domingo, 15 de diciembre de 2019

LA LUZ DE ASIA - PREFACIO / LIBRO I


Traté de pintar en este poema, por intermedio de un devoto budista imaginario, la vida y el carácter, así como la filosofía, de este noble héroe reformador, el príncipe indio Gautama, fundador del budismo. La generación precedente en Europa no sabía nada o casi nada de esta gran religión de Asia, que existe, sin embargo, desde hace veinticuatro siglos, y que sobrepuja ahora, por el número de sus fieles y la extensión de los países donde reina, a cualquiera otra forma de creencia. Cuatrocientos setenta millones de hombres viven y mueren bajo la regla de Gautama, y el dominio espiritual de este antiguo maestro, se extiende en la actualidad en el Nepal, la isla de Ceilán, toda la península del Extremo Oriente, China, el Japón, el Tíbet, el Asia central, Siberia y hasta en la Laponia sueca. La India misma podría, con justo título, estar comprendida en el magnífico imperio de esta Fe, porque aunque la práctica del budismo haya desaparecido casi por completo de su país natal, la huella de la enseñanza sublime de Gautama está impresa de manera indeleble en el brahmanismo moderno, y los hábitos y convicciones más característicos de los indios manan evidentemente de la benigna influencia de los preceptos de Buda. 

Más de una tercera parte de la Humanidad debe sus ideas morales y religiosas a este ilustre príncipe, cuya personalidad, aunque revelada de un modo imperfecto por las fuentes de información que existen, aparecen, no obstante, como la más alta, más amable, más santa y más benéfica (salvo una excepción única) en la historia del pensamiento. Los libros budistas por más que estén en desacuerdo sobre determinados detalles y plagados de alteraciones, de invenciones y de errores, están unánimes en este punto; en no relatar nada — ni un acto, ni una palabra — que empañe la perfecta pureza y la ternura de este Maestro indio, que unió a las mejores cualidades de un príncipe la inteligencia de un sabio y la devoción apasionada de un mártir. Por eso Barthélemy Saint- Hilaire, aunque interpretó de manera completamente errónea ciertos puntos del budismo, con junto título es citado por el profesor Max Müller, cuando dice del príncipe Siddharta: “Su vida no tiene mancha. 

Su constante heroísmo iguala a su convicción; y si la teoría que preconiza es falsa, los ejemplos personales que da son irreprochables. Es el modelo acabado de todas las virtudes que predica. Su abnegación, su caridad, su inalterable dulzura no se demienten ni un solo instante… Prepara silenciosamente su doctrina con seis años de retiro y de meditación, la propaga por el sólo poder de la palabra y la persuasión durante más de medio siglo, y cuando muere en los brazos de sus discípulos lo hace con la serenidad de un sabio que practicó el bien toda su vida, y está seguro de haber encontrado lo verdadero”. Gautama tuvo el privilegio de realizar esta prodigiosa conquista de la Humanidad, y por más que desaprobó el ritual y él mismo declaró, cuando estaba en los umbrales del Nirvana, que no era más de lo que el resto de los hombres podía llegar a ser el amor y la gratitud de Asia, desobedeciendo sus preceptos, le rindieron un culto fervoroso. 
Diariamente se esparcen brazados de flores en sus puros altares y millares de labios repiten todos los días la fórmula. 

“¡Me refugio en Buda!” El Buda de este poema, si, como está fuera de duda, existió realmente, nació en las fronteras del Nepal poco más o menos 620 años antes de Cristo, y murió alrededor del año 543 en Kusinagara, en la provincia de Udh. Por lo tanto, desde el punto de vista de la edad, otras muchas creencias son recientes si se comparan a esta religión venerable, que contiene la eternidad de una esperanza individual, la inmortalidad de un amor infinito, una fe indestructible en el buen final y la más alta aserción que se haya profesado de la libertad humana. Las extravagancias que desfiguran los anales  del budismo deben atribuirse a la degradación inevitable que siempre hacen sufrir los sacerdotes a las grandes ideas que se les confían. 

El poder y la sublimidad de las doctrinas originales de Buda deben apreciarse por su influencia, y no por sus intérpretes no por esta Iglesia ingenua, pero indolente y ceremoniosa, que se elevó sobre los cimientos de la Sangha o fraternidad budista. Puse mi poema en boca de un budista, porque para apreciar el espíritu de los pensamientos asiáticos hay que colocarse en un punto de vista oriental, y no habrían podido ser reproducidos de modo más natural ni los milagros que consagran esta historia ni la filosofía que ella encierra. La doctrina de la transmigración, por ejemplo, que no agrada a los espíritus modernos, se había establecido y era universalmente aceptada por los indios en tiempo de Buda, en la época en que Nabucodonosor tomó Jerusalén, Nínive cayó en manos de Médes y los focenses fundaron Marsella. 

La exposición que he hecho aquí de este antiguo sistema es necesariamente incompleta y conforme a las leyes del arte poético, pasa rápidamente sobre muchas materias muy importantes desde el punto de vista filosófico, así como sobre la larga carrera de Gautama. Pero he alcanzado mi objeto si conseguí dar una idea justa del sublime carácter de este noble príncipe y del sentido general de sus doctrinas. En cuanto a éstas, se ha suscitado una prodigiosa controversia entre los eruditos; les prevengo que tomé las citas budistas imperfectas, tales y como se encuentran en la obra de Spence Hardy, y que he modificado igualmente más de un pasaje en los relatos ordinarios. Sin embargo, las definiciones que doy aquí del Nirvana, del Dharma, del Karma y de otros puntos esenciales del budismo, son por lo menos, fruto de estudios considerables y también de la firme convicción de que nunca la tercera parte de la Humanidad hubiera llegado a creer en vacías abstracciones y en la Nada como fin y coronamiento del Ser. Para terminar, venerando al ilustre Propagador de esta Luz de Asia y rindiéndoles homenaje a todos estos sabios eminentes que consagraron nobles trabajos a su memoria y que tienen más tiempo y más espacio que yo, ruego que se me perdonen los errores de mi estudio demasiado precipitado. Fue hecho en los cortos intervalos de días muy ocupados, pero está inspirado por un vivo deseo de ayudar al Oriente y al Occidente a conocerse mejor. Llegará el tiempo, lo espero, en que este libro y mi Cantar de los Cantares indio, sí como mis Idilios indios, salvarán la memoria de alguien que amó la India y los pueblos indostánicos. 

  EDWIN ARNOLD. 

LIBRO I

 La Escritura del Salvador del mundo, el Señor Buda — llamado en la tierra el príncipe Siddartha —, incomparable sobre la Tierra, en los Cielos y en los Infiernos, honrado por todos, el más sabio, el mejor, el más compasivo el que enseñó el Nirvana y la Ley. He aquí como nació de nuevo entre los hombres. Bajo la esfera más alta están sentados los cuatro Regentes que gobiernan nuestro mundo; y bajo ellos se encuentran las zonas más próximas, elevadas, sin embargo, donde los espíritus de los santos difuntos esperan tres veces diez mil años, y luego tornan a la vida. Y sobre el Señor Buda, aguardando en este cielo, cayeron para nuestra felicidad los signos inequívocos del nacimiento, de modo que los Devas1 comprendieron los signos y dijeron: “Buda irá de nuevo a salvar al mundo”. “Sí —dijo—, ahora voy a salvar al mundo, y esta será la última vez; porque de aquí en adelante el nacimiento y la muerte concluyen para mí y para los que aprendan mi Ley. 

Voy a descender entre los Sakyas, al Sur del nivoso Himalaya, donde viven un pueblo piadoso y un rey justo”. Esa noche, la esposa del rey Sudhodana, la reina Maya, dormida al lado de su señor, tuvo un sueño extraño; soñó que una estrella del cielo espléndida, con seis rayos, y color de rosada perla, sobre la cual se veía un elefante armado con seis colmillos y blanco como la leche de Kamadhuk2, atravesaba el espacio, y brillando en él penetraba en su seno del lado derecho. Cuando despertó, una felicidad sobrehumana henchía su pecho, y sobre la mitad de la tierra una luz deliciosa precedió a la aurora. Las poderosas montañas se estremecieron, se apaciguaron las olas, todas las flores, que se abren al calor de la mañana reventaron como en pleno mediodía, y en los más remotos infiernos la alegría de la Reina pasó como el sol ardiente que arroja un rayo de oro en los bosques tupidos; y en todas las profundidades corrió un tierno murmullo que decía: “¡Oh sí! ¡Los muertos que van a tornar a la vida, los vivos que fallecen, se levantan, escuchan y esperan! ¡Llegó Buda!” 

Un gran pez se extendió también en los limbos innumerables, el corazón del mundo palpitó, y un viento de dulzura desconocida sopló sobre las tierras y los mares. Y cuando llegó la mañana y todo esto fue referido, los viejos augures de cabellos grises dijeron: “El sueño es bueno, Cáncer está en conjunción con el sol; la reina tendrá un hijo, u niño divino, dotado de ciencia maravillosa, útil a todos los seres, que libertará de la ignorancia a los hombres, o, si se digna a hacerlo, gobernará al mundo”. He aquí cómo nació el santo Buda: Al terminar su gestación, la reina Maya se encontraba a la hora de la siesta en los jardines del palacio, a la sombra de un árbol palsa, de tronco robusto, recto como la columna de un templo, adornado con una corona de hojas brillantes y de flores perfumadas; sabiendo que el tiempo había llegado —porque esto lo sabían todas las cosas—, el árbol consciente inclinó sus ramas flexibles para rodear de un bosquecillo la majestad de la reina Maya, y la tierra hizo brotar repentinamente un millar de flores para cubrir su lecho, mientras la roca dura hizo saltar una fuente de agua cristalina para que le sirviese de baño. 

Entonces ella dio a luz, sin dolor, a su hijo que tenía en sus formas perfectas los treinta y dos signos del nacimiento bendito. Esta gran nueva llegó al palacio. Pero cuando trajeron el palanquín de brillantes colores para transportar el niño a la casa, los portadores fueron los cuatro Regentes de la tierra, que bajaron del monte Sumerú3 —que escriben las acciones de los hombres en placas de bronce—; el Ángel del Este, cuyos ejércitos ataviados con túnicas de plata, llevan escudos de perlas; el Ángel del Sur cuyos caballeros, los Kumbandas cabalgan en corceles azules y tienen escudos de zafiro; el Ángel del Oeste, seguido de los Nagas, jinetes en caballos de color sangre, con escudos de coral; el Ángel del Norte, rodeado de sus Yakshads cubiertos de oro, sobre caballos amarillos, con escudos de oro. Y estos Ángeles, disimulando su esplendor, descendieron y tomaron las pértigas del palanquín, semejándose a los portadores por su traje y aspecto, aunque eran dioses potentes; y ese día los dioses se pasearon entre los hombres, que lo ignoraban; porque el cielo estaba lleno de alegría, a causa de la felicidad de la tierra, sabiendo que el Señor Buda había tornado a ella. Pero el rey Sudhodana ignoraba esto, temía presagios funestos, hasta el momento en que sus adivinos auguraron un príncipe dominador de la tierra, un Chakravartin4, tal y como nace uno cada mil años para gobernar el mundo; tiene siete dones: el disco divino, llamado Chakra-ratna5, la gema; el caballo Aswaratna, valiente corcel que galopa en las nubes; un elefante blanco como la nieve, el Hastiratna, nacido para llevar a su Rey; el Ministro sagaz, el General invencible, y la Mujer de gracia incomparable, Isti-ratna, más bella que la aurora. 

En espera de estos dones destinados al niño maravilloso, el rey ordenó a su ciudad que celebrase una gran fiesta; por lo tanto, barrieron las calles regándolas con esencia de rosa, adornaron los árboles con linternas y banderas, mientras la multitud, alborozada, rodeaba curiosamente a los esgrimistas, los bailarines, los juglares, los hechiceros, los danzantes de cuerda y las bailadores de natuch6, con trusas lentejueleadas, que hacían repiquetear alegremente los cascabeles de sus pies ágiles; había también máscaras vestidas con pieles de oso o de gamo, domadores de tigres, atletas, hombres que hacían combatir codornices, otros que golpeaban tambores o hacían vibrar cuerdas de bronce, y todos, por orden,divertían al pueblo. 

