El yoni y el falo fueron adorados por
casi todos los pueblos antiguos como
símbolos adecuados del poder creativo
de Dios. El jardín del Edén, el arca, la
puerta del templo, el velo de los
Misterios, la vesica piscis o nimbo
ovalado y el Santo Grial son símbolos
yónicos importantes, mientras que la
pirámide, el obelisco, el cono, la vela,
la torre, el monolito celta, el chapitel, el
campanario, el mayo y la lanza sagrada
son símbolos fálicos. Al tratar el tema
del culto a Príapo, demasiados autores
modernos juzgan los modelos paganos
según los suyos y se regodean en el lodo
de su propia vulgaridad.
Los Misterios
eleusinos —la mayor de todas las
sociedades secretas antiguas—
establecieron uno de los modelos más
elevados que se conocen de moralidad y
ética y los que critican su uso de
símbolos fálicos deberían reflexionar
sobre las palabras mordaces del rey
Eduardo III: «Honni soit qui mal y
pense».
Los rituales obscenos que llegaron a
practicarse posteriormente en las
bacanales y las dionisias no eran
representativos de los niveles de pureza
que mantuvieron originariamente los
Misterios, como las orgías que
celebraban de vez en cuando los
partidarios del cristianismo hasta el
siglo XVIII no eran representativas del
cristianismo primitivo. Sir William
Hamilton, ministro británico en la corte
de Nápoles, declara que, en 1780,
Isemia, una comunidad de cristianos en
Italia, adoraba con ceremonias fálicas al
dios pagano Príapo con el nombre de
san Cosme.
EL ÁRBOL DE LOS
CABALLEROS DE LA
MESA REDONDA
Este ejemplo notable del uso del
árbol en el simbolismo procede
del castillo de Pierrefonds, en un
pueblecito del norte de Francia.
Las ocho ramas laterales acaban
en flores convencionales, con
forma de cáliz, de cada una de
las cuales surge el cuerpo de un
caballero que lleva en la mano
una cinta con su nombre.
Remata el tallo central una flor
más grande, de la cual surge el
cuerpo del mismísimo rey
Arturo. El árbol es uno de los
motivos preferidos en heráldica.
El hecho de que hubiera un solo
tronco con una multitud de
ramas hizo que el árbol se
ramas hizo que el árbol se
utilizara a menudo para
diagramar linajes familiares, de
donde ha surgido la costumbre
de denominar a estos gráficos
«árboles genealógicos».
El padre, la madre y el niño constituyen
la trinidad natural. Los Misterios
glorificaban al hombre como institución
suprema, compuesta por esta trinidad
que funciona como una unidad. Pitágoras
comparaba el universo con la familia y
declaraba que, así como el fuego
supremo del universo estaba en medio
de los cuerpos celestes, el fuego
supremo del mundo estaba, por analogía,
sobre las piedras del hogar. Para los
pitagóricos y otras escuelas filosóficas,
la naturaleza divina única de Dios se
manifestaba en el triple aspecto de
Padre, Madre e Hijo y los tres
constituían la Familia Divina, cuya
morada es la creación y cuyo símbolo
natural y peculiar es el cuadragésimo
séptimo problema de Euclides. Dios
Padre es espíritu; Dios Madre es
materia y Dios Hijo —el producto de
ambos— representa la suma de las
cosas vivas que nacen de la naturaleza y
la constituyen.
La semilla del espíritu se
siembra en el vientre de la materia y,
mediante una concepción inmaculada
(pura) produce la progenie. ¿Acaso no
es este el auténtico misterio de la Virgen
que tiene en sus brazos al Niño Dios?
¿Quién se atreve a afirmar que tal
simbolismo es inadecuado? El misterio
de la vida es el misterio supremo que se
revela en toda su dignidad divina y es
glorificado como el logro perfecto de la
naturaleza por los sabios iniciados y por
los profetas de todos los tiempos.
Sin embargo, la mojigatería actual
considera que este mismo misterio no es
apto para personas con una mentalidad
sagrada. Contrariamente a los dictados
de la razón, se impone un modelo según
el cual es preferible la inocencia nacida
de la ignorancia antes que la virtud
nacida del conocimiento. Sin embargo,
con el tiempo, el hombre aprenderá que
no tiene que avergonzarse nunca de la
verdad. Mientras no lo aprenda, es falso
a su Dios, a su mundo y a sí mismo. En
este sentido, el cristianismo ha
fracasado en su misión,
lamentablemente. Aunque afirma que el
cuerpo humano es el templo vivo del
Dios vivo, a continuación afirma que las
sustancias y las funciones de este templo
son impuras y que su estudio corrompe
los delicados sentimientos de los justos.
