lunes, 19 de agosto de 2019

LAS ENSEÑANZAS SECRETAS DE TODOS LOS TIEMPOS - PIEDRAS, METALES Y GEMAS



Según enseñaban los primeros filósofos, cada uno de los cuatro elementos primarios tiene su análogo en la cuádruple constitución terrestre del hombre. Las piedras y la tierra corresponden a los huesos y la carne; el agua, a los distintos fluidos; el aire, a los gases, y el fuego, al calor del cuerpo. Como los huesos son el marco que sostiene la estructura corporal, se pueden considerar un emblema adecuado del espíritu: el fundamento divino que sostiene el tejido complejo formado por la mente, el alma y el cuerpo. Para el iniciado, el esqueleto de la muerte que sujeta la guadaña con sus dedos huesudos representa a Saturno (Cronos), el padre de los dioses, que lleva la hoz con la que mutiló a Ouranos, su propio padre. En la lengua de los Misterios, los espíritus de los hombres son los huesos de Saturno reducidos a polvo. Este dios siempre se adoraba con el símbolo de la base o el pie, puesto que se lo consideraba la infraestructura que sostenía la creación. 

El mito de Saturno tiene su sustento histórico en los registros fragmentarios conservados por los antiguos griegos y fenicios con respecto a un rey de este nombre que gobernaba el antiguo continente de Hiperbórea. Como Polaris, Hiperbórea y la Atlántida están enterradas debajo de los continentes y los océanos del mundo moderno, a menudo se representan como rocas que mantienen sobre su extensa superficie nuevas tierras, razas e imperios. Según los Misterios escandinavos, las piedras y los acantilados se formaron a partir de los huesos de Ymir, el gigante primigenio de arcilla ardiente, mientras que, para los místicos helenos, las rocas eran los huesos de la Gran Madre, Gæa. Después del diluvio enviado por los dioses para destruir a la humanidad al final de la Edad de Hierro, los únicos que quedaron con vida fueron Deucalión y Pirra. 

Al entrar en un santuario en ruinas para orar, un oráculo les dijo que se marcharan del templo y, con la cabeza velada y la ropa suelta, echaran a sus espaldas los huesos de su madre. Deucalión entendió que el mensaje críptico del dios quería decir que la tierra era la Gran Madre de todas las criaturas, de modo que recogió unas piedras sueltas, le pidió a Pirra que hiciera lo mismo y las arrojó a sus espaldas De aquellas piedras surgió una raza nueva y fornida de seres humanos: las piedras que arrojó Deucalión se convirtieron en hombres y las que arrojó Pirra, en mujeres. Esta alegoría representa el misterio de la evolución humana, porque el espíritu, al infundir alma en la materia, se convierte en el poder interno que, poco a poco pero siguiendo un orden, eleva el mineral al estado vegetal, la planta al plano animal, el animal a la dignidad humana y el hombre al estado de los dioses. 

El sistema solar se organizaba mediante fuerzas que actuaban hacia dentro a partir del gran anillo de la esfera de Saturno y, puesto que Saturno controlaba el comienzo de todas las cosas, lo más lógico es deducir que las primeras formas de culto estaban dedicadas a él y a su símbolo peculiar: la piedra. Por consiguiente, la naturaleza intrínseca de Saturno es sinónimo de la roca espiritual que es el fundamento imperecedero del templo solar y tiene como antitipo u octava inferior a la roca terrestre —el planeta Tierra—, que sostiene sobre su superficie irregular los diversos géneros de la vida terrenal. A pesar de lo incierto de su origen, no cabe duda de que la litolatría constituye una de las primeras formas de expresión religiosa. «En todo el mundo —escribe Godfrey Higgins—, parece que el primer objeto de idolatría fue una piedra simple, sin trabajar, puesta en el suelo, como emblema del poder generador o procreador de la naturaleza.»[95] Existen restos del culto a las piedras distribuidos por la mayor parte de la superficie terrestre; un ejemplo notable son los menhires de Carnac, en Bretaña: varios miles de piedras gigantescas y sin cortar, dispuestas en once hileras. Muchos de estos monolitos sobresalen más de seis metros de la arena en la que están clavados y, según los cálculos, algunos de los más grandes pueden pesar más de cien toneladas. 

Hay quienes creen que determinados menhires marcan el lugar donde hay un tesoro escondido, aunque lo más plausible es que Camac sea un monumento al conocimiento astronómico de la Antigüedad. Los túmulos de piedra (cairn), los dólmenes, los menhires y las cistvaen o cámaras funerarias que hay dispersas por todas las islas británicas y en Europa se levantan como testimonios mudos, pero elocuentes, de la existencia y los logros de unas razas que ya se han extinguido. Tienen particular interés las «rocas balancín», que ponen de manifiesto la habilidad mecánica de aquellos pueblos primitivos. Estas reliquias consisten en rocas enormes, apoyadas en uno o dos puntos pequeños, de tal manera que se balancean al ejercer una presión mínima y, sin embargo, el mayor esfuerzo no basta para hacerlas caer. Los griegos y los romanos las llamaban «piedras vivas»; la más famosa es la «Gygorian stone», situada en el estrecho de Gibraltar, que, aunque tenía un equilibrio tan perfecto que se la podía mover con el tallo de un narciso, ni el peso de muchos hombres podía hacerla caer. Cuenta la leyenda que Hércules puso una roca balancín sobre las tumbas de los dos hijos de Bóreas, a los que había matado en combate, y la piedra estaba tan bien colocada que, si bien se mecía con el viento, no se caía por más fuerza que se le aplicara. 

Se han encontrado numerosas rocas balancín en Gran Bretaña y en Stonehenge se han hallado rastros de una que ya no existe. [96] Interesa destacar la posibilidad de que las piedras verdes que forman el círculo interior de Stonehenge procedan de África. En muchos casos, los monolitos no llevan ninguna talla ni inscripción, porque sin duda son anteriores tanto al uso de herramientas como al arte de la escritura. Algunas veces se han cortado las piedras para darles forma de columnas u obeliscos, como en los monumentos rúnicos y en las piedras de lingam y sakti; en otras ocasiones se les ha dado una forma más o menos parecida a la del cuerpo humano, como en el caso de las estatuas de la isla de Pascua, o se han convertido en figuras esculpidas con primor, como las de los indios centroamericanos y los khmer de Camboya. 

Las primeras imágenes de piedra tosca apenas se pueden considerar efigies de una divinidad en particular, sino, más bien, un intento rudimentario del hombre primitivo de representar, en las cualidades duraderas de la piedra, los atributos procreadores de la divinidad abstracta. En todas las etapas intermedias entre el hombre primitivo y la civilización moderna ha persistido el reconocimiento instintivo de la estabilidad de la divinidad. Algunas pruebas más que suficientes de la supervivencia de la litolatría en la fe cristiana son las alusiones a la «roca del refugio», la roca sobre la cual se edificará la iglesia de Cristo, la «piedra que los constructores desecharon», la piedra que Jacob se había puesto por cabezal y después erigió como estela y sobre la cual derramó aceite, la piedra que David lanzó con su honda, la roca del monte Moña en la que se erigió el altar del templo del rey Salomón, la piedra blanca del Apocalipsis y la roca eterna. Los pueblos prehistóricos veneraban mucho las piedras, fundamentalmente porque eran útiles. 

Es probable que unos trocitos irregulares de piedra fueran las primeras armas del hombre; los acantilados y los riscos constituyeron sus primeras fortificaciones y desde aquellas posiciones estratégicas arrojaba rocas contra los merodeadores. En cavernas o en cabañas rudimentarias construidas con placas de piedra, los primeros seres humanos se protegían del rigor de los elementos. Se levantaban piedras como indicadores y como monumentos a los logros primitivos; también se colocaban sobre las tumbas de los muertos, probablemente como medida de precaución, para evitar la depredación de los animales salvajes. Durante las migraciones, aparentemente era habitual que los pueblos primitivos transportasen consigo piedras procedentes de su hábitat original. Como la tierra natal o el lugar de nacimiento de una raza se consideraba sagrado, aquellas piedras eran símbolos del aprecio universal que todas las naciones compartían con respecto a su lugar de origen. Descubrir que el fuego se podía obtener frotando dos piedras aumentó la reverencia que el hombre sentía por ellas, aunque con el tiempo el mundo de maravillas hasta entonces insospechado que abrió el elemento del fuego, recién descubierto, hizo que la pirolatría sustituyera al culto a las piedras. 

El Padre oscuro y frío —la piedra— dio origen al Sol brillante —el fuego— y la llama recién nacida desplazó a su padre y se convirtió en el más impresionante y misterioso de los símbolos religiosos filosóficos extendido y perdurable a lo largo de los siglos. El cuerpo de todas las cosas se comparaba con una roca, ya fuera cortada en forma de cubo o labrada con más cuidado para hacer un pedestal, mientras que el espíritu de las cosas se comparaba con la figura tallada con cuidado que se le ponía encima. Por consiguiente, se erigieron altares como símbolo del mundo inferior y se mantenía encendido el fuego en ellos para representar la esencia espiritual que iluminaba el cuerpo que los coronaba. En realidad, el cuadrado es una de las caras de un cubo, la figura correspondiente en geometría plana y su símbolo filosófico. En consecuencia, cuando consideraban la tierra como un elemento y no como un cuerpo, los griegos, los brahmanes y los egipcios siempre hacían referencia a sus cuatro esquinas, aunque eran totalmente conscientes de que el planeta en sí era una esfera. 