Además, vinieron mercaderes de países lejanos, trayendo, a la nueva de este nacimiento, ricos presentes en platos de oro; chales de pelo de cabra, nardo, jade, turquesas color de cielo crepuscular, tejidos tan finos que doce veces plegados no velaban un rostro pudoroso, cinturones bordados de perlas, madera de sándalo, homenajes de las ciudades tributarias; y llamaron a su Príncipe Savarthasiddh (el que hace prosperar todo), y para abreviar, Siddartha. Entre los extranjeros vino un santo de cabellos grises, Asita, cuyos oídos, desde hacía largo tiempo cerrados a los ruidos de la tierra, percibían las armonías celestes, y mientras estuvo en oración bajo su árbol pipal7, oyó que los Devas cantaban en honor del nacimiento de Buda. 

Estaba dotado de maravillosa ciencia, gracias a su edad y ayunos, y cuando se aproximó, tenía tan venerable aspecto, que el Rey le saludó, y la reina Maya puso a su hijo a los santos pies del asceta; pero cuando vio el Príncipe, exclamó el anciano: “¡Ah Reina, no hagas esto!” Y se prosternó, hundiendo ocho veces en el polvo su rostro curtido, diciendo: “¡Oh niño, te adoro! ¡Tú eres Él! Veo la luz rosada, las líneas de las plantas de los pies, la dulce huella encorvada del Swastika8, los treinta y dos signos sagrados principales y las ochenta señales de menor importancia. Tú eres Buda, tú predicarás la Ley y salvarás a todos los seres que la aprendan, pero yo no te escucharé, porque moriré muy pronto, yo que no hace mucho llamaba a la muerte, sin embargo, te vi. Sabe ¡oh Rey! que eres la flor de nuestro árbol humano que sólo una vez se abre en muchas miríadas de años, pero que una vez abierta llena el mundo con el perfume de la Ciencia y la miel del Amor; de tu cepa real sale un loto celeste. ¡Feliz hogar! Sin embargo, no por completo dichoso, porque una espada, ¡oh Rey! atravesará tus entrañas a causa de este niño; y tú, dulce Reina, cara a todos los dioses y a todos los hombres, merced a este gran nacimiento, te has vuelto demasiada sagrada para sufrir por más tiempo; y como es un sufrimiento la vida, dentro de siete días alcanzarás el término del dolor”. 

Lo que aconteció, porque la séptima noche la reina Maya se durmió sonriente y no despertó ya, y pasó, feliz, al cielo Trayastrinshas, donde innumerables Devas la honran y con cuidado velan a esta madre bienaventurada. Para el niño eligieron como nodriza a la princesa Mahapradhapati; su seno alimentó con noble leche a Aquel cuyos labios confortan a los mundos. Cuando cumplió ocho años, el Rey, previsor, pensó en enseñar a su hijo cuanto un príncipe debe aprender, porque pretendía desviar de él el destino milagroso demasiado sublime que le predijeran, las glorias y los sufrimientos de un Buda. Reunió por esto su Consejo de ministros, y les preguntó: “¿Cuál es el hombre más sabio, monseñores, para enseñar a mi príncipe lo que un príncipe debe saber?” 

Inmediatamente respondieron todos con voz unánime: “¡Oh Rey! Viswamitra es el más sabio, el más versado en las Escrituras y el más apto para enseñar las artes manuales y todo lo demás”. Entonces Viswamitra vino y escuchó las órdenes; y en el día propicio, tomó el Príncipe sus tablillas de sándalo rojo, cubiertas de fino polvo de esmeril y cuyos márgenes estaban ornados de piedras preciosas. Tomó también su estilo para escribir, y con los ojos bajos se colocó frente al sabio, que le dijo: “Niño, escribe esta Escritura”, y le dictó lentamente la estrofa llamada Gayatri, que sólo las personas de lato nacimiento deben escuchar: 

Om, tatsa viturvarenyam 
Bhargo devasta dhimahi Dhiyo 
yo ra prachodayat.

 “Atcharya10, escribo”, respondió dulcemente el Príncipe; y rápidamente trazó en el polvo, no en una escritura, sino en muchos caracteres, la estrofa sagrada; la escribió en Nagri, en Dakshin, Ni, Mangal, Parusha, Yava, Tirthi, Uk, Darad, Sikhyani, Mana, Madhyachar, empleó las escrituras pintadas y el lenguaje de los signos, las lenguas de los hombres de las cavernas y de los pueblos del mar, de los que adornan las serpientes que viven bajo la tierra y de los que rinden culto a la llama y al sol, de los Magos y de los que habitan fortalezas; trazó una después de otra, con estilo, todas las escrituras de todas las naciones, leyendo los versos del maestro en cada lengua; y Viswamitra dijo: “Esto basta; pasemos a los números. Repite después de mí tu numeración hasta que alcancemos el lakh11: uno, dos, tres cuatro, hasta diez, y en seguida por decenas hasta los cientos y los mil”. 

Después de él, el niño contó las unidades, las decenas, leas centenas, y no se detuvo en el lakh, sino que murmuró dulcemente: “En seguida viene el koti, el nahut, el ninnahut, khamba, viskhamba, abad, attata; después se llega a los kumuds, grundhikas y utpalas, a los pundarikas, y por último, a los padumas, que sirven para contar las moléculas más ínfimas de la tierra de Hastinagir hasta el polvo más fino; pero más allá hay otra numeración, el Katha, que sirve para contar las estrellas de la noche; el Koti-katha, para enumerar las gotas de agua del Océano; Ingá, el cálculo de los círculos, Sarvanikchepa, por medio del cual se cuentan todas las arenas del Ganges, y en fin, llegamos a los Antah-Kalpas, cuya unidad es la arena de diez crores12 del Ganges. Si se desea una escala más vasta, la Aritmética emplea el Asankya, que es la numeración de todas las gotas de agua que caerían sobre los mundos durante una lluvia incesante de diez mil años; por último, se llega a los Maha-kalpas13, por los cuales cuentan los dioses su futuro y su pasado”. “Está bien —replicó el sabio—, muy noble Príncipe; si sabes esto, ¿es necesario que te enseñe la medida de las líneas?” 

El niño respondió modestamente: “Atcharya, escuchadme. Diez paramnus hacen un parasukshma; diez de estos últimos forman el trasarene; y siete trasarenes tienen la longitud de un átomo que flota en un rayo de sol; siete átomos son del grueso de un pelo del bigote de un ratón, y diez de éstos hacen un likya, diez likyas un yuca, diez yucas un corazón de grano de cebada, que está contenida siete veces en una talla de avispa; se llega de esta manera al grano de mung14 y de mostaza, y al grano de cebada, de los que diez hacen una coyuntura de dedo; doce coyunturas forman un palmo; después llegamos al codo, a la pértiga, a la longitud del arco, de la lanza; veinte longitudes de lanza forma lo que se llama “un soplo”, que es el espacio que un hombre puede recorrer sin recobrar aliento, un gow es cuarenta veces la medida precedente, cuarenta gows forman un yodhana, y, Maestro, si lo deseáis, os enumeraré cuántos átomos hay en un vodhana”. E inmediatamente el joven Príncipe indicó sin equivocarse el número total de átomos. Pero Viswamitra, al escucharlo, se prosternó ante el niño, exclamando: “Tú eres el maestro de tus maestros; eres tú, y no yo, el que es el Gurú.15 

¡Oh! Te adoro, dulce Príncipe, que no has venido a mis escuela sino para mostrarme que sabes todo sin libros y que también sabes practicar el sincero respeto”. El Señor Buda tuvo este mismo respeto para todos sus profesores, aunque supo más que ellos; hablaba de modo amable, aunque era tan sabio; tenía aspecto de príncipe con maneras dulces; era modesto, deferente, tenía tierno el corazón, y sin embargo, dotado de un valor intrépido; ningún caballero era más atrevido en la alegre caza a las tímidas gacelas; ningún conductor de carro más diestro en las carreras que se efectuaban en los patios del palacio; sin embargo, en medio del juego, el niño se detenía a menudo dejando escapar el gamo; frecuentemente abandonaba una carrera casi ganada, porque los corceles fatigados, ya no tenían aliento, o porque veía a los príncipes compañeros de sus juegos afligidos de perder, o porque se apoderaba de él algún ensueño pensativo. Y con los años, este carácter compasivo no hizo sino crecer como un árbol que sale de dos tiernos renuevos y acaba por extender su sombra a lo lejos; no conocía la tristeza, el dolor y las lágrimas; los conocía sólo como nombres extraños que se aplican a cosas que los reyes no experimentan ni deben sentir jamás. 

Sucedió entonces que en el jardín real, un día de primavera, pasó una bandada de cisnes silvestres que volaban hacia el Norte para buscar sus nidos en el corazón del Himalaya; los pájaros, alegres, volaban, guiados por el amor, marcando el paso de su banda nivosa con sus tiernos gritos; y Devatta, primo del príncipe, tendiendo su arco, disparó una flecha bien apuntada que alcanzó las anchas alas del primer cisne, tendidas para deslizarse por el libre camino azul, de manera que cayó atravesado por la punta cruel, y grandes gotas de sangre escarlata mancharon sus plumas inmaculadas, viendo esto, el príncipe Siddartha levantó tiernamente al pájaro, y lo oprimió contra su seno, se sentó con las piernas cruzadas como lo hace le Señor Buda, ya para calmar el terror del animal silvestre, arregló sus alas maltrechas, calmó su precipitado corazón, le acarició dulcemente con sus manos buenas y ligeras, tersas como hojas de plátano frescamente abiertas; y mientras que con su mano izquierda retenía al pájaro, con la mano derecha quitaba el acero cruel y ponía hojas frescas y miel calmante en la herida. 

Y a tal grado ignoraba el niño lo que era el dolor, que apretó curiosamente la flecha con su mano, y se sobresaltó al sentir su punta, y llorando acarició de nuevo a su pájaro. Entonces vino alguien que dijo: “Mi Príncipe tiró contra un cisne que cayó aquí en medio de las rosas, y os ruega que se lo enviéis. ¿Queréis hacerlo?” “No —respondió Siddhartha—; si el pájaro hubiese muerto, estaría bien devolvérselo al que lo mató; pero el cisne vive, mi primo no dio muerte sino a la celeridad divina que agitaba esta ala blanca”. Y Devatta replicó: “El ave silvestre, viva o muerta, es del que la abatió; en las nubes a nadie pertenece; pero caída es mía. Dame mi presa, primo”. Entonces nuestro Señor oprimió contra su tierna mejilla el cuello del cisne y dijo gravemente: “¡Os digo que no! El pájaro es mío: es la primera de las miríadas de cosas que me pertenecerán por el derecho de la piedad y de la omnipotencia del amor. Porque ahora se, por lo que en mí se agita, que enseñaré la compasión a los hombres y seré un intérprete del mundo que no puede hablar, y disminuiré el flujo maldito del dolor universal. Pero si el Príncipe contesta, que someta el caso a los sabios y esperaremos su decisión”. Así se hizo; el asunto fue discutido en pleno diván16, y unos eran de una opinión y otros de otra, cuando apareció un sacerdote desconocido que dijo: “Si la vida vale algo, el salvador de una vida posee más al ser vivo que el que intentó matarlo. 

El matador estropea y destruye, el protector socorre; dadle el pájaro”. Todos encontraron atinado este juicio; pero cuando el rey buscó al sabio para honrarlo, había desaparecido, y alguien vio una serpiente cobra17 que se deslizaba fuera. ¡Los dioses vienen a menudo bajo esta forma! Es así como nuestro Señor Buda comenzó su obra de misericordia. Sin embargo, no conocía aún otro dolor que el del pájaro que, curado, alcanzó jubilosamente a los suyos. Pero otro día el Rey dijo: “Ven, mi querido hijo, y mira el encanto de la primavera, y cómo la tierra fecunda está deseosa de producir sus riquezas para el segador; como mi reino —que será el tuyo cuando la pira flamee para mí— alimenta todas sus bocas y llena el cofre del rey. La estación es bella en su atavío de hojas nuevas, de flores ostentosas y de hierba verde; escucha los gritos alegres de los labradores”. 

Caminaba así a través de una comarca de fuentes y jardines, contemplando los bueyes que recorrían los fértiles barbechos alargando sus cuellos robustos bajo el yugo opresor; la tierra feraz brotaba y se enrollaba en largas olas suaves detrás del arado, y el labrador apoyaba los dos pies en la reja para hacer más profundo el surco. Entre las palmeras burbujeantes arroyos murmuraban, y la tierra gozosa bordaba sus márgenes de balsaminas y toronjiles de hojas barbadas. Por otro lado había sembradores que iban regando la simiente; y todo el juncal reía, con las canciones en los nidos, y todas las malezas se estremecían con la vida de seres minúsculos, el lacerto, la abeja, el escarabajo y todas las bestias que se arrastran, porque estaban alegres con la primavera, En las ramas de los manglares chispeaban los colibríes; sólo en su fragua verde, el calderero18 trabajaba ruidoso; los abejarucos de pico encorvado perseguían las mariposas multicolores; más allá las ardillas rayadas19 cazaban; las mainas, engallándose, pecoreaban; las siete hermanas morenas20 chillaban en los zarzales; el gato montés, abigarrado, comedor de peces, estaba en acecho a la orilla del estanque; las garzotas caminaban apaciblemente entre los búfalos; los milanos revolaban en el aire dorado; cerca del templo de brillantes colores volaban los pavos; las palomas zureaban en cada muro; a la distancia resonaban los tambores de la ciudad para una fiesta nupcial; todas las cosas hablaban de paz y de abundancia, y el Príncipe las veía y se regocijaba. 