Con esta actitud malsana, se degrada y
se difama el cuerpo del hombre, la casa
de Dios. Sin embargo, la propia cruz es
el más antiguo de los emblemas fálicos y
las ventanas rómbicas de las catedrales
demuestran que los símbolos yónicos
han sobrevivido a la destrucción de los
Misterios paganos.
La estructura misma
de la propia Iglesia está impregnada de
elementos fálicos. Si retiramos de la
Iglesia cristiana todos los emblemas que
tienen origen en Príapo, no queda nada,
porque hasta la tierra en la que se
levanta era, por su fertilidad, el primer
símbolo yónico. Como la presencia de
estos emblemas de los procesos
generadores resulta desconocida o bien
la mayoría hace caso omiso de ellos,
por lo general no se aprecia lo irónico
de la situación. Solo los versados en el
lenguaje secreto de la Antigüedad son
capaces de comprender la importancia
divina de estos emblemas.
Las flores se elegían como símbolo
por muchos motivos. Gracias a la
enorme variedad floral, siempre se
podía encontrar alguna planta o alguna
flor que fuese adecuada para ilustrar
casi cualquier cualidad o condición. A
veces se escogía una planta por algún
mito relacionado con su origen, como
las historias de Dafne y Narciso: por el
ambiente peculiar en el que vive, como
la orquídea y el hongo; por su forma
expresiva, como la pasionaria y la
azucena blanca; por su brillo o su
fragancia, como la verbena y el
espliego; porque mantenía su forma
indefinidamente, como la flor
imperecedera, o por sus características
insólitas, como el girasol y el
heliotropo, sagrados desde hace mucho
tiempo por su afinidad con el sol.
Una planta también se puede
considerar digna de veneración porque
de sus hojas, pétalos, tallos o raíces
machacadas se pueden extraer ungüentos
curativos, esencias o drogas que afectan
la naturaleza y la inteligencia de los
seres humanos, como la adormidera y
las hierbas antiguas de la profecía.
La
planta también se puede considerar
eficaz para curar muchas enfermedades,
porque su fruto, sus hojas, sus pétalos o
sus raíces guardan una similitud de
forma o de color con partes u órganos
del cuerpo humano. Por ejemplo, decían
que los jugos destilados de
determinadas especies de helechos, así
como también el musgo velloso que
crece en los robles y el vilano de cardo,
hacen crecer el cabello; que las plantas
del género Dentaria, también llamado
Cardamine, que tienen una forma
parecida a un diente, curaban el dolor de
muelas, y que la planta llamada Palma
christi, por su forma, curaba todas las
dolencias de las manos.
En realidad, la flor es el aparato
reproductor de la planta y, por
consiguiente, muy adecuada como
símbolo de pureza sexual, un requisito
incondicional de los Misterios antiguos.
Por consiguiente, la flor representa el
ideal de belleza y regeneración que, en
definitiva, acabará por sustituir a la
lujuria y la degeneración.
De todas las flores simbólicas, la
flor de loto de India y Egipto y la rosa
de los rosacruces son las más
importantes.
En cuanto a su simbolismo,
estas dos flores se consideran idénticas.
Las doctrinas esotéricas que representa
el loto se han perpetuado en la Europa
moderna con la forma de la rosa. La
rosa y el loto son emblemas yónicos que
simbolizan, fundamentalmente, el
misterio creativo maternal, mientras que
la azucena blanca se considera fálica.
Los iniciados brahmanes y egipcios,
que sin duda comprendían los sistemas
secretos de la cultura espiritual
mediante los cuales se pueden estimular
los centros latentes de energía cósmica
que hay en el hombre, utilizaban las
flores de loto para representar los
vórtices de energía espiritual situados
en distintos puntos a lo largo de la
columna vertebral, que los hindúes
llamaban chakras, ruedas o discos.
Siete de estos chakras son de
fundamental importancia y cada uno
tiene su correspondencia en los ganglios
y los plexos nerviosos. Según las
escuelas secretas, el ganglio del sacro
es el loto de cuatro pétalos; el plexo
prostático es el loto de seis pétalos; el
plexo epigástrico y el ombligo es el loto
de diez pétalos: el plexo cardíaco es el
loto de doce pétalos; el plexo faríngeo
es el loto de dieciséis pétalos; el plexo
cavernoso es el loto de dos pétalos, y la
glándula pineal, o el centro desconocido
adyacente, es el loto de mil pétalos.
El
color, el tamaño y la cantidad de pétalos
de cada loto son la clave para conocer
su importancia simbólica. Una pista
sobre el desarrollo del conocimiento
espiritual según la ciencia secreta de los
Misterios se encuentra en la historia de
la vara de Aarón, que brotó, y también
en la gran ópera de Wagner, Tanhäuser,
en la cual el florecimiento del báculo
del Papa representa las flores que se
abren en la vara sagrada de los
Misterios: la columna vertebral.