Como sus doctrinas eran la base firme de todo conocimiento y el primer paso para alcanzar la inmortalidad consciente, los Misterios se representaban a menudo como piedras cúbicas o piramidales. Por su parte, estas historias se convirtieron en el emblema de la condición de la divinidad alcanzada por uno mismo. La inalterabilidad de la piedra la convirtió en emblema adecuado de Dios —la fuente inamovible e inalterable de la existencia— y también de las ciencias divinas: la relevación eterna de Sí mismo a la humanidad. 

Como personificación del intelecto racional, que es la verdadera base de la vida humana, Mercurio, o Hermes, se simbolizaba de manera similar. Se instalaban en lugares públicos pilares cuadrados o cilíndricos, coronados por una cabeza de Hermes con barba y llamados «hermas». Término, una forma de Júpiter y dios de los límites y las fronteras, de cuyo nombre deriva la palabra moderna «terminal», también se representaba mediante una piedra vertical, a veces adornada con la cabeza del dios, que se colocaba en el límite de las provincias y en las intersecciones de los caminos importantes.

La piedra filosofal en realidad es la piedra del filósofo, porque la filosofía se compara con una joya mágica, cuyo contacto convierte las sustancias de baja ley en piedras invalorables como ella misma. La sabiduría es el poder de proyección del alquimista, que transforma muchas veces su propio peso de ignorancia grosera en la sustancia preciosa de la iluminación.

Las tablas de la Ley Cuando estaba en lo alto del monte Sinaí, Moisés recibió de Jehová dos tablas en las que se inscribían los caracteres del Decálogo, trazados por el propio dedo del Dios de Israel. Aquellas tablas estaban hechas del zafiro divino, Schethiyâ, que el Altísimo, tras arrancarlo de su propio trono, había lanzado al abismo para que se convirtiera en el fundamento y el generador de los mundos. 

El aliento divino rompió aquella piedra sagrada, hecha de rocío celestial, y en cada una de las dos partes el fuego negro dibujó las figuras de la Ley. Aquellas inscripciones preciosas, resplandecientes de esplendor celestial, fueron entregadas por el Señor el día del sabbat en las manos de Moisés, que pudo leer las letras iluminadas del lado del revés por la transparencia de la gran joya.

Los Diez Mandamientos son las diez piedras preciosas brillantes que el Uno Santo puso en el mar de zafiro del Ser, y en las profundidades de la materia los reflejos de estas joyas se ven como las leyes que rigen las esferas sublunares. Son los diez sagrados, mediante los cuales la Divinidad Suprema ha estampado Su voluntad sobre la faz de la Naturaleza. Es la misma década a la cual los pitagóricos rendían homenaje bajo la forma de la tetractys, el triángulo de puntos espermáticos que revela a los iniciados todo el funcionamiento del plan cósmico; porque el diez es el número de la perfección, la llave de la creación y el símbolo adecuado de Dios, el hombre y el universo. Por su idolatría, Moisés pensó que los israelitas no eran dignos de recibir las tablas de zafiro y, por consiguiente, las destruyó, para que los Misterios de Jehová no fueran violados. En lugar del original, Moisés utilizó dos tablas de piedra tosca, en cuya superficie grabó diez letras antiguas. 

Mientras que en las primeras tablas —partícipes de la divinidad del árbol de la Vida— resplandecían las verdades eternas, las segundas —partícipes de la naturaleza del árbol del Bien y del Mal— solo revelaban verdades temporales, de modo que la antigua tradición de Israel regresó una vez más al cielo y no dejó más que su sombra entre los hijos de las doce tribus. Una de las dos tablas de piedra que el Legislador entregó a sus seguidores representaba las tradiciones orales y la otra, las tradiciones escritas en las que se fundaba la Escuela Rabínica. Los distintos expertos no se ponen de acuerdo sobre el tamaño ni sobre el contenido de las tablas inferiores. Algunos dicen que eran tan pequeñas que cabían en el hueco de una mano; otros declaran que cada tabla medía diez o doce codos de largo y tenía un peso enorme. Unos cuantos niegan incluso que fueran de piedra y sostienen que eran de una madera llamada sedr, que, según los musulmanes, abunda en el Paraíso. 

Las dos tablas significan el mundo superior y el inferior, respectivamente: el principio formativo paterno y el materno. En su estado individual presentan lo andrógino cósmico. La rotura de las tablas significa vagamente la separación de la esfera superior de la inferior y también la división de los sexos. En las procesiones religiosas de los griegos y los egipcios se transportaba un arca o una embarcación que contenía tablas, conos y recipientes de piedra de diversas formas que representaban los procesos de procreación. El arca de los israelitas — construida según el modelo de los arcones sagrados de los Misterios isíacos— contenía tres objetos sagrados, cada uno de los cuales tenía una importante interpretación fálica: el cuenco de maná, la vara que reverdeció y las tablas de la ley, que son el primero, el segundo y el tercer principio de la tríada creativa. 

El maná, la vara que reverdeció y las tablas de piedra son también imágenes adecuadas de la Cábala, la Mishná y la ley escrita, respectivamente, o sea, el espíritu, el alma y el cuerpo del judaísmo. Cuando la llevaron a la Casa Eterna del rey Salomón, el Arca de la Alianza solo contenía las tablas de la ley. ¿Querrá decir esto que, incluso en épocas tan tempranas, la tradición secreta ya se había perdido y solo quedaba la letra de la revelación? Como representación del poder que creó la esfera inferior o demiúrgica, las tablas de piedra eran sagradas para Jehová, en contraposición a las tablas de zafiro, que representaban la potencia que establecía la esfera superior o celestial. No cabe duda de que las tablas mosaicas tienen su prototipo en los pilares u obeliscos de piedra colocados a ambos lados de la entrada de los templos paganos. 

Es posible que estas columnas pertenezcan a aquella época remota en la que los hombres adoraban al Creador a través de Su signo zodiacal de Géminis, cuyo símbolo siguen siendo los pilares fálicos de los gemelos celestes. «Los Diez Mandamientos — escribe Hargrave Jennings— están inscritos en dos grupos de cinco cada uno, en forma columnar. Los cinco que están a la derecha (mirando desde el altar) significan la Ley; los cinco que están a la izquierda significan los Profetas. La piedra de la derecha es masculina y la de la izquierda, femenina. Corresponden a los dos pilares (o torres) de piedra separados que hay delante de todas las catedrales y de todos los templos de las épocas paganas».[98] El mismo autor afirma que la Ley es masculina, porque procede directamente de la divinidad, mientras que los Profetas, o los Evangelios, eran femeninos, porque nacieron a través de la naturaleza humana. La tabla de la ley derecha simboliza también a Jachin, el pilar blanco de la luz, y la izquierda, a Boaz, el pilar sombrío de la oscuridad. Así se llamaban los dos pilares de bronce situados en el porche del templo del rey Salomón. 

Tenían dieciocho codos de altura y estaban decorados con hermosas coronas de cadenas, redes y granadas. En lo alto de cada pilar había un gran cuenco —en la actualidad dicen, erróneamente, que era una bola o un globo—: es probable que uno de ellos tuviera fuego y el otro, agua. El globo celeste —al principio era el cuenco que contenía fuego— que coronaba la columna de la derecha (Jachin) era el símbolo del hombre divino; el globo terrestre (el cuenco de agua) que coronaba la columna de la izquierda (Boaz) era el símbolo del hombre terrenal. 

Estos dos pilares connotan también, respectivamente, la expresión activa y la pasiva de la energía divina, el sol y la luna, el azufre y la sal, el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Entre ellos está la puerta que conduce a la Casa de Dios y, al encontrarse a la entrada del santuario, son un recordatorio de que Jehová es una divinidad tanto andrógina como antropomorfa. Como dos columnas paralelas, denotan los signos zodiacales de Cáncer y Capricornio, que antiguamente se ponían en la cámara de iniciación para representar el nacimiento y la muerte: los extremos de la vida física. Por consiguiente, representan el solsticio de verano y el de invierno, que los masones conocen actualmente con la denominación relativamente moderna de «los dos san Juan».

En el misterioso árbol sefirótico de los judíos, estos dos pilares representan la misericordia y el rigor. Estas columnas que se alzaban delante de la entrada del templo del rey Salomón tenían la misma importancia simbólica que los obeliscos que había delante de los santuarios en Egipto. Según su interpretación cabalística, los nombres de los dos pilares significan: «en la fortaleza se establecerá Mi Casa». En el esplendor de la iluminación mental y espiritual, el Sumo Sacerdote se situaba entre los dos pilares como testigo mudo de la virtud perfecta del equilibrio: ese punto hipotético equidistante de todos los extremos. Personificaba así la naturaleza divina del hombre en medio de su constitución compleja: la misteriosa mónada pitagórica ante la presencia de la díada.

A un lado se elevaba la columna formidable del intelecto y, al otro, el pilar de bronce de la carne.
A mitad de camino entre los dos se alza el hombre sabio glorificado, aunque no puede alcanzar el estado elevado sin haber sufrido antes sobre la cruz que surge de la unión de aquellos dos pilares. Algunas veces, los judíos primitivos representaban a los dos pilares, Jachin y Boaz, como las piernas de Jehová, con lo cual querían decir al filósofo moderno que la Sabiduría y el Amor, en su sentido de máxima exaltación, soportan todo el orden de la creación, tanto el mundano como el supramundano.