Pero contemplando el fondo de las cosas, vio las espinas que crecían bajo esta rosa de la vida; vio que el campesino tostado gana su salario con el sudor de su frente, padeciendo para tener el derecho de vivir; que hostigaba a los bueyes de grandes ojos en la horas ardientes, aguijoneando sus flancos afelpados; reparó en que el lacerto se come a la hormiga; y el milano a los dos, y que el halcón pescador roba al gato montés la presa que éste hiciera; vio a la urraca persiguiendo al ruiseñor que cazaba mariposas de colores de carbúnculos; de modo que por doquiera cada uno daba muerte a un matador, y a su vez era muerto, viviendo la vida de la muerte. De modo que el espectáculo encantador ocultaba una vasta, salvaje, horrible conspiración de asesinato mutuo, desde el gusano hasta el hombre, que también mataba a su semejante, mirando esto —al labrador hambriento y a sus bueyes desollados por su yugo cruel, y esta rabia de vivir que empujaba al combate a todo ser viviente—, el príncipe Siddartha suspiró: “¿Es ésta —dijo— la tierra feliz que me mostraron? ¡Cuánta sal con el pan dulce del campesino! ¡Qué dura es la servidumbre de los bueyes! ¡Cuán feroz es la guerra del débil contra el fuerte en las malezas! ¡Qué de complots en el aire! ¡Ni un refugio en la misma agua! Retiraos un poco, a un lugar separado, y dejadme reflexionar sobre lo que me habéis hecho ver”.

 Al hablar así, el buen Señor Buda tomó asiento bajo un árbol, con las piernas cruzadas, como están las estatuas santas, y por la primera vez se puso a meditar acerca del mal profundo de la vida, si origen lejano y su posible remedio. Le llenó una piedad tan vasta, un amor tan grande por los seres vivos, tal apasionamiento por aliviar el dolor, que, por su potencia, su real espíritu cayó en éxtasis, y emancipado de la mancha mortal de la sensación y la personalidad, el niño alcanzó entonces el Dhyana, que es el primero paso en “el sendero”. En este momento, muy alto en los aires, volaban cinco Espíritus, cuyas libres alas vacilaron al pasar encima del árbol: “¿Qué poder superior nos detiene en nuestro vuelo?”, dijeron, porque los Espíritus resienten toda fuerza divina y reconocen la presencia sagrada de un ser puro. Entonces mirando hacia abajo, vieron al Buda coronado de una aureola rosada, pensando en salvar a los seres; en tanto que de la arboleda una voz exclamó: “¡Rishis!21 He aquí al que salvará al mundo; descended y honradle”. 

Entonces los santos ilustres se aproximaron y cantaron un himno de alabanza plegando las alas; en seguida continuaron su camino y les llevaron buenas nuevas a los dioses. Pero alguien comisionado por el Rey para buscar al Príncipe lo encontró todavía meditando, aunque ya era más de mediodía, y el sol se precipitaba hacia los montes del Oeste; sin embargo, mientras que todas las sombras se movían, sólo la del árbol permanecía inmóvil, cubriendo a Buda, para que los rayos oblicuos no hiriesen cu augusta cabeza, y el que vio este espectáculo oyó una voz que decía en medio de las flores de los manzanos rosados: “Dejad tranquilo al Hijo del Rey; en tanto que la sombra no salga de su corazón, la mía permanecerá inmóvil”. 

1 Divinidades inferiores, genios. 
2 Vaca fabulosa, cuya leche entra en la composición del amrita, néctar de los dioses indostánicos. 
3 Montaña fabulosa cuya cima es la morada de las principales divinidades indias. 
4 (Sánscrito). Emperador todopoderoso, literalmente el que está protegido por el disco (chakra) de Visnú. Todavía en la actualidad se dio este título a la reina Victoria, emperatriz de las Indias. 
5 Ratna (sánscrito), piedra preciosa 
6 (Indostánico), bayaderas. 
7 Llamado también baniano, ficus religiosa. 
8 Signo mágico que tiene la forma de una cruz con las extremidades encorvadas. 
9 Esta plegaria, tomada de los Vedas, solamente los brahmanes pueden aprenderla. He aquí la traducción literal que da Balfour (Cyclopoedia of India): “Om, meditemos sobre el supremo esplendor del sol divino, para que pueda alumbrar nuestros espíritus”. La palabra om o aum es una sílaba sagrada, compuesta de la gutural más abierta A y de la labial más cerrada M reunidas por la U, que se pronuncia arrojando el sonido de la garganta a los labios; es considerada por los brahmanes como el símbolo más general de todos los sonidos posibles, el sonido-Brchma, el Verbo. (Véase Swami Vivekananda, Bhakti Yoga, página 28). 
10 Maestro (sánscrito). 
11 Un lakh = 1.000.000 
12 Un crore = 100 lakhs. 
13 El Palpa es un día de Brahma; equivale a 4.320 millones de años; al fin de cada kalpa, el universo es reabsorbido en la Divinidad. 
14 (Ind.) Phaseolus mungo, grano comestible. 
15 Preceptor. 
16 Consejo de ministros. 
17 Cuando se yergue, su cabeza se dilata en forma de capuchón, lo que ha valido el nombre portugués de cobra da capello; es dorada por los indostánicos. 
18 Pájaro de la familia del Pico. 
19 Especie de ardilla pequeña, llamada también rata palmista, muy común en la India. 
20 Especie de mainas, que van generalmente en grupo de siete. 
21 Santos según la mitología indostánica, los Rishis salieron del espíritu de Brahma y son en número de siete.

domingo, 1 de septiembre de 2019

LAS ENSEÑANZAS SECRETAS DE TODOS LOS TIEMPOS - MAGIA CEREMONIAL Y BRUJERÍA




La magia ceremonial es el arte antiguo de invocar y controlar a los espíritus mediante la aplicación científica de determinadas fórmulas. Un mago, envuelto en vestiduras sagradas y con una varita que lleve inscritas figuras jeroglíficas, podía, por el poder que le conferían determinadas palabras y símbolos, controlar a los habitantes invisibles de los elementos y del mundo astral. Si bien la magia ceremonial compleja de la Antigüedad no era necesariamente mala, de su perversión surgieron varias escuelas falsas de brujería o magia negra. Egipto, un gran centro del saber y cuna de numerosas artes y ciencias, proporcionó un entorno ideal para la experimentación trascendental. Allí, los magos negros de la Atlántida siguieron ejerciendo sus poderes sobrehumanos hasta socavar y corromper por completo la moralidad de los Misterios primitivos. 

Mediante el establecimiento de una casta sacerdotal, usurparon el puesto que antes ocupaban los iniciados y tomaron las riendas del gobierno espiritual. De este modo, la magia negra dictaba la religión estatal y paralizaba las actividades intelectuales y espirituales del individuo, al exigir su conformidad total y decidida con el dogma formulado por la clase sacerdotal. El faraón se convirtió en un títere en las manos del Concilio Escarlata, un comité de archihechiceros que los sacerdotes habían puesto en el poder. Aquellos hechiceros emprendieron entonces la destrucción sistemática de todas las claves de la Sabiduría Antigua, para que nadie pudiera tener acceso al conocimiento necesario para llegar a ser maestro sin haberse convertido antes en miembro de su orden. Mutilaron los rituales de los Misterios mientras presumían de preservarlos, de modo que, aunque el neófito pasara de un grado a otro, no pudiera obtener el conocimiento que le correspondía. Se introdujo la idolatría, al alentarse el culto a las imágenes que al principio los sabios habían erigido solo como símbolos para el estudio y la meditación. 

Se dieron falsas interpretaciones a los emblemas y las figuras de los Misterios y se crearon teologías complicadas para confundir la mente de sus devotos. Las masas, privadas de su derecho inalienable al saber y sumidas en la ignorancia, acabaron por convenirse en esclavos abyectos de los impostores espirituales. Se impuso en todo el mundo la superstición y los magos negros dominaban por completo los asuntos nacionales, como consecuencia de lo cual la humanidad sigue padeciendo las sofisterías de la clase sacerdotal de la Atlántida y Egipto. Plenamente convencidos de que sus Escrituras lo aprobaban, muchos cabalistas medievales dedicaron su vida a la práctica de la magia ceremonial. 
El trascendentalismo de los cabalistas se basa en la fórmula antigua y mágica del rey Salomón, a quien los judíos consideran desde hace mucho el príncipe de los magos ceremoniales. Entre los cabalistas de la Edad Media había gran cantidad de magos negros, que se alejaron de los conceptos nobles del Sefer Yetzirah para enredarse en el demonismo y la brujería. 

Pretendían reemplazar con espejos mágicos, puñales consagrados y círculos desplegados en torno a postes de clavos de ataúdes la vida virtuosa que, sin la asistencia de complejos rituales ni de criaturas inframundanas conduce al hombre, indefectiblemente, a un estado de auténtica completitud individual. Quienes pretendían controlar a los espíritus elementales mediante la magia ceremonial esperaban obtener de los mundos invisibles conocimientos poco comunes o poderes sobrenaturales. 

El diablillo rojo de Napoleón Bonaparte y las cabezas oraculares de infausta memoria de los Medici son ejemplos de las desastrosas consecuencias que acarrea permitir que los seres elementales dicten el curso del proceder humano. Aunque parezca que el demonio erudito y divino de Sócrates ha sido una excepción, en realidad esto demuestra que la condición intelectual y moral del mago tiene mucho que ver con el tipo de elemental que es capaz de invocar; sin embargo, hasta el demonio de Sócrates lo abandonó cuando se dictó su sentencia de muerte. 

El trascendentalismo y todas las formas de magia fenomenalista no son más que callejones sin salida, productos de la hechicería de los atlantes, y quienes abandonan el camino recto de la filosofía para deambular por allí casi siempre han sido víctimas de su imprudencia. Cuando el hombre es incapaz de controlar sus propios apetitos, tampoco es capaz de gobernar a unos espíritus elementales fogosos y apasionados.


BAPHOMET, LA CABRA DE MENDES
Éliphas Lévi: Trascendental Magic

La práctica de la magia, tanto la blanca como la negra, depende de la capacidad del adepto para controlar la fuerza vital universal, lo que Éliphas Lévi llama el gran agente mágico, o la luz astral. Mediante la manipulación de esta esencia fluida, se producen los fenómenos del trascendentalismo. La famosa cabra de Mendes era una criatura hermafrodita compleja, que simbolizaba aquella luz astral. Es idéntica a Baphomet, el pantheos mítico de unos discípulos de la magia ceremonial —los Templarios—, que probablemente la obtuvieron de los árabes.


Más de un mago ha perdido la vida por haberse internado por un camino en el cual las criaturas submundanas podían intervenir activamente en sus asuntos. ¿Qué esperaba conseguir Éliphas Lévi cuando invocaba al espíritu de Apolonio de Tiana? ¿Acaso satisfacer la curiosidad constituye motivo suficiente para justificar la dedicación de toda una vida a una empresa peligrosa e inútil? Si Apolonio, cuando estaba vivo, se negaba a divulgar sus secretos a los profanos, ¿existe alguna probabilidad de que, después de muerto, los revele a los curiosos? 

El propio Lévi no se atrevía a afirmar que el espectro que se le apareció fuese en realidad el gran filósofo, porque era muy consciente de la propensión de los elementales a hacerse pasar por los muertos. La mayoría de las modernas apariciones espiritistas no son más que criaturas elementales que se hacen pasar por cuerpos compuestos por la sustancia del pensamiento suministrada precisamente por las personas que desean contemplar aquellos espectros de seres incorpóreos. 
La teoría y la práctica de la magia negra A partir de un breve análisis de sus premisas básicas, podemos aclarar un poco la complejidad de la teoría y la práctica de la magia ceremonial. 

Primera. El universo visible tiene una contrapartida invisible, cuyos planos superiores están poblados por espíritus buenos y hermosos, mientras que los planos inferiores, oscuros y ominosos, son la morada de los malos espíritus y los demonios dirigidos por el ángel caído y sus diez príncipes. 