Los rosacruces utilizaban una
guirnalda de rosas para representar los
mismos vórtices espirituales, a los que
se hace referencia en la Biblia como las
siete lámparas del candelabro y las siete
iglesias de Asia.
En la edición de 1642
de The History of the Reign of King
Henry the Seventh de sir Francis Bacon
hay un frontispicio que muestra a lord
Bacon con unos zapatos cuyas hebillas
son rosas rosacruces.
En el sistema filosófico hindú, cada
pétalo de la forma lleva un símbolo
determinado, que aporta más
información sobre el significado de la
flor. Los orientales también usaban la
planta del loto para representar la
evolución del hombre a través de los
tres períodos de la conciencia humana:
la ignorancia, el esfuerzo y el
entendimiento. Así como el loto existe
en tres elementos (tierra, agua y aire), el
hombre vive en tres mundos: el material,
el intelectual y el espiritual.
Como la
planta, con sus raíces en el barro y el
limo, crece hacia arriba a través del
agua y finalmente florece en la luz y el
aire, el crecimiento espiritual del
hombre se eleva desde la oscuridad de
la acción vil y el deseo hacia la luz de la
verdad y el entendimiento, mientras que
el agua actúa como símbolo del mundo
de la ilusión, siempre cambiante, que el
alma tiene que atravesar en su esfuerzo
por alcanzar el estado de iluminación
espiritual. La rosa y su equivalente
oriental, el loto, como todas las flores
hermosas, representan el desarrollo y la
consecución espirituales; por eso, las
divinidades orientales a menudo
aparecen sentadas sobre los pétalos
abiertos de las flores de loto.
El loto también era un motivo
universal en el arte y la arquitectura
egipcios. Los techos de muchos templos
se sostenían mediante columnas de lotos,
que representan la sabiduría eterna, y el
cetro con un loto en el extremo —
símbolo del desarrollo personal y de la
prerrogativa divina— se llevaba a
menudo en las procesiones religiosas.
Cuando la flor tenía nueve pétalos, era
el símbolo del hombre; cuando tenía
doce, del universo y los dioses; cuando
tenía siete, de los planetas y la ley;
cuando tenía cinco, de los sentidos y los
Misterios, y cuando tenía tres, de las
divinidades y los mundos principales.
La rosa heráldica de la Edad Media por
lo general tenía cinco o diez pétalos, con
lo cual muestra su relación con el
misterio espiritual del hombre a través
de la patada y la década pitagóricas.
Cultus Arborum
El culto a los árboles como
representantes de la divinidad era
frecuente en todo el mundo antiguo.
A
menudo se construían templos en el
centro de las arboledas sagradas y se
celebraban ceremonias nocturnas bajo
las ramas extendidas de grandes árboles
con adornos fantásticos y engalanados
en honor de su divinidad patrona.
En
muchos casos se creía que los propios
árboles poseían los atributos de poder
divino e inteligencia y, por consiguiente,
a menudo se dirigían a ellos las
súplicas. Por su belleza, dignidad,
solidez y fuerza, los robles, los olmos y
los cedros se adoptaron como símbolos
de poder, integridad, permanencia,
virilidad y protección divina.
Para varios pueblos antiguos, entre
los que destacan los hindúes y los
escandinavos, el Macrocosmos, o Gran
Universo, era un árbol divino que crecía
a partir de una sola semilla sembrada en
el espacio. Los griegos, los persas, los
caldeos y los japoneses tienen leyendas
que describen el árbol o el junco axial
en torno al cual gira la tierra. Kapila
afirma que el universo es el árbol
eterno, Brahma, que nace de una semilla
imperceptible e intangible: la mónada
material. Los cabalistas medievales
representaban la creación como un árbol
con las raíces en la realidad del espíritu
y las ramas en la ilusión de la existencia
tangible. Por eso, el árbol sefirótico de
la Cábala estaba invertido, con las
raíces en el cielo y las ramas en la
tierra.
La señora Blavatsky destaca que
la Gran Pirámide se consideraba un
símbolo de aquel árbol invertido, con
las raíces en el vértice de la pirámide y
las ramas abriéndose en cuatro
direcciones hacia la base.
El árbol del universo de los
escandinavos, Yggdrasil, sostiene en sus
ramas nueve esferas, o mundos, que los
egipcios representaban mediante los
nueve estambres del aguacate. Todas
caben dentro de la misteriosa décima
esfera, o huevo cósmico, que es la clave
indefinida de los Misterios. El árbol
cabalístico de los judíos también estaba
compuesto por nueve ramas, o mundos,
que emanaban de la primera causa o
corona, que rodea sus emanaciones
como la cáscara rodea el huevo. La
única fuente de vida y la diversidad
infinita de su expresión tienen una
analogía perfecta en la estructura del
árbol. El tronco representa el origen
único de toda la diversidad; las raíces,
bien enterradas en la tierra oscura,
simbolizan el nutrimiento divino, y la
multiplicidad de las ramas, que se
extienden a partir del tronco central,
representa la infinidad de efectos
universales que dependen de una sola
causa.
