a los distintos fluidos; el aire, a los gases, y el fuego, al calor del cuerpo. Como los huesos son el marco que sostiene la estructura corporal, se pueden considerar un emblema adecuado del espíritu: el fundamento divino que sostiene el tejido complejo formado por la mente, el alma y el cuerpo. Para el iniciado, el esqueleto de la muerte que sujeta la guadaña con sus dedos huesudos representa a Saturno (Cronos), el padre de los dioses, que lleva la hoz con la que mutiló a Ouranos, su propio padre. En la lengua de los Misterios, los espíritus de los hombres son los huesos de Saturno reducidos a polvo. Este dios siempre se adoraba con el símbolo de la base o el pie, puesto que se lo consideraba la infraestructura que sostenía la creación. 

El mito de Saturno tiene su sustento histórico en los registros fragmentarios conservados por los antiguos griegos y fenicios con respecto a un rey de este nombre que gobernaba el antiguo continente de Hiperbórea. Como Polaris, Hiperbórea y la Atlántida están enterradas debajo de los continentes y los océanos del mundo moderno, a menudo se representan como rocas que mantienen sobre su extensa superficie nuevas tierras, razas e imperios. Según los Misterios escandinavos, las piedras y los acantilados se formaron a partir de los huesos de Ymir, el gigante primigenio de arcilla ardiente, mientras que, para los místicos helenos, las rocas eran los huesos de la Gran Madre, Gæa. Después del diluvio enviado por los dioses para destruir a la humanidad al final de la Edad de Hierro, los únicos que quedaron con vida fueron Deucalión y Pirra. 

Al entrar en un santuario en ruinas para orar, un oráculo les dijo que se marcharan del templo y, con la cabeza velada y la ropa suelta, echaran a sus espaldas los huesos de su madre. Deucalión entendió que el mensaje críptico del dios quería decir que la tierra era la Gran Madre de todas las criaturas, de modo que recogió unas piedras sueltas, le pidió a Pirra que hiciera lo mismo y las arrojó a sus espaldas De aquellas piedras surgió una raza nueva y fornida de seres humanos: las piedras que arrojó Deucalión se convirtieron en hombres y las que arrojó Pirra, en mujeres. Esta alegoría representa el misterio de la evolución humana, porque el espíritu, al infundir alma en la materia, se convierte en el poder interno que, poco a poco pero siguiendo un orden, eleva el mineral al estado vegetal, la planta al plano animal, el animal a la dignidad humana y el hombre al estado de los dioses. 

El sistema solar se organizaba mediante fuerzas que actuaban hacia dentro a partir del gran anillo de la esfera de Saturno y, puesto que Saturno controlaba el comienzo de todas las cosas, lo más lógico es deducir que las primeras formas de culto estaban dedicadas a él y a su símbolo peculiar: la piedra. Por consiguiente, la naturaleza intrínseca de Saturno es sinónimo de la roca espiritual que es el fundamento imperecedero del templo solar y tiene como antitipo u octava inferior a la roca terrestre —el planeta Tierra—, que sostiene sobre su superficie irregular los diversos géneros de la vida terrenal. A pesar de lo incierto de su origen, no cabe duda de que la litolatría constituye una de las primeras formas de expresión religiosa. «En todo el mundo —escribe Godfrey Higgins—, parece que el primer objeto de idolatría fue una piedra simple, sin trabajar, puesta en el suelo, como emblema del poder generador o procreador de la naturaleza.»[95] Existen restos del culto a las piedras distribuidos por la mayor parte de la superficie terrestre; un ejemplo notable son los menhires de Carnac, en Bretaña: varios miles de piedras gigantescas y sin cortar, dispuestas en once hileras. Muchos de estos monolitos sobresalen más de seis metros de la arena en la que están clavados y, según los cálculos, algunos de los más grandes pueden pesar más de cien toneladas. 

Hay quienes creen que determinados menhires marcan el lugar donde hay un tesoro escondido, aunque lo más plausible es que Camac sea un monumento al conocimiento astronómico de la Antigüedad. Los túmulos de piedra (cairn), los dólmenes, los menhires y las cistvaen o cámaras funerarias que hay dispersas por todas las islas británicas y en Europa se levantan como testimonios mudos, pero elocuentes, de la existencia y los logros de unas razas que ya se han extinguido. Tienen particular interés las «rocas balancín», que ponen de manifiesto la habilidad mecánica de aquellos pueblos primitivos. Estas reliquias consisten en rocas enormes, apoyadas en uno o dos puntos pequeños, de tal manera que se balancean al ejercer una presión mínima y, sin embargo, el mayor esfuerzo no basta para hacerlas caer. Los griegos y los romanos las llamaban «piedras vivas»; la más famosa es la «Gygorian stone», situada en el estrecho de Gibraltar, que, aunque tenía un equilibrio tan perfecto que se la podía mover con el tallo de un narciso, ni el peso de muchos hombres podía hacerla caer. Cuenta la leyenda que Hércules puso una roca balancín sobre las tumbas de los dos hijos de Bóreas, a los que había matado en combate, y la piedra estaba tan bien colocada que, si bien se mecía con el viento, no se caía por más fuerza que se le aplicara. 