El santo Grial Igual que el zafiro Schethiyâ, el Lapis Exilis, la joya de la corona del arcángel Lucifer, cayó del cielo. Miguel, arcángel del sol y dios oculto de Israel, a la cabeza de los ejércitos angélicos, se abatió sobre Lucifer y sus legiones de espíritus rebeldes. Durante el conflicto, Miguel, con su espada flamígera, arrancó de un golpe el brillante Lapis Exilis deja corona de su adversario y la piedra verde atravesó los anillos celestiales y cayó en el abismo oscuro e inconmensurable. De la gema radiante de Lucifer se formó el sangreal, o Santo Grial, del cual dicen que bebió Cristo en la última cena. Aunque sigue siendo objeto de controversia si el Grial era una copa o una fuente, por lo general se representa como un cáliz de considerable tamaño y belleza poco corriente. Según la leyenda, José de Arimatea llevó la copa o Grial al lugar de la crucifixión y recogió en ella la sangre que manaba de las heridas del nazareno moribundo. 

Posteriormente, José, que se había convertido en custodio de las reliquias sagradas —el sangreal y la lanza de Longino—, se las llevó a un país lejano. Según una versión, sus descendientes al final depositaron aquellas reliquias en la abadía de Glastonbury, en Inglaterra; según otra, las llevaron a un hermoso castillo en Montsalvat, en España, construido por los ángeles en una sola noche. Con el nombre de Preste Juan, Parsifal, el último de los reyes del Grial, llevó consigo a India la copa sagrada, que así desapareció para siempre del mundo occidental. La búsqueda posterior del sangreal constituyó el motivo de la mayor parte de las historias de caballería andante de las leyendas artúricas y las ceremonias de la mesa redonda. Jamás se ha dado una interpretación adecuada de los Misterios del Grial. Algunos creen que los Caballeros del Santo Grial eran una organización poderosa de místicos cristianos que perpetuó la Sabiduría Antigua mediante los rituales y los sacramentos de la copa oracular. 

La búsqueda del Santo Grial es la búsqueda eterna de la verdad y Albert G. Mackey encuentra en ella una variación de la leyenda masónica de la Palabra Perdida, buscada durante tanto tiempo por los miembros de la Hermandad. También hay pruebas que demuestran que la historia del Grial es una ampliación de un antiguo mito pagano de la naturaleza, que se ha conservado por la sutileza con que estaba injertado en el culto del cristianismo. Desde este punto de vista en particular, el Santo Grial es, sin duda, un tipo de arca o recipiente en el cual se preserva la vida del mundo y, por consiguiente, representa el cuerpo de la Gran Madre: la Naturaleza. Su color verde lo asocia con Venus y con el misterio de la generación y también con la fe islámica, cuyo color sagrado es el verde y cuyo sabbat es el viernes, el día de Venus. El Santo Grial es un símbolo tanto del mundo inferior (o irracional) como de la naturaleza física del hombre, porque los dos son receptáculos de las esencias vivas de los mundos superiores Este es el misterio de la sangre redentora que, al descender sobre el estado de la muerte, vence al último enemigo, animando a toda la sustancia con su propia inmortalidad. 

Para el cristiano, cuya fe mística destaca en particular el elemento del amor, el Santo Grial representa el corazón, en el cual se arremolina constantemente el agua viva de la vida eterna. Además, para el cristiano, la búsqueda del Santo Grial es la búsqueda del Yo verdadero que, una vez hallado, constituye la consumación de la magnum opus. Los únicos que pueden encontrar la copa sagrada son los que se han elevado por encima de las limitaciones de la sensualidad. En su poema místico The Vision of Sir Launfal, James Russel Lowell revela la verdadera naturaleza del Santo Grial, al demostrar que solo es visible para un estado determinado de conciencia espiritual. Únicamente al regresar de la búsqueda vana de la ambición exaltada, el caballero anciano y arruinado reconoció en la copa transformada del leproso el cáliz resplandeciente con el que había soñado toda su vida. Algunos autores encuentran similitudes entre la leyenda del Grial y las historias de las divinidades solares mártires cuya sangre, al descender de los cielos a la tierra, caía en la copa de la materia, de la cual era liberada mediante los ritos iniciáticos. 

El Santo Cirial también podía ser la vaina utilizada con tanta frecuencia en los Misterios antiguos como emblema de germinación y resurrección y, si la forma de cáliz del Grial deriva de la flor, significa la regeneración y la espiritualización de las fuerzas generadoras del hombre. Hay muchos relatos de imágenes de piedra que, por las sustancias que entraban en su composición y el ceremonial que se siguió en su construcción, fueron dotadas de alma por las divinidades a semejanza de las cuales habían sido creadas. A dichas imágenes se atribuían diversas facultades humanas y poderes, como el habla, el pensamiento e incluso el movimiento. Si bien no cabe duda de que los sacerdotes renegados recurrían a artimañas —se relata un ejemplo de ellas en un fragmento apócrifo curioso titulado Bel and the Dragon, que, supuestamente, se suprimió del final del Libro de Daniel—, muchos de los fenómenos registrados en relación con estatuas y reliquias consagradas resultan muy difíciles de explicar, a menos que se admita la intervención de medios sobrenaturales. 

La historia registra la existencia de piedras que sumían en estado de éxtasis a todos aquellos que oían el sonido que producían al ser golpeadas. También ha habido imágenes que seguían resonando durante horas después de que la propia sala hubiese quedado en silencio y piedras musicales que producían las armonías más dulces En reconocimiento de la santidad que atribuían a las piedras, los griegos y los romanos apoyaban la mano sobre determinados pilares consagrados cuando hacían un juramento. En la Antigüedad, las piedras desempeñaban un papel para determinar el destino de los acusados, porque era habitual que los jurados, para alcanzar su veredicto, echaran guijarros en una bolsa.

Los griegos recurrían a menudo a las piedras para adivinar el futuro y dicen que Helena predijo la destrucción de Troya mediante la litomancia. Muchas supersticiones populares sobre las piedras sobreviven durante la llamada edad de las tinieblas; destaca entre ellas la relacionada con la famosa piedra negra del asiento del trono de la coronación de la abadía de Westminster, de la cual se dice que es la misma roca que Jacob usó como cabezal. La piedra negra también aparece varias veces en el simbolismo religioso. La llamaban Heliogábalo, una palabra que se supone deriva de Elagabal, la divinidad solar sirio-fenicia. La piedra estaba consagrada al sol y se le atribuían propiedades grandes y diversas. La piedra negra de la Kaaba, en La Meca, se sigue venerando en todo el mundo musulmán. Dicen que al principio era blanca y brillaba tanto que se podía ver desde varios días de distancia de La Meca, pero que, con el paso de los siglos, se fue ennegreciendo por las lágrimas de los peregrinos y los pecados del mundo. 

La magia de los metales y las piedras preciosas 

Según las enseñanzas de los Misterios, los rayos de los cuerpos celestes, al chocar contra las influencias cristalizadoras del mundo inferior, se convierten en los distintos elementos. Como son partícipes de las virtudes astrales de su origen, estos elementos neutralizan determinadas formas desequilibradas de la actividad celestial y, cuando se combinan adecuadamente, contribuyen en gran medida al bienestar humano. Poco sabemos en la actualidad acerca de estas propiedades mágicas, pero es posible que al mundo moderno le resulte provechoso analizar los descubrimientos de los filósofos antiguos que determinaron aquellas relaciones mediante una experimentación exhaustiva. De dicha investigación surgió la costumbre de identificar los metales con los huesos de las diversas divinidades. Por ejemplo, según Manetón, los egipcios consideraban que el hierro era el hueso de Marte y la piedra imán, el de Horus. Por analogía, el plomo sería el esqueleto físico de Saturno; el cobre, el de Venus; el azogue, el de Mercurio; el oro, el del sol; la plata, el de la luna, y el antimonio, el de la tierra. Tal vez se demuestre que el uranio es el metal de Urano y el radio, el de Neptuno. 

Las cuatro edades de los místicos griegos —la Edad de Oro, la Edad de Plata, la Edad de Bronce y la Edad de Hierro— son expresiones metafóricas que hacen referencia a los cuatro períodos principales de la vida de todas las cosas. En las divisiones del día, representan el amanecer, el mediodía, el crepúsculo y la medianoche; en la vida de los dioses, los hombres y el universo, denotan los períodos del nacimiento, el crecimiento, la madurez y la decadencia. Las edades griegas también guardan una correspondencia estrecha con las cuatro yugas de los hindúes: Krita-yuga, Treta-yuga, Dvapara-yuga y Kali-yugu. Ullamudeian describe de esta manera la forma de calcularlas: «En cada uno de los doce signos hay 1800 minutos; si multiplicamos esta cifra por 12, el resultado es 21 600; es decir, 1800 x 12 = 21 600. Si multiplicamos 21 600 por 80, el resultado es 1728 000, que es la duración de la primera edad, llamada Krita-yuga. 