El árbol también se acepta como
símbolo del microcosmos, es decir, del
hombre. Según la doctrina esotérica, el
hombre existe primero como posibilidad
dentro del cuerpo del árbol del universo
y después florece como manifestación
objetiva en sus ramas. Según un mito
primitivo de los Misterios griegos, el
dios Zeus creó la tercera raza de
hombres a partir de los fresnos.
La
serpiente, que tan a menudo aparece
enroscada alrededor del tronco del
árbol, suele representar la mente —la
capacidad de pensar— y es el eterno
tentador o impulso que acaba
conduciendo a todas las criaturas
racionales al descubrimiento de la
realidad y así acaba con el dominio de
los dioses. La serpiente oculta en el
follaje del árbol universal representa la
mente cósmica y, en el árbol humano, el
intelecto individualizado.
Como consecuencia del concepto de
que toda la vida nace de semillas, los
cereales y varias plantas fueron
aceptados como emblemas del
espermatozoide humano y, por
consiguiente, el árbol era simbólico de
la vida organizada que evolucionaba a
partir de su germen primitivo. El
desarrollo del universo a partir de su
semilla primitiva se puede comparar con
el crecimiento del poderoso roble a
partir de una bellota diminuta.
Aunque
aparentemente el árbol es mucho más
grande que su propio origen, este
contiene en potencia cada una de las
ramas, ramitas y hojas que más adelante
se desarrollarán de forma objetiva
mediante los procesos de crecimiento.
La veneración del hombre por los
árboles como símbolos de las
cualidades abstractas de la sabiduría y
la integridad también lo llevó a llamar
«árboles» a las personas que poseían
aquellas cualidades divinas hasta un
grado aparentemente sobrehumano. Por
consiguiente, llamaron «árboles» u
«hombres árboles» a los filósofos y los
sacerdotes muy preclaros, como los
druidas —cuyo nombre significa, según
una versión, «los hombres de los
robles»— o los iniciados de
determinados Misterios sirios, a los que
llamaban «cedros»; en realidad, es
mucho más verosímil y probable que los
famosos cedros del Líbano que se
talaron para construir el templo del rey
Salomón en realidad fueran sabios
iniciados e iluminados. Los místicos
saben que los verdaderos soportes de la
gloriosa casa de Dios no eran los
troncos, que se podían pudrir, sino los
intelectos inmortales e imperecederos
de los hierofantes árboles.
Los árboles se mencionan muchas
veces tanto en el Antiguo como en el
Nuevo Testamento y en las escrituras de
diversas naciones paganas. El árbol de
la Vida y el árbol del Conocimiento del
Bien y del Mal que se mencionan en el
Génesis, la zarza ardiente en la cual el
ángel se apareció a Moisés, la famosa
vid y la higuera del Nuevo Testamento,
el huerto de los olivos en el jardín de
Getsemaní al que Jesús fue a orar y el
árbol milagroso del Apocalipsis, que
producía doce frutos diferentes y cuyas
hojas servían para curar a las naciones,
dan testimonio de la estima que sentían
por los árboles los escribas de las
Sagradas Escrituras. Buda recibió su
iluminación mientras estaba debajo del
árbol bodhi, cerca de Madrás, en India,
y varios dioses orientales se representan
sentados meditando bajo las ramas
abiertas de árboles poderosos. Muchos
de los grandes sabios y salvadores
llevaban bastones, varas y cayados
hechos con la madera de árboles
sagrados, como las varas de Moisés y
de Aarón; Gungnir, la lanza de Odín,
cortada del árbol de la Vida. y el
caduceo sagrado de Hermes, en tomo al
cual se enroscaban las serpientes
enfrentadas.