Se han encontrado numerosas rocas balancín en Gran Bretaña y en Stonehenge se han hallado rastros de una que ya no existe. [96] Interesa destacar la posibilidad de que las piedras verdes que forman el círculo interior de Stonehenge procedan de África. En muchos casos, los monolitos no llevan ninguna talla ni inscripción, porque sin duda son anteriores tanto al uso de herramientas como al arte de la escritura. Algunas veces se han cortado las piedras para darles forma de columnas u obeliscos, como en los monumentos rúnicos y en las piedras de lingam y sakti; en otras ocasiones se les ha dado una forma más o menos parecida a la del cuerpo humano, como en el caso de las estatuas de la isla de Pascua, o se han convertido en figuras esculpidas con primor, como las de los indios centroamericanos y los khmer de Camboya. 

Las primeras imágenes de piedra tosca apenas se pueden considerar efigies de una divinidad en particular, sino, más bien, un intento rudimentario del hombre primitivo de representar, en las cualidades duraderas de la piedra, los atributos procreadores de la divinidad abstracta. En todas las etapas intermedias entre el hombre primitivo y la civilización moderna ha persistido el reconocimiento instintivo de la estabilidad de la divinidad. Algunas pruebas más que suficientes de la supervivencia de la litolatría en la fe cristiana son las alusiones a la «roca del refugio», la roca sobre la cual se edificará la iglesia de Cristo, la «piedra que los constructores desecharon», la piedra que Jacob se había puesto por cabezal y después erigió como estela y sobre la cual derramó aceite, la piedra que David lanzó con su honda, la roca del monte Moña en la que se erigió el altar del templo del rey Salomón, la piedra blanca del Apocalipsis y la roca eterna. Los pueblos prehistóricos veneraban mucho las piedras, fundamentalmente porque eran útiles. 

Es probable que unos trocitos irregulares de piedra fueran las primeras armas del hombre; los acantilados y los riscos constituyeron sus primeras fortificaciones y desde aquellas posiciones estratégicas arrojaba rocas contra los merodeadores. En cavernas o en cabañas rudimentarias construidas con placas de piedra, los primeros seres humanos se protegían del rigor de los elementos. Se levantaban piedras como indicadores y como monumentos a los logros primitivos; también se colocaban sobre las tumbas de los muertos, probablemente como medida de precaución, para evitar la depredación de los animales salvajes. Durante las migraciones, aparentemente era habitual que los pueblos primitivos transportasen consigo piedras procedentes de su hábitat original. Como la tierra natal o el lugar de nacimiento de una raza se consideraba sagrado, aquellas piedras eran símbolos del aprecio universal que todas las naciones compartían con respecto a su lugar de origen. Descubrir que el fuego se podía obtener frotando dos piedras aumentó la reverencia que el hombre sentía por ellas, aunque con el tiempo el mundo de maravillas hasta entonces insospechado que abrió el elemento del fuego, recién descubierto, hizo que la pirolatría sustituyera al culto a las piedras. 

El Padre oscuro y frío —la piedra— dio origen al Sol brillante —el fuego— y la llama recién nacida desplazó a su padre y se convirtió en el más impresionante y misterioso de los símbolos religiosos filosóficos extendido y perdurable a lo largo de los siglos. El cuerpo de todas las cosas se comparaba con una roca, ya fuera cortada en forma de cubo o labrada con más cuidado para hacer un pedestal, mientras que el espíritu de las cosas se comparaba con la figura tallada con cuidado que se le ponía encima. Por consiguiente, se erigieron altares como símbolo del mundo inferior y se mantenía encendido el fuego en ellos para representar la esencia espiritual que iluminaba el cuerpo que los coronaba. En realidad, el cuadrado es una de las caras de un cubo, la figura correspondiente en geometría plana y su símbolo filosófico. En consecuencia, cuando consideraban la tierra como un elemento y no como un cuerpo, los griegos, los brahmanes y los egipcios siempre hacían referencia a sus cuatro esquinas, aunque eran totalmente conscientes de que el planeta en sí era una esfera. 

Como sus doctrinas eran la base firme de todo conocimiento y el primer paso para alcanzar la inmortalidad consciente, los Misterios se representaban a menudo como piedras cúbicas o piramidales. Por su parte, estas historias se convirtieron en el emblema de la condición de la divinidad alcanzada por uno mismo. La inalterabilidad de la piedra la convirtió en emblema adecuado de Dios —la fuente inamovible e inalterable de la existencia— y también de las ciencias divinas: la relevación eterna de Sí mismo a la humanidad. 