Segunda. Mediante los procesos secretos de la magia ceremonial es posible ponerse en contacto con estas criaturas invisibles y obtener su ayuda para algunas tareas humanas. 

Los espíritus buenos prestan ayuda de buen grado para cualquier empresa respetable; en cambio, los espíritus del mal solo sirven a aquellos que viven para corromper y destruir. 

Tercera. Es posible establecer pactos con los espíritus, en virtud de los cuales el mago se convierte, por un tiempo determinado, en amo de un ser elemental. Cuarta. La magia negra se celebra con la colaboración de un espíritu demoníaco, que sirve al hechicero durante toda su vida terrenal, con la condición de que, después de su muerte, el mago se convierta en siervo de su propio demonio. 
Por este motivo, el mago negro hará lo imposible por prolongar su existencia física, puesto que no le espera nada más allá de la tumba. La forma más peligrosa de magia negra es la perversión científica del poder oculto para satisfacer un deseo personal. 

Su forma menos compleja y más universal es el egoísmo humano, porque el egoísmo es la causa fundamental de todo el mal terrenal. 
Un hombre es capaz de entregar su alma eterna a cambio del poder temporal y a lo largo de los siglos ha evolucionado un proceso misterioso que en realidad le permite hacer este intercambio. 
En sus diversas ramas, el arte negro incluye casi todas las formas de la magia ceremonial, la nigromancia, la brujería, la hechicería y el vampirismo. 

Dentro de la misma categoría general se incluyen también el mesmerismo y el hipnotismo, salvo cuando se utilizan exclusivamente con fines médicos, aunque incluso entonces existe un elemento de riesgo para todas las partes implicadas. Aunque parecería que el demonismo medieval ha desaparecido, existen pruebas en abundancia de que en muchas formas del pensamiento moderno — sobre todo en las llamadas psicología de la prosperidad, metafísica del fortalecimiento de la fuerza de voluntad y tácticas de venta agresiva— la magia negra no ha hecho más que experimentar una metamorfosis y, por más que su nombre haya cambiado, su naturaleza sigue siendo la misma.


Un mago medieval muy famoso fue el doctor Johannes Faustus, más conocido como el doctor Fausto, que, mediante el estudio de obras mágicas, logró someter a su servicio a un elemental que le sirvió durante muchos años de diversas formas. Se cuentan extrañas leyendas acerca de los poderes mágicos del doctor Fausto. En una ocasión en la que, aparentemente, el filósofo estaba juguetón, arrojó su manto sobre un montón de huevos que había en la cesta de una vendedora en el mercado y de inmediato salieron de ellos los polluelos.

En otra ocasión, después de haber caído por la borda de una barca, fue rescatado y devuelto a la embarcación con la ropa todavía seca. Sin embargo, como casi todos los demás magos, el doctor Fausto acabó finalmente en desastre: lo hallaron una mañana con un cuchillo clavado en la espalda y la opinión extendida fue que su espíritu familiar lo había asesinado. Si bien en general se considera que el doctor Fausto de Goethe no es más que un personaje ficticio, en realidad aquel viejo mago vivió durante el siglo XVI. El doctor Fausto escribió un libro en el cual describe sus experiencias con los espíritus, del cual copiamos a continuación un trozo.


FORMULARIO DE UN PACTO CON EL ESPÍRITU DE JÚPITER.

De El Libro Completo de Ciencia Mágica

«La mencionada Unión de «La mencionada Unión de Espíritus, que está unida al sello y al carácter del ángel planetario, debe ser escrita sobre pergamino virgen y colocada ante el Espíritu [para ser firmada] cuando éste aparezca; en ese momento, el conjurador no debe perder la confianza; más bien debe ser paciente, firme, valiente y perseverante, y cuidarse de no preguntar ni requerir nada del Espíritu que no sea una visión de la gloria de Dios y el bienestar de sus iguales. Habiendo obtenido sus deseos del Espíritu, el conjurador podrá autorizarlo a marcharse».

 Extracto del libro del Dr. Fausto, Wittenberg, 1524

Desde mi juventud he seguido las artes y las ciencias y he sido un lector de libros infatigable. Entre los que cayeron en mis manos figura un volumen que contenía todo tipo de invocaciones y fórmulas mágicas. Hallé en él información sobre la manera de obligar a un espíritu, ya sea de fuego, agua, tierra o aire, a cumplir la voluntad de un mago que sea capaz de controlarlo. Descubrí también que, como algunos espíritus son más poderosos que otros, cada uno se adapta para hacer algo diferente y cada uno es capaz de producir determinados efectos sobrenaturales.

Después de leer aquel libro extraordinario, hice varios experimentos, porque deseaba poner a prueba la veracidad de sus afirmaciones. Al principio, tenía escasa fe en que se produjera lo prometido, pero, con la primera invocación que probé, se manifestó ante mí un espíritu poderoso, que quiso saber por qué lo había invocado. Su advenimiento me dejó tan atónito que casi no supe qué decir, aunque al final le pedí que me ayudara en mis investigaciones mágicas Respondió que lo haría si se cumplían determinadas condiciones. Las condiciones eran que hiciera un pacto con él. Yo no deseaba hacerlo, pero, como en mi ignorancia no me había protegido con un círculo, sino que estaba a merced del espíritu, no me atreví a rechazar su petición y me resigné a lo inevitable, pensando que lo más prudente era dejarme llevar por la corriente. Entonces le dije que, si se mostraba servicial conmigo, según mis deseos y necesidades, durante cierto tiempo, me pondría a su disposición.

Una vez acordado el pacto, aquel espíritu poderoso, cuyo nombre era Astaroth, me presentó a otro espíritu, llamado Marbuel, que fue puesto a mi servicio. Interrogué a Marbuel, para ver si era adecuado para mis necesidades Le pregunté si era rápido y me respondió: «Tan rápido como el viento». Su respuesta no me satisfizo, de modo que le repliqué: «No puedes ser mi siervo. Vuelve por donde has venido». No tardó en manifestarse otro espíritu, cuyo nombre era Aniguel.

Le formulé la misma pregunta y me respondió que era rápido como las aves en el aire, de modo que le dije: «Tú también eres demasiado lento para mí. Vuelve por donde has venido». En el mismo instante se manifestó otro espíritu, de nombre Aziel. Por tercera vez formulé mi pregunta y él respondió: «Soy tan rápido como el pensamiento humano». «Me servirás», le dije, y aquel espíritu me fue fiel durante mucho tiempo, aunque no se puede contar cómo me sirvió en un documento de este tamaño y aquí me limitaré a indicar la manera de invocar a los espíritus y de preparar los círculos de protección. Hay muchos tipos de espíritus que se dejan invocar por el hombre y se convierten en siervos suyos De estos mencionaré algunos:

Aziel: el más poderoso de los que sirven al hombre. Se manifiesta con una forma humana agradable, de unos noventa centímetros de altura. Hay que invocarlo tres veces para que aparezca en el círculo que se ha preparado para él. Proporciona riquezas y trae cosas al instante desde grandes distancias, según la voluntad del mago. Es tan rápido como el pensamiento humano.

Aniguel: servicial y sumamente útil, se presenta con la forma de un niño de diez años.
Hay que invocarlo tres veces Está capacitado especialmente para descubrir tesoros y minerales ocultos en el suelo, que proporcionará al mago.

Marbuel: verdadero señor de las montañas y tan rápido como un pájaro volando. Es un espíritu hostil y problemático, difícil de controlar. Hay que invocarlo cuatro veces. Aparece en la persona de Marte [un guerrero con una armadura pesada]. Presentará al mago aquellas cosas que crecen por encima y por debajo de la tierra. Es en particular el señor de la raíz de primavera. [La raíz de primavera es una planta misteriosa, probablemente de color rojizo, que, según los magos medievales, tenía la propiedad de hacer salir o abrir todo lo que tocase.

Si la ponían contra una puerta cerrada con llave, la puerta se abría.
Los herméticos creían que el pájaro carpintero de cabeza roja estaba dotado especialmente de la facultad de descubrir la raíz de primavera, de modo que lo seguían hasta el nido y obturaban el agujero del árbol donde estaban sus crías. Entonces el pájaro carpintero partía enseguida a buscar la planta y, cuando la descubría, la llevaba hasta el árbol y con ella retiraba el tapón que obstruía la entrada al nido. Entonces el mago le quitaba la planta al ave. También se afirmaba que, debido a la estructura de la planta, algunos espíritus elementales que se manifestaban mediante la propensión a hacer salir o abrir cosas utilizaban el cuerpo etéreo de la raíz de primavera como medio de expresión.]

Azabel: un señor del mar poderoso, que controla lo que está tanto por encima como por debajo del agua. Recupera cosas que se han perdido o hundido en ríos, lagos y océanoa como barcos y tesoros hundidos. Cuanto más enérgica sea la invocación, más prisa se dará para cumplir su misión. 

Machiel: se presenta en forma de una hermosa doncella y con su ayuda el mago consigue honor y dignidad. Ella convierte a aquellos a quienes sirve en dignos y nobles, refinados y gentiles y colabora en todo lo relacionado con los litigios y la justicia. No se presenta a menos que se la invoque dos veces. Baruel: el maestro de todas las artes. Se manifiesta como un trabajador cualificado y se presenta con delantal. Puede enseñar más a un mago en un instante que todos los trabajadores cualificados del mundo juntos en veinte años. Hay que invocarlo tres veces. 

Estos son los espíritus más serviciales para el hombre, pero hay muchísimos más que, por falta de espacio, no puedo describir. Ahora bien, si alguien desea la ayuda de un espíritu para conseguir algo, primero tiene que dibujar el signo del espíritu al que desea invocar. El dibujo se tiene que trazar justo delante de un círculo hecho antes de la salida del sol, en el que se han de colocar el interesado y sus ayudantes. Si uno desea ayuda financiera, debe invocar al espíritu Aziel. Hay que dibujar su signo delante del círculo. Si uno quiere otras cosas, tiene que trazar el signo del espíritu capaz de proporcionarlas. En el lugar donde se va a trazar el círculo, primero hay que dibujar una cruz enorme con una espada grande con la que nadie haya sido herido. A continuación, hay que hacer tres círculos concéntricos. 

El central se hace con una tira larga de pergamino sin usar y se debe colgar encima de doce cruces hechas de madera de espino de la cruz. En el pergamino hay que escribir los nombres y los símbolos acordes con la figura que sigue. Por fuera de este primer círculo hay que trazar el segundo de esta forma: Primero se sujeta un hilo de seda roja que se haya hilado o retorcido hacia la izquierda, en lugar de hacia la derecha. A continuación se ponen en el suelo doce cruces hechas de hojas de laurel y también se prepara una tira larga de papel blanco intacto. Se escriben con una pluma sin usar los caracteres y los símbolos que se ven en el segundo círculo. 

Se enrolla esta tira de papel con el hilo de seda roja y se clava sobre las doce cruces de hojas de laurel. Por fuera de este segundo círculo se hace otro, también con pergamino sin usar, y se clava sobre doce cruces de palmera consagrada. Después de hacer estos tres círculos, uno se introduce en ellos hasta quedar de pie en el centro sobre un pentáculo trazado en el medio de la gran cruz dibujada en primer lugar. Para que salga bien, hay que hacer todo según la descripción y, después de leer toda la invocación sagrada, se pronuncia el nombre del espíritu que uno desea que aparezca. 
Es fundamental que el nombre se pronuncie con toda claridad. También hay que tener en cuenta el día y la hora, porque cada espíritu solo puede ser invocado en determinados momentos.

Si bien en el momento de firmar su pacto con el demonio elemental es posible que el mago negro esté totalmente convencido de que tiene la fuerza suficiente para controlar de forma indefinida los poderes que se ponen a su disposición, no tarda mucho en desengañarse. Antes de que hayan transcurrido muchos años, tiene que volcar todas sus energías al problema de la autopreservación. Un mundo de horrores al que su propia codicia lo ha ido adaptando se le va acercando cada vez más, hasta que existe al borde de una vorágine, esperando ser arrastrado a sus turbias profundidades de un momento a otro. Con miedo a morir, porque entonces se convertirá en siervo de su propio demonio, el mago comete un delito tras otro para prolongar su desdichada existencia terrenal. Al darse cuenta de que la vida se mantiene gracias a una misteriosa fuerza vital universal que es común a todas las criaturas, el mago negro se convierte a menudo en un vampiro oculto que roba esta energía a los demás.
Según la superstición medieval, los magos negros se convertían en hombres lobo que vagaban por la tierra durante la noche y atacaban a víctimas indefensas para conseguir la fuerza vital que contenía su sangre.
UN CÍRCULO MÁGICO The Complete Book of Magic Science (inédito) 

Representación fiel y completa de un círculo mágico diseñado por prestidigitadores medievales para invocar a los espíritus. El mago, acompañado por su ayudante, ocupa su puesto en el punto formado por la intersección de las líneas centrales marcadas «Magister». Las palabras que aparecen alrededor del círculo son los nombres de las inteligencias invisibles y las crucecitas marcan puntos en los cuales se recitan determinadas plegarias e invocaciones. El pequeño círculo externo se prepara para el espíritu que se va a invocar y mientras se usa lleva la marca de la inteligencia deseada, trazada dentro del triángulo. 