Los numerosos usos que dieron los antiguos al árbol y sus productos son factores que contribuyen a su simbolismo. Su culto estaba basado, hasta cierto punto, en su utilidad. J. P. Lundy escribe al respecto: «Los árboles ocupan un lugar tan importante en la economía de la naturaleza, porque atraen y conservan la humedad y protegen del sol las fuentes de agua y el suelo para evitar la esterilidad y la desolación; son tan útiles para el hombre, para darle sombra, frutos, medicinas, combustible, material para construir casas y barcos, muebles y casi todos los aspectos de la vida, que no es de extrañar que a algunos de los más notables, como el roble, el pino, la palmera y el plátano, los consideren sagrados y los usen para el culto».[89] Los primeros Padres de la Iglesia a veces usaban el árbol como símbolo de Cristo. Creían que el cristianismo acabaría por crecer como un roble poderoso, que dejaría en la sombra a todas las demás fes de la humanidad. Como todos los años pierde su follaje, también se consideraba al árbol un emblema adecuado de la resurrección y la reencarnación, porque, aunque pareciera que moría en otoño, volvía a florecer con renovado verdor en la primavera siguiente. Tras la denominación del árbol de la Vida y el árbol del Conocimiento del Bien y del Mal se esconde el gran arcano de la Antigüedad: el misterio del equilibrio. El árbol de la Vida representa el punto de equilibrio espiritual: el secreto de la inmortalidad.
El árbol del Conocimiento del Bien y
del Mal, como su nombre indica,
representa la polaridad o el
desequilibrio: el secreto de la
mortalidad. Así lo revelan los cabalistas
al asignar la columna central de su
diagrama sefirótico al árbol de la Vida y
las dos ramas laterales, al árbol del
Conocimiento del Bien y del Mal. «Las
fuerzas desequilibradas perecen en el
vacío», anuncia la obra secreta, y todo
se da a conocer. La manzana representa
el conocimiento de los procesos de la
procreación, con cuyo despenar se
estableció el universo material. La
alegoría de Adán y Eva en el jardín del
Edén es un mito cósmico y revela los
métodos de la creación universal y la
individual. La historia en sí, aceptada
durante tantísimos siglos por un mundo
irreflexivo, es absurda, pero el misterio
creativo del cual es símbolo es una de
las verdades más profundas de la
naturaleza.
Los ofitas (adoradores de
serpientes) veneraban a la serpiente del
Edén, porque era la causa de la
existencia individual. Aunque la
humanidad deambula todavía en un
mundo de bondad y maldad, acabará por
llegar al final y comerá el fruto del
árbol de la Vida, que crece en medio del
jardín ilusorio de las cosas mundanas.
Por consiguiente, el árbol de la Vida
también es el símbolo asignado a los
Misterios y, al ser partícipe de sus
frutos, el hombre alcanza la
inmortalidad.
El roble, el pino, el fresno, el ciprés
y la palmera son los cinco árboles de
mayor importancia simbólica. El Dios
Padre de los Misterios a menudo era
adorado con la forma de un roble; el
Dios Salvador —con frecuencia el
mártir del universo—, con la forma de
un pino: el eje del mundo y la naturaleza
divina en la humanidad, con la forma de
un fresno; la diosa o el principio
maternal, con la forma de un ciprés, y el
polo positivo de la generación, con la
forma de la inflorescencia de la palmera
datilera masculina.
La piña es un
símbolo fálico desde la Antigüedad más
remota.
El tirso de Baco —una vara o
bastón largo, con una piña o un racimo
de uvas en el extremo y con hojas de
hiedra o de parra o a veces cintas
enrolladas alrededor— significa que las
maravillas de la Naturaleza solo se
pueden alcanzar con ayuda de la
virilidad solar, que está representada
por la piña o por las uvas. En los
Misterios frigios, Atis, el salvador solar
omnipresente, muere bajo las ramas del
pino (en alusión al globo solar en el
solsticio de invierno) y por este motivo
el pino era sagrado para su culto. Este
árbol también era sagrado en los
Misterios de Dioniso y de Apolo.
Entre los egipcios y los judíos
antiguos, la acacia, o tamarindo, era
objeto de la máxima estima religiosa y,
para los masones modernos, las ramas
de acacia, ciprés, cedro o de las plantas
de hoja perenne siguen siendo emblemas
muy significativos. La Acacia seyal, que
los hijos de Israel utilizaron para
construir el Tabernáculo y el Arca de la
Alianza, era una especie de acacia.
Albert Pike ha descrito este árbol
sagrado con las siguientes palabras: «La
acacia auténtica, además, es el
tamarindo espinoso, el mismo árbol que
creció alrededor del cuerpo de Osiris
Era un árbol sagrado para los árabes,
que hicieron con él la imagen de la
diosa Al-Uzza, que Mahoma destruyó.
Abunda en forma de arbusto en el
desierto de Thur y con ella se fabricó la
corona de espinas que pusieron en la
frente de Jesús de Nazaret. Es adecuada
como símbolo de inmortalidad, por la
tenacidad con la que vive, porque se
conocen casos en los que, habiendo sido
usada como jamba de una puerta, volvió
a echar raíces y nuevas ramas en el
umbral».
Es muy posible que buena parte de
la veneración que recibe la acacia se
deba a los atributos peculiares de la
mimosa o sensitiva, con la cual la
identificaban a menudo los antiguos.