Como personificación del intelecto racional, que es la verdadera base de la vida humana, Mercurio, o Hermes, se simbolizaba de manera similar. Se instalaban en lugares públicos pilares cuadrados o cilíndricos, coronados por una cabeza de Hermes con barba y llamados «hermas». Término, una forma de Júpiter y dios de los límites y las fronteras, de cuyo nombre deriva la palabra moderna «terminal», también se representaba mediante una piedra vertical, a veces adornada con la cabeza del dios, que se colocaba en el límite de las provincias y en las intersecciones de los caminos importantes.

La piedra filosofal en realidad es la piedra del filósofo, porque la filosofía se compara con una joya mágica, cuyo contacto convierte las sustancias de baja ley en piedras invalorables como ella misma. La sabiduría es el poder de proyección del alquimista, que transforma muchas veces su propio peso de ignorancia grosera en la sustancia preciosa de la iluminación.

Las tablas de la Ley Cuando estaba en lo alto del monte Sinaí, Moisés recibió de Jehová dos tablas en las que se inscribían los caracteres del Decálogo, trazados por el propio dedo del Dios de Israel. Aquellas tablas estaban hechas del zafiro divino, Schethiyâ, que el Altísimo, tras arrancarlo de su propio trono, había lanzado al abismo para que se convirtiera en el fundamento y el generador de los mundos. 

El aliento divino rompió aquella piedra sagrada, hecha de rocío celestial, y en cada una de las dos partes el fuego negro dibujó las figuras de la Ley. Aquellas inscripciones preciosas, resplandecientes de esplendor celestial, fueron entregadas por el Señor el día del sabbat en las manos de Moisés, que pudo leer las letras iluminadas del lado del revés por la transparencia de la gran joya.

Los Diez Mandamientos son las diez piedras preciosas brillantes que el Uno Santo puso en el mar de zafiro del Ser, y en las profundidades de la materia los reflejos de estas joyas se ven como las leyes que rigen las esferas sublunares. Son los diez sagrados, mediante los cuales la Divinidad Suprema ha estampado Su voluntad sobre la faz de la Naturaleza. Es la misma década a la cual los pitagóricos rendían homenaje bajo la forma de la tetractys, el triángulo de puntos espermáticos que revela a los iniciados todo el funcionamiento del plan cósmico; porque el diez es el número de la perfección, la llave de la creación y el símbolo adecuado de Dios, el hombre y el universo. Por su idolatría, Moisés pensó que los israelitas no eran dignos de recibir las tablas de zafiro y, por consiguiente, las destruyó, para que los Misterios de Jehová no fueran violados. En lugar del original, Moisés utilizó dos tablas de piedra tosca, en cuya superficie grabó diez letras antiguas. 

Mientras que en las primeras tablas —partícipes de la divinidad del árbol de la Vida— resplandecían las verdades eternas, las segundas —partícipes de la naturaleza del árbol del Bien y del Mal— solo revelaban verdades temporales, de modo que la antigua tradición de Israel regresó una vez más al cielo y no dejó más que su sombra entre los hijos de las doce tribus. Una de las dos tablas de piedra que el Legislador entregó a sus seguidores representaba las tradiciones orales y la otra, las tradiciones escritas en las que se fundaba la Escuela Rabínica. Los distintos expertos no se ponen de acuerdo sobre el tamaño ni sobre el contenido de las tablas inferiores. Algunos dicen que eran tan pequeñas que cabían en el hueco de una mano; otros declaran que cada tabla medía diez o doce codos de largo y tenía un peso enorme. Unos cuantos niegan incluso que fueran de piedra y sostienen que eran de una madera llamada sedr, que, según los musulmanes, abunda en el Paraíso. 

Las dos tablas significan el mundo superior y el inferior, respectivamente: el principio formativo paterno y el materno. En su estado individual presentan lo andrógino cósmico. La rotura de las tablas significa vagamente la separación de la esfera superior de la inferior y también la división de los sexos. En las procesiones religiosas de los griegos y los egipcios se transportaba un arca o una embarcación que contenía tablas, conos y recipientes de piedra de diversas formas que representaban los procesos de procreación. El arca de los israelitas — construida según el modelo de los arcones sagrados de los Misterios isíacos— contenía tres objetos sagrados, cada uno de los cuales tenía una importante interpretación fálica: el cuenco de maná, la vara que reverdeció y las tablas de la ley, que son el primero, el segundo y el tercer principio de la tríada creativa. 

El maná, la vara que reverdeció y las tablas de piedra son también imágenes adecuadas de la Cábala, la Mishná y la ley escrita, respectivamente, o sea, el espíritu, el alma y el cuerpo del judaísmo. Cuando la llevaron a la Casa Eterna del rey Salomón, el Arca de la Alianza solo contenía las tablas de la ley. ¿Querrá decir esto que, incluso en épocas tan tempranas, la tradición secreta ya se había perdido y solo quedaba la letra de la revelación? Como representación del poder que creó la esfera inferior o demiúrgica, las tablas de piedra eran sagradas para Jehová, en contraposición a las tablas de zafiro, que representaban la potencia que establecía la esfera superior o celestial. No cabe duda de que las tablas mosaicas tienen su prototipo en los pilares u obeliscos de piedra colocados a ambos lados de la entrada de los templos paganos. 