El modus operandi para la invocación de espíritus 

El siguiente fragmento condensado, extraído de un manuscrito antiguo, se reproduce a continuación como ejemplo del ritualismo de la magia ceremonial.  Plegaria inicial “Dios omnipotente y eterno que habéis ordenado toda la creación para vuestra gloria y alabanza y para la salvación del hombre, os suplico de todo corazón que enviéis a uno de vuestros espíritus de la orden de Júpiter, uno de los mensajeros de Zadkiel, a quien habéis designado gobernador de vuestro firmamento en este momento, para que fielmente, de buen grado y de inmediato me enseñe todo aquello que le pida, ordene o requiera. 

No obstante, oh, Santísimo Dios, que no se haga mi voluntad sino la vuestra, por medio de Jesucristo, vuestro único Hijo, nuestro Señor. Amén. La invocación [Después de consagrar como corresponde sus vestiduras y sus utensilios y de protegerse con su círculo, el mago invoca ahora a los espíritus para que aparezcan y accedan a sus demandas]. 

Espíritus cuya asistencia requiero, observad el signo y los nombres sagrados del Dios todopoderoso. Obedeced el poder de este pentáculo nuestro; salid de vuestras cavernas y de los lugares oscuros en los que os escondéis: interrumpid la ocupación dolorosa de los infelices mortales a los que torturáis sin cesar: venid a este lugar donde la bondad divina nos ha reunido; prestad atención a nuestras órdenes y conoced nuestras demandas justas; no penséis que vuestra resistencia nos hará cejar en nuestro empeño. Nada nos hará prescindir de vuestra obediencia. Os lo ordenamos por los nombres misteriosos de Elohe Agla Elohim Adonay Gibort. Amén. 

Apelo a vos Zadkiel, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la Santísima Trinidad, unidad inefable. Os invoco y os suplico, Zadkiel, que ahora atendáis las palabras y los conjuros que utilizaré en este día por los nombres sagrados de Dios Elohe El Elohim Elion Zebaoth Escerehie lah Adonay Tetragrammaton. Os conjuro, os exorcizo, oh, espíritu de Zadkiel, por estos nombres sagrados Hagios O Theos Iscyros Athanatos Paracletus Agla orí Alpha el Omega lolh Aglanbroth Abiel Anathiel Tetragrammaton y por todos los demás nombres de Dios grandes y gloriosos, sagrados e inefables, misteriosos, poderosos e incomprensibles, para que escuchéis las palabras de mi boca y me enviéis a Pabiel o a algún otro de los espíritus que os sirven y velan por vos para que me enseñe lo que le pida en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. 

Os suplico, Pabiel, por todos los espíritus del cielo, los serafines, querubines, tronos, dominaciones, principados, potestades, virtudes, arcángeles y ángeles, por los sagrados grandes y gloriosos ángeles Orphaniel Tetra-Oagiel Salamla Acimoy pastor poti, que os presentéis de inmediato, que os mostréis enseguida para que podamos veros y oíros, que nos habléis y cumpláis nuestros deseos y que por vuestra estrella, Júpiter, y por todas las constelaciones del cielo y por lo que sea que obedezcáis y por vuestro carácter que habéis dado, propuesto y confirmado, que me atendáis de acuerdo con la plegaria y las peticiones que he hecho a Dios Todopoderoso y que de inmediato me enviéis a uno de los espíritus que velan por vos para que de buen grado, de verdad y fielmente cumpla todos mis deseos y que le ordenéis que comparezca ante mí en la forma de un hermoso ángel, que se ponga en comunicación conmigo con delicadeza, cortesía, amabilidad y docilidad y que no permita que ningún espíritu maligno me ocasione ningún tipo de daño, me asuste ni me espante de ningún modo ni que me engañe en modo alguno. 

En virtud de Nuestro Señor Jesucristo, en cuyo nombre atiendo, espero y aguardo vuestra aparición. Que así sea, que así sea, que así sea. Amén, amén, amén. Interrogatorios [Después de convocar el espíritu a su presencia, el mago lo interroga de la siguiente manera:]

 —¿Venís en paz en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo?
 —Sí —responderá el espíritu. —Me alegro de que estéis aquí, noble espíritu. 
¿Cuál es vuestro nombre? —Pabiel. — responderá el espíritu. —Os he invocado en el nombre de Jesús de Nazaret, ante cuyo nombre todos se arrodillan en el cielo, la tierra y el infierno y todas las bocas reconocen que no hay ningún nombre como el suyo, que ha dado poder a los hombres para atado y para desalarlo todo en su Santísimo Nombre, incluso a los que confían en su salvación. 
¿Sois el mensajero de Zadkiel? —Sí —responderá el espíritu. —¿Me confirmáis que a partir de este momento me revelaréis todo lo que deseo saber y me enseñaréis a aumentar mi saber y mis conocimientos y me mostraréis todos los secretos de la magia y de todas las ciencias liberales para que así pueda manifestar la gloria de Dios Todopoderoso? 
—Sí —responderá el espíritu. —Entonces os suplico que vengáis a mí cada vez que os invoque y que me prestéis juramento y yo cumpliré religiosamente mi promesa y mi pacto con Dios Todopoderoso y os recibiré con amabilidad cada vez que comparezcáis ante mí. Autorización para partir 

—Puesto que venís en paz y sosiego y habéis respondido a mis peticionea doy humildes y abundantes gracias a Dios Todopoderoso, en cuyo nombre os he invocado y habéis venido y ahora podéis partir en paz a cumplir vuestras órdenes para regresar a mí cada vez que os invoque por vuestro juramento o por vuestro nombre o por vuestra orden o por vuestro oficio, que os ha sido concedido por el Creador, y que el poder de Dios sea conmigo y con vos y con todos los hijos de Dios, amén. —Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. 

[Nota] Es conveniente que el invocador permanezca en el círculo unos cuantos minutos después de recitar la autorización y, si el lugar donde se ha llevado a cabo está al aire libre, que destruya todo rastro del círculo, etcétera, y que regrese tranquilamente a su casa. En cambio, si la invocación se desarrolla en un lugar apartado de una vivienda, etcétera, el círculo puede quedar, ya que puede servir para una invocación futura, aunque la habitación o el edificio se tiene que cerrar con llave, para que no entren extraños.

El acuerdo que se acaba de presentar es pura magia ceremonial. En el caso de la magia negra, es el mago el que tiene que firmar el pacto, en lugar del demonio. Cuando el mago negro somete a un elemental a su servicio, se entabla una lucha de ingenios que acaba ganando el demonio. El mago firma el pacto entre él y el demonio con su propia sangre, porque en el arcano de la magia se declara que «quien controla la sangre de otro controla su alma». Mientras el mago no falle, el elemental cumplirá al pie de la letra su obligación en virtud del pacto, pero el demonio hará todo lo posible para que el mago no pueda cumplir su parte del acuerdo. Cuando el mago, situado dentro de su círculo, haya invocado el espíritu que desea controlar y le haya transmitido su intención, el espíritu responderá algo así como: «No puedo acceder a tu pedido ni satisfacerlo, a menos que dentro de cincuenta años te entregues a mí en cuerpo y alma, para que yo haga lo que me plazca». 

Si el mago se niega, se discutirán otras condiciones. Es posible que el espíritu diga: «Estaré a tu servicio mientras todos los viernes por la mañana salgas a la calle a dar limosna en nombre de Lucifer. Serás mío la primera vez que dejes de hacerlo». Si el mago se sigue negando, porque se da cuenta de que el demonio hará que le resulte imposible atenerse al contrato, se discutirán otros términos, hasta llegar finalmente a un pacto, que podría ser como sigue: «Por el presente me comprometo ante el Gran Espíritu Lucífugo, príncipe de los demonios, a que todos los años le entregaré un alma humana para que haga con ella lo que le plazca y a cambio Lucífugo se compromete a otorgarme los tesoros de la tierra y a cumplir todos mis deseos mientras dure mi vida natural. Si no consigo entregarle todos los años la ofrenda mencionada, le entregaré mi propia alma. Firmado:…». [El invocador firma el pacto con su propia sangre.] 

El Pentáculo 

Para el simbolismo, una figura invertida siempre significa un poder depravado. Una persona corriente ni siquiera sospecha las propiedades ocultas de los pentáculos emblemáticos. Al respecto ha escrito el gran Paracelso: «No cabe duda de que muchos se burlarán de los sellos, sus caracteres y sus usos, como se describen en estos libros, porque les resulta increíble que los metales y los caracteres, que están muertos, produzcan algún efecto. Sin embargo, nadie ha demostrado jamás que los metales y tampoco que los caracteres, como los conocemos, estén muertos, porque las sales, el azufre y las quintaesencias de los metales son lo que mejor conserva la vida humana y son muy superiores a todas las demás plantas herbáceas con propiedades medicinales».
EL PENTÁCULO Éliphas Lévi: Trascendental Magic 

El pentáculo es la representación del microcosmos: la fórmula mágica del hombre. Es lo que surge del cuatro: el alma humana que surge de la esclavitud de la naturaleza animal. Es la verdadera luz: la «estrella de la mañana». Marca el lugar donde se sitúan los cinco centros misteriosos de fuerza, la toma de conciencia de los cuales constituye el secreto supremo de la magia blanca. El mago negro no puede usar los símbolos de la magia blanca sin atraer sobre sí las fuerzas de la magia blanca, lo cual resultaría fatal para sus planes, de modo que tiene que distorsionar los hierogramas para que tipifiquen el hecho oculto de que él mismo está distorsionando los principios que los símbolos representan. La magia negra no es un arte fundamental, sino el uso incorrecto de un arte. Por consiguiente, no tiene símbolos propios, sino que se limita a tomar las figuras emblemáticas de la magia blanca y, al invertirlas y darles vuelta, se entiende que es siniestra. 

Encontramos un buen ejemplo de esta práctica en el pentáculo, o estrella de cinco puntas, compuesta por cinco líneas unidas. Esta figura es el símbolo consagrado de las artes mágicas y representa las cinco propiedades del Gran Agente Mágico, los cincos sentidos del hombre, los cinco elementos de la naturaleza y las cinco extremidades del cuerpo humano. Mediante el pentáculo que hay dentro de su propia alma, el hombre no solo puede dominar y gobernar a todas las criaturas inferiores a sí mismo, sino que puede pedir la consideración de las que son superiores a él. 

El pentáculo se utiliza mucho en la magia negra, pero cuando se usa así, su forma siempre difiere en alguna de las tres formas siguientes: es posible que la estrella se interrumpa en algún punto, de modo que las líneas convergentes no se toquen, o que esté invertida, de modo que tenga una punta hacia abajo y dos hacia arriba, o que esté deformada y que las puntas tengan distinta longitud. Cuando se usa en magia negra, el pentáculo recibe el nombre de «signo de la pezuña hendida», o la huella del diablo. A la estrella con dos puntas hacia arriba se la llama también la «cabra de Mendes», porque la estrella invertida tiene la misma forma que la cabeza de una cabra. Cuando se gira la estrella vertical y la punta superior queda hacia abajo, representa la caída de la estrella de la mañana.

Manly Palmer Hall

lunes, 19 de agosto de 2019

LAS ENSEÑANZAS SECRETAS DE TODOS LOS TIEMPOS - PIEDRAS, METALES Y GEMAS



Según enseñaban los primeros filósofos, cada uno de los cuatro elementos primarios tiene su análogo en la cuádruple constitución terrestre del hombre. Las piedras y la tierra corresponden a los huesos y la carne; el agua, a los distintos fluidos; el aire, a los gases, y el fuego, al calor del cuerpo. Como los huesos son el marco que sostiene la estructura corporal, se pueden considerar un emblema adecuado del espíritu: el fundamento divino que sostiene el tejido complejo formado por la mente, el alma y el cuerpo. Para el iniciado, el esqueleto de la muerte que sujeta la guadaña con sus dedos huesudos representa a Saturno (Cronos), el padre de los dioses, que lleva la hoz con la que mutiló a Ouranos, su propio padre. En la lengua de los Misterios, los espíritus de los hombres son los huesos de Saturno reducidos a polvo. Este dios siempre se adoraba con el símbolo de la base o el pie, puesto que se lo consideraba la infraestructura que sostenía la creación. 