Según una leyenda copta, la sensitiva fue
la primera entre todos los árboles y
arbustos que adoró a Cristo. Por su
rápido crecimiento y su belleza, la
acacia también se considera
emblemática de la fecundidad y la
generación.
El simbolismo de la acacia se puede
interpretar de cuatro maneras distintas:
1) como emblema del equinoccio
vernal: la resurrección anual de la
divinidad solar;
2) con la forma de la
sensitiva, que se encoge ante el contacto
humano, la acacia representa la pureza y
la inocencia, como implica uno de los
significados de su nombre en griego:
3)
es una representación adecuada de la
inmortalidad y la regeneración y, en
forma de planta perenne, representa la
parte inmortal del hombre que sobrevive
a la destrucción de su naturaleza visible;
4) es el emblema antiguo y venerado de
los Misterios y los candidatos que
entraban en los tortuosos pasadizos
secretos en los que se celebraban las
ceremonias llevaban en las manos ramos
de estas plantas sagradas o ramitos de
flores santificadas.
Albert G. Mackey llama la atención
al hecho de que cada uno de los
Misterios antiguos tuviera su propia
planta consagrada a los dioses en cuyo
honor se celebraban los rituales.
Aquellas plantas sagradas se adoptaron
posteriormente como símbolos de los
diversos grados en los que se
empleaban. Por ejemplo, en los
Misterios de Adonis era sagrada la
lechuga; en los ritos brahmanes y
egipcios, el loto: entre los druidas, el
muérdago, y en algunos de los Misterios
griegos, el mirto.
Como la leyenda de Hiram Abif se
basa en el antiguo ritual mistérico
egipcio del asesinato y la resurrección
de Osiris, es natural que se preserve el
ramito de acacia como símbolo de la
resurrección de Hiram. El arcón que
contenía el cuerpo de Osiris fue
arrastrado por la corriente hasta la
orilla, cerca de Biblos, y se instaló en
las raíces de un tamarindo, o acacia, que
creció hasta convertirse en un árbol
poderoso, en cuyo tronco quedó alojado
el cuerpo del dios asesinado. No cabe
duda de que este es el origen de la
historia según la cual un ramito de
acacia marca la tumba de Hiram. El
misterio de la planta perenne que indica
la tumba del dios del sol muerto se
perpetúa también en el árbol de
Navidad.
El albaricoque y el membrillo son
símbolos yónicos conocidos, mientras
que el racimo de uvas y el higo son
fálicos. La granada es la Ruta mística de
los ritos eleusinos; al comerla,
Proserpina quedó ligada a los reinos de
Plutón.
En este caso, la fruta representa
la vida sensual que, una vez probada,
priva al hombre, transitoriamente, de la
inmortalidad. Además, por la gran
cantidad de semillas que tiene, la
granada se utilizaba a menudo para
representar la fecundidad natural. Por el
mismo motivo, Jacob Bryant, en A New
System, or an Analysis of Ancient
Mythology, señala que los antiguos
reconocían en esta fruta un emblema
adecuado del arca del diluvio universal,
que contenía las semillas de la nueva
raza humana. En los Misterios antiguos,
también se consideraba a la granada un
símbolo divino de una importancia tan
peculiar que su verdadera explicación
no se podía divulgar. Los cabiros la
llamaban «el secreto prohibido».
Muchos dioses griegos se representan
con una granada o una flor del granado
en la mano, evidentemente para indicar
que proporcionan vida y abundancia.
Las columnas Jachin y Boaz, situadas
delante del templo del rey Salomón,
tenían capiteles en forma de granada y,
por orden de Jehová, se bordaban flores
de granado en la parte inferior del efod
del Sumo Sacerdote.
El vino fuerte hecho con el zumo de
la uva se consideraba símbolo de la
vida falsa y la luz falsa del universo,
porque se producía mediante un proceso
falso: la fermentación artificial.
La
bebida fuerte nubla el raciocinio y la
naturaleza animal, liberada de su
cautiverio, controla al individuo, unos
hechos que, necesariamente, tenían la
máxima importancia espiritual.
Como la
naturaleza inferior es el tentador eterno
que intenta conducir al hombre hacia
excesos que inhiben las facultades
espirituales, la uva y su producto se
usaban para representar al Adversario.
Según los egipcios, el zumo de la
uva era la sustancia que más se parecía
a la sangre: incluso creían que la uva
obtenía la vida de la sangre de los
difuntos puestos bajo tierra.