Si multiplicamos el mismo número por 60, el resultado será 1296 000, que son los años de la segunda edad, Treta-yuga. Si se multiplica esta cantidad por 40, el resultado es 864 000, la duración de la tercera edad: Dvapara-yuga. La misma cantidad, multiplicada por 20, da 432 000, la cuarta edad, Kali-yuga». (Obsérvese que estos múltiplos disminuyen de forma inversamente proporcional a la tetractys pitagórica: 1, 2, 3 y 4.) Según H. P. Blavatsky, Orfeo enseñaba a sus seguidores a influir en el público mediante una piedra imán y Pitágoras prestaba especial atención al color y la naturaleza de las piedras preciosas; añade también lo siguiente: «Los budistas afirman que el zafiro produce serenidad y ecuanimidad y expulsa los malos pensamientos, al establecer una circulación sana en el hombre. Lo mismo hace una batería eléctrica, con su corriente bien dirigida, según nuestros electricistas. Los budistas sostienen que “el zafiro puede abrir (al espíritu del hombre) puertas y viviendas, aunque tengan barrotes; produce el deseo de orar y aporta más paz que ninguna otra piedra preciosa, pero quien lo use debe llevar una vida pura y santa”».
EL SELLO PITAGÓRICO Vincenzo Cartari: Le Imagini degli dei Antichi 

Los pitagóricos asociaban en particular el número cinco con el arte de curar y el pentáculo, o estrella de cinco puntas, era, para ellos, el símbolo de la salud. para ellos, el símbolo de la salud. Esta figura representa un anillo mágico que lleva engastada una gema talismánica con la pentalfa: una estrella formada por cinco posiciones diferentes de la letra griega alfa. Sobre este tema, Albert Mackey escribe lo siguiente: «Los discípulos de Pitágoras, que en realidad fueron los que la inventaron, colocaban en cada uno de sus ángulos interiores una de las letras de la palabra griega YTEIA, o de la latina salus — las dos significan “salud”—, con lo cual se convirtió en el talismán de la salud, y la ponían al principio de sus epístolas, como un saludo para desearle buena salud al destinatario. Sin embargo, no eran los discípulos de Pitágoras los únicos que la usaban, sino que, como talismán, fue utilizada en todo Oriente como amuleto contra los malos espíritus».

Abundan en la mitología los relatos sobre anillos mágicos y joyas talismánicas. En el segundo libro de la República, Platón describe un anillo que, cuando el engaste estaba vuelto hacia dentro, volvía invisible a su portador. Gracias a él, el pastor Giges llegó al trono de Lidia. Flavio Josefo también describe los anillos mágicos diseñados por Moisés y el rey Salomón y Aristóteles menciona uno que proporcionaba amor y honor a su poseedor. En su capítulo sobre este tema, Enrique Cornelio Agripa no solo menciona los mismos anillos, sino que además afirma, basándose en la autoridad de Filóstrato, que Apolonio de Tiana prolongó su vida durante más de ciento treinta años con la ayuda de siete anillos mágicos que le obsequió un príncipe de las Indias Orientales. 

Cada uno de aquellos siete anillos llevaba engastada una piedra preciosa que poseía la naturaleza de uno de los siete planetas dominantes de la semana y, al cambiar a diario los anillos, Apolonio se protegía de la enfermedad y de la muerte, gracias a la intervención de las influencias planetarias 
El filósofo también enseñó a sus discípulos las virtudes de aquellas joyas talismánicas y consideraba aquella información imprescindible para el teúrgo. Agripa describe la preparación de anillos mágicos con las siguientes palabras: «Cuando cualquier estrella [planeta] asciende afortunadamente, con el aspecto o conjunción favorable de la luna, debemos tomar una piedra y una planta que estén bajo aquella estrella y hacer un anillo del metal que sea adecuado para ella y engastar en él la piedra y poner la planta o la raíz debajo, sin omitir las inscripciones de imágenes, nombres y caracteres, así como también las sufumigaciones correspondientes». 

Hace tiempo que se toma el anillo como símbolo de consecución, perfección e inmortalidad; esto último se debe a que el aro de metal precioso no tiene principio ni final. En los Misterios, los iniciados llevaban anillos cincelados para parecer una serpiente con la cola en la boca, como prueba material de la posición que habían alcanzado en la orden. Los hierofantes llevaban sellos en los que se grababan determinados emblemas secretos y no era extraño que un mensajero, para demostrar que era el representante oficial de un príncipe o de algún otro dignatario, portara junto con el mensaje una impresión del anillo de su amo o el propio sello. La intención original del anillo de boda era implicar que en la naturaleza de su portador se había alcanzado el estado de equilibrio y totalidad. 

Por consiguiente, aquella banda sencilla de oro daba fe de la unión del Ser Superior (Dios) con el ser inferior (la Naturaleza) y la ceremonia que consumaba aquella unión indisoluble de la Divinidad y la humanidad en la naturaleza única del místico iniciado constituía el matrimonio hermético de los Misterios. Al describir las insignias del mago, Éliphas Lévi declara que el domingo (el día del sol) debe llevar en la mano derecha una varita dorada con un rubí o un crisólito engarzado; el lunes (el día de la luna) debe llevar un collar de tres vueltas compuesto por perlas, cristales y selenitas; el martes (el día de Marte) debe llevar una varita de acero magnetizado y un anillo del mismo metal con una amatista engarzada; el miércoles (el día de Mercurio) debe llevar un collar de perlas o cuentas de vidrio que contengan mercurio y un anillo con una ágata engarzada; el jueves (el día de Júpiter) debe llevar una varita de vidrio o resina y ponerse un anillo con una esmeralda o un zafiro engarzados; el viernes (el día de Venus) debe llevar una varita de cobre pulido y ponerse un anillo con una turquesa y una corona o una diadema adornada con lapislázuli y berilo, y el sábado (el día de Saturno) debe llevar una varita adornada con un ónice y una cadena en tomo al cuello hecha de plomo. 

Paracelso, Agripa, Kircher, Lilly y muchos otros magos y astrólogos han hecho tablas con las gemas y las piedras correspondientes a los distintos planetas y signos del Zodiaco. A partir de sus escritos se ha elaborado la lista que aparece a continuación. Se atribuyen al sol el carbúnculo, el rubí, el granate — sobre todo el piropo— y otras piedras ardientes y a veces el diamante; a la luna, la perla, la selenita y otras formas de cristal; a Saturno, el ónice, el jaspe, el topacio y algunas veces el lapislázuli; a Júpiter, el zafiro, la esmeralda y el mármol; a Marte, la amatista, el jacinto, la piedra imán y en ocasiones el diamante; a Venus, la turquesa, el berilo, la esmeralda y a veces la perla, el alabastro, el coral y la cornalina; a Mercurio, el crisólito, el ágata y el mármol de muchos colores. 

Al Zodiaco, los mismos expertos le asignaron las siguientes gemas y piedras: a Aries, la sardónica, la sanguinaria, la amatista y el diamante; a Tauro, la cornalina, la turquesa, el jacinto, el zafiro, el ágata musgosa y la esmeralda; a Géminis, el topacio, el ágata, la crisoprasa, el cristal y el aguamarina; a Cáncer, el topacio, la calcedonia, el ónice negro, la piedra de la luna, la perla, el ojo de gato, el cristal y a veces la esmeralda; a Leo, el jaspe, la sardónica, el berilo, el rubí, el crisólito, el ámbar, la turmalina y a veces el diamante; a Virgo, la esmeralda, la cornalina, el jade, el crisólito y a veces el jaspe rosado y el jacinto; a Libra, el berilo, el sardo, el coral, el lapislázuli, el ópalo y a veces el diamante; a Escorpio, la amatista, el berilo, la sardónica, el aguamarina, el carbúnculo, la piedra imán, el topacio y la malaquita; a Sagitario, el jacinto, el topacio, el crisólito, la esmeralda, el carbúnculo y la turquesa; a Capricornio, la crisoprasa, el rubí, la malaquita, el ónice negro, el ónice blanco, el azabache y la piedra de la luna; a Acuario, el cristal, el zafiro, el granate, el circón y el ópalo: a Piscis, el zafiro, el jaspe, el crisólito, la piedra de la luna y la amatista. 

Tanto el espejo mágico como la bola de cristal son símbolos poco comprendidos. ¡Ay del mortal ignorante que crea al pie de la letra las historias que circulan sobre ellos! Descubrirá —a menudo a costa de su cordura y su salud — que, aunque muchas veces se confundan, la hechicería y la filosofía no tienen nada en común. Los magos persas llevaban espejos como símbolo de la esfera material que refleja la divinidad desde cada una de sus partes. La bola de cristal, de la que tanto se ha abusado como medio para cultivar los poderes parapsicológicos, es un símbolo triple: l) representa el Huevo Universal cristalino, en cuyas profundidades transparentes existe la creación; 2) es un modelo adecuado de la divinidad antes de que se sumerja en la materia, y 3) representa la esfera etérica del mundo, en cuyas esencias traslúcidas se estampa y se preserva la imagen perfecta de toda la actividad terrestre.


EJEMPLOS DE HERMÆ James Christie: Disquisitions upon the Painted Greek Vases

La primitiva costumbre de adorar a los dioses en forma de piedras amontonadas dio lugar a la práctica de erigir pilares o conos fálicos en su honor. Estas columnas tenían amplias diferencias de tamaño y aspecto. Algunas eran de proporciones gigantescas y estaban ricamente adornadas con inscripciones o semejanzas de los dioses y héroes; otras —como las ofrendas votivas de los babilonios— medían solo unas pocas pulgadas, no tenían adornos y solamente tenían una breve declaración del propósito para el cual habían sido preparadas o un himno para el dios del templo en el cual fueron colocadas.

Esos pequeños conos de barro horneados eran idénticos en su significado simbólico con el hermæ más grande colocado al borde del camino y en otros lugares públicos. Más tarde, el extremo superior de la columna fue coronado con una cabeza humana. En muchas ocasiones dos proyecciones, o espigas, correspondientes a los hombros fueron colocadas, una a cada lado, para sostener las coronas de flores que adornaban las columnas. Las ofrendas, que usualmente consistían en comida, eran colocadas cerca del hermæ. En muchas ocasiones, estas columnas se utilizaban para sostener techos y eran enumeradas entre los objetos de arte que adornaban las villas de los romanos pudientes. Los meteoros, o rocas del espacio, se consideraban muestras del favor divino y se conservaban como prueba de un pacto entre los dioses y la comunidad en la que caían. 