El mito de Saturno tiene su sustento histórico en los registros fragmentarios conservados por los antiguos griegos y fenicios con respecto a un rey de este nombre que gobernaba el antiguo continente de Hiperbórea. Como Polaris, Hiperbórea y la Atlántida están enterradas debajo de los continentes y los océanos del mundo moderno, a menudo se representan como rocas que mantienen sobre su extensa superficie nuevas tierras, razas e imperios. Según los Misterios escandinavos, las piedras y los acantilados se formaron a partir de los huesos de Ymir, el gigante primigenio de arcilla ardiente, mientras que, para los místicos helenos, las rocas eran los huesos de la Gran Madre, Gæa. Después del diluvio enviado por los dioses para destruir a la humanidad al final de la Edad de Hierro, los únicos que quedaron con vida fueron Deucalión y Pirra. 

Al entrar en un santuario en ruinas para orar, un oráculo les dijo que se marcharan del templo y, con la cabeza velada y la ropa suelta, echaran a sus espaldas los huesos de su madre. Deucalión entendió que el mensaje críptico del dios quería decir que la tierra era la Gran Madre de todas las criaturas, de modo que recogió unas piedras sueltas, le pidió a Pirra que hiciera lo mismo y las arrojó a sus espaldas De aquellas piedras surgió una raza nueva y fornida de seres humanos: las piedras que arrojó Deucalión se convirtieron en hombres y las que arrojó Pirra, en mujeres. Esta alegoría representa el misterio de la evolución humana, porque el espíritu, al infundir alma en la materia, se convierte en el poder interno que, poco a poco pero siguiendo un orden, eleva el mineral al estado vegetal, la planta al plano animal, el animal a la dignidad humana y el hombre al estado de los dioses. 

El sistema solar se organizaba mediante fuerzas que actuaban hacia dentro a partir del gran anillo de la esfera de Saturno y, puesto que Saturno controlaba el comienzo de todas las cosas, lo más lógico es deducir que las primeras formas de culto estaban dedicadas a él y a su símbolo peculiar: la piedra. Por consiguiente, la naturaleza intrínseca de Saturno es sinónimo de la roca espiritual que es el fundamento imperecedero del templo solar y tiene como antitipo u octava inferior a la roca terrestre —el planeta Tierra—, que sostiene sobre su superficie irregular los diversos géneros de la vida terrenal. A pesar de lo incierto de su origen, no cabe duda de que la litolatría constituye una de las primeras formas de expresión religiosa. «En todo el mundo —escribe Godfrey Higgins—, parece que el primer objeto de idolatría fue una piedra simple, sin trabajar, puesta en el suelo, como emblema del poder generador o procreador de la naturaleza.»[95] Existen restos del culto a las piedras distribuidos por la mayor parte de la superficie terrestre; un ejemplo notable son los menhires de Carnac, en Bretaña: varios miles de piedras gigantescas y sin cortar, dispuestas en once hileras. Muchos de estos monolitos sobresalen más de seis metros de la arena en la que están clavados y, según los cálculos, algunos de los más grandes pueden pesar más de cien toneladas. 

Hay quienes creen que determinados menhires marcan el lugar donde hay un tesoro escondido, aunque lo más plausible es que Camac sea un monumento al conocimiento astronómico de la Antigüedad. Los túmulos de piedra (cairn), los dólmenes, los menhires y las cistvaen o cámaras funerarias que hay dispersas por todas las islas británicas y en Europa se levantan como testimonios mudos, pero elocuentes, de la existencia y los logros de unas razas que ya se han extinguido. Tienen particular interés las «rocas balancín», que ponen de manifiesto la habilidad mecánica de aquellos pueblos primitivos. Estas reliquias consisten en rocas enormes, apoyadas en uno o dos puntos pequeños, de tal manera que se balancean al ejercer una presión mínima y, sin embargo, el mayor esfuerzo no basta para hacerlas caer. Los griegos y los romanos las llamaban «piedras vivas»; la más famosa es la «Gygorian stone», situada en el estrecho de Gibraltar, que, aunque tenía un equilibrio tan perfecto que se la podía mover con el tallo de un narciso, ni el peso de muchos hombres podía hacerla caer. Cuenta la leyenda que Hércules puso una roca balancín sobre las tumbas de los dos hijos de Bóreas, a los que había matado en combate, y la piedra estaba tan bien colocada que, si bien se mecía con el viento, no se caía por más fuerza que se le aplicara. 

Se han encontrado numerosas rocas balancín en Gran Bretaña y en Stonehenge se han hallado rastros de una que ya no existe. [96] Interesa destacar la posibilidad de que las piedras verdes que forman el círculo interior de Stonehenge procedan de África. En muchos casos, los monolitos no llevan ninguna talla ni inscripción, porque sin duda son anteriores tanto al uso de herramientas como al arte de la escritura. Algunas veces se han cortado las piedras para darles forma de columnas u obeliscos, como en los monumentos rúnicos y en las piedras de lingam y sakti; en otras ocasiones se les ha dado una forma más o menos parecida a la del cuerpo humano, como en el caso de las estatuas de la isla de Pascua, o se han convertido en figuras esculpidas con primor, como las de los indios centroamericanos y los khmer de Camboya. 

Las primeras imágenes de piedra tosca apenas se pueden considerar efigies de una divinidad en particular, sino, más bien, un intento rudimentario del hombre primitivo de representar, en las cualidades duraderas de la piedra, los atributos procreadores de la divinidad abstracta. En todas las etapas intermedias entre el hombre primitivo y la civilización moderna ha persistido el reconocimiento instintivo de la estabilidad de la divinidad. Algunas pruebas más que suficientes de la supervivencia de la litolatría en la fe cristiana son las alusiones a la «roca del refugio», la roca sobre la cual se edificará la iglesia de Cristo, la «piedra que los constructores desecharon», la piedra que Jacob se había puesto por cabezal y después erigió como estela y sobre la cual derramó aceite, la piedra que David lanzó con su honda, la roca del monte Moña en la que se erigió el altar del templo del rey Salomón, la piedra blanca del Apocalipsis y la roca eterna. Los pueblos prehistóricos veneraban mucho las piedras, fundamentalmente porque eran útiles. 

Es probable que unos trocitos irregulares de piedra fueran las primeras armas del hombre; los acantilados y los riscos constituyeron sus primeras fortificaciones y desde aquellas posiciones estratégicas arrojaba rocas contra los merodeadores. En cavernas o en cabañas rudimentarias construidas con placas de piedra, los primeros seres humanos se protegían del rigor de los elementos. Se levantaban piedras como indicadores y como monumentos a los logros primitivos; también se colocaban sobre las tumbas de los muertos, probablemente como medida de precaución, para evitar la depredación de los animales salvajes. Durante las migraciones, aparentemente era habitual que los pueblos primitivos transportasen consigo piedras procedentes de su hábitat original. Como la tierra natal o el lugar de nacimiento de una raza se consideraba sagrado, aquellas piedras eran símbolos del aprecio universal que todas las naciones compartían con respecto a su lugar de origen. Descubrir que el fuego se podía obtener frotando dos piedras aumentó la reverencia que el hombre sentía por ellas, aunque con el tiempo el mundo de maravillas hasta entonces insospechado que abrió el elemento del fuego, recién descubierto, hizo que la pirolatría sustituyera al culto a las piedras. 

El Padre oscuro y frío —la piedra— dio origen al Sol brillante —el fuego— y la llama recién nacida desplazó a su padre y se convirtió en el más impresionante y misterioso de los símbolos religiosos filosóficos extendido y perdurable a lo largo de los siglos. El cuerpo de todas las cosas se comparaba con una roca, ya fuera cortada en forma de cubo o labrada con más cuidado para hacer un pedestal, mientras que el espíritu de las cosas se comparaba con la figura tallada con cuidado que se le ponía encima. Por consiguiente, se erigieron altares como símbolo del mundo inferior y se mantenía encendido el fuego en ellos para representar la esencia espiritual que iluminaba el cuerpo que los coronaba. En realidad, el cuadrado es una de las caras de un cubo, la figura correspondiente en geometría plana y su símbolo filosófico. En consecuencia, cuando consideraban la tierra como un elemento y no como un cuerpo, los griegos, los brahmanes y los egipcios siempre hacían referencia a sus cuatro esquinas, aunque eran totalmente conscientes de que el planeta en sí era una esfera. 

Como sus doctrinas eran la base firme de todo conocimiento y el primer paso para alcanzar la inmortalidad consciente, los Misterios se representaban a menudo como piedras cúbicas o piramidales. Por su parte, estas historias se convirtieron en el emblema de la condición de la divinidad alcanzada por uno mismo. La inalterabilidad de la piedra la convirtió en emblema adecuado de Dios —la fuente inamovible e inalterable de la existencia— y también de las ciencias divinas: la relevación eterna de Sí mismo a la humanidad. 

Como personificación del intelecto racional, que es la verdadera base de la vida humana, Mercurio, o Hermes, se simbolizaba de manera similar. Se instalaban en lugares públicos pilares cuadrados o cilíndricos, coronados por una cabeza de Hermes con barba y llamados «hermas». Término, una forma de Júpiter y dios de los límites y las fronteras, de cuyo nombre deriva la palabra moderna «terminal», también se representaba mediante una piedra vertical, a veces adornada con la cabeza del dios, que se colocaba en el límite de las provincias y en las intersecciones de los caminos importantes.

La piedra filosofal en realidad es la piedra del filósofo, porque la filosofía se compara con una joya mágica, cuyo contacto convierte las sustancias de baja ley en piedras invalorables como ella misma. La sabiduría es el poder de proyección del alquimista, que transforma muchas veces su propio peso de ignorancia grosera en la sustancia preciosa de la iluminación.

Las tablas de la Ley Cuando estaba en lo alto del monte Sinaí, Moisés recibió de Jehová dos tablas en las que se inscribían los caracteres del Decálogo, trazados por el propio dedo del Dios de Israel. Aquellas tablas estaban hechas del zafiro divino, Schethiyâ, que el Altísimo, tras arrancarlo de su propio trono, había lanzado al abismo para que se convirtiera en el fundamento y el generador de los mundos. 

El aliento divino rompió aquella piedra sagrada, hecha de rocío celestial, y en cada una de las dos partes el fuego negro dibujó las figuras de la Ley. Aquellas inscripciones preciosas, resplandecientes de esplendor celestial, fueron entregadas por el Señor el día del sabbat en las manos de Moisés, que pudo leer las letras iluminadas del lado del revés por la transparencia de la gran joya.

Los Diez Mandamientos son las diez piedras preciosas brillantes que el Uno Santo puso en el mar de zafiro del Ser, y en las profundidades de la materia los reflejos de estas joyas se ven como las leyes que rigen las esferas sublunares. Son los diez sagrados, mediante los cuales la Divinidad Suprema ha estampado Su voluntad sobre la faz de la Naturaleza. Es la misma década a la cual los pitagóricos rendían homenaje bajo la forma de la tetractys, el triángulo de puntos espermáticos que revela a los iniciados todo el funcionamiento del plan cósmico; porque el diez es el número de la perfección, la llave de la creación y el símbolo adecuado de Dios, el hombre y el universo. Por su idolatría, Moisés pensó que los israelitas no eran dignos de recibir las tablas de zafiro y, por consiguiente, las destruyó, para que los Misterios de Jehová no fueran violados. En lugar del original, Moisés utilizó dos tablas de piedra tosca, en cuya superficie grabó diez letras antiguas. 

Mientras que en las primeras tablas —partícipes de la divinidad del árbol de la Vida— resplandecían las verdades eternas, las segundas —partícipes de la naturaleza del árbol del Bien y del Mal— solo revelaban verdades temporales, de modo que la antigua tradición de Israel regresó una vez más al cielo y no dejó más que su sombra entre los hijos de las doce tribus. Una de las dos tablas de piedra que el Legislador entregó a sus seguidores representaba las tradiciones orales y la otra, las tradiciones escritas en las que se fundaba la Escuela Rabínica. Los distintos expertos no se ponen de acuerdo sobre el tamaño ni sobre el contenido de las tablas inferiores. Algunos dicen que eran tan pequeñas que cabían en el hueco de una mano; otros declaran que cada tabla medía diez o doce codos de largo y tenía un peso enorme. Unos cuantos niegan incluso que fueran de piedra y sostienen que eran de una madera llamada sedr, que, según los musulmanes, abunda en el Paraíso. 