Es posible que estas columnas pertenezcan a aquella época remota en la que los hombres adoraban al Creador a través de Su signo zodiacal de Géminis, cuyo símbolo siguen siendo los pilares fálicos de los gemelos celestes. «Los Diez Mandamientos — escribe Hargrave Jennings— están inscritos en dos grupos de cinco cada uno, en forma columnar. Los cinco que están a la derecha (mirando desde el altar) significan la Ley; los cinco que están a la izquierda significan los Profetas. La piedra de la derecha es masculina y la de la izquierda, femenina. Corresponden a los dos pilares (o torres) de piedra separados que hay delante de todas las catedrales y de todos los templos de las épocas paganas».[98] El mismo autor afirma que la Ley es masculina, porque procede directamente de la divinidad, mientras que los Profetas, o los Evangelios, eran femeninos, porque nacieron a través de la naturaleza humana. La tabla de la ley derecha simboliza también a Jachin, el pilar blanco de la luz, y la izquierda, a Boaz, el pilar sombrío de la oscuridad. Así se llamaban los dos pilares de bronce situados en el porche del templo del rey Salomón. 

Tenían dieciocho codos de altura y estaban decorados con hermosas coronas de cadenas, redes y granadas. En lo alto de cada pilar había un gran cuenco —en la actualidad dicen, erróneamente, que era una bola o un globo—: es probable que uno de ellos tuviera fuego y el otro, agua. El globo celeste —al principio era el cuenco que contenía fuego— que coronaba la columna de la derecha (Jachin) era el símbolo del hombre divino; el globo terrestre (el cuenco de agua) que coronaba la columna de la izquierda (Boaz) era el símbolo del hombre terrenal. 

Estos dos pilares connotan también, respectivamente, la expresión activa y la pasiva de la energía divina, el sol y la luna, el azufre y la sal, el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Entre ellos está la puerta que conduce a la Casa de Dios y, al encontrarse a la entrada del santuario, son un recordatorio de que Jehová es una divinidad tanto andrógina como antropomorfa. Como dos columnas paralelas, denotan los signos zodiacales de Cáncer y Capricornio, que antiguamente se ponían en la cámara de iniciación para representar el nacimiento y la muerte: los extremos de la vida física. Por consiguiente, representan el solsticio de verano y el de invierno, que los masones conocen actualmente con la denominación relativamente moderna de «los dos san Juan».

En el misterioso árbol sefirótico de los judíos, estos dos pilares representan la misericordia y el rigor. Estas columnas que se alzaban delante de la entrada del templo del rey Salomón tenían la misma importancia simbólica que los obeliscos que había delante de los santuarios en Egipto. Según su interpretación cabalística, los nombres de los dos pilares significan: «en la fortaleza se establecerá Mi Casa». En el esplendor de la iluminación mental y espiritual, el Sumo Sacerdote se situaba entre los dos pilares como testigo mudo de la virtud perfecta del equilibrio: ese punto hipotético equidistante de todos los extremos. Personificaba así la naturaleza divina del hombre en medio de su constitución compleja: la misteriosa mónada pitagórica ante la presencia de la díada.

A un lado se elevaba la columna formidable del intelecto y, al otro, el pilar de bronce de la carne.
A mitad de camino entre los dos se alza el hombre sabio glorificado, aunque no puede alcanzar el estado elevado sin haber sufrido antes sobre la cruz que surge de la unión de aquellos dos pilares. Algunas veces, los judíos primitivos representaban a los dos pilares, Jachin y Boaz, como las piernas de Jehová, con lo cual querían decir al filósofo moderno que la Sabiduría y el Amor, en su sentido de máxima exaltación, soportan todo el orden de la creación, tanto el mundano como el supramundano.


El santo Grial Igual que el zafiro Schethiyâ, el Lapis Exilis, la joya de la corona del arcángel Lucifer, cayó del cielo. Miguel, arcángel del sol y dios oculto de Israel, a la cabeza de los ejércitos angélicos, se abatió sobre Lucifer y sus legiones de espíritus rebeldes. Durante el conflicto, Miguel, con su espada flamígera, arrancó de un golpe el brillante Lapis Exilis deja corona de su adversario y la piedra verde atravesó los anillos celestiales y cayó en el abismo oscuro e inconmensurable. De la gema radiante de Lucifer se formó el sangreal, o Santo Grial, del cual dicen que bebió Cristo en la última cena. Aunque sigue siendo objeto de controversia si el Grial era una copa o una fuente, por lo general se representa como un cáliz de considerable tamaño y belleza poco corriente. Según la leyenda, José de Arimatea llevó la copa o Grial al lugar de la crucifixión y recogió en ella la sangre que manaba de las heridas del nazareno moribundo. 