Según Plutarco, «en Heliópolis, los sacerdotes del sol no entraban jamás con vino en sus templos, […] y si en algún momento lo usaban en sus libaciones a los dioses, no era porque lo considerasen aceptable para ellos por su naturaleza, sino que lo derramaban sobre sus altares como si fuera la sangre de los enemigos que habían luchado contra ellos, porque para ellos el vino brotaba de la tierra después de que esta hubiese engordado con los huesos de los caídos en las guerras contra los dioses. Y este es — según ellos— el motivo por el cual beber su zumo en grandes cantidades enloquece a los hombres y los pone fuera de sí, llenándolos, por así decirlo, de la sangre de sus propios antepasados».[92] En algunos cultos, el estado de embriaguez se consideraba una condición similar al éxtasis, porque se creía que el individuo estaba poseído por el espíritu universal de la vida, cuyo vehículo elegido era el vino. En los Misterios, a menudo se usaba la uva para simbolizar la lujuria y la disipación, que tienen efectos desmoralizantes en la naturaleza emocional. Sin embargo, se reconocía que la fermentación era la prueba evidente de la presencia del fuego solar y por eso se aceptaba la uva como símbolo adecuado del espíritu solar, el dador del entusiasmo divino.
De forma bastante similar, los cristianos aceptan el vino como símbolo de la sangre de Cristo y lo beben en la santísima comunión. Cristo, el emblema exotérico del espíritu solar, dijo: «Yo soy la vid». Por eso lo adoraban con el vino del éxtasis, como a sus prototipos paganos: Baco. Dioniso, Atis y Adonis. A la Mandragora officinarum, o mandrágora, se le atribuyen unos poderes mágicos de lo más extraordinarios. Los griegos reconocían sus propiedades narcóticas y la utilizaban para aliviar el dolor durante las intervenciones quirúrgicas; también se la ha identificado con la baaras, la planta mística que los judíos utilizaban para expulsar a los demonios. En Las guerras de los judíos, Flavio Josefo describe el método para obtener la baaras, que, según él, emite relámpagos y destruye a todos los que pretenden tocarla, a menos que sigan determinadas reglas, formuladas, supuestamente, por el mismísimo rey Salomón. Por sus propiedades ocultas, muy poco conocidas, la mandrágora se ha utilizado como un talismán que puede incrementar el valor o la cantidad de todo aquello con lo que se asocie. Como amuleto fálico, se consideraba una cura infalible para la esterilidad. Era uno de los símbolos de Príapo, de cuya adoración se acusaba a los Caballeros Templarios.
La raíz de la planta se parece mucho al cuerpo humano y a menudo mostraba el contorno de la cabeza, los brazos o las piernas. Esta notable similitud entre el cuerpo humano y la mandrágora es uno de los enigmas de la ciencia natural y el verdadero fundamento de la veneración que se tenía por esta planta. En Isis sin velo, la señora Blavatsky destaca que la mandrágora parece ocupar en la tierra el punto en el que se unen el reino vegetal y el animal, como ocurre en el mar con los zoófitos y los pólipos. Este concepto abre un amplio campo de especulación acerca de la naturaleza de esta planta de aspecto animal. Según una superstición popular, la mandrágora se encogía cuando la tocaban y gritaba con voz humana, aferrándose con desesperación al suelo al que estaba fijada.
Quienquiera que oyera su grito al arrancarla moría de inmediato o se volvía loco. Para evitar semejante tragedia, lo habitual era excavar alrededor de las raíces de la mandrágora hasta aflojar bien la planta y después atar un extremo de una cuerda en tomo al tallo y el otro extremo a un perro, que, al obedecer a la llamada de su amo, arrancaba la raíz de la tierra y se convertía así en víctima de la maldición de la mandrágora. Una vez desarraigada, la planta se podía manipular sin inconvenientes.
EL ÁRBOL ALQUÍMICO
Musæum Hermeticum
Reformatum et Amplificatum
Los alquimistas tenían la
costumbre de simbolizar sus
metales por medio de un árbol,
para indicar que los siete eran
ramas dependientes sobre el
tronco de la vida solar. Como los
Siete Espíritus dependen de Dios
y son ramas de un árbol del cual
Él es la raíz, el tronco y la tierra
espiritual de la cual la raíz deriva
su alimento, de la misma forma
el tronco de la vida y el poder
divino alimenta todas las
innumerables formas de las
cuales se compone el universo.
En Gloria Mundi, de la cual se
reproduce la ilustración
mostrada arriba, hay un
mostrada arriba, hay un
pensamiento importante
relacionado al crecimiento,
parecido a una planta, de los
metales: «Todos los animales,
árboles, hierbas, piedras, metales
y minerales crecen y alcanzan la
perfección, sin necesidad de
intervención humana: ya que la
semilla crece de la tierra,
florece, y da sus frutos,
simplemente a través de la
acción de las influencias
naturales.
Del mismo modo que
se hace con las plantas, también
se hace con los metales.