Las dos tablas significan el mundo superior y el inferior, respectivamente: el principio formativo paterno y el materno. En su estado individual presentan lo andrógino cósmico. La rotura de las tablas significa vagamente la separación de la esfera superior de la inferior y también la división de los sexos. En las procesiones religiosas de los griegos y los egipcios se transportaba un arca o una embarcación que contenía tablas, conos y recipientes de piedra de diversas formas que representaban los procesos de procreación. El arca de los israelitas — construida según el modelo de los arcones sagrados de los Misterios isíacos— contenía tres objetos sagrados, cada uno de los cuales tenía una importante interpretación fálica: el cuenco de maná, la vara que reverdeció y las tablas de la ley, que son el primero, el segundo y el tercer principio de la tríada creativa. 

El maná, la vara que reverdeció y las tablas de piedra son también imágenes adecuadas de la Cábala, la Mishná y la ley escrita, respectivamente, o sea, el espíritu, el alma y el cuerpo del judaísmo. Cuando la llevaron a la Casa Eterna del rey Salomón, el Arca de la Alianza solo contenía las tablas de la ley. ¿Querrá decir esto que, incluso en épocas tan tempranas, la tradición secreta ya se había perdido y solo quedaba la letra de la revelación? Como representación del poder que creó la esfera inferior o demiúrgica, las tablas de piedra eran sagradas para Jehová, en contraposición a las tablas de zafiro, que representaban la potencia que establecía la esfera superior o celestial. No cabe duda de que las tablas mosaicas tienen su prototipo en los pilares u obeliscos de piedra colocados a ambos lados de la entrada de los templos paganos. 

Es posible que estas columnas pertenezcan a aquella época remota en la que los hombres adoraban al Creador a través de Su signo zodiacal de Géminis, cuyo símbolo siguen siendo los pilares fálicos de los gemelos celestes. «Los Diez Mandamientos — escribe Hargrave Jennings— están inscritos en dos grupos de cinco cada uno, en forma columnar. Los cinco que están a la derecha (mirando desde el altar) significan la Ley; los cinco que están a la izquierda significan los Profetas. La piedra de la derecha es masculina y la de la izquierda, femenina. Corresponden a los dos pilares (o torres) de piedra separados que hay delante de todas las catedrales y de todos los templos de las épocas paganas».[98] El mismo autor afirma que la Ley es masculina, porque procede directamente de la divinidad, mientras que los Profetas, o los Evangelios, eran femeninos, porque nacieron a través de la naturaleza humana. La tabla de la ley derecha simboliza también a Jachin, el pilar blanco de la luz, y la izquierda, a Boaz, el pilar sombrío de la oscuridad. Así se llamaban los dos pilares de bronce situados en el porche del templo del rey Salomón. 

Tenían dieciocho codos de altura y estaban decorados con hermosas coronas de cadenas, redes y granadas. En lo alto de cada pilar había un gran cuenco —en la actualidad dicen, erróneamente, que era una bola o un globo—: es probable que uno de ellos tuviera fuego y el otro, agua. El globo celeste —al principio era el cuenco que contenía fuego— que coronaba la columna de la derecha (Jachin) era el símbolo del hombre divino; el globo terrestre (el cuenco de agua) que coronaba la columna de la izquierda (Boaz) era el símbolo del hombre terrenal. 

Estos dos pilares connotan también, respectivamente, la expresión activa y la pasiva de la energía divina, el sol y la luna, el azufre y la sal, el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Entre ellos está la puerta que conduce a la Casa de Dios y, al encontrarse a la entrada del santuario, son un recordatorio de que Jehová es una divinidad tanto andrógina como antropomorfa. Como dos columnas paralelas, denotan los signos zodiacales de Cáncer y Capricornio, que antiguamente se ponían en la cámara de iniciación para representar el nacimiento y la muerte: los extremos de la vida física. Por consiguiente, representan el solsticio de verano y el de invierno, que los masones conocen actualmente con la denominación relativamente moderna de «los dos san Juan».

En el misterioso árbol sefirótico de los judíos, estos dos pilares representan la misericordia y el rigor. Estas columnas que se alzaban delante de la entrada del templo del rey Salomón tenían la misma importancia simbólica que los obeliscos que había delante de los santuarios en Egipto. Según su interpretación cabalística, los nombres de los dos pilares significan: «en la fortaleza se establecerá Mi Casa». En el esplendor de la iluminación mental y espiritual, el Sumo Sacerdote se situaba entre los dos pilares como testigo mudo de la virtud perfecta del equilibrio: ese punto hipotético equidistante de todos los extremos. Personificaba así la naturaleza divina del hombre en medio de su constitución compleja: la misteriosa mónada pitagórica ante la presencia de la díada.

A un lado se elevaba la columna formidable del intelecto y, al otro, el pilar de bronce de la carne.
A mitad de camino entre los dos se alza el hombre sabio glorificado, aunque no puede alcanzar el estado elevado sin haber sufrido antes sobre la cruz que surge de la unión de aquellos dos pilares. Algunas veces, los judíos primitivos representaban a los dos pilares, Jachin y Boaz, como las piernas de Jehová, con lo cual querían decir al filósofo moderno que la Sabiduría y el Amor, en su sentido de máxima exaltación, soportan todo el orden de la creación, tanto el mundano como el supramundano.


El santo Grial Igual que el zafiro Schethiyâ, el Lapis Exilis, la joya de la corona del arcángel Lucifer, cayó del cielo. Miguel, arcángel del sol y dios oculto de Israel, a la cabeza de los ejércitos angélicos, se abatió sobre Lucifer y sus legiones de espíritus rebeldes. Durante el conflicto, Miguel, con su espada flamígera, arrancó de un golpe el brillante Lapis Exilis deja corona de su adversario y la piedra verde atravesó los anillos celestiales y cayó en el abismo oscuro e inconmensurable. De la gema radiante de Lucifer se formó el sangreal, o Santo Grial, del cual dicen que bebió Cristo en la última cena. Aunque sigue siendo objeto de controversia si el Grial era una copa o una fuente, por lo general se representa como un cáliz de considerable tamaño y belleza poco corriente. Según la leyenda, José de Arimatea llevó la copa o Grial al lugar de la crucifixión y recogió en ella la sangre que manaba de las heridas del nazareno moribundo. 

Posteriormente, José, que se había convertido en custodio de las reliquias sagradas —el sangreal y la lanza de Longino—, se las llevó a un país lejano. Según una versión, sus descendientes al final depositaron aquellas reliquias en la abadía de Glastonbury, en Inglaterra; según otra, las llevaron a un hermoso castillo en Montsalvat, en España, construido por los ángeles en una sola noche. Con el nombre de Preste Juan, Parsifal, el último de los reyes del Grial, llevó consigo a India la copa sagrada, que así desapareció para siempre del mundo occidental. La búsqueda posterior del sangreal constituyó el motivo de la mayor parte de las historias de caballería andante de las leyendas artúricas y las ceremonias de la mesa redonda. Jamás se ha dado una interpretación adecuada de los Misterios del Grial. Algunos creen que los Caballeros del Santo Grial eran una organización poderosa de místicos cristianos que perpetuó la Sabiduría Antigua mediante los rituales y los sacramentos de la copa oracular. 

La búsqueda del Santo Grial es la búsqueda eterna de la verdad y Albert G. Mackey encuentra en ella una variación de la leyenda masónica de la Palabra Perdida, buscada durante tanto tiempo por los miembros de la Hermandad. También hay pruebas que demuestran que la historia del Grial es una ampliación de un antiguo mito pagano de la naturaleza, que se ha conservado por la sutileza con que estaba injertado en el culto del cristianismo. Desde este punto de vista en particular, el Santo Grial es, sin duda, un tipo de arca o recipiente en el cual se preserva la vida del mundo y, por consiguiente, representa el cuerpo de la Gran Madre: la Naturaleza. Su color verde lo asocia con Venus y con el misterio de la generación y también con la fe islámica, cuyo color sagrado es el verde y cuyo sabbat es el viernes, el día de Venus. El Santo Grial es un símbolo tanto del mundo inferior (o irracional) como de la naturaleza física del hombre, porque los dos son receptáculos de las esencias vivas de los mundos superiores Este es el misterio de la sangre redentora que, al descender sobre el estado de la muerte, vence al último enemigo, animando a toda la sustancia con su propia inmortalidad. 

Para el cristiano, cuya fe mística destaca en particular el elemento del amor, el Santo Grial representa el corazón, en el cual se arremolina constantemente el agua viva de la vida eterna. Además, para el cristiano, la búsqueda del Santo Grial es la búsqueda del Yo verdadero que, una vez hallado, constituye la consumación de la magnum opus. Los únicos que pueden encontrar la copa sagrada son los que se han elevado por encima de las limitaciones de la sensualidad. En su poema místico The Vision of Sir Launfal, James Russel Lowell revela la verdadera naturaleza del Santo Grial, al demostrar que solo es visible para un estado determinado de conciencia espiritual. Únicamente al regresar de la búsqueda vana de la ambición exaltada, el caballero anciano y arruinado reconoció en la copa transformada del leproso el cáliz resplandeciente con el que había soñado toda su vida. Algunos autores encuentran similitudes entre la leyenda del Grial y las historias de las divinidades solares mártires cuya sangre, al descender de los cielos a la tierra, caía en la copa de la materia, de la cual era liberada mediante los ritos iniciáticos. 

El Santo Cirial también podía ser la vaina utilizada con tanta frecuencia en los Misterios antiguos como emblema de germinación y resurrección y, si la forma de cáliz del Grial deriva de la flor, significa la regeneración y la espiritualización de las fuerzas generadoras del hombre. Hay muchos relatos de imágenes de piedra que, por las sustancias que entraban en su composición y el ceremonial que se siguió en su construcción, fueron dotadas de alma por las divinidades a semejanza de las cuales habían sido creadas. A dichas imágenes se atribuían diversas facultades humanas y poderes, como el habla, el pensamiento e incluso el movimiento. Si bien no cabe duda de que los sacerdotes renegados recurrían a artimañas —se relata un ejemplo de ellas en un fragmento apócrifo curioso titulado Bel and the Dragon, que, supuestamente, se suprimió del final del Libro de Daniel—, muchos de los fenómenos registrados en relación con estatuas y reliquias consagradas resultan muy difíciles de explicar, a menos que se admita la intervención de medios sobrenaturales. 

La historia registra la existencia de piedras que sumían en estado de éxtasis a todos aquellos que oían el sonido que producían al ser golpeadas. También ha habido imágenes que seguían resonando durante horas después de que la propia sala hubiese quedado en silencio y piedras musicales que producían las armonías más dulces En reconocimiento de la santidad que atribuían a las piedras, los griegos y los romanos apoyaban la mano sobre determinados pilares consagrados cuando hacían un juramento. En la Antigüedad, las piedras desempeñaban un papel para determinar el destino de los acusados, porque era habitual que los jurados, para alcanzar su veredicto, echaran guijarros en una bolsa.

Los griegos recurrían a menudo a las piedras para adivinar el futuro y dicen que Helena predijo la destrucción de Troya mediante la litomancia. Muchas supersticiones populares sobre las piedras sobreviven durante la llamada edad de las tinieblas; destaca entre ellas la relacionada con la famosa piedra negra del asiento del trono de la coronación de la abadía de Westminster, de la cual se dice que es la misma roca que Jacob usó como cabezal. La piedra negra también aparece varias veces en el simbolismo religioso. La llamaban Heliogábalo, una palabra que se supone deriva de Elagabal, la divinidad solar sirio-fenicia. La piedra estaba consagrada al sol y se le atribuían propiedades grandes y diversas. La piedra negra de la Kaaba, en La Meca, se sigue venerando en todo el mundo musulmán. Dicen que al principio era blanca y brillaba tanto que se podía ver desde varios días de distancia de La Meca, pero que, con el paso de los siglos, se fue ennegreciendo por las lágrimas de los peregrinos y los pecados del mundo. 

La magia de los metales y las piedras preciosas 

Según las enseñanzas de los Misterios, los rayos de los cuerpos celestes, al chocar contra las influencias cristalizadoras del mundo inferior, se convierten en los distintos elementos. Como son partícipes de las virtudes astrales de su origen, estos elementos neutralizan determinadas formas desequilibradas de la actividad celestial y, cuando se combinan adecuadamente, contribuyen en gran medida al bienestar humano. Poco sabemos en la actualidad acerca de estas propiedades mágicas, pero es posible que al mundo moderno le resulte provechoso analizar los descubrimientos de los filósofos antiguos que determinaron aquellas relaciones mediante una experimentación exhaustiva. De dicha investigación surgió la costumbre de identificar los metales con los huesos de las diversas divinidades. Por ejemplo, según Manetón, los egipcios consideraban que el hierro era el hueso de Marte y la piedra imán, el de Horus. Por analogía, el plomo sería el esqueleto físico de Saturno; el cobre, el de Venus; el azogue, el de Mercurio; el oro, el del sol; la plata, el de la luna, y el antimonio, el de la tierra. Tal vez se demuestre que el uranio es el metal de Urano y el radio, el de Neptuno. 