Posteriormente, José, que se había convertido en custodio de las reliquias sagradas —el sangreal y la lanza de Longino—, se las llevó a un país lejano. Según una versión, sus descendientes al final depositaron aquellas reliquias en la abadía de Glastonbury, en Inglaterra; según otra, las llevaron a un hermoso castillo en Montsalvat, en España, construido por los ángeles en una sola noche. Con el nombre de Preste Juan, Parsifal, el último de los reyes del Grial, llevó consigo a India la copa sagrada, que así desapareció para siempre del mundo occidental. La búsqueda posterior del sangreal constituyó el motivo de la mayor parte de las historias de caballería andante de las leyendas artúricas y las ceremonias de la mesa redonda. Jamás se ha dado una interpretación adecuada de los Misterios del Grial. Algunos creen que los Caballeros del Santo Grial eran una organización poderosa de místicos cristianos que perpetuó la Sabiduría Antigua mediante los rituales y los sacramentos de la copa oracular. 

La búsqueda del Santo Grial es la búsqueda eterna de la verdad y Albert G. Mackey encuentra en ella una variación de la leyenda masónica de la Palabra Perdida, buscada durante tanto tiempo por los miembros de la Hermandad. También hay pruebas que demuestran que la historia del Grial es una ampliación de un antiguo mito pagano de la naturaleza, que se ha conservado por la sutileza con que estaba injertado en el culto del cristianismo. Desde este punto de vista en particular, el Santo Grial es, sin duda, un tipo de arca o recipiente en el cual se preserva la vida del mundo y, por consiguiente, representa el cuerpo de la Gran Madre: la Naturaleza. Su color verde lo asocia con Venus y con el misterio de la generación y también con la fe islámica, cuyo color sagrado es el verde y cuyo sabbat es el viernes, el día de Venus. El Santo Grial es un símbolo tanto del mundo inferior (o irracional) como de la naturaleza física del hombre, porque los dos son receptáculos de las esencias vivas de los mundos superiores Este es el misterio de la sangre redentora que, al descender sobre el estado de la muerte, vence al último enemigo, animando a toda la sustancia con su propia inmortalidad. 

Para el cristiano, cuya fe mística destaca en particular el elemento del amor, el Santo Grial representa el corazón, en el cual se arremolina constantemente el agua viva de la vida eterna. Además, para el cristiano, la búsqueda del Santo Grial es la búsqueda del Yo verdadero que, una vez hallado, constituye la consumación de la magnum opus. Los únicos que pueden encontrar la copa sagrada son los que se han elevado por encima de las limitaciones de la sensualidad. En su poema místico The Vision of Sir Launfal, James Russel Lowell revela la verdadera naturaleza del Santo Grial, al demostrar que solo es visible para un estado determinado de conciencia espiritual. Únicamente al regresar de la búsqueda vana de la ambición exaltada, el caballero anciano y arruinado reconoció en la copa transformada del leproso el cáliz resplandeciente con el que había soñado toda su vida. Algunos autores encuentran similitudes entre la leyenda del Grial y las historias de las divinidades solares mártires cuya sangre, al descender de los cielos a la tierra, caía en la copa de la materia, de la cual era liberada mediante los ritos iniciáticos. 

El Santo Cirial también podía ser la vaina utilizada con tanta frecuencia en los Misterios antiguos como emblema de germinación y resurrección y, si la forma de cáliz del Grial deriva de la flor, significa la regeneración y la espiritualización de las fuerzas generadoras del hombre. Hay muchos relatos de imágenes de piedra que, por las sustancias que entraban en su composición y el ceremonial que se siguió en su construcción, fueron dotadas de alma por las divinidades a semejanza de las cuales habían sido creadas. A dichas imágenes se atribuían diversas facultades humanas y poderes, como el habla, el pensamiento e incluso el movimiento. Si bien no cabe duda de que los sacerdotes renegados recurrían a artimañas —se relata un ejemplo de ellas en un fragmento apócrifo curioso titulado Bel and the Dragon, que, supuestamente, se suprimió del final del Libro de Daniel—, muchos de los fenómenos registrados en relación con estatuas y reliquias consagradas resultan muy difíciles de explicar, a menos que se admita la intervención de medios sobrenaturales. 

La historia registra la existencia de piedras que sumían en estado de éxtasis a todos aquellos que oían el sonido que producían al ser golpeadas. También ha habido imágenes que seguían resonando durante horas después de que la propia sala hubiese quedado en silencio y piedras musicales que producían las armonías más dulces En reconocimiento de la santidad que atribuían a las piedras, los griegos y los romanos apoyaban la mano sobre determinados pilares consagrados cuando hacían un juramento. En la Antigüedad, las piedras desempeñaban un papel para determinar el destino de los acusados, porque era habitual que los jurados, para alcanzar su veredicto, echaran guijarros en una bolsa.