Mientras yacen en el corazón de
la tierra, en su mineral natural,
crecen y se desarrollan, día tras
día, a través de la influencia de
los cuatro elementos; su fuego
es el esplendor del Sol y la Luna;
la tierra lleva en su matriz el
esplendor del Sol, y por éste, la
semilla de los metales están
semilla de los metales están
puestas al calor de forma
equilibrada, como el grano en los
campos.[…] Ya que como cada
árbol del campo tiene su propia
forma, apariencia, y fruto
peculiar, de la misma forma cada
montaña carga su propio mineral
particular; aquellas piedras y
aquella tierra viene a ser el suelo
en el cual los metales crecen».
(Ver Traducción de 1893).
Durante la Edad Media, los amuletos de mandrágora se cotizaban muy bien y se desarrolló un arte que acentuaba bastante la semejanza entre la raíz de mandrágora y el cuerpo humano. Como la mayoría de las supersticiones, la creencia en los poderes especiales de la mandrágora se basaba en una antigua doctrina secreta relacionada con la verdadera naturaleza de la planta. «Es ligeramente narcótica —afirma Éliphas Lévi— y los antiguos le atribuían virtudes afrodisíacas y decían que los hechiceros tesalios la buscaban como ingrediente para sus filtros. ¿Será esta raíz el vestigio umbilical de nuestro origen terrestre, como sugiere cierto misticismo mágico? No nos atrevemos a afirmarlo en serio, pero, de todos modos, es cierto que el hombre ha salido del limo de la tierra y que su primer aspecto debió de ser en forma de un esbozo tosco.
Las analogías de la naturaleza nos fuerzan a admitir este concepto, al menos como posibilidad. En tal caso, los primeros hombres habrán sido una familia de mandrágoras gigantescas y sensibles, animadas por el sol, que se desarraigaron de la tierra.» La cebolla hogareña era venerada por los egipcios como símbolo del universo, porque sus aros y sus capas representaban los planos concéntricos en los que se dividía la creación, según los Misterios herméticos. También se consideraba que poseía grandes virtudes medicinales. Debido a las propiedades peculiares que resultan de su sabor acre, el ajo era un agente poderoso en la magia trascendental. Hasta el día de hoy, no se ha encontrado ningún medio mejor para tratar la obsesión. El vampirismo y ciertas formas de locura —sobre todo las derivadas de la comunicación con los espíritus y las influencias de larvas elementales— responden enseguida al uso del ajo. En la Edad Media se creía que su presencia en una casa la protegía de todos los poderes malignos.
EL GIRASOL
Athanasius Kircher: Magnes
sive de Arte Magnetica Opus
Tripartitum
El diagrama superior ilustra un curioso experimento en el
magnetismo de las plantas,
reproducido con varios otros
experimentos, en el raro
volumen de Athanasius Kircher
sobre el magnetismo.
Para los
antiguos egipcios, griegos e
hindúes, muchas plantas eran
sagradas debido al efecto
peculiar que el sol ejercía sobre
éstas. Como al hombre le es
difícil mirar directamente al sol
sin ser cegado por la luz,
aquellas plantas que giraban y
miraban deliberadamente al orbe
solar eran consideradas como
típicas de las almas altamente
avanzadas. Ya que el sol era
considerado como la
personificación de la Deidad
Suprema, aquellas formas de
vida sobre las cuales éste ejercía
una marcada influencia, eran
veneradas como sagradas para
la Divinidad. Por su afinidad
la Divinidad. Por su afinidad
claramente perceptible con el
sol, al girasol se le otorgó una
alta distinción entre las plantas
sagradas.
El perfeccionamiento del Alma de Diamante a través del arte filosóficoalquímico es el objeto oculto del Rosacrucismo Hermético. Albert Mackey ve una correlación entre la Piedra Filosofal y el Templo Masónico, ya que ambos representan la realización y el logro del ideal. En la filosofía, la Piedra del Sabio es «la Razón suprema e inalterable. Encontrar lo Absoluto en lo Infinito, en lo Indefinido y en lo Finito, es el Magnum Opus, la Gran Obra de los Sabios, que Hermes denominó la Obra del Sol». (Ver Albert Pike: Moral y Dogma…). Quien posea la Piedra Filosofal posee la Verdad, el más grande de todos los tesoros, y por lo tanto, es rico más allá de lo estimado por el hombre; es inmortal porque la Razón no tiene en cuenta a la muerte y él está curado de Ignorancia, la más abominable de todas las enfermedades. La Piedra Hermética es Poder Divino, algo que todos los hombres buscan pero que solo encuentran aquellos que la ven como un intercambio de ese poder temporal que debe morir. Para el místico, la Piedra Filosofal es amor perfecto que transmuta todo lo que es básico y eleva todo lo que está muerto.
Manly Palmer Hall
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