Las cuatro edades de los místicos griegos —la Edad de Oro, la Edad de Plata, la Edad de Bronce y la Edad de Hierro— son expresiones metafóricas que hacen referencia a los cuatro períodos principales de la vida de todas las cosas. En las divisiones del día, representan el amanecer, el mediodía, el crepúsculo y la medianoche; en la vida de los dioses, los hombres y el universo, denotan los períodos del nacimiento, el crecimiento, la madurez y la decadencia. Las edades griegas también guardan una correspondencia estrecha con las cuatro yugas de los hindúes: Krita-yuga, Treta-yuga, Dvapara-yuga y Kali-yugu. Ullamudeian describe de esta manera la forma de calcularlas: «En cada uno de los doce signos hay 1800 minutos; si multiplicamos esta cifra por 12, el resultado es 21 600; es decir, 1800 x 12 = 21 600. Si multiplicamos 21 600 por 80, el resultado es 1728 000, que es la duración de la primera edad, llamada Krita-yuga. 

Si multiplicamos el mismo número por 60, el resultado será 1296 000, que son los años de la segunda edad, Treta-yuga. Si se multiplica esta cantidad por 40, el resultado es 864 000, la duración de la tercera edad: Dvapara-yuga. La misma cantidad, multiplicada por 20, da 432 000, la cuarta edad, Kali-yuga». (Obsérvese que estos múltiplos disminuyen de forma inversamente proporcional a la tetractys pitagórica: 1, 2, 3 y 4.) Según H. P. Blavatsky, Orfeo enseñaba a sus seguidores a influir en el público mediante una piedra imán y Pitágoras prestaba especial atención al color y la naturaleza de las piedras preciosas; añade también lo siguiente: «Los budistas afirman que el zafiro produce serenidad y ecuanimidad y expulsa los malos pensamientos, al establecer una circulación sana en el hombre. Lo mismo hace una batería eléctrica, con su corriente bien dirigida, según nuestros electricistas. Los budistas sostienen que “el zafiro puede abrir (al espíritu del hombre) puertas y viviendas, aunque tengan barrotes; produce el deseo de orar y aporta más paz que ninguna otra piedra preciosa, pero quien lo use debe llevar una vida pura y santa”».
EL SELLO PITAGÓRICO Vincenzo Cartari: Le Imagini degli dei Antichi 

Los pitagóricos asociaban en particular el número cinco con el arte de curar y el pentáculo, o estrella de cinco puntas, era, para ellos, el símbolo de la salud. para ellos, el símbolo de la salud. Esta figura representa un anillo mágico que lleva engastada una gema talismánica con la pentalfa: una estrella formada por cinco posiciones diferentes de la letra griega alfa. Sobre este tema, Albert Mackey escribe lo siguiente: «Los discípulos de Pitágoras, que en realidad fueron los que la inventaron, colocaban en cada uno de sus ángulos interiores una de las letras de la palabra griega YTEIA, o de la latina salus — las dos significan “salud”—, con lo cual se convirtió en el talismán de la salud, y la ponían al principio de sus epístolas, como un saludo para desearle buena salud al destinatario. Sin embargo, no eran los discípulos de Pitágoras los únicos que la usaban, sino que, como talismán, fue utilizada en todo Oriente como amuleto contra los malos espíritus».

Abundan en la mitología los relatos sobre anillos mágicos y joyas talismánicas. En el segundo libro de la República, Platón describe un anillo que, cuando el engaste estaba vuelto hacia dentro, volvía invisible a su portador. Gracias a él, el pastor Giges llegó al trono de Lidia. Flavio Josefo también describe los anillos mágicos diseñados por Moisés y el rey Salomón y Aristóteles menciona uno que proporcionaba amor y honor a su poseedor. En su capítulo sobre este tema, Enrique Cornelio Agripa no solo menciona los mismos anillos, sino que además afirma, basándose en la autoridad de Filóstrato, que Apolonio de Tiana prolongó su vida durante más de ciento treinta años con la ayuda de siete anillos mágicos que le obsequió un príncipe de las Indias Orientales. 

Cada uno de aquellos siete anillos llevaba engastada una piedra preciosa que poseía la naturaleza de uno de los siete planetas dominantes de la semana y, al cambiar a diario los anillos, Apolonio se protegía de la enfermedad y de la muerte, gracias a la intervención de las influencias planetarias 
El filósofo también enseñó a sus discípulos las virtudes de aquellas joyas talismánicas y consideraba aquella información imprescindible para el teúrgo. Agripa describe la preparación de anillos mágicos con las siguientes palabras: «Cuando cualquier estrella [planeta] asciende afortunadamente, con el aspecto o conjunción favorable de la luna, debemos tomar una piedra y una planta que estén bajo aquella estrella y hacer un anillo del metal que sea adecuado para ella y engastar en él la piedra y poner la planta o la raíz debajo, sin omitir las inscripciones de imágenes, nombres y caracteres, así como también las sufumigaciones correspondientes». 

Hace tiempo que se toma el anillo como símbolo de consecución, perfección e inmortalidad; esto último se debe a que el aro de metal precioso no tiene principio ni final. En los Misterios, los iniciados llevaban anillos cincelados para parecer una serpiente con la cola en la boca, como prueba material de la posición que habían alcanzado en la orden. Los hierofantes llevaban sellos en los que se grababan determinados emblemas secretos y no era extraño que un mensajero, para demostrar que era el representante oficial de un príncipe o de algún otro dignatario, portara junto con el mensaje una impresión del anillo de su amo o el propio sello. La intención original del anillo de boda era implicar que en la naturaleza de su portador se había alcanzado el estado de equilibrio y totalidad. 

Por consiguiente, aquella banda sencilla de oro daba fe de la unión del Ser Superior (Dios) con el ser inferior (la Naturaleza) y la ceremonia que consumaba aquella unión indisoluble de la Divinidad y la humanidad en la naturaleza única del místico iniciado constituía el matrimonio hermético de los Misterios. Al describir las insignias del mago, Éliphas Lévi declara que el domingo (el día del sol) debe llevar en la mano derecha una varita dorada con un rubí o un crisólito engarzado; el lunes (el día de la luna) debe llevar un collar de tres vueltas compuesto por perlas, cristales y selenitas; el martes (el día de Marte) debe llevar una varita de acero magnetizado y un anillo del mismo metal con una amatista engarzada; el miércoles (el día de Mercurio) debe llevar un collar de perlas o cuentas de vidrio que contengan mercurio y un anillo con una ágata engarzada; el jueves (el día de Júpiter) debe llevar una varita de vidrio o resina y ponerse un anillo con una esmeralda o un zafiro engarzados; el viernes (el día de Venus) debe llevar una varita de cobre pulido y ponerse un anillo con una turquesa y una corona o una diadema adornada con lapislázuli y berilo, y el sábado (el día de Saturno) debe llevar una varita adornada con un ónice y una cadena en tomo al cuello hecha de plomo. 

Paracelso, Agripa, Kircher, Lilly y muchos otros magos y astrólogos han hecho tablas con las gemas y las piedras correspondientes a los distintos planetas y signos del Zodiaco. A partir de sus escritos se ha elaborado la lista que aparece a continuación. Se atribuyen al sol el carbúnculo, el rubí, el granate — sobre todo el piropo— y otras piedras ardientes y a veces el diamante; a la luna, la perla, la selenita y otras formas de cristal; a Saturno, el ónice, el jaspe, el topacio y algunas veces el lapislázuli; a Júpiter, el zafiro, la esmeralda y el mármol; a Marte, la amatista, el jacinto, la piedra imán y en ocasiones el diamante; a Venus, la turquesa, el berilo, la esmeralda y a veces la perla, el alabastro, el coral y la cornalina; a Mercurio, el crisólito, el ágata y el mármol de muchos colores. 

Al Zodiaco, los mismos expertos le asignaron las siguientes gemas y piedras: a Aries, la sardónica, la sanguinaria, la amatista y el diamante; a Tauro, la cornalina, la turquesa, el jacinto, el zafiro, el ágata musgosa y la esmeralda; a Géminis, el topacio, el ágata, la crisoprasa, el cristal y el aguamarina; a Cáncer, el topacio, la calcedonia, el ónice negro, la piedra de la luna, la perla, el ojo de gato, el cristal y a veces la esmeralda; a Leo, el jaspe, la sardónica, el berilo, el rubí, el crisólito, el ámbar, la turmalina y a veces el diamante; a Virgo, la esmeralda, la cornalina, el jade, el crisólito y a veces el jaspe rosado y el jacinto; a Libra, el berilo, el sardo, el coral, el lapislázuli, el ópalo y a veces el diamante; a Escorpio, la amatista, el berilo, la sardónica, el aguamarina, el carbúnculo, la piedra imán, el topacio y la malaquita; a Sagitario, el jacinto, el topacio, el crisólito, la esmeralda, el carbúnculo y la turquesa; a Capricornio, la crisoprasa, el rubí, la malaquita, el ónice negro, el ónice blanco, el azabache y la piedra de la luna; a Acuario, el cristal, el zafiro, el granate, el circón y el ópalo: a Piscis, el zafiro, el jaspe, el crisólito, la piedra de la luna y la amatista. 

Tanto el espejo mágico como la bola de cristal son símbolos poco comprendidos. ¡Ay del mortal ignorante que crea al pie de la letra las historias que circulan sobre ellos! Descubrirá —a menudo a costa de su cordura y su salud — que, aunque muchas veces se confundan, la hechicería y la filosofía no tienen nada en común. Los magos persas llevaban espejos como símbolo de la esfera material que refleja la divinidad desde cada una de sus partes. La bola de cristal, de la que tanto se ha abusado como medio para cultivar los poderes parapsicológicos, es un símbolo triple: l) representa el Huevo Universal cristalino, en cuyas profundidades transparentes existe la creación; 2) es un modelo adecuado de la divinidad antes de que se sumerja en la materia, y 3) representa la esfera etérica del mundo, en cuyas esencias traslúcidas se estampa y se preserva la imagen perfecta de toda la actividad terrestre.


EJEMPLOS DE HERMÆ James Christie: Disquisitions upon the Painted Greek Vases

La primitiva costumbre de adorar a los dioses en forma de piedras amontonadas dio lugar a la práctica de erigir pilares o conos fálicos en su honor. Estas columnas tenían amplias diferencias de tamaño y aspecto. Algunas eran de proporciones gigantescas y estaban ricamente adornadas con inscripciones o semejanzas de los dioses y héroes; otras —como las ofrendas votivas de los babilonios— medían solo unas pocas pulgadas, no tenían adornos y solamente tenían una breve declaración del propósito para el cual habían sido preparadas o un himno para el dios del templo en el cual fueron colocadas.

Esos pequeños conos de barro horneados eran idénticos en su significado simbólico con el hermæ más grande colocado al borde del camino y en otros lugares públicos. Más tarde, el extremo superior de la columna fue coronado con una cabeza humana. En muchas ocasiones dos proyecciones, o espigas, correspondientes a los hombros fueron colocadas, una a cada lado, para sostener las coronas de flores que adornaban las columnas. Las ofrendas, que usualmente consistían en comida, eran colocadas cerca del hermæ. En muchas ocasiones, estas columnas se utilizaban para sostener techos y eran enumeradas entre los objetos de arte que adornaban las villas de los romanos pudientes. Los meteoros, o rocas del espacio, se consideraban muestras del favor divino y se conservaban como prueba de un pacto entre los dioses y la comunidad en la que caían. 

De vez en cuando se encuentran piedras naturales con marcas o cortes curiosos. En China hay una placa de mármol cuya veta es un retrato perfecto del dragón chino. La piedra de Oberammergau, tallada por la naturaleza en una notable semejanza con el rostro de Cristo, según se lo concibe popularmente, es tan extraordinaria que hasta los monarcas europeos solicitaban el privilegio de contemplarla. Este tipo de piedras eran objeto de muy alta estimación por parte de los pueblos primitivos e incluso en la actualidad ejercen una influencia enorme sobre las personas con mentalidad religiosa. 

 Manly Palmer Hall