Los griegos recurrían a menudo a las piedras para adivinar el futuro y dicen que Helena predijo la destrucción de Troya mediante la litomancia. Muchas supersticiones populares sobre las piedras sobreviven durante la llamada edad de las tinieblas; destaca entre ellas la relacionada con la famosa piedra negra del asiento del trono de la coronación de la abadía de Westminster, de la cual se dice que es la misma roca que Jacob usó como cabezal. La piedra negra también aparece varias veces en el simbolismo religioso. La llamaban Heliogábalo, una palabra que se supone deriva de Elagabal, la divinidad solar sirio-fenicia. La piedra estaba consagrada al sol y se le atribuían propiedades grandes y diversas. La piedra negra de la Kaaba, en La Meca, se sigue venerando en todo el mundo musulmán. Dicen que al principio era blanca y brillaba tanto que se podía ver desde varios días de distancia de La Meca, pero que, con el paso de los siglos, se fue ennegreciendo por las lágrimas de los peregrinos y los pecados del mundo. 

La magia de los metales y las piedras preciosas 

Según las enseñanzas de los Misterios, los rayos de los cuerpos celestes, al chocar contra las influencias cristalizadoras del mundo inferior, se convierten en los distintos elementos. Como son partícipes de las virtudes astrales de su origen, estos elementos neutralizan determinadas formas desequilibradas de la actividad celestial y, cuando se combinan adecuadamente, contribuyen en gran medida al bienestar humano. Poco sabemos en la actualidad acerca de estas propiedades mágicas, pero es posible que al mundo moderno le resulte provechoso analizar los descubrimientos de los filósofos antiguos que determinaron aquellas relaciones mediante una experimentación exhaustiva. De dicha investigación surgió la costumbre de identificar los metales con los huesos de las diversas divinidades. Por ejemplo, según Manetón, los egipcios consideraban que el hierro era el hueso de Marte y la piedra imán, el de Horus. Por analogía, el plomo sería el esqueleto físico de Saturno; el cobre, el de Venus; el azogue, el de Mercurio; el oro, el del sol; la plata, el de la luna, y el antimonio, el de la tierra. Tal vez se demuestre que el uranio es el metal de Urano y el radio, el de Neptuno. 

Las cuatro edades de los místicos griegos —la Edad de Oro, la Edad de Plata, la Edad de Bronce y la Edad de Hierro— son expresiones metafóricas que hacen referencia a los cuatro períodos principales de la vida de todas las cosas. En las divisiones del día, representan el amanecer, el mediodía, el crepúsculo y la medianoche; en la vida de los dioses, los hombres y el universo, denotan los períodos del nacimiento, el crecimiento, la madurez y la decadencia. Las edades griegas también guardan una correspondencia estrecha con las cuatro yugas de los hindúes: Krita-yuga, Treta-yuga, Dvapara-yuga y Kali-yugu. Ullamudeian describe de esta manera la forma de calcularlas: «En cada uno de los doce signos hay 1800 minutos; si multiplicamos esta cifra por 12, el resultado es 21 600; es decir, 1800 x 12 = 21 600. Si multiplicamos 21 600 por 80, el resultado es 1728 000, que es la duración de la primera edad, llamada Krita-yuga. 

Si multiplicamos el mismo número por 60, el resultado será 1296 000, que son los años de la segunda edad, Treta-yuga. Si se multiplica esta cantidad por 40, el resultado es 864 000, la duración de la tercera edad: Dvapara-yuga. La misma cantidad, multiplicada por 20, da 432 000, la cuarta edad, Kali-yuga». (Obsérvese que estos múltiplos disminuyen de forma inversamente proporcional a la tetractys pitagórica: 1, 2, 3 y 4.) Según H. P. Blavatsky, Orfeo enseñaba a sus seguidores a influir en el público mediante una piedra imán y Pitágoras prestaba especial atención al color y la naturaleza de las piedras preciosas; añade también lo siguiente: «Los budistas afirman que el zafiro produce serenidad y ecuanimidad y expulsa los malos pensamientos, al establecer una circulación sana en el hombre. Lo mismo hace una batería eléctrica, con su corriente bien dirigida, según nuestros electricistas. Los budistas sostienen que “el zafiro puede abrir (al espíritu del hombre) puertas y viviendas, aunque tengan barrotes; produce el deseo de orar y aporta más paz que ninguna otra piedra preciosa, pero quien lo use debe llevar una vida pura y santa”».
EL SELLO PITAGÓRICO Vincenzo Cartari: Le Imagini degli dei Antichi 