De vez en cuando se encuentran piedras naturales con marcas o cortes curiosos. En China hay una placa de mármol cuya veta es un retrato perfecto del dragón chino. La piedra de Oberammergau, tallada por la naturaleza en una notable semejanza con el rostro de Cristo, según se lo concibe popularmente, es tan extraordinaria que hasta los monarcas europeos solicitaban el privilegio de contemplarla. Este tipo de piedras eran objeto de muy alta estimación por parte de los pueblos primitivos e incluso en la actualidad ejercen una influencia enorme sobre las personas con mentalidad religiosa. 

 Manly Palmer Hall

domingo, 4 de agosto de 2019

LAS ENSEÑANZAS SECRETAS DE TODOS LOS TIEMPOS - FLORES, PLANTAS, FRUTAS Y ÁRBOLES

El yoni y el falo fueron adorados por casi todos los pueblos antiguos como símbolos adecuados del poder creativo de Dios. El jardín del Edén, el arca, la puerta del templo, el velo de los Misterios, la vesica piscis o nimbo ovalado y el Santo Grial son símbolos yónicos importantes, mientras que la pirámide, el obelisco, el cono, la vela, la torre, el monolito celta, el chapitel, el campanario, el mayo y la lanza sagrada son símbolos fálicos. Al tratar el tema del culto a Príapo, demasiados autores modernos juzgan los modelos paganos según los suyos y se regodean en el lodo de su propia vulgaridad.

Los Misterios eleusinos —la mayor de todas las sociedades secretas antiguas— establecieron uno de los modelos más elevados que se conocen de moralidad y ética y los que critican su uso de símbolos fálicos deberían reflexionar sobre las palabras mordaces del rey Eduardo III: «Honni soit qui mal y pense». Los rituales obscenos que llegaron a practicarse posteriormente en las bacanales y las dionisias no eran representativos de los niveles de pureza que mantuvieron originariamente los Misterios, como las orgías que celebraban de vez en cuando los partidarios del cristianismo hasta el siglo XVIII no eran representativas del cristianismo primitivo. Sir William Hamilton, ministro británico en la corte de Nápoles, declara que, en 1780, Isemia, una comunidad de cristianos en Italia, adoraba con ceremonias fálicas al dios pagano Príapo con el nombre de san Cosme.

EL ÁRBOL DE LOS CABALLEROS DE LA MESA REDONDA

Este ejemplo notable del uso del árbol en el simbolismo procede del castillo de Pierrefonds, en un pueblecito del norte de Francia. Las ocho ramas laterales acaban en flores convencionales, con forma de cáliz, de cada una de las cuales surge el cuerpo de un caballero que lleva en la mano una cinta con su nombre. Remata el tallo central una flor más grande, de la cual surge el cuerpo del mismísimo rey Arturo. El árbol es uno de los motivos preferidos en heráldica. El hecho de que hubiera un solo tronco con una multitud de ramas hizo que el árbol se ramas hizo que el árbol se utilizara a menudo para diagramar linajes familiares, de donde ha surgido la costumbre de denominar a estos gráficos «árboles genealógicos».


El padre, la madre y el niño constituyen la trinidad natural. Los Misterios glorificaban al hombre como institución suprema, compuesta por esta trinidad que funciona como una unidad. Pitágoras comparaba el universo con la familia y declaraba que, así como el fuego supremo del universo estaba en medio de los cuerpos celestes, el fuego supremo del mundo estaba, por analogía, sobre las piedras del hogar. Para los pitagóricos y otras escuelas filosóficas, la naturaleza divina única de Dios se manifestaba en el triple aspecto de Padre, Madre e Hijo y los tres constituían la Familia Divina, cuya morada es la creación y cuyo símbolo natural y peculiar es el cuadragésimo séptimo problema de Euclides. Dios Padre es espíritu; Dios Madre es materia y Dios Hijo —el producto de ambos— representa la suma de las cosas vivas que nacen de la naturaleza y la constituyen. 

La semilla del espíritu se siembra en el vientre de la materia y, mediante una concepción inmaculada (pura) produce la progenie. ¿Acaso no es este el auténtico misterio de la Virgen que tiene en sus brazos al Niño Dios? ¿Quién se atreve a afirmar que tal simbolismo es inadecuado? El misterio de la vida es el misterio supremo que se revela en toda su dignidad divina y es glorificado como el logro perfecto de la naturaleza por los sabios iniciados y por los profetas de todos los tiempos. Sin embargo, la mojigatería actual considera que este mismo misterio no es apto para personas con una mentalidad sagrada. Contrariamente a los dictados de la razón, se impone un modelo según el cual es preferible la inocencia nacida de la ignorancia antes que la virtud nacida del conocimiento. Sin embargo, con el tiempo, el hombre aprenderá que no tiene que avergonzarse nunca de la verdad. Mientras no lo aprenda, es falso a su Dios, a su mundo y a sí mismo. En este sentido, el cristianismo ha fracasado en su misión, lamentablemente. Aunque afirma que el cuerpo humano es el templo vivo del Dios vivo, a continuación afirma que las sustancias y las funciones de este templo son impuras y que su estudio corrompe los delicados sentimientos de los justos. Con esta actitud malsana, se degrada y se difama el cuerpo del hombre, la casa de Dios. Sin embargo, la propia cruz es el más antiguo de los emblemas fálicos y las ventanas rómbicas de las catedrales demuestran que los símbolos yónicos han sobrevivido a la destrucción de los Misterios paganos. 


La estructura misma de la propia Iglesia está impregnada de elementos fálicos. Si retiramos de la Iglesia cristiana todos los emblemas que tienen origen en Príapo, no queda nada, porque hasta la tierra en la que se levanta era, por su fertilidad, el primer símbolo yónico. Como la presencia de estos emblemas de los procesos generadores resulta desconocida o bien la mayoría hace caso omiso de ellos, por lo general no se aprecia lo irónico de la situación. Solo los versados en el lenguaje secreto de la Antigüedad son capaces de comprender la importancia divina de estos emblemas. 
Las flores se elegían como símbolo por muchos motivos. Gracias a la enorme variedad floral, siempre se podía encontrar alguna planta o alguna flor que fuese adecuada para ilustrar casi cualquier cualidad o condición. A veces se escogía una planta por algún mito relacionado con su origen, como las historias de Dafne y Narciso: por el ambiente peculiar en el que vive, como la orquídea y el hongo; por su forma expresiva, como la pasionaria y la azucena blanca; por su brillo o su fragancia, como la verbena y el espliego; porque mantenía su forma indefinidamente, como la flor imperecedera, o por sus características insólitas, como el girasol y el heliotropo, sagrados desde hace mucho tiempo por su afinidad con el sol. Una planta también se puede considerar digna de veneración porque de sus hojas, pétalos, tallos o raíces machacadas se pueden extraer ungüentos curativos, esencias o drogas que afectan la naturaleza y la inteligencia de los seres humanos, como la adormidera y las hierbas antiguas de la profecía. 

La planta también se puede considerar eficaz para curar muchas enfermedades, porque su fruto, sus hojas, sus pétalos o sus raíces guardan una similitud de forma o de color con partes u órganos del cuerpo humano. Por ejemplo, decían que los jugos destilados de determinadas especies de helechos, así como también el musgo velloso que crece en los robles y el vilano de cardo, hacen crecer el cabello; que las plantas del género Dentaria, también llamado Cardamine, que tienen una forma parecida a un diente, curaban el dolor de muelas, y que la planta llamada Palma christi, por su forma, curaba todas las dolencias de las manos. En realidad, la flor es el aparato reproductor de la planta y, por consiguiente, muy adecuada como símbolo de pureza sexual, un requisito incondicional de los Misterios antiguos. Por consiguiente, la flor representa el ideal de belleza y regeneración que, en definitiva, acabará por sustituir a la lujuria y la degeneración. De todas las flores simbólicas, la flor de loto de India y Egipto y la rosa de los rosacruces son las más importantes. 

En cuanto a su simbolismo, estas dos flores se consideran idénticas. Las doctrinas esotéricas que representa el loto se han perpetuado en la Europa moderna con la forma de la rosa. La rosa y el loto son emblemas yónicos que simbolizan, fundamentalmente, el misterio creativo maternal, mientras que la azucena blanca se considera fálica. Los iniciados brahmanes y egipcios, que sin duda comprendían los sistemas secretos de la cultura espiritual mediante los cuales se pueden estimular los centros latentes de energía cósmica que hay en el hombre, utilizaban las flores de loto para representar los vórtices de energía espiritual situados en distintos puntos a lo largo de la columna vertebral, que los hindúes llamaban chakras, ruedas o discos. Siete de estos chakras son de fundamental importancia y cada uno tiene su correspondencia en los ganglios y los plexos nerviosos. Según las escuelas secretas, el ganglio del sacro es el loto de cuatro pétalos; el plexo prostático es el loto de seis pétalos; el plexo epigástrico y el ombligo es el loto de diez pétalos: el plexo cardíaco es el loto de doce pétalos; el plexo faríngeo es el loto de dieciséis pétalos; el plexo cavernoso es el loto de dos pétalos, y la glándula pineal, o el centro desconocido adyacente, es el loto de mil pétalos. 