Los pitagóricos asociaban en particular el número cinco con el arte de curar y el pentáculo, o estrella de cinco puntas, era, para ellos, el símbolo de la salud. para ellos, el símbolo de la salud. Esta figura representa un anillo mágico que lleva engastada una gema talismánica con la pentalfa: una estrella formada por cinco posiciones diferentes de la letra griega alfa. Sobre este tema, Albert Mackey escribe lo siguiente: «Los discípulos de Pitágoras, que en realidad fueron los que la inventaron, colocaban en cada uno de sus ángulos interiores una de las letras de la palabra griega YTEIA, o de la latina salus — las dos significan “salud”—, con lo cual se convirtió en el talismán de la salud, y la ponían al principio de sus epístolas, como un saludo para desearle buena salud al destinatario. Sin embargo, no eran los discípulos de Pitágoras los únicos que la usaban, sino que, como talismán, fue utilizada en todo Oriente como amuleto contra los malos espíritus».

Abundan en la mitología los relatos sobre anillos mágicos y joyas talismánicas. En el segundo libro de la República, Platón describe un anillo que, cuando el engaste estaba vuelto hacia dentro, volvía invisible a su portador. Gracias a él, el pastor Giges llegó al trono de Lidia. Flavio Josefo también describe los anillos mágicos diseñados por Moisés y el rey Salomón y Aristóteles menciona uno que proporcionaba amor y honor a su poseedor. En su capítulo sobre este tema, Enrique Cornelio Agripa no solo menciona los mismos anillos, sino que además afirma, basándose en la autoridad de Filóstrato, que Apolonio de Tiana prolongó su vida durante más de ciento treinta años con la ayuda de siete anillos mágicos que le obsequió un príncipe de las Indias Orientales. 

Cada uno de aquellos siete anillos llevaba engastada una piedra preciosa que poseía la naturaleza de uno de los siete planetas dominantes de la semana y, al cambiar a diario los anillos, Apolonio se protegía de la enfermedad y de la muerte, gracias a la intervención de las influencias planetarias 
El filósofo también enseñó a sus discípulos las virtudes de aquellas joyas talismánicas y consideraba aquella información imprescindible para el teúrgo. Agripa describe la preparación de anillos mágicos con las siguientes palabras: «Cuando cualquier estrella [planeta] asciende afortunadamente, con el aspecto o conjunción favorable de la luna, debemos tomar una piedra y una planta que estén bajo aquella estrella y hacer un anillo del metal que sea adecuado para ella y engastar en él la piedra y poner la planta o la raíz debajo, sin omitir las inscripciones de imágenes, nombres y caracteres, así como también las sufumigaciones correspondientes». 

Hace tiempo que se toma el anillo como símbolo de consecución, perfección e inmortalidad; esto último se debe a que el aro de metal precioso no tiene principio ni final. En los Misterios, los iniciados llevaban anillos cincelados para parecer una serpiente con la cola en la boca, como prueba material de la posición que habían alcanzado en la orden. Los hierofantes llevaban sellos en los que se grababan determinados emblemas secretos y no era extraño que un mensajero, para demostrar que era el representante oficial de un príncipe o de algún otro dignatario, portara junto con el mensaje una impresión del anillo de su amo o el propio sello. La intención original del anillo de boda era implicar que en la naturaleza de su portador se había alcanzado el estado de equilibrio y totalidad. 

Por consiguiente, aquella banda sencilla de oro daba fe de la unión del Ser Superior (Dios) con el ser inferior (la Naturaleza) y la ceremonia que consumaba aquella unión indisoluble de la Divinidad y la humanidad en la naturaleza única del místico iniciado constituía el matrimonio hermético de los Misterios. Al describir las insignias del mago, Éliphas Lévi declara que el domingo (el día del sol) debe llevar en la mano derecha una varita dorada con un rubí o un crisólito engarzado; el lunes (el día de la luna) debe llevar un collar de tres vueltas compuesto por perlas, cristales y selenitas; el martes (el día de Marte) debe llevar una varita de acero magnetizado y un anillo del mismo metal con una amatista engarzada; el miércoles (el día de Mercurio) debe llevar un collar de perlas o cuentas de vidrio que contengan mercurio y un anillo con una ágata engarzada; el jueves (el día de Júpiter) debe llevar una varita de vidrio o resina y ponerse un anillo con una esmeralda o un zafiro engarzados; el viernes (el día de Venus) debe llevar una varita de cobre pulido y ponerse un anillo con una turquesa y una corona o una diadema adornada con lapislázuli y berilo, y el sábado (el día de Saturno) debe llevar una varita adornada con un ónice y una cadena en tomo al cuello hecha de plomo. 