El color, el tamaño y la cantidad de pétalos de cada loto son la clave para conocer su importancia simbólica. Una pista sobre el desarrollo del conocimiento espiritual según la ciencia secreta de los Misterios se encuentra en la historia de la vara de Aarón, que brotó, y también en la gran ópera de Wagner, Tanhäuser, en la cual el florecimiento del báculo del Papa representa las flores que se abren en la vara sagrada de los Misterios: la columna vertebral. Los rosacruces utilizaban una guirnalda de rosas para representar los mismos vórtices espirituales, a los que se hace referencia en la Biblia como las siete lámparas del candelabro y las siete iglesias de Asia. 

En la edición de 1642 de The History of the Reign of King Henry the Seventh de sir Francis Bacon hay un frontispicio que muestra a lord Bacon con unos zapatos cuyas hebillas son rosas rosacruces. En el sistema filosófico hindú, cada pétalo de la forma lleva un símbolo determinado, que aporta más información sobre el significado de la flor. Los orientales también usaban la planta del loto para representar la evolución del hombre a través de los tres períodos de la conciencia humana: la ignorancia, el esfuerzo y el entendimiento. Así como el loto existe en tres elementos (tierra, agua y aire), el hombre vive en tres mundos: el material, el intelectual y el espiritual. 

Como la planta, con sus raíces en el barro y el limo, crece hacia arriba a través del agua y finalmente florece en la luz y el aire, el crecimiento espiritual del hombre se eleva desde la oscuridad de la acción vil y el deseo hacia la luz de la verdad y el entendimiento, mientras que el agua actúa como símbolo del mundo de la ilusión, siempre cambiante, que el alma tiene que atravesar en su esfuerzo por alcanzar el estado de iluminación espiritual. La rosa y su equivalente oriental, el loto, como todas las flores hermosas, representan el desarrollo y la consecución espirituales; por eso, las divinidades orientales a menudo aparecen sentadas sobre los pétalos abiertos de las flores de loto. 

El loto también era un motivo universal en el arte y la arquitectura egipcios. Los techos de muchos templos se sostenían mediante columnas de lotos, que representan la sabiduría eterna, y el cetro con un loto en el extremo — símbolo del desarrollo personal y de la prerrogativa divina— se llevaba a menudo en las procesiones religiosas. Cuando la flor tenía nueve pétalos, era el símbolo del hombre; cuando tenía doce, del universo y los dioses; cuando tenía siete, de los planetas y la ley; cuando tenía cinco, de los sentidos y los Misterios, y cuando tenía tres, de las divinidades y los mundos principales. La rosa heráldica de la Edad Media por lo general tenía cinco o diez pétalos, con lo cual muestra su relación con el misterio espiritual del hombre a través de la patada y la década pitagóricas.



Cultus Arborum 

El culto a los árboles como representantes de la divinidad era frecuente en todo el mundo antiguo. 
A menudo se construían templos en el centro de las arboledas sagradas y se celebraban ceremonias nocturnas bajo las ramas extendidas de grandes árboles con adornos fantásticos y engalanados en honor de su divinidad patrona. 

En muchos casos se creía que los propios árboles poseían los atributos de poder divino e inteligencia y, por consiguiente, a menudo se dirigían a ellos las súplicas. Por su belleza, dignidad, solidez y fuerza, los robles, los olmos y los cedros se adoptaron como símbolos de poder, integridad, permanencia, virilidad y protección divina. Para varios pueblos antiguos, entre los que destacan los hindúes y los escandinavos, el Macrocosmos, o Gran Universo, era un árbol divino que crecía a partir de una sola semilla sembrada en el espacio. Los griegos, los persas, los caldeos y los japoneses tienen leyendas que describen el árbol o el junco axial en torno al cual gira la tierra. Kapila afirma que el universo es el árbol eterno, Brahma, que nace de una semilla imperceptible e intangible: la mónada material. Los cabalistas medievales representaban la creación como un árbol con las raíces en la realidad del espíritu y las ramas en la ilusión de la existencia tangible. Por eso, el árbol sefirótico de la Cábala estaba invertido, con las raíces en el cielo y las ramas en la tierra. 

La señora Blavatsky destaca que la Gran Pirámide se consideraba un símbolo de aquel árbol invertido, con las raíces en el vértice de la pirámide y las ramas abriéndose en cuatro direcciones hacia la base. El árbol del universo de los escandinavos, Yggdrasil, sostiene en sus ramas nueve esferas, o mundos, que los egipcios representaban mediante los nueve estambres del aguacate. Todas caben dentro de la misteriosa décima esfera, o huevo cósmico, que es la clave indefinida de los Misterios. El árbol cabalístico de los judíos también estaba compuesto por nueve ramas, o mundos, que emanaban de la primera causa o corona, que rodea sus emanaciones como la cáscara rodea el huevo. La única fuente de vida y la diversidad infinita de su expresión tienen una analogía perfecta en la estructura del árbol. El tronco representa el origen único de toda la diversidad; las raíces, bien enterradas en la tierra oscura, simbolizan el nutrimiento divino, y la multiplicidad de las ramas, que se extienden a partir del tronco central, representa la infinidad de efectos universales que dependen de una sola causa. El árbol también se acepta como símbolo del microcosmos, es decir, del hombre. Según la doctrina esotérica, el hombre existe primero como posibilidad dentro del cuerpo del árbol del universo y después florece como manifestación objetiva en sus ramas. Según un mito primitivo de los Misterios griegos, el dios Zeus creó la tercera raza de hombres a partir de los fresnos. 

La serpiente, que tan a menudo aparece enroscada alrededor del tronco del árbol, suele representar la mente —la capacidad de pensar— y es el eterno tentador o impulso que acaba conduciendo a todas las criaturas racionales al descubrimiento de la realidad y así acaba con el dominio de los dioses. La serpiente oculta en el follaje del árbol universal representa la mente cósmica y, en el árbol humano, el intelecto individualizado. Como consecuencia del concepto de que toda la vida nace de semillas, los cereales y varias plantas fueron aceptados como emblemas del espermatozoide humano y, por consiguiente, el árbol era simbólico de la vida organizada que evolucionaba a partir de su germen primitivo. El desarrollo del universo a partir de su semilla primitiva se puede comparar con el crecimiento del poderoso roble a partir de una bellota diminuta. 

Aunque aparentemente el árbol es mucho más grande que su propio origen, este contiene en potencia cada una de las ramas, ramitas y hojas que más adelante se desarrollarán de forma objetiva mediante los procesos de crecimiento. La veneración del hombre por los árboles como símbolos de las cualidades abstractas de la sabiduría y la integridad también lo llevó a llamar «árboles» a las personas que poseían aquellas cualidades divinas hasta un grado aparentemente sobrehumano. Por consiguiente, llamaron «árboles» u «hombres árboles» a los filósofos y los sacerdotes muy preclaros, como los druidas —cuyo nombre significa, según una versión, «los hombres de los robles»— o los iniciados de determinados Misterios sirios, a los que llamaban «cedros»; en realidad, es mucho más verosímil y probable que los famosos cedros del Líbano que se talaron para construir el templo del rey Salomón en realidad fueran sabios iniciados e iluminados. Los místicos saben que los verdaderos soportes de la gloriosa casa de Dios no eran los troncos, que se podían pudrir, sino los intelectos inmortales e imperecederos de los hierofantes árboles. 

Los árboles se mencionan muchas veces tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento y en las escrituras de diversas naciones paganas. El árbol de la Vida y el árbol del Conocimiento del Bien y del Mal que se mencionan en el Génesis, la zarza ardiente en la cual el ángel se apareció a Moisés, la famosa vid y la higuera del Nuevo Testamento, el huerto de los olivos en el jardín de Getsemaní al que Jesús fue a orar y el árbol milagroso del Apocalipsis, que producía doce frutos diferentes y cuyas hojas servían para curar a las naciones, dan testimonio de la estima que sentían por los árboles los escribas de las Sagradas Escrituras. Buda recibió su iluminación mientras estaba debajo del árbol bodhi, cerca de Madrás, en India, y varios dioses orientales se representan sentados meditando bajo las ramas abiertas de árboles poderosos. Muchos de los grandes sabios y salvadores llevaban bastones, varas y cayados hechos con la madera de árboles sagrados, como las varas de Moisés y de Aarón; Gungnir, la lanza de Odín, cortada del árbol de la Vida. y el caduceo sagrado de Hermes, en tomo al cual se enroscaban las serpientes enfrentadas. 

Los numerosos usos que dieron los antiguos al árbol y sus productos son factores que contribuyen a su simbolismo. Su culto estaba basado, hasta cierto punto, en su utilidad. J. P. Lundy escribe al respecto: «Los árboles ocupan un lugar tan importante en la economía de la naturaleza, porque atraen y conservan la humedad y protegen del sol las fuentes de agua y el suelo para evitar la esterilidad y la desolación; son tan útiles para el hombre, para darle sombra, frutos, medicinas, combustible, material para construir casas y barcos, muebles y casi todos los aspectos de la vida, que no es de extrañar que a algunos de los más notables, como el roble, el pino, la palmera y el plátano, los consideren sagrados y los usen para el culto».[89] Los primeros Padres de la Iglesia a veces usaban el árbol como símbolo de Cristo. Creían que el cristianismo acabaría por crecer como un roble poderoso, que dejaría en la sombra a todas las demás fes de la humanidad. Como todos los años pierde su follaje, también se consideraba al árbol un emblema adecuado de la resurrección y la reencarnación, porque, aunque pareciera que moría en otoño, volvía a florecer con renovado verdor en la primavera siguiente. Tras la denominación del árbol de la Vida y el árbol del Conocimiento del Bien y del Mal se esconde el gran arcano de la Antigüedad: el misterio del equilibrio. El árbol de la Vida representa el punto de equilibrio espiritual: el secreto de la inmortalidad.


El árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, como su nombre indica, representa la polaridad o el desequilibrio: el secreto de la mortalidad. Así lo revelan los cabalistas al asignar la columna central de su diagrama sefirótico al árbol de la Vida y las dos ramas laterales, al árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. «Las fuerzas desequilibradas perecen en el vacío», anuncia la obra secreta, y todo se da a conocer. La manzana representa el conocimiento de los procesos de la procreación, con cuyo despenar se estableció el universo material. La alegoría de Adán y Eva en el jardín del Edén es un mito cósmico y revela los métodos de la creación universal y la individual. La historia en sí, aceptada durante tantísimos siglos por un mundo irreflexivo, es absurda, pero el misterio creativo del cual es símbolo es una de las verdades más profundas de la naturaleza.

Los ofitas (adoradores de serpientes) veneraban a la serpiente del Edén, porque era la causa de la existencia individual. Aunque la humanidad deambula todavía en un mundo de bondad y maldad, acabará por llegar al final y comerá el fruto del árbol de la Vida, que crece en medio del jardín ilusorio de las cosas mundanas. Por consiguiente, el árbol de la Vida también es el símbolo asignado a los Misterios y, al ser partícipe de sus frutos, el hombre alcanza la inmortalidad. El roble, el pino, el fresno, el ciprés y la palmera son los cinco árboles de mayor importancia simbólica. El Dios Padre de los Misterios a menudo era adorado con la forma de un roble; el Dios Salvador —con frecuencia el mártir del universo—, con la forma de un pino: el eje del mundo y la naturaleza divina en la humanidad, con la forma de un fresno; la diosa o el principio maternal, con la forma de un ciprés, y el polo positivo de la generación, con la forma de la inflorescencia de la palmera datilera masculina.
La piña es un símbolo fálico desde la Antigüedad más remota.

El tirso de Baco —una vara o bastón largo, con una piña o un racimo de uvas en el extremo y con hojas de hiedra o de parra o a veces cintas enrolladas alrededor— significa que las maravillas de la Naturaleza solo se pueden alcanzar con ayuda de la virilidad solar, que está representada por la piña o por las uvas. En los Misterios frigios, Atis, el salvador solar omnipresente, muere bajo las ramas del pino (en alusión al globo solar en el solsticio de invierno) y por este motivo el pino era sagrado para su culto. Este árbol también era sagrado en los Misterios de Dioniso y de Apolo. Entre los egipcios y los judíos antiguos, la acacia, o tamarindo, era objeto de la máxima estima religiosa y, para los masones modernos, las ramas de acacia, ciprés, cedro o de las plantas de hoja perenne siguen siendo emblemas muy significativos. La Acacia seyal, que los hijos de Israel utilizaron para construir el Tabernáculo y el Arca de la Alianza, era una especie de acacia.

Albert Pike ha descrito este árbol sagrado con las siguientes palabras: «La acacia auténtica, además, es el tamarindo espinoso, el mismo árbol que creció alrededor del cuerpo de Osiris Era un árbol sagrado para los árabes, que hicieron con él la imagen de la diosa Al-Uzza, que Mahoma destruyó. Abunda en forma de arbusto en el desierto de Thur y con ella se fabricó la corona de espinas que pusieron en la frente de Jesús de Nazaret. Es adecuada como símbolo de inmortalidad, por la tenacidad con la que vive, porque se conocen casos en los que, habiendo sido usada como jamba de una puerta, volvió a echar raíces y nuevas ramas en el umbral». Es muy posible que buena parte de la veneración que recibe la acacia se deba a los atributos peculiares de la mimosa o sensitiva, con la cual la identificaban a menudo los antiguos. Según una leyenda copta, la sensitiva fue la primera entre todos los árboles y arbustos que adoró a Cristo. Por su rápido crecimiento y su belleza, la acacia también se considera emblemática de la fecundidad y la generación.

El simbolismo de la acacia se puede interpretar de cuatro maneras distintas:

1) como emblema del equinoccio vernal: la resurrección anual de la divinidad solar;

2) con la forma de la sensitiva, que se encoge ante el contacto humano, la acacia representa la pureza y la inocencia, como implica uno de los significados de su nombre en griego:

3) es una representación adecuada de la inmortalidad y la regeneración y, en forma de planta perenne, representa la parte inmortal del hombre que sobrevive a la destrucción de su naturaleza visible;

4) es el emblema antiguo y venerado de los Misterios y los candidatos que entraban en los tortuosos pasadizos secretos en los que se celebraban las ceremonias llevaban en las manos ramos de estas plantas sagradas o ramitos de flores santificadas.

Albert G. Mackey llama la atención al hecho de que cada uno de los Misterios antiguos tuviera su propia planta consagrada a los dioses en cuyo honor se celebraban los rituales. Aquellas plantas sagradas se adoptaron posteriormente como símbolos de los diversos grados en los que se empleaban. Por ejemplo, en los Misterios de Adonis era sagrada la lechuga; en los ritos brahmanes y egipcios, el loto: entre los druidas, el muérdago, y en algunos de los Misterios griegos, el mirto.


Como la leyenda de Hiram Abif se basa en el antiguo ritual mistérico egipcio del asesinato y la resurrección de Osiris, es natural que se preserve el ramito de acacia como símbolo de la resurrección de Hiram. El arcón que contenía el cuerpo de Osiris fue arrastrado por la corriente hasta la orilla, cerca de Biblos, y se instaló en las raíces de un tamarindo, o acacia, que creció hasta convertirse en un árbol poderoso, en cuyo tronco quedó alojado el cuerpo del dios asesinado. No cabe duda de que este es el origen de la historia según la cual un ramito de acacia marca la tumba de Hiram. El misterio de la planta perenne que indica la tumba del dios del sol muerto se perpetúa también en el árbol de Navidad. El albaricoque y el membrillo son símbolos yónicos conocidos, mientras que el racimo de uvas y el higo son fálicos. La granada es la Ruta mística de los ritos eleusinos; al comerla, Proserpina quedó ligada a los reinos de Plutón.

En este caso, la fruta representa la vida sensual que, una vez probada, priva al hombre, transitoriamente, de la inmortalidad. Además, por la gran cantidad de semillas que tiene, la granada se utilizaba a menudo para representar la fecundidad natural. Por el mismo motivo, Jacob Bryant, en A New System, or an Analysis of Ancient Mythology, señala que los antiguos reconocían en esta fruta un emblema adecuado del arca del diluvio universal, que contenía las semillas de la nueva raza humana. En los Misterios antiguos, también se consideraba a la granada un símbolo divino de una importancia tan peculiar que su verdadera explicación no se podía divulgar. Los cabiros la llamaban «el secreto prohibido». Muchos dioses griegos se representan con una granada o una flor del granado en la mano, evidentemente para indicar que proporcionan vida y abundancia.

Las columnas Jachin y Boaz, situadas delante del templo del rey Salomón, tenían capiteles en forma de granada y, por orden de Jehová, se bordaban flores de granado en la parte inferior del efod del Sumo Sacerdote. El vino fuerte hecho con el zumo de la uva se consideraba símbolo de la vida falsa y la luz falsa del universo, porque se producía mediante un proceso falso: la fermentación artificial.
La bebida fuerte nubla el raciocinio y la naturaleza animal, liberada de su cautiverio, controla al individuo, unos hechos que, necesariamente, tenían la máxima importancia espiritual.
Como la naturaleza inferior es el tentador eterno que intenta conducir al hombre hacia excesos que inhiben las facultades espirituales, la uva y su producto se usaban para representar al Adversario. Según los egipcios, el zumo de la uva era la sustancia que más se parecía a la sangre: incluso creían que la uva obtenía la vida de la sangre de los difuntos puestos bajo tierra.

Según Plutarco, «en Heliópolis, los sacerdotes del sol no entraban jamás con vino en sus templos, […] y si en algún momento lo usaban en sus libaciones a los dioses, no era porque lo considerasen aceptable para ellos por su naturaleza, sino que lo derramaban sobre sus altares como si fuera la sangre de los enemigos que habían luchado contra ellos, porque para ellos el vino brotaba de la tierra después de que esta hubiese engordado con los huesos de los caídos en las guerras contra los dioses. Y este es — según ellos— el motivo por el cual beber su zumo en grandes cantidades enloquece a los hombres y los pone fuera de sí, llenándolos, por así decirlo, de la sangre de sus propios antepasados».[92] En algunos cultos, el estado de embriaguez se consideraba una condición similar al éxtasis, porque se creía que el individuo estaba poseído por el espíritu universal de la vida, cuyo vehículo elegido era el vino. En los Misterios, a menudo se usaba la uva para simbolizar la lujuria y la disipación, que tienen efectos desmoralizantes en la naturaleza emocional. Sin embargo, se reconocía que la fermentación era la prueba evidente de la presencia del fuego solar y por eso se aceptaba la uva como símbolo adecuado del espíritu solar, el dador del entusiasmo divino.