Paracelso, Agripa, Kircher, Lilly y muchos otros magos y astrólogos han hecho tablas con las gemas y las piedras correspondientes a los distintos planetas y signos del Zodiaco. A partir de sus escritos se ha elaborado la lista que aparece a continuación. Se atribuyen al sol el carbúnculo, el rubí, el granate — sobre todo el piropo— y otras piedras ardientes y a veces el diamante; a la luna, la perla, la selenita y otras formas de cristal; a Saturno, el ónice, el jaspe, el topacio y algunas veces el lapislázuli; a Júpiter, el zafiro, la esmeralda y el mármol; a Marte, la amatista, el jacinto, la piedra imán y en ocasiones el diamante; a Venus, la turquesa, el berilo, la esmeralda y a veces la perla, el alabastro, el coral y la cornalina; a Mercurio, el crisólito, el ágata y el mármol de muchos colores. 

Al Zodiaco, los mismos expertos le asignaron las siguientes gemas y piedras: a Aries, la sardónica, la sanguinaria, la amatista y el diamante; a Tauro, la cornalina, la turquesa, el jacinto, el zafiro, el ágata musgosa y la esmeralda; a Géminis, el topacio, el ágata, la crisoprasa, el cristal y el aguamarina; a Cáncer, el topacio, la calcedonia, el ónice negro, la piedra de la luna, la perla, el ojo de gato, el cristal y a veces la esmeralda; a Leo, el jaspe, la sardónica, el berilo, el rubí, el crisólito, el ámbar, la turmalina y a veces el diamante; a Virgo, la esmeralda, la cornalina, el jade, el crisólito y a veces el jaspe rosado y el jacinto; a Libra, el berilo, el sardo, el coral, el lapislázuli, el ópalo y a veces el diamante; a Escorpio, la amatista, el berilo, la sardónica, el aguamarina, el carbúnculo, la piedra imán, el topacio y la malaquita; a Sagitario, el jacinto, el topacio, el crisólito, la esmeralda, el carbúnculo y la turquesa; a Capricornio, la crisoprasa, el rubí, la malaquita, el ónice negro, el ónice blanco, el azabache y la piedra de la luna; a Acuario, el cristal, el zafiro, el granate, el circón y el ópalo: a Piscis, el zafiro, el jaspe, el crisólito, la piedra de la luna y la amatista. 

Tanto el espejo mágico como la bola de cristal son símbolos poco comprendidos. ¡Ay del mortal ignorante que crea al pie de la letra las historias que circulan sobre ellos! Descubrirá —a menudo a costa de su cordura y su salud — que, aunque muchas veces se confundan, la hechicería y la filosofía no tienen nada en común. Los magos persas llevaban espejos como símbolo de la esfera material que refleja la divinidad desde cada una de sus partes. La bola de cristal, de la que tanto se ha abusado como medio para cultivar los poderes parapsicológicos, es un símbolo triple: l) representa el Huevo Universal cristalino, en cuyas profundidades transparentes existe la creación; 2) es un modelo adecuado de la divinidad antes de que se sumerja en la materia, y 3) representa la esfera etérica del mundo, en cuyas esencias traslúcidas se estampa y se preserva la imagen perfecta de toda la actividad terrestre.


EJEMPLOS DE HERMÆ James Christie: Disquisitions upon the Painted Greek Vases

La primitiva costumbre de adorar a los dioses en forma de piedras amontonadas dio lugar a la práctica de erigir pilares o conos fálicos en su honor. Estas columnas tenían amplias diferencias de tamaño y aspecto. Algunas eran de proporciones gigantescas y estaban ricamente adornadas con inscripciones o semejanzas de los dioses y héroes; otras —como las ofrendas votivas de los babilonios— medían solo unas pocas pulgadas, no tenían adornos y solamente tenían una breve declaración del propósito para el cual habían sido preparadas o un himno para el dios del templo en el cual fueron colocadas.

Esos pequeños conos de barro horneados eran idénticos en su significado simbólico con el hermæ más grande colocado al borde del camino y en otros lugares públicos. Más tarde, el extremo superior de la columna fue coronado con una cabeza humana. En muchas ocasiones dos proyecciones, o espigas, correspondientes a los hombros fueron colocadas, una a cada lado, para sostener las coronas de flores que adornaban las columnas. Las ofrendas, que usualmente consistían en comida, eran colocadas cerca del hermæ. En muchas ocasiones, estas columnas se utilizaban para sostener techos y eran enumeradas entre los objetos de arte que adornaban las villas de los romanos pudientes. Los meteoros, o rocas del espacio, se consideraban muestras del favor divino y se conservaban como prueba de un pacto entre los dioses y la comunidad en la que caían. 

De vez en cuando se encuentran piedras naturales con marcas o cortes curiosos. En China hay una placa de mármol cuya veta es un retrato perfecto del dragón chino. La piedra de Oberammergau, tallada por la naturaleza en una notable semejanza con el rostro de Cristo, según se lo concibe popularmente, es tan extraordinaria que hasta los monarcas europeos solicitaban el privilegio de contemplarla. Este tipo de piedras eran objeto de muy alta estimación por parte de los pueblos primitivos e incluso en la actualidad ejercen una influencia enorme sobre las personas con mentalidad religiosa. 

 Manly Palmer Hall

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