De forma bastante similar, los cristianos aceptan el vino como símbolo de la sangre de Cristo y lo beben en la santísima comunión. Cristo, el emblema exotérico del espíritu solar, dijo: «Yo soy la vid». Por eso lo adoraban con el vino del éxtasis, como a sus prototipos paganos: Baco. Dioniso, Atis y Adonis. A la Mandragora officinarum, o mandrágora, se le atribuyen unos poderes mágicos de lo más extraordinarios. Los griegos reconocían sus propiedades narcóticas y la utilizaban para aliviar el dolor durante las intervenciones quirúrgicas; también se la ha identificado con la baaras, la planta mística que los judíos utilizaban para expulsar a los demonios. En Las guerras de los judíos, Flavio Josefo describe el método para obtener la baaras, que, según él, emite relámpagos y destruye a todos los que pretenden tocarla, a menos que sigan determinadas reglas, formuladas, supuestamente, por el mismísimo rey Salomón. Por sus propiedades ocultas, muy poco conocidas, la mandrágora se ha utilizado como un talismán que puede incrementar el valor o la cantidad de todo aquello con lo que se asocie. Como amuleto fálico, se consideraba una cura infalible para la esterilidad. Era uno de los símbolos de Príapo, de cuya adoración se acusaba a los Caballeros Templarios.

La raíz de la planta se parece mucho al cuerpo humano y a menudo mostraba el contorno de la cabeza, los brazos o las piernas. Esta notable similitud entre el cuerpo humano y la mandrágora es uno de los enigmas de la ciencia natural y el verdadero fundamento de la veneración que se tenía por esta planta. En Isis sin velo, la señora Blavatsky destaca que la mandrágora parece ocupar en la tierra el punto en el que se unen el reino vegetal y el animal, como ocurre en el mar con los zoófitos y los pólipos. Este concepto abre un amplio campo de especulación acerca de la naturaleza de esta planta de aspecto animal. Según una superstición popular, la mandrágora se encogía cuando la tocaban y gritaba con voz humana, aferrándose con desesperación al suelo al que estaba fijada.

Quienquiera que oyera su grito al arrancarla moría de inmediato o se volvía loco. Para evitar semejante tragedia, lo habitual era excavar alrededor de las raíces de la mandrágora hasta aflojar bien la planta y después atar un extremo de una cuerda en tomo al tallo y el otro extremo a un perro, que, al obedecer a la llamada de su amo, arrancaba la raíz de la tierra y se convertía así en víctima de la maldición de la mandrágora. Una vez desarraigada, la planta se podía manipular sin inconvenientes.





EL ÁRBOL ALQUÍMICO Musæum Hermeticum Reformatum et Amplificatum 

Los alquimistas tenían la costumbre de simbolizar sus metales por medio de un árbol, para indicar que los siete eran ramas dependientes sobre el tronco de la vida solar. Como los Siete Espíritus dependen de Dios y son ramas de un árbol del cual Él es la raíz, el tronco y la tierra espiritual de la cual la raíz deriva su alimento, de la misma forma el tronco de la vida y el poder divino alimenta todas las innumerables formas de las cuales se compone el universo. 

En Gloria Mundi, de la cual se reproduce la ilustración mostrada arriba, hay un mostrada arriba, hay un pensamiento importante relacionado al crecimiento, parecido a una planta, de los metales: «Todos los animales, árboles, hierbas, piedras, metales y minerales crecen y alcanzan la perfección, sin necesidad de intervención humana: ya que la semilla crece de la tierra, florece, y da sus frutos, simplemente a través de la acción de las influencias naturales. 

Del mismo modo que se hace con las plantas, también se hace con los metales. Mientras yacen en el corazón de la tierra, en su mineral natural, crecen y se desarrollan, día tras día, a través de la influencia de los cuatro elementos; su fuego es el esplendor del Sol y la Luna; la tierra lleva en su matriz el esplendor del Sol, y por éste, la semilla de los metales están semilla de los metales están puestas al calor de forma equilibrada, como el grano en los campos.[…] Ya que como cada árbol del campo tiene su propia forma, apariencia, y fruto peculiar, de la misma forma cada montaña carga su propio mineral particular; aquellas piedras y aquella tierra viene a ser el suelo en el cual los metales crecen». (Ver Traducción de 1893).

Durante la Edad Media, los amuletos de mandrágora se cotizaban muy bien y se desarrolló un arte que acentuaba bastante la semejanza entre la raíz de mandrágora y el cuerpo humano. Como la mayoría de las supersticiones, la creencia en los poderes especiales de la mandrágora se basaba en una antigua doctrina secreta relacionada con la verdadera naturaleza de la planta. «Es ligeramente narcótica —afirma Éliphas Lévi— y los antiguos le atribuían virtudes afrodisíacas y decían que los hechiceros tesalios la buscaban como ingrediente para sus filtros. ¿Será esta raíz el vestigio umbilical de nuestro origen terrestre, como sugiere cierto misticismo mágico? No nos atrevemos a afirmarlo en serio, pero, de todos modos, es cierto que el hombre ha salido del limo de la tierra y que su primer aspecto debió de ser en forma de un esbozo tosco.

Las analogías de la naturaleza nos fuerzan a admitir este concepto, al menos como posibilidad. En tal caso, los primeros hombres habrán sido una familia de mandrágoras gigantescas y sensibles, animadas por el sol, que se desarraigaron de la tierra.» La cebolla hogareña era venerada por los egipcios como símbolo del universo, porque sus aros y sus capas representaban los planos concéntricos en los que se dividía la creación, según los Misterios herméticos. También se consideraba que poseía grandes virtudes medicinales. Debido a las propiedades peculiares que resultan de su sabor acre, el ajo era un agente poderoso en la magia trascendental. Hasta el día de hoy, no se ha encontrado ningún medio mejor para tratar la obsesión. El vampirismo y ciertas formas de locura —sobre todo las derivadas de la comunicación con los espíritus y las influencias de larvas elementales— responden enseguida al uso del ajo. En la Edad Media se creía que su presencia en una casa la protegía de todos los poderes malignos.




EL GIRASOL Athanasius Kircher: Magnes sive de Arte Magnetica Opus Tripartitum 

El diagrama superior ilustra un curioso experimento en el magnetismo de las plantas, reproducido con varios otros experimentos, en el raro volumen de Athanasius Kircher sobre el magnetismo. 
Para los antiguos egipcios, griegos e hindúes, muchas plantas eran sagradas debido al efecto peculiar que el sol ejercía sobre éstas. Como al hombre le es difícil mirar directamente al sol sin ser cegado por la luz, aquellas plantas que giraban y miraban deliberadamente al orbe solar eran consideradas como típicas de las almas altamente avanzadas. Ya que el sol era considerado como la personificación de la Deidad Suprema, aquellas formas de vida sobre las cuales éste ejercía una marcada influencia, eran veneradas como sagradas para la Divinidad. Por su afinidad la Divinidad. Por su afinidad claramente perceptible con el sol, al girasol se le otorgó una alta distinción entre las plantas sagradas. 

Las plantas que tienen tres hojas, como el trébol, se utilizaban en muchos cultos religiosos para representar el principio de la trinidad. Se supone que san Patricio utilizó el trébol para explicar su doctrina de la divinidad trina. El motivo de la santidad adicional que se otorgaba a la cuarta hoja consiste en que el cuarto principio de la Trinidad es el hombre y, por consiguiente, la presencia de aquella hoja representa la redención de la humanidad. Durante la iniciación en los Misterios y la lectura de los libros sagrados, la gente se ponía coronas de flores o de hojas, para indicar que estos procesos estaban consagrados a las divinidades. Richard Payne Knight escribe lo siguiente acerca del simbolismo de las coronas: «En lugar de cuentas, en las monedas aparecen coronas de hojas, por lo general de laurel, olivo, mirto, hiedra o roble, algunas veces alrededor de las figuras simbólicas y otras veces sobre su cabeza, como guirnaldas. Todas estaban consagradas a alguna personificación particular de la divinidad y representaban algún atributo determinado y, en general, todas las perennes eran plantas dionisíacas, es decir, símbolos del poder generativo, que expresa la perpetuidad de la juventud y la energía, como los círculos de cuentas y las diademas expresan la perpetuidad de la existencia».


La Piedra Filosofal es un antiguo símbolo del hombre perfeccionado y regenerado cuya naturaleza divina resplandece a través de una cadena de vehículos purificados y desarrollados. Al igual que el áspero diamante es opaco y sin vida cuando es extraído del carbón negro, así también la naturaleza espiritual del hombre en su estado caído revela poca, si alguna, de su inherente luminosidad. Al igual que en las manos del diestro lapidario la piedra sin forma se transforma en una brillante gema de cuyas facetas emanan corrientes de fuego multicolor, así también sobre el torno del Divino Lapidario el alma del hombre es cimentada y pulida hasta reflejar la gloria de su Creador desde cada átomo.

El perfeccionamiento del Alma de Diamante a través del arte filosóficoalquímico es el objeto oculto del Rosacrucismo Hermético. Albert Mackey ve una correlación entre la Piedra Filosofal y el Templo Masónico, ya que ambos representan la realización y el logro del ideal. En la filosofía, la Piedra del Sabio es «la Razón suprema e inalterable. Encontrar lo Absoluto en lo Infinito, en lo Indefinido y en lo Finito, es el Magnum Opus, la Gran Obra de los Sabios, que Hermes denominó la Obra del Sol». (Ver Albert Pike: Moral y Dogma…). Quien posea la Piedra Filosofal posee la Verdad, el más grande de todos los tesoros, y por lo tanto, es rico más allá de lo estimado por el hombre; es inmortal porque la Razón no tiene en cuenta a la muerte y él está curado de Ignorancia, la más abominable de todas las enfermedades. La Piedra Hermética es Poder Divino, algo que todos los hombres buscan pero que solo encuentran aquellos que la ven como un intercambio de ese poder temporal que debe morir. Para el místico, la Piedra Filosofal es amor perfecto que transmuta todo lo que es básico y eleva todo lo que está muerto.

Manly Palmer Hall